Los chicos se cambian, suben al primer piso y no encuentran al cocinero-entrenador solo. Con él está un chaval alto, con el pelo rubio un poco largo y despeinado.
—Queridos Cebolletas, para la próxima liga no he reparado en gastos —anuncia Champignon—. ¡Me he hecho con el delantero centro del Roma! Os presento a vuestro nuevo compañero, Raffaele Ramo, Rafa.
Los chicos se miran sorprendidos.
—Si es tan bueno con el balón como guapo, seguro que ganamos la liga… —susurra Lara a Sara.
—Gracias, Lara, estoy seguro de que ganaremos —salta Rafa—. Tú eres Lara, ¿verdad?
La gemela, que no creía que el chico la fuera a oír, se pone roja como un tomate y responde:
—Sí, soy yo…
Los Cebolletas ríen entre dientes y, uno tras otro, saludan a su nuevo compañero de equipo «chocándole la cebolla».
—Yo me llamo Tomi.
—Eres el capitán, ¿no es cierto? —pregunta Rafa.
—Sí, y he jugado con el Real Madrid —precisa Tomi.
—Mi padre me ha dicho que el Roma eliminó hace un par de años al Real Madrid de la Liga de Campeones… —sonríe el italiano.
—Mi padre, en cambio, me ha contado que el Real Madrid, además de ser el equipo europeo que más veces ha ganado esa competición desde que empezó, solo ha perdido una vez en el campo del Roma… —rebate el capitán de los Cebolletas.
Después de los saludos, Gaston Champignon indica en la pizarra cómo quiere alinear a los Cebolletas en el partido amistoso contra el Deportivo Valdeacederas.
—Empezaremos con un esquema 4-4-2, es decir, cuatro defensas, cuatro mediocampistas y dos delanteros —explica el cocinero-entrenador—. Sara y Lara jugarán de laterales por las bandas, mientras que Dani y Elvira se quedarán en el centro de la defensa. En el centro del campo, de derecha a izquierda, jugarán Julio, Becan, Nico y João. En ataque estarán Tomi e Ígor. Pavel y Rafa entrarán en la segunda parte. Será nuestro primer ensayo en campo grande. Nos servirá sobre todo para entender dónde tenemos más dificultades y de qué manera tendremos que entrenarnos para mejorar antes de que comience el campeonato. Ahora vamos a divertirnos un poco al campo. Hoy practicaremos las paradas de balón.
Los Cebolletas se dividen en parejas, se colocan a una decena de metros unos de otros y empiezan a lanzarse balones. El que recibe la pelota la detiene con el pie, el pecho o la cabeza y la devuelve a su pareja, que hace lo mismo. Primero con tiros rasos y luego con parábolas.
Como les ha dicho Champignon, «en campo grande los pases son más largos y, por lo tanto, llegan con más fuerza, por lo que nos hace falta habilidad para detener el balón, controlarlo bien y ponerlo rápidamente en juego».
Tomi se ha emparejado con Rafa y le ha bastado con un par de pases para darse cuenta de que el italiano tiene una técnica inmejorable. El balón se le queda pegado al pie y lo dispara con gran precisión.
El capitán se esfuerza como un poseso en el ejercicio. No quiere hacer un papelón con el del Roma…
Mientras los chicos entrenan las paradas de balón, Gaston Champignon extiende una gran lona de plástico en una esquina del campo, va al vestuario y vuelve con un cubo lleno de huevos frescos. Luego reúne a los Cebolletas con un pitido.
Fidu echa una ojeada al cubo con los huevos y suelta una carcajada.
—¿Vamos a hacer una tortilla, míster?
—No —responde el cocinero—. Vamos a acabar el entrenamiento con un juego curioso, así nuestro nuevo amigo Rafa sabrá enseguida que a nosotros nos gusta divertirnos… Veamos, el secreto de una buena parada, como os he dicho a menudo, está en acompañar el movimiento del balón. Becan, lánzame la pelota con las manos.
Becan lo hace, y Champignon levanta el pie: el balón rebota contra su tobillo y sale disparado.
—¿Habéis visto? —continúa el míster—. He mantenido el pie rígido y no me ha salido la parada. En cambio, si en el momento del contacto con el balón hubiera bajado rápidamente el pie, habría conseguido acompañarlo hasta el suelo y que se quedara a mi lado. No lo olvidéis: la pelota es una buena amiga y la tenemos que tratar con amabilidad. ¡Volvamos a probar, Becan!
El extremo derecho vuelve a lanzar el balón con las manos. Esta vez, el cocinero-entrenador no deja el pie rígido, y el esférico se le queda pegado al tobillo. ¡Una parada perfecta!
Los Cebolletas aplauden.
Gaston Champignon se atusa el bigote por el lado derecho y se acaricia el barrigón.
—Ya no tengo el físico de un número 10, pero mis pies siguen siendo tan buenos como hace tiempo… Ahora probemos con los huevos.
—¡¿Huevos?! —exclama Sara.
—Sí, huevos —responde Champignon—. Si los paráis bien no se romperán. Pero tendréis que acompañarlos hasta el suelo con mucho cuidado. ¿Quién quiere empezar?
Los Cebolletas se miran perplejos, hasta que Fidu empuja de un manotazo a Nico.
—¡Eso son cosas de números 10, así que te toca a ti!
Nico se prepara sin mostrar demasiada convicción. Gaston Champignon le lanza un huevo, el número 10 levanta el pie derecho y a continuación lo baja para acompañarlo a tierra, pero el huevo se rompe y le deja la bota empapada.
Los Cebolletas sueltan una carcajada.
—¡Siguiente! —exclama el cocinero-entrenador.
João da un paso adelante, confiado.
—Estos jueguecitos parecen hechos aposta para los brasileños, que tenemos unos pies de lo más virtuosos.
Pero a él también se le queda la bota empapada de yema y clara, como si fuera una sartén.
Le toca a Tomi.
El capitán acompaña el huevo hasta el suelo de manera intachable y lo hace entrar rodando sobre la lona de plástico.
—¡Fabuloso! —exclama Fidu.
Los Cebolletas aplauden, orgullosos de su capitán.
Se prepara Rafa.
El italiano, en lugar de intentar detener el huevo con el empeine, como todos, lo para con la parte exterior de la bota, tras un taconazo de lo más delicado. Lo mantiene en equilibrio en esa posición, lo lanza al aire y lo aferra con una mano, al tiempo que exclama:
—Mamma mía!
Los Cebolletas se han quedado con la boca abierta.
Gaston Champignon se acaricia el bigote por el extremo derecho.
—Superbe! Tienen que desempatar Tomi y Rafa. ¡Y lo harán con la cabeza!
—¿Con la cabeza? —pregunta Tomi, sorprendido.
—Sí, el sistema es el mismo —aclara el cocinero-entrenador—. Hay que detener el balón con suavidad, acompañándolo al suelo sin la más mínima sacudida.