Capítulo Dieciocho
—Dador —preguntó Jonás a la tarde siguiente—, ¿usted piensa alguna vez en la liberación?
—¿Te refieres a mi propia liberación o sólo al tema de la liberación en general?
—A las dos cosas, supongo. Pido discul..., quiero decir, debería haber sido más preciso. Pero no sé exactamente a qué me refería.
—Siéntate. No hay necesidad de que estés tumbado mientras hablamos.
Jonás, que estaba ya tendido en la cama cuando se le ocurrió hacer la pregunta, se sentó.
—Creo que sí pienso en ello de vez en cuando —dijo el Dador—.
Pienso en mi propia liberación cuando sufro un dolor espantoso. A veces desearía poder solicitarla. Pero no se me permite mientras no esté formado el nuevo Receptor.
—Yo —dijo Jonás con voz abatida.
No le apetecía que llegara el final de la formación, porque entonces tendría que ser el nuevo Receptor. Veía claro qué vida tan terriblemente difícil y solitaria era, a pesar del honor.
—Yo tampoco puedo solicitar la liberación —señaló—. Lo decía en mis Normas.
El Dador rió secamente.
—Lo sé. Esas Normas las inventaron tras el fracaso de hace diez años.
Jonás había oído ya innumerables alusiones al fracaso anterior.
Pero seguía sin saber qué había sucedido diez años antes.
—Dador —dijo—, cuénteme lo que pasó. Por favor.
El Dador se encogió de hombros.
—A primera vista fue muy simple. Se seleccionó a un futuro Receptor, lo mismo que a ti. La selección se llevó a cabo sin problemas.
Se hizo la Ceremonia y se anunció la selección. La gente la aclamó, igual que en tu caso. El nuevo Receptor la recibió con perplejidad y un poco de miedo, lo mismo que tú.
—Mis padres me han dicho que era una chica.
El Dador asintió.
Jonás pensó en su chica favorita, Fiona, y se estremeció. Él no querría que su dulce amiga sufriera como él había sufrido al adquirir los recuerdos.
—¿Cómo era? —preguntó al Dador.
El Dador se entristeció al pensarlo.
—Era una muchacha fuera de lo corriente. Muy serena y con un gran dominio de sí. Inteligente, ávida de aprender —sacudió la cabeza y respiró hondo—. Sabes, Jonás, el día que entró en este cuarto, cuando se presentó a mí para comenzar su formación...
Jonás le interrumpió con una pregunta:
—¿Me puede decir cómo se llamaba? Mis padres dijeron que su nombre no se debía volver a pronunciar en la Comunidad. ¿Pero usted no me lo podría decir sólo a mí?
El Dador titubeó dolorosamente, como si ya sólo el pronunciar el nombre pudiera ser muy penoso.
—Se llamaba Rosemary —dijo por fin.
—Rosemary. Me gusta ese nombre.
El Dador continuó:
—Cuando se presentó a mí por primera vez, se sentó ahí en el sillón donde tú te sentaste el primer día. Estaba impaciente y excitada y un poco asustada. Hablamos. Traté de explicarle las cosas lo mejor que pude.
—Lo mismo que a mí.
El Dador rió entre dientes con amargura.
—Las explicaciones son difíciles. ¡Está todo tan alejado de la experiencia! Pero yo lo intenté. Y ella escuchaba atentamente.
Recuerdo que tenía una mirada muy luminosa.
De pronto alzó la vista.
—Jonás, yo te pasé un recuerdo que te dije que era mi preferido.
Todavía me queda un vestigio de él. La habitación con la familia y los abuelos.
Jonás asintió; claro que se acordaba.
—Sí —dijo—. Que tenía aquella sensación maravillosa. Que usted me dijo que era amor.
—Puedes entender entonces que eso es lo que yo sentía por Rosemary —explicó el Dador—. Amor. Y siento lo mismo por ti, también —añadió.
—¿Qué le sucedió? —preguntó Jonás.
—Empezó la formación. La recibía bien, como tú. Estaba muy entusiasmada; encantada de experimentar cosas nuevas. Me acuerdo de su risa...
Su voz tembló y se apagó.
—¿Qué sucedió? —volvió a preguntar Jonás pasado un instante—.
Dígamelo, por favor.
El Dador cerró los ojos.
—A mí me partía el corazón, Jonás, transmitirle dolor. Pero era mi obligación. Era lo que yo tenía que hacer, lo mismo que he tenido que hacerlo contigo.
La habitación quedó en silencio. Jonás esperó. Por fin el Dador siguió adelante.
—Cinco semanas. No duró más. Le pasé recuerdos felices: una subida en tiovivo; un gatito para jugar con él; una salida al campo. A veces los escogía sólo porque sabía que le harían reír, y así yo atesoraba el sonido de aquella risa en esta habitación que siempre había sido tan silenciosa.
—Pero ella era como tú, Jonás. Quería experimentarlo todo. Sabía que ésa era su responsabilidad. Y por eso me pedía recuerdos más difíciles.
Jonás contuvo el aliento unos segundos.
—¿No le pasaría usted la guerra, verdad? ¿Sólo con cinco semanas?
El Dador negó con la cabeza y suspiró.
—No. Ni le di dolor físico. Pero le di desolación. Y le di pérdida. Le transmití el recuerdo de un niño arrancado de sus padres. Ese fue el primero. Al final estaba como conmocionada.
Jonás tragó saliva. Rosemary y su risa habían empezado a parecerle reales y se le representaba alzando los ojos desde la cama de los recuerdos, espantada.
El Dador continuó.
—Yo entonces me eché atrás, le pasé más pequeños placeres.
Pero una vez que hubo conocido el dolor, todo cambió. Se le veía en los ojos.
—¿Es que no era valiente? —insinuó Jonás.
El Dador no respondió a la pregunta.
—Insistió en que siguiéramos, en que no le ahorrara nada. Decía que era su deber. Y yo sabía, claro, que tenía razón.
—No podía decidirme a hacerle daño físico. Pero le di muchas clases de angustia. Pobreza, hambre, terror.
—Tenía que hacerlo, Jonás; era mi obligación. Y la habían elegido a ella.
El Dador le miró implorante. Jonás le acarició una mano.
—Hasta que una tarde acabamos por aquel día. La sesión había sido dura. Yo intenté acabar, como hago contigo, transmitiendo algo feliz y alegre. Pero los tiempos de reír ya habían pasado. Ella se levantó muy callada, con el gesto muy serio, como si estuviera tomando una decisión. Se acercó a mí y me abrazó. Me dio un beso en la mejilla.
Bajo la mirada de Jonás, el Dador se pasó la mano por la mejilla, recordando el tacto de los labios de Rosemary diez años antes.
—Salió de aquí aquel día, salió de esta habitación, y no volvió a su casa. A mí se me comunicó por el altavoz que había ido directamente al Presidente de los Ancianos y había solicitado ser liberada.
—¡Pero lo prohiben las Normas! El Receptor en formación no puede solicitar la...
—Eso está en tus Normas, Jonás, pero no estaba en las de ella.
Ella pidió la liberación y se la tuvieron que dar. Yo no la vi más.
Así que el fracaso era eso, pensó Jonás. Era evidente que para el Dador había sido una pena muy honda; pero no parecía una cosa tan terrible, a fin de cuentas. Y él, Jonás, no lo habría hecho nunca; él no habría solicitado nunca la liberación, por muy difícil que su formación llegara a ser. El Dador necesitaba un sucesor y se le había escogido a él.
Entonces se le ocurrió una idea. Rosemary había sido liberada a poco de comenzar su formación. ¿Y si algo le sucedía a él, a Jonás?
Ahora tenía ya todo un año de recuerdos.
—Dador —preguntó—, yo no puedo solicitar la liberación, ya lo sé.
Pero, ¿y si me pasara algo, un accidente? ¿Y si me cayera al río como aquel Cuatro, el pequeño Caleb? Bueno, eso es absurdo, porque yo soy buen nadador. Pero, ¿y si no supiera nadar y me cayera al río y me perdiera? Entonces no habría nuevo Receptor, pero usted habría cedido ya una cantidad enorme de recuerdos importantes, de modo que aunque se seleccionara un nuevo Receptor, los recuerdos habrían desaparecido, salvo los vestigios que a usted le quedan. Y qué pasaría entonces si...
De repente le dio la risa.
—Estoy como mi hermana Lily —dijo, burlándose de sí mismo.
El Dador le miró con gesto grave.
—Tú haz el favor de no acercarte al río, amigo —dijo—. La Comunidad perdió a Rosemary a las cinco semanas y fue un desastre para ellos.
No sé qué haría la Comunidad si te perdiera a ti.
—¿Por qué fue un desastre?
—Creo que ya te lo he dicho una vez —le recordó el Dador—: que cuando ella se fue los recuerdos volvieron a la gente. Si tú te perdieras en el río, Jonás, tus recuerdos no se perderían contigo. Estos recuerdos son para siempre.
—Rosemary sólo tenía los de aquellas cinco semanas, y la mayoría eran buenos. Pero había aquellos pocos recuerdos terribles, los que la habían aplastado. Durante cierto tiempo aplastaron a la Comunidad.
¡Todos aquellos sentimientos, que no habían experimentado jamás!
—Yo quedé tan devastado por mi propio dolor de perderla y mi sentimiento de fracaso, que ni siquiera intenté ayudarles a sobrellevarlo.
Además, estaba furioso.
El Dador calló un momento, obviamente meditando.
—Sabes —dijo por fin—, si te perdieran a ti, con toda la formación que has recibido ya, todos esos recuerdos volverían a repartirse entre ellos.
Jonás torció el gesto.
—Les sentaría muy mal.
—Desde luego. No sabrían soportarlo.
—Yo únicamente lo soporto porque le tengo a usted para ayudarme —señaló Jonás dando un suspiro.
El Dador asintió.
—Me figuro —dijo despacio— que yo podría...
—¿Qué?
El Dador seguía sumido en meditación. Pasados unos momentos dijo:
—Si tú te fueras flotando en el río, me figuro que yo podría ayudar a toda la Comunidad como te he ayudado a ti. Es una idea interesante.
Tengo que pensar en ello un poco más. A lo mejor volvemos a hablarlo en algún momento. Pero ahora no. Me alegro de que seas buen nadador, Jonás. Pero no te acerques al río.
Y el Dador se rió un poco, pero con una risa que no era alegre. Su pensamiento parecía estar en otra parte y sus ojos estaban muy sombríos.