SÓLO CON LAS ESTRELLAS PARA GUIARNOS
SIEMPRE que los gigantes se iban de noche a acostar, llevándose consigo sus enormes juguetes, a nosotros no nos quedaba nada con qué jugar, y dormíamos bajo los sofás y las sillas. Jamás sería nuestro el don de la enormidad. Esta era una verdad a la que habíamos intentado darle, una y otra vez, nuestras diminutas espaldas —y siempre habíamos fracasado. Deshechos por el dolor, algunos de los nuestros encontraron consuelo en la oración, y otros, como nosotros mismos, eligieron seguir perros salvajes por los oscuros bosques infestados de alces de las tierras del norte, alimentándose la herida hasta que desfallecieron.