ESAS PIERNAS PEQUEÑAS Y ESAS HORRIBLES MANOS
HABÍA anochecido. Un hombre que se hospedaba en el Gran Hotel caminó hasta la playa, encendió un puro, abrió un paraguas negro y se recostó en una tumbona, sosteniendo el puro con una mano y el paraguas con la otra. Quise preguntarle por qué el paraguas, pero era demasiado tímido. Entonces le oí decir: “Esas piernas pequeñas y esas horribles manos, ¿me libraré de ellas alguna vez?” Me palpé las piernas, luego observé mis manos y supe que no se refería a mí, y ciertamente tampoco a sí mismo, pero tal vez a otra persona, alguien a quien acaso hubiera odiado, o incluso amado. Pero andando por la playa, una mujer, que llevaba unos mitones gigantescos, se acercaba hacia él rápidamente, con pasitos de bebé. El brincó de la tumbona, tiró el puro y echó a correr con el paraguas; corrió y corrió, intentando escapar, como si fuera posible.