40

Jari conduce a Anna-Karin a una de las habitaciones más pequeñas del piso de arriba. Hay cojines esparcidos por el suelo y, en el centro, una mesa de ping-pong. Dos chicas sacan un cubito de hielo del vaso y se lo pasan la una a la otra dándose un beso. Es evidente que exageran para que las vean los chicos que están sentados en los cojines.

Anna-Karin apoya los codos en la mesa. Todo el mundo se tambalea de un lado a otro, como si estuvieran en alta mar. Si centra la vista en un punto al frente, no se siente tan mareada.

—¿Cómo estás? —pregunta Jari.

Jari, tan bueno y considerado. Con esos ojos tan bonitos. El encantamiento de Anna-Karin no puede ser la razón de que la mire de ese modo. Tiene que gustarle de verdad. Está segura.

—Estoy de puta madre —dice Anna-Karin.

Tiene la lengua como anestesiada. Tartamudeante y medio dormida, como si no pudiera seguir el ritmo. Y siente tal peso en la cabeza que le cuesta mantenerla derecha. Pero es verdad lo que dice. Está de puta madre. Está con Jari. El chico de sus sueños.

—No me he vuelto así solo porque lleve toda la vida siendo gorda y fea. Mi madre tiene la culpa. Estoy segura, joder. Me ha convertido en un ser completamente antichicos. Ella nunca…

En ese punto, Anna-Karin se ve obligada a tragarse una bocanada de vómito que le sube espumeante por la garganta antes de continuar. Carraspea y mira a su alrededor para abarcar también con la vista a los chicos que están sentados en los cojines.

—Nunca me ha dicho nada bueno de vosotros. O sea, no de vosotros en concreto, pero ya sabéis a qué me refiero. O sea, de los tíos. ¿Lo entendéis? —Anna-Karin no sabe si está a punto de reír o llorar. Todo es tan divertido y tan triste al mismo tiempo… Y todo le da vueltas—. Pero sois tan de puta madre. Lo sabéis, ¿verdad? Me alegro tanto de que existáis. Joder, está bien que haya tíos. Tíos, tíos, tíos. ¡Más tíos!

Ella misma puede oírse, totalmente ida de la cabeza. Siempre creyó que la gente borracha no se entera de lo ida que parece. Ahora sabe que cuando estás borracho no te importa que parezca que estás ido de la cabeza. No le importa lo más mínimo. Ni eso ni ninguna otra cosa. Es como pesar mil kilos menos.

—¿No deberías darle un poco de agua? —oye que le dicen a Jari.

¿Por qué hablan de ella como si no estuviera allí?

Anna-Karin bordea la mesa de ping-pong tambaleándose en dirección a Jari. Invierte todas sus fuerzas en conservar el control sobre él. Seguramente a los demás no les cae bien. Pero y qué. Jari es lo único importante.

—¿A quién quieres tú? —pregunta Anna-Karin mirándolo.

—A ti, por supuesto —responde Jari sin pestañear.

Anna-Karin da unos pasos hacia él, tropieza y cae directamente en sus brazos. Se da un golpe en la frente con su entrecejo, pero ella apenas lo nota. Le echa los brazos al cuello y abre la boca.

Al principio Jari la besa despacio. Ella trata de mantener el equilibrio apoyándose en él mientras piensa en la cantidad de palabras que riman con lo que están haciendo en ese momento. ¿Olisquearse, toquetearse, comerse… arañarse? ¿Agarrarse? Y luego deja de pensar por completo. Lo único que existe son sus bocas. Su lengua en la boca de él. La lengua de él en su boca. Le lame el labio y él deja escapar un gemido. Sus dientes se entrechocan un par de veces. Anna-Karin se siente cada vez más osada. No entiende cómo se atreve a chuparle la lengua de ese modo. Recorre su cuerpo con las manos y las mete por debajo del jersey. Es delgado. Nota los músculos. Tiene la piel caliente. Un vello suave bajo el ombligo. Los dedos de Anna-Karin se mueven por sus vaqueros. Él vuelve a gemir.

—¡Pero joder! —chilla una chica—. ¿No podéis iros a follar a otro sitio?

Anna-Karin y Jari abren los ojos al mismo tiempo y miran a su alrededor como desorientados.

Jari no aparta ni la vista ni los brazos de ella mientras le dice:

—No me explico qué me está haciendo esta tía.

Anna-Karin humedece los labios como ha visto que hacen las chicas de las películas porno que ha estado viendo a escondidas. Cae en la cuenta de que seguramente también está tragándose un poco de la saliva de Jari, porque tiene la boca llena y, por alguna razón, la idea no le resulta repugnante. De hecho, no le resulta nada repugnante.

Anna-Karin se acerca y le susurra a Jari al oído:

—Vamos a buscar un sitio donde hacerlo. Quiero hacerlo ahora mismo.

Jari asiente y le da un beso fugaz en la boca. Solo con eso Anna-Karin siente impulsos eléctricos por todo el cuerpo. Quiere más. Ahora mismo.

Vuelven al centro de la fiesta. Se queda atónita al ver otra vez a toda aquella gente. Anna-Karin trata de conseguir que se aparten, pero apenas puede mantenerse en pie.

Deja que Jari vaya delante y abra paso para los dos.

—¿Al piso de arriba? —le pregunta a gritos por encima del hombro.

Anna-Karin asiente, pero entonces ve a Vanessa y a Linnéa acercarse indignadas. Qué absurdo. Le suelta la mano a Jari.

—Ve tú delante y mira si hay alguna habitación libre, yo te espero aquí —le dice.

Se cruza de brazos y las espera. Esta vez no piensa echar a correr.

El agua sale con fuerza del grifo de la bañera. Lo único que Minoo puede hacer es mirar mientras la superficie del agua asciende lentamente. El vapor ha empañado el espejo y el pijama se le pega ligeramente al cuerpo.

Minoo está ahí, en algún lugar dentro de sí misma, y quiere salir. Se encuentra atrapada en su propio cuerpo, encerrada detrás de su propio rostro. Oye que echan la llave de la puerta del cuarto de baño a su espalda. Se oye un clic. Ella trata de gritar pero el grito no llega a las cuerdas vocales.

Todos los detalles del cuarto de baño se evidencian con una claridad cristalina. Es capaz de percibir cada hilo de la esponjosa alfombra del cuarto de baño que tiene bajo sus pies. Cada estría del agua que sale del grifo. El cemento gris oscuro que une los azulejos.

¡Déjame en paz!, grita en su interior. ¡Déjame ir!

No puedo.

Lo más aterrador es que la voz suene tan amable, tan agradable.

El grifo de la bañera se cierra. Minoo contempla la superficie del agua, donde flotan unas motas de polvo. Ve caer del grifo las últimas gotas.

Llaman a la puerta.

—¿Minoo? —dice su madre.

Suena adormilada. Minoo se la imagina al otro lado de la puerta, a menos de un metro de distancia, envuelta en su vieja bata de color rojo oscuro.

¡Mamá!, piensa Minoo. ¡Mamá, ayúdame!

—Me he despertado, no podía conciliar el sueño y he pensado darme un baño caliente. Perdona si os he despertado —se oye decir Minoo.

—De acuerdo. Pero ten cuidado de no quedarte dormida en el agua —le dice su madre antes de marcharse.

Minoo da unos pasos al frente. El calor que sube de la bañera le da en la cara.

Pronto habrá pasado todo. No quieres seguir aquí. No tienes ni idea de lo que te espera en este mundo. Todo irá a peor. Mucho, mucho peor. Y todo para nada. Es absurdo luchar. Tú, con lo que te gusta la lógica, ya has llegado a esa conclusión, ¿verdad? No podéis vencer.

Minoo mete un pie en la bañera. El agua está muy caliente pero no llega a quemar. Mete el otro pie. Las perneras del pijama se le pegan a las pantorrillas. Le suplica a esa presencia extraña que la deje libre. Se lo ruega.

Todo ese sufrimiento, Minoo, es solo el principio. Créeme. Esto es más fácil.

El agua va envolviéndole el cuerpo mientras Minoo se sumerge en la bañera. Se le llena de aire la chaqueta del pijama, que se hincha como un globo, y ella lucha por mantener la cabeza por encima de la superficie del agua.

Por un instante puede ver lo que la retiene, una especie de humo negro que la rodea. Concentra toda su fuerza de voluntad en dispersarlo y enseguida parece que el humo se aligera un poco.

Minoo recupera el control sobre sus manos. Se agarra convulsamente al borde de la bañera. Le tiemblan los brazos por el esfuerzo.

Suéltate, Minoo.

Vuelve a perder la fuerza en los dedos. Se le estiran y se sueltan del borde de la bañera. Se hunde. El agua caliente le cubre la cara.

No tiene ningún sentido oponer resistencia.

Si su madre se ha vuelto a dormir, puede que ni ella ni su padre vayan al cuarto de baño e intenten abrir la puerta hasta la mañana siguiente. ¿Estará ya abierta la cerradura o tendrán que forzarla? ¿Tendrá Minoo bajo el agua los ojos abiertos, mirando sin ver?

La fuerza oscura tira de ella hacia abajo hasta que da con la nuca en el fondo de la bañera.

Perdón.

—Venga, ven que te acompañamos a casa —le propone Linnéa.

—Ni hablar —dice Anna-Karin.

El humo de tabaco se extiende como una neblina mezclado con otro de olor más dulzón. Anna-Karin se da cuenta de que puede que lo de beberse un vaso de agua no sea tan mala idea.

Nota un codazo en la espalda y se tambalea un poco. Por un momento cree que va a perder el equilibrio pero consigue mantenerlo moviendo los brazos.

—Mierda, ni siquiera puede mantenerse de pie —dice Vanessa.

—¡Oye, que me han empujado! —protesta Anna-Karin.

La ira que se le enciende por dentro le despeja el cerebro. Ahora lo entiende. Para Vanessa debe de ser un rollazo no seguir siendo el centro de atención todo el tiempo. Y que ahora Jari quiera a Anna-Karin y no a ella.

—No pienso ir a ninguna parte. Vosotras podéis iros si queréis.

—Yo creo que ya has tenido bastantes aventuras por hoy —dice Linnéa.

—Pienso quedarme aquí toda la noche —asegura Anna-Karin—, y voy a perder la virginidad con Jari.

Vanessa se queda literalmente boquiabierta. Anna-Karin no ha visto nunca a nadie quedarse tan estupefacto.

—O sea, que piensas violarlo —dice Linnéa.

—Para nada —responde Anna-Karin.

—Si te acuestas con él en contra de su voluntad será violación.

—Todas sabemos que nunca lo haría voluntariamente —añade Vanessa.

—¡Pero si eso es lo único que quieren los tíos! —grita Anna-Karin—. ¿Qué tío dice que no a eso, eh?

—Anna-Karin —dice Vanessa en tono decidido—. Sé que eres muy inexperta, pero esas cosas no funcionan así. Jari es un ser humano. No alguien a quien puedas utilizar. ¿A ti te gustaría que un chico te hiciera algo así?

—No es lo mismo. Y Jari me quiere de verdad, aunque no lo creáis.

—Estás sobrepasando todos los límites —dice Linnéa.

—¿Pero cómo podéis ser tan hipócritas? —grita Anna-Karin—. Todo el mundo sabe que Vanessa es una furcia. Y tú una drogata, la hija de un alcohólico.

Se oye un estallido y de repente a Anna-Karin le arde la cara. Linnéa le ha soltado tal guantazo que todos los que están cerca se vuelven a mirar. Se hace el silencio en la habitación, salvo por la música, que retumba a un ritmo frenético por toda la casa. Anna-Karin hace todo lo posible por contener el llanto que le inunda los ojos.

Ve a Jari bajando la escalera y le sale al paso.

—¿Ha pasado algo? —pregunta mirándola preocupado.

—Quiero irme contigo a casa —responde Anna-Karin.

Las últimas burbujas de aire salen de la boca de Minoo y se elevan hacia la superficie. Se le contrae el pecho convulsamente. Lucha contra la presencia negra que quiere abrirle la boca para que los pulmones se le llenen de agua.

Le zumban los oídos, el zumbido sube y baja al ritmo del latir del corazón. Le entra el agua en la nariz, en la garganta.

¡No!

De repente nota que se atenúa la tensión.

No puedo

Y la presencia negra, que hacía un instante ondeaba a su alrededor bajo el agua, que giraba describiendo remolinos bajo la superficie, se disipa súbitamente por completo.

No pienso hacerlo. No pienso obedecer.

Minoo saca los brazos del agua. Manotea en el aire. La adrenalina le fluye veloz por todo el cuerpo y le da la fuerza que necesita. Apoya los brazos en el borde de la bañera y toma impulso para incorporarse.

El agua rebosa, cae al suelo ruidosamente. Escupe y tose hasta que siente náuseas y al cabo de un momento puede llenar de aire los pulmones por fin, ¡por fin! Le entra un poco de agua y vuelve a toser. Esta vez está a punto de vomitar.

Minoo se levanta, le tiemblan las piernas y está a punto de resbalar en la bañera. Se apoya en el lavabo para salir del agua, tiene que sentarse en la taza del váter. Le chorrea el agua por el pelo, por el pijama. Respira con dificultad y ve cómo se va formando un gran charco en el suelo, bajo sus pies. No se atreve a confiar del todo en que haya pasado el peligro.

Alguien aporrea la puerta y da un salto, asustada. Tiran del picaporte.

—¡Minoo! —grita su madre.

Siente un alivio tal que se echa a llorar. Quiere abrir la puerta y arrojarse en los brazos de su madre, pero ¿cómo iba a explicarle lo del pijama empapado?

—¿Qué pasa? —pregunta su madre aporreando la puerta otra vez.

Minoo respira hondo varias veces.

—No pasa nada, me he quedado dormida en la bañera —le responde ella también en voz alta.

Tiene la voz ronca, quebrada. Apenas la reconoce cuando rebota en los azulejos.

—Pero Minoo, ¡por Dios! Te dije que…

Minoo apoya la frente en las manos. Le tiembla todo el cuerpo.

—Perdón —dice su madre con voz más serena—. Es que me he asustado. ¿Quieres que entre?

Minoo se obliga a sonreír, con la esperanza de que eso le ayude a sonar despreocupada.

—Estoy bien, tranquila, solo voy a secar el suelo —responde.

Minoo se quita el pantalón y la chaqueta del pijama, que caen pesadamente en el suelo con un plas. Antes de atreverse a meter la mano en el agua para quitar el tapón, se queda dudando un buen rato.

Anna-Karin se sienta discretamente en la cama deshecha. Aún lleva el vestido color rosa chillón. Se tumba, y el pelo queda esparcido por el almohadón. Trata de cerrar los ojos para no tener que ver cómo da vueltas la habitación, pero solo consigue sentirse más mareada.

Se le ha pasado un poco la borrachera durante el largo paseo por el bosque y ahora está muy nerviosa.

—¿Y si se despiertan tus padres? —pregunta en un susurro.

—Qué va. Su habitación está en el otro extremo de la casa.

Jari se quita el jersey. No lleva camiseta debajo. Tiene la piel blanca, lisa y tensa sobre los músculos. Anna-Karin apenas se atreve a mirar, pero tampoco puede evitarlo. Él se desabrocha los vaqueros y se inclina para bajárselos. No se le ve la cara tras el largo flequillo negro.

Y allí está, con unos bóxers tan ajustados que Anna-Karin ve el contorno de lo que hay debajo. Jari se dirige hacia la cama, aún con los calcetines puestos. Por alguna razón, Anna-Karin concentra en ellos todo el pánico que siente.

¡QUÍTATELOS! ¡QUÍTATELOS!

Él se para en seco y se quita los calcetines como si le quemaran.

Luego le sonríe como disculpándose y se mete en la cama.

Se quedan un rato tumbados uno frente al otro, mientras él juega con un mechón de su melena. Desliza la rodilla hacia arriba por la pierna de Anna-Karin y se acerca un poco más, la besa despacio mientras tantea el bajo de la falda y se la sube hasta las caderas.

Todas sabemos que nunca lo haría voluntariamente.

Anna-Karin lo detiene. Le pone la mano en la mejilla y lo mira profundamente a los ojos, tratando de interpretar aquella mirada llena de deseo y un tanto empañada. ¿De verdad que quiere estar aquí conmigo? ¿De verdad que quiere hacer esto?

Anna-Karin respira hondo y le sostiene la mirada. Luego, de repente, para. Y deja de ejercer su poder.

En un primer momento, no ocurre nada. Él la mira con una sonrisa paciente, sin comprender.

Luego, algo cambia en el brillo de sus ojos. Es como si se le hubiera caído un velo. Y vuelve a ellos la chispa.

Jari aparta la mirada. Se rasca el brazo con gesto ausente. La mira otra vez. Y la ve de verdad.

Anna-Karin se sabe esa mirada de memoria. La ha visto más veces.

—¿Qué coño haces tú aquí?

La habitación empieza a darle vueltas de nuevo, como si estuviera cayendo hacia atrás en una cámara lenta interminable. Siente una arcada que le recorre todo el cuerpo, como un escalofrío. Imposible de reprimir.

Se levanta de un salto y abre la puerta. La arcada toma impulso en lo más hondo del estómago. Anna-Karin mira aterrada a su alrededor buscando algún baño en el pasillo a oscuras. Montones de puertas.

Hasta que sube el vómito, un líquido agrio llega hasta la boca tan rápido como una bala de cañón. Sale corriendo al pasillo, apretando los labios más aún, lo retiene todo en la boca, le sale un poco por la nariz y solo ese poco es tan asqueroso que tiene la certeza de que habrá más en cualquier momento. Le retumba el estómago, con un sonido increíble, no demasiado diferente del mugido de una vaca.

Ve el corazón que hay clavado a una de las puertas. Tira del picaporte.

La puerta del aseo está cerrada con llave.

Hay alguien dentro.

Anna-Karin se arrodilla. La vomitona sale disparada por la boca, a borbotones, mientras le gotea por la nariz. Le tiembla todo el cuerpo, se le encoge el estómago y una nueva cascada de vómito salpica el suelo y la pared. Suena como si estuvieran vaciando un cubo de agua.

Unos segundos después se le ha pasado todo. Se limpia la boca con el dorso de la mano. No puede ni mirar lo que ha dejado tras de sí.

—¿Jari? —pregunta una mujer desde el interior del aseo.

A Anna-Karin le pesa tanto la cabeza que solo quiere tumbarse y cerrar los ojos, pero se levanta y corre sin pensar hacia la habitación de Jari. Casi chocan en el umbral.

—¿Qué coño está pasando? —pregunta Jari.

Al fondo del pasillo, alguien tira de la cadena. Seguramente, la madre de Jari, que está en el cuarto de baño. Anna-Karin mira a Jari una vez más. Tiene una expresión de asco y de desconcierto.

Y Anna-Karin sale corriendo. Corre hacia la puerta por la que se colaron en silencio Jari y ella hacía tan solo un cuarto de hora. Le cuesta coger el picaporte con la mano sudorosa, pero al final la abre. El aire frío le da en la cara, recuerda el anorak y, de un tirón, lo arranca de la percha.

A su espalda oye la voz de la mujer, que maldice a gritos asqueada. Anna-Karin comprende que ha debido de meter los pies en su vomitona al salir del baño.

Quizá debería arreglar las cosas, controlar a Jari y a su madre y hacerlos olvidar todo aquello. Pero se odia demasiado. Mira, Anna-Karin, lo asquerosa y lo imbécil que eres; mira lo que sucede cuando tratas de obtener algo que no te mereces.

Anna-Karin corre más que nunca. Corre como el viento. Atraviesa la explanada, se adentra en el bosque. Le retumba la cabeza y le duele el estómago, pero ella sigue corriendo, corriendo, corriendo sin parar.