-Seguramente ya habrás oído alguna descripción -respondió
Brom.
-Sí, pero ¿cómo es en realidad?
La mirada de Brom se enturbió, como si estuviera contemplando
una escena recóndita.
-El mar es la encarnación de la emoción: ama, odia y llora;
desafía todos los intentos de que lo capturen con palabras y
rechaza todas las cadenas. Digas lo que digas sobre él, siempre
queda algo que no se puede explicar. ¿Recuerdas que te conté que
los elfos habían venido por el mar?
-Sí.
-Aunque vivían muy lejos de la costa, sentían una gran
fascinación por el océano. El ruido de las olas al romper en la
orilla y el aroma de la sal en el aire los afecta profundamente y
han inspirado algunas de sus canciones más bellas. Hay una que
habla de ese amor, ¿te gustaría escucharla?
-Sí, mucho -respondió Eragon, interesado.
Brom se aclaró la garganta y dijo:
-La traduciré del idioma antiguo lo mejor que pueda. No será
perfecta, pero te dará una idea de cómo sonaba la versión original.
-Tiró de las riendas de Nieve de Fuego para que se detuviera y
cerró los ojos. Se quedó en silencio durante un rato y luego cantó
en voz baja- ¡Oh, liquidez tentadora bajo el cielo azur, tu
extensión dorada me llama, me llama…!
Porque me haría a la mar de ahora en adelante, si no fuera
por la doncella elfa que me llama, me llama.
Y ata mi corazón con un lazo de azucena, que jamás se romperá
si no fuera por el mar, siempre desgarrado entre los árboles y las
olas.
Las palabras resonaron de forma inolvidable en la mente de
Eragon.
-Sólo he recitado una estrofa, pero esa canción, Du Sil-bena
Batía, dice mucho más: cuenta la triste historia de dos enamorados,
Acallamh y Nuada, que estaban separados por su anhelo del mar. Para
los elfos es una historia con gran significado.
-Es muy bonita -dijo con sencillez Eragon.
Cuando se detuvieron aquella noche, las Vertebradas eran un
contorno apenas visible sobre el horizonte.
En cuanto llegaron al pie de las montañas, giraron y las
siguieron hacia el sur.
Eragon se alegraba de estar otra vez cerca de las
Vertebradas: eran un reconfortante límite con el mundo. Al cabo de
tres días llegaron a un camino ancho en el que había huellas de
ruedas de carros.
-Esta es la ruta principal entre la capital, Urú'baen, y
Teirm -dijo Brom-. Es una ruta muy transitada y la favorita de los
mercaderes, así que debemos tener más cuidado. Aunque no sea la
época más ajetreada del año, habrá gente que pasará por
ella.
Los días transcurrieron deprisa mientras recorrían las
Vertebradas en busca del puerto de montaña. Eragon no podía
quejarse de aburrimiento: cuando no estudiaba el idioma de los
elfos, aprendía a cuidar a Saphira o a practicar la magia. También
aprendía a cazar por medio de la magia, lo que les permitía ganar
tiempo: sostenía una piedra pequeña con la mano y se la disparaba a
su presa. Era imposible errar. Todas las noches los resultados de
sus esfuerzos terminaban asados en el fuego y, tras la cena,
luchaba con Brom con la espada y, de vez en cuando, con los
puños.
Las prolongadas jornadas y el trabajo extenuante eliminaron
el exceso de grasa del cuerpo de Eragon. De ese modo los brazos del
muchacho se volvieron fibrosos y la bronceada piel se tensó sobre
los proporcionados músculos.
«Todo en mí se está poniendo fuerte», pensó
escuetamente.
Cuando al fin llegaron al puerto de montaña, Eragon vio que
un río surgía impetuoso de él y cruzaba el camino.
-Es el Toark -explicó Brom-. Lo seguiremos hasta llegar al
mar. -¿Cómo es posible si sale de las Vertebradas en esta
dirección? -se rió Eragon-. Es imposible que desemboque en el
océano, a menos que vuelva por donde ha venido.
Brom giró el anillo que llevaba en el dedo.
-Porque en medio de las montañas está el lago Woadark del que
surge un río en cada extremo, y ambos se llaman Toark. Ahora vemos
el que fluye en dirección al este, que después forma un recodo
hacia el sur y cruza la maleza hasta llegar al lago
Leona.
En cambio, el otro río va hasta el mar.
Al cabo de dos días de transitar por las Vertebradas,
llegaron a un promontorio desde el que se veía perfectamente el
otro lado de las montañas. Eragon notó cómo el paisaje se hacía más
llano a lo lejos, y refunfuñó al comprobar la distancia que aún les
faltaba por recorrer.
-Ahí abajo -señaló Brom-, hacia el norte, está Teirm. Es una
ciudad antigua, y algunos dicen que fue el primer lugar de la
Alagaësía al que llegaron los elfos. Jamás ha sido derrotada su
ciudadela, ni vencidos sus guerreros.
Espoleó a Nieve de Fuego y se alejó del
promontorio.
Hasta el mediodía del día siguiente no consiguieron descender
por las laderas y llegar al otro lado de las montañas, donde las
tierras boscosas se aplanaban bruscamente; como ya no había
montañas tras las cuales ocultarse, Saphira volaba cerca del suelo
y usaba todas las anfractuosidades del terreno para
esconderse.
Al salir del bosque notaron un cambio: los campos estaban
cubiertos de hierba y de brezo, y al caminar sobre ellos, se les
hundían los pies. El musgo recubría las piedras y las ramas, y
bordeaba los arroyos que serpenteaban por el lugar. El camino
estaba lleno de charcos de lodo que los caballos pisoteaban y, al
cabo de poco rato, Eragon y Brom quedaron recubiertos de
salpicaduras de barro. -¿Por qué es todo tan verde? -preguntó
Eragon-. ¿No hay invierno aquí?
-Sí, pero es suave y, además, la humedad y la neblina que
provienen del mar mantienen la vegetación muy viva. A algunos les
gusta este clima, pero yo lo considero triste y
deprimente.
Al caer la noche instalaron el campamento en el lugar más
seco que encontraron.
-Deberías seguir montando a Cadoc -comentó Brom mientras
comían- hastaque lleguemos a Teirm. Ahora que salimos de las
Vertebradas, es probable que nos encontremos con otros viajeros y
será mejor que estés conmigo. Un anciano que viaja solo despertaría
sospechas, pero si te tengo a mi lado, nadie hará preguntas.
Además, no quiero que, al entrar en la ciudad, alguien que haya
visto que no iba acompañado te vea aparecer de repente. -¿Usaremos
nuestros nombres? -preguntó Eragon.
Brom se quedó pensando.
-No creo que podamos engañar a Jeod porque sabe el mío, y me
fío de él para decirle el tuyo, pero para los demás, yo seré Neal,
y tú, mi sobrino Evan. Si cometemos un error y nos delatamos, no
creo que sea muy grave, pero no quiero que todo el mundo sepa cómo
nos llamamos. La gente tiene la fastidiosa costumbre de recordar lo
que no debe.