Capítulo 11

Fane esperaba en un banco del parque Huntington. Al otro lado de la fuente, cerca de las pérgolas, media docena de ancianas chinas se mecían a través de las ondas de la luz vespertina en una lenta y mustia secuencia de tai–chi.

Vio a Moretti antes de que este lo descubriese a él; estaba contemplando la escalinata de la catedral Grace cuando se vio sorprendido por una horda de turistas que salían del templo. Justo cuando Moretti cruzaba la explanada de delante, la muchedumbre se lo tragó.

El grupo iba en dirección a la calle Taylor cuando de repente se paró en seco. Moretti pudo cruzar ya solo hasta la escalera del parque Huntington.

Esbozó una sonrisa al acercarse a Fane con sus habituales andares desgarbados. A este último siempre le resultaba fascinante la naturaleza cambiante de sus rasgos: a veces se imponían los de su madre china y otras los de su padre siciliano. En ese momento era más Shen que Moretti.

—Qué elegante vas —le piropeó Moretti mientras se acercaba al banco y se sentaba.

—No nos veíamos desde hacía varios meses —comentó Fane.

Moretti sonrió, se arrellanó en su lado de banco y contempló a Fane:

—Quieres que te hable de Vera List.

—Tu hermana la conoce, ¿no?

—Así es —asintió Moretti, cuya mirada reparó entonces en el grupo de tai–chi—. Yo no la conozco bien, lo que sé es más que nada por mi hermana. Pero he coincidido con ella un par de veces. Me pareció muy agradable. Supongo que ya la has conocido.

—Sí.

—¿Interesante?

—Bastante.

—¿Sabías que asesinaron a su marido?

Por una milésima de segundo Fane se enfadó consigo mismo por no saberlo.

—No.

—Hace nueve meses. Lo asaltaron, le atracaron y le dispararon. Nunca atraparon al culpable.

—¿Qué pasó?

—Él también era psicoanalista. Por aquella época vivían en Saint Francis Wood. Una noche lo llamaron, un cliente con una crisis o algo por el estilo. Se paró en un tiendecilla por el barrio de The Mission y cuando volvía al coche le dispararon. Se lo llevaron todo: reloj, anillos, cartera; hasta los zapatos.

—¿Hijos?

—No. Estaban los dos volcados el uno en el otro y en su trabajo. Vera vendió la casa y se mudó a una urbanización de Laurel Heights. Ahí fue donde conoció a Gina, que es una persona receptiva, que sabe escuchar. Al principio Vera hablaba mucho, ya se sabe: la persona adecuada en el momento adecuado. Estuvieron muy unidas durante un tiempo, hasta que Vera se mudó a Russian Hill.

—Cerca de la consulta.

—Exacto. Conforme pasó el tiempo y Vera volvió a enfrascarse en su trabajo, ella y Gina dejaron de verse. Me da la impresión de que para Vera toda su vida es el trabajo; sobre todo ahora. No tiene mucho tiempo para las amistades. —Reflexionó un segundo—. Supongo que cuando te pasas el día escuchando hablar a la gente...

Moretti se encogió de hombros. Ambos se quedaron mirando el grupo de tai–chi mientras los integrantes cambiaban lentamente de posición.

—Bueno, ¿y cómo te ha ido a ti con ella?

Fane le contó a Moretti prácticamente todo, guardándose lo justo para sentir que estaba respetando la confidencialidad de Vera. Al igual que Roma, Moretti se quedó fascinado, y vio claramente lo graves que podían llegar a ser las tribulaciones de la psicóloga.

—Esa es casi toda la película —dijo Fane, cambiando de postura en el banco y cruzando las piernas hacia el otro lado.

Moretti permaneció en silencio, absorto en los chorritos que salían de las pilas de mármol rosa de la fuente.

—Le echa valor —musitó—. Me pregunto si lo estará llevando así por lo de su marido.

—¿A qué te refieres?

—A que a lo mejor ve un paralelismo entre que alguien le sustraiga los archivos y el robo a mano armada de la vida de su marido. No permitirá que vuelva a pasarle.

—No sé —reconoció Fane.

Shen se volvió hacia él:

—Tienes que ser realista con eso de que no quiera que sus pacientes sepan qué está pasando, que no quieran que hablen entre sí. Respétalo mientras puedas, pero si eso se cruza en tu camino, tienes que pasar del tema. Lo sabes, ¿no?

—Sí, ya.

—A lo mejor no llega a enterarse nunca.

Fane notaba que Moretti le estaba dando vueltas a algo que quería decir. Se decidió a hablar:

—Mira, Marten, sé que te gusta este caso; tiene su chicha. Es como un buen acertijo. Y sé que he sido yo quien te la ha mandado, pero no podía imaginarme ni por asomo que Jeffrey Safra Currin estuviese implicado. Es una locura. Se puede volver contra ti de millones de maneras.

—La que tiene el problema es su mujer.

—No te engañes.

Se oyó un tranvía que remontaba entre traqueteos la calle California y el vuelo de las golondrinas del tai–chi dio otra vuelta de tuerca.

—No me hace gracia tener que dejar el caso porque esté involucrada la mujer de Currin.

—Venga, Marten.

—Lo digo en serio.

Shen asintió. Vale, vale. No hacía falta gastar más saliva en advertencias. Fane se había involucrado, y no tenía que explicarle a Moretti las razones de sus palabras; se dedicaban a eso. Lo cierto era que a Shen Moretti le gustaban los acertijos tanto como a Fane, y tenía el cuerpo tan acostumbrado a esas cosas que sería raro que su amigo no le convenciese.

—Bien, ¿qué te preocupa? —le preguntó Moretti.

—Lo que no me está contando.

—¿Lo que se está callando a sabiendas?, ¿o lo que simplemente no se da cuenta de que es importante?

—Ambas cosas; en ese orden.

—¿Qué me puedes contar de lo primero?

—Tengo la sensación de que la relación de Vera y Elise es más como de hermanas que de terapeuta–paciente. Cuando Vera me contó la historia de Elise, hizo todo lo posible por parecer profesional pero no pude evitar captar un matiz menos médico en su voz.

—De modo que el hecho de que Vera se niegue a que hables con Elise puede tener tanto que ver con proteger a su paciente en el plano personal como con sus preocupaciones profesionales.

—Puede ser.

Fane se quedó contemplando a Moretti mientras este le daba vueltas a la idea en su cabeza. Una bandada de palomas que pululaba por los alrededores de las escaleras que bajaban desde la calle California rompió a volar de repente y trajo así a Moretti de vuelta a la realidad.

—Sea lo que sea lo que ese tipo esté tramando, es interesante que lo esté haciendo de esa forma.

—¿Qué quieres decir?

—Puede que descubriese a Lore mientras hurgaba en los archivos de Vera en busca de información sobre Elise. Pero ¿cómo llegó a enterarse de que Elise estaba viendo a una terapeuta? ¿Se lo dijo ella? ¿O también lo descubrió en los archivos? Y en tal caso, antes de nada, ¿qué demonios andaba haciendo en los archivos de Vera? Lo que me pregunto es qué fue primero para este tipo, si los archivos o las mujeres.

Fane dejó a Moretti en el parque Huntington y estaba ya de camino a su coche, en la calle Sacramento, cuando le vibró el móvil: era Vera.

—Marten, acabo de terminar la sesión con Lore Cha. —Se la oía tensa, aunque procuraba que no se le notase—. Pasó una noche con nuestro hombre que la ha dejado petrificada. Tengo un nombre para usted. Y creo que he averiguado una forma para que pueda hablar con ella.

Para cuando Vera terminó de describirle la sesión con Lore, Fane ya había alcanzado el Mercedes.

—Eso es todo. No tiene ninguna gana de volver a verlo en la vida. Jamás. No sé cómo querrá usted lidiar con esto.

—Lo primero de todo, ha sido muy inteligente al lograr que Lore acceda a verme —la elogió Fane—. Me pondré en contacto con ella esta misma mañana, y le dejaré bien claro que he conseguido su número a través de un intermediario. Eso la mantendrá a usted al margen.

—Bien, gracias.

—¿Cómo interpreta usted lo que está ocurriendo con el tal... Philip Krey?

—Cielos, la verdad es que no sabría decirle, aunque no cabe duda de que ya no se molesta en ser muy sutil. Está pasando a lo concreto, coge detalles explícitos de mis notas y los incorpora directamente en sus juegos de rol.

—¿No es muy arriesgado por su parte?

—Depende de adónde quiera ir a parar con todo esto.

—Tiene que saber que la está asustando.

—Por supuesto que lo sabe. Tenga las razones que tenga, está intensificando la relación.

—Vale, entiendo —dijo Fane intentando sonar como si lo tuviese todo controlado. Notaba la tensión en la voz de Vera y tenía que ayudarla a calmarse—. Concentrémonos solamente en el siguiente paso: tiene que inventar apuntes nuevos para la sesión de Lore. Tenemos que impedir que él sepa que está asustada, que quiere romper con él.

—De acuerdo, me pondré a ello.

—¿Qué hay de Elise? —le preguntó Fane.

—Tenemos sesión mañana por la tarde.

—Vale, pues intente sacarle un nombre, como mínimo.

—Lo intentaré.

—Lo está haciendo muy bien, Vera. Ahora me pondré en contacto con Lore.

En cuanto colgaron, Fane guardó el número de Lore Cha en su BlackBerry y lo marcó. Quería llamarla cuanto antes: si la pillaba por sorpresa, conseguiría mantener la sensación de urgencia que ya la estaba acuciando.

—Aquí Townsend.

—¿Quién?

—¿Hablo con Lore Cha?

Vacilación suspicaz.

—Sí.

—Tengo entendido que necesita ayuda con un problema.

—¿Le ha llamado Vera?

—Me ha llamado un hombre.

Vacilación.

—Townsend no es su apellido real, ¿verdad?

—No.

—¿Cuándo podemos vernos?

—Ahora mismo.

Vacilación.

—Hum... vale, está bien. ¿Dónde?

—¿La están siguiendo?

La pregunta la cogió desprevenida.

—Yo... esto... No.

—¿Cómo lo sabe? —Silencio—. Bien, mandaré un taxi para que la recoja y la traiga a un sitio donde podremos reunirnos en privado.

—¿Es necesario?

—Si no está segura de que no lo sea, entonces la repuesta es sí.

Lore le dijo dónde dejaría el coche y colgó. Fane llamó a un taxista que sabía qué hacer y cómo.

Acto seguido marcó el teléfono de Bobby Noble y le pidió que le rastrease un nombre: Philip Krey.

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