III
La caída
DESDE los maizales y viñedos que rodean la Huerta del Mataquito, por ambas feraces riberas del río, hasta Licantén; desde la miserable Caleta de Iloca, a todo lo largo de esa costa escarpada, batida por un mar siempre solitario, hasta las salinas y lagunas de Boyeruca y Bucalemu; por las risueñas aldeas de Alcántara y Paredones, y otras más, de tierra adentro; en los caseríos que se extienden a orillas del estero de Las Garzas y de tantas otras aguas puras y. tranquilas; desde el Alto del Perdiguero a la Puntilla de Hidalgos, y más allá de la sombría quebrada de los Galaces; desbordándose por todos los caminos que cruzan la cuesta de La Lajuela, y las peligrosas Sierras de Colhué, corre la fama de la vieja médica de Los Conchas.
En su abandono de todo el verano, mientras los padres de los muchachos trabajan en las salinas de Bucalemu, sólo en Alsino tiene la abuela ayuda. Es él el que la acompaña a buscar hierbas medicinales que venden, después, en los pueblos vecinos, o guardan en casa para recetar a los numerosos enfermos que acuden atraídos por el renombre creciente de la vieja curandera. Y ojalá la anciana no contase sino con la compañía del menor de sus nietos; porque cuando llegan su hijo y su nuera, han de pasar borrachos un día y coléricos el otro, y entonces vienen las palabras ruines, los trabajos y malos tratos, y el largo padecer en silencio.
Llámanla vieja bruja, y, porque la creen poderosa en sortilegios, esperan algo de ella; y, como la temen en maleficios, fraguan, borrachos, su muerte. Cuando están así, perdidos, la abuela tiembla y se aleja acompañada de Alsino.
La abuela una vez, mientras por los caminos llevaba a su nieto a la grupa del caballo, exclamó:
—¡Como hijo de borrachos, eres triste, Alsino, y como eres triste, te quedas pensando! No todos los hijos de borrachos son así: tu hermano es callado. Poli es torpe y flojo. ¿No se pasa los días tendido en la arena, durmiendo? Tu hermano duerme las borracheras de tus padres. Cuando a ti te engendraron, ellos estaban en el comienzo de esa mala vida y quizá todavía tuvieran fuerzas de vergüenza. Recuerdo que entre sí se culpaban, y la ira de ellos era por desesperación. Querían ser otros de lo que iban siendo. Tú heredaste su tristeza y los deseos de salir y de cambiar. ¿No andas, tú, Alsino, queriendo ser como los pájaros? ¡Pobre niño; bebiste en la mala leche de tu madre las visiones de sus borracheras!
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Tarde vuelve la abuela del pueblo vecino, adonde fue a vender pacientes encajes y remedios milagrosos. Vuelve fatigada por su vejez y por la vejez de su caballo. Todo es mal humor en su bestia, y caprichos repentinos, y tropezones peligrosos; y todo en ella despierta una furia ciega, y un maldecir, y un menudear varillazos por la cabeza y por todo el curtido cuerpo del caballejo.
Entra ya la madurez del verano. Alsino y Poli pásanlo errantes en busca de moras y de nidos de pájaros. Hacia el lado del mar se levanta una niebla espesa; el sol se ve rojo y sin brillo. Antes de tiempo ya la noche y el frío avanzan, rodando, por las dunas interminables y por las desoladas colinas. Más claridad parece venir de la laguna que del cielo. El frío fulgor de las aguas guía la marcha de la viajera.
La yerma soledad, que acrecienta la llegada del viento de la noche, va poniendo paz entre la abuela y su caballo; y aun cuando ella no profiere ninguna palabra amable de desagravio, ambos, ante el desamparo que los circunda, se sienten solidarios. Así lo da a entender el aspecto del caballo, caminando resignado con la cabeza baja y el pelaje erizado por el viento, y el de la vieja, silenciosa, arropada en su pañolón, trémulas las flores descoloridas de su sombrero y las trenzas flacas y cenicientas.
Callados y friolentos, siguen por la orilla del desaguadero, cuando el caballo endereza las orejas y se detiene, intranquilo, resoplando. Vuelve la ira a reemplazar la fatiga de la abuela, y furiosos varillazos y maldiciones caen sobre la cabezota del terco animal.
Creyendo oír un quejido, la abuela interrumpe su castigo. Bajo el roble solitario que crece a la entrada del pueblo, un pequeño bulto se agita y gime.
No pudiendo conseguir que su caballo avance, la vieja se desmonta. Tirando fatigosamente de las bridas se acerca al roble.
Un paso más, y da un grito y suelta las riendas del caballo, que escapa hacia el pueblo con su trote arrastrado y cansón. Implorando a grandes voces auxilio, la anciana tan pronto se hinca, llamando a Alsino, allí tendido, como se pone de pie, pidiendo ayuda a todos los santos.
El pueblo está cerca; pero las voces de la abuela son débiles, y el viento que viene del mar, deformándolas, las hace bailar y lleva, en ronda, hacia la laguna.
Con Alsino en brazos, las piernas fláccidas, trazando surcos en el sendero arenoso, la abuela arrastra penosamente el cuerpo de su nieto. Los profundos quejidos del niño ponen fuerzas en el desfallecimiento de la anciana.
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Nada temáis ahora, hierbas medicinales que vivís el silencio de las campiñas. No irá en vuestra busca la vieja bruja, porque cada día enceguece más y más y comete, entre vosotras, grotescas confusiones. No irá, tampoco, el muchachuelo de Alsino que os perseguía sin descanso. El muy loco ¿no ha persistido en volar?
El chequén desde hoy, guardará para sí su savia, y no para los ojos enfermos; el jugo blanco de la pichoa no irá a quitar verrugas de las manos femeninas; madurarán en paz los frutos del hinojo, sin temer que las madres entristecidas busquen en ellos remedio para sus pechos exhaustos; y el inocente quilmai no andará mezclado en uniones clandestinas, ayudando a las mozas a perder el fruto de amores veleidosos.