Soy un marqués de ilustre estirpe, de la mejor nobleza, pero no soy escritor, apenas un lector constante de los buenos autores. Me gustaría escribir para el teatro, ser como mi amigo Molière o como Racine. Un día escribí una tragedia y se la mostré a Racine, pues estaba inseguro, como todo autor que se inicia. Esperaba, por supuesto, que a Racine le gustara mi pieza, claramente inspirada en los modelos griegos, como las suyas. Racine, que en esos tiempos no era aún el autor consagrado que llegaría a ser, me preguntó si quería una respuesta franca. Le aseguré que sí; ¿qué otra respuesta habría podido darle? Me dijo entonces, sin rodeos, que desistiera del teatro. Si desea escribir, agregó, escriba cartas, o diarios; no exigen reglas, ni se precisa talento para hacerlo. Pero escribir para el teatro, además de un don especial, que usted no tiene, requiere el conocimiento de innumerables preceptos, que usted ignora.

Pedí luego a Molière que leyera mi manuscrito, sin mencionarle la opinión de Racine. Mi amigo tardó varios días para decirme que había cumplido mi encargo, y cuando lo hizo fue de un modo evasivo, seleccionando con cuidado las palabras. Primero me preguntó por qué había escogido una tragedia y no una comedia; las llamadas piezas serias no solían resultar convincentes, eran más difíciles de escribir y más costosas de representar. Me recordó la lectura que él mismo había hecho en mi casa de su comedia trágica Don García de Navarra, o el príncipe celoso, que tantas expectativas optimistas despertara, y que había resultado un fracaso. Finalmente, afirmó que mi pieza tenía algunas cualidades, pero que aún no estaba lista para ser llevada a la escena. Fue su manera de decirme que había escrito una obra mediocre. No me disgusté con él. Lo amaba. Pero desistí de escribir para el teatro, desistí de ser un artista. Opté por hacer mía, a modo de consuelo, una frase de Michel de Montaigne: Mi arte, mi profesión es vivir.

Aun sin ser escritor, siempre he registrado en cuadernos acontecimientos dramáticos o pintorescos, de mi vida y de las de otros. Lo que hago no es un diario, pues no escribo todos los días, sólo cuando algún asunto me conmueve de alguna forma, o me asombra, o despierta por cualquier motivo mi curiosidad. Y además no consigno, en el encabezamiento de mis registros, la fecha en que fueron escritos, sino apenas los títulos que doy a los temas anotados. Puedo ser a veces poco prolijo, impreciso, y tal vez hable en exceso de mi vida, pero ello me parece normal en escritos de esta naturaleza.

Seleccioné algunos trechos de mis anotaciones para ser publicados anónimamente, como parte de mis memorias. Las descripciones que hago de las intrigas y escándalos de la corte, de la efervescencia de los salones, de la influencia perniciosa del clero y de otras corporaciones, de la rivalidad entre artistas, nobles y áulicos, están, así pueda no parecerlo, vinculadas al tema principal de esta selección: el misterio de la muerte de Molière, víctima de tantas alevosías, incomprensiones, injusticias y violencias a causa de las piezas que escribió.