¿Por qué guardé en secreto la revelación que me había hecho Molière? ¿Por qué, en vez de buscar un sacerdote, no acudí al doctor Mauvillan, médico del comediante, o a cualquier otro, para intentar salvarlo?
La respuesta es sólo una: para protegerme. Yo era amante de Armande. Si descubrieran que Molière había sido envenenado, yo terminaría siendo el principal, o tal vez el único sospechoso de ese crimen: todos saben que los amantes envenenan discretamente a los maridos a quienes engañan, al contrario de los maridos, que cuando se enfadan al saberse engañados, lo cual es raro, matan sin evitar el escándalo, pues la honra, para esos fanfarrones, debe ser lavada con sangre ante los ojos de todos, como si se tratara de una ejecución pública. El uso del veneno podía incriminarme. Por eso callé.
El que no se hubiera hecho una autopsia me favorecía, y también al verdadero asesino; pues, en principio, no existía un asesinato. La muerte de Molière fue atribuida al rompimiento de una vena, causado, según los médicos, por violentos ataques de tos.
(Conversé con el doctor Mauvillan, el médico del comediante. La sangre debe salir hacia afuera del cuerpo, nunca hacia adentro, como sucedió, me dijo. Durante años había tratado lo que él llamaba «estado de ansiedad» de Molière, o «estado de melancolía», causado por la bilis negra, uno de los cuatro humores del organismo, cuyo exceso lleva a la tristeza).
Volviendo a Armande, era hermana de Madeleine Béjart, la principal actriz de la compañía. La conocí cuando llegó a París, aún adolescente, proveniente de una aldea cercana a Nimes, donde había sido criada por una amiga de Madeleine. La troupe de Molière pasó por la ciudad, y Armande se incorporó al grupo. Molière le enseñó el arte de representar (Madeleine dice que fue ella), y Armande adoptó el seudónimo de Menou. Era una adolescente, pero muy pronto se fue transformando en una bella mujer; y, por una de esas celadas del destino, mi atracción por ella se tornó irresistible en cuanto se casó con Molière, rayando los veinte años de edad, en agosto de 1662, en la iglesia de Saint-Germain l’Auxerrois.
Los enemigos de Molière decían que Armande era una mujer promiscua; lo llamaban cornudo y aseguraban que ella era su hija. Había una diferencia de veintidós años entre las dos hermanas. De hecho, Molière había sido amante de Madeleine Béjart desde el tiempo en que los dos eran muy jóvenes; y los maldicientes comparaban la fecha en que esa relación se había iniciado y la fecha del nacimiento de Armande, para probar su repugnante teoría. No existían límites para aquellos envidiosos.
Siempre apoyé a Molière, desde que él, aún muy joven, y contra la voluntad de su padre, comenzó a frecuentar el ambiente teatral e hizo amistad con la Béjart y con Tiberio Fiorilli, célebre como Scaramouche (los italianos dicen Scaramuccia). Molière y la Béjart fundaron l’Illustre Théâtre. Los ayudé a debutar en París, con la protección del tío de Luis XIV, el príncipe Gaston d’Orléans. Pero l’Illustre Théâtre no tuvo éxito, no alcanzaba a pagar sus suministros, y un comerciante en velas consiguió que Molière, por ser el director del grupo, fuera puesto preso por deudas. No pude sacarlo de la prisión de Châtelet porque en 1645 me hallaba guerreando en Alemania. Lo ayudé a volver a París en 1658, tras su peregrinación por la provincia, logrando que hiciera un espectáculo para el rey, en la sala del Vieux-Louvre, que constaba de una tragedia de Corneille, Nicomède, y de una farsa suya, El médico enamorado. La tragedia fue un fracaso; en la troupe de Molière, la Béjart era la única que sabía representar tragedias. Molière era eficiente en las comedias, pero Chapelle solía decir que de no ser él el director de la compañía y autor de las piezas no obtendría los primeros papeles, como sucedía. No obstante, El médico enamorado tuvo gran éxito, y agradó mucho al rey. Después de la ópera, las funciones que más agradaban al rey eran las de teatro; en el teatro prefería las comedias, y entre las comedias se inclinaba por las farsas. No fue difícil conseguir, en ese mismo año, que Molière se instalara en la sala del Petit-Bourbon, compartiendo el espacio con la compañía italiana de Tiberio Fiorilli. Ni tampoco que Monsieur accediera a patrocinar financieramente la troupe. El patrocinio del hermano del rey ayudó mucho a la compañía.
Cuando una actriz de ésta, la bella Marquise-Thérèse, de quien Molière era amante, abandonó la troupe y se unió al grupo de teatro de Bourgogne (dicen que se habría casado secretamente con Racine), fue a mí a quien Molière contó sus cuitas. Pronto él y la De Brie, la nueva estrella de la compañía, casada con uno de los actores, se hicieron amantes. La De Brie y Madeleine Béjart se disputaban los mejores papeles, y por ello, y tal vez porque sabía lo que estaba sucediendo, Madeleine se peleó con Molière, y fui yo el que escuchó con paciencia las lamentaciones del comediante; lo ayudé, luego, a salir de la melancolía que lo dominó cuando Madeleine lo dejó definitivamente. Cuando ella murió, fui uno de los amigos que lo acompañaron en su pena. Fui también el primer lector de las peticiones que hizo al rey, solicitando protección, después de la prohibición de Tartufo. Siempre lo defendí de los ataques que sufrió, e intercedí para que sus piezas fueran liberadas. Logré en su favor la protección del príncipe de Conti, trabajé para que después consiguiera el amparo de Monsieur y finalmente el de Su Majestad. Mi vida estaba ligada a la de Molière. Yo era su amigo.
Él era un mimo extraordinario, y le complacía, cuando estaba de buen humor, exhibir para los íntimos esas dotes, sugiriendo, apenas con un gesto del cuerpo o una expresión del semblante, sentimientos de alegría, dolor físico, deseo, entusiasmo, miedo. Mas para representar la tristeza no necesitaba preparación alguna, se dijera que la tenía firmemente alojada en su alma; ni usaba en tales trances los cómicos recursos que tanto brillo daban a sus otras mímicas. Su rostro permanecía inmóvil, mientras sus ojos lo decían todo, y el más alejado de los allí presentes podía percibir la gran amargura de su mirar y de su cara. Porque en ese momento no estaba representando. Aquella tristeza, aquella melancolía, que lo hacían ver nervioso e insomne, eran verdaderas. Sabedor de ello, no me sorprendía cuando, reunidos en torno de una mesa puesta para la cena, él, que estaba alegre, se tornaba de pronto taciturno, o a veces agresivo, o expresaba un súbito deseo de estar solo. La mayor virtud de un ser humano es la bondad, y Molière era un buen hombre. La otra gran virtud es la capacidad de crear obras de arte. Molière tenía esos dones y merecía toda nuestra paciencia, indulgencia y comprensión.
Pero me sentía culpable de su muerte. Al fin de cuentas, lo había dejado morir envenenado, al buscar cobardemente, mientras él agonizaba, un sacerdote, y no un médico. Verdad es que el médico probablemente no lo hubiera salvado, el veneno ya había empezado a producir su efecto letal; mas ¿cómo saber si los vomitivos, que los médicos aplican siempre a los enfermos, junto con las lavativas y las sangrías, no habrían hecho el milagro?
Pero no sentía culpa por haberlo traicionado con Armande; ni siquiera arrepentimiento. El arrepentimiento, como nos enseña Michel de Montaigne, es una negación de nuestro deseo y una oposición a nuestras fantasías. Además, todo el mundo cometía adulterio, comenzando por nuestro propio bienamado rey, que llevaba a sus amantes a residir en palacio y no podía ver una mujer bonita sin cortejarla. Mas lo cierto es que, acaso por no poder hacer nada más por él, me sentía en deuda con mi amigo. Y sólo había una manera de aplacar mis tormentos: descubrir al asesino de Molière. Ignoraba qué haría cuando lo descubriera. No podría probar nada, a menos que el culpable confesara; ¿pero quién haría algo así, quién aceptaría incriminarse de tal modo sin haber padecido antes suplicio en una cámara de torturas? Y, en primer lugar, yo no podría comprometerme directamente en la denuncia del criminal, tendría que hacerlo por interpuestas personas. Había otros motivos, muy fuertes, para esconderme, pero aún no quiero hablar de eso. La vida de todo hombre está llena de secretos. El secreto que yo ocultaba era un tormento, su revelación podía costarme la vida.