¡No responda al teléfono! ¡Diga no a tía Antoñita!
Error 34. No saber decir que no
Cuando un hombre experimenta límites, se siente estimulado a dar más. (Los hombres son de Marte, las mujeres son de Venus)
¿Sabe que el hecho de que suene el teléfono no significa que lo tenga que descolgar inmediatamente? ¿Sabe que el hecho de que usted disponga de mayor libertad de horarios que algunos de sus clientes, familiares o amigos no significa que tenga que ceder sistemáticamente? ¿Sabe que no tiene por qué estar todo el día con la nariz delante del ordenador para ver quién le ha escrito un e-mail urgentísimo? ¿Sabe que todo lo urgente normalmente no lo es tanto? Aunque la idea general de este capítulo es animarle a que aprenda a decir que «no» cuando lo considere necesario, nos centraremos en dos cuestiones en concreto. La primera es la de que tiene que aprender a gestionar la interrupción. La otra es que debe aprender a decir que no cuando le propongan tratos, trabajos o citas que se extralimiten de lo que usted considere tolerable. Aquí es nada.
Aprender a decir que «no».
Es una habilidad social que no se suele enseñar en el seno de las familias. Es normal. He visto a pocos padres que enseñen a sus hijos a que les lleven la contraria: «Hijo mío, ¡no me digas que sí! Debes aprender a conocerte a ti mismo para decirme que no cuando te diga algo que vaya en contra de lo que deseas». Y sin embargo es una competencia que si no tenemos afecta a nuestra autoestima. Sin saber decir que no cuando hay que decirlo, nuestra capacidad de decisión sobre nuestra propia vida disminuye. Si usted es de los que en ocasiones después de haber cerrado, vamos a decir, una cita a una hora que no deseaba, se lamenta y piensa que debería haber dicho lo contrario, o es de los que a veces se sorprende a sí mismo diciendo que sí a propuestas que en un principio no desea, entonces debe entrenar esta habilidad. Es la habilidad de decir que no. Y la debe cultivar no sólo por los beneficios que le reportará hacerlo en el momento concreto en el que diga que no, sino por la sensación de autocontrol que le proporcionará sobre su propia vida. Hay decisiones cuyo ámbito de repercusión va mucho más allá del de la propia decisión. Ésta es una de ellas. ¿Quiere entrenar esta habilidad? Hay un ejercicio que quizá le pueda ayudar. Consiste en determinar un período en el que usted tiene que decir que no siempre e independientemente de que le convenga o no lo que le propongan. Posteriormente, si después de pensarlo detenidamente, decide cambiar de opinión, puede hacerlo. Siempre puede llamar y aceptar esa propuesta. Quizá no le sea posible hacerlo así siempre, pero entonces puede proponer, dentro de la dinámica del ejercicio, una alternativa muy parecida. Le proponen una cita a la una y a usted le va bien. Perfecto. Usted propone a la una y cuarto. Es casi lo mismo pero no es igual. Usted se está entrenando en la habilidad de decir que no. El objetivo del ejercicio es que se acostumbre a verse a sí mismo con el control sobre una situación concreta. No prolongue este ejercicio indefinidamente en el tiempo. Sería absurdo. Puede y debe pararlo en cuanto se haya dado cuenta de que usted también puede decir que no y que después de hacerlo el mundo sigue girando y en orden.
Gestionar la interrupción.
Si usted es de los que contesta siempre al teléfono y hace lo que le piden inmediatamente, o es de los que responde los correos electrónicos según le van entrando, entonces no sabe gestionar la interrupción. Gestionar la interrupción supone tener la capacidad para que, cuando no lo desea, no le molesten las llamadas, correos electrónicos u otras interrupciones que le puedan afectar en su trabajo. Gestionar la interrupción resulta de vital importancia porque, cuando hacemos sólo una misma cosa cada vez, el tiempo cunde mucho más. Y éste es el principio que justifica aprender a gestionar la interrupción. Es mucho mejor, si tiene algo urgente que hacer o si está reunido, no coger el teléfono y devolver la llamada posteriormente. O cogerlo y explicar que no es un buen momento para hablar y acordar un momento adecuado en el que pueda hablar con la otra persona tranquilamente. El teléfono tiene que convertirse en una ayuda y no en una fuente de interrupciones. Acostúmbrese a concentrar tareas. Devuelva o realice todas las llamadas a la vez. Haga todas las facturas del mes en el mismo momento. Cuando tenga que hacer recados, hágalos todos de una vez. La otra gran cuestión con la que tienen que lidiar los emprendedores es con la de hacer entender a todo el resto del planeta que el hecho de que dispongan de un horario flexible, no significa que no trabajen o que puedan aceptar cualquier cita a cualquier hora. Si cree que esto le ayudará, trate de no aceptar citas o de no hablar por teléfono cuando no piense que tenga que hacerlo. Le tiene que dejar claro a su tía Antoñita que no puede hablar a media mañana sólo por el hecho de que usted no tenga jefe. Cultive el «no» también con tía Antoñita. Y para acabar, una reflexión. El hecho de que aprenda a decir que «no» cuando tenga que hacerlo, no le convertirá en una persona menos popular. Tampoco reducirá su nivel de trabajo. De hecho, es posible que suceda todo lo contrario. Atrévase a probarlo. Atrévase, también en esto, a experimentar y, si es el caso, a equivocarse.