Introducción
Dieciséis años atrás
Por José C. Vales
En 1932 vio la luz una hilarante novela escrita por la periodista Stella Gibbons en la que se narraba la surrealista peripecia de una joven de voluntad férrea y espléndidas pantorrillas: Flora Poste. En aquel relato, la autora se permitía el lujo de entregarse a un humor descabellado, pero más cercano a las burlas inocentes que a la ironía o el sarcasmo. La hija de Robert Poste viajaba a un remoto paraje del sur de Inglaterra, perdido entre las colinas de los Downs, y, de acuerdo con los estrictos parámetros fijados un siglo antes por Jane Austen y sus seguidoras, «organizaba» la vida de todos cuantos encontraba a su alrededor. Flora Poste detestaba que las cosas no estuvieran limpias y ordenadas.
Dieciséis años después, Stella Gibbons emprende la tarea de redactar las nuevas aventuras de su singular heroína. Pero las cosas han cambiado mucho, y no solo para Flora Poste. El personaje puede considerarse feliz, pues se casó con su querido Charles Fairford, tuvo cinco hijos y ahora vive apaciblemente en una rectoría de Londres, frente a Regent’s Park. El mundo real, sin embargo, ha sufrido transformaciones más dramáticas: se ha visto sacudido por el horrendo espectáculo de la Segunda Guerra Mundial (en la novela, «los Recientes Acontecimientos»). Londres vive una espantosa posguerra de hambre y miserias («Segunda Edad Oscura») y el orgullo británico se siente humillado recibiendo la beneficencia americana. La nueva novela de Stella Gibbons no va a prescindir del humor, pero ahora ya no brilla con la alegría «de los lejanos y frívolos años veinte»; ahora se acumula en sus páginas cierta amargura y ciertos tonos de resentimiento contra el ser humano tiñen las descripciones del relato: «Conociéndolo, lo sorprendente sería que todo fuera bien». En Flora Poste y los artistas la autora va dejando caer todos los reproches que tiene para con su mundo, especialmente para con los políticos y los científicos, y no escatimará los sarcasmos a filósofos, pintores y escritores.
A Stella Gibbons se le hace especialmente duro observar la frivolidad de los pensadores, los artistas y los científicos de su tiempo. En plena Segunda Edad Oscura, la autora no va a perdonar la falta de humanidad, ni la voracidad capitalista, ni la ignorancia de los científicos, ni la presunción intelectual, ni el egocentrismo ridículo de los artistas, ni la distante soberbia de la filosofía existencialista, ni la desconcertante vacuidad de las vanguardias («Usted no lo entiende», le dicen los artistas a Flora). Se ha repetido hasta la saciedad, como un mantra sospechoso, la idea de que Flora Poste y los artistas era muy menor respecto a La hija de Robert Poste. Tal vez porque los varapalos y bofetadas que Stella Gibbons reparte a diestro y siniestro en esta novela no resultaron en su momento del agrado de «los exponentes máximos» de la vitalidad artística.
Dieciséis años después de la primera visita a Cold Comfort Farm, nuestra heroína encuentra una granja encalada, limpia, aseada, pintada «como una golfa en el paseo marítimo de Worthing», llena de cartelitos en hierro forjado y numerosos jardincitos pulcramente dispuestos. Se ha convertido en un «centro rural» de convenciones y reuniones. Es terrible, pero «¡ya no quedan Starkadder en Cold Comfort Farm!». La vieja casona era «lo que debía ser», pero a Flora Poste, por alguna razón, le resulta desagradable e incoherente… y antes de que se pueda decir «vi-algo-sucio-en-la-leñera», la heroína se dispone a remediar tan lamentable estado de cosas.
Aparte de los miembros de la familia y los habitantes de la granja, en Flora Poste y los artistas reaparece uno de los personajes a los que Stella Gibbons abofeteó literariamente (mercilessly, en opinión de algunos) en La hija de Robert Poste. Se trata del señor Meyerburg, a quien Flora llama Mybug (“mi pesadilla”, “mi tortura”, “mi chinche”), un escritor obsesionado por el sexo y los instintos, y un tanto misógino, también. Aunque no parece existir constatación alguna por parte de la autora, todo el mundo parece de acuerdo en afirmar que el señor Mybug es un trasunto de D. H. Lawrence. Para cuando se publicó Flora Poste y los artistas, D. H. Lawrence ya había fallecido, pero Gibbons siguió mofándose de Mybug asignándole la autoría de una extravagancia titulada El dromedario. (Es una novela simbólica y larga, que describe la vida de un camello a lo largo de un solo día y, a decir verdad, con un aire muy joyceano). Curiosamente, ya nadie lo llama Meyerburg: todo el mundo lo conoce como Mybug. La autora también presenta a varios artistas que hacen el ridículo con ahínco y el lector tiende a intentar averiguar quiénes se esconden tras los nombres ficticios (y malintencionados) que les impone Stella Gibbons. Por ejemplo, se da por seguro que el escultor Andrassy Hacke, autor de unas monumentales Mujer con niño y Mujer con viento es el escultor Henry Moore (1898-1986), y a juzgar por la obra del artista y las referencias de Gibbons, resulta difícil contradecir esta hipótesis. En algún caso (N. Humble, en The Feminine Middlebrow Novel) también se ha dicho que el pintor Peccavi es un trasunto de Picasso, pero si lo es, las referencias son tan vagas que la identificación resulta un tanto forzada; un pintor relacionado con el fauvisme, como Matisse, se ajusta más a la descripción. También aparece una mujer francesa, hermosa, sonriente y educadísima, que representa a los existencialistas —a pesar de su afición a los diamantes y a los lujos caros—, que pasea con un libro de filosofía bajo el brazo, y a la que maliciosamente se le impone el nombre de Adrienne Avaler (avaler, “tragar”). Pero no todos los personajes se esconden tras nombres fingidos: por ejemplo, se cita explícitamente a don Futurible Wells (H. G. Wells, el padre de la ciencia ficción moderna) y se recuerda a la prolífica y olvidada escritora Charlotte Yonge, sobre cuyas novelas cae rendida de sueño Flora Poste, aunque tienen otros usos como armas arrojadizas.
Hay muchos más: Bob Flatte (flatted, “desafinado”), cuyo nombre se parece demasiado a Benjamín Britten, es el autor de una ópera estrafalaria; Tom Jones es el paradigma del poeta torturado y renegado; Maser Messe, el masoquista que hace «arte perecedero» con masa de pan; el miserable Claud Hubris (hubris, “soberbia”, “orgullo exacerbado”) propone unos derechos humanos basados en el comercio de alimentos (y asombra cómo sus postulados se parecen a los de algunas empresas de alimentación modernas), y a todos estos se une una cohorte de personajes menores (incluido el pobre e ingenuo señor Gonn, que aún cree en los derechos humanos) que no hacen sino contribuir al ridículo general de los tres grupos que, según la teoría sansimoniana, impulsaban las vanguardias: los artistas, los científicos y los industriales. También aparece un personaje llamado Ernetstine Thump (“trompazo”) que parece la imagen burlesca de Elsie Widdowson, la dietista que se ocupó de los problemas nutricionales de Gran Bretaña tras la Segunda Guerra Mundial.
Como en La hija de Robert Poste, la autora hace referencia a acontecimientos, anécdotas, ambientes y personas que apenas puede conocer un lector español de nuestro tiempo (¿qué demonios será el “Lamastide”? ¿A quién se refiere cuando habla de «los Niños del Bosque»? ¿Quién era O. C. Wells, venerado como un santo junto a un pozo? ¿Por qué cantan los científicos una canción sobre los neutrones que dominan los océanos?). Stella Gibbons no malgasta ni un renglón en explicarle a sus lectores referencias sociales, económicas, geográficas, artísticas o literarias, de modo que, en lo posible, en esta traducción se ha procurado identificar buena parte de las referencias que solo conseguirían que el lector levantara la ceja, estupefacto. Por supuesto, la autora continúa con su costumbre de imitar o inventar el lenguaje rural de Howling y alrededores («¿Tú qué crees que quiere decir?», llega a preguntar la protagonista ante un texto incomprensible), con sus clásicos y abundantísimos “slaphammock”, “whoam”, “ungyun”, “Sattidy”, “arter-dinner-cuppa” o el famoso “sukebind”, de difícil traducción al castellano.
Finalmente, es necesario dejar bien sentado que no es imprescindible haber leído La hija de Robert Poste para disfrutar plenamente de Flora Poste y los artistas. Sin embargo, Stella Gibbons no siempre se muestra lo suficientemente condescendiente con el lector como para recordarle los antecedentes vitales de cada uno de los personajes. Para que el lector no se pierda por los embarrados caminos de las colinas de Ticklepenny, he aquí una brevísima nómina con los antecedentes vitales de los personajes más relevantes.
Flora Poste, la joven de voluntad férrea y espléndidas pantorrillas, acudió a la granja familiar de Cold Comfort dieciséis años atrás, y gracias a su talento para organizado todo a su gusto, consiguió que los habitantes de la granja fueran aproximadamente felices. Se casó con su primo Charles Fairford, pastor anglicano y piloto de avioneta.
Mary Smiling es la mejor amiga de Flora en Londres; viuda y rica, tenía abundantes admiradores —la mayoría exploradores locos por ella— y una obsesión: coleccionar sujetadores y corsés. Vive sometida a los caprichos de su viejo mayordomo Sneller.
Reuben Starkadder, a pesar de sus temores y miedos, heredó, como primogénito de la familia, la granja de Cold Comfort. Quiso casarse en su momento con Flora, pero esta lo convenció de que lo mejor sería casarse con una mujer de la familia Dolour (asalariada en la granja): Nancy.
Adam Lambsbreath era el nonagenario vaquerizo de Cold Comfort Farm. Dieciséis años atrás, Flora le regaló un estropajo con mango para que no tuviera que fregar los platos con ramas de espino. Estaba obsesionado con la joven Elfine Starkadder, y cuando esta se casó y se mudó a Haut-Couture Hall, él también se trasladó… con las vacas.
Elfine Starkadder fue el gran proyecto de Flora Poste: le quitó de la cabeza ciertas ideas poéticas y le enseñó los encantadores secretos del Vogue. Además, consiguió que se casara con el joven noble del vecindario, Richard Hawk-Monitor. Ahora vive en Haut-Couture Hall con su marido y sus seis hijos.
Urk Starkadder, hermano de Reuben Starkadder, estaba obsesionado con las ratas de agua; sobre la sangre de una rata se había comprometido a casarse con su prima Elfine cuando esta nació. Flora lo convenció para que se casara con Meriam, una «moza a jornal» muy proclive a quedarse preñada cada vez que florecía la parravirgen.
El señor Mybug era un escritor obsesionado con la sexualidad, especialmente la suya; Flora lo llamaba señor Mybug, aunque su nombre real era Meyerburg, y la hija de Robert Poste consiguió casarlo con Rennet. En la nueva novela de 1949 ya todo el mundo lo conoce como Mybug.
Ada Doom era la gran matriarca de Cold Comfort. Con la excusa de que siempre había habido Starkadder en Cold Comfort y de que había visto «algo sucio en la leñera», tenía sometidos a todos los miembros de la familia, incapacitándolos para poder desarrollar una vida normal. Flora consiguió que la tía Ada Doom abandonara su cuarto y se fuera felizmente a recorrer mundo.
José C. Vales