ROSCOE Y EL PAPA
Cuando caminaba por la orilla del río, Roscoe vio acercarse al Papa pedaleando desde el muelle en la bicicleta papal y le dijo:
—Hola, Papa, ¿adónde se dirige? —El Papa le explicó que Patsy le había invitado a actuar como juez en un concurso de fox-trot que se celebraba en el Arsenal, a fin de recaudar fondos para las Hermanitas de los Pobres—. Estaba releyendo el libro de Habacuc, Vuestra Santidad —le dijo Roscoe—, y me pregunto, al igual que Habacuc, ¿cómo puede permanecer Dios en silencio mientras los inicuos prosperan?
—Recuerda, hijo mío, que Dios aseguró a Habacuc que los designios divinos se impondrán a la maldad; pero eso requiere cierto tiempo.
—¿Cómo puede permitir que sobrevivan los arrogantes y los codiciosos mientras los inocentes sufren? —le preguntó Roscoe.
—Dios dijo que sometería a Mot, el dios de la sequía, y a Yam, el dios del mar —respondió el Papa.
—Mot y Yam —dijo Roscoe—. Es un comienzo. Pero ¿qué me dice del condenado gobernador?
—¡Ay de quien levante un pueblo con sangre y funde una ciudad sobre la iniquidad! —exclamó el Papa.
—¿Se refiere usted a alguna ciudad que conozco? —quiso saber Roscoe.
Pero el Papa ya se alejaba pedaleando hacia el baile.