ROSCOE Y LOS SONIDOS
Roscoe se incorporó cuando estalló el globo, pero, naturalmente, no había ningún globo. Había ido de visita al Museo de los Sonidos Olvidados, y en la pared vio un letrero: «Llámame e iré a liberarte». Desconocía quién podría hacer esa oferta. Escuchó el sonido del triángulo golpeado por el trapero, las campanas del coche de bomberos cuando los caballos cruzaban la puerta del cuartelillo, el sonido del punzón para picar hielo de Owen Ward cuando Owen lo hunde en una barra de hielo, la voz del buhonero judío que vende piñas tropicales: «Piñas, piñas, esas cosas con pinchitos». Oyó a las mujeres vestidas de negro y con pañuelos negros en la cabeza que hablaban en una lengua extranjera mientras cortaban dientes de león en el campo y dejaban caer las flores en un saco de arpillera. Oyó el ruido del cerrojo de un 03, la campana del coche de caballos al entrar en el distrito de los Aserraderos, la campana de San José la mañana del funeral de su padre, el cencerro de la vaca del juez Brady, la rueda esmerilada del afilador que afila el cuchillo del carnicero. Los sonidos parecían indicar un trauma. Una voz desde el gramófono preguntó: «¿En qué año la compasión ganó las elecciones?». Al salir del museo, la acomodadora le dijo: «Llámame e iré a liberarte».