¿Cree realmente Roscoe en los fantasmas?

Ha vivido con los fantasmas de Hamlet y Banquo, con el Jesús resucitado en el camino, con Lourdes, Fátima, los estigmas del padre Pío, con Marley, Drácula, la banda de Topper, los muertos deprimidos de Grover’s Corners[4], el Espíritu Santo en forma de paloma. Ha escuchado a personas razonables, incluida Veronica, que creen haber visto fantasmas. Ha visto fantasmas inventados que engañan a los crédulos, incluida Veronica, ha visto a su padre muerto llamándole por su nombre, y al difunto Elisha afeitándose con una maquinilla eléctrica. Sabe que los fantasmas son alucinaciones, fantasías ópticas, formulaciones de visionarios, suposiciones imaginativas, resurrecciones ilusorias sin más solidez que una promesa política. Pero a veces las promesas se materializan, como hacen los fantasmas, que pueden cambiar la vida de los vivos, de la misma manera que Elisha nos cambió a todos con sus chanchullos después de muerto. Y así Roscoe admite todas las realidades, incluidas las que no existen.

Esta noche la realidad dominante para Roscoe es el amor apasionado, que ha ascendido, caído, ascendido y proseguido con ese ritmo un poco más, y ahora permanece en aparente quietud. Llevan una hora en el Pabellón de los Trofeos, Gilby profundamente dormido, Veronica dormitando en el sofá, dispuesta a levantarse para recibir a los visitantes ectoplásmicos, y Roscoe meciéndose en un balancín junto al fuego recién avivado, contemplando a Veronica amodorrada. Está, como se dice en ocasiones, perdidamente enamorado. Sin poder evitarlo, piensa en el amor que acaba de hacer con ella: cómo se han erguido, sentado, movido, tendido, cómo se han hablado en el lenguaje del amor, cómo se han erguido, sentado, movido, etc., todo ello repetido una, dos veces, y entonces una vez más, etc. Este estado durará varios días con una intensidad decreciente. Más allá de las palabras de amor que ha pronunciado, Roscoe piensa ahora que debe de haberle hablado del futuro, su intención de abandonar la política para iniciar una nueva vida con ella… ¿Qué te parece eso, mi tan sensual adorada? Podrían encontrar una casa nueva y amplia, pues el dinero no es un problema para ninguno de los dos. Ay, en estas cuestiones no debe precipitarse, o parecerá un usurpador. Pero cuando ella se despierte, él señalará que hoy es la segunda vez que él, ella y Gilby han estado juntos lejos de casa, la primera en Puerto Rico, en 1933, cuando volaron allí por el nacimiento de Gilby, al que bautizaron en la isla, Roscoe fue el padrino, el sustituto del padre adoptivo. A medida que el chico crecía, Roscoe fue padre de guardia, padre porque le rogaron que hiciera ese papel, y tras la muerte de Elisha, padre provisional, padre judicial, ¿tal vez preludios a su condición de padrastro de la santa familia Roscoe? Pero no puede actuar con demasiada rapidez, ser un usurpador.

Tomó la botella de Salignac y las copas de coñac que había traído de la casa principal. Dejó una copa junto a la dormida Veronica y las otras para sí mismo, Elisha y los dos fantasmas tradicionales. Dejó los dos sillones de mimbre preparados para estos últimos y trajo una tercera butaca para Elisha. Vertió el Salignac, en distintas cantidades, unas copas más llenas que las otras, dio un poco a Veronica, dejó la de Elisha vacía, se sirvió la suya, se sentó y probó el licor, magnifique, y pensó en la manera de invocar a los fantasmas. Puedes estar ahí sentado hasta Navidad, Ros, pero no aparecerán unos caballeros de elegancia rústica, que hablarán con sonidos del viento y cuyas ectoplásmicas bocas engullirán tu espléndido coñac. Análisis de sangre, elecciones, jueces, jurados, son cosas fáciles, pero ¿un hábeas corpus para los muertos? No conoces sus nombres ni sus caras, no hablan ninguna lengua conocida. Tal vez sean fantasmas genéricos, que perpetúan un estilo de vida de Tristano desaparecido: coñac, prendas de tweed, botas italianas de cuero suave hechas a mano, te has inventado las botas, Ros, y no son fantasmas genéricos, fueron amigos de Ariel, venían aquí con frecuencia, antes de tu época, tenían dinero, uno de ellos era un agente de seguros escocés-irlandés llamado Amos Ford al que le gustaba cazar patos, el otro un pescador con mosca, Seth Cooper, propietario de unos grandes almacenes de Albany. Encontraron un terreno común en Tristano, descubrieron que podían hablar de peces y pájaros indefinidamente, y entonces sus vidas alcanzaron una lúcida pero breve simetría, pues sopló un vendaval que hizo zozobrar la embarcación de Seth y derribó un árbol sobre el escondite para cazar patos de Amos.

—El mismo viento os liquidó a los dos —dijo Roscoe—. Imaginaos.

En la otra vida alcanzaron la apoteosis como ideales de sus respectivas actividades, y se les permitió reunirse en Tristano, en días selectos, para recordar la inmovilidad del agua poco antes de que el vendaval los matara, para recordar con precisión el tamaño, peso, color y señales de cada ave, cada pez a los que habían matado, para considerar si eran más inteligentes los peces o los pájaros, o estaban igualmente dotados de razón, pues cada uno conoce al enemigo y sabe huir de la destrucción que éste inflige; y, considerando que la naturaleza se basa en la injusticia y el sufrimiento, Seth y Amos también tenían órdenes de debatir por extenso si la eliminación de todos aquellos seres vivos cambiaba el mundo natural.

—¿Conocéis a cada pato y pez que habéis matado? —preguntó Roscoe—. ¿Los habéis nombrado?… Unos pocos… ¿Pero reconocéis de verdad a cada uno de ellos?… Asombrosa memoria… Ah, eso es algo que ahí tiene todo el mundo.

—¿Con quién estás hablando? —le preguntó Veronica, con un ojo abierto.

—Con Amos y Seth —respondió Roscoe—. Venían aquí de visita.

—¿Quiénes? ¿Dónde están?

—Aquí, en sus sillas, ¿no los ves? Salúdalos.

—Hola, Amos; hola, Seth.

—Ésta es Veronica —dijo Roscoe—. Sí, es una belleza… la bella durmiente… No, no estamos casados, pero no es mala idea.

—¿Les preocupa que no estemos casados?

—No, pero a mí sí —respondió él—. Son amigos de Ariel, y murieron a causa de un gran vendaval en 1906. Seth es el mayor, el del bigote blanco y el chaleco de cuero color canela. Comprabas en su tienda cuando eras niña, Cooper’s, en la calle North Pearl. Seth os recuerda a ti y a tu madre… Ajá… Seth dice que también te vio en Saratoga.

—Roscoe —dijo ella.

—Déjales hablar.

—¿Estás hablando con los fantasmas? —le preguntó Gilby. Estaba en el umbral de su habitación, en pijama, bata y calcetines deportivos, el remolino del pelo levantado por haber dormido encima de él.

—Ven y siéntate —le dijo Roscoe—. Te presento a Seth y Amos. Los dos conocieron a tu padre cuando era un muchacho. Éste es Gilbert Fitzgibbon, caballeros, mi ahijado.

Gilbert cruzó lentamente la sala y se sentó en el sofá al lado de su madre, sin quitar los ojos de los sillones vacíos. Roscoe volvió a llenar las copas de Seth y Amos.

—Ahí no hay nadie sentado —dijo Gilby—. Nadie se beberá eso.

—¿No? Deberías haber visto lo que había en esas copas hace cinco minutos. Estábamos hablando de caza y pesca, y de si es más inteligente un pato o una trucha… ¿Cómo?… Dicen que viene tu padre.

—No le veo —dijo Gilby—. No veo a nadie.

—Mira esa butaca —le dijo Roscoe, señalando el lugar de Elisha a la mesa—. Quiero decir que la mires en serio, que prestes atención. Escucha en silencio. El sonido más fuerte que notas es el del fuego, escucha, entonces oyes tu propia respiración, luego la mía, escucha y verás todo lo que hay ahí, y poco después empezarás a ver todo lo que no está, sigue escuchando y sentirás simpatía por todas las cosas, oirás brillar a la luna y crecer a la hierba. ¿Recuerdas el aspecto que tenía tu padre la última vez que le viste? Ahora tiene ese mismo aspecto, aunque se ha librado de la mayor parte del pelo gris y parece más joven. Cierra los ojos y mírale. El peinado de siempre, no le han hecho cambiarlo… ¿Ah, sí?… Seth dice que cuando vuelves tienes que elegir tu edad preferida. Tu padre eligió cuarenta y seis, hace ocho años, 1937, el año que los Yankees ganaron la Serie a los Gigantes en cinco partidos y Pleasure Power ganó la carrera Travers de Saratoga. Un buen año para nosotros. Las arrugas de la cara de tu padre no son tan profundas como llegarían a serlo, y tiene más energía. Aquel año tenías cuatro, y tus padres te compraron un triciclo azul por Navidad. John Thacher fue reelegido alcalde, FDR llevaba un año en su segundo mandato, y la segunda guerra mundial aún no había empezado. Los nazis no habían ocupado Viena, por lo que los tíos y tías judíos de tu madre seguían vivos. ¿Ves la ropa que lleva tu padre? Su chaqueta de pata de gallo y parches de ante en los codos, muy parecida a las chaquetas de nuestros visitantes… ¿Qué es eso, Elisha?… Dice que le gusta lo que hemos hecho por él, sobre todo el resultado del litigio… Predice que Alex será reelegido… Eso ya lo sé, Elisha, y ni siquiera estoy muerto… Ah… dice, sí, está tratando de decir… «Me morí demasiado rápido, demasiado pronto, y he dejado un vacío. Lo siento mucho.» —Y la voz de Roscoe se hizo más profunda, adquirió el timbre y la cadencia de Elisha que había imitado durante cuarenta años. Vertió el Salignac en la copa de Elisha.

—«Ojalá hubiera tenido ocasión de hablar con alguien, de decirle lo que pasaba por mi mente, pero no tuve tiempo.»

—Te mataste —dijo Gilby.

—Gilby, ¿qué estás diciendo? —replicó Veronica.

—Todo el mundo lo sabe —continuó Gilby—. Soy el único al que nunca dicen las cosas. Te envenenaste —dijo al sillón vacío, con una mirada de soslayo a Roscoe. Y éste vio en el rostro de Veronica el terror que causa la verdad y temió más que ella.

—¿Sabes qué hacían en la Edad Media? —le preguntó Elisha—. Atravesaban con una estaca el corazón de todo hombre que se había suicidado. Todavía hacen eso con Drácula, pero ya no con los suicidas, porque ahora todo el mundo sabe que los suicidas no existen. Sólo existe la muerte. Algunos mueren años antes de que los entierren. Unos enferman, otros enloquecen. Aquí he conocido a un tipo a quien su mujer aseguró contra la locura, y entonces se volvió loco. Lo encerraron en el asilo, y ella iba a verle cada semana y le llevaba plátanos, aunque él detestaba los plátanos. Entonces se murió. ¿Dirías que lo mató ella o que fueron los plátanos? No sabes qué es lo que enloquece a la gente. Más presión de la cuenta y, zas, el jefe del juego se desquicia. Mi problema estribaba en que no podía decir qué me pasaba por la cabeza, tan complicado era. Lo intentaba, pero no podía expresarlo. Era un secreto, incluso para mí. Supongo que se trataba de alguna clase de código, pero nunca pude interpretarlo. Estaba enfermo, enfermé más y entonces me morí. Dices que me maté, pero estaba muerto antes de que tomara el veneno. Ese veneno estuvo ahí durante años, esperando. Muchas veces no sabemos que tomamos veneno. Podría ser tan sólo como tomar ese gran coñac —y Roscoe levantó la copa de Elisha, bebió de ella y volvió a dejarla en su sitio—. Tratamos de hacer algo, pero antes de que podamos terminarlo, todo cambia y no tiene sentido seguir haciéndolo. Cuando no haces lo único que siempre has deseado hacer, estás enfermo. Tal vez tomaste una decisión desacertada, te equivocaste de ciudad donde vivir, hiciste un trabajo desacertado por razones desacertadas, te casaste con la mujer equivocada; pero yo no hice esas cosas. Veneno en tu organismo, pero no parece veneno. Estás muerto, pero sigues viviendo. Eres un cadáver, pero no puedes ir al cementerio. Hablas, comes, sonríes, pero no sabes que estás haciendo nada de eso, ¿cómo podrías saberlo? Estás muerto. Pero Gilby, hijo mío, tú no estás muerto, ni lo están tu madre y Roscoe. Hoy lo habéis pasado en grande viendo esas águilas. Probablemente Seth puede llamarlas por su nombre, ¿no es cierto, Seth? No. Seth dice que sólo conoce a los patos. Pero un buen día como el de hoy vale mucho. Ha pasado, y mañana volveréis a casa, se acabó Tristano, se acabaron las águilas. Y que un buen día haya pasado a la historia no significa que haya desaparecido. Lo has vivido una vez y lo tendrás siempre en el recuerdo. Has venido a buscarme aquí porque estoy en tu recuerdo, y aquí te estoy hablando de la muerte. No quiero ser lúgubre cuando todos vosotros tenéis tanta vida por delante. Estaréis bien. Tan sólo seguid formulando ese interrogante, el que no sabéis cómo responder y apenas cómo formular. Os hecho muchísimo de menos, y confío en veros más adelante.

En el silencio que siguió, Roscoe tomó un largo trago de su copa y empezó a mecerse de nuevo. Gilby miró con fijeza la silla, y entonces a Roscoe, esperando que siguiera hablando.

—¿Se ha ido?

—Sí.

—¿Se han ido Amos y Seth?

—La verdad es que no estaban aquí.

—¿No?

—¿Estaban?

—Creo que sí —respondió Veronica—. Los he oído.

—¿Adónde han ido?

—Tal vez hayan vuelto al jarrón, como el genio —replicó ella.

—Todos ellos eran Roscoe —dijo Gilby.

—Uno de ellos era tu padre —afirmó Veronica—. Reconocería su voz en cualquier parte.

—Eras mi padre, ¿no es cierto, Roscoe?

—No, pero no me importaría serlo, por si alguien lo pregunta.

—La verdad es que parecía mi padre —le dijo Gilby a su madre.

—Confío en que recuerdes sus palabras —replicó ella—. Qué triste ha sido escucharle, pero qué encantadora visita, ¿no?