—Lleváoslo todo, todo —gimió Pantheus—. Dejad que me vaya.
Valkoth sonrió con ferocidad. Las largas guías de su bigote y los largos colmillos hicieron que pareciera un gruñido animal.
—Tú vienes con nosotros.
—¿Qué? ¿Adónde?
El comerciante parecía estar a punto de echarse a llorar. No parecía en absoluto un conspirador peligroso. Quizá estaba aterrorizado. No era muy habitual que cuatro Lobos Espaciales entrasen en tu casa, en un asteroide fortificado, y te sacaran de la cama a rastras. Era algo que pondría nerviosa a la mayoría de la gente.
—Vienes con nosotros. Es lo único que necesitas saber.
—Pero ¿y mi colección? No puedo dejar aquí a mis preciados iconos.
—Ellos te dejarán a ti dentro de nada.
—¿Qué quieres decir con eso?
Valkoth alzó el bólter y le apuntó de nuevo a la cara.
—Se acabó la cháchara. Te vienes con nosotros. Ragnar, tú vigila su espalda.
Valkoth se giró y se dirigió con Torin hacia la puerta. Ragnar colocó el cañón de la pistola bólter contra la espina dorsal de Pantheus.
—En marcha —dijo—, o te abro un agujero en el estómago lo bastante grande como para que puedas meter la cabeza.
Pantheus comenzó a andar.
Haegr había avanzado por el pasillo. Ragnar se dio cuenta por el ruido de las pistolas bólter. Los disparos láser habían acribillado las paredes. La superficie estaba derretida y en algunos puntos formaba regueros hasta el suelo. La pintura había desaparecido dejando al descubierto la roca viva de debajo. Torin y Valkoth salieron de la estancia. El primero se dio la vuelta para cubrir la retaguardia, mientras que Valkoth saltó hacia adelante aprovechando la baja gravedad y añadió la potencia de fuego de su bólter a las pistolas de Haegr. No quedaba mucho con vida en el pasillo. Una leve humareda subía con lentitud hacia el techo procedente de una pila de cadáveres. Haegr y Valkoth pasaron por encima de ellos.
Ragnar empujó a Pantheus con el cañón de su bólter. El mercader avanzó sin esfuerzo, bien adaptado a la baja gravedad. No parecía tener muchas dificultades de momento para mantener el paso de los Lobos Espaciales. Ya se vería lo que pasaba cuando comenzara a sentir el incremento del peso de su cuerpo en los pisos inferiores.
Los mensajes de la red interna de comunicación le informaron a Ragnar de que los habitantes del asteroide se habían percatado por fin de lo que pasaba. Sabían que alguien había asaltado las estancias privadas de Pantheus y se lo habían llevado prisionero. No les sería muy difícil adivinar lo que ocurriría a continuación, aunque por lo que parecía, todavía no se lo habían imaginado. Si él hubiera estado al mando, ya habría ordenado que se vigilasen todas las compuertas exteriores y las cápsulas de salvamento.
Quizá estaba siendo un poco injusto con los mandos enemigos. Tenían otras cosas en las que pensar, y lo cierto era que los hombres normales no tenían la capacidad de pensar y responder a las situaciones imprevistas con la rapidez de los Marines Espaciales. Las paredes exteriores de la mansión estaban perforadas, y a menos que las repararan y aislaran el complejo, estaban muertos. Dudaba que tuvieran las reservas de aire necesarias para reemplazar las que habían perdido. Además, estaba la nave de la Casa Belisarius, un enemigo formidable que había destruido sus aparatos de comunicación a larga distancia y sus emplazamientos defensivos. Al parecer, el elemento sorpresa había tenido un éxito impresionante. El cronómetro le indicó que habían transcurrido menos de diez minutos desde el inicio del ataque.
Sin embargo, a medida que avanzaban, aumentaba la resistencia. Todo el mundo sabía ya que había enemigos en el asteroide. Estaban atentos y armados, y la mayoría se habían puesto las armaduras espaciales ligeras. Sin embargo, era tal la velocidad del avance de los Marines Espaciales que eliminaban con rapidez a cualquiera que se les enfrentara. Siempre efectuaban el primer disparo, y a menudo solía ser el último.
La respiración de Pantheus comenzó a ser irregular y jadeante, y parecía estar a punto de desplomarse. Ragnar supuso que estaba sintiendo el peso de cada kilo adicional, aunque la gravedad seguía siendo muy inferior a la terrestre. Se preguntó qué era lo que haría aquel individuo cuando tuviera que bajar a Terra. Seguro que tenía que utilizar suspensores para aligerar su peso.
Delante de ellos apareció la cápsula de salvamento que habían elegido para escapar. Un grupo de hombres con uniforme marrón apareció por el otro extremo en el instante en que entraron en el pasillo. Haegr abrió fuego y los abatió. Ragnar metió a empujones a Pantheus en la cápsula.
—¡Ragnar, entra con él! —ordenó Valkoth.
A pesar de la necesidad que sentía de quedarse allí para combatir, Ragnar obedeció. No podían permitirse el riesgo de que Pantheus activase la cápsula sin estar ellos dentro. Sin la baliza de localización que llevaban los Lobos Espaciales, la nave de la Casa Belisarius destruiría la cápsula. No estaban dispuestos a permitir la más mínima posibilidad de que alguien escapara para contar lo que había ocurrido. Ragnar entró inmediatamente detrás del mercader con el arma preparada.
Los demás continuaron disparando desde el exterior de la cápsula. Ragnar sabía el motivo. Al igual que los ascensores, las cápsulas de salvamento podían convertirse en trampas mortíferas si los atacaban en el peor momento. Si alguien les lanzaba una granada mientras la puerta estaba abierta, la explosión sería fatal en un espacio tan reducido. Los disparos láser cruzaban el aíre alrededor de los Lobos. Algunos daban en el blanco. Las armaduras de ceramita se astillaron y derritieron en algunos puntos. Uno por uno, sus camaradas fueron entrando en la cápsula, hasta que sólo quedó Haegr.
—¡Entra ahora mismo! —le ordenó Valkoth cuando pareció que quería quedarse allí todo el día disparando contra sus enemigos. Haegr lanzó un gruñido. Tenía los pelos de la barba erizados y los ojos porcinos entrecerrados. Por un momento les pareció que iba a desobedecer. Valkoth gruñó a su vez y no hubo duda en el tono de mando y de amenaza. Fue muy parecido al de un lobo jefe de una manada que amenazase a un animal joven y sin experiencia que se hubiese atrevido a retarlo. Haegr, algo abatido y avergonzado, disparó un par de veces más antes de entrar en la cápsula.
—Ponte los cinturones —ordenó Valkoth al comerciante. Los demás ya estaban ajustándose los arneses de seguridad y colocándose de nuevo los cascos.
Torin apretó la runa de lanzamiento rápido y la cápsula de salvamento salió disparada al espacio después de liberarse de los enganches de amarre y recorrer a toda velocidad el tubo de salida. Los Lobos Espaciales rompieron por fin el silencio de comunicaciones al activarse sus balizas de localización. La aceleración los aplastó contra los asientos acolchados. La capa de grasa del cuerpo de Pantheus se onduló como si fueran olas. El efecto fue especialmente visible en su doble papada.
—Bueno, lo logramos —exclamó Torin.
—Espera un poco. Eso será si los de la nave no nos hacen volar en pedazos —le replicó Haegr.
Ragnar miró por una de las portillas y vio cómo el asteroide se alejaba velozmente. Unos instantes después, una tremenda serie de explosiones sacudió su superficie en cuanto la nave comenzó a machacarlo para reducirlo a escombros.
—No va a parecer el impacto de un asteroide —comentó Torin.
—No creo que vaya a venir nadie a comprobarlo durante un tiempo. Además, en cuanto acaben con las cargas devastadoras, no quedará mucho que se pueda encontrar.
Pantheus tragó saliva. Estaba muy pálido. A Ragnar no le sorprendió. El comerciante estaba viendo cómo reducían a polvo estelar una mansión que valía billones de ducados, y estaba en manos de unos individuos que no dudarían en absoluto si tenían que hacerle daño. Sin duda, el mercader había conocido tiempos mejores.
Pasó casi una hora antes de que la nave los recogiera, y esperar era algo que nunca le había gustado a Ragnar. Como siempre, existía la posibilidad de que algo saliera mal. Una roca perdida o un disparo desviado podían alcanzarlos. Los sistemas de soporte vital de la cápsula podían fallar y Pantheus moriría. Eran cosas que ya habían sucedido antes. Se alegró cuando la gran silueta de la nave apareció en el portillo de observación y los introdujo por la rampa de acceso delantera, como una ballena que devorase un cardumen de krill.
Alarik los esperaba en el hangar de aterrizaje. Los marineros de la nave tenían cubierta la cápsula con rifles láser, ante la posibilidad de que hubieran cometido un error y se hubiesen equivocado de cápsula. Valkoth fue el primero en salir, con el bólter apuntando al techo. En aquellas circunstancias, cuando los hombres armados estaban nerviosos, lo mejor era no permitir que nadie malinterpretara sus intenciones.
—Veo que lo atrapasteis —dijo Alarik.
—¿Acaso lo dudabais? —replicó Haegr.
—A veces no todo sale como uno quiere —contestó Alarik—. No importa lo buenas que sean las tropas o lo bueno que sea el plan.
—Bueno, pues nada salió mal —insistió Haegr. Sonaba casi malhumorado—. Nada sale mal cuando el poderoso Haegr interviene.
—Haegr lucha como dos hombres —dijo Torin—. Aunque en realidad le resulta fácil, porque abulta por cuatro.
—Veo que llevo demasiado tiempo sin darte tu paliza acostumbrada, Torin —respondió Haegr—. Todos los presentes saben que tengo el valor de cinco hombres.
—Y la vanidad de diez.
—Veo que estás decidido a negar la verdad y a decir la última palabra. Tienes suerte de que no sea tan vulgar como tú.
Los hombres de Alarik se llevaron custodiado a Pantheus. Tenía un aspecto derrotado y hundido, como una vejiga hinchada a la que se le hubiera escapado el aire. Ragnar se fijó en que estaba cojeando. Era evidente que no estaba acostumbrado a soportar el peso normal de su cuerpo y que sabía lo que le esperaba en la sala de interrogatorios.
—Yo no sentiría mucha pena por él, compañero —le dijo Torin—. Pantheus ha sido el responsable de la muerte de muchas buenas personas.
—Tengo hambre —los interrumpió Haegr de repente—. Matar siempre me abre el apetito.
—Dormir también suele abrírtelo —comentó Torin.
—Anda, id a comer algo. Descansad un poco también —les sugirió Valkoth mientras se daba la vuelta para marcharse, pero antes dijo algo más—. Buen trabajo.
Ragnar se sentía intranquilo después de toda la violencia del ataque contra el asteroide. Revivía los diversos momentos del combate con especial intensidad, y todo lo demás parecía insípido y aburrido en comparación. Había oído decir que a los Lobos Espaciales se los creaba para que respondieran de ese modo. Diversas partes de sus cerebros habían sido alteradas para que reaccionaran así, y que siempre desearan entrar en combate. Ragnar no estaba seguro de que ése fuera su caso. A lo mejor no se trataba más que de una consecuencia del despertar de la bestia en su interior. Quizá aquellos recuerdos tan vívidos fueran simplemente el resultado de unos sentidos agudizados que se esforzaban por mantenerlo con vida.
Recorrió la nave como un lobo que anda a la busca del rastro de un ciervo. No quería dormir. No le apetecían ni el vino ni la cerveza. No tenía hambre. Estaba intranquilo, y en parte se debía a los olores poco familiares que lo rodeaban. Habitualmente, cuando regresaba de un combate hallaban el olor familiar de sus hermanos de batalla. Si se encontraban a bordo de una nave, el aire estaba repleto de olores de Fenris y de aquellos que servían en la flota del Capítulo.
Sin embargo, estaba en otro sitio. El incienso de los recicladores, los iconos de las paredes de plastiacero, los uniformes de la gente con la que se cruzaba, nada de aquello era a lo que estaba acostumbrado. Lo único que le recordaba a su hogar era el leve rastro de sus camaradas del Cuchillo del Lobo. Pero hasta esos olores eran diferentes. Llevaban matices que indicaban el efecto de los muchos años que llevaban viviendo en Terra, consumiendo comidas diferentes, rodeados por cosas diferentes.
Estaba muy lejos de su hogar. «Vete acostumbrando», se dijo. Su deber era servir al Emperador y al Capítulo sin importar adónde lo enviaran. Estaba seguro de que si vivía lo suficiente, vería sitios mucho más extraños y menos hospitalarios que aquél.
Una cosa era poseer el conocimiento de la existencia de la compleja vida política del Imperio y otra era vivir inmerso en ella, aprender cómo funcionaba de primera mano. Era la misma diferencia abismal entre leer lo ocurrido en una batalla y enfrentarse cara a cara a un enemigo.
Sus pasos lo habían llevado a una parte de la nave que deseaba evitar. Se percató de inmediato que había un olor reconocible en al aire. Sangre, sudor, dolor, todo mezclado con un leve toque de ozono. Se acercó, y su sentido del oído, más agudo que el de una persona normal, detectó lo que sólo podían ser gritos de lo que pretendía ser la puerta de una estancia insonorizada. Al doblar la esquina, dos hombres con el uniforme de la Casa Belisarius alzaron sus armas. Sus movimientos le parecieron ridículamente lentos a Ragnar. Él habría podido desenfundar su arma antes de que a ellos les hubiera dado tiempo siquiera a apuntar, o podría haber saltado entre los dos y haberles roto el cuello a ambos.
Lo reconocieron y las bajaron de nuevo. No pudo evitar darse cuenta de que ambos estaban pálidos y que sus frentes estaban cubiertas por una leve capa de sudor. Estaba claro que sabían lo que estaba ocurriendo al otro lado de la puerta sellada. Ragnar también lo sabía. Estaban interrogando a Pantheus. Meneó la cabeza con un gesto de asco cuando pasó al lado de la puerta. Aquello era algo que no le gustaba nada.
Una cosa era matar al enemigo en un combate limpio y otra torturarlo para conseguir información. Meneó de nuevo la cabeza al pensar en sus propios escrúpulos. Sabía que la tortura era uno de los instrumentos del gobierno imperial. La Inquisición la usaba. Los gobernadores planetarios la utilizaban cuando necesitaban obtener información. Conocía todos los argumentos a favor de su uso. Era mejor que una docena de herejes padecieran una agonía a que un solo inocente sufriera. ¿Es que acaso los herejes no se merecían cualquiera de los castigos que se les infligían?
Pensó que quizá era así. Comprendía la lógica del asunto, pero ésa era otra situación en la que el conocimiento y la realidad eran dos asuntos diferentes, y sabía que no importaba cuánto tiempo viviese: jamás aprobaría algo así.
La idea de que quizá Pantheus no era un hereje sino un devoto creyente en el Emperador lo reconcomía. Lo que estaba ocurriendo allí no tenía nada que ver con la protección del Imperio o de la humanidad. Se trataba de un grupo que buscaba obtener ventajas políticas sobre otro. No era más que otra escaramuza dentro de la lucha interminable entre facciones poderosas e inmensamente ricas del Imperio que buscaban tener la superioridad sobre las demás.
La bestia en su interior se agitó. Comprendía la crueldad, lo siniestro y la necesidad de triunfar frente a los rivales. Le susurró que su vida quizá dependería de los conocimientos que le sacaran, además de que estaban en juego su honor y la seguridad de la Casa Belisarius, a la que su Capítulo había jurado defender. Y puede que no supiera nada, dijo otra voz. Quizá el hombre que gemía detrás de aquella mole de metal no supiera nada. Sólo el tiempo lo diría.
Siguió recorriendo el pasillo deseando poder dejar atrás aquellas ideas, pero a sabiendas de que no lo lograría.
—¿Qué te pasa, Ragnar? —le preguntó Valkoth cuando entró en la cámara donde los demás estaban meditando—. Tienes pinta de que alguien se te haya meado en la cerveza.
—Eso sería una mejora para algunas de la cervezas de Terra —dijo Haegr con un tono de voz que indicaba que sabía de lo que hablaba.
—Pasé por delante del sitio donde están interrogando a Pantheus.
—¿Y?
Valkoth parecía interesado de verdad, y su olor lo confirmaba. Los demás también le prestaron atención.
—Por lo que se oye, parece que le están grabando el águila de sangre en la espalda.
—Dudo mucho que los Navegantes hicieran algo tan poco sofisticado —dijo Torin—. Utilizan máquinas: tubos de inducción neural, electrodos. Me imagino que drogas también.
A Ragnar le gustó muy poco que Torin pareciera tan familiarizado con todo aquello.
—Los métodos antiguos son los mejores —dijo Haegr—. Aunque lo cierto es que dudo mucho que ninguno de esos flojuchos terrestres tuviera estómago suficiente para realizar el águila. Puede que se mancharan sus bonitos uniformes.
—A lo mejor deberías pasarte por allí para demostrarles cómo se hace —le replicó Valkoth con cierta aspereza.
—No se lo sugieras —exclamó Torin—. Haegr se olvidaría de lo que tenía que hacer en realidad y sólo querría saber dónde guardan la comida.
A Ragnar no le pareció divertido todo aquello. Era obvio que no compartían su repugnancia o sus reticencias respecto a lo que se estaba haciendo. Lo supo por su actitud, por sus voces, por sus olores. ¿Era posible que él fuese el único que veía que todo aquello estaba mal? Si era así, ¿no sería posible que fuese él quien estuviese equivocado, que estuviese fuera de lugar en el mundo y con sus camaradas? ¿Sería una muestra de debilidad por su parte?
Meneó la cabeza una vez más y se quedó mirando por la portilla. Ya se podía ver de nuevo la masa envuelta en acero de Terra. No le gustó estar de vuelta.