Ragnar estaba tumbado en su aposento del palacio mirando al techo. Se fijó en la elaborada decoración de escayola: volutas recargadas de hojas y monedas que formaban lo que parecía ser el cielo estrellado sobre Fenris. Hubiera preferido las estrellas verdaderas, pero nadie parecía dispuesto a consultarle nada.

La gravedad tiraba de él de la forma habitual, y el aire estaba cargado con el olor característico de la vieja Tierra. Pensó en ello. Aquél aire lo habían respirado billones y billones de veces. Estaba manchado con el polvo del paso de siglos. El peso de los edificios que lo rodeaban le parecía increíble y opresivo. Se dio cuenta de que aquel palacio era más antiguo incluso que El Colmillo. Sin embargo, El Colmillo era un milagro solitario, una enorme base oculta en el interior de una montaña gigantesca que era una de las maravillas de la galaxia. Aquél palacio estaba rodeado de edificios tan viejos como él y construidos sobre capas de edificios todavía más antiguos. Había oído decir que todavía se podían encontrar todas las viejas civilizaciones de la Tierra, aunque enterradas bajo varias capas, y que si se excavaba a la profundidad suficiente se encontrarían los restos de lugares tan legendarios como Atalantys y Nova Yoruk. Le parecía muy posible.

Le invadía una extraña languidez. Lo ocurrido el día anterior le podría haber pasado a cualquier otro en una vida anterior. La gruesa alfombra, el mobiliario de madera recia, las antiguas obras de arte, todo ello contribuía a hacer que su recuerdo del combate fuese casi onírico. Ése tipo de cosas no pueden pasar aquí, le susurraban. Todo es demasiado antiguo, demasiado civilizado, demasiado cómodo.

Se obligó a incorporarse. Sabía que todo aquello no era más que un engaño. Muchas, muchas veces, las calles y los páramos de Terra habían quedado anegados en sangre. Estaba seguro que dentro de los propios muros de aquel palacio se habían producido enfrentamientos armados. Sin duda, habría muerto gente, incluidos numerosos asesinatos.

Alguien llamó a la puerta. El olor le dejó claro quién era antes incluso de darle permiso para entrar.

—Saludos, Ragnar de Fenris.

—Saludos, Gabriella de Belisarius. ¿Qué te trae por aquí?

Ella se quedó callada un momento.

—Quería ver qué te parecía lo que habías encontrado.

Ragnar acabó de incorporarse y se acercó a la mesa cargada de comida. Eran alimentos sencillos, al estilo de Fenris.

—Extraño —respondió con sinceridad—. No era lo que yo esperaba.

—¿Qué esperabas?

—Santidad. Virtud. La presencia radiante del Emperador.

—Encontrarás todo eso en Terra, aunque no en las casas navegantes. Nuestra religión es el comercio. Para nosotros, el oro tiene su propia santidad.

Ragnar supo que tendría que haberse escandalizado por oírla decir aquello, pero no lo hizo. Reflejaba muy bien lo que él mismo pensaba de ellos.

—Lo dices como si no lo aprobaras.

Le tocó a ella sonreír.

—Me temo que he pasado demasiado tiempo con los feroces guerreros de Fenris. Tardaré un poco en acostumbrarme, de nuevo a la vida aquí.

—Será mejor que no tardes demasiado —contestó Ragnar—. Eso puede ser letal.

—Sí. Es lo más duro. Durante el tiempo que he pasado con los Lobos Espaciales he visto bastantes combates y me he enfrentado a unos cuantos peligros, y sin embargo, jamás me sentí amenazada por los que me rodeaban. No tenía por qué callarme mis ideas o tener cuidado con lo que decía. Sabía quiénes eran mis enemigos. No me sonreían, ni me ofrecían vino, ni fingían estar interesados en lo que yo decía. Me disparaban con sus armas desde el otro lado del espacio. Echo de menos esa simplicidad, y me temo que la echaré mucho más de menos en los próximos días.

Ragnar la estudió con detenimiento, preguntándose si debía creerse aquello. Pensó en ello desde todos los ángulos, como siempre hacía. Se dio cuenta de que se trataba de una muestra de cómo había cambiado en los pocos días que llevaba en Terra. Si creía lo que ella le había dicho, podía llegar a comprenderla y a sentir cierta simpatía. El también se sentía fuera de lugar en aquellas traicioneras aguas de la política de las casas navegantes. Sin embargo, debía pensar en otros aspectos de la conversación. Si ella no había hablado por hablar, y él dudaba que lo hubiera hecho, pues los Navegantes rara vez hacían algo sin un motivo, entonces sin duda había hablado a su vez con algunos de los que ella pensaba que eran sus enemigos. Era posible que le estuviera contando aquello porque temía por su vida.

—¿Por qué me estás contando todo esto?

—Porque eres una cara familiar anterior a mi vuelta. Eres un recuerdo de esa época más sencilla.

Ragnar pensó que era posible. Tenía una cierta lógica emocional, aunque él no era lo que se podía llamar precisamente un amigo íntimo. Había salvado su vida, por lo que quizá se sentía segura con él. Además, tenía todo el derecho a sentirse amenazada: acababan de asesinar a su padre y su clan estaba rodeado de enemigos poderosos.

—¿Alguien te ha amenazado?

—No de forma específica.

—¿Qué quieres decir con eso?

—Quiero decir que me siento intranquila, y que a veces veo significados ocultos en las cosas más sencillas.

—Eso sí que lo entiendo —contestó Ragnar.

—A lo mejor, pero dudo que puedas entender lo complicada que ha llegado a ser mi vida.

—Explícamelo.

—La vida es muy simple para ti, ¿verdad?

—¿Lo es?

—Veo que no has perdido el tiempo que llevas aquí.

—No me has explicado la situación en la que te encuentras. ¿Es que no quieres hacerlo?

Se quedó callada por unos momentos antes de hablar de nuevo.

—Existen facciones dentro de la Casa Belisarius, lo mismo que ocurre en otras casas navegantes. Ya sabes lo que se dice: cuando dos Navegantes se encuentran aparecen tres conspiraciones. Desde que me marché no he participado en ninguna clase de lucha política. Ahora que he regresado, varios bandos se han puesto en contacto conmigo para saber si los apoyaría.

—¿Eso es malo?

—No, es lo que esperaba. Sin embargo, eso incluye las sugerencias y las amenazas veladas habituales.

—¿De quién?

—De diversas personas, incluido Skorpeus.

—¿Te las has tomado en serio?

—¿Después de lo que le ocurrió a mi padre y lo que ocurrió en la nave que nos trajo? Me lo tomo todo en serio. Ahora mismo estamos en una situación fluctuante. Toda la familia está al borde del abismo. Hay algunos que intentarán aprovecharse y que no tienen ninguna clase de escrúpulo.

Ragnar pensó que quizá la situación era realmente tal como ella la había descrito. Quizá simplemente se lo contaba porque él se encontraba fuera de la estructura de poder de la familia, de modo que no suponía una amenaza para ella. Quizá. Sin embargo, a lo mejor tenía otro motivo. ¿Estaba intentando reclutarlo para su propio bando? Ya la había salvado una vez. Podría resultarle conveniente tenerlo cerca para que lo hiciera otra vez. Ragnar pensó en ello y no vio nada malo.

Estaba allí para proteger a los miembros de la familia Belisarius, incluso a unos de otros. De todas maneras, quería estar seguro de que entendía bien lo que estaba ocurriendo.

—¿Quieres que me convierta en tu guardaespaldas?

—No. Además, no es una decisión que tú puedas tomar. Debes cumplir las tareas que te ha encargado lady Belisarius.

—Es cierto, pero nada me impide tenerlos ojos y los oídos bien abiertos. Ya deberías saber lo agudos que son.

—¿Harías eso?

Había esperanza y gratitud en su voz, y unos cuantos días antes, eso lo hubiera emocionado. Se emocionó de todos modos, pero también se sintió suspicaz. Le pareció que lo estaban atrayendo y atando con más fuerza en una red de obligaciones. Sabía que algún día llegaría el momento en que sus lealtades personales y sus deberes podrían entrar en conflicto si seguía permitiéndolo. Los colmillos quedaron al descubierto al dejar escapar un gruñido. Ya se enfrentaría a ello cuando llegase el momento.

—Voy a tener una reunión con mi primo Skorpeus dentro de una hora. Me encantaría que me acompañases.

—Dudo mucho que tu primo hable con libertad si yo estoy presente.

—A lo mejor eso es lo que quiero.

Ragnar se encogió de hombros.

—Será un placer acompañarte.

La vista desde la parte superior del palacio Belisarius era impresionante. Ragnar podía ver hasta el horizonte a través de la neblina de la contaminación. Ésa misma contaminación apagaba y refractaba la luz del sol creando un arco iris que cubría todo el cielo. Tenía ante él todos los viejos rascacielos y los enormes templos y palacios del distrito de los Navegantes. Gabriella le señaló las diversas residencias de las familias rivales y sus pistas espaciales privadas.

Parecía más alegre y se estaba más a gusto con ella. Ya no tenía preocupaciones. Tenía un aspecto casi juguetón, aunque probablemente era una palabra poco apropiada para el autocontrol de una Navegante como ella. Ragnar sentía detrás de la máscara de alegría ese tenso autocontrol.

Los sirvientes iban y venían a su alrededor. Ella no parecía prestarles más atención que la que prestaba a los muebles, pero Ragnar sí lo hacía. Tenía que hacerlo. Toda persona que se acercaba a distancia de ataque era una amenaza potencial y tenía que tratarla como tal. Ya se había producido un intento de asesinato contra Gabriella, y su padre había muerto a pesar de estar rodeado de sus guardias. Se preguntó cuán fácil sería introducir otro asesino en el palacio. Supuso que no sería demasiado difícil con los contactos apropiados.

Aquello era tan agotador como las noches de patrulla: tenía que estar constantemente en guardia al mismo tiempo que mantenía una conversación. Sabía que tenía que prestar atención. Los Navegantes no malgastaban las palabras. De hecho, creían que lo mejor era que una frase tuviese el mayor número posible de significados, y la mayoría de ellos ambiguos. Se preguntó si aquella característica formaría parte de su mutación. ¿Funcionarían sus mentes de un modo tan retorcido desde su nacimiento o por haberse criado en aquel tipo de sociedad? Decidió que quizá se debía un poco a ambas cosas.

Un sirviente se acercó demasiado y Ragnar lo miró fijamente. El hombre dio un paso atrás, atemorizado. Ragnar olió su miedo y el pánico que le inspiraba. Le pareció que era un poco irritante y hasta vejatorio. Allí estaba él, al lado de una mutante reconocida, y era él, uno de los elegidos del Emperador, la persona de quien la gente normal tenía miedo. No tenía mucho sentido.

—¿Qué estás pensando? —le preguntó la Navegante.

—¿Por qué toda esta gente me tiene tanto miedo? Algunos de ellos incluso me odian, y ni siquiera me conocen.

—Eres un Marine Espacial —le contestó ella, como si eso lo explicase todo.

—¿Y qué?

—La gente de Terra tiene malos recuerdos de los Marines Espaciales.

—¿Malos recuerdos? Los Capítulos han defendido a la humanidad desde hace diez mil años. Deberían estarnos agradecidos.

Ragnar se quedó sorprendido por la brusquedad de su respuesta. Aquello le había tocado alguna fibra sensible.

—El Señor de la Guerra destrozó este planeta. Redujo zonas con la población equivalente a la de un mundo colmena a poco más que metal fundido. Los suyos inmolaron millones de personas a los dioses siniestros.

—Horus no era un Marine Espacial —replicó Ragnar inmediatamente, pero se arrepintió de decirlo en cuanto las palabras salieron de su boca.

—No. Era un primarca. Sus seguidores eran Marines Espaciales. Eso está demasiado cerca de ser un insulto.

—También resulta que es la verdad. Por mucho que le hubiera gustado negarlo.

Ragnar no pudo.

—Seguro que la gente de Terra sabe que los Lobos Espaciales no formaron parte de esa rebelión. Vinimos aquí para derrotarla.

—Sí, y tus antecesores tampoco eran muy amables. Mataron a mucha gente.

—A muchos herejes.

—Puede que sea verdad, pero la gente de aquí los recuerda como vecinos, como amigos, incluso como parientes. Os recuerdan a vosotros como gente ajena al planeta que trajeron fuego y muerte a Terra.

Ragnar se quedó callado. Nada de su entrenamiento o adoctrinamiento lo había preparado para aquello. Siempre había pensado en los miembros de su Capítulo como en unos héroes. Suponía que los que los conocían los respetaban, incluso otros los admiraban. No esperaba que los odiaran, y aquella mujer le decía que los habitantes del planeta más sagrado del Imperio los temían y los odiaban.

—El fuego y la muerte son los escuderos de la guerra.

—Y tú piensas que eso es bueno, pero la gente que no se dedica a la guerra no lo cree así.

—Son débiles.

—Estoy segura de que con ese tipo de desprecio te ganaras muchos amigos por aquí.

Ragnar se dio cuenta de que no iba a ganar aquella discusión, sobre todo porque sospechaba que lo que Gabriella estaba diciendo era la pura verdad. ¿Cambiaba algo aquello? Ragnar supuso que no. Los Lobos Espaciales cumplirían con su deber sin importarles si la gente a la que protegían los amaba o los odiaba. En realidad, lo que ellos sintieran era irrelevante.

La Navegante sonrió como si fuera capaz de leerle el pensamiento.

—Ya entiendes el motivo por el que mi gente y la tuya son aliados por naturaleza —le dijo—. Somos grupos poderosos a los que los Señores del Imperio no tienen razón alguna para amar.

Quizá era cierto, pero ése no era el motivo por el que eran aliados.

—Los Lobos estamos unidos a la Casa Belisarius por la palabra dada por Russ. Por eso somos aliados.

—¿Y crees que Russ no vio las razones por las que una alianza así nos sería necesaria a todos? El también era un primarca, y tenía visión de futuro.

Ragnar no estaba muy seguro de que aquello fuera correcto del todo. La mayoría de los relatos retrataban a Russ como un guerrero valiente, un poco temerario e incapaz de prestar atención a las necesidades políticas cuando se trataba de un asunto de honor. Aun así, había sido un primarca, de modo que, ¿quién podía decir qué clase de visiones había albergado una mente como la suya? Aquélla idea le hizo recordar de nuevo la Lanza de Russ, que había perdido de un modo tan inconsciente. ¿Era posible que Russ hubiera previsto aquello, o así lo pensaba Ragnar porque quería creerlo?

Un leve aroma a perfume y las trazas de las feromonas presentes en los genes de los Navegantes advirtieron a Ragnar que alguien se acercaba. Giró la cabeza y vio que se trataba de Skorpeus y de su inseparable matón. Si el posible heredero del trono de la Casa Belisarius se sorprendió de verlo allí, no dio muestra alguna de ello. Sonrió con suavidad y se inclinó, primero ante su prima, y después ante Ragnar. Ragnar respondió al saludo.

—Querida prima, es un placer verte de nuevo. ¿Paseamos un poco?

Skorpeus le ofreció el brazo, y ambos se pusieron a caminar por el tejado del edificio. Ragnar y Beltharys los siguieron. Estaban lo bastante lejos como para que no se oyera nada, pero lo bastante cerca como para que Ragnar percibiera todo lo que estaban diciendo.

—He oído rumores de matrimonio, querida Gabriella —dijo Skorpeus.

—¿De quién?

—¡Vaya! ¡Del tuyo! No es necesario que seas tímida. Se habla de ello por todo el palacio. Todos conocemos el motivo de tu visita a ese viejo monstruo de Cezare.

—Visité a los Feracci para ver a mi tía. Está enferma.

—Por supuesto —contestó Skorpeus con una leve risita sarcástica—. Sin embargo, se habló de otros temas. Siempre se hace.

—Se habló de otros temas, cierto, pero dime, ¿por qué te interesa éste en concreto?

—Un Feracci casado con una Belisarius, un reforzamiento de los lazos entre nuestras dos casas en el preciso instante que el viejo Gorki se muere. ¿Crees que se trata de una simple coincidencia?

—Se han llevado a cabo muchos matrimonios entre nuestras dos casas con anterioridad. Doscientos doce, para ser exactos.

—Veo que has estado consultando los Libros de Sangre, querida prima, para saber el número con tanta exactitud.

—Es obvio que tengo cierto interés.

—Es obvio. ¿No crees que es… interesante que el viejo Cezare te haya ofrecido a su hijo como un premio para nuestra casa al mismo tiempo que se está esforzando por todos los medios en convencer a las casas menores para que nombren a ese mismo hijo representante nuestro en el Alto Consejo del Administratum?

Gabriella se paró en seco. Se giró y miró cara a cara a su primo por primera vez. Puso una mano sobre la suya. Él pareció encogerse ante el contacto por alguna razón.

—No sabía nada de eso.

—No lo sabe casi nadie, pero te aseguro que es cierto. Lady Juliana lo sabe tan bien como yo.

—¿Cómo lo has sabido? ¿Estaba escrito en las estrellas?

—Tengo otras fuentes de información aparte de mis cartas. Has estado demasiado tiempo lejos de nosotros si no recuerdas eso.

—Las demás casas no lo consentirán. Ver a un Feracci en el Trono de los Navegantes rompería el equilibrio tradicional y proporcionaría demasiado poder a Cezare.

—Eso no importa. Es evidente que Cezare lo cree posible, o ni siquiera lo intentaría. Es demasiado astuto como para intentarlo y fallar.

—Pero es que no es posible. Cada vez que una de las grandes casas lo ha intentado se ha enfrentado a la oposición feroz de todas las demás. Por eso siempre se escoge a gente como el viejo Gorki. Es un don nadie de una casa menor, que no podría hacer nada aunque lo intentase.

Skorpeus lanzó una breve risotada cruel.

—Me temo que es un poco inhumano hablar así de alguien que se está muriendo, por muy ciertas que sean tus palabras.

—Inhumano o no, los dos sabemos que es la verdad. Si Cezare Feracci pretende cambiar eso, intenta cambiar una tradición que ha mantenido la paz entre las casas desde hace dos mil años.

—¿Y crees que eso preocupa a nuestro querido pariente por matrimonio? No seas tan ingenua, mi querida prima. Es el individuo más ambicioso y despiadado de esta galaxia, y tiene amigos en las esferas más altas. Estoy seguro de que Cezare intenta colocar a uno de sus descendientes en el trono y convertirse en el primus inter pares.

—Nadie ha reclamado ese título desde Jormela el Loco.

—Que nadie lo haya hecho no significa que muchos no hayan pensado en ello.

—Quizá hasta tú mismo.

—¿Cómo podría desear algo así? Ni siquiera ocupo el trono de mí propia casa.

—No, pero tampoco lo posee Misha Feracci de la suya.

—Me alegra ver que te tomas tan en serio lo que te he contado.

—¿De verdad crees que es posible?

—Mira a tu alrededor. Cezare está gastando dinero a raudales. Los jefes de tres de las casas más importantes han muerto, algo muy conveniente. Ahora las dirigen personas con poca experiencia en el cargo. Para colmo, nos propone una alianza matrimonial entre tú y su joven hijo, también inexperto e influenciable. Un trato semejante podría considerarse una oferta para compartir el poder.

—Pero tú no crees que sea eso.

—Cezare no compartirá el poder con nadie. Deberías tenerlo tan claro como yo.

—¿Me estás sugiriendo en serio que tuvo algo que ver con el asesinato de tres jefes de las casas navegantes, incluida la muerte de mi padre?

—Yo sólo digo que es una coincidencia muy extraña que murieran al mismo tiempo que lord Feracci planea el mayor golpe de poder desde hace dos mil años.

—Seguro que sabe que no podrá salirse con la suya.

—Querida, no haces más que repetirte. Cezare ya se está saliendo con la suya.

—Pero seguro que sabe que habrá represalias.

—¿De verdad las habrá? Si sus principales jefes rivales están muertos y su propio hijo está sentado en el Trono del Navegante, habrá demostrado ser el mayor poder surgido entre los Navegantes desde la época de Tareno. Las casas menores harán cola para rendirle homenaje. Los Señores del Administratum lo cortejarán. Las grandes casas harán todo lo posible por no ofenderlo.

—No es posible.

—Querida prima, las grandes casas han engordado, se han confiado y no dudan de sus éxitos. Es en estos momentos cuando los depredadores salen de la espesura y atacan. Cezare Feracci es un depredador.

—¿Por qué me estás contando todo esto?

—Porque me parece que debemos acomodarnos a la situación futura de ese nuevo orden o debemos atacar antes de que Cezare se convierta en alguien demasiado poderoso para derribarlo.

—Ésta conversación deberías haberla tenido con lady Juliana.

—La he tenido, pero necesita tiempo para pensar en el asunto. —El tono de desprecio era suave pero evidente.

—¿Y por qué me lo cuentas a mí, entonces?

—Tú eres la que se va a casar con un miembro de la familia Feracci.

Skorpeus no tuvo que decir el resto. Hasta Ragnar fue capaz de seguir el hilo de las implicaciones. Era posible que Gabriella se casara con alguien de la familia Feracci, y su padre había sido asesinado por Cezare silo que decía aquel sutil manipulador era cierto. ¿Le estaba sugiriendo que pensase en la posibilidad del asesinato del jefe de la familia Feracci?

—Creo que pensaré en lo que me has contado, primo —dijo Gabriella antes de separar el brazo e inclinarse de un modo muy formal, con la mano sobre el corazón.

—No tardes mucho en contestarme —respondió Skorpeus inclinándose a su vez ante ella y después ante Ragnar para rápidamente retirarse. A Ragnar le pareció que el Navegante le lanzaba una mirada de complicidad antes de marcharse.