Los pasillos se ensancharon y comenzaron a parecerse más bien a avenidas. Unas viejas estatuas, deslustradas y polvorientas, desconchadas por el paso del tiempo, se alineaban a lo largo de lo que antaño había sido una calle. La inquietud de Ragnar aumentó, y notó por el olfato que Haegr, a pesar de su comportamiento desenfadado, también estaba cada vez más tenso. El enorme Lobo Espacial había comenzado a cojear de la pierna derecha de nuevo. Ni siquiera los afamados poderes curativos de un Marine Espacial podían convertirlo en inmune a las consecuencias de las heridas. Ragnar alzó la cabeza y olisqueó el aire. Algo le hacía sentirse desconfiado.

Avanzó con cuidado y examinó una estatua. La figura llevaba una túnica como las de los miembros del Administratum, y sin duda representaba a un héroe olvidado de una guerra pasada. Tenía un libro en la mano izquierda y un bólter en la derecha, al extremo del brazo extendido. Ragnar se preguntó quién sería. ¿Fueron los ciudadanos quienes erigieron la estatua en su honor, o lo hizo él para convertirla en un monumento a su vanidad? Todo aquel lugar parecía un almacén de monumentos a luchas olvidadas y a personas no recordadas.

—¿Qué es lo que pasa? —preguntó Linus Serpico con el mismo tono de voz que utilizaría una persona a la que un médico le acabara de comunicar que tenía una enfermedad incurable.

—No lo sé —contestó Ragnar—, pero algo anda mal.

—Es mi estómago —contestó Haegr—. Cree que me han rebanado el gaznate.

—Puede que lo hagan si no te callas.

—No estoy seguro de que me guste el tono de tu voz, jovencito. Creo que voy a tener que darte una buena paliza.

Haegr no había dejado de observar con atención los alrededores. Ragnar pensó que, después de todo, quizá tenía un cerebro ágil y despierto debajo de aquella apariencia de bruto sin inteligencia.

—¿Qué es lo que pasa? —repitió Linus.

Su voz mostraba una desesperación aún mayor. Ragnar se fijó en que había sacado una pequeña navaja. Le sería tan útil contra la armadura de un Lobo Espacial como la espada de juguete de un niño. Sin embargo, a lo mejor podría herir a algunos de los enemigos si se acercaba lo bastante. Ragnar no se imaginó al pequeño escriba esgrimiendo y utilizando aquello. No le había gustado ni la visión ni el olor de la sangre.

—Metal de armas —dijo Haegr. Su sentido del olfato era increíblemente agudo. Debía de ser muy útil para descubrir comida—. ¿Qué hacemos?

A Ragnar le sorprendió que le preguntara. Se encogió de hombros y esperó. Necesitaba tener más información antes de poder tomar una decisión. Percibía gente a lo lejos, pero sus movimientos tenían cierta cualidad de furtivos. Parecía que estuviesen intentando avanzar con rapidez pero a la vez con cautela. Era el sonido de los soldados que estaban de patrulla de reconocimiento en territorio enemigo.

Ragnar olisqueó el aire otra vez. Captó algo débil y alejado.

—Deben de ser unos veinte o treinta —comentó Haegr. Ragnar se quedó sorprendido de nuevo. Fuese lo que fuese lo que le pasaba al cerebro de Haegr, no tenía nada que ver con un fallo en los sentidos. Pocos Lobos Espaciales tenían unos sentidos tan agudos como los de Ragnar, y Haegr era como mínimo superior a él. Oyó a Serpico tragar saliva. El olor a miedo permanecía pegado al hombrecillo—. ¿Nos quedamos o peleamos? —preguntó Haegr.

Ragnar se quedó pensando un momento. No ganaban nada con quedarse allí quietos, esperando. Podrían resultar heridos, o incluso perder a Linus, con lo que estarían como al principio. Ni siquiera tuvo en cuenta la posibilidad de que los matasen.

—Ni una cosa ni otra —contestó Ragnar—. Nos vamos.

—¿Qué nos vamos? —exclamó Haegr. Su voz sonó ofendida.

—No hay tiempo para discutir —insistió Ragnar—. Vámonos.

No esperó a ver si Haegr le obedecía. Había descubierto que lo mejor cuando se daba una orden era comportarse como si la fueran a obedecer sin demora. Echó a correr procurando mantenerse por delante de sus perseguidores. Tenía la esperanza de que pudieran llegar a su objetivo antes de que los alcanzaran. A Linus no hizo falta que lo animara a ello. Unos segundos después oyó una maldición, un gruñido y el sonido de unas fuertes pisadas cuando Haegr procuró alcanzarlos.

Ragnar vio pasar las estatuas como una mancha borrosa y se preguntó si estaba haciendo lo correcto. Esperaba que en cualquier momento le alcanzara un rayo láser en la espalda. También medio esperaba que Haegr se diera la vuelta para enfrentarse a sus atacantes. Si eso ocurría, no sería nada bueno. No le quedaría más opción que hacer lo mismo. Un Lobo Espacial jamás abandonaba a un hermano de batalla.

—Saben adónde nos dirigimos —dijo Linus. Estaba jadeando, pero había logrado mantener el ritmo de carrera de los Marines Espaciales.

—¿Qué?

—Saben que nos dirigimos al conducto de acceso.

—¿Cómo lo saben? —le preguntó Haegr, que jadeaba tanto como Linus.

—¿Adónde íbamos a dirigirnos si no? Es el camino más corto a la superficie desde esta zona.

Ragnar consideró todas las posibilidades. Si él fuera el jefe enemigo, habría colocado una fuerza combate por delante para cortarles el paso. No tenía sentido suponer que el enemigo haría otra cosa. En ese caso, las tropas que se acercaban por la espalda no eran simplemente perseguidores, sino que actuaban como batidores en una cacería llevando a la presa hasta la trampa mortífera.

—Tiene razón —dijo Ragnar—. ¿Hay otro modo de subir?

—Ninguno que sea de acceso tan fácil.

—Yo digo que nos abramos paso combatiendo —opinó Haegr. Estaba jadeando con fuerza—. Es mejor que andar corriendo como lo estamos haciendo.

Ragnar miró por encima del hombro para comprobar si alguien los estaba siguiendo de cerca. No detectó a nadie. Los habían dejado atrás momentáneamente. Se metió a través de una abertura en la pared y se encontró en una estancia abandonada. Los otros lo siguieron. Ambos lo miraban como si estuviera loco.

—Primero echamos a correr y ahora nos escondemos —dijo Haegr—. Decídete de una vez.

Ragnar meneó la cabeza y sonrió débilmente. No tenía sentido seguir corriendo hacia adelante a lo loco. Estaban comportándose de un modo idiota y haciendo precisamente lo que sus enemigos querían.

—Dijiste que había otros modos de salir, aunque no eran tan accesibles —apremió Ragnar a Linus Serpico.

—Hay un sitio por el que bajan los comerciantes. Sólo he estado allí una vez para recibir un cargamento de suministros.

—¿Puedes llevarnos hasta allí?

—Quizá.

Ragnar supuso que la ruta principal de escape ya estaría tomada por sus enemigos. ¿Estaba dispuesto a arriesgarse a que Linus encontrara otra? ¿O deberían seguir adelante con el plan inicial? Existían demasiadas variables y no poseía información suficiente. Presumió que lo mejor que podían hacer era prepararles una emboscada a sus atacantes, que se acercaban a la carrera.

—¿Crees que podrás con ellos? —preguntó Ragnar a Haegr.

—¿Estás de broma? Un par de docenas de terrícolas contra el poderoso Haegr. No sé, a lo mejor debería atarme una mano a la espalda.

—No creo que sea necesario.

Ragnar oyó a sus perseguidores acercarse. Avanzaban con rapidez, confiados en que su presa estaba huyendo de ellos a toda prisa. Era una suposición muy peligrosa.

—Nos quedamos —dijo Ragnar.

—Claro que nos quedamos —le replicó Haegr. Estaba furioso con la simple idea de que Ragnar hubiera pensado hacer otra cosa.

—Quiero un prisionero.

—¿Para qué?

—Información. Tenemos que usar la inteligencia.

—Habla por ti —se mofó Haegr, y después añadió algo más—. Eso suena como algo que Torin siempre dice de mí.

Ragnar sabía que el grandullón se estaría preguntando dónde andaría su hermano de batalla.

—Los esperamos aquí, los dejamos pasar y yo capturaré un prisionero. Tú protegerás a Linus.

—¿Por qué te encargas tú de capturar al prisionero?

—Porque soy el más sigiloso.

—Es cierto. Mi silueta de héroe no es la más adecuada para tender emboscadas —dijo Haegr.

—Y puede que a lo mejor te oyeran jadear desde kilómetros de distancia.

—No jadeo —contestó Haegr—. Lo que ocurre es que aspiro más aire que vosotros, pulgas. Mi poderosa complexión necesita más oxígeno.

—Tus fanfarronadas desde luego —replicó Ragnar—. Ahora cállate y déjalos pasar.

Haegr se quedó callado. Sus fuertes jadeos cesaron poco después.

No tuvieron que esperar mucho. El eco de decenas de pies a la carrera resonó por el pasillo. Tanto Ragnar como Haegr esperaron con las armas preparadas por si los descubrían y tenían que combatir. A Ragnar no le hubiera importado. La bestia en su interior ansiaba el derramamiento de sangre. Casi se sintió decepcionado cuando los perseguidores pasaron de largo.

—¿A cuánto estamos del conducto de acceso al que íbamos?

—Quizá a unos veinte minutos —contestó Linus.

—No tardarán mucho en darse cuenta de que los hemos despistado y entonces volverán sobre sus pasos —comentó Haegr mostrando cierto grado de pensamiento.

Ragnar asintió. Debía ser rápido y seguro. Le indicó por señas a Haegr que lo esperase en silencio y se acercó a la entrada. Concentró sus sentidos pero no detectó a nadie cerca. Se agachó al salir y avanzó con rapidez pero en silencio en dirección al rastro dejado por sus perseguidores.

No tuvo que recorrer mucho trecho antes de alcanzarlos. Eran el mismo tipo de soldados contra los que habían luchado en el enfrentamiento con el Profeta de la Luz. Estaban armados con rifles láser y llevaban las bayonetas caladas. Ragnar no vio ninguna señal de que en el grupo fuera alguien con poderes psíquicos, algo por lo que se sintió profundamente agradecido. Se quedó en la penumbra, ya que su vista era mucho mejor que la de aquellos individuos, lo mismo que el resto de sus sentidos. Lo único que necesitaba era tener un poco de suerte.

La tuvo casi inmediatamente, pero fue mala suerte. Uno de los hombres miró por encima del hombro, como si le hubiera advertido alguna clase de sexto sentido. A Ragnar apenas le dio tiempo a meterse en el quicio de una entrada estrecha. Contuvo la respiración y contó en silencio hasta diez, pero no detectó ninguna señal de que lo hubiesen descubierto. Se arriesgó a echar un rápido vistazo y vio que el hombre estaba de pie, esperando algo. El olor característico y un leve resplandor en la mano del individuo le indicaron que había encendido alguna clase de cigarrillo narcótico. ¿Eran así de confiados, o en realidad era que aquel individuo sufría una adicción? Si era así, iba a arrepentirse. Ragnar se acercó en silencio, con el bólter en la mano. Oyó con claridad cómo se alejaban los compañeros mientras él se acercaba al rezagado, y al hacerlo distinguió el olor a sudor y al humo acre del narcótico. El hombre jadeaba con fuerza. Era evidente que estaba cansado y que quería descansar un poco. No parecía estar en tan buena forma como sus camaradas zelotes, quizá debido precisamente a la droga que fumaba.

Ragnar se colocó justo a su espalda, le puso la mano libre en la boca y le clavó el cañón del bólter en la espina dorsal. El hombre comenzó a toser y a retorcerse, y Ragnar se dio cuenta de que el cigarrillo se le había quedado dentro de la boca. Sin duda, le estaba quemando la lengua, pero no podía hacer nada por evitarlo.

Alzó al hombre sin apenas esfuerzo alguno, con la boca todavía tapada, y se dio media vuelta para regresar al escondite.

Cuando llegaron, el rostro del individuo había tomado un interesante color violáceo y había dejado de intentar sacar su arma del cinto.

—¿Qué es lo que tenemos aquí? —dijo Haegr cuando entraron—. ¿Un juguete nuevo?

Ragnar soltó al hombre, y éste abrió la boca dispuesto a gritar, pero Haegr le soltó un bofetón que lo hizo caer de rodillas. Para el Lobo Espacial apenas había sido un leve toque de atención.

—No me gustan los zelotes —dijo—. Creo que a éste voy a arrancarle los brazos.

Sonó muy convincente al decirlo. Hasta Ragnar se preguntó si lo decía en serio. A lo mejor era así. Haegr se acercó al hombre y lo levantó de un tirón, como si no fuera más que una marioneta. Lo mantuvo agarrado de la armadura con los puños. El zelote intentó gritar, pero de su boca no salió nada. Su rostro, enmarcado por un cabello negro y largo, se puso más pálido todavía.

—¿Cómo te llamas?

—Vuélvete arrastrando al mundo infernal de dónde has venido, basura extranjera —le escupió el hereje.

Haegr le inmovilizó las dos muñecas con una sola mano y lo abofeteó con despreocupación con la otra.

—Habla o te arrancaré las criadillas y me las comeré —le espetó. Irradiaba una cierta malicia tranquila y sin prisas al decirlo.

—Antoninus.

Habló en un tono de voz desafiante, pero con inflexión quebradiza. El sectario tenía mucho miedo, pero se esforzaba por ocultarlo.

—¿Cuántos nos esperan en el conducto de acceso? —le preguntó Ragnar.

—Vete al infierno, protector de mutantes —replicó el zelote.

Su voz era áspera y ronca. Tragarse aquel cigarrillo debió de dolerle. Se oyó un curioso crujido cuando Haegr apretó la mano, y el hombre lanzó un chillido de dolor. Parecía que los huesos de las muñecas del hereje estaban a punto de partirse.

—¿Cuántos? —insistió Ragnar.

—Veinte —contestó. Su olor indicaba que estaba mintiendo.

—Soy capaz de oler las mentiras —dijo Haegr, como un gigante malvado salido de las viejas leyendas. El crujido continuó y el hereje gimió.

—Cincuenta.

Era obvio que había llegado al límite de su resistencia al dolor. Ragnar se alegró de ello. No disfrutaba con la tortura, sin importarle lo mucho que proclamara el Imperio que cierta gente se la merecía.

—¿Con armas pesadas? —preguntó.

—Sí. Cubren las principales rutas de llegada. Bólters pesados.

Ragnar se quedó mirando al sectario. Eso era armamento militar. No supo por qué le inquietaba que aquellos zelotes tuvieran acceso a ese tipo de armas en Terra, pero lo cierto era que sí. Se quedó reflexionando unos momentos hasta que se dio cuenta del motivo. A menos que dispusieran de sus propias fábricas de armamento, tenían que conseguirlas en algún lado, y lo más probable era que fuese de algún suministrador externo al planeta. Marte era el mundo forja más cercano, pero no se imaginaba a los Adeptus Mecanicus envueltos en una red de contrabando de armas dentro del Sistema Sagrado, aunque lo cierto era que cosas más raras habían pasado. Lo más seguro era que las armas procedieran de algún otro lugar más alejado. Se preguntó qué llegarían a encontrar si registraran algunos de los almacenes ligados a los Navegantes. Dudaba mucho que jamás le concedieran permiso para hacerlo, pero quizá acabaría intentándolo por su cuenta.

Todas aquellas ideas pasaron como un rayo por su mente, y concentró de nuevo toda su atención en el zelote. Necesitaba saber más.

—¿Quién es vuestro jefe?

—Edrik. Responde directamente a Pantheus.

—¡El mercader! —exclamó Haegr. Al parecer, aquel traidor tenía un puesto elevado en la jerarquía traidora. Quizá aquélla no había sido una pista tan mala después de todo.

—¿Has oído hablar de él?

—¿Y quién no? Es tan rico como Mithras y dos veces más devoto. Siempre entrega dinero para las buenas causas.

—¿Y una de esas causas es vuestra Hermandad?

A Ragnar le pareció que habían dado con algo importante…, si lograba llegar hasta el fondo de la cuestión.

—Me parece que entrega algo más que dinero —comentó Haegr.

—¿Estás seguro de que eso es verdad? —exigió saber Ragnar. El hereje asintió. Sin duda, estaba convencido de que erad así. El Lobo Espacial lo supo por su olor—. ¿Cómo puedes estar tan seguro?

—Edrik estuvo en su mansión. También estuvo en el palacio que tiene en el cinturón.

—¿En el cinturón de asteroides?

—Es tan gordo que prefiere vivir con gravedad baja —contestó el prisionero. Había un cierto tono de desprecio en el comentario que también apareció en su mirada—. Le gusta que todo el mundo piense que es muy piadoso, pero tiene muchos vicios secretos.

—No como tú —le soltó Ragnar señalando sus cigarrillos narcóticos.

Si el hereje entendió la insinuación de Ragnar, no dio muestras de ello. La autoconfianza del fanático estaba regresando, y aumentaría más cuanto más tiempo lo dejaran vivir.

—Me gusta ese tipo —dijo Haegr, sin dejar entrever que ya habían capturado a Pantheus—. Sin duda, más de lo que me gustas tú.

La autoconfianza de Antoninus se vio sacudida por otro apretón en las muñecas. Aquello iba más allá del simple dolor físico. La fuerza de Haegr era tan feroz y tan insuperable que aumentó su sensación de desvalimiento y eliminó esa confianza en sí mismo. Haegr le estrelló con suavidad la cabeza contra la pared un par de veces, tan sólo para asegurarse de que se daba cuenta de la situación.

—¿Cuál es tu relación con la Casa Feracci?

Ragnar lo preguntó por si acaso lograba con aquello obtener alguna clase de información interesante. En el rostro del prisionero volvió a aparecer el gesto de desprecio, pero la expresión de su cara se endureció y se multiplicó por cien.

—No tengo ninguna clase de relación con esos cabrones mutantes —replicó—. Cuanto antes se limpie el sagrado suelo de Terra de esos malditos seres adoradores del Caos, mejor…, y eso os incluye a vosotros —añadió al cabo de un momento—. Tan sólo la sangre pura de la humanidad debería pisar el suelo sagrado. —Sus palabras estaban impregnadas de fervor y certidumbre.

—Entonces, ¿por qué obedeces las órdenes de un mutante? —le preguntó.

El hombre lo miró como si Ragnar se hubiera vuelto loco. Si le hubiera hablado en fenrisiano el individuo no lo habría mirado con mayor extrañeza.

—Tu profeta era un psíquico. Lo matamos.

—El profeta estaba bendecido por la Luz y había recibido poderes que el mismo Emperador le había otorgado para que continuara su obra. ¡Se alzará de entre los muertos! O vendrá otro para dirigirnos.

—Si hay más como él, aparecerá la Inquisición y pasará por aquí para registrar toda esta zona como si fuera un tugurio infecto.

—La Inquisición bendijo su misión.

Ragnar dudaba mucho de que hubiera sido así, pero el hombre parecía absolutamente convencido. Se preguntó por un momento si la Inquisición odiaría tanto a los Navegantes como para apoyar aquellos asesinatos y actos de terrorismo.

Meneó la cabeza. Su error era pensar en términos de organización. Las organizaciones tenían reglas, líneas de trabajo, principios. No pensaban o sentían. Sólo la gente hacía eso. Lo único que hacía falta era una persona situada en un puesto elevado en la jerarquía de la Inquisición. No sería la propia Inquisición. Dejó a un lado aquella idea para pensar en ella más adelante. Era evidente que estaban cruzando aguas peligrosas y turbias en aquel asunto.

—Estamos tardando demasiado —dijo Haegr—. Sus camaradas regresarán dentro de nada. Quién sabe, a lo mejor ya le echan de menos Yo digo que lo matemos y que acabemos de una vez.

Ragnar negó con la cabeza. Era posible que aquel hereje tuviese más información útil. Quería llevarlo a la Casa Belisarius para que le hurgaran en la mente. Sin duda, lo harían mucho mejor que él o que Haegr. Antoninus levantó la cabeza y escupió a Haegr.

—Hacedme lo que queráis. No le temo a la muerte.

Haegr se echó a reír.

—Mira, lo he pensado mejor. Dejémoslo vivir para que pueda portar el águila de sangre en su espalda. Bueno, a lo mejor ni lo hago. Puede que sólo le parta las costillas y le saque los pulmones con las manos.

Antoninus miró los guanteletes de la armadura de Haegr. Ambos sabían que no era una amenaza sin fundamento. El enorme Marine Espacial era muy capaz de hacer exactamente lo que había dicho. En ese preciso instante, Haegr levantó la cabeza y pareció esforzarse por oír algo.

—Creo que sus camaradas ya están regresando.

Ragnar se quedó de nuevo sorprendido por la agudeza de sus sentidos. Él sólo logró distinguir unos leves sonidos después de que Haegr le hubiera advertido.

—Debemos irnos —ordenó.