Xenothan miró a lo largo del pasillo. Todo estaba despejado, tal como esperaba. Los hombres de la Hermandad ya se estaban desplegando en dirección a sus objetivos. Algunos se quitaron los monos de trabajo que llevaban puestos y se quedaron con los uniformes de servidores de la Casa Belisarius que llevaban debajo. Otros se encaminaron hacia las profundidades con el equipo militar al completo. Unas cuantas escuadras entraron con agilidad felina en los conductos de ventilación. Dos hombres se sentaron a los mandos de la consola de control y se conectaron al sistema de seguridad.
Xenothan pensó que era sorprendente el gran daño que podía causar un equipo bien motivado en un entorno cerrado como aquél. La propia autosuficiencia de los sistemas de aire y agua que convertían al palacio en toda una fortaleza podían acabar siendo un punto débil en cuanto se penetraban sus defensas. Un poco de aire o de agua contaminada sería suficiente.
«No te confíes», se dijo. Existían medidas de protección para los posibles accidentes y muchos, muchos niveles de seguridad. Nunca era bueno confiarse en demasía. De todas maneras, llevaban planeando aquella operación desde hacía décadas, así que estaba bastante seguro de que se habían tenido en cuenta todas las posibilidades de fallo. Sonrió, y sus músculos faciales se flexionaron configurando la piel en una nueva forma. Su rostro era casi idéntico al de Skorpeus, y además tenía en su poder el uniforme y los talismanes de seguridad del Navegante muerto. No había habido derramamiento de sangre. El dardo venenoso se había encargado de todo.
Dudaba mucho que nadie que no fuera otro Navegante se diera cuenta de que el ojo pineal que llevaba implantado en la frente era una hábil falsificación, y si algún Navegante de la Casa Belisarius se acercaba tanto, moriría. Quedaban los cuatro Cuchillos del Lobo, se dijo Xenothan con cierto regocijo. Ellos se darían cuenta del engaño de forma inmediata. Su olor lo delataría, si no lo hacía otra cosa antes. De todos modos, se les podía aplicar lo mismo que le pasaría a cualquier Navegante: si se acercaban demasiado, eran hombres muertos.
—En marcha —dijo. Los fanáticos avanzaron con una rapidez satisfactoria.
El sargento Hope se quedó mirando a los nuevos sirvientes que avanzaban por el pasillo. Uno de ellos era una muchacha muy atractiva. Pensó en buscarla para charlar con ella cuando acabara su turno de servicio. En ese momento distinguió algo por el rabillo del ojo. Se giró con rapidez y vio a un hombre al que no reconoció pero que llevaba el uniforme de la Casa Belisarius. El individuo se movía como si tuviera prisa. Una escuadra le seguía de cerca.
—¿Qué ocurre? —preguntó Hope.
—Un fallo de seguridad —dijo el oficial—. Venga conmigo.
—No podemos abandonar el puesto, señor. —Procuró que no sonara como si quisiera evitar el trabajo duro. Intentó parecer un hombre que quiere cumplir con su deber—. Tenemos que vigilar el núcleo central.
—Ya sé que hay un montón de libros maravillosos en biblioteca —insistió el oficial—, pero las órdenes vienen directamente de Valkoth.
Había algo en el tono de voz del individuo que no le gustó a Hope.
—Por favor, señor, enséñeme la autorización.
—Por supuesto —dijo el oficial alargando la mano. Había algo metálico reluciendo en ella. Fue lo último que vio Hope antes de que su cerebro acabara decorando la pared.
—¿Qué ha sido eso? —preguntó Ragnar.
—No he oído nada —dijo Gabriella—. Claro que yo no tengo los agudos sentidos de un Lobo Espacial.
Había un leve tono de ironía en el comentario y una expresión de burla en la cara de Gabriella. Ambos desaparecieron cuando se fijó en el rostro de Ragnar.
—Espera aquí —le dijo él antes de empezar a recorrer el pasillo sin que sus pies apenas hicieran ruido sobre las viejas losas.
—No —replicó la mujer—. Estaré más segura a tu lado.
Ragnar no tenía tiempo de ponerse a discutir. Siguió avanzando con rapidez. Había un olor extraño en el aire, a muerte y a algo más. Eran rastros de desconocidos. Dio la vuelta a una esquina y vio que los guardias que debían estar en aquel puesto habían desaparecido. Olfateó el aire en busca de rastros y se dirigió a una puerta que daba a un almacén. Allí estaban los cadáveres, en medio de grandes charcos de sangre. La tibieza del rastro le indicó a Ragnar que los asesinos habían pasado por allí hacía muy poco.
Se conectó al canal principal de comunicación.
—Hay intrusos en el palacio —dijo—. Ya hemos perdido dos guardias, quizá más. —Añadió las coordenadas de su posición dentro del palacio—. Informen a Valkoth y a todos los demás.
—Ya me han informado —respondió la profunda voz melancólica de Valkoth—. He enviado refuerzos a esa posición.
—Los intrusos han pasado por aquí hace muy poco. Voy a investigar la zona.
—Ten mucho cuidado, Ragnar. No sabemos a qué nos enfrentamos.
—Sí, señor.
La mente de Ragnar funcionaba a toda velocidad. Podía tratarse de algo muy grave. No tenía ni idea de cómo habían logrado entrar aquellos intrusos. Había algo que era evidente: estaban asesinando a su gente. Los belisarianos no habían desenfundado sus armas, lo que implicaba que los habían tomado absolutamente por sorpresa. ¿Sería un ataque a gran escala? ¿Quién podía estar implicado? ¿La Hermandad, o alguien completamente distinto? Estaba convencido de que era imposible que los fanáticos entraran en aquella fortaleza. A menos que alguien los estuviera ayudando desde dentro…
—Quédate aquí —ordenó a Gabriella—. Las tropas de la casa llegarán en seguida. Estarás a salvo.
—Ragnar, esos muertos de ahí eran tropas de la casa —replicó ella señalando a los cadáveres—. ¿Estaban a salvo? Era una observación bastante justa.
—Pégate a mí y ponte a cubierto si empieza un combate. No puedo garantizar tu seguridad.
—Me arriesgaré.
—Eso es precisamente lo que vas a hacer.
Ragnar se movió en silencio y con rapidez en dirección al origen del rastro. Se estaban acercando de forma peligrosa a la entrada a las criptas.
El olor del rastro se hizo más fuerte. Era un grupo de al menos doce hombres, y Ragnar estaba seguro de que no eran del palacio.
Desenvainó la espada sierra y empuñó la pistola bólter Sintió cómo se expandía su capacidad de captar el entorno, como siempre le ocurría antes de entrar en combate. Llegaron a una de las inmensas puertas selladas. Ya no estaba sellada. Alguien había anulado los controles y había entrado en la cripta.
—No es posible —murmuró Gabriella—. Sólo las ramas superiores de la familia tienen acceso a estos códigos, y también los Cuchillos del Lobo de mayor rango.
—Pues me temo que sí es posible —contestó Ragnar olfateando el aire—. Alguien dispone de acceso a los tesoros de la Casa Belisarius.
Fue en ese momento cuando percibió otro olor. Tenía la extraña demencia del Caos. Aquello se estaba poniendo cada vez más raro. ¿Era así como habían logrado entrar los intrusos? ¿Habían utilizado la hechicería del Caos para entrar en las criptas y luego desplegarse por todo el palacio? No era eso lo que le indicaba el olor de los rastros.
—Esto es peor de lo que pensaba —dijo—. Éste sitio apesta con el hedor a mutación. Por lo que parece, el Caos ha corrompido hasta el propio suelo sagrado de Terra.
Gabriella lo miró de un modo muy raro.
—Quizá lo que hueles no es el Caos —le dijo.
Ragnar no tenía tiempo para contestar a aquello. Se oyó el sonido de un arma de fuego al disparar, y el eco del estampido les llegó por el pasillo seguido de un salvaje alarido inhumano. Las luces parpadearon y se apagaron al mismo tiempo que resonaba el grito. Todo quedó totalmente a oscuras. Ragnar se encogió de hombros. Eso no le supondría ninguna desventaja. Podía seguir avanzando utilizando el olfato, el tacto e incluso el instinto si le hacía falta. Sin embargo, la joven no se encontraría a salvo. O eso creía. Se sorprendió al notar que ella se había colocado en vanguardia.
—No pasa nada —dijo Gabriella—. Soy una Navegante. Mi ojo pineal es capaz de ver a través de una oscuridad mucho peor que ésta.
A Ragnar le llegó con más fuerza el olor a metal procedente de la mujer. Sintió que ella también había desenfundado sus armas. Las luces se encendieron con un parpadeo un momento después, aunque con mucha menos intensidad. Se percató también de que el aire estaba quieto, no como antes. Los sistemas de ventilación del palacio estaban apagados.
Los ojos de Ragnar se adaptaron a la nueva situación y vio que Gabriella estaba situada bastante por delante de él, con una pistola láser pequeña en una mano y el sable de gala en la otra. Se apresuró a ponerse delante de ella. La hija de Adrian Belisarius no sufriría daño alguno si él podía impedirlo.
Alargó la zancada hacia el origen de los disparos y llegó a una gran estancia. En el suelo se encontraba tirado algo hinchado, blanquecino y de gran tamaño. Las piernas parecían más bien aletas, y los brazos, tentáculos. Sin embargo, su rostro era bastante humano y tenía tres ojos, uno de ellos en mitad de la frente, y que se parecía sospechosamente al de un Navegante. Ragnar se preguntó si aquella criatura habría logrado entrar allí en mitad del combate. Era muy poco probable, pero entonces, ¿qué hacían los Navegantes con una criatura como aquélla en palacio? ¿Se trataba de un prisionero, de alguien con quien habían realizado experimentos? Fuese lo que fuese, ya no importaba. La criatura estaba muerta. Alguien le había llenado el cuerpo de balas. Les había dado tiempo incluso a escribir en la pared: «Muere, escoria mutante», con su propia sangre. Era una demostración de odio.
Gabriella entró en la estancia y dejó escapar un grito ahogado. Ragnar pensó al principio que era de horror al ver el monstruo, pero un momento después se dio cuenta de que estaba sollozando.
A Ragnar se le ocurrió una sospecha terrible que Gabriella confirmó un instante después.
—¡Están matando a los Ancianos!
—¿Qué?
—¡Ya me has oído! ¡Están matando a los Ancianos!
—¿Esto era un Navegante? —dijo Ragnar espantado.
—Todos son Navegantes, muy viejos, muy sabios.
—Son mutantes.
—¡Lo mismo que todos nosotros!
—Pero tú pareces…
—Yo parezco más humana. No hay diferencia. Si vives el tiempo suficiente y te expones lo bastante a los efectos de la disformidad, esto es lo que te ocurre. Es el precio que tenemos que pagar para que la humanidad pueda viajar entre las estrellas.
Ragnar meneó la cabeza mientras intentaba comprenderlo. La lógica en las palabras de Gabriella era inexorable, y recordó lo que Ranek le había dicho en Fenris sobre las cosas que llegaría a aprender en Terra. Todo tenía sentido en ese momento. El anciano debía de saber aquello, sin duda, e intentó prepararlo para aquel momento, aunque a su manera. Sin embargo, nada podía haberlo preparado para lo que estaba viendo.
—El Emperador… —comenzó a decir.
—El Emperador lo sabía, Ragnar. El Emperador lo sabía y nos concedió permiso para hacerlo de todas maneras.
—Pero no se lo dijo a nadie, no lo contó jamás.
—Quizá lo habría hecho si Horus no lo hubiera herido mortalmente y lo hubiera condenado a pasar toda la eternidad en el Trono Dorado. Era un gran hombre, Ragnar, y sabía la verdad. Y mientras estamos aquí debatiendo el asunto, otros miembros de mi familia están muriendo. ¡Lo oirás si prestas atención!
Ragnar se quedó allí, inmóvil. Se sentía muy angustiado e inseguro de sí mismo. Le estaban pidiendo que defendiera a mutantes, a mutantes de verdad. La Hermandad estaba en lo cierto. ¿Era honroso defender a aquellos mutantes?
—¿Vas a cumplir tu juramento de lealtad o no? —le preguntó Gabriella—. ¿Vas a unirte a esos fanáticos insensatos o vas a unirte a nosotros?
Y de eso se trataba precisamente. No era sobre los Navegantes, era sobre él. Era su elección. Podía defender a los Navegantes o no hacerlo. Dependía de él. ¿Cuál era la diferencia entre el cadáver que tenía a los pies y Gabriella? Sólo el tiempo.
—¿Tú también…?
—Si vivo lo suficiente —respondió ella—, sí, tendré este aspecto. Quizá no exactamente el mismo, pero sí muy parecido. Pero de todas maneras, habré cumplido con mi deber hacia el Emperador. ¿Lo harás tú?
—Mujer, no eres quién para cuestionar mi lealtad al Emperador.
Se puso en marcha. Ya había tomado una decisión. Había jurado servir a la Celestiarca e iba a proteger a su gente. Cumpliría con su deber, y ya pensaría en lo otro más tarde. El universo era mucho más complejo de lo que le habían hecho creer.
Les llegó el sonido de la carne al ser cortada con una sierra mecánica seguido de un aullido de dolor y de fuertes risotadas.
—Es difícil moverse sin piernas, ¿verdad, mutante? —dijo un individuo vestido por completo de negro mientras blandía la sierra mecánica por encima del cuerpo extrañamente alterado de alguien que había sido sin duda una mujer.
—Sí, sí que lo es —dijo Ragnar, y le metió un proyectil en cada rodilla.
Fue algo cruel e innecesario, pero alguien tendría que sufrir la furia que sentía. Los compañeros del hombre se giraron hacia él. Eran veloces y estaban cargados de drogas de combate, por lo que le apuntaron con sus armas a una velocidad impresionante. A Ragnar no le importó. Se echó a un lado y se puso a cubierto en la jamba de una puerta antes de comenzar a disparar. Cada uno de los disparos se vio recompensado con un grito de dolor. Una lluvia de proyectiles respondió a su ataque y arrancó grandes trozos de la pared situada a su espalda. Enfundó la pistola y sacó una granada cegadora. La lanzó, y un instante después de que estallara se asomó de nuevo y abrió fuego otra vez. No desaprovechó ni uno solo de los disparos. Le metió una bala en la cabeza a cada uno de sus aturdidos enemigos y se acercó a la Navegante que habían estado torturando.
Era delgada hasta ser esquelética, y con una estatura antinatural. Su rostro era delgado como el de un eldar, y su piel era escamosa como la de una serpiente. Le habían abierto el abdomen y tenía las entrañas desparramadas por el suelo. Ni siquiera los cuidados médicos más avanzados podrían asegurarle la supervivencia, y a juzgar por su mirada, ella lo sabía. Una mueca de terrible agonía recorrió los rasgos de su cara.
—Mátame —le pidió.
Ragnar se giró hacia Gabriella, quien asintió. El Lobo Espacial le disparó una bala a la cabeza, a través del ojo pineal. Deseó no haber tenido aquella pequeña sensación de satisfacción al hacerlo. Esperaba que Gabriella no se lo notara en la cara. Ragnar todavía tenía muchos prejuicios.
Le llegaron los estampidos de los disparos desde todos lados. Por lo que parecía, no era el único grupo que se había internado en las criptas de la zona prohibida. Había más.
Gabriella tenía un aspecto furioso.
—Detrás de esto está la mano de otros Navegantes —dijo furibunda.
—¿Cómo lo sabes? —le preguntó Ragnar, preparado para adentrarse en la oscuridad de nuevo.
—Tan sólo otra casa navegante conocería la existencia de estas criptas ocultas y su significado.
—¿Los Feracci? —aventuró Ragnar.
—Son los candidatos más probables, ¿no te parece? —Si es así, lo pagarán.
—No, si aniquilan a mi casa. No quedará nadie para vengarnos.
Ragnar siguió avanzando.
—La Inquisición lo hará.
—No. Puede que utilicen este ataque como excusa para enfrentarse a otros Navegantes, pero Cezare sabe sin duda que podría ocurrir y estará preparado para ello, si no, no lo hubiera hecho.
—Pues entonces, serán los Lobos Espaciales quienes reclamen el pago en sangre de la ofensa.
—¿Lo harán?
—Por supuesto que lo harán —replicó Ragnar, quien deseó estar seguro de lo que decía Una cosa era el honor, y otra muy distinta la política dentro del Imperio. Se le ocurrió algo.
—Si Cezare ha organizado todo esto, también es el responsable de la muerte de tu padre y de Skander.
—No podrás encontrar pruebas para demostrarlo.
Ragnar le enseñó los colmillos con una sonrisa lobuna.
—¿Quién te ha dicho que me hacen falta pruebas?
Xenothan avanzó por los pasillos esforzándose por tener el mismo aspecto aterrorizado que la multitud que lo rodeaba. Se había producido un terrible caos en el mismo corazón de la Casa Belisarius. Los planes que habían tardado tanto en crearse estaban funcionando a la perfección. Los fanáticos andaban sueltos por las preciosas criptas de los Navegantes. Los equipos de asalto estaban contaminando el suministro de agua y de aire. Las fuentes de energía principales habían quedado inutilizadas.
Pudo escuchar el pánico por el microrreceptor que llevaba en el oído. La noticia de que los intrusos habían atacado las criptas ya había llegado a los altos mandos belisarianos, quienes suponían que los Ancianos eran el objetivo principal de la incursión y habían enviado tropas para defenderlos. Había llegado el momento de que Xenothan atacase. La distracción era la clave, ya que tenía que mantenerse dos pasos por delante de sus enemigos. Eso era más valioso que la fuerza, la potencia de fuego o la riqueza, y él era un maestro en ese aspecto. Atravesó el corazón del palacio Belisarius en dirección a su objetivo. Antes de que acabara la noche, una de las casas navegantes más poderosas y antiguas del Imperio quedaría en ruinas, y el señor de Xenothan estaría un paso más cerca de su objetivo final.
—¿Cómo estás? —preguntó Ragnar a Gabriella. Estaba pálida y con el rostro contraído por el horror.
—He estado peor —contestó ella.
Estaba soportándolo bastante bien si se tenía en cuenta el número de parientes suyos que había visto asesinados por los pasillos, pero Ragnar se percató de que estaba comenzando a cansarse, y que el miedo comenzaba a afectarla más de lo que podía soportar. No podía culparla. Aquél estilo de combate era más que suficiente para destrozar los nervios del guerrero más veterano y templado.
Siguieron al acecho por las sombrías criptas. Los superaban enormemente en número, de modo que su única oportunidad era atacar desde las sombras y retirarse. Si querían salvar a los Ancianos no tenía sentido sufrir una muerte heroica. La rapidez, la ferocidad en el ataque y la velocidad de retirada eran mejores para cumplir su misión.
Atacaron a pequeños grupos de fanáticos una y otra vez. Ragnar les disparaba e intentaba apartarlos de su víctima. Si eso fallaba, como ocurría a menudo, regresaba y los acribillaba a todos. Los intrusos, invadidos por una tremenda sed de sangre, se dedicaban a torturar de forma brutal a los Ancianos en vez de seguir cumpliendo su misión. Ragnar sospechó que esa misma ansia de sangre era lo que estaba impidiendo que mataran a todos los Navegantes. Si los guerreros de la Hermandad hubiesen avanzado velozmente y hubiesen matado con rapidez, habrían logrado cumplir por completo su objetivo.
O quizá no. Ragnar se encontró aquí y allá con unas enormes puertas de contención. Algunas las habían echado abajo con cargas térmicas, pero muchas habían resistido. Ragnar sabía que era muy posible que al otro lado de las mismas se encontrasen algunos Ancianos. Sólo le quedaba esa esperanza. Al menos, el tiempo estaba de su lado. Más y más tropas de la Casa Belisarius llegaban a la zona, y no tardarían en superar en número a los atacantes.
Los fanáticos debían de saber que eso acabaría ocurriendo, pero a pesar de ello, habían atacado de todas maneras. Había algo casi admirable en el modo en que estaban dispuestos a perder la vida por la causa en la que creían.
Casi le recordó a sí mismo. Estaban dispuestos a entregar sus vidas por matar a gente que no podía defenderse: mutantes incapacitados que no podían empuñar armas, y mucho menos utilizarlas.
Ragnar se enteró por los canales de comunicación de que los atacantes habían utilizado otras armas. Habían vertido veneno en el suministro de agua y en los conductos de aire. Ya estaban reemplazando los filtros y había pocas bajas, pero era algo obvio, incluso para Ragnar, que los intrusos habían atacado increíblemente bien preparados. Poseían detalles pormenorizados de sus objetivos y de sus puntos débiles. Todo señalaba la presencia de un traidor dentro de la casa. Era el único modo de que alguien hubiera conseguido tal cantidad de datos y de información.
Su mente continuó trabajando en el problema mientras avanzaba en pos del olor de más fanáticos. La figura de un traidor también explicaría cómo habían logrado entrar en el palacio. Estaba completamente seguro de que una investigación posterior descubriría que alguien había abierto una compuerta de seguridad, además de unos guardias sobornados o asesinados. Era el único modo de que pudiera entrar una incursión semejante.
Asomó la cabeza por la esquina que daba al siguiente pasillo y vio a otro grupo de hombres vestidos de negro. Uno de ellos le estaba cortando los tentáculos a un Anciano con una sierra mecánica mientras uno de sus camaradas estaba tirado en el suelo cerca de él gimiendo y sangrando profusamente. Por lo que parecía, se habían encontrado con un mutante decidido a defenderse. Estaba apuntando contra la parte posterior de la cabeza del fanático cuando se le ocurrió otra idea.
¿Y si los Ancianos no eran el objetivo principal de los atacantes? Estaba sacando conclusiones de lo que veía, y, en términos militares, ése era un método peligroso e incorrecto. Lo más probable era que el enemigo pudiera atacar a cualquier persona de la Casa Belisarius con la información de que disponía.
¿Por qué centrarse en los Ancianos? Tenían un gran poder político, pero, por lo que él sabía, la mayoría estaban retirados del servicio activo o se dedicaban a investigaciones de carácter extraño.
Apretó el gatillo y la cabeza de su objetivo estalló en fina neblina rojiza. El cerebro se estampó contrala cara el intruso que tenía delante. Ragnar se abalanzó contra ellos blandió la espada sierra contra otro fanático, decapitándolo de un solo golpe.
Gabriella también cargó contra sus enemigos. Ragnar se apartó todo lo que pudo de ella. No quería herirla por error en mitad del salvajismo del combate cuerpo a cuerpo.
Le propinó una tremenda patada a uno de los fanáticos y lo lanzó por los aires contra el camarada que tenía detrás se abalanzó sobre ellos como un tigre contra una cabra atada mientras todavía rodaban por el suelo en un revoltijo de miembros. Le partió el cuello a uno con un golpe lateral de puño El peso de la pistola bólter que empuñaba añadió fuerza al impacto. Al otro lo decapitó con la espada sierra. La cabeza rodó por el suelo, donde se quedó parpadeando con una expresión confundida que fue sustituida al cabo de un ni momento por otra de absoluta desesperación.
Ragnar siguió pensando mientras combatía de forma automática. ¿A qué se debía aquel ataque? ¿Por qué en ese preciso momento? Quizá el motivo era el cambio de guardia y la presencia de un traidor en las defensas, pero a él le parecía que debía de ser algo más complicado que eso. ¿Qué era lo que había cambiado en sentido general? ¿Por qué el enemigo había decidido probar suerte esa noche, y no alguna otra?
Ragnar se echó al suelo cuando un fanático le disparó con una pistola láser. Rodó sobre sí mismo y le disparó mientras el individuo todavía intentaba bajar el arma y apuntarle de nuevo para luego ponerse de pie de un ágil salto Fue en ese instante cuando cayó en la cuenta: la votación para elegir al nuevo representante de las casas navegantes era al día siguiente. Aquél ataque podía dejar desorganizados a los miembros de la Casa Belisarius en el momento más crítico. O, pensó con mayor aprensión, podía colocar en el poder a un traidor si mataban a la Celestiarca. Con toda la casa hundida en el caos y la mayoría de los Ancianos muertos, habría que buscar otro modo de elegir a su nuevo gobernante. Eso llevaría tiempo.
Sin embargo, pensó mientras le clavaba la espada sierra en el pecho a otro fanático, eso sólo podía ocurrir si la Celestiarca moría. Ragnar se estremeció. Estaba seguro de que había adivinado cuáles eran los planes del enemigo.