Xenothan dio unas cuantas órdenes de forma apresurada a los últimos guerreros supervivientes de la Hermandad. Tenía la esperanza de que abandonaran el baño de sangre que estaban cometiendo en las criptas y que convergieran sobre su gran enemiga, la Celestiarca. Ya se habrían dado cuenta de que estaban condenados, y con un poco de suerte estarían más que dispuestos a entregar sus vidas al precio más alto para los odiados mutantes. Matar a la Celestiarca sería más que suficiente.
Dejó de utilizar el canal de comunicaciones. Suponía que a esas alturas también habrían descubierto ese truco y no estaba dispuesto a correr el riesgo de que lo localizaran antes de que completara su misión. Los Cuchillos del Lobo ya habían demostrado que no eran tontos. Estarían haciendo todo lo posible por localizarlo. Se dijo a sí mismo que debía mantenerse en movimiento.
Comprobó la serie de armas especiales que llevaba consigo mientras recorría a toda prisa los pasillos. Todavía le quedaban unas cuantas sorpresas guardadas en la manga. Conservaba las cuchillas envenenadas, los lanzadores de dardos y las granadas de gas venenoso. Había cambiado de nuevo de aspecto y llevaba el uniforme robado al cadáver de uno de los guardias de la casa. La cara también le había cambiado por completo. Era ancha y lisa. Los sacos de pigmentación subdérmicos habían cambiado el tono de su piel del blanco lechoso de los Navegantes a un marrón oscuro. No podría engañar a un Lobo Espacial debido a su olor, pero engañaría a cualquier otra persona que lo estuviera buscando con su aspecto anterior.
No estaba seguro de si el Lobo Espacial lo había visto lo suficiente como para comunicar su aspecto a los demás, pero seguía sin querer arriesgarse.
Un guardia le ordenó que se detuviera. Xenothan no tenía tiempo que perder. La clave era la rapidez, no el disfraz. Se concentró, y su cuerpo alterado quirúrgicamente respondió de forma inmediata. El tiempo frenó su avance cuando sus reflejos aumentados de forma química se aceleraron. El guardia pareció moverse a cámara lenta y apenas le dio tiempo a alzar el arma antes de que Xenothan se le echara encima. Alargó el brazo y le metió los dedos en los ojos, hundiéndolos profundamente en las cuencas antes de que se partieran por el impacto de sus uñas, afiladas como navajas de afeitar.
El guardia comenzó a desplomarse, pero Xenothan tuvo tiempo todavía de golpearlo en la garganta y aplastarle la tráquea.
Un segundo después ya no estaba allí. Cruzó el pasillo a toda velocidad en dirección a su presa. Estaba decidido a que no lo esquivara una segunda vez.
—Esto ya me gusta más —gruñó Haegr chasqueando la lengua de satisfacción mientras contemplaba los cuerpos destrozados que yacían por doquier en el campo de batalla. Ragnar se levantó desde detrás de la barricada improvisada para echar un rápido vistazo a la situación que tenían delante. Toda la parte delantera a la entrada de la cripta estaba cubierta de cadáveres. El olor a madera exótica ardiendo le llenaba la nariz. Había muertos por todas partes.
—Estoy seguro de que tendrás mucha más diversión dentro de poco —le dijo Ragnar—. Oigo que se acercan más fanáticos.
—Así es, joven Ragnar. Debo admitir que para ser unos humanos debiluchos saben cómo morir. Han luchado como si estuviesen poseídos.
—Seguro que se lo toman como un gran cumplido.
—Deberían hacerlo cuando sale de los labios del poderoso Haegr.
La situación había empeorado a lo largo de los minutos anteriores. Los fanáticos se habían reagrupado y habían atacado su posición en masa una y otra vez. La mayoría de los guardias estaban heridos y ninguno de los refuerzos prometidos había llegado todavía. Estaban acorralados. El único consuelo era que los enemigos todavía no habían conseguido entrar en la estancia donde se encontraban Gabriella y la Celestiarca. Hasta ese momento, habían logrado rechazar todos los intentos de sus oponentes.
Haegr tenía razón. El enemigo combatía bien. Ragnar estaba sorprendido por la excelente coordinación que mostraban los fanáticos. Dudaba mucho que fuese una simple coincidencia que hubieran comenzado a atacar de repente su posición en tan gran número. Una inteligencia maligna y astuta los guiaba. ¿Hasta qué lugar en lo alto llegaba la traición dentro de la Casa Belisarius? Sin duda, otros estarían pensando lo mismo. Ésa idea podía desmoralizar y paralizar a su bando mientras el enemigo los atacaba.
—Jamás pensé que iba a tener un combate tan bueno en este sitio precisamente —dijo Haegr—. Por lo que parece, estas criptas sirven para algo, después de todo.
Ragnar se preguntó si conocía la existencia de los mutantes, y si era así, si le importaba lo más mínimo.
—Alguien se ha esforzado mucho para que esto salga bien —comentó Haegr con una astucia poco común en él. Aquello le confirmó a Ragnar que estaba en lo cierto. Tenía que ocurrir esa misma noche porque el Concilio de los Navegantes tendría lugar al día siguiente. Si la Celestiarca moría, la Casa Belisarius quedaría completamente desorganizada y sus aliados confundidos.
Con la casa desconcertada y tantos Ancianos muertos, tardarían semanas, si no meses, en elegir a otra persona que ocupara el cargo de Celestiarca. Si Cezare había planeado todo aquello, podría aprovechar el momento para prometer a los Navegantes un liderazgo firme ante aquella nueva amenaza siniestra y así colocar a su hijo como uno de los Altos Señores de Terra. Sería una victoria como ninguna otra conseguida en los dos mil años pasados por cualquiera de las demás casas navegantes y su poder sería insuperable. Ragnar se dio cuenta de que aquella conclusión implicaba poseer una gran imaginación, ya que no tenía absolutamente ninguna clase de prueba, pero encajaba a la perfección con todos los hechos. El único problema que planteaba esa teoría era que la casa que había organizado aquel ataque no tenía por qué ser la Feracci; podía ser cualquiera de las más poderosas y ambiciosas. No habría forma alguna de confirmarla hasta la elección al trono que se efectuaría al día siguiente.
—Pues vamos a tener que procurar que no le salga bien.
—Bien dicho, joven Ragnar. Muy bien dicho.
Haegr sonrió y dejó al descubierto sus enormes colmillos, y Ragnar se dio cuenta de repente del motivo por el que Torin lo respetaba tanto. Puede que Haegr fuera brusco, algo brutal y un impedimento para cualquier acto diplomático, pero el gigante era el tipo de persona que querrías a tu lado en un momento difícil. No mostraba ninguna clase de duda, ni de miedo, ni tampoco tenía necesidad de que lo tranquilizaran. Era por completo lo que aparentaba ser: insensible al miedo. Lo más probable era que estuviese un poco loco, pero era un guerrero excelente.
—El único modo en que lograrán llegar hasta la Celestiarca será pasando por encima de mi cadáver —dijo Ragnar.
—Y tendrán que pasar por encima del mío para llegar hasta el tuyo —contestó Haegr—. No puedo permitir que un cachorro se lleve la gloria que en justicia me pertenece a mí.
Ragnar soltó una carcajada y luego miró a su alrededor, a la matanza, a los cuerpos muertos y hediondos, a los cadáveres sin miembros, a los desconchados en la pared provocados por los disparos. Aspiró la pestilencia de los resultados del combate cuerpo a cuerpo en las estancias del palacio. El hedor de las tripas abiertas y de la carne chamuscada por los rayos láser, de la sangre derramada y de los excrementos expuestos al aire.
No vio ninguna muestra de gloria en aquel lugar. Todas aquellas teorías que se le habían ocurrido estaban muy bien, pero tendría que dejarlas hasta el día siguiente. Era imperativo que mantuvieran con vida a la Celestiarca, ya que si lo lograban, la traición no tendría éxito y los belisarianos podrían seguir luchando. Quizá incluso conseguirían descubrir a los responsables de aquello y vengarse sin piedad.
Le sorprendió la desesperación que sentía. Jamás habría sospechado que la situación podía empeorar de un modo tan drástico en tan poco tiempo. Hasta esa noche había creído que el poder de la Casa Belisarius era casi invencible. Los Navegantes le habían parecido tremendamente ricos y poderosos, pero ni siquiera su alianza con los Lobos Espaciales les había evitado estar a punto de desaparecer antes del amanecer. Se dio cuenta de que dentro de la vasta maquinaria de la organización del Imperio, la Casa Belisarius no era más que otro pequeño engranaje, lo mismo que su Capítulo. No era una idea muy agradable.
—Bueno, pues parece que tenemos más visitantes —gruñó Haegr—. Supongo que será mejor que nos preparemos para darles la bienvenida.
Xenothan bajo las escaleras de un salto y oyó el rugido de la batalla por delante de donde ellos estaban. Había sido una noche muy larga, pero ya casi había acabado. Un último esfuerzo y vería cumplida su misión. Comprobó el estado de sus armas una última vez y echó a correr hacia su objetivo. Oyó el aullido de los Lobos Espaciales.
Ragnar se enfrentó cuerpo a cuerpo con el primero de los atacantes y lo envió volando de espaldas con un golpe de la guarda de la espada sierra. Era increíble pero se había quedado sin munición en la pistola bólter, y el combate era tan cerrado que no tenía sentido intentar apoderarse de cualquiera de las armas que había por el suelo. En vez de eso empuñó la espada de un oficial de la guardia que estaba muerto y la blandió con la mano izquierda mientras empuñaba la espada sierra con la derecha.
Se habían visto obligados a salir de detrás de la barricada y a entrar en combate en la estancia delantera contigua. Ragnar atravesaba las filas enemigas matando a sus oponentes con tremendos tajos, mientras que Haegr se abría paso como un toro enloquecido en un bazar abarrotado de gente A su alrededor, los herejes caían uno tras otro, pero sólo eran los Marines Espaciales los que mantenían a raya a la oleada enemiga. La mayoría de los guardias ya habían caído, y los zelotes seguían atacando de forma incesante y fanática.
Era posible que se tratase de las drogas de combate que habían ingerido, pero Ragnar sospechaba que hubieran sido igual de arrojados sin ellas. Simplemente no habrían tenido tanta fuerza, resistencia y ferocidad. A Haegr no le importaba. Se reía mientras los mataba. Aplastaba cráneos con el martillo como si fueran cáscaras de huevo y partía las costillas como si no fuesen más que ramitas secas. Tenía la barba y la placa pectoral de la armadura cubierta de restos sanguinolentos, y esa misma sangre le caía por el rostro dándole un aspecto demoníaco.
Se movía con una agilidad tan tremenda para alguien de su tamaño que sus oponentes no lograban apuntarle con sus armas, y muy pocos conseguían alcanzarlo en el combate cuerpo a cuerpo. De repente, salido de la nada, apareció un dardo que impactó en la frente del gigante y se quedó allí clavado. Por un momento pareció que no pasaba nada, pero un instante después Haegr abrió los ojos de par en par con una mirada de horror y se desplomó en el suelo como el tronco de un gran roble.
Si Ragnar no hubiese sabido que era imposible, habría pensado que su camarada había caído víctima de alguna clase de veneno. Advirtió algo por su visión periférica y se lanzó de cabeza aplastando a los enemigos que tenía delante. Un dardo pasó silbando al lado de su oído y falló por poco.
Un grito justo a su espalda le hizo saber que alguien no había tenido tanta suerte como él. Echó una breve mirada a la izquierda y vio a un fanático retorciéndose en el suelo en medio de una agonía insoportable. La cara se le estaba poniendo azul con una rapidez tremenda y los músculos se movían bajo la piel como serpientes torturadas.
Ragnar siguió moviéndose y unos cuantos dardos más rebotaron contra la armadura. Captó un leve olor, un sutil aroma que indicaba el pequeño rastro provocado por una combinación repugnante de toxinas. Miró a su alrededor frenéticamente. Todavía no había visto al individuo que le estaba disparando. Ningún ser humano hubiese sido capaz de evadir sus sentidos. Supuso que el asesino había llegado por fin.
Xenothan maldijo en voz baja. No había esperado que el joven respondiera con tanta rapidez. Seguir sus acciones evasivas le había costado muchos de aquellos dardos envenenados y todavía no había conseguido impactarle de lleno. Lo único que había conseguido era acabar con media docena de sus propios seguidores.
¿Y ahora qué?, se preguntó. No podía perder más tiempo. Si quería matar a la Celestiarca tendría que pasar por encima de la barricada y entrar en la cripta en ese momento. Se dirigió hacia la puerta.
Ragnar vio por el rabillo del ojo a un individuo delgado y alto vestido de negro que se movía con una rapidez increíble. Saltó la barricada y se dirigió a la entrada de la cripta interior.
El desconocido se movía con demasiada rapidez para ser un humano normal. Había algo casi de insecto en su velocidad huidiza. Ragnar supuso que se trataba del asesino, y en pocos segundos, si no lo detenía, entraría en la estancia donde se encontraba la Celestiarca. Ragnar no creía que los guardias tuvieran muchas oportunidades de mantenerlo alejado de su presa. Había llegado el momento de cumplir con su deber.
Saltó por encima de la barricada abalanzándose contra la espalda de su oponente sin hacer caso de los golpes que los fanáticos le propinaron por todos lados. Confiaba en que la resistencia de su armadura lo mantendría a salvo de cualquier herida. Blandió la espada sierra con la esperanza de cortarle la espina dorsal al asesino. Casi lo logró, pero en el último momento el asesino consiguió inclinarse hacia adelante como si no tuviera huesos y esquivó el mandoble. Incluso llegó a retorcerse sobre sí mismo en el aire, rodó hacia adelante y apoyó una pierna contra el pecho de Ragnar, añadiendo su fuerza al impulso que ya llevaba el Marine Espacial y enviándolo de cabeza hacia la cámara interior.
Ragnar soltó la espada sierra por temor a cortarse con su propia arma al caer. Intentó controlar la caída para ponerse de pie. La espada sierra se deslizó por las losas de mármol y acabó junto a una pared lejana. Ragnar se puso en pie de un salto, pero el asesino ya estaba preparado para atacar. Le propinó una patada en la barbilla con una fuerza tan brutal que hubiera partido el cuello a cualquier otro que no fuese un Marine Espacial. Ragnar cayó de nuevo de espaldas y el asesino pasó por encima de él de un salto. Jamás se había encontrado a alguien que fuera tan superior en velocidad y reflejos y, aparentemente, también en fuerza. Había muchos enemigos que eran más fuertes que Ragnar, pero ninguno tan veloz. Aquél desconocido era una combinación letal de ambas características.
El asesino hizo caso omiso de Ragnar y siguió avanzando hacia su objetivo. Los guardias estaban confusos por la sorprendente velocidad a la que se estaban desarrollando los acontecimientos, y no abrieron fuego por miedo a alcanzar a Ragnar.
—¡Disparad! —rugió el Lobo Espacial mientras alargaba un brazo para agarrar al asesino del tobillo. Logró hacerlo por poco y el desconocido se giró de nuevo intentando zafarse. La primera salva de proyectiles cruzó silbando el aire a su alrededor. Bastantes se estrellaron contra la armadura de Ragnar, pero él mantuvo agarrado al asesino.
Xenothan soltó otra maldición. ¿Qué hacía falta para matar a aquel joven? Hasta ese momento había sufrido heridas suficientes como para matar a una docena de hombres y aun así, seguía luchando, y lo que era todavía peor, había logrado anular todos sus esfuerzos para llegar hasta la Celestiarca. El asesino se dio cuenta de que había cometido un error eliminando a Haegr en primer lugar. La ferocidad del gigante era legendaria, y Xenothan creyó que supondría la mayor amenaza. Ya no estaba tan seguro.
«Otro error», pensó, y no tenía mucho tiempo para corregirlo.
De alguna manera, con una velocidad sobrehumana, el asesino no sólo consiguió evitar que le acertasen sino que además respondió a los disparos con el arma que empuñaba en la mano izquierda. Nuevos dardos cruzaron el aire y Ragnar temió que la Celestiarca estuviera a punto de morir. Habría ocurrido así de no ser por varios miembros de su escolta personal, que intervinieron colocándose en la trayectoria de los proyectiles y conviniéndose así en un escudo humano.
Ragnar oyó al asesino maldecir en una lengua desconocida antes de que se inclinara y lo golpeara con la mano. El ataque iba dirigido contra los ojos de Ragnar. El joven Lobo Espacial tuvo el tiempo justo de girar la cabeza para que las afiladas uñas simplemente le arañaran la frente. Dio un mandoble con la espada que había conservado en la mano izquierda, pero el asesino paró el golpe con el antebrazo. Ragnar esperaba que la carne cediera y se abriera en canal, pero en vez de eso, la espada rebotó como si hubiera golpeado metal sólido. La camisa de su oponente no era más que tela, así que supuso que llevaba alguna clase de armadura subdermal.
El asesino dio un pisotón a Ragnar con el pie que tenía libre en la muñeca que lo aprisionaba. La potencia fue irresistible y el Lobo Espacial tuvo que soltarlo. Un instante después, el individuo estaba en al aire, como si la gravedad no lo afectase.
Dio un salto hacia atrás doblándose sobre sí mismo y continuó disparando sus letales dardos contra los cuerpos de los hombres que protegían a la gobernante de la Casa Belisarius. Ragnar deseó que no encontrara ningún hueco en aquella muralla de carne. Supuso que los hombres ya estarían muertos a causa del veneno. Arrojó con todas sus fuerzas la espada hacia el estómago del atacante con la esperanza de que no estuviese tan bien protegido como sus brazos. El asesino giró en el aire, le dio un manotazo y desvió la espada, que se dirigió en línea recta hacia un guardia, al que atravesó la garganta. Si había sido algo deliberado, y Ragnar creía que lo era, había sido un logro increíble de coordinación.
Ragnar rodó sobre sí mismo y empuñó el rifle láser de uno de los guardias muertos. Apuntó al asesino y apretó el gatillo.
Ya no disponía de ningún punto de apoyo y debía seguir el arco de caída causado por la gravedad, por lo que el asesino fue, por una vez, un objetivo fácil. Ni siquiera sus reflejos fueron suficientes para esquivar el rayo de luz, y Ragnar le acertó. El láser quemó la tela y achicharró la piel, dejándola negra. De algún modo, el asesino consiguió mantener el brazo entre el rayo y su cuerpo durante la caída, y en cuanto llegó al suelo, se abalanzo contra Ragnar a pesar del chisporroteo de la carne y de la grasa al quemarse.
Ragnar vio demasiado tarde el cuchillo en la mano sana del asesino. Percibió el leve olor a un veneno letal, como el que había utilizado para eliminar a Haegr. Levantó el brazo en un movimiento desesperado para desviar el golpe, pero el asesino logró zafarse con un revés de muñeca y lo dirigió a su ojo. Ragnar giró la cabeza y el cuchillo le cortó la mejilla por debajo del párpado.
Un dolor agónico se apoderó del cuerpo de Ragnar de forma instantánea. Todos sus sentidos se confundieron entre sí. Los sonidos se convirtieron en colores, la luz se convirtió en sonido, el tacto adquirió gusto, y todo ello de un modo que jamás podría describir. Para alguien que confiaba tanto en sus sentidos, era una experiencia capaz de volverlo loco. El dolor le recorrió el cuerpo en oleadas de amarillo y de rojo intenso. Sus jadeos salieron en nubes de color verde y gris. Sintió el sabor ácido del veneno en sus venas. Todo se convirtió en una locura rugiente para sus sentidos sobrecargados.
Desesperado, preguntándose si estaba haciendo de verdad lo que él creía que estaba haciendo, se lanzó hacia adelante mordiendo y arañando. Sintió que cerraba la boca sobre algo. Mordió con fuerza y agarró un cuerpo rodeándolo con los dos brazos. Siguió esforzándose por aplastarlo y desgarrarlo con los dientes mucho después de que las oleadas de locura roja se apoderaran de él.