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Había un elemento cuya representación todavía no estaba clara para mí: las tijeras, mencionadas constantemente durante el análisis.
Las tijeras, según la teoría freudiana, no poseían una significación exclusivamente sexual. Por tratarse de algo empleado para las labores de costura, tenían que ser consideradas sencillamente como símbolo de la mujer. Esto, para mí, resultaba evidente también a través de la lectura de diversos ensayos sobre folklore. En el templo sintoísta Arahabaki, en la ciudad de Tagajo, vecina a Shiogama, en el edificio dedicado a la divinidad masculina, se venera un símbolo fálico, y, en el dedicado a la femenina, unas tijeras de hierro. Respetando otra posibilidad de interpretación no estrictamente sexual, puede ser que Reiko mencione las tijeras para llamar mi atención sobre aquella noche famosa, al no tener el valor de contarlo abiertamente. En la muchacha esto no formaba parte de un proceso intencionado y consciente, sino al contrario, lo que representó un importante paso en mis estudios sobre la histeria. Dicho de otro modo, me di cuenta de que un fuerte carácter histérico no surge provocado sólo por el subconsciente. A nivel inconsciente, utiliza activamente los símbolos que se encuentran en el umbral de la consciencia. Era como si ella, no pudiendo hablar, agitase un pañuelo para pedir ayuda. Reiko emitía constantemente señales de socorro, aunque yo no había sido capaz de captarlas. Pero ¿qué querían decir exactamente aquellas tijeras?
Lo que ella me dijo después me mostró aquella imagen bajo otro prisma, un objeto puro que iba más allá de las explicaciones del psicoanálisis. Las tijeras no eran un utensilio cotidiano, y se alejaban del mundo humano representando el misterioso mundo de los objetos.
«Sí… creo que finalmente podré hablarle de las tijeras. Cuando fui víctima de aquella situación con mi hermano, en mi corazón sentí una terrible confusión. No sabría definir si se trataba de odio, vergüenza o alegría nostálgica al sentir cómo me sujetaba fuertemente con sus brazos. No sabría describirlo exactamente; pero lo que sentí a continuación era una sensación ya conocida y experimentada en el instante en que fui testigo del acto sexual entre mi tía y mi hermano. En aquel momento se repetía, aunque mucho más intensa. Sí, pensándolo bien, tras haber visto a mi hermano en la cama con mi tía, no había sentido más que esto, pero no lo he podido analizar hasta ahora. En aquel momento sólo percibí el ansia y los ojos llenos de odio de aquella mujer, y pensaba que debía escapar lo más aprisa posible de mi hermano. Bloqueada entre sus brazos, pensé que podría escapar forcejeando de un lado a otro. Fue entonces cuando de reojo pude ver algo que centelleaba.
»Al lado de la cama había una pequeña librería apoyada en la pared. Lo que centelleaba entre los libros y los pequeños objetos acumulados eran unas tijeras. Continué intentando deshacerme de él, y fui acercándome lentamente hacia la librería. Mi hermano me había dejado libres los brazos y me sujetaba sólo con el cuerpo. Entonces alargué poco a poco una mano. Pude coger las tijeras y esconderlas bajo la almohada sin que la mujer se diera cuenta. La habitación estaba iluminada por una luz tenue, y ella, borracha como estaba, miraba hacia otro lado. Yo estaba confusa, pero mi cabeza se volvió de hielo, y fui capaz de pensar con frialdad lo que debía hacer: “Bien, ahora le dejo hacer lo que quiera, y cuando me penetre lo mataré con las tijeras. Las cogeré y se las clavaré en la nuca. Es posible que yo también muera. De esta forma veremos realizado nuestro sueño.”
»Pensándolo bien, este deseo me ha arruinado. Éste es el error. Si hubiera tenido la intención de matarle, le hubiera clavado las tijeras en el mismo instante en que las cogí. Porque después, doctor, no fui capaz de hacerlo; tan sólo sujeté fuertemente las tijeras bajo la almohada. Fui conducida hasta el infierno, aun teniendo en las manos lo único que podía salvarme. ¿Por qué no fui capaz? Cuando pienso en ello se me hiela la sangre. El movimiento de sus manos, violento y delicado al mismo tiempo, me hacía recordar las sensaciones infantiles. Aquella sensación que soy incapaz de olvidar, que siempre había esperado, con ansia y con vergüenza, se repetía.
»“Me da asco”, pensaba, y las tijeras se debatían entre los dedos de mi mano mientras escuchaba a través de la almohada la voz de mi propia conciencia. Odiaba aquellas tijeras, era culpa suya. “Es culpa vuestra que me encuentre así”, me decía a mí misma relegando en ellas toda la responsabilidad. No quería sujetarlas por más tiempo, y me las arreglé para dejarlas caer entre la cama y la pared. Cayeron a aquel oscuro abismo sin hacer ruido. Así, alejaba de mí la voz de la conciencia. Había entregado para siempre mi alma al infierno por culpa de aquellas tijeras.
»Desde entonces, las tijeras aparecen constantemente en mis sueños ligadas a mis recuerdos infantiles y se han convertido en el símbolo de la destrucción de la voz de mi conciencia. ¿Comprende?»
Escuché atentamente las palabras de Reiko; la suya era, sin lugar a dudas, una confesión sincera. Dudar de ella significaba no haber aprendido nada durante mi carrera como psicoanalista, no haber adquirido experiencia a través del contacto con los pacientes.
«Entiendo. Debe de ser duro para usted confesar todo esto —le dije, dejando a un lado la profesionalidad y mi mísero y retorcido amor, y manifestando mi más sincera emoción—. Con esto todos los enigmas quedan resueltos. Desde aquella noche, dentro de usted no ha existido más que el deseo de huir de aquel terrible recuerdo, de volver a ser una mujer normal, de salir del infierno. Ahora está todo claro. La frigidez quería obstaculizar su deseo, y el conflicto creado aumentaba su histeria. La frigidez, en otras palabras, era la manifestación de su inconsciente, que quería conservar el recuerdo de la música escuchada con su hermano, ridiculizando su consciencia y su voluntad.
»Si escuchaba una música diabólica e intentaba librarse de ella, sus oídos la transformaban en música común. Sólo ante una extrema vergüenza, o una extrema, rigurosa e infernal sacralidad sonaba en sus oídos la música. Tan sólo ante un enfermo de muerte o un pobre impotente se sentía pura y santa, volvía con su mente a sus lejanos recuerdos y oía de nuevo aquella conocida melodía. Es natural que la música común, la música que todos los individuos escuchan, no pudiera ser captada por sus oídos.
»Pues bien, todo me parece bastante claro: no puedo decirle cuándo, pero le aseguro que le ayudaré a oír esa música tan deseada. Tenga confianza en mí.»
Pronuncié estas palabras con una seguridad de la cual yo mismo me maravillé. En efecto, no disponía de medios concretos ni de ninguna certeza para asegurarle lo que había asegurado.
«Escuche: de ahora en adelante deberá vivir despreocupadamente, sin ansiedad y sin pensar como una persona que se considera diferente de las demás. No deberá esforzarse por evitar a toda costa la música diabólica, y si la histeria se manifestara de nuevo, deberá intentar no herir a otras personas al intentar de escucharla.»
«Entiendo. Gracias, doctor —dijo Reiko con las mejillas llenas de lágrimas—. De verdad… no sé cómo agradecérselo. Tratar con tanta gentileza a alguien como yo… Doctor, ¿me comprende?, antes de confesar todo lo que le he contado, he sufrido muchísimo. Todo cuanto le expliqué en nuestro primer encuentro sé que no fue de ninguna utilidad, que formó parte de mi esfuerzo por ocultarle lo ocurrido aquella noche… Pero, ahora que ya lo sabe todo, me siento otra persona. ¿Podré ser una mujer feliz, doctor?»
«Eso no lo podemos afirmar tan fácilmente: tenemos todavía algo que hacer. De todos modos, no debemos tener prisa; será mucho mejor iniciar nuestra tarea con calma. Si fuese necesario, utilizaríamos un método más drástico.»
«¿Un método más drástico?»
«Sí, si fuera necesario; yo sé que ahora dispone de la fuerza suficiente para soportarlo.»
En aquel instante experimenté hacia Reiko la compasión y el afecto que siento por mis pacientes más débiles. Dentro de mí había desaparecido todo cuanto tuviera que ver con el amor sensual; ahora me parecía estúpido el sentimiento apasionado que alimenté por ella durante un tiempo. Antes de invitarla a salir de la sala de terapia, me dirigí a la sala de espera para charlar con Ryuichi. El joven no se había movido de allí; se encontraba tendido en el sofá. Cuando me vio, se levantó rápidamente.
«Todo empieza a estar claro. Es una muchacha infeliz, más de lo que pensábamos. Usted es la única persona que puede hacerla feliz. La señorita Reiko, para curarse, necesita su ayuda. Por este motivo, mañana, excepcionalmente, la distanciaré de todo el proceso de análisis. Le recomiendo no hablar de esto con ella. Prométame que no le hará ninguna pregunta. Limítese a tratarla con dulzura, si es que aún está enamorado de ella.»
«Sí», respondió con decisión. Aquella respuesta, escueta y segura, aumentó la simpatía que sentía por él. Al día siguiente, durante el descanso de mediodía, él se precipitó a toda prisa en la consulta.
«Doctor, le ruego que me lo explique todo.»
«Antes, déjeme que le pregunte, ¿cómo ha pasado la noche?»
«Ha dormido tranquila, como una niña. No había visto nunca en su cara tal expresión de sueño sereno y plácido.»
«Bien —añadí, y, dirigiéndome a Akemi, continué—: Acompáñelo a la sala de terapia, y luego se lo explico todo.»
El sexto sentido de las mujeres es algo sorprendente. Akemi, después de la tarde anterior, se había convertido en un ser amable y gentil. Acompañó a Ryuichi hasta la sala, sonriente y profesional, como no la veía desde hacía tiempo.
El joven, tras haber escuchado mi relato, en vez de experimentar rabia o disgusto por el pasado de Reiko, mostró una profunda compasión. No había cambiado de opinión respecto a la nobleza de sus sentimientos.
«¿Qué intenciones tiene, doctor? Yo haré todo cuanto pueda para ayudar.»
«Debemos localizar a su hermano y enfrentarlos en nuestra presencia.»
«¿Qué? ¡Puede ser peligroso!»
«Lo sé, pero no hay otro sistema.»
«¡Pero si no conocemos ni su dirección!»
«Sí, ése es el problema.»
No teníamos la más mínima idea de cómo localizar al hermano de Reiko en una ciudad de diez millones de habitantes. Pero la ocasión se presentó.