Capítulo 23
Los diez errores más comunes de los inversores españoles
En abril de 2009, la EFPA España, la delegación española de la asociación de asesoramiento financiero más importante de Europa (EFPA, European Financial Planning Association) publicó un decálogo que, bajo el título de “Los 10 errores más comunes de los inversores españoles”, analizaba de forma específica los principales deslices que cometemos los inversores de la piel de toro a la hora de invertir.
No prever cuándo necesitaremos nuestro dinero
Y, como consecuencia, no desarrollamos estrategias distintas para corto, medio y largo plazo. A lo largo del libro he insistido mucho en la importancia de pensar en tus inversiones y situarlas en el plano temporal. De trazar planes. En cambio, no te he dicho que sea indispensable, ni mucho menos, saber calcular una TIR o que te conviertas en un genio de los ratios financieros.
Está bien que aprendas todo lo que puedas, pero más
importante que eso es que accedas a la inversión con mentalidad
estratégica, habiendo sopesado tus grandes líneas de actuación, más
que si vas a comprar acciones de Microsoft o de un fondo de
inversión chino. Las líneas maestras antes que el detalle (y no al
revés). Hazte siempre dos preguntas importantes:
¿Para qué invierto? Y recuerda
aquello de “transformar objetivos personales en objetivos
financieros”.
Cuál es el horizonte temporal de cada
objetivo. Obviamente, no debes tratar igual la previsión de la
jubilación a veinte años vista que “cambiar de coche” dentro de
tres años.
No diversificar
No hay mucho que añadir. Si te queda alguna duda, revisa los conceptos del capítulo 16 sobre el “coeficiente de correlación”. Y si te atascas, acuérdate de “no poner todos los huevos en la misma cesta”.
La diversificación es tu seguro de vida cuando las cosas van
mal (y ten por seguro que alguna vez irán mal).
Construir una cartera influido por los instrumentos financieros de moda
Cuando te conectas a una web de finanzas o a cualquier publicación que trate sobre inversiones, te puede aparecer un cookie del tipo “Invierta en CfD y gane tropecientos mil euros al mes” o “Invierta en Forex y hágase rico trabajando una hora al día”.
No estoy ni mucho menos en contra de los CfD ni del Forex, ni de nada de nada. Todo depende de la preparación del inversor y del uso que vaya a dar a estos (y otros) novedosos productos financieros.
Solo quiero recordarte que los clásicos del mundo financiero
son los que son: la liquidez, los bonos y las acciones, y con estos
instrumentos se puede invertir sin buscar la última innovación
financiera.
No entender el vehículo de inversión en el que ponemos nuestros ahorros
Este error es el que más me preocupa y el que más voy a desarrollar, dada su importancia. Es una advertencia que está en todos los decálogos del mundo, en todos los idiomas, en todas las culturas, la legislación es cada vez más exigente en cuanto a documentos a firmar... y seguimos sin entender buena parte de nuestras inversiones.
Don’t worry. No solo te pasa a ti. Es difícil saber de todo y, además, en la medida suficiente. Y para más inri, también les pasa a buena parte de los que te venden el producto financiero que no entiendes. Es como una gran ironía: el vendedor no entiende el producto financiero que le vende a un inversor que tampoco lo entiende, pero, por alguna extraña razón, ambos simulan entenderlo. Es como para un reportaje de Cuarto milenio.
Por más que te empeñes, jamás entenderás totalmente el
vehículo de inversión en el que inviertas si va más allá de tu
círculo de competencia, si está por encima de tus conocimientos,
que puede implicar que domines conceptos como:
Entender a la perfección el
funcionamiento de la renta fija y el impacto de las variaciones de
la curva de tipos en el precio de los bonos, que no es fácil ni
intuitivo.
Entender la influencia de los
aumentos y bajadas de los tipos de interés en la valoración de los
activos financieros por su impacto en el coste de capital, que
tampoco es fácil.
Entender la venta en descubierto,
lógica poco intuitiva (ni mentalmente sano: ganar cuando todos
palman).
Entender el funcionamiento de un
fondo de retorno absoluto, algo mucho más complicado de lo que
parece. Si la cartera del fondo es un 170 % largo en acciones y un
47 % corto, largo en renta fija un 50 % y corto un 87 % y además
está corto en liquidez... ¿puedes saber cómo reaccionará ese fondo
ante el movimiento de los mercados? Tú seguro que no, tu asesor
financiero tengo dudas (soy así de educado) y yo, como tú,
tampoco.
Entender realmente el vehículo de inversión en el que
inviertes implica invertir dentro de tu círculo de competencia. Por
eso, en este punto mi recomendación es doble:
El grueso de tus inversiones debe
estar dentro de tu área de competencia. La mayor parte de tu dinero
debe estar invertida en activos y en productos que conozcas a la
perfección. No debes dudar de tus actos.
Si quieres acceder a inversiones de
mayor complejidad, como los fondos de retorno absoluto o los
productos derivados, tienes que hacer los deberes y ampliar tu
círculo de competencia. Fíjate en que el decálogo de la EFPA dice
“entender el vehículo de inversión en el que has puesto tus
ahorros”. No dice “no entender pero da igual, porque confío en que
lo entienda el que me lo vende”. No es lo mismo.
El gran inversor Warren Buffett es uno de los hombres más
ricos del mundo gracias a invertir en acciones corrientes y
molientes. Pero claro, invierte en acciones de empresas que hacen
cosas muy complicadas y cuyas acciones, además, son muy difíciles
de encontrar... Fíjate en lo difícil que
es entender una empresa que se dedica a producir refrescos
(Coca-Cola) u otra que cocina hamburguesas (McDonald’s). Y
buscarlas ni te cuento... ¡Cotizan en el Dow Jones 30, el índice
más viejo del mundo y en el que solo cotizan treinta compañías y
cada día hay tropecientos mil titulares en prensa de estas
acciones!
Te propongo un ejercicio práctico para cerrar este punto tan importante: ¿cómo actuarás la próxima vez que te ofrezcan un producto estructurado en el que tengas que firmar cinco páginas o más de explicaciones sobre los riesgos del producto y que contenga expresiones del tipo “Credit Linked Notes (CLN) o “Bono sintético First to Default” y tu buen amigo comercial financiero te diga “ni te lo mires porque son los dichosos legalismos”?
No tener paciencia para superar las crisis ni dejar que se desarrolle la inversión, y vender cuando se pierde
Para compensar la longitud del punto anterior, aquí voy a ser muy conciso y utilizar la riqueza de pensamiento de Peter Lynch, legendario gestor del Magellan Fund: “La gente no tiene paciencia para enriquecerse lentamente. En lugar de ello, decide arruinarse con rapidez”.
Recuerda que la buena inversión es casi aburrida. Si haces
las cosas con método, cabeza y dentro de tu círculo de competencia,
tus inversiones no deberían agobiarte.
No ser disciplinados con los criterios de riesgo, los horizontes temporales y el objetivo fijado
Este error tan común está muy relacionado con el primero de la lista. Cuando el horizonte temporal de la inversión es a muy largo plazo realmente “solo” se necesita disciplina. Las rentabilidades históricas nos aseguran que (insisto, solo a muy largo plazo) obtendremos la rentabilidad promedio de los mercados; esto es, entre un 9 y un 12 % en bolsa y entre un 3 y un 5 % en bonos.
Más allá de entender la disciplina como una fe a prueba de
bombas en la que, a largo plazo, tu inversión será exitosa —que
también—, mi consejo es que tengas disciplina en tu propio
plan.
Optar por la seguridad, lo que nos desprotege frente a la inflación
En un contexto de inflación cero como el que vivimos, este punto es difícil de ver, pero los inversores con más experiencia saben que ha sido frecuente invertir en depósitos al 3,00 % con la inflación al 3,00 %. En el capítulo 1 te explico dos conceptos básicos para el inversor conservador, que aquí te resumo:
Rentabilidad nominal: la que obtienes
en euros corrientes. Supón un depósito de 100 euros que te paga el
3,00 %. Tu rentabilidad nominal será de 3 euros.
Rentabilidad real: es la rentabilidad
que obtienes descontada la inflación. En el caso anterior y con el
cálculo fácil para descontar la inflación (en el primer capítulo
tienes el “difícil” tambien) tu rentabilidad real sería cero. Ganas
el 3 % con una inflación del 3%.
¿No te falta nada? Sin entrar en criterios lingüísticos, la rentabilidad real de verdad sería después de pagar los impuestos. Por darle lenguaje bancario-asegurador te lo voy a mostrar de otra forma:
Rentabilidad financiero-fiscal:
rentabilidad nominal - impuestos. Supón que los impuestos son un
20 %, esto es, pagarás a Hacienda 0,6 euros de tus 3 euros de
intereses. Entonces tu rentabilidad financiero-fiscal o
rentabilidad después de impuestos será del 2,4 % (3 euros que
te ha pagado el banco menos los 0,6 euros de impuestos).
Y claro, si a tu bolsillo solo van de verdad de la buena 2,4 euros quiere decir que sobre tus 100 euros invertidos tu rentabilidad ha sido del 2,4 %... y si la inflación es del 3 %, el resultado es que tu rentabilidad real (considerando impuestos) sería... negativa. ¡Vaya negocio!
Dejarse guiar por el sentimiento de “revancha al mercado”
Este es un error vinculado a la bolsa más que a activos menos riesgosos como los depósitos o los bonos. Me cuesta imaginar a un inversor furioso diciendo: “¡Me voy a vengar del depósito al 1,00 % que me ofreció el Banco Campeón!”. No cuela.
A mi juicio, este error tiene mucho que ver con no usar los stops loss o stop de pérdidas (fijar un límite máximo de pérdidas en una inversión, técnica que te explico en el capítulo 5). Imagina que has invertido en una acción (o en un fondo de acciones) en un pico del mercado (mercado en máximos) y, como eres un tío listo, no tienes un plan previo (cosa que no te debería ocurrir si ya has leído este libro) y, casi sin darte cuenta, un buen día estás perdiendo el 30 % o más.
Cuando ya has superado tu umbral de insomnio (punto de pérdidas a partir del cual ya no puedes dormir) vendes, y entonces urdes un plan para “vengarte” de ese malvado valor que te ha hecho perder. Resultado: perderás más.
Una de las psicopatías que sufrimos los inversores (y los
especuladores todavía más) es humanizar el mercado y tratarlo como
si fuera un ser vivo. Si un día te oyes decir: “Es que el BBVA me
la tiene jurada” o diciéndole a la acción de Sacyr: “¿Qué te
pensabas?, ¿que ibas a poder conmigo?”, amigo, ese día apaga la
pantalla y tómate unas vacaciones.
Tomar decisiones influido por los amigos y las noticias
Después del error número cuatro, “No entender el vehículo de inversión en el que ponemos nuestros ahorros”, este es el siguiente que más me gusta. A continuación te reproduzco un extracto de un artículo publicado en junio de 2014 en un periódico especializado en economía. No te voy a dar el nombre del periódico pero da igual, todos dicen cosas similares: “Una de las empresas que mejor comportamiento podría registrar en los próximos meses a medida que se confirmen los datos de recuperación sería ArcelorMittal”.
Desde que se publicó esto hasta diciembre de 2014, las acciones de esta empresa llevaban una caída del 23 %. ¡Qué buena recomendación!
“Los que quieren comprar piso ahora, llegan tarde...” Esto se publicaba en la prensa a principios de 2012... ¡Je, je!
Como es prácticamente imposible evitar la influencia de las
noticias, la única herramienta que tienes para seguir tu buen rumbo
es tu plan de inversión y disciplina para llevarlo a
cabo.
No disponer de un asesor financiero cualificado que nos aconseje dónde invertir según nuestro perfil y que vele por nuestros intereses
Si vas a un restaurante por su buen cocinero y para operarte buscas un buen cirujano con prestigio y experiencia, ¿por qué no haces lo mismo con tus inversiones?
En España estamos tan acostumbrados a ir al banco de la esquina, que el trato que le damos a la gestión de nuestras inversiones es muchas veces de tercera división. Dedicamos más tiempo a buscar un restaurante o a planificar la reserva y la ruta para hacer los 60 kilómetros que debemos recorrer hasta allí, que a planificar nuestra jubilación.
Un asesor certificado no es garantía de que tu plan de
inversiones vaya a ir bien, pero es lo mínimo que puedes hacer por
tu plan de inversiones. Repito: lo mínimo. Y si no eres capaz de
cumplir con lo mínimo, no te extrañe que las cosas no acaben de
chutar.
Un asesor certificado te garantiza que enfrente tendrás una persona que acredita un determinado nivel de conocimientos (eso dependerá de la cualificación que haya obtenido y del examen al que se haya presentado) y que ha firmado un código ético (que lo cumpla o no es otra cosa).
Te invito a que visites la página de la EFPA España (www.efpa.es), vayas al final de la misma y compruebes si tu asesor ha obtenido alguna de las certificaciones profesionales que otorga esta asociación en el apartado “Compruebe si su asesor está certificado por EFPA España”. Solo tienes que poner nombre y el apellido de tu asesor para comprobarlo.
La EFPA no es, ni mucho menos, el único certificador que hay en el mundo. Las certificaciones norteamericanas son también de primer nivel (CFA, CFP, CAIA y Series 7) y en Europa son también relevantes las certificaciones CEFA y CIIA, sin olvidarme de las que regula la autoridad británica (FSA).
Corolario de este decálogo: para la EFPA España, la clave para que el inversor español evite estos errores radica en contar con un asesor financiero que posea la cualificación adecuada, y por eso está desarrollando una intensa labor desde el año 2000 para acreditar a profesionales capacitados que ofrezcan asesoramiento y planificación financiera de calidad.
En mi opinión, es cuestión de tiempo que la CNMV obligue a los asesores financieros a acreditar una certificación profesional, como se hace en el mundo anglosajón.