20 de agosto. La travesía
ERNESTO NAVARRO
Ya estamos de nuevo en la Cornisa del Entreacto, como decide llamarla mi compañero, pero ahora en condiciones diferentes. Hemos comido como personas normales dos días y agua hemos bebido, creo, como dos camellos normales y, claro, la moral ha venido por añadidura. Todo lo vemos más bonito y hasta la soñada travesía horizontal la esperamos con cierto optimismo. Optimismo que a la mañana siguiente se me esfuma nada más empezarla, pues me desespera el ver de nuevo esa pared lavada por la que no hay más defensa que el buril. Rabadá intenta darme ánimos para que lo utilice y al ver que sigo sin avanzar, con mucho tacto —pues no quiere herir mi susceptibilidad—, me sugiere que le ceda el puesto.
Con la primera indirecta me convence total y absolutamente, y cuando quiere apuntar la segunda ya estoy asegurado en los clavos de reunión y dispuesto a tensarle y aflojarle de la roja o la amarilla, según guste.
Con un alarde de tesón acomete contra esta enorme laja lisa y, un burilazo tras otro, [junto] con alguna pitonisa normal, va acercándose hasta el pedrusco que desde abajo hemos calculado como objetivo de este flanqueo que llamamos la Guitarra. Creemos que desde allí se podrá descender en diagonal y alcanzar el principio de la cornisa que, creemos, será el final de las grandes dificultades.
Comenzando la travesía, que les va a situar en el centro de la pared después de horas de pitonaje.
Al llegar a la Guitarra, debido al cansancio (lleva sus 9 horas en esta tirada) decaen algo sus ánimos y me dice que por allí tampoco se llega a ninguna solución y hasta me dice algo de volverse. Yo, que aunque algo nervioso he pasado el día descansado sentado en la reunión, le hago ver que ha resuelto la tirada y que con sólo descender ha de llegar muy cerca de la ansiada cornisa según hemos visto desde abajo. Pone dos pitonisas de las de confianza y empalmando los estribos desciende hasta la parte baja de la Guitarra donde al quedarse sin cuerda clava un buen pitón y me recupera unos metros para poder llegar hasta el principio de la cornisa. Luego sigo avanzando yo, a la vez que voy dejando una cuerda fija por si hubiera necesidad de retroceder. Poco después estamos los dos en la cornisa y tras otro largo de cuerda vivaqueamos con la seguridad (aunque no sé si bien fundada pues nos queda casi la mitad de la pared) de que al día siguiente pisaremos la cima. Creo que sentimos esa noche ya la satisfacción de la victoria.
Ya en la travesía que fue el punto clave de la escalada, y que acometieron una vez regresaron de este entreacto.
Aunque yo, en el fondo de mí, me reprocharé un poco el no haber tenido suficiente voluntad para acometer con esa dura travesía que me había tocado en suerte, y que rehuí casi sin intentar, creo que fue así como mejor colaboré, pues tengo la seguridad de que no lo habría resuelto como lo hizo mi compañero.
ALBERTO RABADÁ
Con la noción del tiempo ya perdida (no sé cuántas horas está durando ya este largo de cuerda) prosigo mi artesana labor.
Ni la […] voz de mi compañero que de vez en cuando me pregunta qué tal va la cosa consigue sacarme de este aburrido sopor que me domina. Sus clásicas chanzas y humoradas logran distraerme algo mientras trato de hacerme con este duro hueso que hoy me ha tocado en suerte roer…
Anotaciones de Rabadá.
A una pitonisa de expansión se sucede otra. A ésta una corriente, colocada en un leve intersticio de la roca previamente retacado con un pequeño taquillo de madera… ¡No parece haber quedado muy segura!… ¿Aguantará mientras para poner nueva expansiva? ¡Atento, Navarrico, por si acaso! Esta advertencia y otras más bien sobran ya que mi compañero ni siquiera pestañea para estar más atento al menor de mis movimientos (como más tarde me diría) ¡aferrado a las cuerdas con los nervios en completa tensión!
Mientras descanso los brazos suspendido de una nueva pitonisa que me ha permitido ganarle unos metros más a esta compacta y lisa/vertiginosa placa/llambría, máxima defensa que a unos 200 m del «Santo Suelo» opone ésta, ya de por sí, impresionante pared, pasan por mi pensamiento retazos de lo ocurrido hasta estos instantes.
[***]
Ensimismado en mis pensamiento y como por inercia, he ido avanzando poco a poco hasta alcanzar una pequeña entosta donde ¡al fin! coloco un par de buenos clavos. En directo, con cuatro clavos más dos expansivos alcanzo otra entosta donde ¡estupor/sorpresa! cuando ya creía tener la travesía dominada resulta que el punto a alcanzar queda todavía unos 15 m más a la izquierda y unos 25 por debajo de donde me hallo.
Al ver mi desencanto, Navarrico me sugiere que me descuelgue unos metros en Dulfer para ver qué se ve. Así lo hago y conforme me va soltando cuerda vuelven a mí los deseos de vencer que por un momento me habían flaqueado ante esta (suponía) nueva tentativa frustrada.
Lo que un poco quiméricamente pensáramos en Zaragoza, ha sido la solución para resolver este problema. Gracias a este péndulo he conseguido acercarme hasta unos ocho metros del punto deseado/centro de la pared. Las cuerdas no dan más de sí.
Es necesario parar en plena pared, colocar dos buenos clavos y, suspendido sobre estribos, de ellos parar la mochila (nuestra inseparable compañera) y a continuación Navarro hará una serie de arriesgadas y hábiles maniobras de cuerda que me permitan disponer de cuerda para alcanzar la ansiada cornisa.
Se está ya ocultando el sol cuando al fin nos vemos reunidos en ella, no sin antes haber dejado colocado y fijo a buenos clavos un pasamanos de unos 40 m para que, en caso de emergencia, en un momento dado, nos asegure el retroceso de esta travesía que tan en jaque nos ha tenido.
Aún aprovechamos las últimas claridades para remontar otra cornisa más amplia donde prepararemos nuevo vivac.