EL VIAJERO Y LA ETERNIDAD

Marcelino Champo

Decidieron llevar el combate a las tierras inhóspitas de Nort, allá donde el calor sempiterno habitaba los cuerpos de forma implacable e inmisericorde. La clandestinidad de esas montañas serviría de escenario para la renombrada batalla de los tres soles, esa lucha feroz desatada por el augurio de Los Eternos.

El vencedor llevaría a cuestas la responsabilidad honrosa y lapidaria de pasar por el portal, el ojo cósmico abierto una sola vez en cinco kalpas.

Los dos combatientes llegaron desnudos, postrados uno frente al otro, revisando, en sus adentros, la táctica a seguir, el plan de guerra moldeado desde tiempos sin memoria.

Ambos guerreros construyeron su propio ejército; el amarillo y el púrpura, forjados en la maquinaria de sus mentes, fieles a la imagen y semejanza de su creador. Hordas de soldados desfilaban sin tregua entre los páramos desérticos de Nort, cubriendo la superficie con la sombra bélica de sus pasos.

El que demostrara una mayor concentración, pese a las inclemencias del ambiente y de la guerra, saldría triunfante; el secreto residía en no evocar imagen alguna que demostrara compasión o añoranza, de lo contrario todo aquello creado por sus pensamientos desaparecería.

Los estruendos del conflicto resonaron hasta en el último rincón del planeta. Miles de destellos amarillentos mezclados con los embates púrpuras adornaban el cielo, los ataques llegaban de todas partes, detonando por aquí y por allá, desgastando la inmortalidad de las rocas.

Fue en el cruce de dos estrellas cuando el portal apareció en el firmamento, abriendo sus fauces en forma ovalada, esperando, aguardando pacientemente al elegido.

Los ojos del capitán púrpura vislumbraron a lo lejos la imponente oquedad, justo cuando sus tropas protagonizaban la siguiente ofensiva; se soñó —victorioso, anhelando la derrota del adversario. En ese momento sus regimientos fueron esfumándose entre la arena como el vapor de las lágrimas e inmediatamente supo que su destino no sería caminar hacia la puerta milenaria, sino recaer en la condena del olvido.

La figura luminosa del vencedor fue elevándose poco a poco entre los escombros de la contienda y se dirigió hacia el portal, como quien se encamina al principio.

Su mirada fue cubierta por el esplendor de lo inabarcable, y fue engullido por la ventisca que emanaba de las entrañas de la abertura.

Múltiples universos pasaban por su alrededor, desfilando vertiginosamente en una caída silenciosa que se extendía más allá del cálculo

Llegó finalmente al interior de una caverna, se sintió compacto, abreviado de sus extremidades, y se dio cuenta que una tela viscosa cubría su cuerpo, ahora sintético, frágil y blando. Empezó a luchar, a duras penas, para poder salir de esa húmeda envoltura. Creyó morir, sin embargo algo lo sostuvo y lo extrajo de las tinieblas.

Dos manos lo rodearon, la mirada titánica de un hombre lo observaba detenidamente.

Él sólo se limitó a gritar, a falta de argumentos físicos que lo defendieran.

A la distancia, en medio de sus lamentos indescifrables, escuchó una voz que emergía del otro lado de las manos.

—Señora Martínez, felicidades, ha dado a luz a un sano varoncito.