Capítulo X – Descubrir – William

 

 

Vale… Había conseguido hablar con Nosuë. Decía que todo estaba correcto…

Mal. Yo estaba mal. Muy mal.

No tenía miedo, era… Más o menos feliz. Grabé la última canción, y pronto el disco iba a ser lanzado al mercado.

Pero últimamente no estaba muy por la labor. Estaba un poco pensativo.

No me gustaba que él estuviera lejos, y que el móvil estuviera sin cobertura.

O eso era lo que decía…

En el rebaño no hablaban de lo que Nosuë había ido a hacer, y yo me cansaba de esperar. ¿Era en este mundo que las dichosas conferencias se alargaban tanto?

Y peor. ¿Es que yo no podía acompañarle, ni siquiera como amigo? ¿Es que tenía que ir solo por narices?

 

Salí del club una de las noches cuando acabé un breve concierto en que presenté un nuevo tema. La canción era triste. Me pareció ver gente llorando. Trataba sobre la soledad que sentía sin Nosuë, de lo perdido que estaba sin él… Aunque, claro, no salía ningún nombre en ningún momento.

Cuando llegué a la mansión me encontré a Marlene. Bueno, más bien sentí el olor de su sangre.

—¡Hooooollaaaa, Wiiiillllyyyy! —exclamó al verme, siempre tan jovial, corriendo hacia mí desde las hortensias que había estado regando.

Hice una mueca cuando sentí el aroma tan cercano, pero alcé una mano como saludo.

—¿Qué tal?

—¿Y tú? —se tiró sobre mí y me rodeó el cuello en actitud… Entre pícara e inocente—. ¿Tienes sed?

Mis colmillos salían sin que yo pudiera evitarlo. Suspiré. Le hice un mimo, y me aparté de ella.

No… No iba a morderla, no iba a perder el control.

—Estoy bien —moví un poco la cabeza—. Más o menos.

—¡No me importa darte un poco!

Sonrió ampliamente, volviendo a enlazar los brazos en mi cuello y ladeando la cabeza para mostrar el suyo, tan apetitoso y dulce.

Cerré los ojos con fuerza y tragué saliva. Me relamí los colmillos y medio sonreí, negando con la cabeza.

—Qué obsesión con que te muerdan —le hice otro mimo.

—No quiero que me muerdan, quiero que me conviertan —matizó, haciendo un ligero mohín—. Y Nosuë no está muy por la labor, la verdad.

—Se toma eso muy en serio.

Suspiré, pensando en él, en cómo debía estar.

—Deseo que vuelva pronto —comenté—. Estoy cansado de estar sin él.

Marlene hizo una mueca, encogiéndose un poco. La notaba tensa contra mí. Forzó una sonrisa.

—V-volverá pronto —aseguró, pero me pareció poco convincente.

La miré, con los ojos entrecerrados. ¿Qué era esa reacción?

—Ya… —dije por lo bajo—. ¿Y por qué pareces tan insegura?

—¿Yo? ¿Insegura? —me dio un manotazo en el pecho, riendo—. ¡No bromees, hombre! ¡Soy la cosa más segura que vas a echarte a la cara, Willy! Anda, vamos, te daré una copa de sangre, ¿vale? Nosuë me dio permiso para meterme en su almacén para ti.

Me guiñó un ojo y se dirigió a la entrada de la mansión. No, no iba a irse así. Tomé su mano, suave pero con firmeza.

—No soy tonto —advertí—. Esa sonrisa era forzada.

—¡Qué dices, hombre!

Rió… Estridentemente. Parpadeé con lentitud. Bien… ¿Así iba a ser?

—Bien, dame esa copa.

—¡Sí!

Corrió al salón y fue hacia la puerta de metal del almacén, intentando abrirla. Pero era demasiado…

—Pesa… —masculló, haciendo su mejor esfuerzo.

Medio sonreí y la abrí sin dificultad, dejándola pasar.

—¿Y Nosuë suele ir mucho a estas conferencias? —pregunté.

Si realmente no pasaba nada, lo descubriría en seguida.

—Eeeh… No en mi vida, pero sí, creo que sí. Cada tres o cuatro décadas, para que no se note que es siempre la misma persona.

¿Se ponía nerviosa o me lo parecía?

«Esto huele a mentira», pensé. «Desde el principio».

—¿Y dónde es ese sitio? —indagué.

—Depende de la ocasión. No siempre va a lo mismo, ya sabes. ¿Por qué no coges tú mismo la bolsa? Yo no sabría.

Me acerqué a una donde ponía su nombre. De entre todas, la suya era la sangre que más me gustaba.

Y tenerla tan cerca en realidad me tenía un poco tenso, porque… ¿Y si perdía los estribos? Me atraía mucho.

—Ya veo —asentí—. ¿Y siempre va solo?

—Que yo sepa sí —Marlene se encogió de hombros—. Mi abuelo estuvo aquí cuando Nosuë se fue la otra vez. Era un crío aún. Me lo contaba a veces cuando era pequeña, aunque estaba un poco senil. Al parecer se puso peluca corta y se vistió de rapero o algo así.

—¿Qué época… Era aquello?

—No sé… Cuarenta o cincuenta años. Mi abuelo nunca llevaba muy bien eso del tiempo —sonrió.

—Ya.

Fruncí el ceño. Algo pasaba… Algo que todos intentaban ocultarme.

Los paseos nocturnos de Nosuë, y ahora el repentino viaje que no lograba coger por ninguna parte. Y parecía tan casero… Creía que apenas se pasaba por el club.

—¿Y no encuentran extraño que no salga de día? —pregunté—. ¿Las reuniones y exposiciones los hacen en un lugar sin ventanas, o de noche?

Marlene alzó las cejas con sorpresa. O aparente sorpresa.

—Mira, no me lo había preguntado nunca, la verdad. Tal vez Helen lo sepa, es muy cotilla y se entera de todo.

«Ahá…».

—Bien, hablaré con Helen —medio sonreí—. Después de la copa, claro.

—Claro —me sonrió—. ¿Qué sangre has cogido?

—La tuya.

—Aaaah, así que mi sangre, ¿eh, Willy? —su sonrisa se tornó picarona.

—Sí, no llegas a saber lo mal que lo paso cuando estás por aquí. En realidad, puedo olerte aunque estés lejos de mí.

—Chico, que eso suena a declaración de amor, y tienes novio, acuérdate.

—Lo sé —me encogí de hombros—. Y en ese sentido no tengo interés por ti, tranquila.

—Bueno, un poquito de amor por tu parte no estaría mal —se rió—. – Es broma, es broma. Pero un poquito de ponzoña cuando seas nosferatu sí estaría bien.

Bien…

Se me cruzó en el rostro una sonrisa que pasó a leve risilla juguetona. Tomé su muñeca y la puse en mis labios. Noté su olor dulzón.

—Así que cuando sea nosferatu, ¿eh? ¿Y cómo se supone que voy a conseguir eso?

—Eeeeeeeeeeehhhhhh…

Su pulso se había acelerado. Estaba pálida.

—Tú sabrás, chico, eres el vampiro —dijo.

—¿Dónde está Nosuë? —pregunté sin más.

—¿Qué? Pero si ya lo sabes, en la conferencia.

—Sabes que puedo oír los latidos de tu corazón como quien oye el tic-tac de un reloj, ¿verdad?

—Eeeeh… Eeeeeeeehhhhhh…

En ese momento, algo interrumpió. Alguien entraba en el salón.

—¿Marlene? ¿William?

Era la voz de Helen.

«Mierda», pensé.

Solté con suavidad la mano de la chica y me giré hacia la mujer embarazada con una leve sonrisa. Se acercó, devolviéndomela, pero arrugó la nariz y se apartó del almacén.

—Uis, no me gusta esta habitación, huele tan raro…

—¡Heleeeeeen!

Marlene se tiró sobre ella y le besuqueó en la cara.

Parpadeé con lentitud. Dejé la bolsa en su lugar; de pronto no me apetecía beber. Salí y cerré con facilidad la puerta, ladeando la cabeza.

—¿Cómo lo llevas, Helen? —le pregunté.

—Bien, Will —sonrió con su natural dulzura, la dulzura de una madre cariñosa—. ¿Y tú cómo estás?

—Un poco confuso.

Desvié deliberadamente la mirada hacia Marlene, que dio un respingo y se mordió el labio inferior.

Era tan mala mentirosa.             

—¿Eh? ¿Por qué? —preguntó la mujer.

Helen y Marlene intercambiaron una mirada cargada de un significado oculto.

—No sé cómo sentirme lejos de Nosuë —me encogí de hombros, ladeando la cabeza—. A pesar de todo, echo en falta un sire.

La mujer me volvió a mirar, mordiéndose el labio inferior. Marlene suspiró de forma apenas perceptible… Para un humano; para mí fue como si exhalara ruidosamente.

—Tú… —Helen carraspeó, con rostro preocupado—. ¿Has tenido noticias recientes de Nos?

Me crucé de brazos y entrecerré los ojos.

—Por lo visto no hay cobertura en ese lugar.

—No hay cobertura… —musitó ella—. Ya… Sí… Suele…

Helen se frotó los brazos con una repentina expresión de sufrimiento que hacía que cualquiera se preocupara. Se movió por el salón, lentamente, tambaleante bajo el peso de su embarazo.

Fue como si un volcán estallara.

—¡Me tiene tan preocupada! —exclamó de pronto con voz aguda—. ¡Un paso en falso y puede morir! ¡Y no llama ni dice nada, si es que me tiene loca! ¡No tiene consideración con una embarazada!

—Me llamó —dije con suavidad para calmarla.

Había recibido de tanto en tanto alguna llamada. Muy de tanto en tanto. Siempre iba todo bien, hablaba muy poco de la supuesta conferencia, sólo preguntaba y escuchaba…

Ahora ya sabía dónde estaba.

Helen me miró bruscamente, con la boca abierta. Marlene la señaló con un dedo acusador.

—¡Lo sabía! —exclamó—. ¡Todos decíais que yo metería la pata, que yo me iría de la lengua, pero yo me he callado, me he callado! ¡Tú has metido la pata solita, futura mamá! ¡Yo lo he hecho bien, tú metiste la pata!

La mujer boqueó, sin saber qué decir.

—Tú también la metiste —aclaré, mirando a la chica—. Se acabó el juego.

Saqué el móvil y se lo di a Marlene.

—Para ti.

—¡No, no, espera, William!

Levanté un dedo y me lo llevé a los labios en señal de silencio.

—Esto… Se ha pasado de la raya, ¿entiendes? Mi padre es capaz de cualquier cosa.

—¡Pero…! ¡Pero…!

Helen me cogió entonces de la mano, ahora con aspecto más entero.

—Will, Nosuë se ha ido por voluntad propia —aclaró, muy seria.

—Lo sé, lo puedo imaginar. Y no sé qué habrá tenido que hacer para sustituirme, pero esto no va a quedarse así.

—William, por favor, no vayas.

—Helen, ¿sabes las cosas que podría estar haciéndole ahora mismo a Nosuë? ¿Lo sabes?

«Todas las que me hizo a mí», pensé. «Las amenazas, las marcas, las violaciones, los golpes, los abusos».

—Me hago una idea —respondió ella.

—Bien, pues suéltame.

—William… Nosuë no quería que lo supieras. No quiere que vayas.

—Pero lo he descubierto, y ahora es cosa mía.

—Pero…

—Aprended a mentir mejor. Entonces hablaremos.

Me solté con suavidad y me dirigí hacia la puerta para salir. Nadie me detuvo. Mejor. Mejor así.

Comenzaba a estar fuera de mí, sentía la ira hirviendo en mi interior.

Corrí en dirección a mi antiguo hogar: la sala de torturas.

El portal estaba cerrada, como de costumbre, pero me daba igual, una estúpida puerta no iba a impedirme pasar. Le di un empujón, tirándola abajo.

Hubo jaleo… ¿Pero qué más me daba? Ya no podía pensar con claridad.

Sólo tenía en la cabeza una cosa… Una idea. Nosuë siendo torturado por el cabrón de mi padre, sustituyéndome.

Cualquier cosa por amor. Algo así había dicho. Sí, ya lo veía… Pero no iba a permitir que llegara a ese extremo.

Me dirigí, furioso, hacia el ascensor, pero estaba tan fuera de mí que rompí el botón. Me dirigí entonces a las escaleras, subiendo a lo más alto rápidamente.

Me puse frente a la puerta, haciendo crujir los nudillos.

Bien… Era una locura hacer aquello. Mi padre se aprovecharía de mí, intentaría matarme otra vez… Pero era un riesgo que gustosamente iba a correr.

Le di una patada a la puerta, que salió volando dentro de la habitación, y entré.

Nosuë se erguía en la cama todo lo que las esposas se lo permitían. Estaba desnudo, con marcas de algunas heridas y sangre seca en la piel.

Cuando me vio abrió mucho los ojos y se sentó como buenamente pudo.

—¿Qué haces aquí? —preguntó en voz baja.

—¿¡Qué cojones haces tú aquí?! —grité yo en respuesta.

—Eso debería preguntarte yo. Por dios, William, Danag está a punto de volver.

Hice una mueca, lleno de furia, y me acerqué para soltarlo. No pensaba dejarlo allí, a la merced de…

Para mi desgracia, escuché algo cayendo al suelo a mis espaldas.

—Vaya —dijo la conocida voz de mi sire, riendo por lo bajo—. Mira a quién tenemos aquí.

Me giré lentamente, sintiendo el pánico.

«No, ahora no te asustes», me supliqué a mí mismo.

Oí que Nosuë tensaba los brazos, forzando las cadenas… Pero no hasta el límite de romperlas. Una parte de mí se preguntaba por qué. Podría hacerlo. Sería tan sencillo.

Y entonces habló, pero en un tono que no le había oído nunca, de una forma que lo hacía parecer un total desconocido: tembloroso, tímido, casi infantil.

—¿Sire? ¿Qué…?

—Tranquilo, mi pequeño, este asunto lo voy a arreglar enseguida.

Se acercó a Nosuë, pasando por mi lado, y lo besó en los labios de forma lasciva, como solía besarme a mí.

—Luego podrás beber —le aseguró en voz baja; se volvió hacia mí—. Y tú… No te muevas. Tenemos que acabar lo que comenzamos el otro día, ¿recuerdas?

Soltó una risilla que me provocó un escalofrío. Comencé a respirar aceleradamente, mientras él se acercaba. No podía moverme.

—Te has portado mal, ¿sabes? Vas a llamar la atención del vecindario con todos estos destrozos, y eso no está bien…

Danag no podía verlo, pero yo sí. A su espalda, Nosuë abrió mucho los ojos con aspecto asustado. Se agitó, haciendo sonar los eslabones de las cadenas. Mi padre me tiró del cabello para exponer mi cuello.

—¡Sire! —exclamó, y su voz sonó suplicante.

Él se volvió fieramente hacia mi amante con aspecto enfadado.

—¿¡Qué?!

—Es… Tu cachorro, ¿verdad? El de verdad. Es tu verdadero cachorro.

Me soltó para volverse del todo. Yo fruncí el ceño, agachando la cabeza, sin entender nada… Todo carecía de sentido.

—¿Por qué lo dices, mi pequeño?

—Porque… Porque… ¿Es que ya no soy… Tu cachorro?

Sus ojos enrojecieron de lágrimas sangrientas. ¿Lloraba? ¿De verdad estaba llorando? ¿Por qué? Tensé la mandíbula, apretando los puños.

—Para mí… —dijo Danag—. – Ese chico dejó de ser mi cachorro cuando tú entraste en mi vida.

Y esas palabras, aunque deseadas, dolieron.

—Entonces… —siguió Nosuë con voz quebrada y suplicante—. ¿Por qué le amenazas? ¿Qué… Qué importa él? Si yo soy tu cachorro… Quiero estar yo solo. Déjalo. Por favor. Sólo quiero importarte yo.

Danag dirigió su mirada hacia mí, fulminante. Me sentí atacado por esos ojos, pero, con todo, no se acercó a mí.

—Sí… Sí, mi pequeño.

Se puso en la cama junto a Nosuë y le acarició el cabello, besándolo en la sien.

—Será mejor que ese desgraciado se vaya antes de que lo mate —me miró otra vez, con frialdad—. ¿Me has oído?

Me arqueé hacia delante, sintiéndome inútil.

¿Había venido realmente a salvarlo? ¿O para hacer el ridículo? Para ver cómo Nosuë actuaba y se humillaba… Por mí.

Apretando los puños di media vuelta y me dirigí a la salida.

—Y no vuelvas, Takuma —oí que decía mi padre a mis espaldas.

Takuma.

Hacía tanto tiempo que no me llamaban de esa forma que sonó incluso… Mal. Como un insulto.

Salí del edificio, como si fuera una orden que debía cumplir a rajatabla, y me dirigí, sintiéndome peor que nunca en mi vida, al parque.

Vi un árbol grande y me tiré en él, apoyándome en el tronco, confundido por… Todo. Todo carecía de sentido.

Al cabo de un rato alguien llegó. Podía oler su sangre dulce. Marlene, que me miraba. Levanté la vista hacia ella, a punto de echarme a llorar.

La chica se alejó un poco y se sentó en el columpio, balanceándose un poco.

—¿Por qué no vienes aquí y charlamos? —preguntó suavemente.

Me levanté con dificultades, sin querer hacerlo en realidad, y me puse en el otro columpio.

—¿Y qué es lo que hay que charlar? He visto mucho con estos ojos.

—¿Y qué has visto, William?

—Un Nosuë que no reconocía.

Marlene cerró los ojos y alzó el rostro al cielo, como disfrutando de la suave brisa que mecía su cabellera.

—Nos dijo que no podía permitir que siguieras allí, sufriendo las torturas de ese vampiro —explicó en voz baja, sincerándose al fin sobre aquello—. Que haría lo que fuera. Se haría pasar por un cachorro sin sire, un vampiro menor muy joven, perdido y abandonado. Y esperaba que Danag no pudiera resistirse. Así… Si todo iba bien… Tú acabarías liberado. Pero el plan sólo está a la mitad. Primero debía descubrir su edad para conocer sus posibilidades contra él, y después, bueno… Hacer sus movimientos para derrotarlo.

—¿Sabes la locura que es eso? ¿¡Sabes dónde lo habéis metido?! ¿¡Se puede saber por qué no lo habéis impedido?! ¿¡Por qué no me lo dijisteis?!

Perdía los estribos otra vez.

—Porque él no quería —respondió Marlene con calma—. Porque ante todo quería protegerte.

Crispé los puños y chasqueé las mandíbulas, furioso.

—Es peligroso —mascullé.

—Nosuë lo sabía, y aceptó el riesgo de todas formas.

—¿Por qué le dejasteis hacer esto, Marlene?

Abrió los ojos y mostró una expresión pensativa y distante. Se tomó unos segundos.

—Porque… Porque estábamos cansados de verlo solo, William —respondió al fin—. Porque lo veíamos sentado frente a un lienzo en blanco los días en que tú no estabas, y sufríamos por él. Porque decidió romper todas sus reglas, las reglas en las que creía, con las que había nacido, crecido y vivido durante quinientos años… Por ti. ¿Quiénes somos nosotros, simples humanos, para interponernos en el camino de un antiguo nosferatu que está dispuesto a todo… A cualquier cosa… Por amor?

Agaché la cabeza, cubriendo mi rostro con las manos. Había comenzado a llorar. Lágrimas de vampiro cobarde rodaban por mis mejillas ahora, libremente.

Lágrimas de alguien que no pudo darse cuenta antes de qué ocurría…

Y de alguien que no pudo evitarlo.

Sí, por amor se hacen locuras, por amor se hace cualquier cosa, pero…yo no deseaba aquello para Nosuë.

Mi libertad a cambio de su prisión, el riesgo de que todo fuera mal, el riesgo de perderlo.

¿Es que tenía que quedarme de brazos cruzados y quedarme al margen?

—Mierda… Mierda… Mierda… —repetí, furioso, con la voz ahogada.

Marlene se levantó con cuidado, se puso a mi lado y me acarició los hombros con suavidad.

—Todo irá bien —susurró.

Levanté el rostro hacia ella. Noté su respingo al ver mis lágrimas.

—Eso espero —dije—. Pero… No podré descansar tranquilo sabiendo lo que pasa.

—Oh, tonto, pero mírate.

Sacó un pañuelo naranja y me secó las lágrimas de las mejillas con cuidado.

—¿Crees que a Nosuë le gustaría verte así?

—Tanto como a mí verle en esa situación.

—William, a ninguno nos gusta pensar que está ahí con ese… Ese… Hombre. Pero debemos ser pacientes. Un día de estos llamará para decirte que puedes ir a buscarle.

—Está bien… Está bien —me levanté, con el ceño fruncido y los ojos aún enrojecidos por las lágrimas—. Esperaré.

Marlene sonrió con dulzura.

—Eso es —me cogió la mano—. Esperaremos.