Capítulo 6

El domingo por la tarde Rand y Jamie fueron a la cercana isla de Long Beach acompañados del padre y los sobrinos de la chica. Caminaron por la arena haciendo volar las cometas de brillantes colores. La indispensable brisa fuerte estaba presente, pero hacer volar las cometas requería de paciencia y habilidad. Dado que Rand estaba presente, Al Saraceni se sentó en una silla de playa a leer el periódico dominical.

Recordando los días de su niñez, Rand dio instrucciones a los niños.

—No necesitáis correr para elevar la cometa. Tenéis que permanecer de pie de espaldas al viento y soltar la cuerda poco a poco —le ayudó a Tommy en tanto Jamie y Brandon batallaban con la otra cometa. Estando ambos juguetes en el aire, los pequeños se hicieron cargo de ellos.

—Sabes volar cometas —le indicó Brandon a Rand, admirado.

—Moses Scott, el chófer de la familia nos enseñó a mi hermano y a mí cuando teníamos más o menos vuestra edad —comentó Rand con una sonrisa nostálgica.

—¿Un qué? —demandó Timmy.

—Un chófer, alguien que te lleva a todas partes en el coche —explicó Jamie—. Vosotros tenéis cinco: vuestra mamá, vuestros abuelos, Sarán y yo. ¿Llevaba uniforme tu chófer? —le preguntó a Rand cuando los chicos corrieron por la playa con sus cometas.

—Moses fue uno de los personajes favoritos de mi niñez. Mi hermano y yo fuimos educados por los sirvientes, ya que mis padres nunca estaban cerca. Me gustaban ellos más que mis progenitores. Además, yo les gustaba más a ellos que mis padres.

Jamie le cogió de la mano conmovida. Rand le estaba hablando de un mundo apenas imaginable para ella. Le parecía una vida fría y triste.

—Dejemos a los niños con mi padre y vayamos a caminar —sugirió en voz baja.

—Quieres estar a solas conmigo —le indicó Rand con una sonrisa de satisfacción—. De haber sabido que la historia del pobre niño rico surtiría tan buen efecto, la habría usado desde el primer día.

Dado que ella sabía que Rand hablaba de esa manera para distanciarse de ella y de los recuerdos nada agradables de su infancia, no dijo nada.

—Quiero caminar por la playa —insistió con dulzura—. Si tú no quieres hacerlo, quédate con los niños y yo le pediré a mi padre que me acompañe.

—Lo harás conmigo —con gesto posesivo le pasó un brazo por los hombros.

Dejando a los pequeños al cuidado del abuelo, Jamie y Rand emprendieron una larga caminata por la playa. Caminaron varios kilómetros bromeando y charlando, absortos en ellos mismos.

* * *

Se dieron cuenta con sorpresa de que eran casi las cinco de la tarde cuando encontraron a los niños. Cansados de volar las cometas; estaban construyendo un enorme castillo de arena bajo la dirección del abuelo.

—Perdí la noción del tiempo —manifestó Rand incrédulo.

Al Saraceni insistió en que Rand se quedara a cenar con ellos. Jamie intentó ofrecerle una salida airosa, sugiriendo que tal vez tenía otros planes, pero su padre no aceptó. Rand cenaría ese domingo por la noche con la familia. No había más que discutir.

—Me pregunto qué habría hecho si de verdad hubiera tenido otros planes —murmuró Rand cuando iban sentados en el asiento posterior del viejo Buick de Al. Los niños iban delante con su abuelo, leyendo tebeos.

—Me temo que cenarías con nosotros de cualquier manera. Mi padre está decidido a brindarte su hospitalidad. Le causaste una magnífica impresión al jugar con sus nietos.

—¿Aun cuando desaparecí con su hija a mitad de la tarde? —preguntó él, provocativo, acercándose a ella. La tomó de la mano, jugando con sus dedos—. Bien pude haberme aprovechado de ella.

—¿En una playa con viento y a plena luz del día? Mi padre sabe que la decente y discreta Jamie jamás haría eso.

—Recuerdo una tarde frente a la biblioteca en que la decente y discreta Jamie no actuó así. De hecho nunca lo haces cuando estás en mis brazos.

Jamie sabía que era cierto. Ruborizada, se mordió el labio inferior. Aquel comentario exigía una respuesta, pero ¿qué podía decir? Retiró la mano.

—Debí saber que no podíamos pasar un día juntos sin que surgieran las inevitables insinuaciones sexuales de tu parte —murmuró en tono de reproche.

—Te sentirías decepcionada si no lo hiciera —respondió él, volviendo a apoderarse de su mano—. Empezarías a pensar que ya no me intereso por ti —entrelazó sus dedos con los de ella y se reclinó en el asiento.

—No me sentiría decepcionada, sino aliviada. Y tampoco me preocuparía.

—¿Ah, no? ¿Tan segura te sientes de tu atractivo?

—¡No! ¡Sí! Quiero decir… —Sacudió la cabeza y rió a su pesar—. Logras tergiversar las cosas de tal forma que cualquier respuesta que te diera sería equivocada. No me considero lo más interesante que se haya puesto unos zapatos —con la mano libre le dio un puñetazo juguetón. Rand le atrapó esa mano, impidiéndole todo movimiento. Riendo, Jamie empezó a forcejear, tratando de liberarse, usando la rodilla como palanca. Cuando con agilidad Rand usó una pierna para sujetarla, ella se agitó, tratando de recordar cómo lograba soltarse cuando Steve la había sujetado de esa manera cuando eran niños.

Sin embargo, había una diferencia notable. Ella y Rand no eran niños y él no era su hermano. Las sensaciones evocadas por sus movimientos rayaban en lo erótico. Y ella ya no quería resistirse, quería fundirse contra él. Al mirarlo a los ojos vio el calor que ardía en ellos. Todo su cuerpo empezó a palpitar.

—Rand, ¿así que crees que los Flyers derrotarán a los Rangers mañana por la noche? —rugió la voz jovial de Al desde el asiento delantero.

Rand soltó a Jamie con renuencia, excepto su mano derecha, que mantuvo cautiva a la fuerza.

—¿Decente y discreta? —murmuró al oído de la chica—. No conmigo, cariño —ella se ruborizó y él se inclinó hacia adelante para comentar con tono ligero—: Creo que los Flyers van a patear más de un trasero, Al.

El capítulo tres del manual de cómo cortejar a una mujer recomendaba que las parejas pasaran tiempo haciendo cosas juntos. Rand recordó la época en que su idea de pasar el tiempo con una mujer significaba llevarla a la cama. Sonrió irónico. Desde el primer día, había sabido que eso no funcionaría con Jamie.

A ella le gustaba hacer cosas. Le gustaba bailar, nadar, patinar y hasta jugar a los bolos. Le gustaba ir a los mercados callejeros y al cine, al teatro, al museo y al zoológico de Filadelfia. Le gustaba pasear en bicicleta e ir al campo en busca de fresas silvestres para luego hacer helado y comérselo con él. Le gustaba cocinar y cenar fuera.

Ella y Rand hicieron todo eso durante las semanas siguientes, casi siempre solos, pero en ocasiones con los Saraceni, o con las amigas de la chica. La llamaba todas las noches aun cuando se hubieran visto poco antes.

Para evitar a los Saraceni una diversión adicional, Rand le compró un teléfono e hizo que lo instalaran en su dormitorio. Allí podía hablar con el en privado, respondiendo a sus insinuaciones atrevidas sin ninguna inhibición.

Las reservas iniciales de la joven de relacionarse con él en ese momento le parecían ridículas. Ella y Rand tenían una relación sincera basada en un respeto y confianza mutuas. Y amor.

Sus padres y abuela, que nunca se habían distinguido por su sutileza, empezaban a hablar de reservar el salón de Los Hijos de Italia para una boda no lejana. Jamie logró convencerlos de que no presionaran a Rand para que fijase la fecha y se defendía de sus preguntas e insinuaciones. Pero se descubrió hojeando las revistas de vestidos nupciales en los ejemplares de la biblioteca, sin olvidar los relativos a lugares de veraneo.

Si bien ella y Rand no hablaban de planes de matrimonio, estaba segura de que su relación iba en esa dirección. ¡Tenía que ser así! Lo amaba tanto…

Y lo deseaba tanto como él a ella. La llama que los consumía crecía y se hacía más fuerte día a día. No podían estar juntos sin tocarse. Él la tomaba de la mano, le rodeaba los hombros con el brazo o la cintura, cada vez que podía. Se besaban apasionadamente con frecuencia, pero nunca cerca de un dormitorio. Jamie había estado en casa de Rand en tres ocasiones, siempre acompañada de sus sobrinos, quienes insistían en ir a ver al gatito. Alguien siempre estaba en casa de los Saraceni, haciendo imposibles las intimidades.

Sola por las noches en su pequeña habitación, Jamie permanecía despierta durante horas enteras, atormentada por el deseo. Sólo en su enorme cama de agua, Rand también pasaba las noches inquieto. Se dio muchas duchas frías e incrementó el ejercicio físico diario intentando agotarse para poder dormir.

* * *

Pensaba en Jamie, soñaba con ella, la deseaba como jamás había anhelado a una mujer. Había planeado elaboradas seducciones e inventado estratagemas para llevársela a la cama… sin poner ninguna en práctica. A pesar de estar desesperado por hacerle el amor y de que el deseo crecía día a día, quería que fuera a él sin dudas o ansiedades, que se entregara a él por completo, sin reservas.

La única nube en su casi idílica relación era la referente al trabajo… o la supuesta falta de él, según Rand. No le había dicho a Jamie que pasaba los días creando la última novela de Brick Lawson, aún sin título, mientras ella estaba en la biblioteca. Su propuesta había sido aceptada como siempre con un generoso cheque de anticipo, pero seguía haciendo referencias en broma a que vivía como un rico, sin hacer nada, y Jamie se esforzaba en convencerlo de las bondades del trabajo fecundo y creador.

Habría sido un conflicto divertido en una novela de Brick Lawson, pero Rand encontraba sus propios discursos cada vez menos interesantes. Toda su existencia la había pasado luchando contra lo que Jamie creía que era su vida… la holganza disfrutando de su dinero.

—Pero… ¿cómo hablarle de su ocupación como escritor? En especial en ese momento, después de pasar tanto tiempo juntos. Rand solía decirse que sólo estaba retrasando la discusión que con seguridad surgiría. Pero era más lo que estaba en juego y eso sólo lo admitía a altas horas de la madrugada. Sabía que Jamie tenía en muy alto concepto la sinceridad y él no había sido muy sincero con ella. No quería arriesgar su relación.

Fue una admisión difícil para un solterón empedernido y despreocupado como él. Al fin reconoció que su meta no era sólo llevarse a Jamie a la cama. No podía imaginar el resto de su vida sin ella y haría todo lo que estuviera a su alcance para hacerla feliz. ¿Estaba enamorado de ella? Precisamente se estaba haciendo esa pregunta una agradable tarde de viernes. Se disponía a recoger a Jamie para llevarla a un partido doble entre los Phillies y los Piratas en el Estadio de los Veteranos de Filadelfia.

Estaba saliendo de su casa a bordo de su deportivo cuando Sarán se detuvo en el coche de su prima junto a él.

—¡Rand! —lo llamó por la ventana—. ¿Puedo hablar contigo un momento? —Bajó del coche y se acercó a él.

—¿Sucede algo? ¿Dónde está Jamie? —preguntó tenso al bajar del coche.

—Está en casa esperándote para que la lleves al partido. No se trata de Jamie, sino de mí. Estoy en problemas, Rand —anunció con dramatismo—. Tú eres el único que puede ayudarme.

—¡Dios mío! —gimió Rand—. Estás embarazada —el color desapareció de su rostro.

—¡No lo estoy! —exclamó la chica, indignada.

—Bueno, ¿qué otra cosa podría pensar? Cuando una adolescente dice que está en problemas…

—Voy a suspender el curso de literatura y de ser así no podré graduarme —le interrumpió Sarán—. La profesora dice que si no le entrego un estudio de cinco mil palabras sobre el uso del color rojo como simbolismo en Historia de Dos ciudades de Charles Dickens, me suspenderá. Tendré que matricularme en un curso de verano para obtener el certificado y no puedo hacerlo porque el primero de julio, fecha en que cumplo dieciocho años, me iré de Merlton para establecerme en Nueva York.

—Entonces, prepara el ensayo —le recomendó Rand, volviéndose hacia su coche. Estaba ansioso por ver a Jamie.

—¡No puedo! Odio la literatura, odio a Dickens y el trabajo ya tiene dos meses de retraso…

—¿Dos meses? Con razón está molesta tu maestra. Escucha, sé que un ensayo como ése no es fácil, pero tendrás que sentarte y prepararlo.

—Pensé que tú estarías dispuesto a hacerlo por mí —le indicó Sarán, maliciosa.

—¡Ja! Piénsalo de nuevo, preciosa. Mis días de preparar ensayos de literatura quedaron muy atrás.

—Pero a ti te será fácil hacerlo siendo un escritor profesional… Brick Lawson —esbozó una sonrisa triunfal.

—¿Lo… lo sabes?

—Desde la noche del concurso de canto escolar —anunció orgullosa—. Me aburría en la cocina con la abuela mientras tú y Jamie os besuqueabais en la sala, así es que fui a explorar. En tu estudio encontré tu procesador de textos y el material de Brick Lawson —inclinó la cabeza y lo estudió con detenimiento—. Lo que no he podido averiguar es por qué no se lo has dicho a Jamie. No obstante, dado que tú no lo has hecho, yo he guardado silencio.

—Decidiste que te convenía hacerlo para usar la información en el momento oportuno y chantajearme con ella —sugirió Rand con tono cáustico—. De eso se trata, ¿no? Si yo hago tu trabajo escolar, tú no le dirás nada a Jamie acerca de Brick Lawson.

—No lo haría si no estuviera desesperada. —Sarán encogió los hombros—. Y te prometo que nunca diré una palabra de que tú eres Brick Lawson —agregó con una sonrisa dulce—. No entiendo por qué crees que a Jamie le puede importar. Ella adora los libros y tú los escribes. Sois la pareja perfecta.

—No le gustan los libros que yo escribo y he esperado tanto a decírselo, que ahora me es prácticamente imposible hacerlo. Me acusará de engañarla y…

—Oh, no —le interrumpió Sarán—. Jamie aborrece las mentiras. Sólo vive para la verdad.

—Soy muy consciente de ello. —Rand la miraba molesto—. ¡Diablos!, supongo que me lo merezco. Te soborné a ti, una chica impresionable. No he sido sincero con Jamie… el chantaje es una consecuencia natural de mi deshonestidad.

—Tendrás que decírselo alguna vez —suspiró Sarán—. Pero espero que no sea ahora.

—Éste no es el momento adecuado —murmuró Rand. Pensó que si el escribir aquel maldito ensayo le daba un poco más de tiempo, que así fuera—. Se lo diré, pero no antes… no antes…

—¿No antes de qué? —preguntó Sarán, curiosa.

—Eso no es de tu incumbencia, maliciosa criminal. Te haré el trabajo y mantén la boca cerrada.

—¡Rand, eres un ángel! ¡Mi salvador! Siempre te estaré agradecida. —Sarán le dio un beso sonoro en la mejilla y corrió hacia su coche—. ¡Que os divirtáis esta noche! —gritó al alejarse.

Rand trató de actuar de manera positiva. Después de todo, todavía podía esperar para decirle a Jamie que él era Brick Lawson. Hacía años que no leía a Dickens; tal vez podría aprender algo nuevo del genio de la literatura y usarlo en sus escritos. Y además, la malvada Sarán pasaría su examen, se graduaría y se iría de Merlton… ¡esperaba que para siempre! Con esa idea agradable en la mente, partió en busca de Jamie.

Era el fin de semana conmemorativo del Día de los Caídos en Batalla. El clima era cálido y primaveral y a Rand, junto a Jamie, le habían encargado sembrar algunas plantas en el jardín de los Saraceni. Nunca lo había hecho antes, pero Jamie le indicó que era una tradición familiar. Los Saraceni tenían muchas tradiciones y eso le gustaba. Los comparaba con su propia familia, ese grupo desigual de personas que no compartían más que las cansinas obligaciones de su dinero heredado.

Familias. El capítulo cuatro del manual recomendaba que las dos familias se conocieran, a ser posible. Rand frunció el ceño. El día anterior había recibido por correo una invitación de sus padres para que asistiera a la recepción por el décimo aniversario de bodas de su hermano Dixon y su esposa Taylor Ann, el último fin de semana de junio. Como motivo de diversión, le enseñó la invitación a Jamie; estaba imprimida y no tenía ningún toque personal. Fuerte contraste con la última invitación de los Saraceni, la verbal de la tía Rita para celebrar el cumpleaños del tío Bob: «y trae a todos los amigos que quieras».

—Naturalmente, no iré a la fiesta de aniversario de Dix y de Taylor Ann —comentó Rand, luego de dar un largo sorbo al vaso de té helado que sostenía en la mano.

Se encontraban descansando un momento en el banco de columpio que pendía de una viga del porche de la parte posterior de la casa.

—¿Por qué no? —preguntó Jamie.

—Estar cerca de mi hermano me coloca en un estado cercano al coma y su mujer es una pedante insufrible. Además, les haré un favor a todos si no hago acto de presencia, en especial a mis padres. El tenerme allí les estropeará la fiesta. Hace tres años que no nos vemos y así es mejor para todos.

—Pero es maravilloso que te tengan cerca —le indicó Jamie sincera y con expresión preocupada—. Ésta es la ocasión que más has hablado de tu familia, Rand. Por lo poco que hablabas de ella, deduje que no estabais muy unidos, pero en realidad estás… —hizo una pausa para buscar la palabra—, distanciado de ellos, ¿no es así?

—Siempre lo he estado, desde que vivíamos bajo el mismo techo. Mi hermano es el niño de los sueños de mis padres; yo resulté ser la oveja negra de la familia. Me han desaprobado desde que era niño, pero después de graduarme en la universidad y de que me negara a seguir la vida que ellos planearon para mí… ya sabes, una figura de escaparate en el consejo directivo de los negocios de la familia, en sus fiestas y en sus vacaciones en Palm Beach… sí, ellos establecieron con claridad que para mí no había lugar entre los Marshall.

Por la expresión de asombro de Jamie, Rand sabía que ella no lo entendía. Un Saraceni jamás se separaba de un familiar, pasara lo que pasara.

—Rand, ¿estás seguro de que ésa es su manera de pensar? En ocasiones los malentendidos adquieren dimensiones proporcionadas y…

—Es una amabilidad de tu parte en que quieras convertirte en terapeuta familiar, cariño, pero no funcionará en este caso. Mis padres me consideran un desagradecido porque siempre he querido llevar mi propia vida. Para ellos mi forma de trabajar es…

—Pero tú no trabajas, ¿o sí?

—Suelo… escribir. Cuestiones de tipo comercial. Es demasiado complejo de explicar, pero así me gano la vida. No sólo vivo de las rentas, Jamie.

«Díselo», le ordenaba un coro de voces en su interior. Prolongar las cosas era intolerable, mantener el secreto una locura, pero…

Volvió a pensar en la reacción de Jamie respecto a los libros de Brick Lawson aquel primer día en la biblioteca. No había ocultado su escarnio y desaprobación. Su boca se torció en una sonrisa amarga. Era irónico que la única mujer en la que realmente se había interesado compartiera la antipatía de su familia por su trabajo. Si bien era inmune al desdén y al rechazo de su familia, el pensar en tener los de Jamie le helaba la sangre en las venas.

Lo peor de todo era su falta por omisión al no haberle revelado la verdad desde el principio. Una mentira que crecía con cada día que le ocultaba la verdad. Y si alguna vez se enteraba del maldito trabajo que había elaborado para Sarán dos semanas antes…

—¿Tienes un negocio? —Jamie le miraba intrigada—. ¿Por qué no me lo dijiste, Rand? Durante todo este tiempo he tratado de…

—… convencerme de que debía dedicarme a una actividad productiva —concluyó por ella. «Hila fino», se advirtió—. Me gustaba escucharte. Tratabas de ser sutil y discreta, sin lograrlo.

—Pero…

—Te daré los detalles después —le indicó él—. En este momento quiero que me hables del programa de verano que piensas implementar una vez que termine el curso escolar. ¿Ya has terminado de elaborarlo?

Unas semanas antes ella le había comentado sus planes acerca de un programa para niños en edad escolar, que de otra forma estarían solos mientras sus padres trabajaban. En ese momento la escuchaba atento. Jamie estaba feliz con su atención e interés, inconsciente de que con habilidad Rand la estaba apartando de terrenos peligrosos para él.

Durante el resto de la tarde tuvo éxito en mantenerla distraída. Pero después de la cena al aire libre con la familia, Rand y Jamie fueron a una pequeña alcoba en la planta baja de la casa y la chica volvió al tema.

—Rand, he estado pensando en la invitación de tus padres.

—No pienso ir, Jamie.

—¿No crees que quizá con su invitación están enarbolando la tradicional rama de olivo? Creo que deberías ir, Rand. No deberían existir enemistades en una familia.

—No somos enemigos, sólo totalmente indiferentes.

—¿Irías si voy contigo? —se atrevió a decirle Jamie. Sabía que era un riesgo, pero debía asumirlo. Amaba demasiado a Rand como para no tratar de cerrar la brecha entre él y su familia.

—No tienes por qué desear conocerlos, Jamie. Mi madre es tan fría que congelaría el fuego y mi padre y mi hermano te ignorarán. Nada tienen que decir a alguien que no es…

—No tengo miedo de conocerlos —le sonrió segura—. Soy una Saraceni. Soy capaz de recibir todo y devolverlo si es necesario —la sonrisa desapareció de sus labios—. A menos que no me creas digna de conocer a los excelsos Marshall.

—¡No seas ridícula! —La idea lo irritó—. Maldición, Jamie. Me sentiría orgulloso de presentarte a ellos —ella sólo se limitó a mirar al suelo—. ¿Quieres que te lo demuestre? Lo haré si me veo obligado. Les diré que iré a la fiesta y que tú me acompañarás. Por supuesto, mi madre exigirá saber tu nombre y dirección para enviarte tu invitación. Es en extremo… correcta.

—Y yo le enviaré una nota cortés aceptando su amable invitación —los ojos de Jamie brillaron—. Yo también puedo ser correcta cuando la ocasión lo demanda.

—Mi madre se quedará asombrada. Piensa que sólo me relaciono con bárbaros desconocedores de los convencionalismos de la sociedad.

Jamie le rodeó por la cintura y le miró llena de amor y orgullo.

—Tu familia no conoce al Rand que yo conozco. Creo que ya es tiempo de que se lo presente.

—Jamie, no va a ser así de fácil —su cuerpo ya respondía a su cercanía. La estrechó entre sus brazos.

—Nos haremos cargo de lo que suceda, bueno o malo —le indicó ella con voz sensual, poniéndose de puntillas para rozarle los labios con los suyos—. Necesitas a alguien que te defienda frente a tu propia familia. Y yo quiero ser tu defensora.

—Ah, Jamie, eres un encanto —le acarició la espalda—, tan leal… —Bajó las manos hasta sus caderas, presionándola con intimidad contra él. Adoraba la idea de que ella estuviera a su lado.

La lealtad era algo que pocas veces había presenciado, pero sabía que era una cualidad de los Saraceni, algo que los unía y mantenía firmes hasta en la más fuerte de las disputas. Al principio Rand lo consideró divertido, luego fascinante y al fin reconoció que admiraba esa fiera lealtad familiar. La misma que Jamie sentía por él.

Ese descubrimiento lo conmovió, haciendo surgir en su interior una emoción que encendió su pasión a alturas insospechadas.

Jamie advirtió la firmeza de su cuerpo musculoso y se estremeció cuando el calor familiar la invadió. Rand cubrió sus labios con los suyos y su excitación y necesidad explotaron en ella. Sus lenguas se encontraron y acariciaron con intimidad. Gimiendo con suavidad, ella se apretó más contra él, moviendo las caderas, buscando su cuerpo con el suyo. Pero no estaba lo bastante cerca. Cada vez que se tocaban, que se besaban, ese anhelo crecía y se hacía más intenso.

Rand apartó su boca de la de Jamie, pero la mantuvo abrazada; su cuerpo pulsaba de tensión.

—Si no me detengo ahora, te llevaré en brazos a tu dormitorio y te haré el amor en tu propia cama —le indicó con voz ronca, llena de necesidad—. Te deseo tanto, que ni toda tu familia podría detenerme.

—Esta espera y anhelo son casi intolerables —le pasó la mano por el muslo, sintiendo el calor de su cuerpo bajo la tela del pantalón—. Ven conmigo a casa, Jamie. Pasa conmigo el resto del fin de semana.

Le había pedido lo mismo en innumerables ocasiones y ella siempre se había negado. Se preparó para una negativa más. ¿Cuánto más podía esperar?, se preguntó, sabiendo la respuesta en el mismo momento en que planteó la pregunta. Pero esperaría tanto como fuera necesario; estaba demasiado loco por ella como para siquiera buscar satisfacción física con otra mujer.

Su cuerpo palpitaba. Se había desabrochado la camisa cuando trabajaba en el jardín y los dedos de Jamie se enredaron en el vello de su pecho. Una feroz ola de amor la invadió. Era la fuerza de su amor por él, combinada con el deseo y la pasión que rugían en su interior, haciendo imposible que le negara nada. No había más dudas o temores; le amaba y confiaba en él. Ya había llegado el momento.

—Quiero ir contigo —murmuró muy quedo—. Pero yo… —Le miró ruborizada—. ¿Qué les diremos a todos? No puedo salir bailando de la casa, maleta en mano.

—¿Por qué no? Yo estaré contigo Solo diles: «Os veré el lunes», cuando salgamos. Estoy dispuesto a apostar a que nadie dirá una palabra.

* * *

-Estabas equivocado —le comentó a Rand cuando él subía la pequeña maleta de Jamie al coche—. Dijiste que nadie diría una sola palabra, pero mi madre me gritó: «Que te diviertas».

—Y tu abuela me indicó que condujera con cuidado, citando el número de accidentes de tráfico que se pronostican para el fin de semana.

Hablaron de nimiedades hasta llegar a casa de Rand, ocultando la intensidad que vibraba entre ellos. Una vez que llegaron, Jamie se creía en un sueño, pero sus sentidos despertaron al máximo cuando Rand la levantó en brazos y con su maleta la llevó hasta su dormitorio. Era muy consciente de la fuerza muscular de sus brazos, de su intenso aroma masculino. Cuando él cerró la puerta de la habitación con el pie, le miró expectante.

—El gato —explicó Rand—. Si no cierro la puerta, insistirá en dormir en la cama y vivir con Reebok me ha enseñado algo que ignoraba: no me gusta dormir con un gato.

—A mí tampoco —la voz de Jamie era ensoñadora. Era imposible pensar en los gatos cuando se estremecía de amor y anticipación por Rand, que pronto sería su amante. Su primer y único amante.

La luna plateada iluminaba la habitación, también decorada, como la sala, en blanco y negro. La cama de agua la sorprendió. Cuando Rand la colocó sobre ella, acomodándose a su lado, la ondulación del agua la sobresaltó, haciéndola incorporarse con los ojos muy abiertos.

Saltó un poco sin poder reprimirse. El colchón acuático se mecía y ondulaba con el movimiento, haciéndola reír.

—Nunca me había acostado en una de estas cosas —palmeó con fuerza y observó las ondulaciones, divertida.

—¡Jamie! —Rand trató de sujetarla. Esfuerzo inútil. Siguió saltando por la cama, meciéndose hacia adelante y hacia atrás para estimular el movimiento de la cama, fascinada—. No se supone que debes jugar con la cama, sino en ella —en esa ocasión la alcanzó y la obligó a acostarse de espaldas—. Conmigo.

—Lo siento. Supongo que me dejé llevar por la novedad —le sonrió, acariciándole una mejilla.

—¡Ay! Qué golpe a mi enorme ego. —Rand se colocó sobre ella—. Cuando estemos en la cama juntos, quiero ser lo único que te distraiga —el cuerpo de Jamie se adaptó al de Rand.

—Oh, Rand —suspiró—. No puedo creer que realmente estemos aquí.

—¿No puedes creerlo? —La abrazó riendo—. Cariño, ¿sabes cuánto he esperado para que llegáramos a esta etapa del cortejo?

—El capítulo cinco.

—Así es. Ya empezaba a considerar que nos quedaríamos para siempre en los capítulos del uno al cuatro.

—¿Creíste que nunca llegaría a esto? —Con un atrevimiento que ella nunca había creído tener, deslizó una mano posesivamente por el frente del pantalón de Rand.

Él apretó los dientes e hizo una aspiración brusca, invadido por el placer.

—La discreta y decente señorita Jamie. ¿Quién lo diría?

—Yo tampoco pensé que llegaría a hacerlo —le indicó, complacida por su éxito y siguió acariciándolo por encima de la tela—. Oh, Rand, te amo. Adoro tocarte. ¡No tengo ningún temor!

Rand exhaló el aliento contenido y se obligó a retirarle la mano.

—Nena, me vuelves loco. Quiero que vayamos despacio, saboreando cada momento y si sigues haciendo esto… —le brindó una sonrisa maliciosa—. Ha pasado mucho tiempo, Jamie. No quiero que termine antes de que empiece.

—Bésame, Rand —murmuró abrazándolo por el cuello.

—Oh, sí —la besó con violencia, pero ella ya lo esperaba. Él introdujo la lengua en su boca y ella la recibió gustosa. Él la había enseñado a besar de esa manera, pensó, deleitándose en la caricia, al igual que le había enseñado todo lo demás referente a la excitación y alegrías del placer físico. Y esa noche él le enseñaría los misterios finales del sexo y ella aprendería lo que era ser una mujer saciada por el hombre que amaba.

Murmuró su nombre entre besos y luchó con su camisa para deslizar las manos bajo ella. Sintió la acalorada piel desnuda de su espalda. Rand colocó una pierna entre las suyas, haciendo que descargas de placer la recorrieran. Cuando empezó a mecerse con movimientos rítmicos contra ella, Jamie dejó escapar un gemido suave.

Luego, despacio, Rand se apartó de ella, apoyándose en un codo para contemplarla.

—Rand… —murmuró Jamie.

—La ropa nos estorba —rió él—. Debemos eliminarla.

La timidez la invadió. El pensar en despojarse de su ropa hizo que surgiera un estremecimiento de aprensión en ella. Después pensó en Rand y en su ropa. ¿Se suponía que ella debería desnudarlo? ¿Antes o después de hacerlo ella misma? Frunció el ceño, lamentando su inexperiencia.

—Quiero desnudarte —la voz profunda de Rand despejó al instante sus dudas. Cerró los ojos con alivio. Sintió sus dedos en la blusa soltando cada botón con precisión enloquecedora. Cuando se atrevió a levantar los párpados, le sorprendió sonriéndole.

—¡Te estás burlando de mí! —le acusó temblorosa.

—Tus ojos se pusieron como platos cuando te sugerí que nos quitáramos la ropa. Parecías una asustada virgencita —rió con suavidad—. Y no se trata de que tenga experiencia con vírgenes, asustadas o no.

—Prefieres a las mujeres experimentadas. —Jamie tragó saliva con dificultad.

—Es mejor así. Nunca he querido la responsabilidad de tomar la virginidad de una mujer, o las obligaciones que ello implica —la blusa de Jamie ya estaba abierta. Rand observaba ansioso sus senos, tensos bajo una combinación de encaje.

—Ya veo —se dijo que decírselo sería más difícil de lo que había esperado. De algo estaba segura: ¡No desempeñaría el papel trillado de la virgen asustada! Ruborizada, se dijo que tenía demasiado orgullo para someterse a ese papel.

Armándose de valor, se irguió y empezó a desabrocharle la camisa. Los temores desaparecieron de su mente cuando deslizó la prenda por sus hombros y observó la amplia extensión de su pecho, la hirsuta mata de vello oscuro. Despojándose de la blusa, se acercó a Rand y se besaron una y otra vez.

Se hundieron sobre el colchón y la ondulación del agua adquirió un nuevo significado para Jamie. Era un ritmo primitivo y elemental, tan antiguo como el tiempo y poderoso como la naturaleza. Se levantó un poco y, con habilidad, él le sacó la combinación por la cabeza, dejando expuestos los senos de hermosa forma, su redondeada y suave blancura, sus puntas rosadas ya doloridas y tensas.

—Eres muy bella —murmuró él. Tocó los pezones de la chica con las yemas de los dedos y, sin poder contenerse, tomó una punta rosada entre sus labios.

Jamie dejó escapar un grito agudo y se arqueó hacia él. Sintió que le humedecía el pezón con la lengua, antes de succionárselo.

Olas de placer la invadieron haciéndola sentirse deliciosamente lánguida, cálida y débil. Era como si un cable invisible estuviera conectado a su bajo vientre, ya que también sentía allí sus efectos, salvajes y palpitantes.

—Eres tan dulce… —murmuró Rand, llevando la boca al otro pezón. Deslizó una mano sobre su vientre. Jamie gimió cuando la mano se posó en el elástico de sus bragas—. Eliminemos esto —sugirió seductor y retiró la prenda.

Jamie estaba ante él, desnuda y ruborizada. Rand la recorrió con la vista, estudiando las suaves curvas de su cuerpo de la cabeza a los pies.

—Nena, te deseo tanto —la voz de Rand era ronca, le hubiera gustado ser más elocuente, pero el don de la palabra parecía haberse consumido en la ardiente tormenta eléctrica que chispeaba entre ellos.

Jamie vio que él luchaba con su propio pantalón, deslizándoselo sobre su virilidad, para luego librarse del calzoncillo. Lo observaba con los ojos muy abiertos. Parecía tan fuerte y poderoso…

Sus miradas se encontraron y sostuvieron durante un largo momento antes de que Rand se recostara al lado de la chica y la tomara entre sus brazos. Sus manos saborearon la suave textura de su piel. Jamie respondió con toda la pasión reprimida. Las sensaciones que él evocaba en ella eran exquisitas, haciéndola consciente de su feminidad de una forma nueva y sorprendente. Quería dar y darse a Rand.

Titubeante, pero curiosa y excitada, extendió la mano para tocarlo. Rand dejó escapar un gemido profundo y meció su cuerpo contra ella. Jamie advirtió que él perdía el control, que se estremecía por el placer que ella le daba, y sintió el surgimiento de un poder femenino que nunca había imaginado poseer. Una ternura la envolvió al seguir acariciándolo. Rand parecía vulnerable bajo su dominio, y el amor la invadió.

—Te quiero —murmuró una y otra vez—. Oh, Rand, creo que me enamoré de ti desde el primer momento que te vi en la biblioteca. Al principio traté de luchar contra ello porque lo que me hacías sentir me daba miedo, pero ahora sé que nací para estar contigo.

Sus palabras lo conmovieron. Uno de los beneficios que había conseguido de su largo cortejo era que, al conocerla tan bien como en ese momento, sabía que cada una de las palabras que decía era cierta. Estaba enamorada de él y ese pensamiento le llenó de placer y ternura.

—Mi amor —murmuró, usando el término por vez primera. Ni siquiera como Brick Lawson lo usaba para llamar así a sus heroínas ya que siempre le había parecido… demasiado emocional, demasiado íntimo. Pero Jamie era su mujer, su amor.

Y porque quería que ésa, su primera noche juntos, fuera perfecta, decidió que su propio placer inmediato era secundario ante la satisfacción mutua. Con renuencia, retiró las manos de Jamie.

—Estás mandando mis buenas intenciones al infierno, mi pequeña y sensual gatita tentadora —le indicó con voz ronca, levantándole los brazos sobre la cabeza para retenerle las muñecas con una mano.

—¡Eres demasiado fuerte! —Juguetona, trató de liberarse—. Parece que me tienes sujeta con unas esposas.

—Tengo unas en el cajón de la mesa de noche —se burló Rand—. Las usaremos la próxima vez. También la venda para cubrirte los ojos.

—Eres un demonio, Rand Marshall —se rió Jamie para luego besarlo.

—Y tú un ángel —la besó ácidamente obteniendo una respuesta ardiente—. Un ángel hermoso y sensual.

Jamie dejó escapar un gemido anhelante cuando él colocó una mano entre sus piernas para explorar.

—Jamie… —Su tono de voz tenía algo de sorpresa al sentir cierta resistencia y ella se agitó con un movimiento espasmódico—, ¿te hago daño?

—No —la joven movió la cabeza con vigor. Sus manos lo acariciaban, sus labios trazaron una senda de besos por su cuello. ¿Cómo podía poner en palabras su sorpresa y descubrimiento ante las extraordinarias olas de placer que despertaban sus dedos?… —. No me has hecho daño, Rand —murmuró muy quedo, aferrándose a él. La inquietud la destrozaba y se arqueó hacia él en silenciosa invitación.

Rand observaba sus ojos entrecerrados, los labios semiabiertos gimiendo de placer. La sangre corrió ardiente por sus venas. Ver su placer y su respuesta apasionada era en extremo excitante, casi como si fuera su propia satisfacción. Se trataba de un concepto nuevo para él, recibir placer en el placer de otra persona.

Sabía que en el aspecto técnico era un buen amante, capaz de llevar a sus compañeras al orgasmo, pero por vez primera comprendió cuan desapegada y mecánica era su forma de hacer el amor en el pasado. Nunca había existido antes ese contacto íntimo que experimentaba con Jamie, ese dulce juego de dar y recibir.

Hasta entonces, el sexo había sido para él una actividad puramente física con previsibles ciclos de tensión y alivio. Con Jamie era mucho más. Ella lo absorbía en cuerpo y espíritu, mente y corazón.

Bajo su observadora y apasionada mirada, Jamie se hundía feliz en la espiral de sensaciones que se hacían más profundas bajo sus íntimas caricias.

—Sí, nena, déjate ir —la voz sensual de Rand la invadía, con efectos tan físicos como sus caricias—. Quiero verte, sentirte…

Las exquisitas y palpitantes olas de calor que irradiaban en ella se convirtieron en rayos y explotaron como una lluvia de chispas. Jamie dejó escapar el nombre de Rand en medio del éxtasis y él la sostuvo con fuerza, observándola con mirada posesiva.

Era suya. De pronto todo le pareció tan simple, tan inevitable. Desde el momento en que se conocieron hasta ese instante, en la oscura y tranquila habitación. Todo lo que había ocurrido entre ellos, las risas y las disputas, los besos y el cortejo, habían sido algo necesario, una progresión natural. Pero primero…

—Jamie, ¿has tomado precauciones, o yo me hago cargo de ello? —preguntó en voz baja. Nunca había actuado con irresponsabilidad y no empezaría a hacerlo, no con su adorada Jamie.

—Creo que en esta ocasión tendrás que hacerlo tú —lo miraba con ojos drogados por el amor. Ella era tan nueva en eso, que se había olvidado de preliminares tan esenciales como aquél. Cómo se alegraba de que Rand fuera tan prudente.

Momentos más tarde, murmurándole palabras sensuales e íntimas, Rand se colocó entre sus piernas y dio un firme y continuo impulso a sus caderas.

Jamie hizo una aspiración brusca y se aferró a sus hombros.

—Cariño, relájate —se perdía en la profundidad de sus ojos azules y en ese instante lo supo—. Nunca habías estado con un hombre, ¿verdad, Jamie?

—No. ¿Es… tan obvio? —preguntó con una sonrisa nerviosa—. ¿Hago algo mal?

—No, cariño, claro que no, pero tenías que haberme dicho que ésta es tu primera vez. —Jamie lo miraba con tanta incertidumbre que se derritió.

—¿Me habrías deseado igual si lo hubiera hecho? —preguntó quedo, recordando lo que había dicho de evitar a las vírgenes y las responsabilidades y obligaciones inherentes a iniciarlas.

—Lo que dije antes… Jamie, eso no es aplicable a ti —insistió recordando sus propias palabras—. Lo que siento por ti… —Se detuvo y lo intentó de nuevo—. Es diferente contigo, Jamie. Las antiguas reglas no se aplican. Nunca ha sido así. ¿Cómo puedo explicarlo? —Sacudió la cabeza. No podía ponerlo en palabras. ¿Y se creía escritor?, se reprochó en silencio.

Jamie parecía comprenderlo. Le selló los labios con un beso ligero.

—Te amo, Rand. Y te deseo tanto… Por favor, por favor, hazme el amor.

—¡Jamie! —Rand gimió su nombre, enterrando los dedos en su cabello, acercándola a él—. Cariño, ¿estás segura?

—Oh, sí —lo dijo con tanto fervor, que los dos rieron, una risa suave e íntima que pareció fortalecer los lazos que los unían. Se besaron con avidez antes de que Rand se hundiera en su calor satinado.

—Eres perfecta, Jamie, tan suave y deliciosa —permanecía inmóvil, permitiéndole adaptarse a su presencia.

El era su primer amante. La mente de Rand giraba en remolino. Todo lo que Jamie estaba experimentando con él era nuevo para ella: sus respuestas, su placer, todo.

—Nunca imaginé que fuera así —murmuró la joven, moviendo las manos por toda la extensión de la espalda de su amado—. ¡Rand, estás dentro de mí! —Aquel conocimiento le resultaba abrumador, los sentimientos profundos.

—Eres maravillosa —jadeó él—. Como si hubieras sido creada sólo para mí. Sólo para mí —agregó, posesivo.

—Lo fui. Lo soy —susurró Jamie sin aliento—. Tal como tú fuiste hecho para mí —estaba segura de ello. Había pasado mucho tiempo antes de que el hombre de sus sueños llegara a su vida, pero allí estaba en ese momento, abrazándola.

Luego Rand empezó a moverse, primero despacio, pero con un movimiento rítmico y primitivo que la mareó de placer. Obedeciendo a eternos instintos femeninos, Jamie correspondió a ellos.

Entre los dos crearon un calor explosivo que los lanzó a un remolino de pasión, llevándolos en espiral a un inmenso gozo. Insensibles por la felicidad, bajaron lentamente a los lánguidos y tranquilos mares de la satisfacción.

Una y otra vez a lo largo de la noche apasionada, hicieron el amor, buscando el uno en el otro un ciclo erótico de excitación y pasión, satisfacción y sueño.

* * *

Era casi mediodía cuando una llamada incesante a la puerta despertó a Rand del sueño profundo que le había invadido después de una intensa sesión de amor matinal unas horas antes. Durante unos minutos permaneció sumido en un estupor inconsciente, incapaz de moverse de la cama.

Jamie estaba a su lado, rodeándolo con una pierna sobre las suyas y un brazo sobre su pecho en un gesto posesivo y de confianza. Su sueño era profundo. Tenía los labios entreabiertos y su pecho se alzaba y bajaba al ritmo de su lenta respiración.

Una ola de afecto mezclado con deseo le invadió. Jamie era tan dulce, tan hermosa, pensó al observarla. Tenía el cabello alborotado y la sábana la cubría hasta la barbilla. Sonrió al preguntarse cómo era posible que al mismo tiempo pareciera tan joven e inocente y a la vez tan seductora.

Cuando las llamadas a la puerta cesaron suspiró satisfecho y se dispuso a volver a dormir, pero el timbre de la puerta empezó a sonar.

Maldiciendo, Rand bajó de la cama, teniendo cuidado de no despertar a Jamie. Pobre niña, pensó, en verdad estaba agotada… pero su reacción había sido tan ávida como la de él. Ella fue quien lo había buscado al amanecer. Recordó haber sido despertado por sus suaves labios.

El timbre de la puerta seguía sonando. Rand tomó una bata de baño y caminó descalzo hacia la puerta esperando encontrarse con algunos chiquillos impacientes por venderle algo, como sucedía con frecuencia. Reebok se frotó contra sus piernas maullando y ronroneando al mismo tiempo.

—Tranquilo, amigo, te daré el desayuno en un momento —se inclinó para acariciar la cabeza del animalito. Se sorprendió al encontrar a Daniel Wilcox ante su puerta.

—Lo siento, ¿te he despertado? —La pregunta fue automática y sin ningún remordimiento.

—Estás haciendo tanto escándalo que despertarías a un difunto —protestó Rand—. ¿Qué te trae por aquí?

—He estado llamando toda la mañana y sólo obtengo una señal de línea ocupada —manifestó Daniel, molesto.

—Eso es porque mi teléfono está desconectado. No quería recibir llamadas esta mañana.

—Bueno, por ello decidí venir a buscarte. Tengo dos entradas para el juego de los Phillies para esta noche. ¿Quieres ir conmigo?

—Tengo una cita, pero gracias de todas maneras.

—¿Con Jamie Saraceni? —Daniel dejó escapar una risa breve—. Últimamente solo sales con ella.

Rand no quería comentar su relación con nadie y menos con Daniel Wilcox, así que cambió el tema de conversación.

—¿A qué se debe que no tengas cita esta noche, Dan? Es un fin de semana festivo. Siempre tienes planes para ocasiones como ésta.

—Ya no —contestó Daniel—. Mi vida social ha tenido una fuerte baja en estos días. No lo comprendo, ni siquiera Mary Jane Strayer quiere salir conmigo. Afirma que está saliendo con regularidad con otro tipo.

—¿Por qué no llamas a tu asistente? ¿Cómo se llama? —sugirió Rand. Se sentía benevolente con todo el mundo, hasta el punto de jugar a casamentero.

—¿A Ángela? —exclamó Dan, atónito—. ¿Ángela Kelso? ¡No puedes hablar en serio!

En el dormitorio, Jamie se despertó despacio. Se estiró y buscó a Rand. Estaba desnuda bajo las sábanas de seda. Para su decepción, Rand no estaba en la cama, ni siquiera en la habitación. Al ver la hora, jadeó sorprendida. ¡Las doce y diez! No era posible. Jamás en su vida había dormido hasta tan tarde.

Luego sus labios se curvaron en una sonrisa. Tenía derecho a permanecer en cama hasta mediodía. Ya despierta por completo, estaba llena de energía y muerta de hambre. Al bajar de la cama distinguió su ropa tirada en el suelo y se ruborizó. Allí estaba su blusa. Más allá la combinación y en un montón de ropa a los pies de la cama, su ropa interior.

Renuente a vestirse sin darse antes una ducha, se acercó al enorme vestidor de Rand y descubrió una bata de seda negra. Le llegaba hasta media pierna. Se la puso y salió del cuarto. Escuchó voces e imaginó que Rand estaba hablando con alguien, ya fuera por teléfono… o con un visitante. Se detuvo de inmediato, se ocultó detrás de una pared y se encontró con que Rand estaba hablando en la puerta con… ¡Daniel Wilcox!

¿Qué hacía allí?, estuvo a punto de preguntar en voz alta en su asombro. No había creído que su amistad con Rand fuera tan íntima hasta el punto de presentarse sin ser invitado. Desde que ella se veía con Rand, sólo lo había visto en una ocasión, aquella noche del cumpleaños de Ángela.

—Dispongo del apartamento los tres primeros fines de semana de agosto y uno de ellos está a tu disposición ya que ganaste la primera parte de nuestra apuesta —escuchó que decía Daniel con claridad.

Jamie permanecía inmóvil, no queriendo llamar la atención. Esperaba que Wilcox se fuera cuanto antes.

—¿Cuál quieres, Marsh? ¿O acaso necesitas consultarlo con Jamie? —preguntó Wilcox.

La chica frunció el ceño ante su evidente tono burlón. Ansiaba que Rand lo despachara con cajas destempladas de inmediato. Pero parecía que Rand no consideraba ofensivas las palabras de Wilcox. Sólo encogió los hombros.

—No querrás reclamar el fin de semana del cuatro de julio, ¿verdad? —exigió el dentista con petulancia—. Ya sabes que espero dar mi gran fiesta en la playa ese fin de semana.

—Tranquilízate, Daniel, el lugar es tuyo.

—¿Me liberas de la segunda parte de nuestra apuesta, o todavía no te la has ganado?

—¡Wilcox, por el amor de Dios, cállate!

—¿Qué es lo que digo? ¡Por supuesto que la has ganado! Nadie, menos Rand Marshall, pasa tanto tiempo con la pequeña señorita Saraceni sin que se la haya llevado a la cama —se burló Wilcox—. ¿Qué tal estuvo, Marshall? Lo menos que puedes hacer es relatarme la experiencia.

Jamie sintió que el color desaparecía de su rostro. Sólo le tomó unos segundos captar el hilo de la conversación y sacar su horrible conclusión.

«¿Una apuesta?». Le parecía que le hundían un puñal en el corazón. ¿Rand había apostado con ese cretino a que se la llevaría a la cama? Quería negarlo, pero su mente era demasiado rápida para permitirse ese lujo. Había escuchado muy bien las palabras de Daniel Wilcox.

Al igual que no había oído a Rand negarlas. Si no fuera cierto, ¿no habría negado, o al menos desmentido las atrocidades que decía Wilcox? ¿No habría pronunciado las palabras salvadoras de «no sé de qué me hablas»?

Pero no lo hizo porque había participado en la abominable apuesta. Algo relativo a ganar el apartamento del dentista en la playa el fin de semana del cuatro de julio por haberse llevado a la cama a la inconquistable Jamie Saraceni. Lo cual había conseguido con rebosante éxito.

¡Había entregado su virginidad a un hombre que se la había llevado a la cama por una apuesta! Jamie se sentía enferma. Su primer impulso fue el de ocultarse, como un gato que hubiera sido lastimado y buscase un rincón para lamerse las heridas. Pero allí no tenía donde ocultarse. Tenía que alejarse, y en ese mismo momento. Y luego no volvería a ver a Rand Marshall en su vida. Ni siquiera volvería a pronunciar su nombre.

Los ojos se le llenaron de lágrimas y reprimió un sollozo. La vida se presentaba nublada ante ella sin él. Nunca volvería a reír con Rand, ni abrazarlo ni besarlo, ni volver a hacer el amor con él.

Su mente se resquebrajaba ante el impacto del dolor, el más fuerte que hubiera experimentado en su vida. Así que ése era el rechazo y la decepción. Por primera vez comprendió a los hermanos que la habían buscado para vengarse del rechazo de Steve a sus hermanas. Ver a un ser amado sufrir ese dolor encendería en cualquiera el afán de venganza.

Jamie se estremeció al recordar los terribles días después del divorcio de Cassie y lo mucho que le había dolido el sufrimiento de su hermana. De segunda mano, el dolor había sido mucho… pero eso lo estaba sufriendo en carne propia y le resultaba intolerable. Le destrozaba el corazón y hacía estremecer su alma.

Recordó lo cuidadosa que siempre había sido para evitar las relaciones sentimentales y el sufrimiento. ¡Qué tonta y orgullosa había sido al pensar que podría vivir y amar sin ser herida!

El dolor alcanzó un nivel intolerable y no pudo permanecer pasiva un instante más. Le resultaba indispensable hacer algo, cualquier cosa. Su intención era recoger su ropa y escapar, pero a medio camino se volvió e, impetuosa, entró en la sala corriendo.