Capítulo 7
Callie no volvió a verlo hasta que los dos tuvieron puestas las mascarillas para el quirófano.
Cuando entraron, había mucha gente ya dentro.
Trey se presentó.
—Soy el doctor Weldon —dijo y alguien lo llamó de inmediato, para que se aproximara a la mesa de operaciones. Varios cirujanos trabajaban sobre algunas partes del dañado cuerpo.
Callie observó a las enfermeras, quienes hacían eficientemente su trabajo y se dio cuenta de que su asistencia era innecesaria.
Trey trabajó en colaboración con el neurocirujano del centro, logrando atajar la hemorragia interna. A pesar de todo, el muchacho sufría graves heridas en muchas zonas de su cuerpo.
Una vez terminada la operación, los médicos comentaron sobre su estado.
—Seguramente no salga de la sala de recuperación —dijo uno de los cirujanos.
Los médicos fueron saliendo y Callie fue una de las últimas en salir.
Poco después, Trey y Callie se encontraron de nuevo.
—Trey, el trabajo que has hecho ha sido extraordinario —dijo ella con admiración.
—Hemos conseguido que saliera del quirófano vivo —dijo Trey—. Pero mis colegas no dejaban de debatir sus teorías.
Su mirada era fría y dura.
—¿Qué teorías?
—Muchos decían que ese niño ha causado problemas desde el primer día que echó a andar. Algunos se planteaban si valía la pena tanto esfuerzo por alguien que, seguramente, acabara en la cárcel. Su abuelo era un ex convicto y todos acusan a los genes de los problemas que el muchacho causa.
—¿La gente, de verdad, llega a dudar si salvar la vida de alguien en función de cosas así? —Callie se quedó perpleja—. ¿Lo dejarían morir porque su abuelo era un criminal? Parece el argumento de una novela de horror decimonónica.
—Pues incluso su padre parece tener esa preocupación —dijo él—. Claro que los genes no son de Hagen.
—Son de la madre, entonces.
—No parece que te estés tomando esto en serio —dijo él bruscamente—. Vámonos, dentro de quince minutos tenemos que operar un tumor en nuestro hospital.
—Me dirigía hacia allí —dijo ella, pero Trey ya se había marchado.
Había un laberinto de túneles que conectaban los cinco hospitales de la ciudad. Trey ya se había puesto en marcha.
Callie no supo qué sentía. Trató de sentir rabia, pero no pudo. Más bien, sentía vacío.
—No puedes ir más despacio, ¿verdad? —le dijo Trey.
Ella alzó la cabeza y se sorprendió al ver que se había detenido a esperarla.
¿La estaría esperando, de verdad? Prefería no hacerse ilusiones al respecto.
Comenzaron a andar, pero a Callie le dolían las piernas y no podía ir tan deprisa.
—¿Qué pasa? ¿No puedes ir más deprisa?
—Voy todo lo rápido que me permiten mis piernas. No lo estoy haciendo a propósito.
—Pues lo parece. No tenemos tiempo para tonterías. Vamos —echó a andar y ella lo siguió.
Estaba agotada y le dolían todos los músculos.
Trey se paró una vez más con el ceño fruncido.
—Si me estás haciendo algún tipo de boicot, déjalo ya. No necesito jueguecitos.
—Estoy demasiado agotaba para andar jugando —respondió ella furiosa—. Llevo cuatro horas de pie, después de haber dormido muy poco.
—Yo podría decir exactamente lo mismo. —Trey parecía indignado—. Más aun, puesto que yo estaba operando, mientras que tú sólo mirabas.
—Lo siento, pero yo no soy un ser sobrenatural como tú. Los mortales nos cansamos y esas cosas. No puedo seguir tu ritmo.
—Pues inténtalo —dijo él—. Quiero que estemos en la sala de operaciones un par de minutos antes de operar.
—Lo siento, pero estaré allí a la hora en punto —dijo Callie—. Ni un minuto antes. A menos que me quieras llevarme en brazos.
El comentario tuvo la intención de espantarlo definitivamente. Pero no lo logró. Para su sorpresa, él se detuvo.
—Sube.
Callie se quedó boquiabierta. Debía de estar sonando. Aquello no era posible.
—Rodéame con el brazo y súbete.
Callie se quedó inmóvil.
—Yo… No podemos… —respondió ella.
—¿Quién ha dicho que no podemos?
Había elegido justo la palabra errónea. La gente como él no admitía la expresión «no poder».
—Mejor no —corrigió ella.
—¿Por qué no? Si vamos a llegar antes, tiene su razón de ser, así que sube.
* * *
—Ves, hemos llegado con tiempo de sobra —dijo Trey, mientras dejaba a Callie delante del vestuario—. Te espero en el quirófano en ocho minutos.
Él se metió en el servicio de caballeros, en dirección a las duchas.
Cinco minutos después, ya se había duchado, secado y puesto un uniforme. Se lavó las manos con el jabón antibacterias, mientras pensaba en todo lo sucedido. ¡Menuda noche! El corazón de Trey se aceleró y se dio cuenta de que agradecía la frenética actividad con la que se había encontrado aquella mañana. Eso le impedía tener tiempo para pensar, lo que era bueno, dadas las circunstancias.
Pero, en aquel breve minuto de inactividad empezó a pensar en Callie. Lo desconcertaba que sus sentimientos por ella fueran tan desorbitados y no sabía qué hacer con todo aquello que llevaba dentro.
Normalmente, tendía a no pensar en determinado tipo de cosas. Pero, en aquel momento, le resultaba realmente difícil no pensar en lo sucedido aquella noche.
Recorrió mentalmente todas sus acciones del día anterior. Él, entrenado para no actuar por impulsos básicos, había actuado única y exclusivamente por impulso. Pero aquello no se limitaba a lo sucedido el día anterior, sino que continuaba ocurriendo. ¡Se había traído a Callie en brazos! Un acto nada propio de un Weldon.
Y la verdad era que estaba disfrutando cada segundo de aquella locura.
Trey sonrió. Llevarla en sus brazos le había recordado a lo que había sentido la noche anterior.
Nunca se había sentido tan posesivo con nada… bueno, quizás con cosas, con las tradiciones de los Weldon, pero nunca con una mujer.
¿Qué iba a hacer al respecto? Había roto algunas de las reglas principales que regían su vida y sabía que todos los actos tenían sus consecuencias.
—Te vas a terminar arrancando la piel si sigues lavándote así —bromeó Leo Arkis al entrar.
Leo estaba completamente descansado y notablemente despejado.
—Me he pasado la noche atendiendo una urgencia —le dijo Trey—. El hijo de Paul Hagen tuvo un accidente.
Callie y Quiana ya estaban en el quirófano cuando Trey y Leo entraron. No había demasiado público, pero tampoco estaba vacío. No era una operación particularmente complicada.
Trey inició la operación con el comentario de costumbre, y continuó de un modo casi mecánico.
Sus ojos se encontraban con frecuencia con los de Callie, quien, eficientemente, le daba los instrumentos necesarios.
Su encuentro sexual no parecía haber afectado a su capacidad profesional, ni a su afinidad.
El doctor Weldon siguió operando, mientras explicaba. Después del complicado caso de aquella mañana, aquello resultaba realmente fácil para Trey, quien parecía lleno de vitalidad y de energía.
—Doctor Weldon —le dijo una de las estudiantes al salir de la sala de operaciones—. Si alguna vez decide dejar de operar, no dude en convertirse en profesor. He aprendido más sobre el cerebro durante la operación, que en todo el semestre en clase de anatomía.
—Gracias —dijo él—. Y prometo no decirle nada a su profesor de anatomía, Cy Nichols.
La estudiante se rió.
Callie los observó durante unos segundos, hasta que Quiana intervino.
—Odio ver a Trey Weldon coqueteando con esa estudiante, sólo porque es guapa y lo ésta mirando como si fuera un pastel de queso. La verdad es que siempre pensé que él no era así y estaba orgullosa de ello.
Callie pensó en lo acontecido aquella noche en su dormitorio y las mejillas se le encendieron. Se había despertado desnuda en sus brazos.
En mitad de aquellos eróticos recuerdos, sonó el busca y ella se sobresaltó.
Después de una rápida llamada, resultó ser la enfermera jefe, que quería ciertas explicaciones sobre lo acontecido el día anterior, de modo que acudió a su oficina.
—Puesto que ya veo que estás trabajando con el equipo del doctor Weldon, asumo que no debo considerar tu dimisión —dijo la mujer.
—Así es —dijo Callie—. Siento todo lo sucedido y le pido disculpas por mi irracional comportamiento de ayer. Me gustaría que se olvidara el incidente.
—Supongo que Trey Weldon querrá lo mismo. Callie, eres una gran enfermera y, realmente, no querría que te fueras del hospital.
—Gracias, señora McCann.
La enfermera jefe respiró profundamente.
—Quiero que seas completamente honesta conmigo. ¿Te ha forzado el doctor Weldon a reconsiderar tu renuncia?
—¿Forzado? —Más bien la había seducido.
—Te aseguro que puedes decirme lo que sea y que no tendrás ningún tipo de represalia. Quiero que me digas si el doctor te ésta acosando. No toleraré nada así, no importa lo eminente que sea el médico en cuestión.
—No, no se trata de nada de eso —dijo Callie y se dio cuenta de que se estaba ruborizando.
—Quiero que sepas que he tenido que dejar constancia de vuestras dos visitas a dirección. Es necesario hacerlo, no sólo porque es una política del hospital, sino por tu seguridad.
Callie se sintió amenazada.
—Lo entiendo, pero quiero que sepa que no necesito ningún tipo de protección contra Trey, señora McCann.
Se levantó como si tratara de enfatizar lo que acababa de decir.
Ellen McCann hizo lo mismo y acompañó a Callie hasta la puerta. Antes de que saliera, le puso la mano en el hombro.
—Sheely, tengo hijas y tengo la sensación de que no puedo dejarte ir sin hacerte una pregunta. ¿Te das cuenta de que tener una relación con alguien del trabajo puede ser muy negativo?
—Gracias por su comprensión y su ayuda —respondió Callie, evitando una respuesta a su pregunta.
¡Por supuesto que no se daba cuenta! Ni siquiera había tenido tiempo de pensar nada al respecto.
Callie dijo adiós, con la intención de librarse de la mujer, pero no pudo, pues la enfermera jefe salió con ella.
Las dos se quedaron inmóviles al salir y ver a Trey Weldon apostado en la pared.
—Hola —las saludó Trey.
Callie sabía que su tono aparentemente casual no era tal en realidad.
—El chico de Hagen sigue estable, lo cual es más de lo que cabía esperar —dijo Trey sin que nadie le preguntara—. A pesar de todo, su pronóstico es reservado.
—Espero que se recupere pronto —dijo la señora McCann, se volvió hacia Callie y le lanzó una mirada penetrante—. Quiero que pienses sobre lo que hemos hablado.
Callie asintió. Se sentía completamente fuera de lugar. Trataba de no mirar a Trey y, al mismo tiempo, sabía que él la estaba mirando. Podía sentir sus ojos como si la estuvieran tocando.
La pareja se quedó en silencio hasta que la señora McCann desapareció.
—Es una maestra en el sutil arte de la intimidación sin hacer nada —dijo Trey.
Callie se dio cuenta de que había estado conteniendo la respiración y soltó el aire.
—Va a hacer un informe sobre lo sucedido ayer, tanto sobre mí como sobre ti.
—¿Era para eso para lo que quería verte?
—También para preguntarme si sabía lo que estaba haciendo. Ella piensa que no lo sé.
—No se refiere al terreno profesional, ¿verdad, Sheely?
«Sheely». Otra vez estaba usando su apellido, lo que la molestaba. Algo que le había sido indiferente hasta el día anterior, la molestaba profundamente en aquel momento.
Echaron a andar y sus hombros se rozaron. Callie se apartó de él.
—También quería saber si me estabas acosando. —Callie se dio cuenta que, de algún modo, disfrutaba diciéndole aquello.
—Bueno, ¿y tú que opinas?
Trey le cortó el paso.
Callie sentía el calor que irradiaba de su cuerpo, sólo a unos centímetros de ella.
—Me pregunto si que me acorrales contra la pared puede considerarse acoso —preguntó ella.
Estaba mareada. La falta de sueño, la intensa labor de aquella mañana y los acontecimientos de las últimas veinticuatro horas debían de haber contribuido notablemente a ello.
Con su cuerpo tan cerca, Callie sentía la necesidad de hacer algo. ¿Pero qué? Realmente, deseaba agarrarlo y besarlo, sin embargo, en lugar de eso, lo apartó con un ligero empujón.
Trey no se movió.
—Callie, quiero una respuesta.
Callie sintió el leve tacto de sus manos sobre los senos y la respuesta fue inmediata. Aquella misma respuesta la enfureció.
—Lo único que te preocupa es tu reputación, por eso has venido hasta aquí —lo acusó ella.
—¿Eso es lo que piensas?
—Sí. En cuanto Quiana te dijo que había venido a ver a la señora McCann, dejaste a esa estudiante que estaba a punto de comerte y viniste a ver en qué situación te encontrabas tú.
—¡Por favor, no intentes fingir celos! Los dos sabemos que yo… que tú… —No pudo evitar acercarse más aún a ella—. Tenemos que hablar, ahora mismo.
Después de la conversación que estaban a punto de tener, Callie se preguntaría si Trey sabía que allí había una pequeña habitación oscura.
Trey abrió la puerta y la obligó a entrar, cerrando la puerta de inmediato. Echó el pestillo.