Capítulo 2
Hannah metió con rapidez el revólver en el bolsillo. El corazón le golpeaba con tuerza en el pecho. No había creído la explicación de Matthew sobre la razón de su presencia en Clover y la vista del arma confirmaba sus dudas.
¿Por qué llevaba un revólver consigo? ¿Sería policía? La joven conocía a Ford Maguire, el sheriff de Clover; había tomado café con él el día anterior y no había mencionado que esperaran a ningún agente nuevo en el pueblo. Y parecía lógico que Katie hubiera mencionado que era policía al presentárselo. A menos que su amiga no lo supiera. Quizá Matthew Granger estaba inmerso en alguna investigación secreta. ¿Pero cuál? Clover no era precisamente un nido de criminales. Había las ocasionales peleas domésticas, algunos robos y delitos de poca monta, pero el clan Polk solía figurar en casi todos ellos y no se necesitaba ningún agente secreto para lidiar con los Polk.
Lo cual dejaba solo el otro lado de la ley.
¿Era Matthew Granger un criminal que buscaba esconderse en aquella casa? Lo único que Hannah sabía sobre gangsters procedía de las películas, ya que nunca había conocido a ninguno.
Pero allí estaba Matthew Granger, vestido de negro, exudando un aire de peligro, insolente, exigente y ocultando algo. No había querido que viera lo que escondía en su bolsa, aunque no sabía por qué iba un criminal a molestarse en ocultar lo que leía. A menos, claro, que los títulos ofrecieran alguna pista. O tal vez los libros escondieran otros secretos debajo. ¿Drogas quizá?
Hannah se estremeció. ¿Qué otra cosa nacían los criminales? ¿Blanquear dinero, prestar con usura, asesinar por dinero? Se le encogió el estómago. ¡No deseaba que Matthew Granger fuera un criminal!
Nerviosa, colgó de nuevo los trajes en el armario. No quería que él supiera que había descubierto el arma. Oyó su voz y la de Katie en el pasillo y se apresuró a cerrar la puerta del armario.
—Ya tengo las camisas —gritó, saliendo al pasillo—. A la 206, ¿verdad?
—Buena memoria, encanto —gruñó él.
La joven lo miró a los ojos y sintió un escalofrío de excitación. Se riñó a sí misma por ello y se recordó que lo que debía sentir era miedo. ¡No podía dejarse atraer por un gánster! Ni siquiera su abuela, que era la personificación de la paciencia y la comprensión, aprobaría aquella locura.
Colgó las camisas en el interior del armario de su nuevo cuarto y se volvió hacia la bolsa de lona colocada en el suelo a los pies de la cama. Un vistazo rápido le descubrió que no había nadie en el pasillo, así que sucumbió a la tentación, abrió la cremallera y metió la mano.
Examinó primero los títulos de los libros colocados más arriba. Una mente criminal por dentro, un libro de texto escrito por un psiquiatra. Tres libros más sobre las personalidades de asesinos de masas, de tres criminólogos diferentes. ¿Sería Matthew un criminólogo o psicólogo de vacaciones en Clover? Su ansiedad comenzó a desaparecer; prefería aquella teoría a la anterior.
Volvió su atención a los libros de bolsillo, todos Best-selles de suspense. Hannah reconoció los nombres de los autores, pero no había leído ninguno de los libros. Prefería las novelas históricas con mucho amor.
Buscó más adentro y sacó una copia ajada de Las primeras familias de Carolina del Sur, un libro que había visto también en la biblioteca de su casa. En la copia que tenía en la mano, había un trozo de papel que quizá servía de marcapáginas.
Hannah lo abrió por allí. En la parte superior de la página se veía un título: Los Wyndham. Una rama de esa familia, tan rica e influyente que ocupaba dos capítulos enteros del libro, vivía en Clover. La tribu de los Wyndham presumía de albergar jueces y senadores, además de un montón de abogados y financieros. Todos los Wyndham eran universitarios, sofisticados y personajes importantes en la sociedad.
Hannah, por supuesto, los conocía. Aunque la familia Farley no poseía la riqueza ni el poder político de la familia Wyndham, estaban bien relacionados y se consideraban dignos de mezclarse con ellos. La hermana mayor de Hannah, Sarah, había ido a la escuela con Esme Wyndham Chase; en la actualidad, sus dos hijas eran amigas.
A Hannah no le había atraído nunca la vida social de la clase alta. Miró el libro y se preguntó por qué lo estaría leyendo Matthew Granger.
Sus ojos recorrieron las novelas de suspense y los estudios de comportamiento de criminales famosos. Una cosa era cierta; sus gustos de lectura eran muy dispares. Y en la bolsa no había nada relacionado con insectos.
Entonces vio el mapa. Hasta aquel momento no se dio cuenta de que el papel doblado que había en el capítulo de los Wyndham era un mapa. Lo desdobló: era un mapa de Clover.
Sus ojos se posaron de inmediato en el círculo rojo dibujado cerca de las afueras del pueblo. A su lado, escrito con la misma tinta roja, podía leerse: Propiedad Wyndham.
Hannah contuvo el aliento. ¿Para qué quería marcar aquella propiedad en su mapa? Su imaginación comenzó a idear otra historia que explicara todo aquello.
¿Y si Matthew Granger era un ladrón de guante blanco que había ido allí con intención de robar a los Wyndham? La joven había estado en la mansión familiar y sabía que era una cueva del tesoro plagada de antigüedades, cuadros y objetos de arte coleccionados por distintas generaciones de aquella familia. Era el sueño de un anticuario, aunque a Hannah jamás le había vendido nada ningún Wyndham.
¿Pero y si Matthew Granger había sido contratado por algún coleccionista fanático decidido a hacerse con lo que la familia no quería vender? ¿O tal vez obraba por su cuenta, con la esperanza de vender el trofeo en el mercado negro, en el que abundaban los tesoros robados? Todos los ladrones de guante blanco que había visto en las películas vestían de negro, como él, para poder esconderse mejor en los tejados por la noche.
Y no había que olvidar las joyas de los Wyndham, una colección fabulosa que había adornado las gargantas, muñecas y dedos de generaciones de mujeres de aquella saga. Sólo el mes pasado, había visto ella en un baile de caridad el increíble collar de esmeraldas con pendientes a juego que lucía para la ocasión Alexandra Wyndham, la personificación de la belleza y la clase.
Tragó saliva. Sólo el collar podía asegurar una buena jubilación a cualquier ladrón de joyas. ¿Sería ése el motivo de la presencia allí de Matthew Granger?
Cerró los ojos y trató de tranquilizarse. ¿Qué debía hacer? ¿Alertar al sheriff Maguire o advertir a los Wyndham? Pero en realidad no tenía más base de sospecha que sus especulaciones.
Oyó la voz de Katie en el pasillo y miró el mapa que tenía en la mano. ¡No podía permitir que él la pillara registrando sus cosas!
Al devolver el mapa al interior del libro, notó un nombre escrito con tinta al pie de la página: Alexandra Wyndham. Hannah dio un respingo. Un segundo después de imaginársela luciendo sus esmeraldas, se encontraba su nombre en el libro de Matthew. ¿Sería ella su blanco principal? La coincidencia bastaba para ponerle los pelos de punta.
Matthew y Katie estaban ya muy cerca. Hannah tuvo el tiempo justo de cerrar la bolsa y sentarse en el borde de la cama. Se cruzó de piernas y adoptó una pose lánguida mientras examinaba sus uñas pintadas de escarlata.
Los ojos de Matthew se posaron sobre ella; miró un segundo sus senos y bajó luego la vista a sus bien formadas piernas.
Katie miró sorprendida a su amiga.
—Me he roto una uña —musitó Hannah con un suspiro.
Desgraciadamente, el hombre adivinó en seguida sus intenciones.
—Si es eso cierto, cosa que dudo, probablemente te la has roto tratando de abrir mi bolsa —gruñó.
Hannah levantó la cabeza y lo miró con fijeza. Llevaba los trajes en los brazos y eso bastó para alterar su compostura.
—No es cierto —musitó. Escondió instintivamente las manos detrás de la espalda—. No me importa lo que haya en tu estúpida bolsa.
—¿Qué te parece, Katie? —preguntó Matthew—. ¿No crees que la señorita exagera la pose?
La dueña de la casa abrió la boca, pero optó por no alinearse en ningún bando y volvió a cerrarla sin decir nada. Dejó sobre la cama la maleta que llevaba en la mano.
—Bien, ya nos vamos —comentó, animada—. Gracias por tu comprensión y tu cooperación. Espero que el resto de tu estancia en Clover sea…
—¿Cuánto tiempo piensas quedarte aquí, Matthew? —intervino Hannah.
Se obligó a ponerse en pie y se acercó con lentitud a la puerta. El hombre no le quitaba la vista de encima.
—No lo sé. Estaré hasta que termine el trabajo.
—La investigación sobre los insectos, claro —musitó ella.
—Por supuesto. —Matthew sonrió con arrogancia y la miró con aire retador.
Hannah sintió un escalofrío. Se lo imaginó robando la propiedad de los Wyndham. La escena pasó por su mente como en una película en la que él era el protagonista. El papel de ella le resultaba bastante más confuso. ¿Sería la chica ingenua que creía que el villano podía redimirse todavía? ¿O la mujer inteligente que preparaba la trampa que lo llevaba ante la justicia?
Hubo un gran ruido procedente de la fiesta de abajo y Katie se mordió el labio inferior, recordando las quejas de su huésped.
—Matthew, quiero invitarte a reunirte con nosotros. Si vas a quedarte algún tiempo en Clover, tal vez te guste conocer gente.
—¿Y para qué quiere conocer gente si ha venido aquí a estudiar los insectos? —intervino Hannah, con sorna.
—Hay comida y bebida de sobra. ¿Te apetece tomar algo? —insistió Katie, entre dientes. Le resultaba difícil ser buena anfitriona con Hannah lanzando una andanada tras otra a su huésped—. Si quieres unirte a nosotros, serás bienvenido —añadió con cordialidad.
—Gracias —sonrió Matthew—, pero no me siento muy sociable. Me quedaré a deshacer el equipaje.
—A lo mejor tienes suerte y encuentras una araña que ha atrapado un montón de mosquitos en su tela —dijo Hannah—. Sería un buen comienzo para el libro.
Katie tomó a su amiga del brazo y la sacó de la estancia.
—Si cambias de idea, baja cuando quieras —gritó por encima de su hombro. Tiró de Hannah pasillo adelante—. Vamos, amiguita. No quiero que vuelvas a atacarle. Matthew Granger es un cliente. Podría demandarme por lo del techo y, además, necesito su dinero. Tengo que arreglar el tejado y hay muchas habitaciones libres hasta la semana que viene. Por favor, trata de portarte bien.
—Pero supongo que no habrás creído esa ridícula historia de los insectos, ¿verdad?
—No sé. Tal vez sea cierta. ¿Por qué no puede ser un experto en el tema?
—¿Y para qué querría un experto en insectos una bolsa llena de libros sobre crímenes y una copia de Las primeras familias de Carolina del Sur?
—¡Hannah! ¿Has registrado su bolsa?
—No he tenido tiempo de ver sus notas —se lamentó la otra—. Ni las carpetas. Me pregunto qué habrá en ellas.
—Hannah, ese hombre es mi huésped —gritó Katie—. Ya es bastante malo que se haya inundado su cuarto para que ahora aparezcas tú insultándolo y registrando sus cosas. No me extrañaría que se fuera. Aunque espero que no lo haga.
—¿Porque necesitas su dinero o porque es…? —Se ruborizó y no pudo terminar la frase.
—Ah, sí que lo es, ¿verdad? —se rió Katie—. Y es evidente que se siente atraído por ti. Creí que se iba a desmayar cuando te ha visto tumbada en su cama.
—No quería que supiera que había registrado su bolsa. Sólo trataba de distraerlo. ¿Crees que ha dado resultado?
—Creo que, al mirarte a ti, no pensaba para nada en el contenido de su bolsa. Pero si tan segura estás de que no es quien dice ser, ¿qué hace aquí? ¿Y por qué nos ha mentido?
—No lo sé. Pero lo descubriré —afirmó Hannah, decidida.
—Escucha, por lo que he visto de él, no te recomiendo que hagas nada para enojarlo —musitó Katie, preocupada—. Se enfada con facilidad y puede ser bastante agresivo. No es el huésped más humilde que he tenido, pero no puedo permitirme ser demasiado exigente. Todo el que pague es bienvenido, pero yo no pienso interponerme en su camino y te aconsejo que hagas lo mismo.
—¿Porque es peligroso? —susurró Hannah.
—No creo que sea peligroso en un sentido físico —repuso su amiga—, pero sí detecto cierto peligro en él.
—Yo también. Me pone nerviosa, Katie. Y eso es la primera vez que me ocurre. Cuando estoy a su lado, me asusta y me excita al mismo tiempo. ¿Crees que eso tiene sentido?
—Sí. —Katie la miró sombría—. Y esos sentimientos pueden ser peligrosos, Hannah. Emocionalmente peligrosos —añadió.
Su amiga la miró intrigada. Katie era tres años mayor que ella, una joven castaña esbelta y bonita de ojos verdes. Aunque era simpática y amistosa y sonreía a menudo, en ocasiones exudaba un aura de tristeza. ¿Inspirada quizá por un hombre emocionalmente peligroso?
Hannah recordó que unos años atrás, Katie había salido en serio con un hombre llamado Luke Cassidy, que se marchó del pueblo para no regresar. Aunque la joven no rebeló nunca a nadie lo ocurrido, todos sus amigos pensaban que le había roto el corazón. Sin embargo, nadie sabía nada de cierto y la reserva de Katie no invitaba a hacer preguntas íntimas. Aquélla era la conversación más personal que Hannah había tenido nunca con Katie y sintió la tentación de prolongarla.
Pero antes de que pudiera preguntar nada sobre los hombres en general o Luke en particular, apareció Abby Long en las escaleras y tomó a las dos amigas de la mano.
—Os estaba buscando —comentó—. Ben y otros invitados quieren un concurso de baile. ¿Tienes discos de shag?
—Por supuesto.
—Ve a buscarlos —le ordenó Abby—. Hannah, Sean, Tommy Clarke y Zack Abernatty quieren que seas su pareja. Puedes elegir a uno de ellos o participar con los tres.
—¿Y si no elijo a ninguno de ellos? Creo que preferiría bailar con ese atractivo Ben Harper. ¿Crees que le importaría a su prometida?
—¿A esa bruja celosa? —Le siguió la corriente Abby—. No te acerques a ella. Se vengaría obligándote a llevar un vestido horrible como dama de honor. Algo con mucho vuelo y lazos.
—Cualquier cosa con tal de evitar eso —se horrorizó Hannah—. Juro que no me acercaré a ese hombre. Las dos se unieron riendo a la fiesta.
* * *
Matthew tardó menos de diez minutos en deshacer el equipaje; luego abrió su bolsa de lona y sacó el libro titulado Las primeras familias de Carolina del Sur. Miró el índice, encontró el nombre de Farley y sonrió. No le sorprendió que la belleza morena perteneciera a una familia de medios. No sólo poseía la seguridad innata de los ricos, sino que también la rodeaba un aura intangible de clase y privilegios.
Pero Hannah Farley poseía, además, un fuerte magnetismo sexual del que carecían otras damas de sociedad que había conocido. Aquel vestido corto plateado de falda ajustada y las sandalias de plataforma no serían fáciles de encontrar en un evento del club de campo o una fiesta de sociedad.
La oleada de deseo que recorrió su cuerpo al pensar en ella lo tomó por sorpresa. El no había ido a Clover a coquetear con una belleza sureña de piel tan blanca como los capullos de magnolia que crecían por toda la ciudad. Había ido allí a descubrir quién era en realidad.
Abrió el cajón superior del escritorio y retiró la fotografía enmarcada que había guardado allí. La foto era una de las favoritas de su madre, que la había tenido siempre sobre una consola de la sala de estar de su casa. Era un retrato en color de Galen y Eden Granger con su hijo Matthew, un niño de cinco años que miraba con solemnidad a la cámara.
Siempre había sido un niño serio y, más tarde, un estudiante afanoso y un atleta que no tuvo problemas en hacer que sus padres se sintieran orgullosos de él. Pensó en su graduación y en el día en que se licenció en la facultad de Derecho. Su padre, un fanático de las cámaras, estuvo siempre presente para fotografiar aquellos acontecimientos mientras su madre miraba con adoración a su hijo. Ningún hijo había tenido nunca unos padres más cariñosos y entregados. Matthew había sido el centro de sus vidas y lo sabía.
Tenía un estante lleno de álbumes de fotos que documentaban su vida, desde el día en que llegó a casa desde el hospital hasta el día en que posó al lado del árbol de Navidad seis meses atrás. Fue las últimas navidades que pasaría nunca con sus padres. Los dos murieron en un accidente de tráfico dos semanas después.
Un espasmo de dolor lo embargó. Recordó la llamada de teléfono de Albert Retton, llamada que truncó su vida. Y luego, la terrible sorpresa que recibió unos días después del funeral.
—Tú eres adoptado, Matthew —le dijo Al Retton—. Tus padres sabían que debían habértelo dicho, pero nunca encontraron el momento. Querían que creyeras que habías nacido de ellos. Supongo que ellos llegaron a creerlo así. Pero me pidieron que te diera esta carta si les ocurría algo.
La carta confirmaba la historia de la adopción y aseguraba a Matthew lo mucho que lo querían. No contenía ninguna referencia a sus padres verdaderos.
Según la carta, Galen y Eden habían intentado durante años tener un hijo propio antes de empezar a pensar en adoptar uno. Matthew tenía tres días cuando salió del hospital con sus padres adoptivos, que lo consideraron suyo desde el primer momento en que lo tomaron en brazos.
Y, a partir de entonces, jamás mencionaron la adopción. Como la familia vivió en bases navales de todo el mundo y carecía de parientes cercanos, no les resultó difícil mantener su historia.
Matthew metió la foto en el cajón y tomó su bolsa de lona. Dentro había copias de los libros que había escrito: novelas de suspense en las que los protagonistas eran siempre abogados. El primer libro lo escribió en su tiempo libre porque le aburría su trabajo. Tras obtener un éxito inesperado y vender los derechos para el cine, decidió probar de nuevo. Después de todo, el primero podía haber sido pura coincidencia. Pero no fue así. Después de escribir dos Best-selles más, abandonó la empresa para dedicarse sólo a la escritura.
Pero no había conseguido escribir una palabra desde que descubriera que su vida entera se basaba en una mentira. Seis meses después, seguía enfadado, amargado y desconcertado; sufriendo todavía la pérdida de sus padres y, al mismo tiempo, ansioso por descubrir la verdad sobre su identidad. Un detective de Tampa, que le pidió una suma increíble en concepto de dietas, le prometió ayudarle y al fin, semanas más tarde, le entregó una copia de su partida de nacimiento sin explicarle cómo la había obtenido.
Matthew la sacó con cuidado de una de las carpetas que guardaba en la bolsa.
La miró por enésima vez. En el documento, en el lugar de su nombre ponía simplemente Hijo Varón. No había nombre de pila ni apellido. Fueron sus padres los que lo inscribieron más tarde con el nombre de Matthew John Granger.
Sus ojos se posaron en el nombre de su madre: Alexandra Wyndham, que sólo tenía dieciséis años cuando dio a luz a su hijo. Su padre aparecía como Jesse Polk, de dieciocho años. No había más información. Según el detective, la casa de maternidad para madres solteras del centro de Florida donde pasó su madre su embarazo, había dejado de existir.
En el último mes, había descubierto algunas cosas más. El detective privado rastreó los orígenes de Alexandra Wyndham y Jesse Polk hasta un pueblo grande de Carolina del Sur situado muy cerca de la costa: Clover.
Al principio, Matthew no sentía deseos de ir a Clover. Trató de convencerse de que le bastaba con la información que había descubierto ya. Pero no consiguió seguir adelante con su vida.
No podía escribir; su concentración y su imaginación habían desaparecido. Yacía despierto por las noches, sin poder dejar de pensar en su situación y, cuando fue a la biblioteca a iniciar las investigaciones de su próximo libro, se descubrió buscando cosas sobre la costa de Carolina del Sur.
Y allí estaba, en el pueblo en el que había sido concebido por dos adolescentes descuidados. Se preguntó si seguirían viviendo allí, aunque ya no serían jóvenes. Su madre tendría cuarenta y ocho años y su padre cincuenta. Sin embargo, seguían siendo jóvenes comparados con sus padres adoptivos, que tenían ya cuarenta años cuando lo adoptaron.
Miró el libro que tenía delante. Su madre pertenecía al clan de los Wyndham. Su posición social, riqueza y prestigio lo habían pillado por sorpresa. De su padre, Jesse Polk, no sabía nada. La familia Polk no aparecía en el libro, lo que significaba que no era una de las familias principales de Carolina del Sur.
Pero los Farley sí lo eran. Matthew abrió el libro por la sección en la que aparecían. Sólo había unas cuantas páginas, en contraposición a los dos capítulos completos que se dedicaban a los Wyndham. Ambas familias habían conseguido tierras donadas por la Corona en la segunda mitad del siglo diecisiete, pero los Wyndham, aun sin descuidar la tierra, no habían tardado en iniciar negocios de astilleros. A lo largo de los siglos, los Farley conservaron su importancia social y su relativa riqueza mientras los Wyndham llegaron a adquirir un estatus mucho más alto.
Y él era un Wyndham. Parte de su ilustre historia. Cerró el libro, confuso. Matthew Wyndham. Matthew Polk. Matthew Granger. ¿Quién era él? Era un shock llegar a los treinta y dos años y descubrir que la vida que había llevado y la identidad que consideraba suya eran sólo una mentira.
El sonido de música y risas subió hasta su cuarto, rompiendo el silencio que lo rodeaba. Se sintió muy solo. Desde la muerte de sus padres, se había distanciado de todo el mundo, de sus amigos, su agente y sus editores. Su vida amorosa había sido inexistente. No tenía energía ni deseos de tratar de conquistar a ninguna mujer.
Ya antes de la tragedia, había procurado controlarse siempre, manteniendo cierta distancia con sus amantes porque quería evitar una intimidad emocional excesiva. Le gustaban las mujeres y el sexo, pero rehuía el compromiso. Tenía sus libros, el amor de sus padres, sus amigos y a la amante de turno. ¿Para qué necesitaba otra cosa?
En aquel momento, sin embargo, su vida parecía vacía, sin foco, sin amor.
—Hannah Kaye Farley, no puedes inventarte pasos nuevos. Tienes que seguir las normas —gritó una voz femenina.
Matthew miró a su alrededor y descubrió que la voz procedía de abajo. Al parecer, alguien reñía a Hannah Kaye Farley por saltarse unas normas.
Sonrió. Estaba dispuesto a apostar a que aquella mujer no respetaba ninguna norma que no le conviniera respetar. Por lo poco que la conocía, la había catalogado ya como una belleza mimada y testaruda que hacía y decía siempre lo que le apetecía. La clase de mujer que él solía evitar, ya que prefería a las mujeres calladas y amables que le dejaban llevar la batuta desde el principio.
Pero no pudo dejar de pensar en ella. No había conocido nunca a una mujer que lo afectara de modo tan visceral como Hannah. Era seductora, provocativa y elegante. Se le ocurrió que era la primera mujer que atraía su interés desde el accidente.
Se puso en pie. Hannah lo afectaba mucho y, aunque era un alivio saber que seguía siendo un hombre viril y normal, no podía tener nada que ver con ella. Sospechaba ya de él y con razón. Katie era demasiado diplomática para cuestionar su historia de los insectos, pero ella carecía de esas reticencias.
¿Y por qué no? Como miembro de una de las familias más importantes del estado, seguro que actuaba según sus propias normas. Una aventura con ella sería un desastre. No sólo esperaría cosas de él, sino que también las exigiría. Y lo que menos necesitaba él en ese momento era una mujer exigente que no respetara su necesidad de poner límites.
No, no estaba dispuesto a tener nada que ver con la señorita Farley por mucho que lo excitara su proximidad. Tenía que dedicar sus energías a su misión secreta, a descubrir todo lo que pudiera sobre sus padres naturales. Sólo entonces estaría en condiciones de tomar una decisión inteligente e informada sobre la posibilidad de presentarse ante ellos u olvidarse de todo.
Pero estaba nervioso, impaciente por hacer algo, así que decidió que aquella noche podía ser un buen momento para empezar su investigación.
Dejó la bolsa de lona en el armario y tomó la llave de su cuarto. Katie Jones lo había invitado a unirse a la fiesta. Podría hacer algunas preguntas sutiles y averiguar quizá algo sobre Alexandra y Jesse.
Se dijo que Hannah Kaye Farley no tenía nada que ver con su decisión de unirse a la fiesta.
La música y risas subieron de volumen a medida que bajaba las escaleras. Se detuvo en el umbral de la sala y observó bailar a las parejas. Reconoció algunas de las canciones, pero no el paso intrincado y rápido que llevaban. Hannah era una de las que mejor bailaban; se movía animadamente con sus compañeros, y parecía tener más de uno.
Matthew trató de mirar a otras personas de la fiesta, pero sus ojos volvían una y otra vez hacia ella.
—Es fantástica, ¿verdad? —preguntó, sonriente, un hombre rubio, tendiéndole una copa.
Matthew aceptó la bebida.
—¿Quién? —preguntó.
El otro hombre se echó a reír.
—Eh, no hay nada que ocultar. Todos los hombres del pueblo llevan años suspirando por Hannah Farley. Desgraciadamente, ella nunca responde. Le gusta ser sólo amiga de la gente.
—¿Es eso cierto? —Matthew tomó un sorbo del whisky con hielo.
—Soy Blaine Spencer, amigo de Ben Harper —se presentó el otro—. Y sé que tú te llamas Matthew Granger. Tengo entendido que te quedarás en esta casa hasta que termines cierta investigación científica que te ha traído aquí.
—Las noticias vuelan —murmuró Matthew.
—Katie me lo ha contado al pedirme que te trajera esta copa —replicó Blaine, con amabilidad—. Ha dicho que preferirías el whisky al ponche de vino.
—¿Ponche de vino? —musitó el otro, haciendo una mueca.
—Creo que a las damas les gusta —sonrió Blaine—. Bueno, Matt, supongo que Hannah conseguirá tu voto como mejor bailarina de esta noche, ¿no?
—No sé de qué me hablas —replicó el otro.
Blaine no se ofendió.
—Este baile se llama shag. Estamos haciendo un concurso. Mi pareja y yo ya hemos sido eliminados. El shag fue un baile típico en las ciudades costeras en los años sesenta y nos gusta recordarlo de vez en cuando. Todos los niños de Clover aprenden a bailarlo y lo pasan a las generaciones futuras.
Matthew terminó su copa de un trago.
—Éste es un pueblo muy raro.
—A nosotros nos gusta considerarnos originales —sonrió Blaine, imperturbable—. Clover es un lugar intemporal, en el que el pasado se mezcla con el presente y el futuro se…
—¿Eres agente inmobiliario? —preguntó Matthew—. Puedes ahorrártelo, porque no tengo intención de comprar ninguna propiedad aquí.
Blaine se echó a reír.
—Soy dentista. Mi clínica está a pocas manzanas de aquí, cerca del salón de belleza.
—Lo recordaré por si se me cae un empaste —murmuró Matthew.
Como su nuevo amigo no parecía dispuesto a marcharse, decidió utilizar su afable presencia para sus propios fines.
—Así que eres nativo de Clover, ¿eh?
—Nacido y criado aquí, como mi padre y mi abuelo —comentó Blaine, con orgullo.
—Y supongo que conoces a los Wyndham —musitó el otro.
—¿Los Wyndham? —Blaine pareció contento—. Bueno, no los conozco personalmente; es decir, no me muevo en su órbita social. Ellos están en la estratosfera de la sociedad y mi familia y amigos pisan más el suelo. Pero a veces los veo cuando vienen de comprar al pueblo. Gente muy atractiva, con mucha clase.
Matthew deseaba mencionar a Alexandra Wyndham; abrió la boca para hacerlo, pero no consiguió pronunciar las palabras.
—Hannah los conoce —prosiguió Blaine—. Su familia se relaciona con ellos. Los Farley también se mueven en ese círculo.
Matthew hizo una mueca. No le interesaba hablar de los Farley.
—Aquí no vendría ninguno de ellos —le informó su nuevo amigo—. Bueno, Hannah sí; pero Hannah no se parece al resto de los Farley.
—¿Por qué se relaciona con la gente normal y corriente?
Blaine soltó una risita.
—Hannah se relaciona con todo el mundo. Oye, ¿quieres que te la presente? Seguro que bailará contigo si se lo pides. Es muy amable.
Matthew recordó su confrontación del piso de arriba.
—Creo que voy a pasar por alto el privilegio de bailar el shag con Hannah Farley, pero gracias por la oferta, Blaine.