Capítulo 7
Theola permaneció inmóvil.
—¡Vaya, aquí estás, Theola! —exclamó el duque.
—¡No esperaba… verte… tío Séptimus! —tartamudeó Theola y sintió que el disgusto que sentía por ella, le brotaba de los poros.
—Supongo que no —dijo el duque—, Catherine y yo hemos venido a buscarte para que regreses a Inglaterra.
—¿A… buscarme? —exclamó Theola.
—Vamos al puerto de Khevea, donde gracias a Dios hay un barco inglés que nos llevará lejos de aquí. ¡Apresúrate a empacar! No hay tiempo que perder.
Sus últimas palabras fueron opacadas por el grito que dejó escapar Catherine.
—¡Llevas puesto mi vestido! ¿Cómo te atreves a usar mi ropa? ¡Quítatelo de inmediato! ¿Me oyes?
Se acercó a Theola quien a su vez observaba a su tío.
—Yo… yo tengo algo… que decirte, tío Séptimus.
—¿De qué se trata? —preguntó el tío con sequedad.
—¡Estoy… estoy casada!
Su tío no pudo ocultar su sorpresa y la miró como si no pudiera creer lo que acababa de escuchar. Cuando se repuso, preguntó:
—¿Con quién? ¿Y cómo pudo suceder desde que nos fuimos?
—¡Soy la esposa del… General Vasilos!
Por un momento el duque pareció sopesar la información. Entonces, su voz retumbó por toda la habitación.
—¿Vasilos? ¿El revolucionario? ¿El hombre que ha derrocado al Rey y lanzado a este país al desorden? ¡Tienes que estar loca!
Theola no respondió.
—Supongo que él te obligó —dijo furioso—, aunque me sorprende que te haya ofrecido matrimonio. Sin embargo, como tú bien sabes, éste no es valido para nosotros, pues a tu edad no puedes casarte sin el consentimiento de tu guardián. Y eso, como ya te lo he dicho, es algo que yo nunca daré. Deja ese asunto en mis manos y prepárate. ¡Nos vamos a Inglaterra de inmediato!
—Yo… ya no puedo… irme… contigo.
Theola trató de hablar con seguridad pero la voz le tembló.
—Harás lo que te ordene —le espetó el duque—, a menos que desees que emplee métodos más convincentes.
—Lleva puesto mi vestido —gritó Catherine—, y ha estado usando mis cosas. ¡Castígala, papá! ¡No tiene derecho a comportarse así!
—Theola recibirá su castigo una vez que nos alejemos de aquí —respondió el duque—. ¡No dudes al respecto! Pero ahora debemos apresurarnos si queremos llegar al puerto a tiempo.
Sacó un reloj de su bolsillo.
—Tienes veinte minutos para empacar tus cosas.
—Y que empaque también las mías —interrumpió Catherine—. ¡Todas! Y no te olvides que la tiara de mamá aún está aquí.
—No lo he olvidado —respondió el duque y dándose cuenta de que Theola no se había movido:
—¿Te niegas a obedecer mis órdenes? —le preguntó el duque a Theola.
Habló despacio y Theola reconoció la amenaza oculta en aquella aparente calma.
—Yo… yo debo permanecer… con mi esposo.
El duque levantó la mano y ella se preparó a recibir un golpe como le había ocurrido tan a menudo.
En ese momento se abrió la puerta. El Comandante Petlos entró y el duque bajó la mano.
—Me da mucho gusto ver de nuevo a su señoría —dijo Petlos con tono amable.
—¿Usted es Petlos, no es así? —preguntó el duque.
—Así es, señor. Recordará que yo viajé con usted en el barco que los trajo a Khevea.
—Lo recuerdo —dijo el duque—, pero lo que no entiendo es por qué está usted aún aquí.
—Si su señoría y Lady Catherine me acompañan al palacio, allí todo les será aclarado —respondió el Comandante Petlos—. Tengo un carruaje esperando afuera.
—Y nosotros tenemos el nuestro —respondió el duque.
—Por supuesto —respondió el comandante—, se dirige a Khevea.
—Así es —asintió el duque.
—Entonces, ¿su señoría vendrá con nosotros? —inquirió el Comandante Petlos con cierto tono autoritario.
—Creo que tenemos justo el tiempo para hacerlo —accedió el duque y de nuevo miró a Theola—. Y tú, haz lo que se te ha dicho —le advirtió—. Si no estás lista cuando regresemos, te irá mucho peor.
Comenzó a seguir al Comandante Petlos, pero Catherine se volvió.
—¡Quítate mi vestido de inmediato! —le gritó a Theola—. Y si llevas puesta mi ropa interior, quítatela también. ¿Cómo te atreves a robar mi ropa? —Se detuvo y luego continuó con tona vengativo—. Te prometo que haré que no sólo papá, sino también mamá, te castiguen con rigor por la manera como te has comportado. ¡Es realmente vergonzoso!
Salió con altivez de la habitación, y al quedarse a solas, Theola se llevó las manos a los ojos.
¿Cómo pudo pensar que su felicidad fuera duradera y que podría permanecer en Kavonia como la esposa de Alexius?
Debió suponer que la magia de la noche anterior no había sido más que una alegría transitoria. Ahora tenía que enfrentarse a la realidad y conocía demasiado bien los castigos a los que su tío la iba a someter por lo que había hecho.
Pero peor que el castigo que le esperaba en Inglaterra, era el tener que alejarse de Alexius para siempre.
Estaba segura de que su tío había dicho la verdad al decirle que su matrimonio no era válido porque no contaba con la autorización de su guardián.
También estaba segura de que él aprovecharía la oportunidad para hablarle a Alexius sobre su padre y hacerle creer que ella no era apta para ser la esposa de ningún hombre. Sabía lo cruel que su tío podía ser.
Y aunque estaba segura que Alexius la defendería, éste no podía oponerse ante el poder y la influencia de su tío en Inglaterra.
Theola tenía la idea de que podría causar muchos problemas en el campo diplomático, no sólo a Alexius sino también a Kavonia.
Y además, estaba segura de que no dudaría un momento en hacer cualquier cosa por herirla.
Todo era parte de una venganza personal contra su hermana a quien jamás había perdonado por haber traído, según él, el deshonor a la familia.
—¡Oh, papá, papá! —gritó en su interior—. ¡Ahora nadie puede salvarme… nadie!
Se dio cuenta de que el tiempo estaba pasando y se dirigió al dormitorio a buscar a Magara, pero recordó que la doncella se encontraba en el palacio.
Abrió el guardarropa y descubrió que allí no había nada más que el vestido rosa que ella había llevado la noche anterior y la bata blanca de amplias mangas que pertenecía a Catherine.
Theola se despojó del hermoso vestido que llevaba puesto y que había esperado lucir para Alexius.
También se quitó la ropa interior bordada y las medias de seda que eran parte del ajuar de novia de su prima.
No había señales de Magara, pero Theola esperaba verla llegar en cualquier momento, por lo que, poniéndose la bata blanca, se sentó a esperarla. Estaba segura de que la doncella se encontraría empacando la ropa de Catherine en aquellos momentos.
Cuando estuvieran listos para el viaje, sin duda le traerían los feos vestidos que su tía había escogido para ella en su condición de dama de compañía. Aquéllos, pensó Theola, eran simbólicos de la horrible vida que le esperaba a su regreso a Inglaterra.
Si su madre había disgustado al duque al casarse con su padre, ella había hecho lo mismo. Al casarse sin su permiso, ella también, ante sus ojos, había cometido un crimen imperdonable por el cual sería castigada el resto de su vida.
—¡No puedo soportarlo! —exclamó con voz alta. Sin Alexius no valía la pena seguir viviendo.
Recordó la noche en la cueva cuando él le había dado una pistola y ella había pensado que si él moría, también lo haría ella.
«Es mejor morir ahora», pensó Theola. «¿Qué objeto tiene seguir viviendo?».
También sabía que no sería capaz de soportar los castigos corporales a los que su tío la iba a someter.
—Soy una cobarde —susurró—, una cobarde.
Sus sentimientos parecían destrozarla.
Parte de su mente le decía que debía vivir, sin reparar en las consecuencias, pero la otra, le decía que la muerte era preferible a una vida sin amor.
Se levantó para hacer sonar la campanilla y le pareció que pasó mucho tiempo antes que alguien llamará a la puerta.
—¿Su excelencia llamó?
Era Dinos, el viejo sirviente que le sirviera el desayuno en el patio.
—Sí —respondió ella—. Deseo que me traiga… una pistola.
—¿Una pistola, excelencia?
—Debe haber alguna en la villa.
—No lo sé, excelencia, pero la buscaré.
—Gracias, Dinos.
Ella notó la sorpresa reflejada en el rostro del anciano, pero éste no hizo ninguna pregunta. Se alejó y Theola se preguntó si tendría la oportunidad de despedirse de Alexius.
Quizá cuando su tío le hubiera dicho la verdad sobre ella y sus antecedentes, él se alegraría de deshacerse de su esposa.
Había pensado decírselo, pero él la había besado y ella se había olvidado de todo excepto de la maravilla de su amor.
El recuerdo de sus caricias la estremecía y era imposible soportar la idea de que él jamás la volvería a poseer.
—¡Lo amo! —gritó desesperada—. ¡Oh, Dios, cuánto lo amo!
Llamaron a la puerta y Dinos apareció llevando una pistola en la mano.
—Ésta fue la única que pude encontrar, excelencia.
—Ésa está bien —respondió Theola y la tomó en sus manos.
—¿Desea algo más, su excelencia?
—No, por el momento, gracias.
Dinos salió de la habitación y Theola se sentó con la pistola en las manos.
Sentía el frío del metal contra su piel y se preguntó si tendría el valor de apretar el gatillo.
En alguna ocasión había visto una ilustración en la cual un hombre, a punto de suicidarse, apuntaba un arma a su cabeza. Pero no quería desfigurar su cara para que, cuando Alexius la viera por última vez, no le quedara un recuerdo de imperfección.
—Si apunto a mi… corazón —se dijo—, moriré. Y sólo espero que sea… instantáneo.
Miró el reloj de la pared y vio que su tío se había marchado hacía veinte minutos. Entonces pensó que era imposible que Magara hubiera empacado la ropa de Catherine en tan poco tiempo. Aun con la ayuda de otras doncellas, le llevaría por lo menos el doble de tiempo guardar todos los hermosos vestidos que su prima había traído desde Londres.
—¿Qué estoy esperando? —se preguntó—. Si regresan a buscarme ya no podré… matarme.
Contempló la pistola y recordó que lo que pensaba hacer era, un pecado.
Sabía también que era una acción cobarde y que Alexius, quien la había llamado valiente, la iba a criticar por haber sido tan débil.
Los ojos se le llenaron de lágrimas.
—¡No puedo evitarlo, amor mío! —susurró—. No puedo seguir viviendo sin ti. Y aunque muerta, al menos así, mi corazón y mi cuerpo permanecerán en Kavonia.
Le pareció sentir que alguien se acercaba y rápidamente levantó la pistola a su pecho.
Escuchó que la puerta se abría y cerrando los ojos trató de apretar el gatillo pero éste estaba mucho más duro de lo que había esperado.
Una mano firme le arrebató la pistola y los brazos de Alexius la envolvieron.
—¡Por Dios! ¡Qué estás haciendo, mi amor! ¿Qué estás haciendo?
Theola dejó escapar una exclamación y rompió en sollozos.
—Ellos… me van a… llevar lejos —sollozó—. Tengo que… dejarte. No hay… remedio. ¡Déjame morir! No puedo vivir sin ti y sin nuestro amor.
Sus palabras eran casi incoherentes. Ella sintió que él le besaba el cabello y que luego le decía:
—¿Cómo puedes ser tan ingenua? ¿Tan ridícula, mi dulce esposa? ¿En realidad pensaste que yo te dejaría ir?
Entonces él comenzó a besarla. Primero los labios, después las lágrimas que rodaban por sus mejillas y por último los ojos.
—¿Cómo pudiste pensar que yo iba a dejar que te apartaran de mí?
—Tío Séptimus dijo que… nuestro… matrimonio no era válido porque él no dio su consentimiento.
—Nuestro matrimonio sí es válido y además, tu tío ya ha dado su consentimiento… si es que eso tiene alguna importancia.
Theola se sorprendió tanto que agrandó los ojos a pesar de las lágrimas.
—¿Es cierto? —susurró ella.
—Totalmente cierto —le aseguró Alexius—. ¿Pero cómo pudiste intentar hacer algo tan horrible como destruirte a ti misma cuando sabes que me perteneces?
—Pensé… pensé que tú ya… no me ibas a… querer.
—¡Cómo te atreves a dudar de mi amor! —protestó él.
Pero la besó mientras hablaba y ella se aferró a él.
—¿Quieres que te cuente lo que ha ocurrido, mi preciosa? —preguntó.
Y, antes que ella pudiera responder, él exclamó:
—¿Por qué te has quitado tu ropa? ¿Por qué llevas puesta sólo esa bata?
—Ca… Catherine… me ordenó que le regresara… todo lo que… llevaba puesto —repuso Theola.
Le resultaba difícil hablar, imposible recordar cualquier cosa que no fuera el hecho de que Alexius le había dicho que no tendría que irse.
Él la miró y sonrió.
—Bueno, me parece muy conveniente, ya que estaba pensando que es hora que tomes una siesta.
La tomó en sus brazos, la llevó a la cama y la depositó sobre ésta. Entonces, se quitó la chaqueta del uniforme y se recostó junto a ella, apretándola entre sus brazos hasta que a Theola le resultó difícil respirar.
—Por favor —dijo Theola cuando por fin pudo hablar—. Debes contarme… todo lo que… ha sucedido.
—Primero dime que me amas —pidió él.
—¡Te adoro! Te amo tanto que sabía que no podría regresar a Inglaterra con mi tío.
—Eso es algo que jamás ocurrirá, y con suerte, ninguno de los dos volveremos a verlo de nuevo.
—¿Se ha… ido?
—¡Va camino al puerto!
—¡Cuéntame…! ¡Cuéntame cómo lo lograste!.
—A decir verdad, todo se lo debemos a Nicios Petlos —comenzó a decir Alexius—. Él se enteró de que tu tío y tu prima habían regresado y que preguntaban por ti. Cuando en el palacio los mandaron a la villa, Nicios me contó cómo era en realidad tu tío y lo mal que te había tratado a bordo del barco.
Besó la frente de Theola antes de continuar:
—¡Si yo fuera un gobernante un poco más cruel, lo hubiera encerrado en un calabozo y le hubiese recetado un poco de su propia medicina!
—¿Y qué hiciste? —preguntó Theola.
—Aconsejado por Nicios, quien me informó que el duque era un aristócrata, que respetaba sólo la pompa y el boato, preparamos una función especial para él.
—¿Qué… hiciste?
—Nicios lo hizo esperar en las habitaciones de la Reina. Entonces, cuando yo estuve listo, él le informó a tu tío:
—Su Alteza Real, el Príncipe Alexius, gobernante de Kavonia, le concede una audiencia.
Alexius dejó escapar una carcajada.
—Tu tío se sorprendió, pero antes que tuviera tiempo de recuperarse, fue conducido al salón.
—¿En donde tú lo estabas… esperando?
—Así es —respondió Alexius—, yo estaba cubierto con medallas y condecoraciones, la mayoría pertenecientes a mi padre y algunas que el Rey dejó olvidadas.
—Te aseguro que me veía muy impresionante con dos ayudantes de campo, uno a cada lado y vestidos con todo cuanto pudimos encontrar.
—Su excelencia, el Duque de Wellesbourne y Lady Catherine Bourne —anunció Nicios Petlos.
Yo me encontraba firmando unos papeles y me demoré con toda intención antes de ponerme de pie para saludarlos. Ellos tuvieron que cruzar todo el salón para llegar junto a mi escritorio.
Theola recordó lo imponente que era el salón de recepción del Rey.
—¿Y entonces… qué sucedió? —preguntó ella.
—El duque me preguntó si era cierto que yo había llevado a cabo una cierta formalidad matrimonial contigo.
—No fue una formalidad, su señoría —le respondí—. Me he casado con su sobrina de acuerdo con las leyes de Kavonia, así como ante la iglesia.
—El matrimonio no es legal sin mi consentimiento —arguyó el duque.
—Dadas las circunstancias, era imposible obtenerlo —le respondí.
Hubo una pausa antes que él dijera:
—Se hace usted llamar príncipe. Permítame preguntarle si realmente ha heredado usted ese título.
Yo lo miré como si considerara la pregunta un insulto y él se apresure a decir:
—Me preguntaba si está usted emparentado con el Rey Alexandros V de Kavonia, quien tengo entendido era un Vasilos.
—¡Veo que su señoría ha estado leyendo nuestra historia! —señalé yo—. El Rey Alexandros V era mi padre.
—¡No tenía la menor idea! —exclamó el duque.
—Así que como usted verá —le dije con firmeza—, me considero con tojo el derecho de liberar a mi país de un extranjero que ha usurpado mi trono durante los últimos doce años.
—Tío Séptimus debió quedar anonadado —murmuró Theola.
—Por un momento él guardó silencio —explicó Alexius—, entonces dijo:
—Usted no conoce la verdad acerca de mi sobrina y considero mi deber informarle que ella no es una esposa digna para ningún hombre.
Theola dejó escapar un grito de horror.
—¡Pensaba decírtelo… yo misma! —dijo ella—. Te juro que iba a hacerlo… pero no hubo… tiempo.
—No tiene importancia —respondió Alexius con indiferencia.
—¿No tiene… importancia?
Theola lo miró como si no lo hubiera escuchado correctamente.
—Por supuesto que no —afirmó él—. Es más, cuando tu tío me contó lo que había ocurrido hacía ya tanto tiempo, yo le dije:
«Es una lástima que el señor Richard Warring no esté vivo. Yo le hubiera pedido que me ayudara a fundar una universidad aquí en Kavonia».
—¿No te importa que él no haya sido… noble… de sangre azul?
Alexius sonrió. Theola exhaló un suspiro de alivio que brotó de lo más profundo de su ser y Alexius continuó:
—El duque estaba demasiado impresionado para poder hablar y yo aproveché para dirigirme a tu prima: ¿Debo entender, Lady Catherine, que usted ya no desea casarse con el Rey Ferdinand?
—Un rey sin trono no resulta un partido muy atractivo —respondió ella.
—No, claro que no —asentí yo.
—Así que regreso a Inglaterra —continuó ella—, pero quisiera llevarme la tiara que perteneció a mi madre, así como la ropa que forma parte de mi ajuar de bodas.
—La primera petición es muy fácil satisfacer, Lady Catherine —respondí yo. Hice un gesto a uno de mis ayudantes y éste me trajo la tiara en un estuche de terciopelo.
—¡Me alegra recobrar esto! —exclamó lady Catherine.
—Estoy segura de que ella pensaba que se la habían robado —comentó Theola.
—¡En Kavonia no robamos nada! —sonrió Alexius—, ¡excepto los corazones!
—Tú… has robado el mío —susurró Theola.
Él la miró a los ojos y ella dijo:
—Cuéntame el resto.
—Entonces yo empecé a regatear con el duque.
—¿Regatear? —exclamó Theola sorprendida.
—Por tu ropa, mi amor. Te adoro tal y como estás ahora, pero tengo el presentimiento de que te sentirías un poco incómoda si eso fuera lo único que tuvieras para ponerte.
Le descubrió un hombro mientras hablaba y se lo besó.
—¿Qué quieres decir al contarme que te pusiste a regatear con tío Séptimus?
—Yo le hice ver a tu tío y a su hija que toda aquella ropa había sido comprada para usarse en un clima cálido como el de Kavonia. Cuando Lady Catherine regrese a Inglaterra —le dije—, podrá escoger un esposo entre los príncipes herederos de Suecia, Noruega, Dinamarca o quizá de Prusia. Y en ese caso, la ropa que trajo será demasiado ligera para poder usarse en climas tan fríos.
—¿Qué es lo que sugiere? —preguntó el duque.
—Yo le respondí en términos de dinero.
—¿Cómo… pudiste? —gritó Theola.
—Nicios ya me había dicho que tu tío era un hombre muy avaro —respondió Alexius.
—¿Y tú le compraste todo para mí? —preguntó Theola.
—Creo que tu tío quedó bastante complacido con el trato que hicimos.
—¿Pero qué dijo Catherine?
—Ella insistió en llevarse suficiente ropa para usar durante el viaje hasta llegar a Marsella.
—¿Y tú accediste?
—Por supuesto —contestó Alexius—. Mandé buscar a Magara y le indiqué lo que debía empacar.
—¿Le tomó mucho tiempo?
—No mucho. Tan pronto el baúl estuvo listo, fue colocado en el coche del duque y ellos partieron a toda prisa hacia el puerto.
Theola suspiró de alivio.
—No me gusta pensar que gastaste tanto dinero en mí —observó Theola—. Yo sé lo costoso que es el ajuar de Catherine.
—Si te sirve de consuelo, te diré que me acaban de informar que varios comerciantes en arte han llegado al palacio deseosos de adquirir los retratos de los Habsburgo para venderlos en Viena.
—Oh… me alegro que puedas deshacerte de ellos —comentó Theola, feliz.
—Yo también —asintió Alexius—. No quiero volver a ver sus caras.
—Me pregunto cuáles vestidos habrá empacado Magara para Catherine.
—Te voy a confiar un secreto —dijo Alexius—. Yo le hablé a Magara en la lengua del país para que tus parientes no entendieran lo que le decía.
—¿Y qué le dijiste?
—Le indiqué que empacara sólo la ropa que tú habías traído, para ti. Ni un vestido más.
Theola lanzó una exclamación y lo miró incrédula.
—¡Mis vestidos! ¿Le diste a Catherine ésos?… Alexius, ¿cómo pudiste?
De pronto Theola vio el lado cómico del asunto. Se imaginó la expresión de Catherine cuando abriera los baúles y se encontrara con los horribles vestidos que su tía había escogido para ella.
Alexius rió y ella junto con él… y la risa de ambos parecía mezclarse con la luz del sol que entraba por la ventana.
Él la oprimió contra su cuerpo y le dijo:
—¿Te das cuenta, mi adorada esposa que nunca te había oído reír? Debes hacerlo con más frecuencia de ahora en adelante. A nosotros nos encanta reír y nos divierte un buen chiste. Éste, mi amor, fue una típica broma de mi país.
—¡Es tan divertido! —exclamó Theola—. Oh, Alexius… ¿de verdad se han ido?
—¡Sí! —afirmó él—. Y ahora dime lo mucho que sientes no haber confiado en mí. ¿Cómo pudiste suponer que yo iba a perderte ahora que eres mi esposa?
—Perdóname… por favor… perdóname —murmuró ella.
—Te perdono sólo sí, me prometes que jamás volverás a hacer algo tan perverso.
Theola se ruborizó.
—Me arrepiento… y te lo prometo.
—Por fortuna, el viejo Dinos es muy astuto —dijo Alexius—, y te hubiera costado mucho trabajo matarte con una pistola sin balas.
—¿No estaba… cargada? —preguntó Theola.
—No, no lo estaba, mi pequeña tonta. Y ése es otro chiste de Kavonia.
Theola rió.
Aún ahora no podía creer que la pesadilla hubiera terminado, que la oscuridad hubiera desaparecido y que una vez más estuviera rodeada de luz; la luz mística que siempre parecía rodear a Alexius.
—Te amo… con desesperación —dijo ella—. Por favor, enséñame a no ser ingenua ni cobarde.
—Te enseñaré a confiar en mí —respondió Alexius—, y a recordar que yo nunca me doy por vencido, tarde o temprano, siempre logro conquistar.
—Debemos… conquistar Kavonia con… amor —susurró Theola.
—Lo haremos juntos, tú y yo.
—Eso es todo… cuanto deseo.
—Pero por el momento, tengo que conquistar a alguien que se ha portado muy mal, pero que ahora está arrepentida.
Los labios de él buscaron los de Theola. Ella sintió que la despojaba de la bata y sus manos la tocaban.
El fuego recorrió su cuerpo; el corazón de él latía con el suyo y ya no fueron dos seres diferentes, sino uno solo.
Una luz parpadeante y cegadora los envolvió.
FIN