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Se empeñó en ayudarle a vestirse. Noriko sonreía continuamente y se divertía abrochándole los botones de la camisa.
—Escucha, Noriko, quiero seguir viéndote fuera de aquí, donde podamos conocernos mejor tú y yo.
—Ya conocido. Mucho conocido.
Y se echó a reír.
Entonces se oyeron unos secos golpes en la puerta de cristal esmerilado, más allá del gabinete en que se encontraban.
Mike se enfundó la americana mientras ella le dejaba solo. Oyó un breve cuchicheo en rápido japonés y después la voz de Noriko, alterada, que replicaba con brusquedad.
Intentó distinguir las palabras, pero no lo consiguió. Un instante después la muchacha estaba de vuelta y una profunda arruga cruzaba su frente.
—¿Qué pasó, te reprocharon por perder tanto tiempo conmigo?
—Oh, no. Es mi tiempo.
—Bueno... ¿Puedo venir a buscarte esta noche?
Ella levantó la mirada. Por primera vez sus ojos almendrados, dulces y oscuros, se clavaron en la cara de Shannon sosteniéndole la mirada.
—No..., esta noche no. Quizá mañana... ¿né? Tú, mañana venir.
—Está bien.
—Espera.
Se fue hacia la mesa y abrió un cajón. Extrajo una botella aplanada y volviéndose la levantó para que él la viera.
—¿Cómo se dice? —runruneó—. Un... ¿trago?
El asintió.
—Un trago. Whisky americano.
El tomó la botella. Era de una marca excelente. Comenzó a desenroscar el tapón, pero se interrumpió para sacar un cigarrillo y colocárselo en los labios.
Acabó de abrir la botella. Dijo:
—Olvidé las cerillas, Noriko.
—Yo traer...
Regresó hacia la mesa y comenzó a revolver en los cajones.
Mike aprovechó para vaciar parte del contenido de la botella en la bañera. Cuando ella se volvió con una caja de cerillas en la mano, él estaba enjugándose los labios con el dorso de la mano.
—¿Te gustó? —indagó Noriko.
Su voz tenía un leve trémulo de expectación. Tal vez de inquietud.
—Es adulterado, pequeña. Whisky falsificado. No sabe como el auténtico.
Le devolvió la aplanada botella. Ella no pudo evitar dar una mirada al contenido, comprobando lo que éste había descendido.
Tras esto guardó la botella en el cajón de la mesa. Él encendió el cigarrillo y dio un par de chupadas.
Hizo una mueca y se pasó la mano por los párpados.
—Ese baño... y después el masaje y todo lo demás...
—¿Qué? —dijo ella.
—Me siento muy débil.
—Ven, siéntate... aquí.
El caminó pesadamente hacia la silla que estaba al lado de la mesa. Se dejó caer en ella y su cabeza osciló.
—Noriko, eres una buena chica.
—No soy buena...
—Sí lo eres.
—¡No! —fue un grito seco, desagradable—, ¡Yo, mala, peor que ramera!
—No digas eso...
A Shannon parecían cerrársele los ojos. Necesitaba hacer esfuerzos para mantener la cabeza erguida.
—Noriko, apenas te veo.
—¡Peor que una serpiente...!
—¿Qué pasa con la luz?
Algo semejante a un sollozo escapó de los labios de la muchacha.
—¡Noriko, no veo nada...!
La oyó sollozar. Eligió ese momento para dejarse vencer hacia adelante. Se deslizó de la silla y cayó de bruces al suelo.
Durante unos instantes la muchacha permaneció inmóvil, de pie a su lado. Luego retrocedió paso a paso mientras luchaba por contener el llanto. Masculló algo entre dientes y, al fin, salló corriendo del gabinete.
Shannon permaneció tan inmóvil como un pedazo de madera. Oyó un nuevo cuchicheo allá fuera, y la voz de Noriko que se alzaba llena de urgente desesperación, Sonó el chasquido de una bofetada y ella gritó.
Las voces callaron y pies calzados con zapatos entraron en la estancia. Por el sonido calculó que eran dos hombres, y nadie les había dicho que dejaran los zapatos fuera.
Los dos hombres se plantaron a su lado, mirándole con sus caras de palo. Ambos eran japoneses, corpulentos y rudos. Cambiaron unas breves palabras con voz ronca y tras esto le levantaron del suelo como si fuera un fardo.
Le llevaron hacia el pasillo. En él esperaba Noriko. Su hermoso rostro de porcelana estaba tan lívido como la muerte y gruesos lagrimones resbalaban por sus mejillas. Uno de los hombres le soltó un feroz insulto y ella se estremeció.
Caminaron hacia el extremo del pasillo opuesto a la escalera. Abrieron una puerta y descendieron unos peldaños desiguales con su carga. No tenían mucho cuidado al trasladarlo y en ocasiones la cabeza o los pies desnudos de Mike rozaban dolorosamente las paredes de aquel estrecho pozo al que descendían.
Al fin llegaron a un oscuro sótano. Sin una palabra le soltaron y él rebotó contra un duro suelo de piedra donde quedó inmóvil.
Los dos hombres retrocedieron. Se oyó cerrar una puerta y luego el chasquido de una llave al girar en la cerradura.
Shannon se arriesgó a abrir un ojo. Vio un piso sucio y húmedo sobre el que reposaba su mejilla. Unas paredes de ladrillo, por las que resbalaba la humedad procedente del cercano canal, y una pequeña bombilla encendida al final de un cordón que pendía del techo.
Había una puerta cerrada y eso era todo. El sótano olía a infiernos por añadidura.
Volvió a cerrar el ojo y esperó
De modo que el inspector le había utilizado como a chivo expiatorio. Ahora sabía que todas aquellas muertes de ex combatientes norteamericanos estaban relacionadas, y que de algún modo esa casa de baños servía de ratonera. No obstante, algo no encajaba, algo no tenía sentido.
Eran centenares los ex combatientes que habían quedado en Japón. Unos aprovechando el dinero de las becas para soldados, y estudiaban en Universidades japonesas. Otros, como simples residentes con permisos limitados, y los menos, como él, de modo permanente. Muchos de esos hombres pasaban por las casas de baños. Decenas de ellos habrían frecuentado ésta sin duda..., pero sólo" habían asesinado unos pocos. Y ahora se disponían a matarle a él después de una sesión de tortura, si repetían el método seguido con los otros.
¿Cómo sabían a quién debían liquidar y a quién no?
De pronto se abrió la puerta y entró alguien. La puerta volvió a cerrarse y la llave giró. Los recién llegados acababan de encerrarse en compañía de su víctima.
Por entre los párpados entornados, Mike vio dos pares de pies calzados con zapatos baratos. Vio también el extremo de una cuerda de nilón con la que se disponían a atarle.
Justo cuando se inclinaban sobre él, pagó un brinco y quedó de pie.
La sorpresa paralizó unos instantes a sus dos adversarios. Sin duda, uno era japonés, pero el otro no.
Había visto miles y miles de vietnamitas en el pasado para no reconocer a uno cuando lo tenía delante.
—Caballeros, creo que ha llegado la hora de las explicaciones —dijo rechinando los dientes—. Me gustará mucho saber qué ciase de juego se traen entre manos.
Con un gruñido, el vietnamita le señaló y ambos se abalanzaron sobre él.
Shannon captó varios detalles en una fracción de segundo. El japonés mantenía los brazos curvos como un buen luchador. En cambio, el vietnamita atacaba a bulto con los puños por delante.
De un salto atrás esquivó la acometida. El japonés era el más peligroso de los dos y a él debía dedicar su mayor atención.
Balanceó el cuerpo inclinándolo hacia la derecha y su pie izquierdo adoptó la posición del ura geri, la patada trasera. En un fugaz instante, el pie de Shannon se hundió en el estómago del japonés.
Este dio un grito y doblándose retrocedió. Su voz salió silbante cuando advirtió:
—¡Karate, cuidado!
El vietnamita se detuvo en seco, abriendo y cerrando sus puños. Mike giró, adoptando la postura Kiba Dachi o del caballero del hierro.
Entonces atacaron juntos y veloces. Un puño muy duro le golpeó en un lado de la cabeza haciendo que sonaran campanillas en su cerebro, aunque no dislocó su postura. Luego, él disparó los brazos con la velocidad del rayo.
La parte posterior de su puño se estrelló como una maza en la boca del vietnamita. Rompió sus dientes y provocó una catarata de roja sangre y el hombre se fue hacia atrás aullando. Su otra mano con los dedos extendidos como lanzas, chocó contra el cuello del luchador. Fue un buen golpe shuto, pero el cuello del japonés estaba acolchado por duros músculos, además, él había lanzado dos golpes simultáneos, ninguno de los cuales llevó suficiente energía como para ser mortal.
No obstante, el japonés retrocedió ahogándose y boqueando angustiosamente.
La ira centelleaba en los ojos del japonés. Miró a su compañero que escupía sangre y dientes y gruñó algo imperativo. El vietnamita asintió y tras un instante saltaron contra Shannon procedentes de distintas direcciones.
Pudo parar al vietnamita con un golpe de mano-lanza al costado que le arrancó un angustioso alarido. El hombre se derrumbó chillando y revolcándose entre espantosos espasmos de dolor.
Pero el japonés consiguió cerrar sus manazas en la garganta del adversario. Fue un apretón asesino. Sin ninguna duda deseaba terminar cuanto antes, matarle de una vez olvidándose en esta ocasión de la sesión de tortura a que, con toda seguridad, le habían destinado.
Boqueando, Shannon cambió su táctica a udewa. Sus dedos tocaban la garganta de su adversario cuando sus propios brazos, cruzados, se estrellaron entre los antebrazos del japonés.
Como una cuña intentó separarlos de su cuerpo. Algo comenzaba a zumbar en su cerebro. Se ahogaba y los quejidos del vietnamita le llegaban como si vinieran de muy lejos.
Abrió los brazos y golpeó salvajemente los riñones de su enemigo con sus endurecidos filos. El japonés bramó de dolor y sus dedos aflojaron la mortal presa del cuello. Shannon aspiró aire casi ahogándose y repitió el doble impacto de sus manos contra los costados del oriental.
Este soltó al fin su presa y retrocedió tambaleándose, con dolores de agonía en los riñones. Entonces, el vietnamita le cayó encima por detrás y su peso le derribó.. Instantáneamente, las manos de Mike se cerraron en las, piernas del vietnamita. Violentamente Mike saltó hacia arriba y el pesado cuerpo de su adversario se elevó, dio una voltereta y acabó estrellándose de cabeza contra la pared.
Cayó sentado en el suelo, aturdido, chorreando sangre de su boca rota.
El japonés barbotó un feroz insulto y, encorvado, avanzó.
Shannon retrocedió paso a paso. Los pulmones le dolían y sentía la garganta como si la tuviera en carne viva, de modo que necesitaba un poco de tiempo para recobrar el resuello.
El japonés lanzó una patada lateral que sólo le cazó de refilón, pero el dolor fue tan intenso que casi le paralizó por unos instantes. Luego, con un grito gutural, su adversario saltó en el aire y otra patada lateral intentó acabar definitivamente con el combate.
Falló por media pulgada porque Shannon se tiró de bruces, rodó sobre sí mismo y se levantó echando chispas y pensando sólo en terminar de una vez porque empezaba a faltarle el resuello debido a su largo tiempo sin entrenamiento regular.
También el japonés resollaba como un fuelle. Adoptó una posición defensiva para recobrar el aliento, con los brazos preparados para bloquear cualquier golpe de Shannon.
Este lanzó una estocada con la izquierda. El japonés la bloqueó con relativa facilidad pero entonces su garganta quedó indefensa y todo sucedió en una fracción de segundo.
Shannon lanzó un golpe con el puño y esta vez no falló. Resultó algo más que un puñetazo porque el puño estaba perfectamente cerrado y el pulgar enroscado detrás de la articulación superior del dedo índice. De esta manera la segunda articulación sobresalía en relación con las demás.
Con toda su fuerza, concentrando hasta la última partícula de energía en el golpe, esa especie de jabalina huesuda se estrelló contra la garganta del japonés, justo bajo su manzana de Adán.
El impacto resultó suave... siniestramente suave. El luchador no giró sobre sí mismo, ni retrocedió, ni hizo nada. Sólo se desplomó.
Su respiración se había paralizado en forma instantánea transformándose todo él en una masa retorcida, con la boca completamente abierta, jadeante.
Era una manera atroz de morir y Shannon lo sabía, de modo que por unos contados instantes le contempló igual que fascinado.
Entonces, el vietnamita le cayó encima por detrás y un brazo duro como el hierro se enroscó en el cuello de Shannon. La otra mano del oriental se cerró en la muñeca del brazo que apretaba y el dogal comenzó a ahogar a Mike poco a poco. Sintió una náusea espantosa.
Corto y maligno el codo de Shannon lanzó un gancho atrás, a las costillas de su enemigo. El apretón en el cuello disminuyó casi infinitesimalmente. Mike Shannon atrapó entonces la muñeca derecha de su adversario y el brazo fue obligado a descender para evitar que se rompiera. Inmediatamente Shannon se dobló provocando el levantamiento y el vietnamita salió disparado por los aires.
Pegó de espaldas contra la pared de ladrillo y emitió un alarido de dolor. Pero el tipo era duro y tambaleándose se levantó una vez más, echando espuma y sangre por la boca.
Shannon saltó hacia él con la mano derecha extendida hacia adelante. En un fugaz segundo vio el miedo en los ojos oscuros del vietnamita. Luego, el borde de la mano chocó con espantosa violencia contra el parietal de éste. Como si hubiese recibido un hachazo, el vietnamita cayó de costado con el cerebro acribillado por los fragmentos del hueso roto.
Shannon retrocedió tambaleándose. Buscó el apoyo de la pared y respiró profundamente a través de la boca abierta. Permaneció así más de un minuto mientras contemplaba los dos cadáveres tendidos en el suelo. Necesitó algún tiempo para recuperarse por completo y, al fin, se dirigió a la puerta, la abrió y subió la estrecha escalera.
Dio un par de vueltas en el piso donde había gozado de las delicias de Noriko sin encontrar rastro alguno de la bellísima masajista. Entonces descendió al vestíbulo y la sobresaltada mirada de pánico que sorprendió en los ojos de la pequeña recepcionista le aclaró algunas cosas.
—Esta vez, la fiesta ha tenido un final inesperado, pequeña víbora. ¿Dónde está Noriko?
—Se..., se fue.
—¿Adónde?
La asustada muchacha encogió los hombros. Su cara reflejaba un terror casi supersticioso.
—¿Adónde? —repitió Shannon, inclinándose sobre la mesa.
—Yo... no sabe.
—¡Sí sabes! ¿Se marchó sola?
No hubo respuesta, pero aquellos ojos aterrorizados resultaban tan elocuentes como un libro abierto.
—Salió acompañada. ¿No es cierto? ¡Responde o te arrancaré la cabeza!
—Con Takagi...
—¿Adonde se la llevó?
—No..., no sabe.
Shannon disparó la mano y atrapó los cabellos negros de la chica. La levantó en vilo y luego tiró, derribándola sobre la mesa.
—Te la ganaste, nena... Mira eso. Así he matado a esos dos monos allá abajo..., así te mataré a ti.
Puso el endurecido filo de la mano ante los ojos de la recepcionista. La sintió estremecerse y temblar sobre la mesa.
—A casa... de Noriko...
Su voz apenas se oyó.
—¿Dónde está la casa?
—En Neguro Doge... ¡Número doce! —chilló al ver levantarse la mano como un hacha.
—¿Qué pensaba hacer Takagi con Noriko?
—Yo..., yo… no...
—¿Sólo acostarse con ella? ¡Contesta!
—Ma... matarla...
Shannon se estremeció.
—Quiero saber muchas más cosas, maldita zorra. Cómo me eligieron, qué se esconde detrás de todas estas muertes... Pero el tiempo es corto. Ya hablaremos otra vez. Te encontraré.
Corrió hacia la calle. La tarde moría entre resplandores rojos y grises.
Vio pararse un taxi junto a la acera. De un salto estuvo al lado de la portezuela y la abrió.