CAPITULO XII
QUEDÓ CLARE enterada aquella misma noche de la refriega, habida junto al lago. Y no perdió mucho tiempo en buscar a Wade.
Le encontró paseando por entre los árboles, mientras pensaba planes para hacer frente al contrataque que indudablemente iba a descargar Milton. Al ver llegar a la muchacha se detuvo, esperando a que se acercase y preparado para sus preguntas.
Ella entró de golpe y porrazo en la cuestión.
—Me he enterado de que tuvieron un encuentro a tiros con Milton y sus hombres en la cabaña junto al lago Ferless. ¿Qué es lo que ocurrió? ¿Y por qué no me lo dijo en seguida?
—No quise alarmarla sin necesidad. Y sólo fue una cosa de poca importancia. Milton y cuatro de sus hombres habían llevado un carro con herramientas y provisiones a la cabaña y se disponían a meter sus animales en nuestro terreno. Les descubrimos y no nos hicieron caso, echando mano a sus armas, por lo que hubo unos tiros y dos de ellos fueron heridos. Despeñé el carro con todo lo que trajeron y los envié de regreso a pie. Eso ha sido todo.
—¿Y le parece poco? Ellos no van a dejar la cosa así. Habrá incursiones sangrientas, tiroteos, tal vez muertos…
—Escuche, miss Alien — Wade se adelantó un paso hasta casi tocarla. Hablaba sereno, pero firmemente—.Cuando usted me contrató, lo hizo para afrontar las dificultades que estaba atravesando. Bien, las dificultades están aquí y yo las afronto a mi manera, que es el único modo de hacerlo aquí, en el Oeste. Pero si cree que me he excedido en mis atribuciones, dígamelo claramente y entonces me marcharé.
—¿Mar…charse?
—Es claro. Un capataz necesita libertad de acción para hacer sus tareas. Si no voy a tenerla, es mejor qué contrate a otro hombre.
—¡Pero es que vamos a desatar una guerra entre los dos ranchos!
—Esa ya estaba desatada desde el mismo momento en que me contrató y me ayudó a escabullirme de la persecución de Milton y sus pistoleros. Mire, miss Alien, es preciso que veamos las cosas tal como son. Aquí sólo hay un camino. O plantar cara a Milton y pelear, o ceder y dejar que él lleve su ganado a las tierras de este rancho primero, y luego se apodere de él. Decida cuál hemos de seguir.
—Pero… debe haber otro modo…
—Lo hay. Acceda a casarse con él. De ese modo todo estará arreglado y usted ya no tendrá que preocuparse.
—¡Usted sabe bien que no me voy a casar con Hook Milton!
Apenas lo había dicho, una oleada de calor le subió a la cara, al comprender todo el alcance de sus palabras. Wade se la había quedado mirando muy fijo y seriamente. Tardó un momento en decir con voz grave:
—No, no lo sabía. Pero me alegra mucho el que lo haya dicho.
Clare abrió la boca para decir algo, pero la volvió a cerrar de golpe. Estaba sintiéndose terriblemente azorada ahora. Desvió la mirada y balbució:
—Bueno, yo… si no hay otro remedio… afrontaremos lo que venga. No pienso dejar que Hook Milton se salga con la suya.
—Esa es una buena manera de hablar, miss Alien — la voz calmosas de él tenía una nueva inflexión que la desazonó aún más de lo que estaba—. Y ahora, bueno será que regresemos al rancho. Nunca se sabe dónde puede estar oculto un tirador traicionero.
—¿Cree que ellos se atreverían a tanto? — se sobresaltó ella.
—Se atreverían a mucho más. Especialmente Clint Lane. Hace días que nada se sabe de él y esto no me gusta. Preferiría saber por dónde anda.
A la mañana siguiente tuvo la ocasión de averiguarlo. Estaban cabalgando él y Clocksley por el extremo norte del valle alto del High Creek, y acercándose a una barranca por donde parecía haberse metido algún ganado, cuando el caballo de Clocksley hizo un extraño al saltarle una comadreja entre las patas. Clocksley maldijo entre dientes tirando para sujetarlo, y por un momento tapó con su cuerpo a Wade. En el mismo instante de tal ocurrir, restalló un disparo de rifle entre las rocas altas de la ladera, a la derecha. Y la maldición del peón se convirtió en una exclamación de dolor mientras caía del caballo y éste se lanzaba hacia adelante, aún más asustado por el disparo.
Rápido como el pensamiento, Wade se tiró de lado escudándose en el cuerpo del suyo, al tiempo que restallaba un nuevo disparo de rifle. La bala pasó ahora alta sobre su muslo, pero no demasiado. Lanzó a su caballo hacia unas rocas a veinte metros de distancia, mientras pugnaba por extraer su propio rifle, consiguiéndolo cuando un tercer disparo alcanzaba de lleno al animal, haciéndole detenerse en seco y levantarse sobre sus patas traseras con un relincho de agonía.
En una sucesión de veloces movimientos, Wade saltó a tierra un instante antes de que cayera el caballo, y casi sin apuntar envió un par de balas hacia las rocas donde se ocultaba el desconocido tirador, mientras él mismo corría en zigzag hacia el amparo de las que tenía más cercanas.
—Pudo llegar a ellas antes de que volvieran a dispararle. Y agazapado allí, estudió el terreno.
Podía alcanzar la parte alta de la ladera, bastante a cubierto de las miradas del oculto asesino. Y lo iba a hacer, desde luego. Poseído de fría decisión, se escurrió por detrás de unas peñas primero, para escalar luego la pendiente hasta haber llegado a una altura paralela a la que debía ocupar el tirador. Y desde allí, con el rifle preparado, se acercó cauteloso al lugar donde se había emboscado aquél.
Pero ya no estaba allí. Cuando llegó al sitio donde el otro estuvo, sólo descubrió las cápsulas vacías y las huellas de los tacones de sus botas. Y al mirar desde lo alto de la ladera poco más tarde hacia el este, pudo ver a un jinete que desaparecía galopando por entre las colinas. Un jinete al que no pudo identificar por la distancia, pero más que bien sospechaba su identidad.
Regresó de prisa junto a su compañero. Colcksley había recibido la bala en la parte alta del cuerpo y sangraba abundantemente, habiendo perdido el sentido. Le vendó apretado con tiras de su desgarrada camisa, conteniendo así en cierto modo la hemorragia, y luego fue a recoger su montura del animal muerto, atrapó al caballo del peón, que triscaba la hierba, asustadizo un poco más lejos y no le costó poco trabajo de dominar. Cargó como pudo al herido sobre él, montó a su vez y emprendió el regreso al paso, mientras pensaba afanosamente en lo ocurrido, sacando sus propias conclusiones.
Clocksley abrió los ojos cuando llevarían cabalgando cosa de una milla e hizo una mueca.
—¿Me acertaron bien, Wade?
—Tienes un par de agujeros de la misma bala, pero no creo que vayas a morirte de esto, aunque sí estás perdiendo mucha sangre. A mí me mataron el caballo.
—¡Maldita, sea su negra alma! ¿Cuántos eran?
—Uno. Y escapó sin que pudiera verle de cerca. Pero tengo mis sospechas.
—¿Lane?
—El mismo. Nada me sorprendería saber que anda rondando por aquí en espera de su oportunidad para cobrarse la paliza que le di. Y ese tirador no quería matarte a ti precisamente.
—Sí, desde luego. Si no llega a espantárseme el caballo…
—Ha sido una mala suerte. Lo siento de veras.
—Bueno, ya nada se le puede hacer. Y vale más que yo esté agujereado, pero vivo, que tú muerto. Me está doliendo como mil condenados diablos.
—No tardaremos en llegar al rancho. Procura aguantar, muchacho.
Pero Clocksley se volvió a desmayar, y así estuvo hasta que avistaron las construcciones rancheras. La señora Benson estaba tendiendo ropa en el exterior y les descubrió, adivinando en el acto que se trataba de algo muy grave. Por ello gritó, llamando a su marido y a Clare, que salieron apresurados de un granero y la casa respectivamente. La muchacha palideció y emitió un grito involuntario al ver el grupo que se acercaba.
—¡Oh! ¡Le mataron!
—No, no es a él — dijo la señora Benson—. Tranquilízate, muchacha. Es a Clocksley. Wade lleva su camisa azul.
Con ello, Clare emitió un suspiro de alivio y luego enrojeció al captar la expresión de la otra mujer.
—No… no es que me alegre de lo que ocurre, Jane, no vayas a pensar mal.
—¡Oh, no, nada de eso! Tú sólo te alegras de que sea Clocksley y no Wade el que viene herido.
—Eres riña mala lengua, Jane Benson. Pero, ¿qué hacemos aquí paradas? Vayamos en su ayuda.
—Será mejor que vayamos a la cocina a preparar lo necesario para una cura. Entre mi marido y Wade ya se encargarán de traerlo.
Arrastró tras sí a la muchacha, mientras el viejo peón se acercaba aprensivo a los que llegaban, inquiriendo:
—¿Qué ha sido eso, Wade?
—Alguien nos baleó en las colinas. Acertaron a Clocksley, pero me tiraban a mí.
—¿Gente de Milton?
—Yo creo que era Clint Lane.
—¡Hum! Puede ser. ¿Está Clocksley muy mal?
—Bastante. Ayúdeme a bajarlo.
Entre los dos así lo hicieron, y luego lo entraron en la cocina, donde las dos mujeres miraron aprensivas al herido y la señora Benson se hizo en el acto cargo de él, mientras Clare inquiría lo ocurrido nerviosa y asustada. Wade se lo contó en pocas palabras, y luego dijo al viejo:
—Webb, lo mejor será que prepare el cochecillo y se vaya a Crescent a por el doctor. Clocksley lo va a necesitar.
El viejo salió a toda prisa y los demás se dedicaron a curar las heridas, que parecían bastante serias, sobre todo por la mucha pérdida de sangre. Luego el herido, aún inconsciente, fue colocado en un lecho provisional de colchones y mantas puestos en el suelo, a un lado de la cocina. Y Clare y Wade salieron fuera.
El ambiente era pesado y cálido en aquella primera hora de la tarde. Pero lo parecía aún más por lo ocurrido. La muchacha estaba pálida y habló sin mirarle:
—Esto es terrible. El pobre Clocksley malherido… Y pudo ser usted…
—¿Comprende ahora por qué no quise permitirla que me acompañara a caballo? Yo sabía que esto iba a suceder.
Ella le miró al fin.
—¿Usted…, sabía todo esto?
—Era fácil de prever. Clint Lane no iba a conformarse así como así con su derrota. Y además estaba Milton con sus ambiciones. Aquí, para entre nosotros, se me figura que ellos han estado trabajando juntos para apoderarse de este rancho.
—Yo también lo he llegado a sospechar. ¿Qué haremos ahora, Jim?
Le había tuteado inconscientemente, y al darse cuenta se ruborizó. Él pareció no notarlo. Habló despacio:
—Lo que yo haré será tratar de localizar a Lane y arreglar este asunto de una vez para siempre. En cuanto a Milton, le haremos ver la conveniencia de que no intente nada más contra este rancho. Y usted se quedará mientras en casa, procurando no exponerse a recibir una bala.
Ella se encalabrinó ante su tono.
—Yo no voy a hacer eso. Ni voy a consentirle que me dé órdenes como si fuese una chiquilla. Además, no quiero que vaya a pelear con Clint Lane por mi culpa y… usted no tiene por qué hacerlo.
Había hablado de un tirón, furiosa y a la vez cohibida por la mirada de él. Wade la dejó terminar y luego dijo despacio:
—Yo sí tengo una razón para hacerlo, Clare Alien. Una poderosa razón.
Por algún motivo, a ella se le cortó el resuello.
—¿Qué… razón? — quiso saber.
—Usted.
El silencio les envolvió como una manta húmeda. Clare abrió la boca y los ojos, parpadeó, enrojeció y apenas si supo balbucir:
—¿Yo…?
—Sí, usted. No quiero que le ocurra nada… porque su seguridad representa mucho para mí. Ya está dicho. La quiero, Clare. Ahora puede despedirme y no se lo reprocharé.
Pero Clare no encontraba palabras. No las tenía, simplemente. Y cuando él, alentado por su silencio, la tomó entre sus brazos, no hizo la menor resistencia. Mucho menos cuando se inclinó sobre ella y la besó. Limitóse a responder tímidamente al beso, mientras entrelazaba sus manos en la espalda de Wade.