CAPITULO XIV
—Esto es demasiado —exclamó Betsy—. No creo que te atrevas a pedir semejante plato en un restaurante, y a enfadarte si no te lo sirven.
—Claro que me atreveré —aseguró Suzy calzándose—. Lo que no sé, es si podré contener la risa cuando vea la cara que pone Luke. Debe pensar que estoy loca.
Se miró al espejo.
Se había arreglado según su costumbre personal, y lucía un cutis fresco y juvenil.
Un poco de abéñula en los ojos y el carmín de los labios era todo su arreglo.
También el vestido, sencillo y elegantísimo, le hacía juvenil con su línea estrecha, pero holgada para el cuerpo.
—Cuando te pintas y vistes «estilo Olivia Russell» estás despampanante; pero la verdad es que cuando te arreglas como en este momento, acentuando tu propia personalidad, además de estar auténticamente elegante resultas muchísimo más bonita.
—Eso creo que piensa Luke, aunque te aseguro que al «estilo Olivia» tampoco le hace ascos... —rió Suzy—. Los hombres son de lo más hipócrita y vulgar que existe —aseguró—: dicen que una debe ser distinguida, fina y espiritual, pero cuando ven cincuenta y cinco kilos de mujer bien prensada y escotada, no titubean en dejar a un lado todos sus anhelos espirituales y en volverse totalmente carnívoros. Eso demuestra que sus pretensiones de espiritualidad son postizas, falsas —rió.
—Los pobrecitos son débiles —bromeó Betsy
Y añadió:
— ¡Por fortuna! Porque esa debilidad suya es nuestra oportunidad.
—Bueno, me voy...
— ¿No viene a buscarte?
—Me espera en su casa. Ha venido a verle un amigo suyo de Port Oxford. Hasta luego.
Salió de la casa.
En vez de atravesar por los setos Como Luke hacía, dio la suelta por la acera.
Los tacones herían el suelo con firmeza levantando un sonido seco y claro, como si golpearan rítmicamente la tecla de una marimba.
Suzy echó una mirada al coche estacionado tras el de Luke delante de la valla, y entró en el jardín.
Pensó que le gustaba aquella casa recién hecha, espaciosa y moderna,
«Me gustará vivir aquí —se dijo optimista—. Voy a ser muy feliz...»
Entró en el vestíbulo.
A través de la pared de cristal, vio a Luke que estaba en el living con un hombre bien trajeado de unos cuarenta y tantos años.
Luke hablaba y el otro a ratos daba un cabezazo de asentimiento.
De repente la vieron a través del cristal, y Luke se levantó y fue a abrirle la puerta.
El otro se levantó.
—Hola, pasa —sonrió Luke.
Y en voz baja, explicó su entusiasmo:
—Está divina... Pasa Suzy, quiero presentarte a un amigo. El señor Kent, Miss Wayne.
— ¿Cómo está, miss Wayne? —sonrió Kent tendiéndole la mano.
—Buenas tardes, señor Ken —correspondió Suzy.
Suzy sentó en un sillón.
—Kent venía de paso y se ha detenido a verme —explicó Luke.
—Ha sido muy amable —sonrió Suzy.
—Me ha estado hablando de usted—dijo Kent—Creo que se casan pronto…
—Es muy probable.
—Strew ha sido muy afortunado.
—Muchas gracias —sonrió Suzy.
Se extrañaba que, siendo antiguos amigos, se llamaran por el apellido.
— ¿Y no es usted de aquí?
—No, soy de un pueblo de California.
—En esos pueblos los caracteres son muy enérgicos, muy enteros, ¿verdad? —dijo Kent.
A Suzy le sorprendía el derrotero que tomaba la conversación, pero respondió amablemente:
—Como en cualquier otro sitio, creo yo.
— ¿Y tuvo usted una niñez dichosa, o se sentía desgraciada?
Suzy abrió unos ojos de palmo ante aquella extemporánea pregunta.
No podía considerarse en modo alguno una pregunta corriente en un recién conocido.
—Pues... una niñez normal. No comprendo por qué se interesa por eso.
—Al decirme usted que nació en un pueblo de California, he recordado a una buena amiga mía. Padecía una enfermedad debida a complejos de su niñez y cuando parecía curada sufrió una recidiva.
Suzy lo comprendió todo de repente.
La palabra «recidiva», que para un médico es muy corriente, para los demás es menos frecuente.
Las personas ajenas a la Medicina no suelen decir que un enfermo ha tenido «una recidiva», sino una recaída.
«Un psicoanalista —pensó—. Luke ha llamado a un psicoanalista para saber si estoy loca. ¡El muy estúpido!»
Se reprimió para no reír ni demostrar que había comprendido lo que pasaba.
—Yo, a veces, también me siente mal —aseguró—. Sufro dolores fuertes de cabeza, y sueño. Sueño que me pegan, que me maltratan...
—Y entonces usted siente deseos de sublevarse y obrar según su antojo, para demostrar que es independiente, ¿verdad?
— ¡Es asombroso! ¿Cómo lo ha adivinado?
—Se me ha ocurrido, simplemente.
—También sueño que no me miran, que me desprecian diciendo que soy fea y que paso inadvertida...
Suzy sorprendió una mirada de inteligencia cruzada entre Kent y Luke.
—Y entonces —dijo Kent—, usted siente deseos de hacer que todo el mundo la mire, ¿verdad, miss Wayne?
—Usted parece un mago, todo lo adivina...
—Pero tú no tienes necesidad de hacer nada especial para que la gente te mire, Suzy —intervino Luke, que había permanecido escuchando todo el rato—. La gente te mira, mejor dicho, te admira, aunque tú no te lo propongas, porque eres preciosa y elegante. Aunque tú quisieras, no podrías pasar inadvertida, porque eres... maravillosa.
—Qué bueno eres, Luke... —sonrió Suzy, lánguidamente, con gesto doliente.
Se volvió hacia el médico, divirtiéndose en confundirle.
—La verdad es que tuve una niñez trágica, señor Kent —aseguró—. Yo siempre era la peor vestida de mis hermanas, y mis padres no me hacían caso. Un día me reprendieron severamente porque sin querer tropecé con una jarra y derramé toda la leche del desayuno... No sé qué sentí... Fue algo extraño. De repente comprendí que si no me bañaba en la bañera llena de leche, me pondría enferma...
La cara de Luke se arrugó y contrajo como si le descargaran un puñetazo en el estómago.
— ¡Oh...! —gimió.
El médico siguió haciendo preguntas, y Suzy espantando a Luke con sus respuestas.
Al fin el médico miró su reloj.
—Es tarde y debo irme. He tenido un gran placer conociéndola, miss Wayne —aseguró—. Estoy seguro de que cuando observe usted de qué modo la admira todo el mundo, olvidará esos complejos de su niñez. Adiós, señor Strew.
—Le acompañó a usted. Perdóname un minuto, Suzy.
Los dos hombres salieron juntos.
Suzy los miró a través de la pared de cristal, y luego a través del ventanal.
Kent daba explicaciones a Luke, que parecía alarmadísimo.
—Le está diciendo cómo debe tratarme... —susurró Suzy diabólicamente divertida—. ¡Pobre, qué cara va a poner esta noche cuando me oiga pedir en el restaurante sesos de canario!
Le dio risa...
Coqueta, le excitaba poner a prueba el amor de Luke viendo hasta dónde era él capaz de soportar sus extravagancias.
Luke y Kent se habían detenido junto al coche de este último.
—...Y no la contraríe usted en nada, absolutamente en nada —recomendó el médico—. Claro que no siendo su esposa, lo más cómodo y mejor para usted sería romper ese compromiso...
—No, eso no. Me alarman sus absurdas ocurrencias, pero... La quiero. No sé si usted sabrá lo que es estar locamente enamorado de una mujer...
—Lo supe, pero lo olvidé; hace ya dos meses que me he cansado. — ¡Caramba! ¿Y en dos meses... lo ha olvidado?
—Disgustos matrimoniales. A mi mujer le disgustaba que yo duerma con los pies en la almohada y la cabeza a los pies. Está un poco chiflada: complejos de la niñez.
Luke quedó perplejo.
—Ya sabe: admírela mucho, demuéstrele constantemente su cariño, y no la contraríe ni se asombre usted por lo que ella haga. ¡Ah! Ingréseme en cuenta los quinientos dólares de la consulta. Adiós, querido amigo. Y paciencia: las mujeres, todas, tienen algún tornillo de menos.
Subió al coche y arrancó.
Luke quedó en el borde de la acera, aún como atontado. Murmuró estupefacto:
—Con los pies en la almohada... Quien se va a volver loco soy yo...
Regresó, entrando en el living.
—Es muy simpático tu amigo, muy inteligente...
—Ya lo creo que es listo —repuso Luke pensando en los quinientos dólares de la consulta.
—Estoy muy fea, ¿verdad?
— ¿Eh? ¿Fea? Nena, estás para devorarte...
Suzy rió:
—Lo dices, pero no lo piensas...
Luke la tomó entre sus brazos.
Loca o cuerda lo que no podía ponerse en duda era que estaba para comérsela y no dejar ni los huesos.
La besó.
Luego la besó otra vez.
Suzy suspiró lanzando un largo «ayyy...» de desmayo, que penetró como un berbiquí hasta la médula espinal de Luke.
Y volvió a besarla.
Era él quien en aquel momento parecía haberse vuelto un loco homicida, mientras la estrechaba entre sus brazos como si quisiera desarticularla.
Con gran pesar tuvo que refrenarse al fin.
—Todos esos complejos se te curarán al casarnos, estoy seguro —afirmó—. Así que cuanto antes, mejor.
—Dentro de un mes o dos.
—Si me haces esperar dos meses, me muero de un sincope. No puedo aguantar tanto.
— ¿Es que me quieres, Luke...?
— ¡Qué pregunta en estos momentos! Estoy trastornado por ti.
—Pero si tú eres muy tranquilo.
—Hum, «era». Desde que te besé por vez primera me siento tan nervioso como el que teme que se le escape el tren. Nos casaremos en seguida, o enfermaré de los nervios.
—Luke, ¿y si yo estuviera loca?
—Aunque estuvieras de atar, me daría lo mismo. Ven...
La abrazó.
En aquel momento brillaron varios fogonazos; como súbitos relámpagos del anochecer.
—¿Qué pasa? —exclamó Luke, volviéndose.
Ocho o diez hombres habían invadido el vestíbulo, y penetraban en el living haciendo funcionar sus cámaras y flashes.
— ¡Eh, oigan, qué hacen aquí!
Brillaron nuevos relámpagos entre el escándalo que los hombres armaban.
— ¿Desde cuando está usted aquí, miss Russell?
— ¿Va a casarse de nuevo, miss Russell?
— ¿Es feliz en Haven?
—Yo no me llamo miss Russell, sino miss Wayne.
—Es inútil que intente engañarnos, miss Russell, la hemos descubierto.
— ¿Es cierto que hará próximamente tres películas para la Paramount?
—Pero..., ¿qué significa esto? —preguntó Luke, estupefacto.
Las cámaras no dejaban de funcionar, tomando fotos incesantemente.
—Oiga, señor, ¿desde cuándo son novios?
— ¿Se han casado?
—Póngase aquí que le tomemos bien...
— ¡Lárguense de aquí! —rugió Luke.
Su agresividad intimidó a los periodistas, y Luke los echó a empujones.
Cerró la puerta y volvió al living.
— ¿Qué significa esto, Suzy? ¿Quién eres exactamente...?
—Soy Suzy Wayne, no hagas caso de nadie...
Luke cogió una de las revistas que los periodistas habían dejado. Miró las fotos.
Se veía a Suzy como él la había visto la primera vez, con los pantalones «capri» y el niky escotadísimo, llevando un abrigo de visón en el brazo, y corriendo entre los periodistas por el hall de un lujoso hotel subiendo al coche, sorprendida en varias actitudes diferentes.
— ¡Eres tú!
En grandes titulares, decía:
«LA FAMOSA ESTRELLA OLIVIA RUSSELL LOGRA DESPISTAR A LOS PERIODISTAS SE DIRIGE HACIA EL NORTE, TAL VEZ HACIA LOS ESTADOS DE OREGÓN O WASHINGTON.»
— ¡No vas a negar qué eres tú!
—Luke, te aseguro que yo no soy Olivia Russell, sino Suzy Wayne.
Por el ventanal podía verse a los periodistas y fotógrafos que aguardaban pacientemente a que salieran.
Luke tiró la revista.
Pero volvió a cogerla al pasar la página con el
revuelo del aire.
Olivia Russell aparecía en cinco fotos diferentes, con cinco
hombres diferentes, pero siempre en la misma actitud de sublime
amor.
«Olivia Russell aparece en estas fotos con cada uno de sus cinco maridos. ¿Ha huido para volver a casarse? Creemos que la volveremos a ver con su marido número seis dentro de un par de meses...»
Con rabia, Luke arrojó la revista.
—Marido número seis... —masculló alterado por los celos—. Bañarte en leche, repartir caramelos, revolucionar una tienda o casarte, toda es lo mismo para ti ¡Publicidad, Olivia Russell! Con razón pensaba yo que te había visto en alguna parte...
—No soy Olivia; Luke. Soy Suzy.
Luke la miró duramente.
—Por favor, Luke, créeme...
Le puso una mano en el brazo y se estrechó contra él.
Pero los celos hacían a Luke insensible a la pasión.
La rechazó sin violencia, pero con sequedad.
—Coleccionista de maridos. No voy a servirte de «mascota publicitaria», yo no soy un foxterrier.
—No seas ridículo —medio rió Suzy—. No soy Olivia, soy Suzy. ¡Y te quiero! No he tenido ningún marido en mi vida.
Volviéndose de espaldas, Luke se sirvió un largo whisky.
—Y yo traigo un psiquiatra pensando que estás algo trastornada —masculló—. ¡Lo que estás es demasiado cuerda! Sabes muy bien lo que haces.
Suzy se aproximó a él intentando usar sus armas de mujer.
Le abrazó mimosa.
—Te portas como un niño... Te digo que soy Suzy y que nunca tuve marido...
Sin violencia, pero con fuerza, Luke la rechazó.
—Oye, a mí sólo se me nubla la cabeza cuando yo quiero —la advirtió fríamen-te—. No imagines que ninguna «vedette» pueda volverme idiota con sus arrumacos profesionales.
— ¡Te voy a dar un tortazo!'¡Te digo que soy Suzy!
Luke le lanzó una mirada de cólera, y se sentó en un sillón.
—Cuando te parezca, te marchas —dijo.
Masculló hirviendo de celos:
— ¡Cinco maridos...!
A su pesar, Suzy rió.
La hacía feliz verlo torturado y celoso.
—Luke, amor mío, nunca he tenido marido alguno.
Luke agarró la revista con rabia, y se la metió por los ojos.
—Y esto, ¿qué es?
—Esa es Olivia. Yo soy Suzy. ¿No ves que no me parezco en nada, aparte el color del pelo?
— ¡Porque hoy te has arreglado de otra forma! Cuando te maquillas como otras veces acostumbras, no hay duda.
— ¡Que cabezota eres!
Se arrodilló ante él y le puso los brazos en las piernas.
—Luke, amor mío, te aseguro que...
Luke se levantó y se apartó.
—Márchate —ordenó secamente.
— ¿No dices que me quieres? Si me quieres no debe importarte nada.
—Ahora digo que te marches. A mí no me toma como mascota publicitaria ninguna «estrella» neurótica y aburrida.
— ¡Por última vez te lo digo, Luke! ¡No soy Olivia! ¡Soy su doble! ¡Soy Suzy Wayne..., y te quiero! ¡Y no he tenido ningún marido!
— ¡Lárgate —rugió Luke, furioso.
Suzy rechinó los dientes.
— ¡Pues bien, vendrás a suplicarme y no te escucharé! ¡Adiós!
Esperó que él no la dejara irse, pero Luke permaneció de espaldas sin responder.
—Pues bien, ¡adiós! —repitió Suzy.
No se movió.
Tampoco Luke hizo el menor movimiento.
— ¡Ah!, ¿sí? ¡Pues, adiós! ¡No creas que no puedo vivir sin ti! ¡No te necesito para nada!
Esta vez se marchó de veras.
Con el vaso en la mano, crispado el ceño, Luke se volvió entonces.
Miró por el ventanal la figura de Suzy.
Los periodistas corrían hacia ella tirándole fotos.
Luke apretó el vaso en la mano como si fuera la garganta de su peor enemigo.
Masculló:
— ¡Cinco maridos!...
Los celos le enloquecían.