Diecinueve
—Siéntate, por favor —dijo Isabelle.
Allie se sentía extrañamente nerviosa y se sentó en el borde de una de las butacas de cuero que había frente al escritorio, interrogando a la directora con la mirada. Le pareció que quería decirle algo, pero en vez de eso se quedó callada y señaló el teléfono.
Aun sin estar presente, Lucinda estaba al mando.
—Allie, me han dicho que te has readaptado muy bien a la vida en Cimmeria. —La potente voz de su abuela sonaba casi cómica a través del diminuto altavoz del teléfono—. No esperaba menos de ti.
La mirada de Allie volvió a posarse en el rostro de Isabelle y buscó alguna pista que le indicara qué estaba pasando allí. La directora seguía con la vista baja y no dejaba traslucir nada. Aun así, la siguiente afirmación de Lucinda respondió a la pregunta, aún sin formular, de Allie:
—He mandado llamarte para que discutamos el plan del encuentro con Nathaniel. Ya te han informado de las condiciones que impuso, ¿no es así?
Allie asintió. Luego recordó que su abuela no podía verla.
—Sí.
—¿Y tú crees que deberías acompañarme?
La joven titubeó. Parecía una pregunta trampa.
—Sssí… —dijo con precaución.
—Eres consciente de lo peligroso que es Nathaniel. De lo que es capaz de hacer y de lo que quiere —dijo Lucinda—. ¿Y aun así estás dispuesta a correr el riesgo? ¿Por qué?
Al otro lado de la mesa, Isabelle levantó los ojos castaños para mirar a Allie. Una instantánea de la tensa sesión de entrenamiento de la noche anterior apareció en la mente de Allie. Recordó lo mal que se había sentido al ver la daga en la mano de Carter.
En cierto modo, a pesar de lo que había dicho en aquel momento y de lo furiosa que se había puesto, había dado resultado. Ahora estaba mucho más asustada que cuando había aceptado ir a la negociación.
Y sin embargo, en el fondo sabía que había tomado la decisión correcta.
Salta.
—Tú irás al parlamento. Correrás ese riesgo —razonó Allie—. ¿Por qué no debería hacerlo yo?
—No es lo mismo —dijo la voz de su abuela—. Yo intento solucionar un problema del que soy, en parte, responsable. Tú, por el contrario, no tienes ninguna culpa de lo que sucede. Cada bando quiere utilizarte para sus propios fines.
Allie advirtió que Isabelle abría los ojos como platos.
Cada bando quiere utilizarte…
Por alguna extraña razón, la reconfortó que un adulto confirmara lo que ella ya pensaba desde hacía mucho tiempo. Pero aun así, dolía.
—Ya lo sé. —Allie intentó aparentar tranquilidad—. No soy tan tonta. Pero a lo mejor tampoco soy tan poca cosa como os pensáis. Si no voy, no cambiaré nada. Pero si voy, podré controlar algo de lo que pase.
—¿Eso piensas? —Lucinda no sonaba convencida—. Aunque vinieras, yo seguiría estando al mando. Tú únicamente estarías allí como muestra de mi buena voluntad. Para convencer a Nathaniel de que de verdad lo escucho. No parece un motivo suficiente para arriesgar la vida.
—Venga ya, por favor. —Allie no pudo reprimir el sarcasmo—. Si no voy, Nathaniel no hablará contigo. Y si no dialogáis, atacará el colegio y hará daño a las personas que quiero. —Apretó los labios—. No va a darse por vencido. Pensándolo bien, no creo que haya otra alternativa en realidad. Y no voy a permitir que muera nadie más por mi culpa. Iré contigo.
Cuando Lucinda volvió a tomar la palabra, su voz era tranquila:
—Isabelle cree que no estás preparada para esto. Me parece que te subestima.
La directora tenía la vista baja. De repente, Allie sintió la necesidad de defenderla.
—No me subestima —aclaró—. Es que quiere protegerme.
—¿Y no quieres que te protejan?
Allie no lo dudo ni un instante.
—Quiero plantar cara.
Se hizo un largo silencio. Allie miraba fijamente el pequeño teléfono de plástico.
—Los parlamentos se caracterizan por ser pacíficos —explicó Lucinda—. Se acude a ellos desarmado. Como te puedes imaginar, no espero que Nathaniel respete esa noble costumbre. Así pues, ahora mismo estamos valorando cuál es la mejor manera para estar a salvo. Los guardias de seguridad nos escoltarán en todo momento.
Lucinda hablaba rápida y enérgicamente, como si estuviera en una reunión de trabajo. Ya tenía una decisión tomada.
Una mezcla de miedo y excitación recorrió el cuerpo de Allie. Iba a hacerlo de verdad. Iba a ir al parlamento.
—No iremos solas y tendremos un plan —prosiguió Lucinda—. Espero que lo sigas, sea cual sea. Independientemente de lo que pueda pasarles a otros o de lo que haga Nathaniel. Solo permitiré que me acompañes si me das tu palabra. Pase lo que pase esa noche, seguirás el plan.
A Allie se le hizo un nudo en la garganta. De pronto, todo aquello era real.
—Seguiré el plan —dijo Allie—. Lo prometo.
—Así me gusta —dijo Lucinda—. Nathaniel tendrá una lista interminable de condiciones y estoy segura de que escogerá la peor de las ubicaciones. Para variar. Te informarán de la fecha en cuanto la tengamos, aunque imagino que Nathaniel nos avisará con poca antelación; le gusta cogernos con la guardia baja. De modo que estate preparada. ¿Estás practicando?
—¿Practicar…? ¿El qué? —balbuceó Allie.
—Defensa personal, ¿qué va a ser? —dijo Lucinda—. Isabelle me ha comentado que has empezado a entrenar con armas.
Allie miró a Isabelle y ella le devolvió una mirada sin el más mínimo remordimiento.
—Sí —dijo Allie con un amago de aspereza en la voz—, estamos utilizando armas.
Por lo visto la respuesta satisfizo a Lucinda.
—Estupendo —dijo. Entonces cambió el tono—: Isabelle, ¿tienes lo que habíamos hablado?
La directora se agachó y sacó de debajo del escritorio un paquete envuelto en papel marrón—. Aquí lo tengo.
—¿Serías tan amable de dárselo a Allie?
Isabelle, impasible, le tendió el paquete a Allie, que se levantó para recibirlo.
Era un rectángulo perfecto. Pesaba.
Allie lo sostuvo cuidadosamente.
—¿Tengo que… abrirlo?
—Claro —dijo Lucinda—. ¿Cómo vas a saber qué hay dentro si no?
Allie despegó delicadamente el pliegue del papel con una uña. El grueso envoltorio se abrió y reveló un libro maltrecho, con las páginas deterioradas por el uso. No tenía nada escrito en la cubierta. Poseía el olor a humedad de las cosas viejas.
Intrigada, Allie lo abrió. Dentro encontró un árbol genealógico hecho a mano que parecía remontarse hasta el siglo XII. Hojeó el libro y descubrió que en la parte superior de cada página había un nombre, descolorido por los años, y una descripción de cuándo había vivido la persona, de con quién se había casado y de cuándo había muerto.
—Ya que vas luchar con tu familia, creo que ha llegado la hora de que sepas por quién luchas —dijo Lucinda—. Este es el libro de nuestra familia. Mi tatarabuelo lo mandó escribir y, desde entonces, cada generación ha ido llenando las páginas. Mi padre me lo dio a mí. Y ahora yo te lo doy a ti.
Allie, que hacía solo unos pocos meses que sabía que Lucinda era su abuela, conocía muy poco de su propia familia. Su madre le había ocultado su linaje hasta que Nathaniel había hecho imposible seguir haciéndolo. Desde entonces, tan solo le había contado a Allie lo imprescindible.
Pocas cosas le importaban tanto como saber quién era realmente y de dónde venía. ¿Pero cómo lo había sabido Lucinda?
Aquel libro era único. Estaba hecho a mano. Era una reliquia familiar de valor incalculable. Puede que respondiera a todas sus preguntas, pero suponía una gran responsabilidad. Su abuela le estaba enviando un mensaje. Le estaba diciendo que confiaba en ella.
Allie tragó saliva.
—Esto es importante —dijo, mirando hacia el teléfono móvil—. Es muy valioso. ¿Seguro que quieres que lo tenga yo?
Lucinda no contestó de inmediato. Cuando lo hizo, todo lo que dijo fue:
—Creo que ha llegado la hora de que lo tengas tú.
Allie cerró el libro con cuidado y volvió a envolverlo en el papel protector.
—Gracias por confiar en mí. Lo guardaré como un tesoro. —Su tono era vehemente; hablaba con el corazón en la mano.
—Sé que lo harás —dijo Lucinda.
Más tarde, ya de vuelta en su habitación, Allie pasó las páginas del libro con sumo cuidado. El papel era grueso pero suave al tacto, y los bordes de las páginas eran irregulares, como si no los hubiese cortado una máquina.
Comprobó que la escritura cambiaba de vez en cuando. La primera mitad del tomo estaba redactada en una caligrafía enmarañada y puntiaguda e incluía nombres como Lord Charles Alton Finley-Gaston. Su fecha de nacimiento era 1681. Más abajo, habían anotado los años que había servido en el Parlamento británico. El año de su muerte era 1738.
Su esposa se llamaba Mary y habían tenido tres hijos; dos de ellos habían fallecido antes de morir Charles. Solo uno de los hijos, Thomas John Finley-Gaston, le había sobrevivido. Luego Allie volvió la página y vio el nombre de este último en el encabezado.
Solo que ahora era Lord Thomas John Finley-Gaston. Nacido en 1705 y fallecido en 1769.
Las páginas siguientes estaban dedicadas a sus hijos y nietos.
Esta es mi familia, se dijo Allie. Trató de sentir lo mismo que sentían otras personas cuando hablaban de sus antepasados; una especie de posesividad, de apego.
Sin embargo, aquellos nombres no significaban nada para ella. Bien podían haber estado en alguno de los libros de la biblioteca.
No sentía nada por aquellas personas muertas hacía ya tanto.
Fue avanzando en el tiempo y, cuantas más páginas pasaba, más le sonaban los nombres. Eran nombres que había leído en los libros de Historia. Un primer ministro por aquí, un ministro de Hacienda por allá. De repente, apareció ante sus ojos un nombre muy largo, escrito en una caligrafía segura y firme que se inclinaba pronunciadamente a la derecha: Baronesa Lucinda Elisabeth Eugenie Gaston St Croix Meldrum.
Cada una de las palabras era clara y nítida, sin ningún tipo de floritura.
La página contenía una descripción de su vida, de su papel como primera ministra de Hacienda del Reino Unido, directora del Banco Mundial y asesora de las Naciones Unidas. Debajo se enumeraban los nombres de sus maridos y de la madre de Allie. Como en las demás páginas del libro, la información era clara. Pero había algo que no encajaba. Allie había llegado al final de la página cuando se dio cuenta de lo que era.
La página estaba escrita en pasado.
El miedo se retorció en su interior como una cuchilla. Despacio, pasó a la siguiente página. Se le heló la sangre cuando vio lo que su abuela había escrito en el encabezado:
Lady Alyson Elisabeth Gaston Sheridan