David D. Burns, psiquiatra especialista en terapia cognitiva, llama esa distorsión del pensamiento binocular trick11 (el «truco de los prismáticos»). Tenemos tendencia a observar los acontecimientos negativos de tal manera que aumentamos su tamaño y su importancia. En ese momento hacemos una montaña de algo que es realmente cargante, pero no tan enorme ni tan catastrófico.
Observad los dibujos de las págs. 70 y 71. El primero evoca aquello que muchos de nosotros habrían podido decirse: «¡Ay, acabaréis matándome con vuestras exigencias!», y sin embargo nuestra encantadora heroína está llena de recursos. Ella ha escogido no «resistirse» sino «adaptarse». ¡Es verdad que esto exige más esfuerzos que simplemente refunfuñar! Pero seamos claros, al final del día la satisfacción no es la misma.
Del mismo modo, el mecanismo del «truco de los prismáticos» se activa también si tenéis tendencia a quejaros comparándoos con los demás. Cuando decís: «No sirvo para nada», «Soy tonto», «Quién me creo que soy», «Pensarán que soy tonta», «No soy lo bastante profesional», «Yo no sabía nada». En esos momentos, probablemente tenéis tendencia a magnificar los éxitos de aquellos con quienes os comparáis, sintiéndoos aún más disminuidos por la comparación.
En ese caso, miramos por el otro lado de los prismáticos (al revés, por el lado que reduce) para pensar en nuestros logros, en nuestros éxitos o en las imperfecciones de nuestros competidores, y los disminuimos hasta convertirlos en polvo insignificante.
Cuando refunfuñamos sobre nosotros mismos, nos destruimos en lugar de construirnos. Del mismo modo que a menudo nos sometemos a una gran presión, y modificamos nuestras afirmaciones porque no nos sentimos a la altura de lo que creemos que los demás esperan de nosotros.
Con este desafío, se nos invita a aprender a valorar nuestros triunfos y a utilizarlos para avanzar. Sin olvidarnos de valorar los triunfos de las personas que nos rodean. En lugar de dramatizarlo todo, optemos por dramatizar lo que nos construye y lo que nos hace la vida más bella en lugar de dramatizar lo que nos destruye y nos contamina.
AYUDA
Adoptad la costumbre de hablar también de vuestros triunfos, de vuestros éxitos y de vuestros logros. Dadles un verdadero lugar en vuestra vida y en vuestras conversaciones.
Cuando usamos demasiado a menudo el truco de los prismáticos, acabamos sintiéndonos oprimidos y nos quejamos. Así, los obstáculos para lograr nuestros objetivos se convierten en enormes, en montañas imposibles de escalar. Nuestra motivación pierde fuerza y nos volvemos apáticos e improductivos.
Lo que pasa es que con frecuencia tenemos tendencia a creer que, si exageramos nuestro dolor quejándonos, será más fácil obtener lo que queremos. Y entonces uno se deja llevar por la queja. Esto puede ser una estrategia eficaz a corto plazo para manipular a los demás, pero a la larga, no es una actitud sana ni eficaz. Por el contrario, eso provocará, como hemos visto en el primer capítulo, que los demás nos pierdan el respeto, llegando incluso a tomar distancias para evitar verse implicados en nuestros pequeños dramas. Y sobre todo esto impide nuestra capacidad de afrontar nuestros problemas de forma directa y racional.
Sobre ese mismo tema, considero muy interesante ver hasta qué punto nuestra sociedad es adicta a la «intensidad» (véase pág. 55). Al final es un poco como si no nos sintiéramos realmente vivos si no vivimos las cosas intensamente. De ahí los abusos (alcohol, drogas), y esa tendencia de los medios de comunicación de informarnos de sucesos extremos durante todo el día. Eso crea una cultura global y una tendencia a cargar las tintas y a exagerar, a crear nosotros mismos, a base de nuestras quejas, dramas donde no los hay.
Con este desafío «Dejo de refunfuñar», querría invitaros a ser conscientes de vuestra tendencia a dramatizar las cosas, para que de ese modo veáis los acontecimientos en su justa proporción.
APRENDER A DECIR LA PALABRA JUSTA
Nosotros somos mensajeros durante todo el día, en todo momento. Utilizamos nuestras palabras para vehicular un mensaje que tiene efectos sobre nuestra vida y la de aquellos que nos rodean.
La palabra es un instrumento
que puede destruir.
O construir. Contrariamente a lo que solemos creer,
las palabras tienen peso: actúan sobre la realidad.
Olivier Perrot, psicólogo y presidente de la Asociación Francesa de la Nueva Hipnosis, en una entrevista concedida a Psychologies.com
Cuando nos quejamos, ¿qué clase de mensajero somos? ¿Emitimos un mensaje apropiado, o estamos dramatizando, exagerando o generalizando un problema?
Cuando nos comunicamos con los demás, es importante que nos demos cuenta de hasta qué punto nuestras emociones, nuestras frustraciones y nuestras dudas entran en juego y que, muy a menudo, nuestra «interpretación» está alejada de los hechos tangibles.
Nosotros lo vemos todo a través de nuestro filtro personal (ligado a nuestra historia, nuestra vida, nuestra naturaleza). Por lo tanto, estemos atentos a lo que escogemos decir. Porque una vez se hayan dicho las palabras, ya no podemos atraparlas, ni recuperarlas. Nuestras quejas cambian el rumbo de una conversación. Cambian el modo en que se vive un acontecimiento. A partir del momento en que se dicen, adquieren forma en nuestra cotidianidad y nos parecen más verdaderas de lo que son.
Este desafío os exhorta de ese modo a comunicaros de forma más auténtica. Dado que ya no podemos quejarnos, hemos de tener cierta perspectiva respecto a aquello que tenemos ganas de compartir con el mundo. Así, día tras día, aprendemos a contar hasta diez antes de abrir la boca para hablar. A no decir demasiado, ni usar palabras sesgadas por nuestras quejas. Igualmente, aprendemos a ver en perspectiva las quejas que oímos en boca de los demás. Tomamos conciencia de que estas también son sesgadas y no dicen la verdad.
Por tanto, es importante aprender a dudar tanto de lo que oímos como de lo que dice uno mismo y verlo en perspectiva. Las afirmaciones pertenecen a quien las dice, y por ello no debemos tomárnoslo todo «al pie de la letra», sino otorgar al otro la responsabilidad tanto de su palabra como de sus actos. Eso puede evitarnos el deseo de alimentar nuestras frustraciones a base de la queja.
APRENDER A ACLARAR LOS MALENTENDIDOS QUE CONTAMINAN NUESTRA VIDA
¿Habéis notado que dedicamos mucho tiempo a hacer suposiciones? ¿Vuestro amigo no ha contestado a vuestra invitación a cenar? Inmediatamente pensáis que está enfadado con vosotros. ¿Vuestro compañero de trabajo ha pasado frente a vuestro despacho sin daros los buenos días? Está claro que os mira por encima del hombro. No tenemos ni idea de la realidad de los hechos, e imaginamos lo peor. Y lo más grave es que esas suposiciones nos llevan a cambiar de actitud. Nos creamos nerviosismo, angustia. A resultas dejamos de llamar a nuestro amigo de golpe y, poco a poco, se crea una distancia. Dejaremos de darle los buenos días a nuestro compañero de trabajo, por si acaso… ¡Y poco a poco eso que no era más que una suposición se convertirá en verdadero! O, por el contario, actuaremos para cambiar nuestra hipótesis y presionamos para recuperar el aprecio de nuestro colega. A causa de una simple suposición, todo se tuerce.
Nuestras quejas finalmente se generan por un malentendido que puede que ni siquiera exista. Por tanto, es importante aprender a clarificar las cosas antes de juzgarlas y quejarnos.
Hagamos nuestra pequeña encuesta, expresemos nuestras dudas, planteemos preguntas… Pidámosle al otro que nos diga si está enfadado. Estemos dispuestos a escuchar lo que tiene que decirnos en lugar de evitar la confrontación, de sacar conclusiones demasiado rápidamente y de dejarnos llevar y refunfuñar sin un motivo real.
RECORDATORIO
- Hagamos el esfuerzo de no ceder a la facilidad que supone quejarnos. Sí, no hacerlo exige más energía, pero esa energía la recuperaremos con creces cuando nos liberemos de las quejas que nos envenenan.
- Notemos cuándo nuestras quejas ahuyentan a los demás. Aprendamos a disminuir el volumen de nuestras quejas para poder saborear la dulzura de las conversaciones nuevas que ahora serán posibles.
- Notemos cuándo tenemos tendencia a ver nuestra vida a través de esos prismáticos que dramatizan las situaciones y nos empequeñecen, y cuándo tendemos a actuar de mala fe.
- Aprendamos, por el contrario, a decir la palabra justa y a discernir entre nuestras frustraciones personales y la realidad de los hechos.
- Aprendamos a aclarar los malentendidos y atrevámonos a comunicarnos para evitar quejas basadas en suposiciones.
APRENDER A EXPRESAR NUESTRAS NECESIDADES Y FRUSTRACIONES DE OTRA MANERA
Todo el mundo se enfada, eso es fácil; pero no todo el mundo tiene la capacidad de enfadarse con la persona adecuada, con la intensidad adecuada, en el momento adecuado, por el motivo adecuado, de forma adecuada. Eso no es fácil.
Aristóteles, Ética a Nicómaco
Dejar de refunfuñar pasa por aprender a encontrar palabras para expresar nuestras frustraciones y nuestras necesidades. Lo más importante para nosotros es encontrar realmente las palabras que nos «funcionen», las palabras que van a permitir que nos escuchen y nos comprendan.
Nos quejamos porque una de nuestras necesidades no está satisfecha, y aunque a veces es posible ver el lado bueno de las cosas, cambiar nuestro punto de vista y ver la vida de color de rosa, muy a menudo es verdaderamente importante conseguir expresar ese deseo, transmitirlo a fin de generar un cambio. Es nuestro deber encontrar el modo de que nos escuchen para poderlo colmar.
¡A raíz de este desafío, muchas personas han acudido a mí para tratar de convencerme de que quejarse sirve de algo! Y yo les he contestado que compartía su opinión. Quejarse sirve de algo, estoy convencida; sirve para satisfacer una necesidad:
- De ser escuchado.
- De expresar tu frustración.
- De ser compadecido.
- De transmitir tu nerviosismo.
La verdadera pregunta que este desafío plantea es: ¿quejarse responde realmente a mis necesidades? ¿Funciona?
Testimonio
«Por una parte, me di cuenta de que me costaba expresar lo que no iba bien, y hacer que los demás respetaran mi terreno, y de que la única forma de hacerlo era quejándome y poniendo mala cara. Por otra parte siempre he visto a mi padre quejándose, y para mí, eso es símbolo de poder (cuando de hecho sería lo contrario). Es difícil modificar las creencias. Esta toma de conciencia me ha permitido avanzar realmente».
Céline
¿Habría otro modo, más eficaz, de satisfacer mis necesidades?
Puede ser muy interesante distinguir entre: por un lado, las necesidades que pueden satisfacerse sin recurrir a una tercera persona, como la necesidad de descansar que requiere, por ejemplo, que nos acostemos más temprano, y depende sobre todo de nosotros —en este caso quejarse no sirve de nada, hemos de optar por no ver esa película para meternos en la cama más pronto; la solución a nuestro problema está ahí, totalmente en nuestras manos— y, por otro, las necesidades que requieren la colaboración de otras personas para poder satisfacerlas. Si no quiero que ignoren mi necesidad, tendré que conseguir comunicarla y «convencer» a los demás de que me ayuden.
Yo fui profundamente consciente de eso cuando comprendí que necesitaba ayuda en casa. Yo necesito un mínimo de orden para vivir, y entre mis tres hijos pequeños y mi falta de interés por lo doméstico, no consigo estar atenta y ordenar todo lo que se desordena en cuanto me vuelvo de espaldas. He intentado quejarme, sin grandes resultados, he intentado ordenarlo yo misma, pero eso fue un fracaso rotundo (¡no soy una gran ama de casa!), intenté ignorar el caos, pero no era feliz… Tenía que encontrar el modo de comunicar esa necesidad y de sentirme escuchada y apoyada. Para eso recurrí a los instrumentos de comunicación no violenta de Marshall B. Rosenberg, y empecé a expresar claramente lo que me pasaba, sin reproches, ni juicios de valor. Un día, por ejemplo, entré en el salón y descubrí que el suelo estaba lleno de papelitos que se quedaron allí después de un «taller de recortables». Tuve ganas de refunfuñar porque esa misma mañana había barrido el salón.
Marshall B. Rosenberg, psicólogo y fundador de la Comunicación No Violenta (NVC: Non Violent Communication), explica en su libro Les mots sont des fenêtres (ou bien ce sont des murs),12 que si queremos comunicar sin violencia y que nos escuchen, hay que seguir las cuatro etapas siguientes:
- Describir la situación que contribuye o no a mi bienestar: «Cuando veo todos los papelitos de vuestro taller de recortables en el suelo del salón». Fijaos en que cuando describo, hablo de mí, de lo que yo veo, de lo que yo vivo. No hablo del otro y no lo juzgo. No digo: «Cuando dejas todo tu desorden por el suelo».
- Expresar cómo me siento ante esa situación: «Me siento desanimada porque yo había ordenado el salón esta mañana». Una vez más hablo utilizando el «yo» y no el «tú» y reprimo cualquier tipo de juicio. No digo: «Considero que te burlas de mí» o «Tú siempre lo desordenas todo, nunca recoges tus cosas».
- Expresar las necesidades que están en el origen de mis sentimientos: «Yo necesito un mínimo de orden para poder funcionar, sentirme feliz y disponible para mi familia».
- Expresar claramente mi petición (sin exigencias) de aquello que podría contribuir a mi bienestar. Decir las acciones concretas, con un lenguaje positivo, que querría ver emprendidas en este mismo momento (esta etapa primordial se olvida a menudo) «podrías pasar la escoba por el salón antes de cenar» (decir cuándo queremos que se hagan aumenta enormemente las posibilidades de éxito, porque vuestro interlocutor tiene una imagen clara de lo que esperamos de él).
Y a esto yo querría añadir una última etapa que es una especie de «negociación». Dado que nuestra petición no es una orden, el otro tiene todo el derecho a contestarnos «no». En ese caso hay que continuar el proceso para llegar a un acuerdo.
Las personas que me rodean saben muy bien a partir de ahora lo que quiero decir cuando digo que es necesario que lleguemos a un acuerdo. Ellos oyen mi firmeza y que asumo mi responsabilidad para satisfacer mi necesidad. Yo les digo: «No voy a rendirme ante mi necesidad, hemos de encontrar una solución», y al mismo tiempo: «Yo no voy a obligarte, seamos creativos y lleguemos a un acuerdo». A veces la persona puede rechazar mi primera petición, y sugerir otra cosa que está dispuesta a hacer, como: «Mamá, tú pasas la escoba y yo pongo la mesa».
Como podéis ver, esto exige adoptar cierta perspectiva ante nuestra propia frustración. Ya no tenemos una reacción brutal, por la fuerza. Aquí, para conseguir no quejarnos, debemos aprender a conectar realmente con nuestras necesidades y nuestras emociones para poderlas dominar. Hemos de conseguir decirnos: «En el fondo, no debemos olvidar hacer nuestra petición aceptando que quizás será negociada».
¡Intentando poner esto en práctica, seréis rápidamente conscientes de que lo que provoca vuestra queja raramente es aquello de lo que os quejáis! En efecto, constataréis rápidamente que lo que os crispa rara vez es lo que tenéis delante. Los papeles por el suelo no me crispan realmente. Podría incluso recogerlos yo misma o dejarlos en el suelo. Podría ignorar mi frustración y obligarme a ver la vida de color de rosa. Pero eso sería ignorar lo que me crispa realmente y que es mucho más profundo: la falta de colaboración para ordenar mi casa y mi necesidad de orden para funcionar. ¡Si no satisfago esa necesidad, no hay ninguna posibilidad de que pueda estar veintiún días sin refunfuñar!
Todos tenemos necesidades profundas de seguridad, de respeto, de orden, de consuelo, de descanso, de libertad, de integridad, de consideración, de pertenencia… y cuando esas necesidades no se satisfacen pasamos por diversas emociones. Si intentáis este desafío, dedicáis también tiempo a ver qué hay en el núcleo de vuestras emociones y qué necesidad no está satisfecha. La situación que os hace quejaros no hace más que revelar vuestra necesidad insatisfecha. Aprovechad entonces esta oportunidad para identificar esa necesidad profunda y reaccionar de manera eficaz.
Una cosa muy importante que Marshall B. Rosenberg nos enseña es que una emoción no es ni buena ni mala. ¡Es! No hay nada vergonzoso en sentirse asqueado, agobiado, consternado, contrariado, desmoralizado, incómodo, despojado, espantado. Es importante dedicar tiempo para definir nuestra frustración (véase la lista detallada de emociones y necesidades en pág. 175). Lo importante de este desafío son nuestras reacciones ante nuestras frustraciones. Podemos, o bien quejarnos, acusar o intentar obligar a los demás, o bien coger las riendas de nuestra necesidad, comunicarla de forma saludable y avanzar, respetando a todo el mundo. Este desafío nos invita a ser profundamente conscientes de que refunfuñar no nos permitirá satisfacer nuestra necesidad y suprimir nuestra frustración. Todo lo contrario, la alimentará.
Si tenéis pensado plantearos este desafío pero todavía tenéis dudas, formulaos estas preguntas:
- ¿Qué tipo de mensaje compartís hoy con vuestros hijos, vuestro cónyuge, vuestros padres, vuestras hermanas y hermanos, vuestros amigos, vuestros colegas y todos los que os rodean? ¿Cuánto tiempo estáis dispuestos a seguir viviendo rodeados por estos dramas, conflictos y malentendidos?
- ¿Cuánto tiempo estáis dispuestos a seguir quejándoos de vosotros mismos?
- ¿Estáis satisfechos de la vida que estáis creando? ¿Estáis contentos todos los días o sufrís y os quejáis?
- Analizad el día de ayer, la semana anterior, y decidid si estáis satisfechos del lugar que ocupan vuestras quejas en vuestra vida.
Tomad conciencia del poder de vuestras palabras en vuestra vida y en las de quienes os rodean. Puede que antes tuvierais la excusa de que no erais conscientes. Pero ahora lo sabéis, sabéis hasta qué punto os quejáis y la decisión está en vuestras manos. Podéis elegir.
RECORDATORIO
Aprendamos a utilizar las técnicas de comunicación no violenta de Marshall B. Rosenberg:
- Describir la situación sin juzgar.
- Manifestar cómo me siento.
- Decir mis necesidades que están en el origen de mi frustración.
- Expresar abiertamente mi petición y mi disposición a negociar para llegar a un acuerdo.
En los apéndices de este libro (véase pág. 175) encontraréis una lista de necesidades y de emociones creada por el Centro de Comunicación No Violenta. Esta lista os ayudará a hallar las palabras para describir vuestra frustración y vuestra necesidad de forma constructiva. En la sección «Fuentes» encontraréis también una lista de libros que os aconsejo vivamente si deseáis profundizar en este método.
SUSTITUIR NUESTRAS QUEJAS POR VALORACIONES
Como ya he explicado en la primera parte del libro, una de las razones que me empujaron a iniciar este desafío procede de mi deseo de valorar más mi cotidianidad. Dedicar tiempo a saborear todos esos pequeños momentos de mi jornada que son preciosos y deliciosos, y no dejar que mis quejas lo estropeen todo. Lo primero que tenía que hacer era tomar la decisión de estar atenta para no dejarlos pasar inadvertidos.
¿Cómo estar en paz a partir
de ahora?
Haciendo las paces con el momento presente.
El momento presente es el terreno de juego en el que se juega la
vida.
En efecto, ella no puede jugarse en ninguna otra parte.
Una vez que habéis hecho las paces con el instante presente,
observad lo que sucede, lo que podéis hacer o escoger hacer, o
mejor, lo que la vida hace en vosotros.
El secreto del arte de vivir, el secreto del éxito y la felicidad
se resume en cinco palabras: hacerse uno con la vida.
Hacerse uno con la vida, es hacerse uno con
el momento presente.
En ese momento, os dais cuenta de que no sois vosotros quienes
vivís vuestra vida, sino la vida quien os vive.
La vida es el bailarín y vosotros, el baile.
Eckhart Tolle, Nouvelle Terre, Ariane, 200513
Nuestro cerebro es un órgano fantástico. Absorbe y procesa toneladas de datos.
Y sin embargo, lo sabéis muy bien, no tenemos «conciencia» permanente de lo que nuestro cerebro está haciendo y almacenando.
De hecho, es nuestra atención lo que determina aquello de lo que tenemos conciencia. Nuestra atención es un poco como un radar que se pone en marcha. Un radar que recoge determinada información y la coloca frente a nuestra conciencia, como un gran foco que ilumina ciertas cosas para que las veamos claramente. Eso que el radar pone en evidencia se convierte en nuestra realidad. Podemos optar por dirigir el foco sobre todo aquello que hace «difícil» nuestra vida, que nos ralentiza, nos bloquea, nos limita, nos frustra, o bien podemos optar por dirigir la luz sobre todo lo que funciona, todo lo que es bonito y agradable en nuestra vida.
Además nuestra conciencia actúa un poco como un imán. Si nuestro radar «nada va bien» está en marcha, entonces nuestra atención se concentra en detectar y colocar el foco en todos nuestros problemas. Este radar es agudo y eficaz. Y muy a menudo, cuando está encendido, corremos el riesgo de atraer aún más quejas a nuestra vida (probablemente porque nos hemos colocado en esa disposición de ánimo). Mientras que si por el contrario está encendido nuestro radar «todo va bien», tenemos la oportunidad de atraer más motivos para ser felices.
Nuestra experiencia de cada instante de nuestra jornada depende de nuestro radar, de nuestra conciencia. Ya que finalmente, según aquello que enfoque nuestro radar, podemos pasar una jornada muy agradable o espantosa.
Sed, a partir de ahora, vuestro amigo número uno. Cuando os dispongáis a hablar mal, cuando un sentimiento de ira os invada, pensad: «¿Me gustaría que los efectos de este pensamiento volvieran a mí y se manifestasen en mi vida?». Detenedlo inmediatamente y sustituidlo por su opuesto luminoso.
Marcelle Auclair, Le libre du bonheur, Seuil, 2003
Esa es exactamente la razón por la cual yo he querido empezar este desafío. ¡Quejándome, me colocaba en situaciones en las que se me presentaban multitud de razones para quejarme!
He aquí un dibujo (véase pág. 85) que ilustra una mañana vivida durante el desafío, una mañana en la que tuve que escoger qué radar quería poner en marcha. Dejad que os lo cuente…
Había olvidado sacar la basura. Al oír que el camión entraba en mi calle, salí corriendo en pijama y descalza, y con las prisas me hice daño en el pie y volqué la basura. En aquel momento, sentí realmente que estaba en una encrucijada y que podía escoger el camino. La reacción «normal» habría sido refunfuñar… y sin embargo escogí no dejarme llevar y no empezar una jornada con mal pie.
AYUDA
Utilizad vosotros también esta imagen del radar para ayudaros en este desafío. Si sentís que el radar de la queja se ha puesto en marcha automáticamente, respirad profundamente y haced el gesto de encender el radar de la valoración presionándoos la frente, entre los ojos (en el lugar de vuestro tercer ojo).* El gesto os ayudará a acceder a la sabiduría que hay en vosotros, esta parte vuestra que tiene ganas de mostrarse «zen» y de saborear la vida.
* El tercer ojo es una metáfora mística oriental referida a la mirada que responde al conocimiento de uno mismo. Generalmente, se le sitúa en la frente, entre las cejas.
En su libro A Complaint Free World, Will Bowen14 habla de todas las ocasiones de nuestra vida en las que utilizamos expresiones del tipo: «¡Evidentemente!»; «¡Eso me pasa siempre!»; «¡Verdaderamente no tengo suerte!». Y es verdad que, antes del desafío, mi radar de la queja estaba encendido demasiado a menudo y se me podía oír decir:
- ¿Cómo, otra vez?
- Naturalmente, yo pido ayuda y nadie viene a ayudarme…
- Estaba segura de que pasaría esto, lo había dicho y sin embargo me toca a mí solucionar el problema.