CAPÍTULO I
La entrevista con lo
desconocido
Ya eran las ocho de la noche en el 344 Rodney St. en Brooklyn en frente del parque, se hallaba un apartamento en donde solo habitaban una madre desesperada por buscar empleo y su hija de ocho años. Clara Winter, estaba segura de que no había nada más importante en el mundo que aquella pequeña, a quien le estaba dando un beso de buenas noches antes de ir a dormir.
Se detuvo en la puerta para observarla por un rato mientras que el movimiento de su respiración se podía notar fácilmente por el movimiento de las sabanas que subían y bajaban a una velocidad sorprendente. Para ella, todo lo que hacía su hija era sorprendente. Durante ocho años no había visto nada más interesante que las cosas que su pequeña hacía o dejaba de hacer a pesar de su edad.
Se había detenido a contemplarla desde la puerta de su habitación, por donde penetraba suavemente la luz del comedor.
Estaba convencida que ningún momento sería tan maravilloso como aquel en el que pudiese ver a la niña dormida entre sus sabanas de color rosa favoritas a la espera de un nuevo día que la trasladaría a experiencias nuevas y entretenidas, la hora de dormir, el haber compartido con ella.
Así funcionaba su imaginación cuando se trataba de su hija. No había momentos malos, ideas equivocadas, ni errores. Todo lo que envolvía a Karen se traducía como positivo y Clara Winter no tenía ánimos de pensar lo contrario.
Estaba segura que podría quedarse allí el tiempo que fuese necesario para verla dormir. Antes de eso, nunca había sentido algo tan grande como el amor que sentía por su hija, algo que le agradecía al bastardo que la dejó con un bebé en el vientre.
No importaba ya lo que había hecho, ni la depresión que la invadió al ser abandonada por aquel hombre cuyo nombre siempre evitaba mencionar incluso entre pensamientos. Con una sonrisa en el rostro, mientras observaba a su pequeña acostada, sentía una especie de alivio al contemplarla y pensar que fue el único gran regalo que le había dejado aquel individuo.
Respiró profundo, dejó caer los brazos que tenía entrecruzados en su pecho para regresar al mundo del desempleo, el cual, de nuevo, había tocado a su puerta para tenerla lo suficientemente preocupada por el futuro.
El dinero de su liquidación se estaba acabando, las deudas pronto comenzarían a acumularse y su pequeña notaría que ella no estaba yendo al trabajo por enésima vez. No se encontraba segura de cómo abordar esa situación.
Se apartó de la puerta para cerrarla cuidadosamente con el fin de evitar algún ruido que pudiese perturbar el sueño de su hija. En lo que terminó de hacerlo, volvió a dejar escapar un suspiro y tomar una bocanada de aire para sumergirse en las aguas del estresante mundo que traía el desempleo.
—De acuerdo, hay que volverse dijo, debo resolverlo todo de nuevo.
Se alejó de la puerta y caminó hasta el comedor, para acercarse a la mesa y meterse de nuevo en el navegador que yacía encendido esperando por su regreso. No vivió en esa época en la que debía buscar trabajo en periódicos, entre los clasificados, salir a la calle a buscar anuncios de empleo ni hacer llamadas incomodas para saber si había alguien dispuesto a contratarla.
Estaba en el siglo XXI, en donde todo estaba a un clic de distancia. Se arrepintió por unos segundos, porque pensaba que las cosas en el pasado habrían resultado más sencillas, tal vez, solo tal vez lo habría hecho.
Se sentó en frente de su portátil, en donde había escrito en el buscador «empleos en Brooklyn». Tenía la intención de encontrar uno que estuviese los suficientemente cerca de su hogar para evitar llegar tarde todas las noches o dificultar las entradas y salidas diarias con el tráfico, la falta de transporte o las incomodidades de la vida cotidiana de una persona sin los ingresos suficientes para comprarse un helicóptero o no necesitar un trabajo.
Comenzó a bajar en los resultados que le había arrojado el computador, en donde sólo se podían observar enlaces que le enviaba a otras páginas de empleos.
Abrió en varias pestañas esos que le llamaban la atención. Algunas, de letras del característico azul del hipervínculo de internet para acceder a ellos con el optimismo aferrado al pecho; debían contratarla, sí o sí.
Los ojos le dolían y soportaba la necesidad de llevarse las manos a la cara para apretarse los parpados e infligirse un sutil dolor capaz de calmar el cansancio que creía que la tumbaría sobre el teclado del computador.
«Vamos, Clara, esto no es nada» Pensó. Ya habían pasado varias semanas de su último empleo, y varios meses del que estuvo antes de ese, unos años del anterior al anterior... Bailaba de oficio en oficio con la intención de darle el mejor estilo de vida a su hija quien, estaba segura, se lo merecía a toda costa.
Ya había atravesado diferentes empleos, tantos que perdía la cuenta. Había hecho de todo sin ningún problema, siempre pensando en lo mejor para ella y para Karen. Se concentraba únicamente en la necesidad de conseguir dinero. Clara observaba las cosas de cierta manera peculiar. Su único deseo era poder complacer todo lo que su hija quisiera, el único motivo de su existencia.
Ya hacía ocho años atrás desde que se enteró que su pequeña venía en camino. Lo recordaba como si acabase de suceder. Estaba tranquila en la escuela de administración de una universidad de un pequeño pueblo del país. No tenía pensado irse de allí, las cosas que le prometía la vida cómoda eran sencillamente buenas para no tomarlas en cuenta sin pensarlo demasiado.
Estaba en la cúspide de su juventud: hermosa, joven y activa. Era parcialmente popular, tenía buenas amistades y las personas se acercaban a ella para buscar conversación porqué era una mujer realmente agradable, claro, todavía lo es, pero en ese entonces, no tenía nada en qué colocar su mente aparte de sus estudios y su vida social.
Su pareja le prometía el cielo, ella se lo creyó inocentemente. Estaba enamorada y pensaba que compartiría el resto de su vida con aquel hombre. Era un joven apuesto, alto, de ojos marrones y cabello negro. Clara se sentía abrumada por todos esos detalles que su hija heredó de él, que, bien no le traían recuerdos del irresponsable padre, le hacían sentir que la justicia divina no existía.
Le entregó su virginidad, que tan afablemente había protegido para el hombre indicado. Por un tiempo pensó que esos serían los mejores años de su vida, que lo tendría todo y que estaría feliz para siempre. Pero, de repente, un día en el que su ciclo menstrual se interrumpió, las cosas fueron perdiendo sentido.
—Mike, estoy embarazada.
Clara estaba al teléfono, con la prueba de embarazo en la mano y las bragas abajo estiradas entre sus piernas. No sabía qué hacer. Sus padres no estaban para ayudarla, se encontraba sola en el mundo y el único ser al que podía acudir, le dijo todo lo que no quería escuchar.
—¿Es en serio? ¿Estás segura de eso?Dijo Mike, sin ningún tipo de emoción en su voz.
Clara percibió de inmediato que algo no andaba bien. Podría ser que estuviese sorprendido y solo necesitaba tiempo para digerir la información. Incrédulamente le otorgó el beneficio de la duda.
—Sí, Mike, estoy segura de eso.Confirmó Clara, sin quitar la mirada del pequeño aparatito que parecía rotulador. Tengo la prueba de embarazo en la mano.
Mike estaba en su habitación viendo televisión cuando aquella noticia le golpeó la puerta. Apagó el televisor en lo que Clara le confirmó sus sospechas, y comenzó a dar vueltas con el teléfono en el rostro buscando una respuesta a todo eso. No quería tener hijos, no estaba preparado para la responsabilidad de ser padre.
Trató de calmarse, pero la angustia se apoderaba más y más de su cuerpo. Necesitaba salir corriendo, huir de ese lugar, quitarse el problema de encima. En ese instante, recordó que habían formas de deshacerse del «problema».
—Debes abortarlo, Clara.
—¿¡Qué!? ¿cómo que «debo» abortarlo?
—Sí, necesitas hacerlo. No puedo ser papá de ningún niño, no estoy listo para eso.
—Mike, pero podemos hacerlo juntos. Tú y yo.
—¡No Clara! ¡No! Ya dije, abórtalo.
—Mike, esa no es tú decisión.
—Claro que sí, yo soy el hombre, yo decido.
—Mike, estás asustándome.
—No me importa Clara, ahora mismo voy para tu casa para ir a hacerlo.
—No Mike, no…
Mike colgó la llamada, dejándola con el corazón en la garganta y aterrada por completo. No tenía amigas reales a las cuales acudir, cosa que descubrió por las malas.
Les pidió ayuda a las que frecuentaban con ella, para darse cuenta que una a una fue apoyando la moción de Mike de abortar al no nacido. No sabía qué hacer. Era un pueblo más o menos pequeño.
Las personas se conocían, las cosas saldrían a la luz en cualquier momento. Sí lo hacía, corría muchos riesgos que solo le atañían a ella, si no, cabía la posibilidad de ser juzgada. No conocía a nadie que hubiese pasado por eso; solo no lo notó.
Ella ignoraba por completo que el aborto era una práctica común desde la secundaría. Las mujeres de su pueblo, por lo menos las jóvenes, desarrollaron la necesidad de ser extremadamente irresponsables y ella, Clara Winter, no estaría dispuesta a hacer lo mismo. Pero, seguía insegura. Aun sentía afecto por Mike, quería estar con él y confiaba en que era un hombre bueno atravesando un momento difícil.
A Mike solo le interesaban dos cosas, su carrera como futbolista y su deseo de triunfar como deportista. Había ingresado a la universidad con una beca por lo que no desperdiciaría su oportunidad de éxito por un simple bebé. Clara sentía que ella compartiría ese sueño con él, lo que la motivaba a apoyarlo día tras día. Él sería quien conseguiría su sueño, ella, ya estaba cumpliendo el suyo: estar con el hombre de su vida.
Eran aspiraciones sencillas, y de una crianza arcaica. Creía que lo tenía todo resuelto, pero se equivocó.
Mike la fue a buscar a la casa de su fraternidad. Clara, se encontraba indecisa, confundida, sin ningún plan en mente más que esperar que aquel pequeño naciera. Confiaba plenamente en que Mike cambiaría de parecer en cualquier momento.
Al llegar, empujó la puerta con fuerza para abrirla e impuso su presencia con un aire agresivo y amenazador.
—Vámonos, Clara.
Mike la cogió por el brazo con fuerza, rompiendo la concentración de Clara y obligándola a quejarse del dolor.
—¡Mike! ¡Me estás lastimando!
—Apúrate Clara, debemos salir de esto cuanto antes.
Mike, prácticamente la arrastró hasta su coche. Estaba encendido, esperando por el regreso de sus pasajeros, detenido entre la acera y la calle, como si quien lo estacionó no supiera hacerlo bien.
—¡Mike! ¡Suéltame! ¡Mike! ¡Me estás lastimando, es enserio!
Clara no le quitaba la vista a su pareja, mientras que él todavía no la había visto a los ojos. Tenía la mirada fija en su camino, decidido, firme, iracundo. Estaba molesto con Clara por haber quedado embarazada, porque era culpa de ella, por no ser inteligente, por no estar preparada.
Ella, estaba contemplando las cosas desde otra perspectiva. Sentía que el hombre que creía conocer no era quien realmente creía que era. A pesar de estar aterrada, seguía luchando por su libertad, hasta que decidió dejar de sentir miedo y enojarse lo suficiente como para acudir a las fuerzas que sabía que tenía.
—¡Mike! ¡Detente!
Clara, presentó resistencia hasta poder zafarse de las garras de su novio, y confrontarlo.
—¡¿Qué demonios te sucede?!añadió Clara mirándolo con una furia incontrolable en los ojos.
—¿Qué demonios me sucede? Clara, estás embarazada. ¿Qué demonios te sucede a ti?Dijo Mike, haciéndole saber que le estaba echando la culpa a ella.
Clara estaba atónita con la lógica de su novio. No parecía estar bromeando, claro, no era precisamente el tipo de cosa con la cual se bromearía. Pero, sus palabras cargaban un ímpetu agresivo. Se notaba que estaba decidido a hacer lo que fuera para deshacerse de aquel pequeño.
—¿Estás diciendo que todo esto es mi culpa?
—Claro que lo es. Si no, ¿de quién más?
—¿Cómo demonios me vas a preguntar esa estupidez? Esto fue culpa de los dos, maldito imbécil. ¿Qué demonios te sucede? ¿Eres retrasado?Exclamó Clara completamente furiosa. La afirmación de Mike le pareció la gota que colmó el vaso, uno al que le estaban sirviendo un líquido execrable.
Mike, al ver que no podría confrontar a Clara sin acudir a la violencia, comenzó a amainar su furia para apelar a la razón de su chica, porque de no hacerlo, sería mal visto por las personas que observaban a su alrededor desde sus ventanas, como si no estuviesen allí, pero que era evidente que los veían mientras juzgaban lo que estaba sucediendo como si fuese problema suyo.
Quería evitar cualquier posible espectáculo, ya que ambos eran conocidos en la comunidad, más que todo él, quien llevaba todavía la chaqueta del equipo de futbol, que, egocéntricamente se colocó antes de salir de su habitación porque sabía que lo reconocerían con ella.
—Mi amor, Clara. Oye, debemos hacerlo.Dijo Mike, tratando de sonar lo más razonable posible, no podemos tener un hijo. Tenemos un futuro por delante.
—¡Mi amor nada! Mike.
Mike se acercó rápidamente haciendo sonidos con su boca para que bajara la voz.
Durante varios minutos discutieron, Mike, intentando controla la situación que él mismo había complicado desde un principio y Clara, escandalizándose más y más por las peticiones irracionales de su novio. Palabras tras palabras, ella dejó en claro que no quería saber más nada de él, que se alejara.
Mike aceptó luego de negarse un par de veces, para luego marcharse del lugar con la misma ira con la que llegó. Luego de eso, Clara no lo volvió a ver. Ella, se las arregló para irse de aquel lugar que no le prestaba ningún apoyo y se marchó al estado de Nueva York buscando una nueva vida.
Y, luego de tantos años, trabajos y decisiones difíciles, se encontraba de nuevo, sentada en frente del computador, observando sus posibilidades laborales, esperando la respuesta de personas que nunca había visto para trabajar de algo que no le prometía surgir. Ella no culminó sus estudios por ello mismo, lo que le hizo sentirse incompleta.
Ya una vez abarcada la pantalla con diferentes enlaces, todas de motores de búsqueda de empleos, accedió a la primera que abrió, luego a la siguiente y así sucesivamente. Solían actualizarse cierta cantidad de tiempo y ella lo sabía, lo que le hizo creer que su trabajo podría ser eso, buscar otros trabajos. «No sería tan mala idea pensó después de todo, muchas personas son holgazanas».
La luz del monitor alumbraba su rostro agotado, mientras continuaba buscando diferentes títulos de diferentes empleos.
De vez en cuando levantaba el torso, se erguía, tronaba los huesos de su espalda y sentía que se estaba estirando, movía su cuello, para lego tomar aire como si necesitara oxigeno suficiente para no quedarse dormida. Cerraba fuertemente los ojos para quitar el agotamiento de sus parpados; le resultaba tedioso buscar tanto.
Secretarias, asistentes, ayudantes, recepcionistas, profesoras… buscaba lo más sencillo, algo que ya hubiese hecho en el pasado para poder adaptarse con facilidad y conseguir el dinero cuanto antes.
A pesar de su intención de querer trabajar, el estar allí sentada le quitaba el ánimo. Clara Winter nunca fue una mujer sedentaria, mucho menos luego de tener a su hija a los veintidós años. Desde ese entonces, siempre ha trabajado duro para salir adelante y darle el nivel de vida que su hija se merecía.
Se levantó, sacudió su cabeza, necesitaba moverse. Quería poder hacer algo que le despejara la mente lo suficiente como para continuar sin tener que acostarse, debía conseguir el trabajo adecuado, esa noche era la noche, no debía postergarlo más.
Fue hasta la habitación de su pequeña para verla nuevamente y llenarse de ánimos. Se acercó a ella, le dio un beso en la frente y regresó a su labor.
Con eso le fue suficiente, no necesitaba más nada, ya que el pensar en no poder satisfacer sus necesidades le procuraba una desesperación que le atormentaba, ayudándola así a tomar las mejores decisiones.
Regresó hasta el computador para releer de nuevo los artículos que habían publicado con anterioridad.
«Me gustaría poder trabajar con ustedes. Tengo experiencia en el campo, he sido secretaría en diversas empresas y podría cumplir con sus exigencias» Escribió en una de las muchas ofertas de trabajo. No pudo evitar pensar que con eso sería suficiente y continuó su pesquisa de empleo.
Se postuló a otros a pesar de no tener experiencia en el campo. Estaba segura que no era correcto realizar un trabajo del que no sabe nada por muchos motivos de calidad de empleo, pero, no estaba en posición de desechar esa oportunidad. Su hija necesitaba comer y ella debía tomar una decisión.
Continuó con su búsqueda, se estiró para tronar de nuevo los huesos de su espalda sin lograr hacerlos sonar, aunque sintió un alivio momentáneo que le permitió proseguir. Bajó de nuevo la página que visualizaba para encontrar otras opciones de trabajo. Se detuvo en aquellas que llamaban su atención por el salario que prometían, el lugar y la facilidad del empleo solicitado.
Tanteó tres opciones más antes de encontrarse con una que le llamó la atención. Tenía pocos minutos de haber sido publicado y Clara sabía que, mientras más reciente, más posibilidades tenía de conseguirlo. Este decía: «Se solicita mano derecha y en la descripción colocaban:
«Se busca alguien con experiencia, de no tenerla, que nos asegure de tener la intención de trabajar dando lo mejor de sí. Buena presencia, que pueda atender el público, hacer recados, responder llamadas, entre otras cosas designadas a la atención y a la asistencia. Horario de oficina, pero se puede negociar uno mejor. El sexo del postulante es indiferente. Por favor, aplicar de estar dispuesto a trabajar arduamente.»
El sueldo que planteaba era lo suficientemente atractivo como para dejar en ridículo a cualquier otro que pudieran ofrecerle para ser secretaria.
Estaba segura que era sobre eso, «mano derecha» parecía una forma peculiar de llamar a una asistente, pero eso fue lo que, en primera instancia, le llamó la atención. Bajó un poco más y pudo ver la dirección; 221 Manhattan Ave, Brooklyn NY. Estaba a unas cuantas calles de aquel lugar, lo que lo hacía encajar perfectamente en lo que pedía. Se postuló.
Ya con ese último tenía seis trabajos para esa noche y un total de treinta y tres en la semana. «No hay forma en que ninguno me llame» pensó, cerrando el navegador. Estaba segura, por completo, de que alguno habría de contactarla, sabía que no podía ser tan desafortunada, esperaba que todo saliese bien.
Se levantó luego de cerrar todos los programas que llevaba abiertos y la portátil para hacer lo que le correspondía. Levantó su muñeca para ver la hora, para darse cuenta que no llevaba reloj por lo que hizo un corto viaje hasta la cocina para verlo por el microondas. Marcaban las once de la noche en horario militar. Sacó cuentas con los dedos desde las tres de la tarde, porque era el único número que recordaba,
—Quince horas esigual a tres de la tardese dijo, para luego continuar su cuenta mentalmente mientras veía los dedos de su mano para llevar el orden adecuado.¡Oh mierda!Exclamó.
Recordó que debía preparar las cosas que se llevaría Karen para el día siguiente. La ropa, los cuadernos que debería usar en el colegio. Su pequeña no necesitaba de ese tipo de ayuda, pero, Clara insistía en hacerlo de todos modos a pesar de las constantes peticiones de su hija en que no lo hiciese.
Fue entrando cuidadosamente en su habitación y revisó en el armario las prendas que consideraba se podría poner, para doblarlo, en completa oscuridad, y dejarlo todo perfectamente acomodado la silla que estaba en frente a su escritorio. Cogió el morral favorito de Karen e introdujo en él los cuadernos que le correspondían para ese día. Una vez terminado su ritual, salió con el mismo cuidado que tuvo al entrar.
Ya todo estaba listo, por lo que solamente le faltaba acostarse a dormir. Las luces apagadas, su hija dormida, las cosas del día siguiente preparadas, no le hacía falta nada, así que cruzó el pasillo que dividía la sala de aquel pequeño apartamento de las únicas dos habitaciones que tenía.
Al hacerlo, se topó con su reflejo que colgaba en la pared. Era un pequeño espejo decorado con macochenes cubiertos de pega blanca de los cuales se leía «The world’s best mom» que Karen le habían regalado el día de las madres.
Se detuvo en frente de él para apreciarse.
—Vaya que estás vieja, Clara.Se dijo al notar unas cortas líneas de expresión a los extremos de sus parpados. Necesitas dormir más, antes solías ser bella.
Su rostro no era la personificación de la edad, aunque el pasar de los años se evidenciaba lo suficiente en él para decir que no era ya una chica de veintidós años. Se consoló pensando que no había forma en que fuese una madre soltera con un cutis perfecto cuando se trabaja tan duro para mantener una familia de dos sin la ayuda de más nadie.
Una vez pensado eso, consiguió consolares y se pasó los dedos por las líneas que había visto en su rostro como si fuese posible borrarlas tan fácilmente. Le sonrió a un reflejo demacrado por el sueño y continuó su camino hasta el cuarto en donde se propuso a acostarse sin pensar en más nada.
Las horas durante la noche pasaron tan rápido que parecía haberse despertado apenas cerró los ojos. No sentía haber descansado, pero sabía que ya era hora de levantarse por el sonido recalcitrante del despertador a su izquierda. Estiró el brazo y lo dejó caer sobre el endemoniado aparato con el fin de hacerlo callar de una buena vez por todas.
Bajó los pies de la cama, respiró profundo y se paró llena de entusiasmo. Caminó hasta la cocina para darse cuenta que Karen ya se encontraba despierta, vestida con la ropa que su madre le había acomodado la noche anterior, montada sobre una silla tratando de alcanzar el cereal de la alacena.
—¡Oh! ¡Mamá! Ya te levantaste. Buenos días.Dijo la pequeña dándose la vuelta para verla y luego agregar con cierto grado de culpa y un tono de voz vacilante, pero despuésse explicó con total naturalidad: estaba buscando el desayuno, no quería levantarte.
—Karen, pero podías haberme despertado, es mi trabajo atenderte en las mañanasManifestó Clara, acercándose al estante que su hija intentaba alcanzar y le preguntó: ¿Este?señalando el cereal que su hija prefería.
—Sí, ese.Respondió Karen.
La pequeña se bajó de un solo salto y arrastró la silla que era prácticamente de su tamaño hasta la mesa para sentarse.
—Pero te veías muy cansada mientras dormías, mamáAñadió la niña mientras se acomodaba para recibir su desayuno.
—Hija, no tienes que pensar en eso, si siento que no me puedo levantar, trataré de hacerlo de todos modos.Le dijo Clara mientras sacaba un plato hondo de la alacena de al lado, de color morado claro en el que siempre comía Karen.
Se acercó por detrás de su hija y lo colocó en frente con una cuchara de Bob Esponja.
—Ten.Agregó al colocar el plato en frente de ella y vertiendo allí el contenido del cereal, para luego continuar hablando: Para la próxima, me levantas, así me vea cansada o no. ¿De acuerdo?
Clara Winter se dio media vuelta a la vez que Karen se comía unidad por unidad el contenido que yacía dentro de su plato a la espera de su madre. Esta, se acercó a la nevera, tomó la leche, la agitó un poco para luego servirla en donde acababa de echar el cereal.
—¿Sí?insistió Clara, esperando la respuesta de su pequeña, quien estaba concentrada en mantenerse callada para no darle la razón a su madre.
—Sí. Mamá, pero es qué,manifestó en un tono de queja, para luego agregar: no tienes que estar haciendo de todo, yo también puedo ayudar. ¿Sabes?
—Lo sé, pero soy tu madre y mi trabajo es atenderte mientras pueda hacerlo. ¿Quieres quitarle el trabajo a mamá?Preguntó Clara viéndola desde arriba esperando a que su hija levantara la mirada y le respondiera.
—No…le dijo, subiendo su rostro para verla a los ojos y añadir con el mismo tono en el que se accede a algo que no se desea acceder: no quiero quitarte el trabajo mamá.
—Perfecto, entonces sigo siendo la empleada del mes.Agregó jocosa.
Clara regresó a la alacena para tomar otro plato hondo, su cereal y colocarlo en la mesa para sentarse a su lado. Cogió la caja, lo vertió en el plato y luego agregó la leche hasta casi rebozarlo.
—EntoncesDijo Clara al introducirse una cucharada de su desayuno¿Qué piensas hacer hoy? ¿Hiciste tu tarea?Preguntó mientras caminaba.
—Sí mamá. Hice mi tarea anoche, ya tengo todo listo para el día y pienso que podré jugar en paz en el parte sin que nadie me moleste.Expresó la niña con un tono de madurez que su madre había tardado en asimilar una vez comenzó a hablar así años atrás.
Clara terminó de masticar su bocado para preguntarle al respecto, a causa de que sus palabras le parecían dignas de preocupación.
—¿Sin que te molesten? ¿A qué te refieres con eso?dijo, bajando la cuchara para colocarla en la mesa.
Karen levantó el rostro para ver a su madre. No mostraba ninguna señal de miedo o de incomodidad, no como su mamá esperaba que hiciera al mencionar que la molestaban en el colegio. Clara solamente deseaba velar por su seguridad.
Antes de que su pequeña le respondiera, ya estaba imaginando el escándalo que escenificaría en el colegio, lo que diría, haría… todo en su mente estaba fríamente preparado para defender a su pequeña cría.
—No es nada, mamá. Es que los niños no me agradan y están todo el día corriendo de un lado a otro. Las niñas, no hacen nada divertido así que me aburro con ellas. Cuando salgo al parque puedo estar tranquila, acostada, viendo las nubes pasar, pero, a veces, llegan y me molestan para hablarme de cualquier cosa, como si yo quisiera hablar de eso. ¿Sabes? No quiero estar hablando con los demás, mamá.Dijo Karen quejándose de sus compañeros con total seguridad en sus palabras.
Clara no esperaba que su hija se sintiese agobiada por los demás. Sintió alivio al saber que no se trataba de algún problema con bravucones o algo por el estilo.
Miró como su hija no demostraba ningún tipo de señal con respecto a eso, y la forma en la que continuaba comiéndose su cereal como si más nada en el mundo importase. La niña, se llevó la cuchara rebosada del contenido del plato a la boca y la observó directamente a los ojos.
—¿Qué pasa mamá?Preguntó la pequeña.
—Nada hija.
—Bien.dijo, retomando lo suyo.
—Entonces, no te gustan los niños ni niñas de tu escuela.Añadió Clara para confirmar.
Karen levantó de nuevo la mirada.
—Para nada, podría estar tranquila si ellos no quisieran tratarme.Agregó.
—¿Cómo sabes que quieren tratarte?
—Porque todo el tiempo están preguntando qué me gusta, qué cosas hago para divertirme. No sé, solamente no quiero hablarles. A mí me gusta estar tranquila, mamá.
—Entiendo.
La pequeña, a pesar de todo, continuaba siendo eso, una pequeña niña de ocho años llena de inocencia. Aun no conocía muchas cosas del mundo, su vida se enfocaba únicamente en levantarse, comer, asistir al colegio y regresar a casa a distraerse con lo que hallase apto para su edad. Clara, la observaba con orgullo y felicidad, estaba contenta de tener una hija maravillosa y eso se evidenciaba en su forma de apreciarla.
—¿Madre, qué harás tú hoy?
Clara sintió como su concentración se veía interrumpida por el mundo real. Levantó la mirada para responder.
—¿Qué voy a hacer? Pues, iré al trabajo…dijo vacilante. Tú sabes, lo mismo de siempre.
—¿En serio, mamá?
—Sí hija, ¿qué otra cosa podría ser?
—Pues, dejaste encendida la portátil y vi que estabas buscando trabajo mamá.
—Vaya, no esperaba que lo vieras.
—No quería decirte para que no creyeras que no hago nada bienAñadió Clara.
—No importa, madre. Te lo digo porque tienes un mensaje.
—¿un mensaje?
—Sí, un mensaje. Dice: respuesta a la solicitud de empleo, o algo asíDijo indiferente, llevándose otro bocado de cereal.
—¡¿En serio?!
Clara, buscó con la mirada la portátil al notar que no estaba en donde la había dejado a la noche anterior. La consiguió rápidamente a unos pasos del comedor y se levantó de inmediato para ir hasta la computadora que se encontraba sobre la mesa en frente del televisor de la sala, seguramente Karen la habría llevado hasta allá.
Se sentó en el sofá desgastado, se puso el computador en las rodillas y comenzó a buscar el mensaje que su hija dijo que había abierto.
—¿Karen? En donde viste el mensaje.
—En la página que dejaste abierta, mamá.
Clara comenzó a buscar en las pestañas de la noche anterior y esperó a que cargase. Le intrigaba saber cuál de todas le había respondido. Por su menté pasaron varios de los empleos que le parecían interesante mientras que la pagina tardaba en cargarse. El entusiasmo se convirtió en apremio; la espera más larga en toda su vida. ¿Quién habría sido?
En lo que terminó de cargarse la página, pudo ver de quien era la respuesta, la cual decía así:
«RE: Se solicita mano derecha. (Respuesta a la solicitud de empleo)
Buen día, si desea el empleo, debe presentarse en el 221 Manhattan Av. en Brooklyn a las 10:00am. Por favor, ser puntual.»
Le pareció que la respuesta era un tanto intrigante, no decía si le había gustado su solicitud o si estaban dispuestos a contratarla, pero, la verdad no le importaba. Era una respuesta, algo que no había recibido en semanas. Estaba convencida de que era una buena señal y estaba dispuesta a aparecerse por aquella dirección para dar lo mejor de sí.
—Vaya, esas son buenas noticiasse dijo así podré salir de todas estas de una vez.
—¿¡Qué!? ¿Dijiste algo, mamá?
Karen gritó desde la mesa de la cocina interrumpiendo su importante ingesta de alimentos, hastiada por las constantes interrupciones que se presentaban ante el consumo de su manjar matutino.
—Nada, hija, sigue en lo tuyo.
—Está bien.
Clara observaba con cierto brillo en los ojos la respuesta de aquel mensaje. Hasta ese momento no sabía siquiera de qué se trataba el empleo para el que se había postulado, pero de cierta forma se sentía agradecida de que no fuese aquel en que le pedían algo de lo que ella no tenía conocimiento alguno.
Luego de contemplar con alegría y entusiasmo la pantalla del computador como si esta fuese a darle una palmada en la espalda para felicitarla.
Se levantó de un solo jalón para ir corriendo hasta su cuarto para darse una ducha y vestirse con sus ropas de entrevista de trabajo. Era una prenda que demostraba lo mejor de sí, la hacía ver segura, profesional, sensual e inteligente. Le quitaba cierta cantidad de años de encima.
Se metió al baño, abrió la regadera, sintió como el agua fría penetraba su piel y le agitaba la respiración; había olvidado encender la calefacción, pero, no le dio importancia, terminó de asearse rápidamente y se fue para su armario a sacar lo que ya sabía que usaría.
En menos de media hora ya estaba lista. Karen, había esperado a su madre sentada en la mesa, habiéndose servido otro poco de cereal.
—¿Lista madre?
—Sí, lista.Clara sonrió.
Clara salió de la habitación con un nuevo rostro, alegre, llena de vida. La noticia de su nuevo trabajo parecía llenarla de algo que no había experimentado en semanas, la capacidad de ser útil para su pequeña.
No soportaba la idea de quedarse todo el día en casa esperando a que algo sucediera, ahora estaría afuera, produciendo dinero para conseguir lo que ella y su hija necesitaban.
—Vámonos entonces.
Luego de dejar a su hija, en unos pocos minutos, estaba ya en su destino. Eran las nueve y cincuenta de la mañana. Justo a tiempo para su cita para el puesto que desconocía.
La pagó al chofer, se bajó y observó las calles a su alrededor. Las paredes del edificio que suponía debía entrar, no tenían un color en específico que pudiese describir, sino que se podía detallar con: «el de la pared de ladrillos» Al lado podía ver uno rojo y al otro uno marrón
Se acercó a la puerta de vidrio, tocó el botón del intercomunicador que señalaba el único título que decía «Oficina» del resto que eran apartamentos y esperó a que le respondieran.
Allí estaba Clara Winter, viendo a su alrededor esperando a que nadie le respondiese. Al cabo de varios minutos, y pensando que la espera solamente intervendría en su puntualidad a la hora de llegar. Estaba a punto de irse, le había dado la espalda a la puerta, a unos pocos segundos luego de eso, la puerta se abrió desde adentro.
—¿Vas a entrar?dijeron a sus espaldas.
Se dio media vuelta al reaccionar al sonido de esa voz desconocida tras entender a la perfección a que se refería. Podría entrar, por lo menos.
—Sí, voy a entrar.Dijo con un tono de alivio en la voz.
Se acercó a la puerta que aquella desconocida estaba sosteniendo para ella, vio rápidamente el número que marcaba el intercomunicador que decía «oficina» y entró rápidamente.
Ya adentro, se dispuso a subir las escaleras, debía encontrar el número 115 que era en dónde se encontraría dicha oficina. De inmediato dudó que aquel edificio tuviese más de cien puertas, pero tal vez solo era un número puesto al azar.
Caminaba por los pasillos sintiendo la presión que le ocasionaba la humedad en las paredes. El edificio había sido remodelado en los últimos años, por lo que le dejó ese sentido de nuevo pero que aún trataba de quedarse en el pasado. Subió las escaleras hasta el segundo piso, los tacones estaban haciéndole callos en el talón, el calor la ahogaba y los nervios aumentaban su estrés.
Eran las diez y quince de la mañana, llevaba un retraso que, a pesar de no ser su culpa, le costaría caro. La persona que la había citado no había dicho más nada, siquiera le había mencionado que era un edificio y que debía buscar la oficina en la que se suponía trabajaría, solamente si pasaba la entrevista.
«110» vio de frente al llegar al tercer piso del edificio.
—Debe ser aquí se dijo al ver el numero dibujado a un costado de la pared, justo al lado de la puerta. Era una de madera, no parecía una oficina.
La pasó de largo y giró a la derecha, en dirección opuesta a la evidente pared que no llevaba a ningún lado. Clara detallo que el pasillo en dónde se encontraban el resto de las puertas era largo y extenso, lo suficiente como para abarcar más de cinco. De una en una, observándolas todas con detenimiento, pudo llegar al ciento quince del 221 de Manhattan Ave en Brooklyn.
Una puerta con un centro de vidrio templado con el número en el medio. No había señal alguna de vida adentro. Se encontraba indecisa si tocarla o no para anunciar su presencia.
Lo que menos le interesaba era dar una pésima primera impresión. Con la mano en el aire, cerca de golpearla, le invadió una sensación de derrota que le obligó a bajar el brazo y rendirse en su búsqueda. Habría otras oportunidades, estaba segura.
Pero, no se movió de allí. Se quedó en frente de esta con la intención de cambiar de parecer en cualquier momento. Se convenció de que las cosas sucedían por un motivo, podía hacerse con una explicación lo suficientemente convincente para justificar su retraso, después de todo, no estaría mintiendo.
Una vez pensado eso, se animó de nuevo a tocar la puerta, pero, en ese momento, un teléfono comenzó a sonar al otro lado. Eso era una señal de que había alguien ahí, por lo menos no se habían ido.
Decidió esperar a que atendieran para entrar como si estuviese interrumpiendo un momento importante y no recibir una crítica inmediata de su retraso; seguía parada, en frente de la puerta. El teléfono continuó sonando.
No escuchaba ningún tipo de pasos, no se sentía la calefacción, no se veía ninguna sombra, ni se sentía alguna señal de vida, solamente el sonido de aquel aparato, resonando a lo largo y ancho de aquel pasillo.
Vio a los lados para saber si la llamada era en otro apartamento y se confundía con ese, tal vez la acústica del lugar daba la impresión de que el sonido venía de todos lados, pero, no escuchaba los pasos de nadie, no veía que otra persona, de haberla, hablase. De inmediato, le invadió la sensación de que algo no andaba bien adentro, podría haber sucedido algo, pensó.
El teléfono continuó sonando, no parecía llegar a callarse en ningún momento, hasta que por fin lo hizo. Se alejó un poco de la puerta para ver si, apartándose, podría ver mejor si algo sucedía adentro. Le parecía extraño, después de todo, lo que uno se esperaba de una oficina era movimiento, ruido, constantes pasos. Estaba confundida.
Buscó en su bolso el móvil para saber la hora en la que se encontraba. Las diez y treinta y uno. No se sentía cómoda en aquel lugar. La ausencia de vida, aparte de aquella persona que le había abierto la puerta, le era perturbador.
—Espera un segundo.se dijo.
La única persona que había visto era aquella que le abrió la puerta, ¿qué tal si era ella quien le haría la entrevista? En ninguna parte de la solicitud decía quién era el que la solicitaba, solamente decían que era un trabajo de secretaria/asistente/recepcionista. Podría haber sido ella, eso habría de explicar la ausencia de movimiento en aquella oficina, la llamada sin atender.
Clara, introdujo el móvil en su bolsa con un nuevo enfoque, estaba lista para esperar, cuando ella la vio aún estaba a tiempo, por así decirlo, habría entendido que llevaba unos minutos esperando afuera a que le abriesen.
Se acomodó la chaqueta que llevaba, se pasó la mano por el cabello para bajar alguno de sus cabellos rebeldes en el caso de que se hubiesen levantado por el movimiento del aire o el sudor que comenzaba a correr por su cien, y dejó escapar un suspiro de alivio y determinación.
El teléfono volvió a sonar.
Lo más probable es que alguien estuviese a punto de llegar en cualquier momento ¿por qué no? Pensó. El teléfono continuaba sonando, una y otra vez, sin señal de que fuese a detenerse de nuevo. En ese momento, escuchó unos pasos a su derecha provenientes de los escalones.
—Podría ser ella.Pensó, dejándose invadir por la esperanza.
Se dio la vuelta, de frente en dirección a las escaleras para recibir a su entrevistadora con una sonrisa. Efectivamente era la misma persona que le abrió la puerta estando abajo, eso significaba que estaba en lo cierto, ella sería su nueva jefa. La notó un poco informal para un trabajo de oficina.
La chica se acercó unos cuantos pasos en su dirección, ignorándola por completo. Giró hacía la segunda puerta más cercana a las escaleras y se dispuso a abrirla. Clara no pudo evitar sentirse de nuevo confundida.
Algo no andaba bien, en definitiva, por un instante olvidó que el teléfono continuaba sonando. Nadie parecía atender y esa persona, que ya de por sí era mucha coincidencia que de todos los pisos fuese a para a ese, no fuera quien le entrevistaría.
Aquel evento le hizo molestar. No encontraba una explicación a todo lo que sucedía y necesitaba respuestas. Se acercó a la puerta, levantó la mano cerrando el puño y dio el primer golpe a la parte de vidrio de esta. De inmediato, se abrió.
El golpe que le dio no fue lo suficientemente fuerte como para abrirla, lo que quería decir que estaba sobre puesta. Se dio cuenta porque no había señal de forcejeo o algo por el estilo. Tragó saliva y habló.
—¿Hola? ¿Hay alguien ahí?dijo, abriendo un poco más la puerta. ¿Hola? ¿Alguien?
El teléfono había dejado de sonar ya, solo quedaba el sonido de la bisagra rechinante que empujaba para abrirse paso a aquella oficina, si es que podía llamarse así. Lo primero que vio fue un escritorio, como cualquier otro: un computador, un teléfono con identificador, un talonario de números... una oficina común y corriente, con los implementos que se piensa que se necesitarían en cualquier lado.
Vio a los costados y pudo notar que se encontraba vacío. Era lo suficientemente grande para ocupar otras dos oficinas del mismo tamaño, pero no lo suficiente como para ser un departamento.
Terminó de entrar, con un paso lento y cuidadoso para no llamar la atención de haber alguien adentro. Al fondo observó una puerta que daba a un cuarto oscuro, supuso que era el baño, lo que hizo que descartara de inmediato la posibilidad de que su posible entrevistador estuviese adentro.
Se encontraba tensa, haciendo movimientos cortos y pausados, temiendo que algo malo le pasase. Escuchaba un pitido molesto ocasionado por la falta de ruido en su entorno y sus nervios que se apoderaron de su cuerpo por completo. Tenía frío y sudaba del miedo.
Notó algo que, según lo que había visto antes, no estaba allí al entrar. Una pequeña nota que decía: «atiende».
Se acercó al escritorio, con la cabeza baja como si se fuese a golpear con algo invisible que estuviese guindando del techo y extendió la mano en la que llevaba el bolso para recoger la nota y verla de cerca. En ese momento, el teléfono volvió a sonar.
El repentino sonido de la llamada le alarmó lo suficiente, tanto que dio un grito de sorpresa, tal cual le hubiesen cogido por la espalda para secuestrarla. Su corazón se despegó de su pecho, dejó de escuchar y el tono del teléfono parecía distanciarse poco a poco siendo ahogado, como si ella se encontrase bajo el agua.
Le tomó unos cuantos segundos recapacitar y respirar profundo. El continuo sonar de la llamada le hizo entender que nada malo estaba sucediendo. Asoció eso con la nota y sintió que tenían alguna relación, tal vez estaba dirigida directamente a ella, lo que quería decir que la llamada estaba dirigida a su persona. Una vez lo tomó en cuenta, levantó el auricular y atendió.
—¿Aló? ¿Quién habla?
Clara estaba confundida, en definitiva, nada de lo que estaba sucediendo en ese momento le resultaba normal. Con el auricular pegado a su oído, escucho una voz gruesa y para nada familiar. Era segura, firme e intimidante.
—Llega tarde para su entrevista.dijo la voz sin rostro.
—Sí, disculpe, es que no tenía la intención de…
Aquella voz no parecía darle importancia a lo que ella estaba diciendo, mucho menos si el hecho de hacerlo podría llegar a significar algo para Carla. Su nivel de paciencia era corto, quería llegar al punto e interrumpirla era la mejor forma de hacerlo.
—Ya no importa, supongo que no se esperaba nada de esto. Manifestó. Siéntese, por favor.
Clara, se sentó en la silla que tenía más cerca, dejando su bolsa en la que aún estaba desocupada. Se acomodó y dispuso a escuchar.
—Se podrá estar preguntando a qué se debe todo esto.Añadió aquella voz. Mi nombre es James, obviaré mi apellido por motivos de…la voz divagó unos segundos y agregó de nuevo como si hubiese hallado la forma correcta de decir lo que pensaba: seguridad. Sé que no había ninguna especificación del trabajo que va a desempeñar, de querer hacerlo, claro está. Y eso se debe a que mi línea de oficio es un tanto riesgosa.
Clara quería decir algo, se propuso a hablar, e incluso lo intentó, pero no consiguió nada más que ser interrumpida
—Yo…
—A causa de eso, me tomé la libertad de obviar la mención de esta en la solicitud de trabajo. Según tengo entendido te llamas Clara ¿cierto?
—Sí.
—Bien, Clara. Mucho gusto. Por extraño que parezca, esta es tu entrevista de trabajo. Primero que todo, te digo que estás aquí buscando un empleo como mi mano derecha.
—¿Secretaria?
—Mano derecha… así me gusta llamarle. Es una agencia de investigación, soy un investigador privado y necesito a alguien que me contacte con mis clientes. Tú serás mi intermediaria. Si quieres, podrás mantenerte bajo perfil. No dar tu nombre, apellido, dirección, números, correos, etcétera. No me importa. Lo que me interesa es que estés allí tomando mis casos.
—¿Es seguro? Acabas de decir que su oficio es riesgoso.
—No del todo, de no serlo, no estarías a gusto sentada. Lo bueno es que ni siquiera me conoces, hasta ahora, esto es lo más cerca que podrás estar de mí, al igual que sucede con aquellos que me contratan. Hasta lo que sabes, el nombre que te di podría ser falso…hizo una pausa, tragó saliva
A pesar de que su voz no era intimidante porque él quisiera ya que, al ser gruesa e imponente, daba esa impresión, no hizo nada para aclararlo.
— Deja de pensar en eso. Lo que te importa saber es que vas a estar allí atendiendo de vez en vez a alguien y recibiendo dinero en efectivo. Necesito que lo manejes y sigas mis instrucciones al pie de la letra, en cuanto al pago y a otras cosas. ¿Entendido?
—Este…
—Si quieres el trabajo puede decir que sí, en el caso de que no lo desees, puedes terminar la llamada y retirarte. De ser así, por favor cierra la puerta al salir.
Todo su cuerpo gritaba que se fuera. Nada parecía estar en orden, ya con el simple hecho de encontrarse hablando con una persona que juraba que no vería nunca, era de por sí algo extraño; anunciaba peligro. Pero, por otro lado, algo en su interior, muy por encima de lo que su instinto físico significaba, le decía que se quedara.
James notó que había un silencio al otro lado de la línea. La llamada seguía en curso, ella aún se encontraba en la oficina, lo que significaba que aceptaba el trabajo.
—¿Señorita Clara? ¿Acepta el trabajo?
—¿Sí?
—Me está preguntando o me está diciendo.
—Sí…
—Perfecto, entonces, empieza hoy mismo. Si se levanta y le da la vuelta al escritorio, podrá encontrar unas hojas impresas con todo lo que necesita saber. La llamaré dentro de una hora para terminar de darle más información. Ha sido un gusto hablar con usted, bienvenida a mi equipo.
—¿Equipo?
—Hasta ahora, somos usted y yo. No se preocupe.
—Si usted lo dice.
—Bien, Clara, no le quito más tiempo.
La llamada se colgó. James no tenía más nada que decir y Clara sentía que las cosas no habían quedado lo suficientemente claras. Aun sabiendo que el sonido recalcitrante que emitía el auricular era señal de que le habían trancado la llamada, preguntó de todos modos, dejando que sus sentimientos imperaran en su decisión de actuar.
—¿Aló? ¿Señor James?
James no respondió, en definitiva, le había colgado. Separó el auricular de su oreja, lo vio como si este fuese a dar alguna explicación adicional y lo fue acercando al resto del aparato para colocarlo en su lugar mientras lo seguía incrédulamente con la mirada.
Clara se mantuvo al margen de sus pensamientos la cantidad de tiempo suficiente para no sucumbir ante la necesidad de irse de esa locura. No preveía lo que podría suceder a causa de sus propias incertidumbres al respecto de ese empleo. Pero, ya había aceptado el trabajo. Se levantó del asiento tras comprender que la silla ejecutiva que estaba al otro lado era aquella en la que debería estar por el resto del día.
Caminó hasta el otro lado y se sentó en la silla negra. Se arrastró hasta acercarse lo más que podía al escritorio, buscó por los lados las gavetas, ambos tenían tres, y comenzó abrirlas. Primero la del lado derecho: nada. Luego la del izquierdo. Allí estaba una pila de hojas de papel con información escrita. «Debe ser este», pensó.
Comenzó a levantar las hojas una por una desde uno de sus extremos con la intención de contarlas, saber cuántas cosas habría de leer en la próxima hora que le quedaba antes de que volviesen a llamarle.
«Una, dos, tres…» Contó. El resto estaba completamente en blanco. Un trío de cuartillas escritas a computadora. Con el mayor optimismo que le pudo invadir, pensó en el poco tiempo que sería capaz de resistir en aquel lugar de ser, todo eso, rutina. Bajó la mirada y se enfocó en las hojas, para leerlas:
Buenos días. Si está leyendo esto es porque, por algún motivo, accedió a trabajar conmigo. El empleo que ha de desempeñar es el de mi mano derecha…
—Secretaria.Se dijo.
Hasta los momentos. Lo más probable es que tenga preguntas al respecto.
1: no estoy en posición, ni en la obligación de mostrar mi rostro. Parte de mi trabajo es mantenerme anónimo, cosa que me ha mantenido al margen y a salvo. Por lo que significa que no hay motivos para que nos veamos o nos encontremos en persona. Eso no es necesario. De necesitar hablar con usted, limitaré nuestra relación a llamadas telefónicas. Piense que esto es tanto para su seguridad como para la mía.
Clara leyó la primera nota de la hoja. Efectivamente pensó que era para su seguridad, pero, lo que le perturbó era la idea de que le dijese «piense» como si le estuviese ofreciendo un sofismo al qué aferrarse; no estaba velando por su seguridad, seguramente no, y eso le inquietaba.
Podrá sentir que no hay modo en que el asegure su seguridad. De hecho, sí, no contrataría a nadie en mi línea de trabajo de no estar en posición a ofrecerle un ambiente seguro. Es debido a eso que las reuniones que se deban hacer conmigo deben ser a distancia, usted solamente recibirá el dinero, atenderá las llamadas y ejecutará una que otra negociación. He de recalcar que solamente verá a aquellos clientes que yo considere inofensivos para usted y, hasta donde he llegado, mi criterio es bastante preciso.
No sabía si sentirse aliviada o preocuparse más.
2: de nuevo, por cuestiones de seguridad, usted deberá llevar el dinero, en un sobre de manila sellado, al Parque Sternberg en la calle Boreum. Por la entrada que da a la calle Leonard justamente en dónde está la placa con el nombre del mismo. Tiene que contar tres bancos y sentarse en aquel que vea hacía el norte. Depositará el dinero debajo de este, esperará unos minutos y luego se irá sin mirar atrás. Haga esto cada vez que alcance la suma de treinta mil dólares ($30.000), que, calculo, serámás o menos cada cuatro días.
—¡¿Cada cuatro días?!exclamó por la cantidad de dinero que manejaba.
3: a usted le corresponden diez mil dólares ($10.000) de cada treinta mil que logremos recaudar.
Su sorpresa por el efectivo que manejaría cada cuatro días pasó a ser un completo chiste al leer que de eso le corresponderían diez mil dólares. Era algo completamente irreal para ella. La manta del universo a su alrededor se había desgarrado trasladándola a un nuevo estado de realidad. Esa cantidad de dinero era absurda a comparación de lo que le pagaban en otros lugares.
En la propuesta no decía nada de eso. «Y pensar que ahí puso que iba a ganar ocho dólares la hora», pensó. En la parte de información adicional, se visualizaba ($8,5/h – 8h/d). Trabajaría ocho horas al día, por ocho dólares la hora. Las cuentas al mes no le daban la misma cantidad de dinero que le prometía él cada cuatro días.
Deberá tenerlos siempre en efectivo y nunca optar por depositarlos en cuentas bancarias de inmediato. De desearlo, podrá hacerlo en pequeñas cantidades cada quince días. Siempre la misma cantidad. Podrán ser quinientos dólares quincenales, si así lo deseas. Con eso evitaremos algún problema, depositar tal cantidad de dinero de repente, la colocará en el ojo del gobierno y no queremos eso.
Estaba segura que todo eso sonaba muy bueno para ser real, pero, de todos modos, entre lo que cabía considerar, a pesar de que pareciera muy surrealista, la cantidad de dinero era aceptable, en ambos casos.
4: para contar con el anonimato, recibirá una llamada mía todos los días, tal vez varíe la hora y la cantidad dependiendo de qué día se trate. Al lado de las hojas, por si no lo vio, hay un móvilque no se puede rastrear…
Se extendió para abrir de nuevo la gaveta y observar si era cierto que había un teléfono, no era de última generación, pensó, pero le pareció que era adecuado para el uso que le daría.
, nos comunicaremos a través de él cuando sea necesario. De hecho, en lo que pase la hora, le llamaré a ese número. Deberá cargarlo siempre con usted.
En ese momento dejó de leer. Ojeó las siguientes partes, de las siguientes dos hojas y pudo notar que no era nada relevante. Por lo menos no del todo. Pudo detallar que hablaba de cómo proceder ante las negociaciones, la información que debía dar y un parlamento que usaría al atender una llamada de determinadas personas.
Habían pasado veinticinco minutos desde que terminó su conversación con James. Ya estaba aburrida de leer las condiciones, que le parecían una serie de reglas demasiado elaboradas, tal vez solo era un bufón que quería jugarle una broma.
Se movió un poco para buscar el botón de encendido de la computadora, movió el ratón del ordenador, tocó varias teclas del teclado y, a penas se abrió la pantalla de inicio, pedía una clave. Buscó entre las hojas que había sacado de la gaveta para ver si había algún papel adicional con la contraseña del equipo.
Luego de una búsqueda infructífera, se percató que, para ser un investigador privado, se necesitaba tener cierto nivel de cuidado, por lo que, sería muy irresponsable dejar la contraseña del ordenador a la vista o que fuese fácil de alcanzar.
Antes de darse cuenta, el teléfono en la gaveta comenzó a sonar. La cogió por sorpresa, alarmándola al escuchar de repente el sonido característico de un teléfono de mesa. Lo levantó, presionó el botón de atender y lo llevo a su mejilla para hablar.
—¿Aló? ¿Señor James?
—Sí. Clara, veo que sigues ahí, por lo tanto, supongo que significa que aceptas los términos y comenzarás a trabajar el día de hoy. Eso me parece muy bueno. Estaba necesitando una persona que me ayudase, la verdad.
El James que le había hablado antes se había ido. Sonaba más amigable, cosa que le llamó la atención, porque hacía que su gruesa voz sonase más atractiva.
—Puede ser, creo que…
—Muy bien, en ese caso, le garantizo que el día de hoy no sucederá nada. No tengo ninguna cita preparada así que, sería mejor darlo por terminado hasta mañana. En una de las gavetas hay un juego de llaves, cójalo, esas son las que usará para entrar al edificio y abrir la oficina.
—Está bien.
—Como ya le dije, deberá llevar consigo este teléfono móvil, por favor no lo pierda, es bastante caro, me ha costado conseguir otro para usted, es mi regalo de bienvenida. En él está anotado el único número telefónico al cual atenderé, no me llame a menos que yo se lo diga con anterioridad.
Clara estaba renuente a sentirse a gusto, bien forma en que hablaba James le parecía más acogedora, pero le aterraba meter la pata y arruinarlo todo.
—De acuerdo.
—Otra cosa: el día de hoy no tendrá más nada que hacer, por lo que supongo que querrá irse. Espero que llegue temprano mañana a las diez y media de la mañana. Por favor, venga preparada mentalmente porque será cuando realmente comenzará su trabajo. ¿Está bien?
—Sí…
—Muy bien, en ese caso…
Clara recordó que quería conocer la contraseña del computador y una serie de cosas más. En ese instante optó por decir la primera, con la esperanza que le daría tiempo de decirlas todas.
—¡Señor James!Exclamó Clara con apremió antes de que su nuevo jefe colgase ¿cuál es la clave del ordenador?
Sabía que no era lo más importante, pero, dentro de lo que cabía, y con los nervios apoderándose de ella, sentía que eso era lo más importante que podía preguntarle. Tenía más preguntas, pero, esa fue la que salió.
James soltó una carcajada sutil, algo casi inaudible. Le pareció adorable la forma en que Clara le pidió algo tan banal como ello y la importancia que se sentía en su voz acompañado la petición.
—La contraseña la puede conseguir escrita debajo de la mesa.
Al escucharle, desplazó la silla hacía atrás y se agachó para ver debajo de esta y verificar si era cierto. Había una palabra grabada en la madera del escritorio con un lapicero. Se sintió un poco ridícula a pensar que tendría un elaborado sistema de seguridad.
—Bueno, Clara, entonces estamos hablando. Por favor, descansa. Te llamo mañana.Dijo James, sin percatarse que Clara no le estaba escuchando.
Por unos segundos olvido que estaba al teléfono. De inmediato lo recordó, extendió la mano para coger el móvil y hablar completamente apenada.
—¡¿Señor James?! ¿Está ahí?
Al otro lado de la línea no se escuchaba más nada. Le había colgado de nuevo. Se preocupó un poco por haberle dejado hablando solo, por lo que se quedó sentada en aquella silla unos minutos, observado fijamente al teléfono por si volvía a llamar. Pero, luego de unos minutos, pensó que probablemente no lo haría. Técnicamente ya había terminado su día laboral así que optó por levantarse, coger sus cosas, las llaves e irse.
Cerró todo, revisó si las cosas estaban bien aseguradas y se retiró. Aun no era mediodía, lo que significaba que estaría el resto de las horas libres hasta que Karen llegase a casa.
Mientras caminaba por la calle Manhattan hacía la parada de bus, o hasta que consiguiese un taxi; la verdad no estaba muy preocupada por apresurarse, pensó en lo bueno que sería ganar la cantidad de dinero que le prometió el señor James en su nota.
No estaba en posición de juzgarlo todavía, a penas y acababa de «conocerlo» pero, las cosas parecían ser demasiado buenas para ser real. Antes de darse cuenta, llevaba más de cinco calles recorridas, con los pies casi cansados y la mente llena de preguntas.
Observó a su alrededor y notó que estaba perdida. Había pasado por allí con anterioridad, lo que le llamó la atención de lo cerca que se encontraba de su casa. Se preguntó si eso podría significar algo para su nuevo empleo.
Cogió el móvil de su bolsa para ver la hora. El reloj marcaba las doce y media del mediodía. No había pasado tanto tiempo como creía.
Antes de darse cuenta, ya estaba en la puerta de su casa pagándole al conductor del taxi que llamó casi por reflejo.
Las habilidades del neoyorquino se le habían impregnado en la piel con esos ocho años que llevaba viviendo allí. Era una tarifa corta, considerando que de ahora en adelante se debería ver en la obligación de pagar todos los días por ello. Se bajó, caminó hasta su puerta y, completamente cansada, llegó a la comodidad de su hogar.
Pensó en lo frágil que serían las cosas de ahora en adelante, le daría la noticia a su hija en lo que fuese a buscarla. Faltaba un día para conocer lo que realmente debía hacer en ese nuevo empleo.
Dudaba si realmente sería bueno, si le ofrecería la cantidad de dinero que le prometía. Todo eso que llevaba pensando desde que salió de la oficina comenzaba a hacerse más recalcitrante, insistente, taladraba su mente y ella no hallaba como dejarlo pasar. Le intrigaba como no le había intrigado otra cosa antes.
Para cuando llegó al colegio de su hija, se moría de ganas de darle la noticia, por lo menos, mientras parecía lo suficientemente real, lo disfrutaría cuanto pudiese.
Karen la vio desde la puerta, bajando la escalera. Su madre la esperaba con una sonrisa plasmada en el rostro que expresaba una gran felicidad.
Como la niña de ocho años que era, no tenía más nada qué pensar al respecto, pero, a su manera, entendió que algo realmente bueno había sucedido. Tal vez le ocurrió algo a su madre, o le compró alguna cosa que le habría pedido en el pasado. Las posibilidades eran infinitas, y solamente por eso, le devolvió la sonrisa.
Corrió hasta ella, dejando en evidencia la gran relación madre e hija que tenían, poniendo en ridículo a las otras familias disfuncionales con más recursos que ellas dos. En lo que llegó a los brazos de su madre, le propinó un gran saludo de cuerpo completo.
—¡Mamá! ¡Llegaste!
—Sí hija. ¿Cómo te fue hoy?
—Bueno, digamos que bien, supongo. ¿Y a ti?
Clara Winter expandió el arco de su sonrisa, tratando de contener la, según consideraba, gran noticia.
—Adivina quien tiene un nuevo trabajo.
—¿Tú?
—¡Sí! Y promete maravillas.
Karen no lograba ver la «gran noticia». No era novedad que tuviese un trabajo nuevo, casi siempre tenía un trabajo nuevo. Su rostro inexpresivo dejó ese mensaje en Clara.
—¿Qué pasó?Dijo, amainando su ánimo.
—Es que, siempre tienes un trabajo nuevo mamá.
—Oh, hija, es ahí en donde está lo bueno. Resulta que este trabajo no es como ningún otro.
—¿Qué tiene?
—Pues, promete pagarme lo suficiente como para tener todo lo que siempre hemos querido.
—¡¿Un suplemento de por vida del cereal de Bob Esponja?!
Clara no podía negase a sí misma que esperaba que su hija dijese algo parecido a eso. No era el mejor producto del mundo, pero Karen lo amaba, por lo que debía aceptarlo. Le ofreció otra sonrisa y le respondió con entereza.
En una ocasión, Karen tuvo una indigestión por consumir tanto de ello, dos cajas completas en menos de tres horas. Había sido reciente, un año atrás, no más y que, a pesar de todo eso, continuaba amando con locura aquel cereal.
Clara estaba dispuesta a enseñarle a su hija el basto mundo culinario que existía, en donde podría conseguir prácticamente cualquier cosa si tan solo sabía de su existencia, pero su pequeña no sentía interés en ninguna de esas cosas, solamente en su cereal de Bob Esponja.
—Puede ser.Lo dudó por un segundo y luego agregó segura por lo poco convencional de sus palabras: esa es una buena idea.
El rostro de Karen se llenó de color mientras que sus ojos se iluminaron con un brillo digno de un niño. Eran esos pequeños momentos que Clara apreciaba, en los que veía a su pequeña realmente feliz. Su hija se apartó para exclamar con entusiasmo:
—¡Sí!
Antes de ir a casa, caminaron por la ciudad para buscar las cosas que comprarían una vez tuviesen el dinero en mano. Clara no era mucho de endeudarse, cosa que le resultaba casi perfecto a James. Ella no se arriesgaría con la seguridad de su hija, por lo que esperaría a que el dinero estuviese en sus manos para hacer justo uso de él.
—Primero, compraremos muchos zapatos. Muchos zapatos de muchos colores.Manifestó Karen, tan entusiasmada que olvidaba que su madre estaba luchando para mantener el paso que ella llevaba.
—¿Y qué más?
—Pues, compraremos comida, mucha comida, dulces. ¡Muchos dulces! También compraremos ropa, y ciento de cosas.
Clara Winter dejó escapar una sutil carcajada. Su hija había tomado la noticia de maravilla, gracias a eso, fue perdiendo su ansiedad al respecto del empleo, des pues de todo, mañana sería el día en el que descubriría qué iba a suceder.
Tal vez no sería concurrido, es una agencia de investigación privada. Ella estaba segura que nadie necesitaba de un investigador hoy en día. Estaba.
Pasadas las horas, hasta el día siguiente, luego de acostar a su hija y durmiendo por primera vez temprano sin tener que quedarse despierta toda la noche para buscar trabajo, se dejó caer en el sueño profundo de decenas de noches en vela. Pensaba que no necesitaría estar atenta en lo que haría para el día siguiente, suponía que tenía el trabajo cogido de la mano dispuesta a llevarlo a él y no él a ella.