CAPÍTULO 7

 

POR PRIMERA VEZ Juliet eligió una mesa en la terraza para el desayuno.

Sorbió un trago del jugo de pomelo rosado con la mirada perdida. El domingo le había mostrado que echaba de menos a Nicolás de una manera agradable, sin desesperación. Como convenía a su naturaleza romántica, Lo que sentía por él no era atracción por su apariencia solamente, sino por su persona como un todo.

Deseaba oír su voz, sentir el calor de su mano en la suya, mirar aquel rostro gentil, saber más de su vida...

Juliet frunció el ceño. Nicolás había hablado de su hermano, de su trabajo, de su pasión por el Delta, pero en todo parecía haber algo de misterioso. Rió. De veras que él no había contado esas cosas con pelos y señales, pero no parecía ocultar nada. Ella era quien se había quedado imaginando cosas para transformar un hombre sencillo en un personaje de romance. Nicolás era un hombre y no un héroe, y por eso había cautivado su corazón.

Bryan sí se parecía a un héroe de libro, tenía la apariencia de los hombres exitosos: se vestía con trajes y zapatos italianos, reloj de oro, billetera de cuero, coche deportivo... además del puesto en el más prestigioso bufete de la ciudad. Todo lo que una chica de su país sueña por marido. Menos la traición.

Nicolás era la antítesis de todo eso: pantalones cortos con mocasines, pagaba la cuenta con billetes que sacaba del bolsillo, por cierto no tenía un coche... ¿Qué haría con uno viviendo en una isla? A lo mejor tendría un barco, pero lo más probable era que tuviese un bote compartido con el hermano, así como compartían la casa y, según lo que le había contado, la vida. Sus amigas se reirían de ella, más Nicolás tenía todo que ella soñaba en un marido: conocía el sentimiento de hogar. Ni siquiera conocía al hermano de Nicolás, pero Juliet estaba segura de que su casa era un hogar.

Apenas terminó su solitario desayuno, Juliet volvió a su cuarto, cogió su bolso y salió. Tal vez fuese buscar a Nicolás por la tarde, ahora haría un recorrido a pie por los alrededores. Bajó a la recepción y al entregar su llave, recibió un mensaje. Alguien había llamado al hotel y dejado un recado.

Las manos temblorosas se negaban a abrir la hoja doblada. ¿Quién le había llamado? No había dicho a nadie donde se hospedaba, había llamado a sus padres de un teléfono en la estación del subte y no había dicho a su jefe el nombre del hotel en el que había hecho las reservas. A pesar de esos cuidados, alguien la había descubierto y llamado.

No podía hacer de cuenta que no lo había recibido, tal vez lo mejor fuese leer de una vez y saber quien estaba en su pista. No dudaba que, teniendo el apoyo de su familia, Bryan la buscase y insistiese en la boda. Fuese lo que fuese, quedaba en sus manos la respuesta y la decisión de dejarse encontrar o no. Abrió el papel y leyó:

"Juliet, me gustaría verte otra vez. Voy a buscarte en el hotel a las once, si no quieres verme deja un mensaje en la recepción y no volveré a llamarte. Nicolás."

Ella quedó paralizada, mirando el papel como si fuese un billete de lotería que había sido premiado. Volvió a leerlo: "...si no quieres verme..." Juliet rió, era lo único que quería hacer: ver Nicolás. Su corazón latía a toda velocidad. Él la buscó... Nicolás quería verla así como ella a él... ¿Estaría él sintiendo lo mismo que ella?

Ya en la calle, Juliet cambió sus planes: iría a misa en la Catedral. Necesitaba agradecer el cambio en su vida y, también, pedir para no cometer un error delante de las novedades. Quería a Nicolás y confiaba en él, pero la triste experiencia con Bryan había dejado sus marcas.

Nicolás miró hacia el chico de la recepción con recelo de que Juliet le hubiese dejado un recado, pero sólo lo sabría si preguntaba por ella. Se presentó y el chico le pidió que esperase un rato, cogiendo el teléfono. Nicolás sintió su corazón dar un vuelco, Juliet había aceptado su invitación. Enseguida ella bajó la escalera, sonriendo. Él quedó en duda si la saludaba con un beso en la mejilla o no, Juliet parecía no acostumbrada a eso y optó sólo por tomar su mano.

–Hola, Juliet.

–Hola. Estoy contenta en verte otra vez.

Él sonrió y repuso:

–Estoy seguro de que no lo estás más que yo. Gracias por aceptar mi invitación.

Ella bajó los ojos, él volvía a mirarla de aquella manera intensa que a veces tanto la perturbaba. Nicolás no hizo ningún movimiento para soltar la mano de ella, y Juliet tampoco no. Salieron a la calle caminando de la mano.

–¿Has planeado algo especial, Nicolás?

–No. ¿Tienes alguna sugerencia?

–Hay un lugar que he deseado visitar, pero no quería ir sin ti –confesó Juliet.

–¿Cuál?

–Aquél buque museo que me enseñaste el otro día.

–¿Crees que lograremos llegar allá sin ayuda?

Ella sonrió sacando algo del bolso:

–He traído aquel precioso mapa, si nos ha salvado una vez, puede hacer lo mismo hoy.

Nicolás estalló en risas. Ella tomó un rumbo sin ni siquiera dar una mirada rápida en el mapa, dejando Nicolás intrigado.

–¿Segura de que estamos en el camino?

–Confía en mí.

–Estate segura de que lo hago.

Juliet lo miró de reojo. La conversación que iba en tono de broma y que Nicolás saliera con ese comentario en tono muy serio, fue como si tuviese otra intención más allá de responder a lo que había dicho. No le dio importancia a eso, quizás había sido sólo una impresión, pues su rostro mostraba una felicidad igual a la que ella sentía.

El movimiento era intenso y tuvieron dificultad para cruzar varias calles, pero Juliet continuaba la marcha con confianza. No demoró mucho el ver los edificios de Puerto Madero.

–¡Muy bien! –exclamó Nicolás–. Me has salido una buena guía.

–Hasta yo me he sorprendida en los últimos días: miro el mapa de noche o de mañana y llego donde quiero ir sin necesitar volver a mirarlo.

–Una habilidad tuya que no conocías.

–Tal vez –reflexionó ella –o que no había utilizado de esa manera.

–¿Cómo así?

–Es muy parecido a actividades que hago con los niños. Por supuesto que no los llevo a una ciudad desconocida –los dos rieron antes de ella añadir: –pero la habilidad es la misma.

–A lo mejor, has aprendido algo de ti misma.

–A lo mejor, he descubierto que no soy la tonta de remate que me creía.

Nicolás la miró muy serio:

–Te quedas muy lejos de ser una tonta, Juliet. Tontos son todos aquellos que te han hecho creer que lo eras.

–Yo lo era, Nicolás. Sólo una tonta es engañada por su novio por tres años y ni siquiera desconfía.

–Eso no es tontería, es confianza. Y no hay una pareja si uno no confía y recibe confianza a cambio.

–Así lo pienso, aunque todo me ha salido al revés.

–Lo que ha sido dos veces bueno –Nicolás volvió a sonreír–. No has sido víctima del canalla y has venido a mí.

–He sido su víctima, no una víctima total. He tenido suerte, podría sólo haber descubierto la traición después de la boda.

–Creo que el divorcio ya fue creado.

Juliet se echó a reír. Cruzaron la última calle antes del paseo peatonal, que hoy recurrían en el sentido contrario al de la otra vez. Juliet se mostró encantada en el museo y al fin terminaron recorriéndolo dos veces, aunque Nicolás podría jurar que habían estado tres veces en algunos lugares.

Buscaron un restaurante para comer y se quedaron algún tiempo conversando. Juliet le contó de su noviazgo y de la casa que habían construido y amueblado casi toda con su dinero.

–Sé que nos es justo que él se salga con la suya en esa historia –dijo Juliet con serenidad –, pero ahora ya no estoy segura de que quiera recuperar alguna cosa de las que hay allí.

–Comprendo como te sientes, pero creo que deberías intentarlo sólo para incomodarlo.

–Esa es una idea tentadora... Sea lo que sea, no lo decidiré hoy. Es muy distinto mirar el problema desde aquí que desde la ciudad donde he vivido todo eso. Estoy lejos de cualquier presión, y eso es muy bueno para conocer mis sentimientos, pero tendré que volver a vivir cerca de ellos.

Nicolás se sintió tentado a aprovechar el tema y decir algo sobre que no volviera a su ciudad, pero su instinto le hizo recular y quedarse en silencio. Tenían por delante toda la tarde y, si ella aceptaba su invitación de hoy, seguro que aceptaría otras.

–¿Y bien? ¿Qué hacemos ahora? –preguntó Juliet.

–Hay otro buque museo un poco adelante –sugirió él.

–No. Lo dejaremos para otro día. Según mi mapa, hay otras cosas interesantes cerca de aquí.

–Queda a tu cargo la elección.

Juliet lo observó mientras Nicolás pagaba la cuenta. Él parecía mucho más un hombre acostumbrado a dar ordenes que a recibirlas. Nicolás era marinero, pero parecía un capitán. Había en él una aura de poder, aunque muy bien oculta bajo su manera sencilla de hablar sobre las cosas, sus modales relajados y ropas informales.

Pasaron toda la tarde recorriendo Puerto Madero, siguiendo el mapa de Juliet vieron lo que deseaban sin que se perdiesen. Aunque cansados, volvieron a pie al hotel.

–Juliet, me gustaría que fueses a mi casa.

–Nicolás, no creo que sea una buena idea –creyendo que pudiera ser mal interpretada, ella intentó explicar –Es decir...

–No hace falta que te expliques –atajó él–. Yo me expresé mal, lo que quiero es que conozca a Juan Pablo. Es ese el motivo de la invitación.

–Voy explicar lo de tu casa, me gustaría. No hay problema en quedarme en ella, sino en llegar. Vives en una de las islas, ¿no? Seguro que no hay un puente...

Nicolás rió.

–No hay puentes uniendo las islas.

–Como yo creía... No puedo ir a tu casa.

–Ya has entrado en dos barcos y aún te quedas viva.

–No estoy segura de que sobreviva a un tercero.

Rieron juntos.

–En cuanto a su hermano, me gustaría conocerlo. ¿Podría ser en la ciudad? –sugirió Juliet.

Nicolás no insistió en llevarla a su casa, hecho que había sido sugerido por su hermano. Tendría tiempo para pensar y arreglar todo, por hora debería garantizar que la volviese a ver.

–Seguramente. ¿Mañana?

Por un rato ella pensó en decir no, pero no tenía más mucho tiempo en Buenos Aires, y todo lo que le quedaba quería disfrutarlo con Nicolás.

–Para mí está bien, ¿no tienes que preguntarle a él?

–Juan Pablo no tiene ningún otro compromiso que su trabajo, además está deseoso de conocerte, siente curiosidad por ti. Creo que no aguanta más oírme hablar de ti. Quedamos con eso para mañana. ¿Qué hora debo venir a buscarte?

–No tienes porque desplazarte hasta aquí si voy a ir a Tigre. Me puedes encontrar en la estación de tren.

–Como quieras.

–¿A qué hora le conviene?

–Has lo siguiente, llámame cuando salgas de Retiro. Estaré esperando por ti cuando llegues.

Juliet anotó el número de su móvil y se despidieron.

Juan Pablo se paró en el marco de la puerta y miró hacia su hermano con ternura.

–¿Volviste a la niñez?

–¿Por qué lo piensas? –Nicolás devolvió la pregunta riendo.

Juan Pablo cruzó la sala, sentó en el sofá y sorbió un trago de cerveza antes de responder:

–Cuando eras niño, solías quedarte aquí en la sala y esperar que yo volviese del río todas las noches. Hacía muchos años que no te encontraba aquí tan a menudo como en los últimos días.

–En aquel tiempo lo hacía porque me sentía solo.

–¿Y ahora?

–Dices que he encontrado mi mitad..–. dijo Nicolás encogiéndose de hombros.

–Y entonces te percataste de la soledad de nuestra vida.

Nicolás miró su hermano perplejo con ese comentario. Juan Pablo sonrió.

–Mi decisión de quedarme solo no tiene que ver con no saber que es una vida solitaria.

–O que no sepas que el amor te hace falta –concluyó Nicolás.

–Sí. Pero no voy pagar el precio que él exige.

–¿Cuál?

–Los hijos. Ahora que lo sabes todo, creo que puedes aceptar mi elección.

–Estamos en el siglo XXI, ya se han creado muchas maneras de no tener hijos. Eso no es una disculpa que sirva para tu decisión.

–Sirve –Juan Pablo estrechó los ojos para añadir: –Dicen que ninguno de ellos son eficaces con nosotros. No voy ser yo quien compruebe esa hipótesis.

Nicolás se quedó callado, reflexionando acerca de las implicaciones de lo que su hermano le contara. Había quedado muy impresionado con la idea de tener que abandonar a un hijo sólo porque no nacía con el lunar, pero la alejó confiando en la opción de que se podía evitar el embarazo. Si no pudiera hacerlo...

Juan Pablo le interrumpió los pensamientos:

–No te fijes en eso, Nicolás. El celibato no fue hecho para ti, mucho menos ahora que encontraste tu mitad y te has enamorado de ella. ¿Concertaste otra cita con Juliet?

–Mañana ella vine a Tigre y quiero que la conozca.

–Creo que es mejor arreglar eso con ella primero. Conocer la familia siempre implica compromiso.

–Ya lo hice. Le dije que te gustaría conocerla y ella aceptó la invitación, aunque no quiso venir a nuestra casa a causa de tener que entrar en un barco.

–Eso dificulta tu trabajo, Nicolás.

–Es verdad. No puedo quitarme la camisa en la calle para enseñarle el lunar, aunque muchos lo hagan, parecería sin sentido.

–Además del riesgo que otros lo vean. Si quieres seguir la sugerencia de Román, necesitas traerla a nuestra casa. Eso lo arreglas después.

–¿Aceptas conocerla mañana?

–Por supuesto, si ya lo has arreglado con ella no hay porque no.

–He acordado de buscarla en la estación del tren, podrías esperarnos para un bocadillo.

–Elija el lugar, conoces el que a ella le gusta. Creo que es necesario que Juliet se sienta bien cuando me conozca.

–Seguro que sí, tienes un aspecto amenazador para quien no te conoce.

Juan Pablo no hizo caso del comentario, sabía que era la verdad. Su autoridad sobre los lujanes era un rasgo de su personalidad, y nadie lograba conocerle sin percatarse de ella. Alguien tan autoritario sólo podía ser visto como una amenaza.