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El encuentro con el «hombre de la Síndone»
El avión de hélices nos esperaba en las pistas de la terminal 3 del aeropuerto de Madrid Barajas. La mañana se había levantado nubosa y las primeras gotas comenzaban a caer mientras nos acercábamos al aparato, que llevaba grabado en su «vientre» el logotipo de la compañía Air Nostrum.
No había sido un viaje preparado.
Pocos días antes, Iker Jiménez y la que esto escribe decidieron poner rumbo hacia Turín para realizar unos reportajes. El motivo: la ostensión —muestra pública— de la Sábana Santa.
Tras consultar con diversas agencias de viajes y obtener un «completo» por toda respuesta, decidí recurrir, como suele ocurrir en estos casos, a un amigo y compañero de aventuras.
Marqué el número de teléfono. La voz de Manuel Delgado surgió del otro lado del auricular.
—¿A Turín? ¿Dentro de tres días? ¡Tú estas loca!
—Manolo, me han dicho que hasta dentro de 30 años no se vuelve a exponer la Sábana… ¿No puedes hacer nada?
—Voy a mirar. ¿Para cuántas personas?
—Dos.
—No te prometo nada…
A las pocas horas el bueno de Manolo me llamaba para darme la noticia.
—Carmen, tengo los billetes…
—¡Genial!… Pero… ¿Cómo los has conseguido?
—Ya te contaré… Por Internet… y encima más baratos. Dentro de unas horas salís para allá.
—Mil gracias, Manolo, te debemos una.
—¡Ah! Solo una cosa… Me voy con vosotros.
Los aparatos fotográficos, la gran Betacam y el trípode para sujetarla fueron introducidos junto a nosotros en el pequeño aunque lujoso aparato que nos iba a trasladar al norte de Italia. Tras tener sus más y sus menos con la azafata, que quería meter la cámara en la bodega, Delgado se sentó por fin a nuestro lado con su inseparable compañera sobre el regazo.
Dos horas escasas nos separaban del aeropuerto de Turín
2.1. Turín
El vuelo no fue agradable.
Los rayos habían pasado demasiado cerca del avión y los canapés que las amables azafatas nos ofrecían no nos hacían olvidar las violentas turbulencias que agitaban la nave.
Por fin el tren de aterrizaje se posó sobre las pistas del gran aeropuerto de Caserta y un fuerte aplauso, que a todos los viajeros nos salió de forma espontánea, hizo sonreír al veterano piloto que por megafonía nos dio las gracias.
Mientras recorríamos los pocos kilómetros que nos separaban de la ciudad pude contemplar el frenético ir y venir de autobuses que portaban matrículas de muy distintos países. A través de las ventanillas se podían apreciar los ropajes característicos de religiosas y sacerdotes que se encaminaban al centro de la ciudad ansiosos por contemplar la gran reliquia. Era el mismo nerviosismo que ya recorría todo mi cuerpo.
Media hora más tarde llegábamos al hotel. Una vez en la habitación, abandonamos las maletas a su suerte y, con nuestros aparatos de trabajo a cuestas, nos echamos a la calle deseosos de ver el Sudario.
El agua corría por el empedrado de las calles de Turín. Los soportales, llenos de tiendas de moda, se encontraban abarrotados de gente que paseaba, charlaba, se refugiaba o se disponía a entrar en uno de los numerosos cafés para saborear un cappuccino.
Por fin llegamos a la calle XX Septembro, donde se había habilitado una estancia para atender a los medios de comunicación. Cientos de folletos que hablaban sobre la ciudad, y otros tantos que versaban sobre la Sábana, se amontonaban en el mostrador del recinto. Marco, un amable funcionario que ya había sido avisado de nuestra llegada, nos pidió nuestras acreditaciones de periodistas y, tras hacer varias fotocopias de ellas y de nuestros carnets de identidad, nos entregó unos pases especiales para poder estar ¡cuatro días!, junto a la Sábana Santa.
La puerta delantera de la catedral estaba abarrotada. Pacientemente, refugiados tras sus paraguas, cientos de personas hacían cola para entrar en el templo.
El amable Marco nos hizo una señal para que le siguiéramos. Un carabinieri nos esperaba en la puerta trasera del templo. Tras enseñarle nuestras acreditaciones, nos hizo pasar a la sala contigua, fría y recubierta de mármol, donde un compañero suyo comenzó a revisar nuestras mochilas.
Una vez superados todos los tramites, Marco nos acompañó hasta la puerta que nos separaba de la iglesia, allí nos dio las últimas instrucciones: «Ustedes, efectivamente, pueden acercarse a la Sábana, fotografiarla y filmarla. La gente pasa a verla tan solo dos minutos y por turnos, en grupos de decenas de personas. Llegan de todas partes del mundo y así están desde las siete de la mañana hasta las diez de la noche. La gente la observa desde unos cinco o seis metros, separados por unas barreras. Ustedes deben pasar por el interior de la sacristía. Les acompañaran los carabinieri. Suerte».
Antes de que se abriera la puerta, en mi interior había una mezcla de nerviosismo y expectación. En los últimos meses había devorado todo aquello que se refería al Santo Lienzo, muchos libros que no dudaban en afirmar que el que allí estaba impreso era el cuerpo de Jesucristo y algunos artículos que se negaban a dar la razón a los sindonólogos y que intentaban echar por tierra cada una de sus apreciaciones. Yo no me posicionaba, y las dudas cada vez eran mayores.
Un policía, ataviado con su impecable traje azul oscuro de brillantes botones dorados y una gorra calada hasta los ojos, nos hizo una señal para que le siguiéramos.
Con sumo cuidado para no hacer ruido, abrió la puerta y nos indicó que pasáramos.
Ante mí aparecieron cientos de personas que miraban maravilladas, algunas incluso llorando, hacia el frente. Hombres, mujeres y niños de toda condición, de toda raza, e inclusive me atrevería a decir que de toda creencia, se apelotonaban en varias filas.
Algunos de ellos iban acompañados de enfermeras o religiosas que empujaban sus sillas de ruedas o les ayudaban con sus muletas. Era una imagen que ya estaba acostumbrada a ver en bastantes templos marianos.
Yo me encontraba en el lateral, detrás de una religiosa que, en perfecto italiano, rezaba una oración que intuí se refería al lienzo. Tras unos segundos el rezo concluyó y los fieles comenzaron a salir, sin mucha prisa ni muchas ganas, hacia el exterior.
Fue entonces cuando, por primera vez, pude tener ante de mis ojos, a escasos centímetros de distancia, la Sábana Santa.
Me quedé, literalmente, helada frente al lienzo. Ni siquiera hice el ademán de enfocar mi cámara fotográfica.
Soy consciente de que con las palabras nunca se pueden llegar a expresar los sentimientos con la misma intensidad que cuando los vives, pero espero que usted, lector, se ponga en mi lugar e intente ver a través de mis ojos, los ojos de una simple periodista que se ha acercado a una de las reliquias más veneradas de todos los tiempos.
Ante mí se encontraba una enorme tela amarillenta, atrapada tras un cristal que la protegía de la oxidación, iluminada tenuemente por unos focos indirectos. La única orden que nos habían dado fue la de que no disparáramos los flashes de nuestras cámaras hacia el marco horizontal, ya que la luz parecía ser su peor enemigo.
Con toda claridad pude distinguir en ella el cuerpo de un hombre brutalmente torturado. Una anatomía que se mostraba en su parte frontal y dorsal, a cual más magullada y herida. Decenas de finas líneas, más oscuras que el resto de la tela, se dibujaban sobre su silueta como trazando un mapa de dolor y la marca de unos brazos, rígidos e inertes que tapaban las partes púdicas en un intento de hacer la situación del hombre menos humillante.
Las manos, de dedos largos y huesudos permanecían cruzadas y atravesadas por sendos orificios. Los pies, de una tonalidad más clara, se perdían en el entramado de la tela, no así las agarrotadas piernas, que en su día debieron ser rudas y atléticas puesto que los músculos así las mostraban.
En el costado izquierdo se abría una herida y debajo de ella se apreciaba una mancha más oscura de lo que debió de ser sangre.
Pero, sobre todo, me fije en el rostro del hombre de la sábana. Una cara que había visto reproducida en cientos de papeles y que ahora me hacia temblar.
La profundidad de las cuencas oculares, los regueros de sangre que caían desde la amplia frente, el rictus serio aunque ausente de cualquier expresión de dolor, la prominente nariz y hasta la barba de aquel hombre se quedaron grabadas en mi mente y en el carrete de mi cámara.
—Signorina —la voz del carabinieri me sacó de mi ensimismamiento.
Mis compañeros ya se habían desplazado hasta el margen izquierdo para que la siguiente tanda de visitantes pudiera contemplar el lienzo y el policía me invitaba a hacer lo mismo.
Nuestra primera toma de contacto con la Síndone había durado más de dos horas, durante aquel tiempo prácticamente no habíamos hablado entre nosotros. La atmósfera que se vivía en el templo era de silencio y calma absoluta, tan solo rota en alguna ocasión por el canto gregoriano, parecía que nos encontrábamos solos en aquella enorme estancia, pero lo cierto es que durante el tiempo que allí permanecimos más de mil personas habían venerado la imagen. Unos pocos segundos delante de ella les bastaban para dar por satisfecho su viaje. A nosotros aún nos quedaban mucho más tiempo para estar cara a cara.
Mientras comíamos en un cercano ristorante, donde saboreamos el célebre rissoto turinés y unas suculentas pizzas all’arrabbiata —las más picantes— intercambiamos impresiones y planeamos los lugares que debíamos visitar y a los personajes relacionados con el lienzo que teníamos que entrevistar.
Disponíamos de cuatro días para intentar sacar todo el jugo posible a esta historia que ya nos había ganado por completo.
Decidimos que lo primero que debíamos hacer era ir a ver el Museo de la Síndone, en el que se guardan y exponen todo tipo de documentos e instrumentos relacionados con la tela.
Después de un café expresso y con las pilas recargadas pusimos rumbo a la exposición donde nos encontraríamos con Bruno Barberis, Presidente del Centro de Sindonología Internacional.
Tras atravesar la vía San Domenico, por fin llegamos al número 28. Un patio central en el que habían sido dispuestos un par de bancos servía de antesala. Allí esperamos unos minutos hasta que un sacerdote regordete y bonachón nos atendió. Barberis no se encontraba allí en aquellos momentos, pero el religioso nos ofreció ver el museo mientras le esperábamos.
Tras darnos una especie de teléfonos e indicarnos que pulsáramos la tecla que ponía «español», se despidió de nosotros para atender a sus múltiples obligaciones.
Bruno Barberis, director del Museo de la Síndone, observando el lienzo.
Encendí aquel aparato rojo chillón y una voz femenina, típica de contestador automático, comenzó a narrar la historia de todas y cada una de las piezas que conformaban el museo.
Nada más entrar en la estancia nos recibió una gran cámara fotográfica de madera que, como posteriormente averiguaría, fue con la que Secondo Pía realizó las primeras fotografías del lienzo.La sala no era muy grande, pero en todas sus paredes y rincones se hallaban vitrinas atiborradas de instrumentos. En el muro final, una copia a tamaño real de la Síndone llamaba la atención de todos los peregrinos que se habían acercado hasta allí.
Permanecimos contemplando y filmando aquellas antigüedades hasta que, una hora más tarde, Bruno Barberis se encontró con nosotros. Tras las presentaciones de rigor nos indicó que le acompañáramos a la capilla adosada al museo, en donde podríamos charlar más tranquilamente. Allí y para nuestra sorpresa se encontraba otra de las muchas copias a tamaño natural que se han realizado de la Sábana Santa.
Amablemente y con un ambiente único, el director del museo contestó a cada una de mis preguntas:
—¿La Síndone es un acto de fe o una realidad científica?
—La Sábana es un objeto que todos pueden ver y que todos pueden estudiar. Tiene características que solo puede estudiar la ciencia. Esto lo ha dicho el Papa hace dos años cuando estuvo visitando el lienzo. Juan Pablo II afirmó que la Sábana no es un dogma de fe, la fe cristiana no se basa en la Síndone, si bien es el único objeto en el mundo que muestra de modo casi directo la muerte y resurrección de Jesús de Nazaret. Puede servir de ayuda a la fe pero, desde el punto de vista del objeto, solo la ciencia puede estudiarlo. El Papa ha invitado a los científicos a proseguir con los estudios y así dar respuestas sobre su verdad en la medida de lo posible.
—¿Se van realizar nuevos estudios sobre la Sábana?
—Los estudios nunca se han interrumpido ni se interrumpirán. Con los nuevos análisis siempre surgirán nuevas cosas. Es posible que en los próximos años se lleve a cabo una nueva campaña de estudios directos sobre la Síndone, y creo que con los instrumentos que tenemos hoy en día se conocerán nuevos datos. Se tratará de escanear la Sábana totalmente, recogiendo un notable numero de referencias que no se pueden observar a simple vista pero sí con la luz ultravioleta o con infrarrojos. Estos datos se pondrán a disposición de los científicos para que los analicen.
—¿Cuál es su opinión sobre los resultados del carbono 14?
—Es un problema muy complejo datar un lienzo con el método del carbono 14. Es complicado porque normalmente, como es el caso de la Sábana, no ha estado conservada de manera aséptica, ha tenido una vida muy compleja con contaminación de tipo biológico y químico. Los estudios efectuados en estos doce años desde 1988, año en que fue efectuada la datación que decía que pertenecía a la Edad Media, han descubierto que en objetos arqueológicos expuestos a la contaminación producida por microorganismos o en un ambiente rico en carbono se producen muchas variaciones en la datación.
—¿Cree usted que la Síndone es el resultado de una extraña radiación?
—La Síndone debe ser estudiada por la ciencia, y la ciencia puede estudiar los fenómenos naturales, los que provienen de la naturaleza, de la física, la química y la biología. Ahora bien, en la naturaleza no hay una radiación de tal grado que pueda producir una imagen como la de la Sábana Santa. En consecuencia, existe la hipótesis de que se trate de una radiación de origen óptico o nuclear la que haya generado tal imagen. Desde el punto de vista científico es totalmente absurdo, pero el creyente puede pensar que ha sido una causa sobrenatural la que la ha producido.
—Con los análisis realizados ¿qué es lo que ha confirmado la ciencia?
—Los científicos que han estudiado la Sábana han afirmado cosas absolutamente ciertas, como que la imagen de la Síndone es la de un cadáver humano, que no es un objeto hecho por la mano del hombre. No se trata de una pintura ni se ha quedado impresa la imagen porque hayan puesto el lienzo sobre un bajorrelieve, ya que las imágenes que se obtienen de esta forma tienen características químico-físicas completamente diferentes a las de la imagen del lienzo. Sabemos que la Síndone ha estado en Palestina y en Anatolia porque se han descubierto pólenes y otras características que solo se daban en estas regiones, aunque no sabemos en qué momento de nuestra Historia. Sabemos que la Sábana contiene sangre humana del grupo AB y que tiene características tridimensionales: muestra la parte frontal de un ser humano con unos detalles anatómicos perfectos con los que es posible reconstruir las características morfológicas del cuerpo humano, el motivo de su muerte y toda una serie de datos adicionales. Lo que no sabemos es cómo se ha formado la imagen y la datación del lienzo, que no se puede conocer únicamente con el método del carbono 14.
—¿Cómo y por qué surgen el Centro Sindonológico y el Museo de la Santa Síndone?
—El Centro de Sindonología de Turín surge en 1959 siguiendo la trayectoria de un centro de estudios inaugurado en 1930 para coordinar a nivel mundial el estudio y la difusión sobre la Síndone. El Museo de la Síndone nace en el año 1936 para recoger todos los objetos que la Fraternidad del Santísimo Sudario poseía y que cuentan la historia de la Sábana. Pero ahora, desde 1998 y con ocasión de la ostensión de la Sábana, se ha establecido en una sede nueva y más moderna en la que se pueden ver los objetos mientras una especie de teléfono te narra la historia de cada objeto en tu idioma.
—¿Cuántos centros sindonológicos hay repartidos por el mundo?
—En Italia hay varias delegaciones distribuidas por diversas regiones que mantienen una estrecha colaboración con el Centro de Estudios sobre la Síndone. También hay centros en México, Nicaragua, España, Sudamérica, Brasil, Argentina, Hong Kong, Japón, Australia, Rusia y en la mayor parte de países de Europa.
—¿Cuáles son los objetos más importantes que se encuentran en este Museo de la Sábana Santa?
—El Museo de la Síndone es un museo extraño porque se basa en un objeto que no se sabe lo que es. El museo viene a contar todo cuanto se debe saber acerca de la Sábana y ha recogido y conservado numerosos objetos que tienen que ver con ella, como la teca que la contuvo durante el traspaso de Chambery a Turín en el 1578 y la otra teca en la que se ha conservado hasta hoy y que fue salvada del fuego durante el terrible incendio de 1997. También hay una copia de la Síndone realizada en 1600, y la máquina fotográfica que Secondo Pía utilizó en 1898 para captar la primera fotografía de la Sábana. De esta manera, las personas que vienen tienen la suerte no solo de ver el verdadero lienzo, ya que cuando entran también al museo pueden contemplar la historia de este.
—¿Hasta dentro de cuántos años no se volverá a exponer la Síndone?
—No lo sé, aunque sí puedo asegurar que la próxima ostensión no será en breve. No creo que sea antes de 10 años. El problema es la conservación. Uno de los principales enemigos de la imagen es la luz y, por tanto, hay que poner un tipo de iluminación inocua y evitar que sea expuesta a ella durante mucho tiempo. Es por eso por lo que no puede estar expuesta de manera permanente.
—¿Conoce a alguien que haya recorrido medio mundo para llegar a contemplarla?
—Este año 2000 ha habido muchos visitantes del Extremo Oriente, Japón, Filipinas, Corea… También de países de Sudamérica. Creo que prácticamente casi todos los países han estado representados y, dado que la ostensión ha coincidido con el Jubileo, ha habido una participación muy superior a la de otros años. Pero lo más interesante no son solo las personas que llegan desde distintos países, algunos muy alejados, sino las personas que vienen que no son creyentes o pertenecientes a otras religiones como la hebrea, protestante, etc. Cuando entran en la catedral de Turín todos quedan impresionados.
Las pocas horas que llevábamos en Turín habían sido muy intensas y fructíferas. Todos estábamos emocionados por lo vivido, a pesar de lo cual el cansancio del viaje y de los nervios comenzó a hacer mella en nuestros cuerpos. La jornada siguiente iba a ser igual o más apasionante.
2.2. «La imagen es producto de una radiación atómica»
Así fue expuesta la Síndone durante el año 2000.
Un café doble y muy cargado me puso en circulación. A las diez de la mañana teníamos que entrevistarnos con monseñor Giuseppe Ghiberti, presidente del Comité de Ostensión y la persona que lleva a cabo las gestiones y permisos de todas las investigaciones.
A la hora concertada ya estábamos apostados en los soportales que se encuentran frente a la catedral turinesa.
Ghiberti, ataviado con su inmaculado alzacuellos y cubriéndose del temporal con una gabardina azul oscura, acudió puntual a la cita. Quiso saber qué tipo de preguntas le iba a realizar y me pidió que se las mostrara por escrito. Respondí que no solía escribir un guión de las entrevistas porque estas estaban solo en mi mente, pero le aseguré que si no deseaba contestar a alguna de las cuestiones que le iba a formular, estaba en todo su derecho.
El atento Ghiberti, me sonrió con sus vivarachos ojos azules y accedió a que comenzáramos el diálogo:
—¿Qué es la Sábana Santa?
—La Sábana Santa, la Santa Síndone, es un lienzo que mide 4 metros y 36 centímetros de largo por 1 metro y 10 centímetros de ancho. Está hecha de lino espigado antiguo, tejido caseramente, muy bonito… Dentro hay la imagen frontal y dorsal de un varón fallecido a causa de la crucifixión, una práctica que en la antigüedad, sobre todo en la época romana, era muy común. La figura de este hombre que está muerto, como demuestra la rigidez muscular y la presencia de sangre cadavérica que sale de la herida del costado, revela la forma cruel de su muerte. Remitiéndome a los Evangelios, muestra la pasión y la muerte de Jesús de Nazaret.
La autora, en un momento de la entrevista.
Monseñor Giuseppe Ghiberti.
—¿Qué opina usted de los análisis del carbono 14 realizados al Santo Lienzo?
—Las pruebas del carbono 14 son hechas al término de una larga serie de análisis y, confrontándolas con ellos, dan un resultado opuesto. Algunos análisis, como por ejemplo los del polen, se inclinan a pensar que la Sábana pertenece a una etapa antigua, de hace unos 2000 años, mientras que el carbono 14 ha establecido una edad de origen que colocaría al lienzo entre los años 1260 y 1390.
Ambos análisis son muy serios y, como siempre, en la ciencia se producen confrontaciones, debates, discusiones… Pero con respecto al carbono 14, es verdad que hasta los carbonistas que los realizaron afirman que en un cierto número de casos —algunos hablan del 20 por ciento— se registra una discordancia de su datación.
Ante todo, la Sábana constituye un aporte religioso muy antiguo, y de ahí la devoción a la Síndone. Antes de que se haga una reflexión de naturaleza científica, hemos de tener en cuenta su naturaleza pre-científica, aunque lo que dice la ciencia, siempre interesa.
—¿Se tienen previstos nuevos análisis en la tela?
—Hay un programa previsto para su conservación, ya que el problema del mantenimiento de esta imagen es muy grave. También estamos recogiendo sugerencias por parte de científicos, sin ir más lejos el Simposio de Estudios Sindonológicos celebrado entre el 2 y el 5 de marzo contó con cuarenta licenciados que fueron invitados para dar sus pareceres a favor y en contra de este antiguo documento. También invitamos a todos ellos a que nos mandaran sus sugerencias para nuevos estudios, estas serán enviadas a la Santa Sede y ella decidirá si se hacen pronto o no.
—¿Cómo cree usted que la imagen quedó impresa en el lienzo?
—Me has hecho una pregunta muy difícil y no tengo una respuesta porque se han hecho muchas tentativas destinadas explicar el proceso de formación de esta imagen y cualquier resultado ha sido parcial e insatisfactorio. Había una teoría que insinuaba la posibilidad de que el lienzo hubiera estado en contacto con un bajorrelieve de bronce, pero se ha demostrado que es imposible, bien porque en los resultados conseguidos la imagen obtenida no muestran su reverso o bien porque directamente se quema, cosa que en la Síndone no pasa. Cuando se conocen los resultados solo se concluye: «Debe de ser otra cosa». Yo me inclino por la teoría vaporigráfica, que dice que la impresión es debida a causa de una reacción atómica.
—Monseñor, se ha rumoreado que la Sábana Santa se está empezando a estropear, ¿es eso cierto?
—La Síndone es imagen y tela y, por suerte, la tela está muy bien, ha tenido mucha fortuna a lo largo de la Historia. La doctora Flury-Lemberg, que es la máxima autoridad mundial en la conservación de lienzos antiguos, está muy contenta y admirada de cómo se conserva.
»Con respecto a la imagen, ese es nuestro problema, porque si no existiera la imagen no existiría la Síndone. La oxidación de la capa superior del lino, que es la causante de que se oscurezca, puede llegar a tal punto que haga que no se vea la imagen. Este es el motivo por el cual la conservación de la imagen es tan complicada y la causa de que la Síndone no se exponga de manera definitiva, puesto que sería perjudicial para ella tanto por los focos como por el oxígeno. Hay que mantenerla dentro de un gas neutro para evitar la oxidación, como en este momento, que está con argón.
La Sábana Santa se conserva en gas inerte.
—¿Cree que la Síndone pertenece al siglo I?
—Existen argumentos a favor y en contra. Es muy probable que este objeto tan misterioso pertenezca al siglo I y que haya surgido esta imagen porque ha estado en contacto con el cuerpo de Jesús. Esta es mi opinión personal, aunque no quiere decir que alguien no me la pueda refutar. Pero ahí están los mensajes del Evangelio.
—Si verdaderamente la Sábana contuvo el cuerpo de Cristo, ¿qué pasó con este?
—Si la Sábana ha contenido verdaderamente el cuerpo de Cristo, no lo sé, pero hay una cosa cierta: el hecho de la rigidez cadavérica hace pensar que cuando pusieron el cuerpo de este crucificado encima del lienzo no habían pasado muchas horas desde su muerte y, por lo tanto, no se había iniciado la putrefacción, esto es seguro. ¿Quién estaba allí? La Síndone no lo dice, muestra sugerencias, pero yo no afirmaré que se trate de la prueba de la resurrección.
—¿El Santo Padre es muy devoto de la Síndone?
—Sí, Juan Pablo II es muy devoto de la Sábana Santa. Vino por primera vez antes de ser elegido Papa, en 1978, durante el corto pontificado de Juan Pablo I. Volvió en una ostensión privada durante su primera visita oficial a Turín y otra vez durante el peregrinaje del 24 de mayo de 1998.
—En 1977 la Capilla Guarini, donde se guardaba la Sábana, sufrió un grave incendio. ¿Se sabe quién fue el responsable?
No, no se sabe. Se hizo una investigación y predomina la tesis de que no fue provocado, que se originó por motivos desconocidos.
—¿Cuántos peregrinos se han acercado hasta Turín para contemplar la Tela Sagrada durante el año 2000?
Han llegado cerca de un millón cien mil peregrinos hasta este lugar, pero creo que llegaremos a superar la cifra máxima de peregrinos contabilizados en cualquiera de las anteriores ostenciones. El Santo Padre ha querido hacer esta ostención con ocasión del Jubileo y ha venido mucha gente de países del este de Europa y también han acudido muchos niños. Es un fenómeno muy hermoso por las experiencias que se viven delante de la Síndone.
Tras agradecerle que nos hubiera hecho un hueco en su abarrotada agenda y que hubiera contestado a todas y cada una de mis cuestiones, nos despedimos de Ghiberti, un hombre de la Iglesia que, con su dulce acento italiano y su pausada voz, nos había revelado una de las hipótesis más arriesgadas que había oído o leído en cuanto a la formación de la imagen: la de una posible reacción atómica.
Los truenos y relámpagos comenzaron a caer de nuevo sobre la ciudad piamontesa. En el interior de la catedral las vidrieras tomaban vida con los intermitentes reflejos provenientes del cielo. Ni el marco donde nos encontrábamos, ni el momento que vivíamos podían ser más propicios para grabar la Sábana.
2.3. Las inundaciones del Po
En torno al Po, río que pasa por la ciudad, se concentraban centenares de curiosos contemplando cómo el agua arrastraba todo lo que se le ponía por delante. La ciudad estaba a punto de ser barrida por las inundaciones, el río amenazaba con desbordarse y el espectáculo, aunque no podía decirse que fuera bonito por lo peligroso de la situación, si era impactante.
Los quioscos de bebidas, que la semana anterior habían permanecido abiertos, ahora se veían anegados por el agua que tan solo dejaba al descubierto las verdes pizarras de la techumbre.
Las previsiones de los periódicos no eran muy halagüeñas. El temporal iba a continuar e incluso se preveían lluvias más fuertes. El caos se adueñó de la ciudad. Las sirenas de policías, bomberos y ambulancias iban y venían a lo largo de las amplias vías turinesas.
Partíamos en pocas horas y decimos llamar al aeropuerto para ver cuál era la situación. Desde allí nos informaron de que el vuelo, por el momento, no iba a ser suspendido, pero que el problema consistía en llegar hasta allí, ya que muchas carreteras permanecían cortadas.
Tras recoger nuestros enseres del hotel, nos subimos a un taxi. El esmerado y veterano chófer consiguió, esquivando los lugares más dañados por el agua, dejarnos en la terminal de salidas internacionales.
El cansancio hizo mella en mí y, en cuanto subí al avión que nos llevaría rumbo a Madrid y me senté en el mullido sillón de cuero, me quedé dormida.
Habían sido cuatro días únicos e intensos. Toda la información obtenida se acumulaba en mi mente pero no había hallado, ni yo ni nadie, por el momento, una prueba infalible que permitiera asegurar que el hombre de la impronta era Jesucristo. Aun así no lograba, ni quería, borrar su rostro de mi mente.
Pensaba que aunque este hombre no fuera el Mesías, la reliquia no perdía un ápice de su misterio porque ¿cómo fueron capaces de «fabricar» hace tantos siglos un negativo fotográfico? ¿De quién era la sangre hallada en el lienzo? ¿Cómo habían llegado hasta la tela pólenes del siglo I si se trataba de una «copia» medieval, como algunos siguen asegurando? ¿Quién había sido el artífice de la obra?…