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RODOLFO quiso que Mariana le acompañara a la salita; necesitaba saber que podría contar con su templanza cuando leyera la carta de su hermano. Su cabeza se había convertido en un caldero en el que hervían miles de sentimientos contrapuestos. En un santiamén había brotado la amargura que sintió cuando descubrió a Solange y a Dionisio durmiendo abrazados y todo el rencor que le envenenó durante meses después de aquel trago. Pero, al mismo tiempo, ansiaba saber cómo era ahora la vida del hermano mayor que le había llevado a cabalgar por la sierra de Algairén, el que le había enseñado tantas cosas aparentemente nimias pero vitales para el niño que era entonces.
Se acomodó en el sofá de cuero. Mariana se sentó a su lado. Poco después de la boda, había mandado pintar las paredes de un suave verde manzana y había pedido a Pepita que confeccionara visillos nuevos con una bonita tela de encaje blanco, a los que ponían la guinda unas sobrecortinas de terciopelo verde oscuro. También había colocado bonitas plantas de interior, de cuyo cuidado se encargaba en exclusiva la diligente Lali. El resultado era que incluso el pesado sofá marrón y los sillones resultaban ahora acogedores. El gramófono seguía sobre el aparador, aunque Mariana había guardado los discos de Solange dentro de un baúl en el desván y los había sustituido por los de ópera y música clásica que compraban cuando iban a Zaragoza.
Rodolfo rasgó el sobre por un lateral y sacó una cuartilla. La letra de Dionisio era picuda y elegante, como cuando estudiaba en Madrid y escribía a su hermano pequeño contándole anécdotas sobre su vida en la capital. Rodolfo estaba tan nervioso que cerró los ojos un momento e intentó tranquilizarse antes de empezar a leer.
Querido hermano:
Seguramente te preguntarás por qué te envío una carta después de tanto tiempo y de lo que ocurrió entre nosotros. A lo mejor ahora mismo ya estás arrugando este papel entre los dedos y te dispones a arrojarlo al fogón de Ramonica. Pero voy a seguir escribiendo con la esperanza de que lo leerás hasta el final.
Solange y yo seguimos viviendo en Château Gironde, como creo que ya te contó en su día Marcel. Entre él y yo nos encargamos ahora de la bodega y estamos a punto de sacar al mercado un vino nuevo. Es un caldo excelente. Tiene carácter y, a la vez, acaricia el paladar con dulzura sedosa, dejando un ligero recuerdo de las moras que comíamos de niños recién arrancadas de las zarzas. Pese a que ahora los vientos de la economía se han vuelto adversos al lanzamiento de vinos grandiosos, nuestro sueño es que este sea apreciado en las buenas mesas y, con el tiempo, merezca la clasificación de Premier Cru.
Entre las viñas de Château Gironde he encontrado por fin sosiego y felicidad, que solo enturbia el recuerdo del daño que te causó mi amor por Solange. Sé que actué con vileza, pero ella llevó la luz a mi vida y me sacó del infierno; simplemente no pude luchar contra lo que sentía por ella… lo que sentiré siempre. Los dos nos acordamos mucho de ti y nos duele pensar que tal vez aún nos guardes rencor. Nos gustaría que nos dieras la oportunidad de pedirte perdón en persona por lo que te hicimos. Y a mí me gustaría recuperar a mi querido hermano pequeño.
Solange y yo hablamos con frecuencia de hacerte una visita de reconciliación, pero siempre nos retiene el temor a no ser bien recibidos. Sin embargo, si me respondes que nos permites ir a verte, haremos el viaje antes de que empecemos a preparar nuestras respectivas vendimias. Por el contrario, si no quieres saber nada de nosotros, créeme si te digo que lo comprenderé.
Espero que mi fiel Sandokán esté bien. Pensé muchas veces en ir a por él, pero me sentía tan culpable que no me atreví.
En cualquier caso, sea cual sea tu decisión, escríbeme, por favor. Me darás una gran alegría.
DIONISIO
PD: No he vuelto a beber ni una sola gota de alcohol.
Rodolfo tendió la misiva a Mariana, que le había observado expectante mientras la leía.
Lo primero en lo que Rodolfo se paró a pensar fue en que Marcel había conseguido al fin el permiso paterno para dirigir Château Gironde. Después empezó a asimilar el resto de la carta. Se preguntó si sería capaz de recibirles en la calma dichosa de su nueva vida y concederles el perdón que su hermano le pedía. ¿Qué sentiría cuando volviera a ver a Solange? ¿Resurgiría su amor por ella? Respiró hondo. No quería revivir su pasión por la mujer que había preferido a su hermano. ¿Y Mariana? No deseaba humillarla imponiéndole la presencia en esa casa de quien fue su gran amor. Alzó la vista y la miró.
Mariana había acabado de leer; el papel reposaba ahora sobre su regazo. También ella temía el reencuentro con Solange. Le inquietaba que su presencia sofisticada y elegante la hiciera parecer un ratoncito gris a los ojos de Rodolfo, pero aún le preocupaba mucho más la estabilidad de su marido. Ella le había curado las heridas tras la infidelidad de Solange, había remendado los jirones de su dignidad lastimada ofrendándole el amor en el que se había transformado su inocente amistad infantil, se había desvivido por hacerle olvidar a la bella francesa. Junto a él era feliz por primera vez en su vida. La ternura de este había borrado de su memoria el recuerdo de las continuas brutalidades de Ernesto. Rodolfo le había demostrado que un hombre es capaz de casarse con una mujer aun sabiendo que ella no podría darle hijos. Con él había descubierto que el cuerpo masculino podía llegar a ser una fuente inagotable de placer, no de dolor. ¿Y si al volver a ver a Solange se reavivaban en él los rescoldos de su viejo amor? Por otro lado, si rehuían ese encuentro, siempre quedaría entre ellos la duda sobre los sentimientos de Rodolfo. Notó que una mano se posaba sobre la suya.
—¿Qué opina mi sabia mujercita?
Mariana sonrió cohibida. En ese instante, se sentía cualquier cosa menos sabia.
—¿Qué es lo que tú deseas?
Él se encogió de hombros. ¿Acaso lo sabía? Se sentía tentado de ignorar la carta de Dionisio, pero, pese a sus reservas y al miedo despertado por la propuesta de su hermano, intuía que no debía huir de él ni de Solange. Para ellos parecía muy importante obtener su perdón, y también él debía pedirles disculpas por el modo en que les echó de casa. Y necesitaba dejar atrás para siempre la imagen de los dos durmiendo abrazados en la cama de Dionisio.
—¿Te sientes con fuerzas para recibirles? —preguntó.
—Haré lo que me pidas.
Rodolfo acercó el rostro al de Mariana y la besó en los labios.
—Es hora de hacer las paces.
Esa misma tarde redactó una carta para su hermano hablándole de su reciente matrimonio con Mariana y contándole cómo había logrado levantar la casa Montero. También dedicó unas líneas a decirle que él y Sandokán se habían hecho amigos y salían cada mañana juntos a recorrer los viñedos. Al final de la misiva, le invitó a que fuera a visitarles con Solange, proponiendo las primeras semanas de junio porque entonces aún no haría tanto calor como en agosto. «Yo también creo que ha llegado la hora de la reconciliación», concluía antes de poner su firma.
Pronto recibió una respuesta entusiasta de Dionisio anunciándole que Solange y él tenían previsto viajar en coche hasta la Casa de la Loma, adonde esperaban llegar el primero de junio, aunque confirmarían la fecha enviando antes un telegrama desde Biarritz. «No sabes la alegría que nos has dado al aceptar vernos, hermano».
Conforme el mes de mayo se encaminaba a su fin y se aproximaba la fecha de la visita, Rodolfo se fue volviendo más y más caviloso. Sus sentimientos oscilaban entre las ganas de reconciliarse con su hermano y el miedo a volver a ver a Solange. Cuando se echaba a dormir junto a Mariana, las dudas le impedían conciliar el sueño. ¿Había hecho bien en aceptar ese encuentro, o habría sido preferible esperar un tiempo? ¿Sería capaz de comportarse como si nada hubiera ocurrido cuando se viera frente a Solange?
También Mariana veía acercarse la fecha con el temor de que la presencia de Solange amenazara su felicidad, pero estaba dispuesta a luchar con uñas y dientes para defender su lugar en el corazón de Rodolfo.
Pepita, a la que su señora ya había empezado a dar instrucciones para arreglar el cuarto de invitados, se hacía cruces ante el despropósito de recibir a esos dos traidores que tanto daño hicieron a su pobre Rodolfo y no lograba entender cómo doña Mariana, tan lista y eficaz a la hora de llevar los asuntos de la casa, se prestaba con buena cara a tamaña insensatez. Intentó hacer valer los privilegios que le confería el haber criado a Rodolfo para hacerle entrar en razón, pero él la despachó con buenas palabras.
Expiró el mes de mayo y llegó el día en que debían presentarse Solange y Dionisio sin que en la Casa de la Loma se hubiera recibido el telegrama con el que pretendían confirmar la fecha. Acelerados por los nervios del temido reencuentro, Rodolfo y Mariana esperaron durante todo el día a que en cualquier momento entrara por el portón un sofisticado automóvil con Dionisio y Solange sentados dentro. Pero se echó encima la noche sin que eso ocurriera. Extrañados, cenaron algo ligero y subieron a la alcoba, donde se amaron mecidos por una mezcla de inquietud y alivio.
Al día siguiente, Rodolfo decidió ir a Cariñena para mandar un telegrama a Château Gironde. Se decía que alguna complicación habría impedido salir a tiempo a Solange y a Dionisio. Sin embargo, una extraña desazón en la boca del estómago se empeñaba en refutar su voluntariosa explicación. Cuando ya se disponía a ir a buscar a Pinto al establo, entró por el portón un muchacho pelirrojo montado en una mula. Rodolfo reconoció enseguida a Helio, el hijo del encargado de la oficina de correos, al que su padre enviaba a entregar los telegramas. El chico fue hasta la escalera de la entrada, detuvo su singular cabalgadura y desmontó. Trepó con su desmañado cuerpo de adolescente hasta la altura de Rodolfo y le alargó un papel con un torpe movimiento de la mano.
—Don Rodolfo, acaba de llegar este telegrama para usted. Dice mi padre que es de Francia.
Por fin daban señales de vida, pensó Rodolfo. Cogió el telegrama mientras con la otra mano rebuscaba en los bolsillos del pantalón. Sacó una moneda y se la dio al chico, cuyos ojos se iluminaron como faroles.
—Gracias, don Rodolfo —dijo llevándose la mano a la gorra—. Vaya con Dios.
Rodolfo le dedicó un distraído movimiento de cabeza y se dispuso a leer. Cuando su cerebro asimiló lo que decía el telegrama, el corazón le dio un vuelco tan violento que tuvo que sentarse en el primer escalón.
SOLANGE Y DIONISIO MUERTOS EN ACCIDENTE CERCA DE BIARRITZ. STOP. RECIBIDO AVISO ESTA MAÑANA DE LA GENDARMERIE. STOP. VIAJO A BIARRITZ POR TRASLADO DE SUS CUERPOS. STOP. ARREGLADO FUNERAL PARA 7 DE JUNIO A LAS 11 EN NOTRE-DAME PARÍS. STOP. LUEGO ENTIERRO EN PANTEÓN FAMILIAR EN CEMENTERIO PÈRE-LACHAISE. STOP. DESOLADO. STOP. ME GUSTARÍA QUE VINIERAS. STOP. MARCEL.