XIV

Pat notó algo raro en Ted al descender.

El guarda se acercó a él y le saludó con un familiar:

—Buenos días, míster Morris, hace mucho que no le vemos por aquí.

Después la miró a ella.

Y con la misma naturalidad, murmuró:

—Señora Morris..., cuánto bueno volverla a ver.

Pat se agitó y vio que Ted la miraba.

Después todo fue muy simple.

Entraron los dos en el parador.

Muchos esquiadores tomando el aperitivo.

Algunos, al verlos, los saludaban con un:

—Hola, Pat. Hola, Ted...

Ted respondía a los saludos con una tibia sonrisa.

A ella no la miraba.

Cuando se acercó a recepción, el recepcionista exclamó satisfecho:

—De nuevo de los nuestros, señores Morris. Aquí tienen la reserva. La hizo la señora Morris ayer.

Pat estaba algo encogida.

Ted no, parecía súbitamente alegre.

Como si contuviera los nervios.

—¿Van a quedarse mucho tiempo?

—El fin de semana o quizá más... Veremos...

—La suite de siempre, señor Morris. Aquí tiene la llave.

—Gracias.

Y Pat vio cómo haciéndose con la llave, la asía a ella del brazo y se dirigía rectamente a la única primera planta del edificio.

Ella no decía nada.

Aguardaba con el corazón temblando.

Sentía los dedos de Ted apretando los suyos, caminaba hacia adelante sin pronunciar palabra porque sabía que el futuro de su vida dependía de aquel instante.

Sin más.

O Ted recuperaba la memoria, o viviría sabe Dios hasta cuándo en una oleada de inconexiones psíquicas.

Tampoco sabía lo que pensaba Ted en aquel instante.

Pero sí que sabía que iba directo a ls puerta de su suite, lo que indicaba que la recordaba.

Un camarero que cruzaba el pasillo, al verlos exclamó:

—Tanto tiempo sin verles, señores Morris...

Ted distendió la boca en una sonrisa.

Pat se menguó, pero sí que sintió en sus dedos la apretura de los de Ted.

Y después se detuvo porque él se detenía ante la puerta de aquella suite que siempre compartieron. ¿Cuánto tiempo sin ir por allí?

Más de un año.

Y eso porque las cosas iban mal.

Porque, después, Ted enfermó por el accidente.

Y a la sazón, ¿qué ocurría en la mente de Ted al verse en el lugar que tanto frecuentó?

—Pasa—dijo bajo—. Pasa, Pat.

Y ella pasó.

Ted cerró la puerta con el pie y como las cortinas estaban pasadas, las descorrió con naturalidad.

No dijo si conocía esto o aquello.

Ni siquiera dónde estaban el baño o el armario.

La miraba a ella.

La miraba tanto que Pat bajó los ojos.

—Bueno, Pat..., ya estamos aquí. ¿Qué dices de mí?

—¿De ti? .

—O de ti.

—Pues... no sé lo que quieres decir.

Ted pasó los dedos por el pelo en aquel hacer suyo automático.

Después cayó sentado en el borde de la ancha cama matrimonial.

—Pat..., ya sé qué cosa tan simple era, que por ser tan simple, no entré en ella.

—Ted...

—Es decir, que yo jamás tuve una amante.

—Pues...

—Tú eres dos mujeres en una, ¿no es así, Pat?

Y alargaba la mano.

Una mano cálida y temblorosa, donde ella, tibia y tímida, puso sus dedos.

Ted se los apretó.

Mucho, mucho.

Casi hasta hacerle daño.

—Pat... —susurraba Ted atrayéndola hacia sí—. Pat, ¿por qué?

Ella se ahogaba.

Sentía la blandura del cuerpo de Ted bajo el suyo.

Ted la sujetaba así contra él.

Las caras juntas, las bocas casi pegadas una a otra.

—Pat..., yo venia aquí con mi mujer. No tuve jamás una amante. Mi amante y mi mujer, ¿no son la misma persona, Pat?

—Ted...

—He visto, ¿sabes? He recobrado la lucidez. Total, ¿entiendes? No sé en qué instante. Y me doy cuenta de que por ser tan simple la solución yo no daba con ella. He vuelto al momento en que iba en auto... Cuando vi el obstáculo y el coche se hizo añicos contra el muro. Y sé lo que iba pensando en ese momento. No iba pensando en un amor, pecador, Pat. Iba pensando en mi mujer...

—Ted...

—¿Estás llorando?

Sí, sí. No podía remediarlo.

Apretada en su cuello y pegada a su cuerpo, sollozaba.

Eran unos sollozos cálidos, hondos.

Ted tuvo ganas de compartirlos, pero había perdido demasiado tiempo y de repente sólo sentía que deseaba poseer a su mujer.

Porque sí, ya lo sabía.

Su mujer y su amante, la que él suponía su amante, eran la misma persona.

¿Cuándo se dio cuenta?

¿Qué importaba?

El caso es que el trallazo emocional lo había recibido y con él se había ido la amnesia, pero con éste toda su vida pasada volvía a la palestra.

Y en aquélla estaba Pat encarnada.

Pat, la mujer que aceptó sus conclusiones y que, sin embargo, durante seis meses él añoró.

La poseía.

La despojaba de sus ropas de esquiar.

No bajaron a comer. Los besos ardientes, inefables, se compartían, y el placer, el goce infinito de saberse uno del otro.

* * *

Después el sosiego.

Anochecía.

Ni cuenta se dieron de que pasaban las horas.

Estaban ambos allí, desnudos, echados en el lecho, en la suite caldeada.

La voz de Ted era baja y contenta.

—¿Por qué no me has retenido cuando te expuse el planteamiento de una posible separación?

Temblaba.

El lo notó.

—Pat..., estás estremecida.

Claro.

¿Cómo podría ocurrir lo contrario?

Era demasiado fuerte para ella ser poseída y poseer a Ted.

Y no como su amante.

Como mujer.

—¿Cómo has podido aguantar todo esto, Pat?

—Calla, calla.

—Dios mío, Pat, cuánto me amas y cuánto te amo yo a ti. ¿Ves qué cosa más simple? Era ésa la simplicidad. Que no había una segunda persona, que tú eras las dos...

—Sí, Ted, sí.

—¿Por qué me dejaste ir?

Se apretaba contra él.

Sincera, verdadera, femenina..., emotiva.

Sin subterfugios.

Sin falsedades.

Tal cual era.

Y es que lo daba todo.

Porque todo lo recibía. No, no habría más silencios entre ellos.

Si Ted, por la razón que fuera, se quedara callado o ensimismado, iría ella a por él.

Había prendido.

En aquella tregua ¡cuánto había aprendido!

Incluso a desear más y más a su marido.

Sentía sus besos.

Largos, prolongados.

Deleitosos y voluotuosos.

Era como un derborde.

Como una fuente contenida por el fuego que se escapaba por cada esquina.

Y el placer se vivía.

Infinito.

Gozoso, apasionante.

—Pat..., tú me querías y me dejaste ir.

—Y tú me añoraste...

—Sí, sí, sí... Por eso iba loco aquel día en el auto. Me doy cuenta ahora. Por eso también, nunca deseé ver a mi mujer. ¿Te das cuenta? Es que al verte a ti, en ti lo recopilé todo y era lo más lógico y humano porque en mi vida no hubo jamás otra mujer. Bueno, muchas, pero superficiales. Antes y después. ¿Para qué engañarnos? Pero la verdadera, tú. Tú, mi amante y mi mujer, y yo, qué estúpido, pensé que había dos mujeres...

—¡Ted!

—No te reprocho el que no me lo hayas dicho. Ha sido mejor así. Descubrirlo por mí mismo, recuperarme, verme, ser yo y verte a ti...

La tenía apretada contra sí.

Caía la noche.

Se oía música filtrándose por todas partes.

Se lo dijo al oído, pegados los dos en la anchura del lecho.

—Pat, están bailando abajo.

—Sí, Ted.

—Y tú no quieres ir.

No, no. Prefería estar allí con él.

Ser suya de nuevo.

Sentir el orgasmo largo, largo.

Placentero y deleitoso...

—Llamaré a mi padre y le diré...

Le besaba ella en la boca. cabalgaba sobre él, relajada.

—No le digas nada. El sabe... Sabe que tu amante y tu mujer son la misma persona.

—¡Dios, Dios...!

Abajo se sentía la música...

FIN