El enamorado secreto

Camila Winter

 

Caía la tarde ese día de setiembre en Forest Manor; hogar de la familia Hampton en Devon y una suave brisa agitaba las hojas caídas en el suelo del alerce  haciéndolas danzar y revolotear en el aire sin parar presagiando que el verano definitivamente llegaba a su fin. Eso pensaba la señorita Angelet Hampton observando ese paisaje con un dejo otoñal mientras se cubría con un chal de seda color beige y se preguntaba con inquietud si llovería el fin de semana.

«Tal vez no», se dijo mientras sostenía y ocultaba de forma deliberada: la misteriosa carta de amor que acababa de recibir. No era la primera vez que pasaba, tenía más de diez cartas similares a esa pero no eran todas iguales. La jovencita miró a su alrededor con mirada alerta y la abrió, no debía conservar esas cartas, sus padres se lo habían prohibido pero lo hacía, no sólo las guardaba cuidadosamente en una caja de madera labrada sino que de vez en cuando las leía a escondidas.

Eran versos atormentados y extraños escritos en trazos irregulares, los leyó de nuevo.

“ Cerrar podrá mis ojos la postrera
sombra que me llevare el blanco día,
y podrá desatar esta alma mía
hora a su afán ansioso lisonjera;
mas no, de esotra parte, en la ribera,
dejará la memoria, en donde ardía:
nadar sabe mi llama la agua fría,
y perder el respeto a ley severa.
Alma a quien todo un dios prisión ha sido,
venas que humor a tanto fuego han dado,
medulas que han gloriosamente ardido:
su cuerpo dejará no su cuidado;
serán ceniza, mas tendrá sentido;
polvo serán, mas polvo enamorado” (F.Quevedo).

 

Ángel, el demonio es este amor que carcome mi alma entera y el anhelo de veros, de teneros entre mis brazos…”

Ese misterioso admirador sabía su nombre por supuesto, era alguien cercano pero ¿quién demonios? Hacía mucho tiempo que le escribía esas cartas sin querer dar su nombre, sin esperar una respuesta, a veces firmaba «un admirador secreto» y lo era por supuesto. Secreto y constante. Vaya, ese asunto empezaba a intrigarle.

—Pero, ¿qué haces?

Su hermana menor Clarise la descubrió escondiendo la misteriosa carta.

—Nada…

Los ojos cristalinos de su hermana brillaron con picardía. Acababa de ser presentada en sociedad y estaba francamente insoportable y malhumorada, que su talle no era correcto, que los vestidos de la modistas estaban pasados de moda. Que ningún caballero la invitaba a bailar mientras el carné de baile de su amiga Ellen estaba siempre lleno…

«Oh, ¿por qué no soy tan bonita? Así no podré encontrar esposo, seré una solterona…» se quejaba amargamente.

—Oh sí, … es tu enamorado secreto, ese que te escribe cartas de amor, ¿crees que no lo sé? Pero escondedlas, nuestro padre se disgustará—continuó. Al parecer estaba decidida a fastidiarla.

Los ojos azules de Angelet se oscurecieron de repente cuando su hermana quiso leer la carta.

—No, ni lo sueñes.

Clarise la enfrentó molesta.

—Si no lo hacéis le diré a nuestro padre y os castigará.

—Pues no haréis tal cosa, porque si mencionáis esta carta le diré que os besasteis con ese teniente a escondidas—dijo Angelet.

La jovencita no lo tomó a broma y se puso roja como un tomate de la rabia.

—Está bien, tú ganas… Pero os advierto que no podéis seguir conservando esas cartas. Sabes… creo tener ciertas sospechas sobre su autor.

No era la primera vez que especulaban sobre eso, parecía un acertijo endiablado. ¿Quién le enviaba esas cartas? Hacía más de dos años que había recibido la primera y luego rosas, cartas breves, poemas tan bellos que fue incapaz de quemarlos en la estufa como le había ordenado su madre. Sólo porque estaba comprometida y esas cartas podían comprometer su reputación. Vaya, si eso pasaba sería un desastre…

—Bueno, suelta ya, ¿quién crees que escribe estas cartas?

Clarise, su hermana ladina sonrió de oreja a oreja.

—Pues tengo dos teorías al respecto. O es Ted, el hermano retrasado de la prometida de nuestro hermano.

No, esa posibilidad le pareció un espanto. Teodore era un joven nada atractivo, tan loco como su hermana aunque su locura era más graciosa por supuesto, la de su futura cuñada espantaba.

—¿Y la otra posibilidad?

—Pues creo que es un enamorado de Londres. Sí, luego de ser presentada pensó que podría conquistaros con esas cartas…

—Eso es ridículo Clarise, nadie sensato haría esto. En ocasiones me asusta pero… si las cartas no fueran tan bonitas pues sí las arrojaría al fuego y le pediría ayuda a nuestro padre.

—¿Y por qué no lo haces? ¿Cómo rayos llegan tantas cartas sin que llegue primero a manos de nuestro mayordomo? Sabes que nuestro padre ha dado órdenes de que cualquier carta que llegue para ti debe ser interceptada y enviada a él primero.

—Es que ese es parte del misterio, parece un fantasma pero los fantasmas no escriben cartas de amor ni envían capullos de rosa.

—Por cierto que no… tienes mucha razón. Ahora creo que ese caballero tarde o temprano te buscará, al parecer no le importa que os hayáis comprometido con Ravenston. Oh, ¿por qué a mí nadie me escribe cartas de amor? Estoy soltera y ansiosa de que un hombre se enamore de mí—se quejó su hermana menor.

Angelet no le prestó atención y corrió a su habitación a guardar cuidadosamente esa última carta. Era algo extraña a decir verdad pensó mientras la escondía en una caja de madera con dibujos en la tapa. Todas lo eran.

En ocasiones le decía simplemente: «Mi ángel, no penséis ni por un instante que os he olvidado. Nunca dejo de pensar en ti. Jamás…» Y las  otras era un trozo de poesía o algún verso como ese: «Nadie tiene dominio sobre el amor, pero el amor domina todas las cosas» (Jean De La Fontaine).

A ella le encantaba leerlas en la soledad de su habitación cuando nadie la veía, a hurtadillas, mientras se preguntaba quién era el autor de tan románticas cartas de amor. ¿Acaso era un admirador secreto que aguardaba el momento oportuno para declararle su amor?

Angelet suspiró mientras regresaba la caja de madera bajo una repisa dónde guardaba vestidos viejos y algunas labores de aguja, sabiendo que allí estarían a salvo.

«En realidad ya no importa esto, en tres meses voy a casarme con sir Ravenston y no debería prestar atención a estas tonterías… Si mi prometido se entera pensará que soy una coqueta descarada» se dijo. «Y por Dios que tal cosa no es verdad, sólo siento curiosidad de saber quién es y nada más…»

Unos pasos en la habitación llamaron su atención. Su hermana menor tenía cara de enfurruñada.

—Angie por favor… promete que no dirás nada de… lo que ya sabes—farfulló.

Ella sonrió tentada. Su hermana era tan perezosa que rara vez le decía el nombre entero, siempre lo abreviaba llamándola «Angie o Ange».

—Está bien, no diré que te besabas con ese teniente pero no vuelvas  a hacerlo, si te ven ningún caballero decente se acercará a ti. Y por favor deja de amenazarme con decirle a nuestro padre de las cartas.

Clarise asintió con grave semblante mientras extendía su mano derecha.

—¡Lo prometo!—exclamó—Pero quiero deciros que es peligroso, que lo es de todas formas, que conserves esas cartas es un riesgo para vuestra reputación.

Angelet no prestó atención a su hermana, últimamente estaba insoportable ante la perspectiva de ser presentada en sociedad la semana próxima y cualquier cosa la irritaba o alteraba.

—Eso no pasará, vamos, son sólo unas cartas—le respondió.

—Pues yo creo que sí es riesgoso para vuestra reputación. Si vuestro prometido se entera que un caballero misterioso os escribe cartas desde hace… ¡Diablos! Hace mucho tiempo que recibes esas cartas Angie.

Tenía razón, la primera la había recibido hacía más de un año y luego… las recibía con cierta frecuencia. Cartas y rosas o bombones, siempre con algún mensaje breve y como no sabía quién era no podía decirle que dejara de enviarle cosas.

Cuando sus padres se enteraron no tomaron muy bien el asunto y dieron órdenes a los sirvientes de que cada carta, mensaje o presente para la señorita Hampton fuera enviado de inmediato a Lord Hampton o su esposa Lady Sophie, pero rara vez lograban interceptar esas cartas y regalos que llegaban a la mansión de Forest Manor de una forma rara y misteriosa. Como si el autor de esas misivas conociera cada rincón de la mansión y pudiera introducirse allí sin ser visto ni oído para luego dejar los mensajes en su habitación antes de que nadie supiera de su existencia.

—Angie, ven aquí por favor. Estás distraída—se quejó Clarise—Ayúdame con este corsé, no puedo ir así, me veo como una pelota—parecía al borde de las lágrimas pavoneándose con su vestido de un tono pastel muy bonito y elegante.

Angelet se acercó y resignada suspiró. No había mucho para hacer, hasta que su hermana no consiguiera un pretendiente que le prestara atención le haría la vida imposible. Y pensar que la suya había sido una presentación tan discreta…

Puso manos a la obra y ajustó el corsé mientras su hermanita se miraba ceñuda en el espejo.

—Un poco más—exigió—Debo parecer de talle fino. Sabes que están muy de moda.

El talle fino, los rizos en la frente, saber tocar el piano y cantar… Lo que estaba totalmente fuera de moda era bordar en presencia de extraños pero su madre lo seguía haciendo cada vez que se reunía con sus amigas.

Angelet pensó que ajustar tanto el corsé era una locura pero no dijo nada. Rayos, tuvo que contenerse para no reírse, la pobre Clarise sí que sufría. Decía que no tenía un talle fino como se estilaba entre las señoritas, y a pesar de ser rubia y de facciones muy delicadas no estaba nada contenta y la acusaba de robar todas las miradas y la atención de los posibles pretendientes.

¡Oh, qué latosa era a veces! De un tiempo a esta parte luego de tener su fiesta de presentación se había puesto insoportable, usando corsé demasiado ajustados para disminuir su talle y dejando de comer para lograrlo, rizando su cabello y usando toda clase de artificios para embellecerse.

Ahora estaba rabiosa porque los bucles no habían quedado tan perfectos como ella quería y quiso culparla.

—¡Ay Angelet te dije que me ayudaras! No quedaron bien…

La joven se acercó al espejo y la ayudó a alisarse el vestido rosa. Ese vestido no la favorecía, tenía un miriñaque demasiado ancho y sus brazos regordetes y demás encantos se veían apretados, y al ajustar tanto el corsé notó que los pechos de su hermana parecían a punto de estallar.

—Clarise, no puedes usar ese vestido, parece que no es tu talla—dijo con cautela.

Tenía razón y la mirada cristalina de su hermana menor se llenó de lágrimas.

—Sí, es mi talla pero es que ya nada me sirve—se quejó—Me he puesto gorda que da miedo… no puedo ajustar mi talle y este color no me favorece pero… ¿Qué otro podría usar? Soy una debutante y debo verme bien, discreta, no puedo usar colores oscuros como las viudas.

Angelet sintió pena y la abrazó. Demasiada presión tenía la pobre. Sus amigas estaban casi todas comprometidas o con algún flirt mientras que la pobre Clarise solo se le había acercado un militar que le doblaba la edad y otro joven de muy mala reputación. Ambos candidatos fueron descartados de plano y ahora debía volver a la búsqueda de marido. La exhaustiva búsqueda de esposo.

—No digas eso… Este vestido es hermoso y resalta tu cabello rubio y tus ojos. Pareces un ángel, Clarise… sólo que deberías liberar un poco el corsé… te dolerá la panza si no lo haces.

Su hermana menor aceptó que lo hiciera.

—Claro, tú estás muy tranquila porque estás comprometida con sir Ravenston. En menos de un mes de tu llegada a Londres ya tenías un marido asegurado.

Los ojos de Angelet brillaron sin poder evitarlo.

Tenía razón, su vida estaba asegurada en su sentido más literal pero no se sentía tan feliz en esos momentos, pues la boda había sido concertada por su familia y todo el cortejo casi pareció algo fingido y estudiado. No estaba enamorada de Ravenston, por Dios, ¿cómo podía estarlo si lo había conocido hacía seis meses? Fueron sus padres y su hermano quiénes la convencieron de alentar esa amistad pues se trataba de un rico heredero de Cumbria y si pedía su mano, viviría en un señorío de ensueño en las heladas tierras del Distrito de los Lagos, en una propiedad inmensa llena de ovejas, cabras, y algunas aves y especialmente sería la señora de un mansión lujosa y hermosa.

—¿Ya te ha besado?—quiso saber Clarise con picardía.

Ella pestañeó inquieta.

—¿Qué?

—Pregunto si te ha besado Charles, boba.

Angelet la miró con fijeza.

—Deja de hacer preguntas por favor. No diré una palabra.

—Oh por supuesto… eres una remilgada Angelet.

—No, no lo soy.

—Y sin embargo los caballeros nunca me miran si vos estáis presente—disparó Clarise.

Angelet sintió que no podría soportar otro berrinche de su hermana ese día, tenía los nervios a flor de piel y desde hacía meses que Clarise berreaba porque nadie se fijaba en ella. Decía que era su culpa pues no había logrado adelgazar ni hacer que su talle se viera esbelto, que todo se debía a su mala suerte, o a que nadie la miraba si su hermana mayor estaba presente porque Angelet era la única de las hermanas que había heredado la belleza delicada y etérea de su madre que aún conservaba su delgado talle a pesar de los años. La cabellera castaña, la piel de porcelana y la mirada dulce y tan suave de Angelet había atraído a los pretendientes indicados al instante y en menos de un mes sir Charles se había convertido en su amigo más cercano… y tres meses después en su prometido. Y ahora todo iba viento en popa pues se casarían en menos de tres meses.

Clarise pensó que nunca podría ser como Angelet. Y sin embargo ese día la notó extraña, callada, pensativa y de pronto notó que todavía no se había vestido.

—¿Acaso no irás a la fiesta de la amiga de mamá?—le preguntó.

Luego de liberar el corsé un poco con la ayuda de su hermana y cubrirse los brazos desnudos con un chal de seda de la India el vestido quedaba mucho más discreto y elegante.

—En realidad quisiera quedarme aquí… me duele la cabeza—dijo Angelet evasiva.

—Mamá se disgustará Angie, vamos, haz un esfuerzo. ¿No será que esperas la visita de tu enamorado secreto verdad?

—¡Por supuesto que no! Qué tonterías dices.

—Y yo me pregunto cómo le hace para enviarte esas cartas sin que nadie lo descubra. Es muy extraño, ¿no crees?

Sí, lo era por supuesto pero no quería hablar de eso. Su madre llegaría de un momento a otro.

—Pues qué afortunada eres… tendrás un marido muy pronto y un enamorado que os enviará cartas de amor—dijo entonces Clarise con envidia.

—Es una tontería eso que dices Clarise—le respondió nerviosa—no me interesa ser cortejada por un fantasma, por alguien tan cobarde que envía versos de amor pero no quiere mostrarse. Además soy una joven comprometida.

—Oh no mientas por favor, se te nota Angelet… te has puesto muy colorada. Vamos, tú no sientes algo muy intenso por sir Charles. Él sí está locamente enamorado de ti, te sigue como bobo a todas partes pero tú… tú no lo quieres, ni siquiera soportas que te bese, creo.

Esas palabras fueron como un puñal certero y Angelet pensó que cuando su hermana se ponía en ese trece era insoportable.

—¿Acaso has estado espiándome, pequeña entrometida?—se quejó.

—No… solo los vi besándose el otro día en los jardines. Bueno, él os besaba en realidad…

Angelet se alejó molesta, tenía razón por supuesto. Ese beso no había sido de su agrado, robado y apasionado en exceso no parecía encajar en la personalidad tan cerebral y calmada de su prometido pero…

La voz chillona de su hermana le provocó un sobresalto.

—¡Angie! Tenemos que salir. Angelet. Mamá se disgustará si no nos acompañas. Ven.

—No. Es que no puedo ir ahora, me ha dado una jaqueca espantosa. Dile a mamá… creo que me iré a dormir.

—Bueno, en realidad sí te ves pálida, tú que siempre eres tan rosada—opinó su hermana y de pronto la vio mordisquear un dulce—Te pasa algo?

Su hermana no respondió, no quería decirle que acaba de oír una conversación entre su hermano y su amigo Thomas Harvey el otro día y preocuparla pero sentía una angustia espantosa de pensar que por una tontería se retaría a duelo con sir Praxton, apodado «el diablo de Dartmoor».

Debía hacer algo para evitarlo pero ese día no pudo hacer nada. Su madre fue a verla poco después para decirle que era imposible que faltara a la cita de esa tarde pues estaría presente su prometido y sería descortés dejarle plantado.

***********

A la mañana siguiente Angelet despertó temprano y fue a buscar a su hermano al páramo una hora después montada en su yegua. Sabía que todas las mañanas salía con su padre a cabalgar, a recorrer el próspero señorío de Forest Manor para hablar con arrendatarios o vigilar que no hubiera intrusos merodeando.

Tuvo la esperanza de poder hablar a solas con su hermano y azuzó a su caballo para que se apurase. Tenía prisa…

Estaba furiosa con su hermano Richard pues no había hecho más que evitarla esos días luego de que supo del duelo y ahora tenía la esperanza de convencerlo.

Avanzó por el boscoso paraje  recorriendo más de dos millas hasta que de repente vio a su hermano acercarse solo a todo galope y aguardó impaciente su llegada.

—Angelet… ¿qué estáis haciendo aquí?—su hermano actuaba como si viera un fantasma.

Su cabello castaño lucía alborotado y su rostro parecía desencajado. De pronto notó que sus ojos cafés lucían ojerosos  y alertas y en sus mejillas había una marca como si lo hubieran golpeado.

—Te estaba buscando Richard… el duelo. Ayer no pude dormir pensando que… Deja de negarlo, oí una conversación el otro día y sé que vas a batirte a duelo con sir Praxton.

Angelet estaba al borde de las lágrimas y Charles se acercó y tomó su mano.

—Tranquila Angie, esto no debe preocuparte, sólo hice lo que debía hacer… Ese sujeto me ofendió y no puedo pasar por alto tal ofensa.

—Os ofendió? Y por eso lo váis a matar?

—No… Sólo serán dos tiros y no serán mortales. Tú no sabes nada de duelos hermanita. Regresa a casa y deja todo esto en mis manos.

—No, no lo haré, cómo puedes pedirme que no intente al menos convencerte de que es una locura? He oído que ese caballero tiene muy buena puntería además de muy mala reputación. Olvida esa locura del duelo por favor… Ese hombre es muy cruel y os matará.

—Pues ya es hora de que ese malnacido pague por su osadía.

—¿Su osadía? ¿Pero qué te hizo, Richard? Has de tener una razón poderosa para haberle retado a duelo.

La mandíbula ancha de su hermano se tensó, no se lo diría, era muy reservado con sus asuntos y seguía considerándola una niña. De pronto la miró con fijeza y le respondió:

—No voy a decírtelo Angelet, no insistas. Ahora regresa a casa y si vuelves a recibir rosas o cartas de tu  misterioso enamorado debes decírmelo por favor.

Ella se sonrojó. ¿Por qué le molestaba tanto que tuviera un admirador? ¿Es que temía que su boda se arruinara por algo tan tonto como eso? No eran más que poesías y rosas… y todas estaban muy bien guardadas en su cofre.

—Pues eso no tiene importancia Richard, voy a casarme en tres meses con Charles, pero no lo haré si algo te pasa. Por favor, no hagas esto. Ese hombre es malvado y puede herirte o matarte.

—No lo hará. Pero es necesario, tú no te preocupes. Regresa a casa. Y no temas por mí, tengo buena puntería. Y no me importa matar a ese hombre, lo haré si vuelve a acercarse a ti.

Esas palabras la desconcertaron.

—¿Acercarse a mí? Pero… sólo conversamos unas veces hace tiempo, no entiendo por qué dices eso.

Su hermano apretó la boca para no soltar prenda, siempre hacía lo mismo cuando se enojaba, pero en esa ocasión habló.

—Angelet, por favor, quiero que te mantengas alejada de este asunto y no le digas nada a nuestros padres. Yo lo resolveré a mi manera y deja de preocuparte. Vamos, regresa a casa, no es prudente que recorras Forest sin compañía.

Ella regresó a la casa furiosa. No podía creerlo, su hermano estaba empecinado en seguir con esa locura del duelo y no pensaba que algo pudiera salir mal. Que podía ser gravemente herido o morir.

Hacía tiempo que los duelos habían sido prohibidos por la reina y por eso eran clandestinos, secretos, pero seguían celebrándose a pesar de las penas y prohibiciones. Especialmente para defender el honor de una dama, porque el honor de una dama afectaba a la familia entera y eso era algo que un caballero defendía a muerte. No podía retarse a duelo a un hombre sin motivos de peso y al parecer su hermano estaba emperrado en ese triste asunto.

La joven azuzó a su yegua y regresó rápido a la casa. Estaba furiosa y también asustada, debía impedir ese duelo de alguna manera, la aterraba pensar que ese hombre malvado pudiera matar a su hermano o dejarle una bala en la pierna o en un brazo. En esos tiempos muchos hombres guardaban alguna herida de un antiguo duelo; heridas que exhibían con orgullo, pero su hermano sólo tenía veinticinco años y en seis meses se casaría con la hija de un importante caballero de Devon. Estaba muy enamorado de esa joven, lo sabía y se preguntó si el duelo sería por su causa…

No. Esa joven no tenía una belleza que pudiera enloquecer a nadie más que a su hermano. La pobre era algo rara… es decir no era del todo normal y era retraída por naturaleza. Callada, tímida y con el cabello largo hasta la cintura, le gustaba dar paseos en su poney y no sabía ni cómo una criatura que parecía un hada del bosque había logrado enamorar tanto a su hermano. El pobre llevaba meses cortejándola y no fue nada sencillo para él, lo sabía. Los padres de Edelaine no querían su hija se casara, Angelet sospechaba que porque la joven no era del todo normal y sus propios padres también se habían opuesto de plano al compromiso, pero Richard impuso su voluntad. Hizo una escena, tomó su caballo y salió despavorido por los campos de Devon amenazando con hacer una locura si se oponían si no lo dejaban casarse con Edelaine. Así que en poco tiempo tendría un hada rubia merodeando por Forest Manor, su hogar ancestral, y al parecer ella estaba encantada…

Bueno, su futura cuñada siempre sonreía y podía estar horas sin decir una palabra, parecía muda, nunca hablaba a menos que le hicieran una pregunta directa y ni así tampoco. Lo único que sí se escuchaba era su risa. Esa risa cantarina y casi infantil delataba su presencia pero por lo demás, se quedaba en un rincón sumida en sus pensamientos. Como ausente.

Vamos, que esa señorita no era normal, parecía salida de un cuento de hadas del Medioevo y sin embargo su hermano había anunciado vehemente que no quería a otra joven por esposa. Adoraba el suelo que pisaba y ella lo sabía, un amor así no podía fingirse ni inventarse… a pesar de que hubo una comadre de lengua viperina que dijo al referirse al compromiso que sólo la dote de la señorita le había asegurado una boda tan ventajosa, pues saltaba  a la vista que no era normal.

Entonces su madre, disgustada, había defendido a capa y espada a Edelaine, a pesar de que a ella tampoco le hiciera demasiada gracia el asunto, diciendo a la dama en cuestión que se sentía muy orgullosa de que su hijo hubiera escogido a una joven tan buena y adorable.

Y en realidad juntos parecían dos enamorados.

Ella no pensaba que su cuñada tuviera un retraso pero… para ella era una especie de hija de las hadas y se preguntó cómo serían sus sobrinos, porque esas rarezas se heredaban… bueno, no era asunto suyo, su hermano era terco como una mula y ahora lo importante era hacer algo para que pudiera casarse con su amada Edelaine. La angustiaba pensar que fuera herido o algo peor…

*************

Eran cerca de las tres cuando  Angelet se miró en el espejo de su habitación y parpadeó inquieta. Tenía que cambiarse ese vestido pensó mientras planeaba cómo llevar a cabo esa locura y no fallar… no podía fallar.

Era el momento propicio para ir a la mansión del vizconde de Dartmoor, su madre había salido con su hermana a casa de una tía lejana que estaba enferma luego de almorzar y no regresarían hasta entrada la tarde, tal vez se quedarían unos días pues era la oportunidad de visitar Charleton y visitar a unas amigas de su madre. Por si acaso habían llevado maletas con ropa.

Su hermano y su padre también habían salido al club así que ella estaría sola y había decidido ir a dar un paseo por la pradera. Escribió una nota con mano temblorosa. De haber podido le habría enviado un mensaje al vizconde pero no podía pedírselo a su doncella sin despertar sospechas. Nadie debía saber de esa visita, su reputación quedaría arruinada ¿pues cómo podría explicar que había decidido visitar a uno de los hombres con peor reputación del condado con la misión de impedir un duelo? Nadie le creería. Y mejor no pensar en la locura que estaba haciendo. No, no quería ni pensar que iría a meterse en la boca del lobo para salvar a su hermano y se preguntó si realmente lo conseguiría…

Conocía bien el camino a Dartmoor, pues en su propiedad había un atajo que sólo sus familiares y criados conocían, pero era la primera vez que haría una excursión tan larga y necesitaba llevar algo para defenderse. ¿Un cortapapel? ¿Unas tijeras? No… mejor tomar un palo por el camino, sería más efectivo por si acaso ese malvado caballero intentaba hacerle algo.

Dejó la nota con mano temblorosa y pensó en llevarse a un criado para que la acompañara pero desistió rápidamente de la idea pues si hermano se enteraba sería el fin. Además sólo sería esa vez, nadie tenía por qué enterarse o mejor dicho: nadie debía enterarse.

Fue en busca de su yegua Bessie, sabía que a esa hora los criados dormían la siesta luego de un día de frenética actividad y en ausencia de su familia el sueño sería prolongado.

En los establos reinaba la calma y a lo lejos trinaba algún pájaro, los mozos brillaban por su ausencia y pensó que no tendría inconvenientes en tomar un caballo y largarse.

Sin embargo mientras recorría el establo los equinos se pusieron a relinchar uno por uno. ¡Qué desgraciados! ¿Tenían que hacer eso?

Eso dio la voz de alarma de los mozos y de pronto se encontró con uno llamado Tim, alto y robusto que se acercó rápido como un rayo.

Al ver que era ella se detuvo en seco.

—Señorita Angelet…—dijo y se sonrojó.

Sabía que esos mozos jóvenes siempre la miraban a cierta distancia pero sin ser tan descarados de ponerse en evidencia que estaban admirando a las señoritas de la mansión por supuesto. Conocía a ese mozo larguiducho, era hijo de uno los jefes del establo y sin mostrarse nerviosa le habló.

—Tú eres Tim, no es así?

El joven de patas largas y la cara llena de pecas asintió.

—Tim, necesito ensillar a Bessie, ¿me ayudas?—le pidió, muy decidida.

El joven mozo se quedó mirándola con expresión embobada.

—OH sí… ¿pero saldrá ahora señorita Hampton? —quiso saber.

Ella se vio obligada a responderle que sólo iría a dar un paseo aprovechando que había salido el sol.

—Rápido por favor, tengo prisa.

—Oh por supuesto. Yo la ayudo, señorita.

Los ojos almendrados del mozo seguían sus movimientos con atención.

—Déjeme acompañarla, por favor. No puede salir sola, señorita—insistió.

—Pues no necesito compañía, iré a visitar a una amiga en Dartmoor y vendré en tres horas.

—¿Irá a Dartmoor? ¿Por qué no usa entonces el carruaje señorita? Queda a una distancia demasiado larga, tardará más de una hora en llegar.

¡Diablos! Qué sujeto tan entrometido ese mozo.

—Pues conozco un atajo, creo que podré llegar en media hora—dijo y se acercó a su yegua para treparse como una ágil amazona ignorando por completo a Tim, azuzó a su caballo para ganar tiempo.

Lo que no imaginó fue que ese obstinado mozo montaría un caballo y la seguiría muy veloz.

Bueno, el pobre cumplía con su deber, ella nunca salía sola de Forest Manor y cada vez que visitaba a alguien lo hacía en su carruaje. Pero como montaba casi a diario todas las mañanas era una experta amazona y no tuvo problema en librarse del molesto escolta. Conocía bien el camino y pensó que tal vez llegaría en menos de una hora, mucho menos…

Estaba cometiendo una locura pero no le importaba. Lo haría de todas formas.

Azuzó a su yegua para que fuera más rápido, tenía prisa y quería perder de vista a ese mozo impertinente. ¿Por qué la seguía? Él no era su hermano y ella le había advertido que no lo hiciera.

El sendero se hizo empinado y debió estar muy atenta a los desniveles y aminoró la marcha. Se sentía muy osada y furiosa pero muy determinada a salirse con la suya, no se rendiría…

Afortunadamente no vio a nadie en el sendero, ni tampoco al entrometido mozo.

Hasta que llegó a lo más espeso de la pradera y el caballo comenzó a desobedecerle. Se negaba a avanzar como si viera algo maligno muy cerca.

—¡Diablos Bessie, no me hagas esto ahora!—exclamó.

Perdió demasiado tiempo dando vueltas por ese lugar sin encontrar la salida y casi deseó tener a ese mozo entrometido a su lado para que la protegiera. No quería quedarse atrapada en ese lugar y que apareciera algún animal salvaje o algo peor, debía buscar la salida… ¡Demonios! Hacía tanto frío en ese lugar, un frío húmedo que la congeló de repente y tuvo que cubrirse más con su capa y disminuir aún más la marcha. Su yegua estaba nerviosa y no hacía más que relinchar molesta mientras sacudía la cabeza como si no quisiera avanzar ni un paso más.

—¡Vamos Bessie, por favor, no podemos quedarnos aquí! Tenemos que ir a Stonehill —dijo desesperada con la esperanza de convencer a la yegua de ir más rápido como si esta pudiera entenderle.

El animal respondió avanzando un poco más ligero, pero no demasiado, parecía reacia a continuar su camino y fue un verdadero triunfo poder salir de ese bosque y ver de nuevo la luz del sol.

Galopó hasta subir la ladera y entonces la visión de Stonehill la asustó. Porque esa debía ser la mansión del belicoso caballero, una inmensa mansión de muchas habitaciones, una casa antigua y algo tenebrosa de piedra y madera que desafiaba la gravedad al estar en lo más alto del páramo.

Sabía que se contaban historias algo tétricas de ese lugar y sus habitantes, era una de las familias más antiguas de la región, la de más linaje y sin embargo no eran sociables y jamás daban fiestas… se decía que el actual vizconde buscaba una esposa para acallar los rumores funestos sobre su vida de juegos y vicios y que a pesar de ser guapo y muy bien parecido no encontraba una dama dispuesta a casarse con él en todo el condado. Pues por algo sería…

Al parecer a Bessie tampoco le agradaba Stonehill y fue un verdadero triunfo obligarla a cabalgar hacia esa casa, no sabía qué le pasaba al animal pero hasta ella se sentía asustada con la vista de esa mansión sombría y solitaria.

—¿Qué te pasa Bessie? Hoy estás insufrible—se quejó.

Entonces oyó ladrar a unos perros delatando su presencia, lo que le faltaba, ahora sería atacada por una manada de perros.

Pero había alguien más a la distancia, un jinete parecía haber notado su presencia y lo vio hacer un gesto a otro que estaba cerca de allí.

Antes de poder ver quién era se vio rodeada por montón de galgos furiosos que la rodearon como si fuera una zorra a la que debían cazar fastidiando a su pobre yegua que no hacía más que relinchar y amenazar con salir corriendo despavorida luego de tirarla. No sería la primera vez que lo hiciera por supuesto y Angelet sabría cómo caer pero… No quería caer y que esos perros la llenaran de mordidas.

Desesperada comenzó a gritar y a pedir ayuda moviendo los brazos con la esperanza de que ese  jinete fantasma dejara de mirarla muy pánfilo y se decidiera a llamar a esos perros del demonio.

Dio resultado porque sus gritos atrajeron no sólo al jinete fantasma sino a un grupo de mozos que galoparon a su encuentro mientras uno de ellos soplaba un silbato para llamar a los galgos. ¡Qué alivio!  Ahora solo le quedaba calmar a su yegua que estaba histérica y no dejaba de mover la cabeza para todos lados con riesgo de darle un cabezazo en cualquier momento o alzarse en dos patas y hacer caer de bruces en el piso.

Mientras le hablaba a la yegua alzó la mirada y se encontró con un montón de hombres fornidos que la miraron de una forma osada y habría deseado que ese atolondrado mozo estuviera a su lado.

—Buenos días, por favor, busco al vizconde de Stonehill—anunció con altivez.

La altivez daba mucho resultado contra criados atrevidos, o eso esperaba ella sin embargo estos se mostraron desconfiados.

—No puede cabalgar por  estas tierras señorita, está prohibido y tuvo suerte de que la viéramos. Esos galgos son muy malos con los intrusos—le dijo un tipo cuadrado y de cara muy rústica.

Angelet miró a ese sujeto con expresión airada, ¿qué se creía? Ella no era una intrusa.

—Pues no soy una intrusa, necesito hablar con el vizconde un asunto de suma urgencia. ¿Pueden avisarle que he llegado?

Los mozos retrocedieron algo espantados.

—¿Y ha venido sola, señorita?—dijo un hombre colorado y barbudo con desconfianza.

—No… un mozo vino conmigo pero temo que lo he perdido de vista—se apuró a responder.

Esa información inquietó al líder de los mozos quién les ordenó a los más jóvenes que fueran a buscar al sirviente de inmediato.

—Lo lamento mucho, señorita, pero en Stonehill no suelen haber visitas. Al señor no le agrada recibir visitas tampoco, pero si la espera iré a visarle de  inmediato. ¿A quién debo avisar? ¿Cuál es su nombre?

—Angelet Hampton—respondió la joven. 

Su nombre despertó algo que no logró comprender, ¿sería por el duelo o porque sabían bien que su señoría la había citado en su mansión?

Intercambio de palabras dichas al oído y sonrisas, nuevas miradas atrevidas hasta que el barbudo sacó una fusta y golpeó a uno de los mozos.

—Ve a decirle al señor que ha venido la señorita Hampton, imbécil. Y deja de mirar así a la dama o te cruzaré la cara con esto—lo amenazó enseñándole una fusta de cuero.

El joven mozo rubio salió corriendo antes del jefe cumpliera sus amenazas.

Ahora el barbudo no la consideraba una intrusa, sino que le sonrió enseñándole un montón de dientes largos como de lobo.

—Por aquí, sígame señorita Hampton—le ordenó.

La joven notó que el resto de los mozos formaba una escolta numerosa a su alrededor mientras ella luchaba por tranquilizar a su yegua que no dejaba de quejarse y relinchar. Tuvo que ser el barbudo que la tranquilizara hablándole con suavidad.

—No haga eso señorita, si quiere calmar a un caballo no será con ese rebenque que lo consiga—la retó.

Angelet tuvo que morderse la lengua para no responderle.

—Usted está nerviosa y el animal lo sabe, si la trata así será peor. Este animal está agotado. ¿Cuánto hace que no bebe agua?—insistió el hombre.

—Pues estaba en el establo descansando cuando la monté, todas las mañanas cabalgo una hora y nunca me ha dado problema.

—¿Vino usted desde Forest Manor? Eso queda a más de seis millas. Este pobre animal está extenuado. Mejor será que suba a mi caballo. Yo la llevaré.

Angelet se negó de plano.

—No gracias, prefiero ir andando. La mansión está cerca.

Ni loca se subiría al caballo de ese sujeto, ¿por quién la había tomado?

Así que saltó de Bessie ágil y decidida ante la mirada de asombro de los mozos y decidió caminar llevando a su yegua de las riendas. Bessie no estaba cansada como decía ese sujeto, sólo se hacía la sinvergüenza porque  había extraños y era una caprichosa, la conocía muy bien, ahora iba mansita a su lado y a más velocidad que antes porque tenía la tonta esperanza de que pronto le quitara la silla de montar, la cincha y todo lo demás y recibiera agua, comida y un inmerecido descanso.  Claro, la muy haragana estaba acostumbrada a galopar un ratito en la mañana sin mucho esfuerzo, en realidad sólo ella la montaba y no siempre. Y ahora que debía cabalgar más tiempo del acostumbrado, un camino empinado, irregular y agotador, la muy descarada se negaba a seguir. Tuvo que calmarla ese sujeto antipático de poblada barba que parecía tener un don especial con los caballos. Debía ser adiestrador seguramente el encargado de los establos. En Forest Manor había un hombre así que era capaz de domar cualquier caballo, hasta el más salvaje en poco tiempo.

Suspiró mirando hacia la mansión.

A pesar de toda su osadía y soberbia estaba nerviosa, muy nerviosa. Casi habría deseado que Tim la escoltara para comparecer ante el vizconde, pero sabía que ningún criado la habría seguido hasta Stonehill, su hermano no lo habría permitido y su aventura se habría arruinado antes de comenzar.

Angelet se detuvo en seco. Habían llegado.

La lujosa mansión aguardaba…

Un impecable mayordomo de cabello gris abrió la puerta y la condujo al interior mientras el barbudo se llevaba a Bessie al establo.

—Sígame, señorita Hampton. Por aquí, por favor…

Bueno al menos los criados de la mansión tenían educación.

Un ama de llaves de edad indefinida y riguroso luto la recibió al llegar al salón principal. Sus ojillos oscuros la escudriñaron un instante antes de llevarla hasta la biblioteca donde el vizconde aguardaba.

Al verse en un espejo de la sala pensó que su aspecto no podía ser más lamentable; había perdido el sombrero, las cintas que sujetaban su cabello de un rubio oscuro y sus mejillas encendidas la hacían parecer una manzana resaltando demasiado sus ojos color zafiro.

Debía hacer algo con ese cabello, alisarlo con la mano para no comparecer ante su anfitrión como si fuera una campesina descuidada, pero no tuvo tiempo, el ama de llaves, que sonreía al ver su disgusto la obligó a continuar.

—Hemos llegado, señorita Hampton. Por favor—dijo y abrió ambas puertas de una sala inmensa con la biblioteca más enorme y magnífica que había visto en su vida.

La visión de ese montón de libros cuidadosamente alineados captó de tal forma su atención que no notó que había un hombre en un rincón observándola con la misma intensidad que ella miraba los libros. Y al ver que la joven lo ignoraba decidió acercarse despacio y hablarle.

—Señorita Hampton, su visita es inesperada y me siento profundamente honrado—declaró.

Angelet retrocedió espantada al descubrir al vizconde observándola con expresión maligna y divertida. Era un hombre maligno y lo recordaba muy bien. Alto, de porte militar y ojos oscuros, de cara ancha ese sujeto emanaba fuerza y un raro magnetismo que la atrajo desde el primer momento en que fueron presentados por una condesa en Londres cuando era una tímida debutante de la temporada. Hacía de eso más un año.

Conversaron, bailaron y entre ellos nació cierta amistad que sus padres desaprobaron desde el comienzo. Ese sujeto, a pesar de ser de buena familia, tenía muy mala reputación, eso fue lo que le dijeron. «Te prohíbo volver a dirigirle la palabra al vizconde de Stonehill» había dicho su padre de forma terminante y su madre vigiló que ella cumpliera su voluntad. Sin embargo lo había visto y … se sonrojó al recordar esa mirada intensa y viril. No se parecía en nada a su prometido sino que por el contrario eran el día y la noche.

Hizo un esfuerzo por dominar sus nervios y le habló.

—Le pido mil perdones señor Praxton, por venir a Stonehill sin ser invitada pero me urge mucho hablar con usted—dijo con cierta altivez sin mencionar que se conocían de antes. ¿Lo recordaría él? Sólo habían bailado dos veces, conversado y se habían visto algunas veces en la vicaría o en alguna fiesta. Angelet se había visto a poner fin a esa incipiente amistad, muy a su pesar pues él le agradaba y la incomodaba a la vez como en esos momentos.

Ahora sus ojos oscuros estaban clavados en los suyos.

—Por supuesto, no me incomoda recibir la visita de una hermosa señorita. Al contrario, me honra y me intriga… Por favor tome asiento.

Ella obedeció y esquivó su mirada.

—Así que vino sola desde Forest Manor… —apuntó.

—No vine sola, un mozo me acompañó, además usé un atajo.

—¿De veras? Vaya, se ha convertido en una joven muy intrépida señorita Hampton, cuando la conocí parecía una pajarita asustada.

Angelet palideció.

—Se acuerda usted de mí—murmuró.

—Por supuesto que sí, la recuerdo a usted muy bien señorita Hamtpon a usted y también a su familia.

Notó que no lo decía con demasiada alegría.

—Señor Praxton, he venido aquí a intentar convencerle de que… Me he enterado que mi hermano lo ha retado a duelo hace días. Ignoro el motivo pero he venido a suplicarle que no lo haga. Quiero que sepa además, que yo misma he hablado con mi hermano para convencerle de no batirse a duelo con usted pero no me ha escuchado.

—Ni creo que lo haga, es un hombre obcecado y necio—le respondió.

Angelet enrojeció.

—Mi hermano no es necio, sólo es impulsivo y orgulloso, pero no creo que su ofensa amerite un duelo de honor.

El vizconde no compartía su opinión.

—Me temo que usted está confundida en ese punto señorita Hampton. No fue su hermano quién me ofendió ni fui yo quien lo retó a duelo—le aclaró—sino él…

—¿Qué? Pero… eso no puede ser. Por favor, dígame la verdad sir Praxton. ¿Acaso fue algo tan grave?

—En realidad no, fue una tontería y estoy dispuesto  a desistir de ese ridículo asunto.

Esas palabras la llenaron de emoción.

—¿Lo haría usted?

—Por supuesto. No deseo enemistarme con su familia ni tampoco con usted. Me he enterado que se ha prometido a Charles Ravenston.

Angelet asintió sin dar más explicaciones.

—Y que van a casarse en tres meses.

—Sí. ¿Por qué lo pregunta sir Praxton?

—Porque temo que se ha equivocado de prometido señorita Hampton, ese caballero no le conviene para nada. Acostumbra viajar a Londres y perder mucho dinero en casas de apuestas y mujerzuelas.

La joven se incorporó visiblemente incómoda.

—Eso es una vil calumnia y no permitiré que diga esas mentiras maliciosas de mi prometido—exclamó.

—Cálmese, tome asiento por favor. Ha venido a pedirme que no  deje a su hermano sin un brazo o sin una pierna y sabe por qué ha realizado un viaje tan largo… Está asustada y sabe que no fallaré. En tres días me veré obligado a disparar en un absurdo duelo y por desgracia para su hermano tengo muy buena puntería. Ahora por favor, cálmese, lamento si mis palabras la ofendieron pero le aseguro que no le he dicho la verdad.

Angelet obedeció y aguardó impaciente a que terminara de hablarle.

—Señorita Hampton usted ha venido a pedir mi ayuda y le aseguro que nada me agradaría más que poder complacerle pero me temo que debería hablar con su hermano. Sí… en realidad fue él quien me retó a duelo y no estoy tengo especial interés en ello.

—Ya lo he hecho sir Praxton, pero no ha querido escucharme por eso estoy aquí.

—Comprendo… Pero no se angustie por favor, todo tiene solución en esta vida menos la muerte, no es así? Es lo que he oído decir.

Praxton observó a la señorita Hampton de soslayo. Altiva y hermosa, desafiante, ella también lo había despreciado como pretendiente, había huido de su presencia y ahora se casaría con ese tunante Charles Ravenston, el acaudalado y honorable lord de Eastwood.

Intentó dominar la rabia que lo consumía para que su voz se oyera fría y exenta de cualquier emoción.

—Bueno, ya que está tan interesada en impedir este duelo señorita Hampton, creo que podríamos llegar a un acuerdo.

Esas palabras la sorprendieron. ¿Qué tramaba ese caballero?

—Por supuesto… —balbuceó.

Él se le acercó despacio y la miró con fijeza.

—¿Qué estaría dispuesta a hacer para impedir que mate a su hermano de un tío durante el duelo señorita? Porque la ofensa de su hermano exige una satisfacción y sabe que no fallaré. Su familia siempre ha sido hostil con la mía pero lo que hizo su hermano me desquició, me acusó de algo que no hice y ahora deberá asumir las consecuencias.

—Pero usted no puede matar a mi hermano sir Praxton, si lo hace irá a prisión.

—En un duelo suelen haber accidentes desafortunados señorita Hampton, no todos están preparados para empuñar una pistola y disparar, a veces erran y ese error suele costar muy caro. Además los caballeros no van a prisión, señorita Hampton.

Hablaba con tanta frialdad que ella pensó que ese hombre era realmente el diablo de Dartmoor, ¿cómo podía hablar con tal ligereza de la vida de su hermano?

—¿Cómo puede decir esas cosas horribles con tanta frialdad sir Praxton? Es usted un malvado y no me interesa hacer tratos con usted. Creo que sé lo que tengo que hacer sir Praxton. Me temo que he perdido el tiempo en venir aquí, pensé que sería más considerado, un verdadero caballero pero me equivoqué—Angelet saltó de la silla preparada para marcharse, ofendida y casi horrorizada después de haber escuchado a ese hombre.

—Aguarde, no se precipite, por favor… siéntese. Todavía no le he dicho lo que espero de usted señorita.

Ella le dirigió una mirada colérica. ¿Qué estaba diciendo ese hombre?

Él avanzó hacia ella decidido sin vacilar y sus movimientos rápidos la obligaron a retroceder.

—¿Está asustada, señorita Hampton? ¿Me teme usted?

Ella retrocedió inquieta.

—Creo que no podremos llegar a un acuerdo, señor Praxton—balbuceó—Vine a rogarle que olvidara ese duelo pero al parecer esta situación no lo afecta en absoluto, al contrario creo que le divierte.

—Se equivoca, yo opino lo contrario. Haremos un trato… si quiere que su hermano viva deje de comportarse como una chiquilla asustada. Lo que le pido no es tan difícil o tal vez sí… dependerá de cuánto ame a su familia, señorita Angelet.

—No entiendo qué quiere decirme sir Praxton.

—Siéntese por favor, tranquila señorita.

La joven miró nerviosa a su alrededor deslumbrada por la belleza de las habitaciones que quedaban atrás, los retratos, el lujo y también el silencio de la casa como si no viviera nadie… bueno, había oído que el padre del actual vizconde había muerto hacía un año y su madre mucho antes luego de pillar una gripe y que el heredero pasaba largas temporadas en Londres jugando a las cartas, bebiendo y cosas peores para eludir responsabilidades. Que sabía jugar cartas tan bien como boxear y disparar pistolas con la certeza de un bandido y…

Mejor no pensar demasiado en ello.

—Usted va a casarse pronto ¿no es así?

Ella asintió alarmada. ¿De nuevo con eso? ¿Qué le diría ahora?

—Sin embargo no parece una novia feliz, ni enamorada. El compromiso con sir Ravenston fue algo apresurado—parecía una sentencia.

—No comprendo por qué me dice esas cosas sir Praxton, no vine aquí a hablar de mi boda sino a pedirle que suspenda el duelo.

—¿Y cómo hago para olvidar una ofensa tan grave señorita Hampton? Su hermano me humilló públicamente, me insultó llamándome libertino y mujeriego y ahora… demonios, es que necesito una esposa y sé que ninguna dama decente me considerará un buen partido después de este escándalo. Su hermano fue injusto e impulsivo, no midió las consecuencias pero nadie me ofende impunemente, ¿sabe? Tengo reputación de ser un estupendo jinete y también por tener una puntería del demonio con la pistola. Puedo disparar a más de diez yardas y no importa la luz, si apunto a la cabeza de su hermano tenga por seguro que mi disparo será certero.

Esas palabras la llenaron de angustia.

—Lamento mucho que mi hermano lo ofendiera, que arruinara su posibilidad de encontrar una esposa pero… Tal vez si fuera a Londres podría encontrar una joven apropiada dispuesta a convertirse en la señora de Stonehill.

—¿De veras? Usted lo hace tan fácil pero dudo que tenga chances aún en la gran ciudad. Además, no me agradan las debutantes de Londres, son muy afectadas y presumidas. No tengo prisa por casarme pero… en ocasiones alcanza un pequeño sacrificio para tener aquello que más deseamos en este mundo. La vida de su hermano y una boda muy ventajosa para usted y su familia.

Angelet se sonrojó.

—¿Un sacrificio? ¿A qué se refiere sir Praxton? ¿Qué debo hacer para que olvide este desdichado asunto?—estaba temblando porque sus ojos la miraban con un deseo intenso y su mirada en su cuerpo era una caricia atrevida que no tenía intención de recibir.

—Creo que lo imagina señorita Hampton… Puesto que su hermano ha arruinado mi reputación y mis posibilidades de conseguir una esposa usted deberá casarse conmigo.

—Casarme con usted?—balbuceó la joven.

—Pues sí… eso mismo. Creo que un arreglo muy justo. La vida de su hermano a cambio de que se convierta en mi esposa. Pero no se angustie, le daré unos días para que lo piense.

—Sir Praxton, estoy comprometida con Charles Ravenston, usted lo sabe no puedo… aceptar su ofrecimiento. Me halaba que me considere una candidata para ser su esposa pero de ninguna manera podría…

—Temo que no tiene alternativa señorita Hampton. La boda o el duelo, su familia me ha agraviado y perjudicado de mil formas, no sólo arruinando mi reputación sino también arrebatándome la herencia de un tío que recibí fragmentada…   Su padre es el responsable de mi ruina.

—¿Mi padre?

—Así es. Y le aseguro que no estoy exagerando, podría enseñarle el documento que da fe de mis palabras.

Angelet palideció. No, no podía ser verdad. Ese caballero no podía estar hablando en serio. Que le pidiera matrimonio no le disgustaba tanto, sólo la pillaba de sorpresa pero que acusara a su padre de haberle estafado pues eso dio a entender la indignó.

—Sir Praxton, no puede ser… Mi padre jamás… Mi padre es un caballero y no me quedaré ni un minuto más en esta casa si se atreve a acusarle de algo tan ruin—exclamó y supo que era hora de marcharse. No podía quedarse ni un minuto más.

—Pues todo es verdad, aguarde aquí, le enseñaré el documento en cuestión que la hará comprender que en nada le he mentido.

El caballero fue hasta la habitación contigua con paso rápido y gesto airado y no tardó en regresar con un documento cuidadosamente anudado en el cual según él estaba toda la verdad.

—Puede leerlo si gusta, pero esta es la prueba de que su padre estafó a mi familia al involucrarle en un negocio que jamás se concretó: la construcción de nuevas vías de tren para unir Londres con el resto de Inglaterra.

La joven leyó el documento sin poder dar crédito a lo que leía pues lo primero que vio fue la firma de su padre estampada al final avalando ese negocio.

Su padre siempre tenía negocios que atender y lo había oído mencionar durante la cena la construcción de una nueva vía ferroviaria que ayudaría a los condados más alejados de la capital a viajar con más comodidad sin tener que usar esas lentas e incómodas diligencias. En pos del progreso había invertido fuertes sumas en esos nuevos negocios de la capital hasta llegar dueño de una fábrica de algodón muy floreciente pues tenía un don para los negocios, no era como esos caballero remilgados que no sabían nada al respecto, al contrario era tan bueno con los números que jamás se equivocaba cuando hacía las cuentas y por cierto que él era su propio administrador pues no tenía confianza en ninguno. «No te fíes de esos astutos contables que dicen saber mucho de números. Han sido y siguen siendo la ruina de muchas propiedades florecientes» solía decirle a su hermano a quién  hacía tiempo que le enseñaba a manejar los  negocios de la familia.

La jovencita siguió leyendo el documento y de pronto notó que la suma que había entregado ese pariente de Praxton había sido cuantiosa.

—Como ve no le he mentido señorita Hampton. Todo es verdad. Pues luego de entregar esta importante suma de libras el negocio nunca fue concretado. La construcción de las vías de tren fueron realizadas por otros empresarios londinenses que tuvieron la concesión y autorización correspondiente, algo que vuestro padre temo que nunca solicitó. Y en vez de devolver el dinero solicitado pues decidió quedárselo y por ello mi tío perdió los ahorros y una gran parte de su herencia  y ni siquiera tuvo la satisfacción de enviarle a prisión por fraude pues murió poco después del disgusto. Verse casi en la miseria fue demasiado para él.

Angelet parpadeó inquieta.

—Lo lamento mucho sir Praxton pero… creo que debería hablar con mi padre y reclamar este dinero pues como heredero de su tío tal vez…

Él sonrió con ironía.

—¿Y cree que no le he intentado, señorita Hampton? Pero él se niega a entregar este dinero argumentando que al morir mi tío no tiene obligación alguna de devolver esa cuantiosa suma. Hasta ha llegado a inventar que utilizó esos miles de libra en otro negocio pero no tiene obligación alguna de pagarme ni un penique. Eso es lo que argumenta vuestro padre respaldado por sus abogados por supuesto.

—Lo lamento mucho sir Praxton…

—Pues no lo lamente, sólo acepte ser mi esposa y todo quedará olvidado.

—¿Su esposa? Pero apenas le conozco señor, no puedo… No puedo hacerle una promesa semejante ahora, estoy comprometida con sir Charles. ¿Es que no lo entiende? Además…

—Pero usted sí me conoce, hace un año tuvimos una amistad en Londres.

Un flirteo para ser más exactos. Tuvieron un alegre y efímero flirt. El vizconde de Stonehill la había deslumbrado con su porte militar y esa mirada oscura y viril siguiéndola a todas partes. Angelet lo recordaba bien, pero fingió que no estaba al tanto por supuesto.

—Sí, lo recuerdo pero no le traté más que unos meses y ahora… Escuche, mis padres jamás darían su consentimiento en el caso de que aceptara casarme con usted para enmendar el daño que mi familia le ha hecho a su reputación—dijo desesperada.

—Eso puede arreglarse por supuesto. Pero no se preocupe, le daré un tiempo para que lo considere, mientras tanto prometo suspender el duelo. Enviaré a mis padrinos para que hablen con su hermano.

Esas palabras la llenaron de ilusión.

—Entonces promete que lo hará, que … no habrá un duelo entre mi hermano y usted?

—Tiene mi palabra señorita Hampton, pero recuerde que deberá cumplir su parte del trato.

—¿Mi parte del trato?—balbuceó.

—Sí… Se casará conmigo en menos de dos meses y si no lo hace deberé pelear esta estafa con abogados y enviar a prisión a su padre por fraude y apropiación indebida de dinero ajeno. Pues nunca se llevó a cabo la construcción de las vías de tren ni tampoco regresó ese dinero como correspondía, aquí lo dice con claridad, en una de las cláusulas del documento, mire…

Ella leyó ese apartado que decía que en caso de no poder llevarse a cabo el negocio ambas partes rescindían del negocio y se obligaban a resarcir a la otra parte interesada devolviendo cada penique invertido en ese proyecto.

—Su padre dijo que había invertido el dinero que no lo tenía en su poder, pues si lo invirtió deberá entregarme los anticipos de las ganancias como promete en el documento.

Angelet pensó que debía hablar con su padre cuanto antes. Debía entregar ese dinero  a sir Praxton y salvarla de ese matrimonio pues no tenía intención alguna de convertirse en la señora de Stonehill. Un flirteo no era estar enamorada, ese caballero ya no tenía modales tan encantadores sino que parecía cabreado con toda su familia, así que una unión entre ambas casas no parecía ser muy acertada ni apropiada.

Ahora el vizconde la miraba con fijeza esperando algo que ella no podía ni imaginar hasta que habló.

—Señorita Hampton, le daré una semana para que me dé su respuesta. ¿Cree que el tiempo que le doy sea suficiente para usted?

Ella pensó en su hermano cuya vida corría peligro y asintió despacio.

—Ahora debo regresar a Forest antes de que noten mi ausencia, nadie sabe que estoy aquí.

—Por supuesto… por favor, permítame escoltarla hasta su casa en mi carruaje.

—Se lo agradezco pero, mi yegua Bessie…

—No se preocupe por eso, luego un criado se la llevará de regreso a Forest—declaró y se puso de pie—Permítame escoltarla por favor, a fin de cuentas muy pronto se convertirá en mi esposa.

¿Su esposa? ¡Eso jamás!

Rayos, ¿cómo decirle a ese caballero que no podían verla en su compañía porque sus padres le darían una paliza? Era muy inconveniente que la escoltara, por más que sus intenciones fueran las mejores.

Pero sus ansias de escapar superaron a la prudencia así que aceptó ir en su carruaje de inmediato por temor a que tal vez cambiara de idea y la dejara encerrada hasta arrancarle alguna promesa de matrimonio. Era un hombre audaz, brutalmente sincero y ahora que sabía que su familia le debía todo ese dinero se sintió asustada y aturdida. No podía creer que su padre hiciera eso pero… tal vez hubiera una explicación razonable.

El vizconde dio las órdenes de que prepararan su carruaje pues partirían de inmediato a Forest Manor.

—Acompáñeme señorita, por aquí…

Angelet tuvo la sensación de que era una muy mala idea regresar a su casa en su compañía. Imaginaba el disgusto de sus padres al enterarse de su huida ese día y también de ver a quién no tendrían demasiadas ganas de recibir en su casa, al vizconde de Stonehill.

Durante el trayecto él no dejaba de mirarla con fijeza y ella de esquivar sus ojos. Estaba asustada por lo que pasaría después, sus padres se enfadarían, su hermano también y luego… ¿Qué rayos haría con esa promesa? No pensaba cumplirla por supuesto, nunca se casaría con ese hombre.

—Fue usted muy imprudente, señorita Hampton—dijo él de repente.

Angelet lo miró espantada.

—Sí, es verdad sir Praxton pero estaba desesperada—respondió.

—¿De veras? Bueno, pues la próxima vez que desee venir a visitarme le ruego que me avise e iré a buscarle señorita Hampton, estas praderas han dejado de ser seguras estos tiempos, algunos bandidos merodean Dartmoor para asaltar a los viajeros. Fue usted muy afortunada de que nada le pasara hoy pero mejor será que no tiente al diablo, señorita Angelet.

¿Tentar al diablo? Vaya, cuánta exageración. Pensó Angelet.

Cuando el carruaje entró en Forest Manor tembló pensando en la reacción de sus padres al verla entrar con ese caballero de mala fama…

Y como si leyera sus pensamientos y tal vez se riera de ellos él murmuró: «Cálmese por favor, yo explicaré a su familia lo que ha pasado».

Angelet no era tan optimista y de pronto le detuvo.

—Aguarde, no… Por favor no hable con mis padres, luego les explicaré… Es que temo que se enfaden y luego…

Él sonrió sin dejar de mirarla.

—Como guste señorita Hampton. Por favor, no olvide nuestro trato—murmuró.

Angelet asintió sin decir nada. Ahora le quedaba enfrentar a sus padres y explicar por qué había llegado con tan mala compañía.

Habría deseado correr a su habitación y esconderse pero cuando intentó hacerlo los vio en el salón comedor, todos reunidos y agazapados y tembló. Al parecer era demasiado tarde para escapar.

—Angelet, pero qué has hecho? Dónde estabas? Y por qué ese hombre os ha escoltado hasta Forest Manor? ¡Cuánta desvergüenza!—dijo su padre furioso.

Ella miró desesperada a su hermana pero ella bajó la vista luego de decirle con la mirada que se había metido en una buena.

—Lo siento papá es que fui a dar un paseo por la pradera y… tuve un accidente y el señor Praxton… El vizconde de Stonehill que pasaba por allí me encontró y…

Al menos era rápida para inventar historias, una cualidad heredada de algún familiar novelista, creo que era un primo segundo de su madre.

—¿Qué? Pero sabes que os he prohibido hablar con ese hombre, hace tiempo que …

—Bueno, al menos está a salvo John—dijo su madre.

Sir John Hampton se elevó del asiento y se acercó a su hija como un gallo de riña.

—Estáis castigada, y agradeced que ya no tenéis edad para recibir azotes, pero ahora regresad ahora a vuestra habitación y os quedaréis allí sin recibir visitas. Pero antes me contaréis qué os dijo ese malnacido de Stonehill.

Angelet negó que el caballero le hubiera dicho algo que valiera la pena mencionar. Sólo la escoltó de regreso luego de cerciorarse de que no tuviera ningún hueso roto.

Mientras hablaba miró de soslayo a su hermano, él era el culpable de todo y ahora para salvar su vida había prometido casarse con ese caballero. Y sus padres la habían castigado sin saber que había hecho esa locura por lealtad a Richard.

—Creo que debes saber que ese caballero es mi enemigo declarado, que me ha agraviado de una manera intolerable hace tiempo y jamás será recibido en esta casa ni contará con nuestra amistad—declaró sir Hampton—Y sospecho que ese encuentro que mencionas no fue por casualidad. Ahora vete a tu habitación.

Angelet obedeció sintiéndose exhausta y furiosa, pensando que no era la primera vez que recibía un castigo que no merecía. Pero al menos no sabían nada de su acuerdo con Praxton. Un acuerdo que no esperaba cumplir por supuesto.

************

Pero su padre tuvo que sacarla de la penitencia al día siguiente pues su prometido Charles fue a verla para arreglar un asunto de la boda con sus padres.

Ella tuvo que cambiar ese vestido de entre casa y ponerse bonita, la doncella Melly corrió a ayudarla en estos menesteres, cepillando luego su cabello para luego armar un moño alto , dejando dos bucles de un lado como se estilaba entonces.

Angelet estaba contenta, al fin podría salir de su habitación, lo había pasado sola el día anterior  y no soportaba el encierro. Tal vez podría hablar con su prometido y pedirle ayuda con ese malvado vizconde pero… rayos, su hermano le había prohibido que mencionara el asunto del duelo, no podía decirle a nadie y tampoco explicarle a su prometido que su padre tal vez había estafado a un caballero celebrando un negocio que luego no se llevó a cabo y…

La joven comprendió que no podía decir nada al respecto. Estaba atrapada. Acababa de hacer una promesa que no podía cumplir y luego, ¿qué pasaría si Praxton se enojaba y reclamaba la herencia de su tío muerto?

Con estos pensamientos tomó las anchas faldas de su vestido y fue a reunirse con su prometido escoltada por su doncella que la seguía como sombra a todas partes.

¡Bendito Charles! La había salvado de su penitencia.

Sin embargo cuando llegó a la sala de visitas, el lugar dónde su prometido solía verla la encontró ocupada por Edelaine de Milbourne, la prometida de su hermano. Esa figura rubia de mirada resplandeciente, con su vestido blanco le atacó los nervios al instante. ¿Qué hacía ocupando el lugar de su prometido?

—Angelet… qué bonito vestido tienes—dijo la jovencita en son de saludo y se acercó a besarle ambas mejillas como era su costumbre.

Ella se apartó incómoda. La prometida de su hermano siempre la saludaba afectuosa como si la adorara y eso era incómodo porque a Angelet le ocurría lo contrario. No la podía ni ver. Era rara, parecía retrasada, indiscreta y no, no era apropiada para ser la futura señora de Forest Manor.

—¿Cómo estás, Edelaine?—dijo.

Ella sonrió.

—Richard me rogó que viniera, porque iremos juntos a Londres… Con mi hermano Ted y… Mi hermano Ted dice que eres hermosa Angie, creo que está enamorado de ti.

Edelaine siempre decía cosas como esas, estaba convencida que no era del todo normal, a pesar de se veía como una joven mujer su cabeza era infantil, el soltar frases tan sinceras e inconvenientes poniendo a todos incómodos, siempre lo hacía. Ignoraba por qué su padre había aceptado que se comprometiera con una joven de tan poco seso pero Richard se había enamorado. Una clara señal de que el amor era ciego y completamente irracional. Habiendo en el condado jóvenes hermosas y de gran inteligencia, que se comportaban como verdaderas damas y que además suspiraban por su hermano, era realmente injusto que este se encaprichara con esa joven que parecía un hada del bosque.

—¿De veras? Oh, gracias…—se vio obligada a decir.

Ella sonrió y se quedó mirándola.

—Es una pena que estéis prometida a Charles Ravenston—insistió—Creo que si no fuera así mi hermano se casaría contigo. él escribe unos versos tan bonitos y también dibujos que se parecen mucho a ti.

—Oh, ¿de veras? Me halagas Edelaine, estoy segura de que no merezco tanta atención—respondió Angelet porque los buenos modales le impedían escandalizarse o decirle algo inapropiado.

—Por supuesto que sí, él te ama en silencio.

Richard llegó entonces para rescatarla de esa loca y lo peor fue que Charles lo acompañaba y tuvo que escuchar esas últimas palabras, lo notó en su grave semblante.

—Ven preciosa, se nos hace tarde. Tu hermano y tus padres aguardan en el carruaje.

—Pero Ted dijo que quería ver a Angelet antes de partir—insistió ella.

Angelet enrojeció mirando a su hermano. Al parecer ese día su futura cuñada parecía empeñada en hundirla ese día con esos comentarios indiscretos.

Su hermano sonrió, para él todas las locuras de su novia eran adorables y tras decirle algo al oído tomó su mano y se la llevó. ¡Por suerte! Además Clarise los acompañaría lo que sería un alivio para todos.

Charles se acercó y besó su mano con suavidad mientras sonreía de forma secreta.

—¿Así que tenéis un ardiente admirador?—bromeó.

—Oh no… son inventos de Edelaine.

Charles se puso serio y al ver que estaban solos se acercó y le robó un beso. Cada vez que la veía a solas la besaba de una manera que parecía querer hacerle el amor. No podía entender cómo un hombre que parecía tan frío y controlado de repente se mostraba tan atrevido y sensual.

Lo cierto es que ella no soportaba esos besos tan apasionados. Le repugnaban y se preguntó cómo haría cuando tuviera que compartir la intimidad con Charles si ni siquiera soportaba que la besara.

Y él, ajeno por completo a sus pensamientos sostuvo su rostro y le dijo:

—Es una tortura para mí esperar tres meses.

Ella palideció preguntándose si sería capaz de pedirle algo tan impúdico como era fornicar sin estar casados. No, él no podía insinuar algo tan ruin como eso.

—Quiero adelantar nuestra boda… no veo la hora de que seas la señora de Thorneville…—declaró luego.

Suspiró aliviada, pues habría sido poco delicado  que Charles confesara que no veía la hora de yacer a su lado.

—Le he pedido a vuestro padre permiso para adelantar la boda y me siento feliz pues ha accedido a ello. Me ha dado su consentimiento.

—¿Oh, de veras?—¿qué otra cosa podía hacer que mostrarse ruborizada y sorprendida?

—Sí… perdóname preciosa, creo que debí preguntarte primero pero me dejé llevar y pensé que… Sería correcto adelantar la boda—dijo y volvió a besarla, a enredarla entre sus brazos apretándola contra su pecho de una manera algo atrevida.

Angelet no tuvo tiempo de enfadarse pues unos pasos en la habitación obligaron a su prometido a apartarse en el acto y de pronto ambos miraron con espanto a sir Hampton irrumpiendo en el salón acompañado de alguien más.

Sintió tanta vergüenza de descubrir a sir Justin Blake, un amigo de infancia de su hermano que tembló. Él sin embargo sonrió y se acercó para besarla con afecto.

—Angelet, cómo has crecido—dijo.

—Justin… ¿has vuelto de la India? Pero Richard… acaba de irse con su prometida.

—Sí, pude saludarlo cuando entraba al carruaje—le respondió.

Sus ojos color miel la miraron con fijeza. ¡Cómo había cambiado! Se fue hacía más de tres años porque su familia tenía negocios en Dehli, eran dueños de una importante compañía y luego de los disturbios que hubo en ese país debieron quedarse de forma definitiva. Justin los acompañó con pesar y allí estaba, más alto y bronceado, con el cabello de un rubio oscuro, tan guapo como siempre o tal vez más… Recordaba con mucho afecto a ese joven pues habían compartido juegos y travesuras siendo niños. Él siempre la había defendido de las burlas de su hermano y este decía que Justin lo hacía porque ella le gustaba… En una navidad siendo niños habían jugado a ser novios, y sus hermanos los habían obligado a besarse como hacían los criados en los campos cuando creían que nadie los veía.

Su prometido tosió incómodo, al parecer nadie los había presentado y ella lo hizo.

Notó cierta reserva en la mirada de Justin al estrechar la mano de Ravenston, además ambos se miraron con cierta fijeza como si se conocieran pero no podía ser por supuesto. Enfrentados se veían tan opuestos, Charles moreno y de fríos ojos grises mientras que Justin era rubio y bronceado y casi parecía uno de esos militares que viajaban a África a pelear en alguna guerra. Eran el día y la noche. Charles era el típico lord inglés y Justin, simplemente no parecía haber nacido en ese país, había cambiado tanto…

El antiguo amigo de su hermano no se quedó mucho más, a pesar de que sus padres lo invitaron a quedarse a cenar dijo que tenía prisa por regresar al señorío de su propiedad, ese mágico lugar llamado Rose Cottage, a pesar de que no era un Cottage propiamente dicho sin una villa inmensa llena de rosas y toda clase de flores y plantas exóticas traídas de la India por sus padres durante sus viajes. Y luego de intercambiar algunas frases corteses de: «¿Cómo está lady Rose? ¿Y tu hermana Ellen?», Justin se marchó pero prometió regresar al día siguiente con más tiempo.

Tal vez la presencia de su prometido hizo que cambiara de parecer.

Charles sí decidió quedarse y aceptar la invitación de tomar el té mientras conversaba con sus padres y ajustaban detalles de la boda. Angelet se preguntó si acaso ese cambio imprevisto no había sido un pedido de sus plegarias pues no olvidaba que el día anterior había prometido a Praxton tomarse un tiempo para considerar su petición de matrimonio.

¿Casarse antes de tiempo con Ravenston la salvaría de ese malvado vizconde?

Cuando Charles se marchó, sus padres estaban muy serios mientras que su hermana menor la miraba con una sonrisa cómplice mientras mordisqueaba seguramente el tercer trozo de pastel de fresas, su favorito. Imaginó que había estado espiándola y tal vez hasta la vio besarse con su prometido.

—Angelet, tu prometido me ha pedido para adelantar la boda—dijo entonces su padre—Creo que es una idea muy acertada, pero sospecho que no conseguirá una dispensa tan pronto como planea.

—¿Una dispensa, padre?

—Sí, para celebrar una boda con prisas se necesita una dispensa especial. Y temo que no la conseguirá tan rápido pues viajará a Londres y allí tal vez se tomen su tiempo para concedérsela.  Pero por si acaso mañana iréis muy temprano a Londres para que la modista se apresure con el traje de novia. Esto es algo inesperado, vuestra penitencia continuará porque no os permitiré asistir a reuniones durante una semana. Regresarás cuanto antes y te quedarás recluida en vuestra habitación. No penséis ni un minuto que he olvidado que estáis castigada.

—Sí, padre. Comprendo…—ella bajó la vista.

—Ahora regresa a tu habitación, hoy cenarás sola, no esperes ni por un segundo que he olvidado tu locura. Creo que ni siquiera has logrado entender que pusiste vuestra reputación en peligro al hablar con ese sujeto y permitir que os trajera aquí. Hoy ha enviado a la yegua Bessie con una carta para ti.

Angelet palideció al oír eso, pues su padre tenía un sobre en su mano y a juzgar por la expresión mofletuda de su rostro, su enojo iba en aumento.

—Al parecer hay más que explicar en este encuentro casual señorita Hampton. Por favor, acompáñeme a la biblioteca ahora.

¡Diablos! Cuando su padre usaba ese tono frío y formal era porque algo grave había pasado.

Entró en el recinto casi temblando. Al parecer los problemas de ese día no querían terminar.

—Bueno, al parecer este caballero ha escrito unas líneas para agradecerle su visita el pasado viernes y también… para recordarle su promesa. Una visita y una promesa… ¿puedo saber que es todo esto señorita Hampton?

Angelet palideció, el tono y la mirada de su padre le infundía el más vivo terror. En el pasado sus reprimendas y azotes habían sido historia a pesar de que sus hermanos recibieron más azotes que ella…

—¿Puedo preguntarle por qué me ocultó que había estado en la casa de este joven calavera? Qué hacía usted en ese lugar sombrío e impío? No puedo creer que mintiera a su madre y a mí con tanta frescura. Imperturbable nos miró a ambos y se inventó una historia…

La jovencita tragó saliva y confesó la verdad.

—Fue por Richard… para evitar que ese caballero lo matara en un duelo padre.

Angelet esperaba que la verdad la salvara del castigo pero se equivocó, su padre se enojó de que encubriera a su hermano y cometiera la imprudencia de visitar al vizconde de pacotilla con la tonta esperanza de poder «ayudarle».

—Vuestro hermano es un hombre y él sabe bien cómo manejar sus asuntos y lo que menos necesita es que una jovencita interfiera.

Angelet quiso defenderse pero no le estaba permitido hablar, sólo ser reprendida hasta que su padre se aburriera.

—Es que jamás debisteis ir a Stonehill, ahora ese hombre cree que puede cortejarte libremente y que estáis interesada en él. Jamás permitiré que eso ocurra. Porque él cree que usted lo corresponde y… eso es una completa locura por supuesto. Y le prohíbo que vuelva a acercarse a ese hombre, no tiene excusas para ello, ninguna a decir verdad. Ese duelo jamás iba a celebrarse, no fue más que una pelea sin importancia. Cómo debió reírse de usted ese hombre.

Angelet soportó estoica la reprimenda y luego pudo regresar a su habitación. Afortunadamente su padre no hizo más preguntas, ciertamente que no habría podido ocultarle la verdad si insistía en que le contara todo.

***************

Al día siguiente despertó cansada y aturdida luego de haber tenido un sueño pesado en el que se veía huyendo de Stonehill y de ese caballero que la seguía porque quería besarla…

Una doncella apareció para ayudarla con el aseo. Sabía que ese ese día tenía que viajar a Londres para hablar con madame Silvaine sobre su traje de bodas y en caso de que no estuviera listo deberían comprar uno pues su boda con Ravenston se adelantaría más tiempo del esperado.

A media mañana, mientras iban en el carruaje esa mañana fría de octubre y observaba las calles semivacías del pueblo pensaba en Praxton sin que pudiera evitarlo.

—Creo que primero visitaremos a Madame Silvaine, no crees? Para que no demore más el traje de novia ni el resto del ajuar. Hace mucho frío en Cumbria y necesitarás ropa adecuada. Oh, qué bonito señorío tendréis querida—dijo su madre alisándose el sombrero con aire soñador.

Spring Valley, en el corazón de Cumbria, un lugar hermoso cerca de un lago que en invierno se helaba casi por completo. Sí, lo recordaba bien, se había congelado cuando pasó unos días en ese señorío pero le gustó la visión tranquila del páramo, la casa era tan hermosa…

—Sois tan afortunada, viviréis en un lugar maravilloso—dijo su madre.

No, no lo era en realidad… No dejaba de pensar en el pacto que había hecho y en las consecuencias. Por momentos sentía deseos de confesarlo todo pero luego cambiaba de opinión.

—Bueno, hemos llegado a la estación. El tiempo nos ha acompañado, espero que siga así.

La joven miró ese cielo cubierto con algunas nubes con desconfianza, la humedad y ese aire marítimo parecían impregnarlo todo ese día.

El viaje en tren fue incómodo, siempre lo era y lo único que agradecía era que su hermana no las hubiera acompañado. Qué suerte que Richard se la había llevado a Londres el día antes pues estaba segura que no habría soportado que le hiciera preguntas sobre Praxton nuevamente.

Fue un día interminable para Angelet, la modista tenía pronto el vestido desde hacía una semana pero creyó que no lo necesitaría así que lo dejó guardado.

—Aquí está, ¿puede probárselo señorita por favor?

La joven vio el vestido y pensó que era hermoso. Su madre la ayudó a probárselo ajustando el corsé bordado en perlas, su vestido blanco de novia estaba muy a la moda. Vestido blanco, una rosa blanca en el cabello y una luna de miel, un viaje de los recién casados por algún país exótico.

—Oh Angelet, pareces una princesa—dijo su madre emocionada.

Ella sonrió con timidez, sí el traje de novia era realmente hermoso de un blanco brillante bordado el corpiño con perlas y también las mangas y las faldas disimulaban un poco su delgadez, la hacían parecer como… una señora casada guapa y elegante.

Pero acaso habría boda o tendría que esconderse para que Praxton no fuera a buscarla?

—Señora Silvaine es usted una artista de la aguja—su madre decía esas cosas.

La modista, una mujer baja y regordeta sonrió complacida, decía ser francesa y hablaba con marcado acento y siempre tenía diseños exportados de su tierra: elegantes y muy chic.

—Me complace mucho que le guste, lady Hampton. ¿Cuándo desea que le envíe el vestido y la factura?

Lady Hampton se sonrojó violenta, diablos, esa francesa era algo descarada para hablar de su paga nadie mencionaba eso en una reunión era de mal gusto.

—Oh, por supuesto, deberá usted hablar con mi marido Charles, él se encargará de su paga por supuesto—respondió la dama con expresión remilgada y visiblemente incómoda—Le ruego que lo lleve cuanto antes porque hay un cambio de fecha… El prometido de mi hija tiene compromisos que no puede postergar.

Madame Silvaine asintió sin decir nada hasta que dijo que lo llevaría el martes o tal vez el lunes.

Por alguna extraña razón se negó a darles el vestido en esos momentos y permitir que ellas pudieran llevarlo envuelto en papel o en una caja. Así que Angelet se lo quitó con la ayuda de ambas mujeres y luego abandonaron la casa de la modista.

Lady Hampton estaba furiosa y luego de que entró en el carruaje lo dejó muy claro:

—¡Pero qué falta de modales! Se ha negado a entregarnos el vestido como si temiera que… como si temiera que no fuéramos a pagarle. Dijo que era para que no se ajara pero… pues ella debe enviarlo en una caja y eso será una demora terrible. No quiso escucharme, es una mujer voluntariosa y terca que da miedo, y yo que recomendé a esta señora a todas mis amistades más cercanas.

Angelet no supo qué decir pues madame Silvaine siempre había sido muy amable con ella.

—Como si no fuera a cumplir con nuestro compromiso. Siempre le he pagado en fecha a esta señora. Y por cierto que imagino que nos cobrará una bonita suma por el vestido—se quejó luego.

—Mamá, lo importante es que está terminado, podré usarlo en mi boda—opinó ella en un esfuerzo por calmar a su madre.

Los ojos azules e inmensos de su madre se iluminaron.

—Tienes razón Angelet, está listo. Y ha quedado hermoso… Esta modista es única por eso la soporto. A veces tiene esas rarezas. Bueno la pobre es soltera, hay que ser comprensivos, ¿no?

La jovencita no pudo evitar sonreír, su madre siempre decía que los solterones (o casi todos ellos) eran gente rara, no actuaban como las personas casadas y felices, no, les faltaba lo principal en este mundo: la familia. Especialmente las mujeres… muchas de ellas terminaban internadas en un psiquiátrico o enterradas en una casa de campo, solitarias y siempre olvidadas cuando ya no eran útiles para la familia. Un destino muy triste… «¡Libraos bien de terminar así hija mía!» Solía decirle su madre.

Sin embargo Angelet había conocido a señoritas solteras en Londres que eran muy alegres y tenían muchas amistades, daban fiestas y no encajaban en ese cuadro siniestro que pintaba su madre. Bueno, es que Londres era una ciudad única, distinta, allí había libres pensadores, revolucionarios, inventores, allí estaban los artistas más célebres, los médicos más reconocidos.

Angelet no le temía  a la soltería, era demasiado joven para tener esos miedos, su miedo ahora tenía otro nombre Elliot Praxton y era un terror vívido.

—Ahora debemos buscaros abrigo y ropa de lana, sombreros y  ropa apropiada para spring Valley—dijo su madre.

La joven sonrió y se distrajo mirando tiendas, probándose sombreros, y estuvo feliz de escoger un par de guantes peludos y una colonia nueva con el dinero que le había dado su padre el mes anterior y que ella guardaba siempre escrupulosamente en una cajita.

Eran más de las dos cuando habían hecho todas las compras y saludado a un par de amistades de su madre en una cafetería y pensó que regresarían a casa pero su madre dijo que irían a visitar a su prima Elizabeth que vivía en la elegante avenida llamada Picadilly.

—Creo que nos quedaremos hasta mañana pues se hará tarde para regresar hoy—le dijo.

*********

La estadía duró tres días y cuando regresaron a Forest Manor su hermana corría de un lado a otro histérica. Al parecer había visitas. Visitas masculinas… Hombres jóvenes y guapos, y a lo mejor solteros, por eso se la veía tan excitada.

Angelet odiaba cuando se ponía así, era tan evidente sus ansias de coquetear que la avergonzaba.

Entonces vio a Justin ,y se sonrojó. Acababa de llegar de un viaje por la India donde su familia tenía negocios prósperos relacionados con una fábrica de telas. Sus ojos color miel sonrieron al volver a verla.

—Angelet… —dijo él y se acercó para besar su mano galante.

Parecía más alto, tenía un tono bronceado y el cabello tenía destellos dorados seguramente del sol y sus ojos, en sus ojos vio que todavía estaba enamorado de ella. Su hermano se lo había dicho hacía algún tiempo. «Justin Blake viene por ti Angelet, no lo lastimes. No coquetees con él porque creo que está enamorado, siempre ha estado loco por ti».

Esa acusación la había enfurecido, ella no era coqueta ni alentaba a sus pretendientes de modo alguno. Entre ambos sólo había una amistad, se conocían desde hacía años, era casi de la familia y su partida fue algo triste.

—Justin, espero que aceptes quedarte a almorzar—dijo su madre encantada de verlo. Y no lo dejó en paz  hasta que le averiguó todo lo que quería saber sobre su vida en la India y especialmente si se había casado con alguna señorita inglesa.

Abrumado por tantas preguntas apareció su hermano, que había regresado el día anterior y lo llevó a recorrer el campo a caballo como hacían en sus viejos tiempos, pero lady Hampton astuta dijo a su hija menor:

—No te entusiasmes tanto, sólo tiene ojos para Angelet, siempre ha sido así.

Esas palabras desmoralizaron a la pobre Clarise que fue hasta la mesa para comer un bollo de crema con expresión ceñuda.

—Pero Angelet  está comprometida, pronto va a casarse—murmuró luego con la boca llena.

Lady Hampton la miró.

—Un hombre así de enamorado jamás se casaría con otra. Creo que el pobre morirá solterón. Me recuerda a un pretendiente que tuve en mi juventud, era idéntico… estaba loco por mí—los ojos de la dama parecían viajar en el tiempo y adquirir un brillo soñador.

—¿De veras? ¿Y qué pasó con él, quién era?—quiso saber Clarise interesada.

Angelet se sentó en una poltrona lejos de la mesa, no tenía hambre, el viaje a Londres la había dejado exhausta y habría deseado encerrarse en su cuarto y tirarse en la cama pero no podían. Tenían visitas! Y habría sido una falta de educación no atenderlas como correspondía.

—Era el hijo de un barón empobrecido querida—respondió Lady Hampton—. Mis padres jamás habrían aprobado la boda pero él… Nunca se casó. Fue a Londres para conseguir un buen puesto en una oficina, tenía parientes ricos que lo ayudaron y … Creo que hizo cierta fortuna en las mesas de juegos, eso decían las malas lenguas y luego regresó pero yo estaba casada con tu padre y me vio con Richard en brazos. Supo que era tarde y que no podría ser. Sin embargo seguía visitándonos…

Los ojos de su madre se iluminaron aún más y Angelet se preguntó si no habría estado enamorada de ese joven y no pudo casarse porque sus padres se oponían a esa relación. Ella en realidad no se había sentido enamorada de Justin, era solo el amigo de su hermano, un joven bueno y encantador a quién apreciaba pero nada más. Cuando su hermano le dijo que él estaba enamorado se sintió mal, ¿por qué se había enamorado si sólo eran amigos? Cuando tenía trece años jugaban al escondite, él y su hermano menor y sus primos de Dertmoor.

Suspiró al recordar los juegos de infancia, una época feliz de juegos y risas. La gallinita ciega y ese primer beso robado que la asustó tanto y luego…

No dijo nada a nadie porque estaban solos en el bosque, además fue un beso tierno, tan dulce y tenía la casi certeza de que había sido Justin, porque sintió ese perfume que tan bien conocía. Le gustaba ese olor y ese beso fue un arrebato desesperado aprovechando que tenía los ojos vendados y lo había atrapado.

Se habían alejado de los demás y tal vez por eso la había besado.

Y mientras viajaba en el tiempo escuchó la voz airada de su hermana menor.

—Angelet, ¿en qué piensas? Vamos a tomar el té, Justin aguarda… creo que quiere verte de nuevo—sonrió—No sé por qué el señor te ha dado tanta belleza… y tantos enamorados, si sólo puedes amar a uno solo—señaló molesta.

—Oh cállate, si no fueras tan insoportable encontrarías pretendientes, pero eres tan niña que…—Angelet se alejó rumbo al salón principal y su hermanita la siguió ceñuda.

—Porque tú naciste hermosa y yo no… yo soy fea como tía Mildred—se quejó Clarise.

Angelet se detuvo y notó que tenía los ojos  llenos de lágrimas.

—Esas son tonterías, ¿acaso crees que sólo con ser bella alcanza? Deberías mejorar tus modales y dejar de ser tan quejosa—dijo y siguió caminando.

—Pues alcanzaría para mí, al menos no dejarían de ignorarme mientras que tú… tienes muchos enamorados y si algo le pasara a tu prometido.

—Oh, deja de decir tonterías.

Lady Hampton las hizo callar de inmediato, poco antes de que entrara Justin seguido de Richard.

Ambas jóvenes se sentaron juntas a la izquierda de su madre mientras lord Hampton ocupaba la cabecera de la mesa desde el otro extremo.

Justin no dejaba de mirarla hasta que su padre intervino en su conversación con Richard.

—Pero háblanos de esos aborígenes y sus costumbres, Justin—su padre estaba muy interesado en la India, su madre no, sólo había preguntado para saber si se había casado.

—Es que nosotros vivimos en un lugar cerca de Dehli, los nativos son nuestros sirvientes y son muy fieles y…

Sus ojos buscaron y esperaba cualquier excusa para conversar, Angelet lo notó y se sintió abrumada y con ganas de escapar.

Rayos, hasta le había llevado un regalo de la India especialmente para ella ese día. Cuando vio la pequeña caja imaginó que sería un joya y no se equivocó, le había llevado un camafeo de plata con una piedra que parecía un zafiro.

—Gracias Justin, es precioso…

—Tiene el color y el brillo de tus ojos Angelet, esa piedra siempre me ha recordado a ti—dijo y de pronto vio su anillo de compromiso en la mano izquierda y se puso serio.

¿Acaso no lo sabía todavía y creía que…?

Entonces fue su hermana quién habló de sir Ravenston y la boda, lo hizo para fastidiar por supuesto al parecer estaba celosa de no poder atraer la atención de Justin.

Él la miró desesperado.

—Vas a casarte pero… tú, eres tan joven Angelet—dijo.

—Tiene diecinueve, mamá dice que tiene edad más que suficiente—respondió Clarise.

Justin intentó sonreír pero no pudo y Angelet se sintió mal sin saber por qué, y más tarde, mientras caminaban juntos por la pradera aprovechando los últimos rayos de sol, él le preguntó si estaba contenta con la boda.

Angelet evitó su mirada.

—Sí… ¿acaso tú no lo sabías?

—No… Richard no lo mencionó a pesar de que me escribe a veces para contarme las novedades.

Parecía apenado y ella sintió deseos de correr.

—Perdona es que… Eres tan hermosa sólo que sir Ravenston… ¿Es Charles Ravenston hijo?—preguntó muy serio.

Algo le pasaba y ella lo miró intrigada, ¿qué quería decirle?

—Sí… ¿acaso le conocéis Justin?

Justin vaciló.

—No…sólo he oído hablar de él porque … Ravenston está casado, lo estaba hasta hace poco. Es tan extraño, creí que un error pero. Vive en Spring Valley, en Cumbria ¿no es así?

—Es verdad sí, ¿pero por qué lo preguntas?

Su antiguo enamorado no quiso decirle, tuvo que insistir y entonces escuchó algo que la dejó helada.

—Charles Ravenston de Spring Valley está casado Angelet, su esposa… Su esposa solía escribirle cartas a mi madre porque es la hija de una prima segunda que vivió muy cerca de Anne hall, nuestro hogar. De niña solía quedarse semanas en verano pues le encantaba Devon y la playa. Tal vez la recuerdes. Melania, una niña pelirroja muy traviesa. Yo huida de ella como de la peste, era insoportable…

—Oh sí, la recuerdo. Melania y su madre… Esa niña era algo extraña, una vez me golpeó en la espalda tan fuerte que me dejó sin aire. Odiosa era. Pero qué tiene que ver ella en toda esta historia?

—Sí, es que la pobre no era del todo normal, sufría un retraso. Melania se casó con Charles Ravenston hace creo que cinco años o tal vez menos. Pero ese matrimonio no fue muy feliz, ella sufre un retraso y además… Una tara hereditaria.

—¿Una tara? Vaya, eso explica muchas cosas pero… Tal vez murió, Justin aunque él jamás mencionó que fuera viudo.

—¿No mencionó nunca que estuviera casado?

—No…

Angelet se puso pálida. No podía ser, entonces Charles…

—Lo que dices es muy extraño Justin. Debe haber algún error o confusión…

—Pero ella vivió en Spring Valley, le enviaba cartas a mi madre, siempre la quiso mucho la llamaba tía Rose. Sus cartas eran tan dulces…

—Qué extraño. Tal vez murió y Charles no quiso hablar de ello.

—Sí, seguramente… pero no deja de ser raro que vaya a casarse tan pronto.

—¿Has estado en Spring Valley?

—Sí, dos veces. Es un lugar maravilloso y no vi a ninguna joven que dijera ser su esposa. Además mis padres jamás mencionaron tal cosa.

Justin se puso serio.

—Lo que dices me hace dudar pero hablaré con mi madre, ella conoce a Melania y me dirá la verdad. Estoy seguro que se casó con sir Ravenston el hijo del conde hace más de cinco años, yo estuve en su boda. Creo que no fue una unión feliz… su padre lo obligó a sentar cabeza porque era un joven rebelde que pasaba demasiado tiempo en Londres en malas compañías y ella era una rica heredera.

—¿Pero si tiene esposa por qué pediría mi mano?

Justin sonrió.

—Porque eres hermosa Angelet y cualquier hombre se sentiría tentado de pedirte matrimonio—le respondió.

—Pero si eso es verdad me ha engañado y la boda será falsa… si está casado con otra mujer y la mantiene oculta en su mansión… Es terrible Justin.

—Bueno, tal vez murió y mi madre no lo sabe, pero creo que me habría contado algo así, habría ido a su funeral porque es muy cercana a mi familia.

—Pero ¿por qué Charles escogería a una joven que tenía esos problemas mentales?

—No parecía sufrir una tara, lo disimulaba bien con los extraños pero… es que su familia era una de las más acaudaladas de Devon. Bueno, tal vez fue una boda concertada o romántica, lo ignoro, cuando supe que se casaría me pareció extraordinario. Ella se veía muy enamorada ahora que recuerdo, de él no recuerdo gran cosa.

Angelet se detuvo para contemplar el paisaje agreste y suspiró mientras tiritaba, no podía ser, él jamás le había hablado de su esposa. Aunque ahora lo peor era saber si realmente estaba muerta o viva en algún lugar de Spring Valley. Se negaba a creer eso último, le resultaba tan macabro.

—¿Acaso crees que me ha engañado y que planea casarse en secreto para que nadie sospeche de esta boda porque en realidad tiene a su esposa viva y escondida en Spring Valley? Pero eso es terrible. No puedo creerlo—dijo al fin.

—Bueno, ha pasado otras veces. Es que en nuestra Inglaterra el divorcio está prohibido, sólo se admite en casos muy graves y no puedes volver a contraer matrimonio. Si realmente lo hizo creo que no debes casarte con ese hombre. Tu matrimonio no sería legal.

—Entonces debo hablar con mis padres, nos ha engañado a todos diciendo ser soltero. Si su esposa está escondida en esa casa… Es terrible Justin, pensar que pudo ser capaz de…Además la dispensa.

Rayos, ahora entendía por qué la urgencia de su prometido por casarse, la dispensa que había ido a buscar a Londres hacía días. Debió tener una razón de peso. ¿Temía ser desenmascarado?

Justin se acercó y consoló abrazándola despacio.

—No temas Angelet, si todo esto es cierto, ese hombre no te merece y no puedes casarte con él. Hablaré con tus padres, los ayudaré a desentrañar el misterio, lo prometo. Llegaremos a la verdad de esto.

Angelet temblaba y de pronto sus ojos se llenaron de lágrimas. Es que necesitaba escapar de Forest Manor, necesitaba hacerlo y sir Charles era su única oportunidad y ahora veía como todo se derrumbaba sin poder hacer nada. Pero él estaba allí para consolarla, para ofrecerle su ayuda sin sospechar que el futuro de esa boda no era el único de sus problemas.

—Lo siento Angelet… tú le quieres ¿verdad?—le preguntó Justin.

Un instante en sus brazos y sentía que el tiempo no había pasado, que había regresado su antiguo enamorado para defenderla de las burlas de otros chicos que en sus juegos siempre le tiraban del cabello y cuando fue mayor dos de ellos la atraparon en un juego para intentar besarla. Justin Blake impidió que esos dos atolondrados hijos de distinguidos lores del condado (y amigos de sus padres también) le robaran un beso.

—No temas Angelet, hablaré con Richard y lo ayudaré a averiguar la verdad, espero estar equivocado. Tal vez sí murió…

Él intentaba consolarla pero esas revelaciones hicieron que recordara ciertos detalles que le dieron qué pensar. La prisa de sir Richard de pedir su mano, su renuencia a hablar de su pasado, de su familia. Sabía que su padre había muerto y su madre viuda aún vestía luto y era una dama envarada que no le tenía demasiada simpatía. Pero no sabía nada de esa esposa y sin embargo durante su estancia en Spring Valley alguien había mencionado al fantasma de la pelirroja, uno de los criados, lo recordó de repente. La muchacha estaba pálida mientras le decía a otra «que la fantasma de la joven pelirroja  había regresado» Y Melania era pelirroja. ¿Y si ella realmente no había muerto y estaba escondida en Spring Valley? ¿Sería capaz de hacer algo tan macabro, de casarse con ella y tener a ambas esposas viviendo en el mismo techo?

Se apartó lentamente de Justin y secó sus lágrimas.

—Angelet, lo lamento mucho, de veras que sí, pero luego que supe que ibas a casarte con ese hombre… No sabía si decírtelo o callarlo pero creo que he cumplido con mi deber. Odiaría que ese hombre te engañara de esa manera.

Su mirada le decía más que mil palabras, podía sentirlo, todavía la amaba durante años había estado enamorado de ella en silencio, sin decir nada, sin atreverse a declararle su amor ni antes de partir a la India con su familia. La conocía desde que era una niña, habían compartido juegos y risas y miraditas. Sí, él también le gustaba no solo porque era guapo sino porque era tan bueno. Todos hablaban de la bondad de ese joven, de su lealtad a Richard, sin embargo cuando sus padres supieron que se iría a la India dijeron que era un disparate. «Ni sueñes que irás con él» le había dicho su madre.

Y ella desistió. Se mostró fría y evitó su compañía porque tampoco deseaba ser la esposa de Justin sólo tenía diecisiete años y no se sentía ni preparada para casarse ni viajar a esa peligrosa tierra de salvajes.

Ahora mientras regresaban a la casa notó que Justin había cambiado, que se había vuelto un hombre muy atractivo sin haber perdido su carácter apacible y noble. Sus ojos notaron su porte militar, su físico atlético y pensó que estaba pensando demasiadas tonterías cuando acababa de enterarse de algo tan horrible.

¿Qué dirían sus padres cuando se enteraran, qué harían al respecto? ¿Y qué haría ella, casarse como si nada para escapar de sir Praxton?

Durante la cena sintió la mirada de Justin.

Su antiguo enamorado había regresado, estaba allí cerca para consolarla y su madre no descansó hasta enterarse que planeaba establecerse en Devon.

—¿Entonces no regresarás a la India?—preguntó Sophie.

—No, no lo haré lady Hampton, deseo establecerme en Anne hall—le respondió.

Los ojos de lady Hampton se volvieron brillantes como si ese joven se hubiera vuelto un partido interesante tal vez para su hija Clarise… O para Angelet si enviudaba… por supuesto que no pensaba que su flamante futuro yerno pudiera morir pero…

—¡Qué estupenda noticia! Richard os echaba mucho de menos y creo que el condado entero sufrió al ver una residencia tan hermosa casi vacía—opinó mientras se llevaba a los labios una copa de vino tinto y observaba a su hija mayor que se había sentado al lado de Justin y se veía algo ruborizada como si…

Bueno, eso no era muy conveniente pero ¿qué podía hacer? Justin se quedaría unos días, luego regresaría a su señorío y ella se casaría con sir Ravenston en menos de dos semanas.

***********

Sin embargo su madre no estuvo tan encantada cuando días después se confirmaron las peores sospechas del tenebroso secreto de sir Ravenstone y su esposa escondida en algún lugar de Spring Valley.

Su esposo había hecho algunas averiguaciones inquietantes y la cosa no pintaba nada bien para el «pretendiente perfecto».

Por supuesto que la dama lo negó con excesivo énfasis mientras celebraban una reunión privada entre los más cercanos de la familia para decidir qué hacer al respecto.

—Pero eso es un disparate, no lo creo… debe haber algún error, sir Ravenston es un caballero amable, de moral intachable. Creo que no podemos precipitarnos.

Lord Hampton también tenía dudas pero se mantuvo cauto al dar su opinión.

—Debemos investigar este asunto con mucha discreción.

Richard y Angelet eran quienes creían que la historia de Justin era verídica.

—Padre, Justin cree que está encerrada en la mansión y que luego dijeron a todos que había muerto para que sir Ravenston pudiera casarse de nuevo. ¿Qué hombre podría soportar una esposa demente? Además la pobre Melania era huérfana, y su única familia era una tía que terminó en un asilo para locos de Londres.

Lord Hampton había estado haciendo algunas averiguaciones inquietantes al respecto. ¿Viviría en Spring Valley, escondida fingiendo estar muerta?

—Es terrible querido, no puedo creerlo, debe haber algún error…

Lady Hampton esperaba que todo encontrara una solución satisfactoria.

Su marido en cambio se veía sombrío, nada convencido.

—Desearía que fuera así querida, pero temo que hay cierto misterio en todo este asunto que no me agrada. Justin, hijo, vuestra ayuda ha sido de vital importancia. Porque el matrimonio es sagrado aunque temo que el corazón de mi hija ha quedado magullado con todo esto… tardará en recuperarse me temo.

Angelet escuchó la conversación escondida pues no había sido invitada a participar y por ende Clarise estaba pegada también con la oreja pegada a la pared.

—Ese caballero no es digno de casarse con Angelet, he hablado con un primo que lo conoce de Londres y me ha dicho que… debo hablar con usted a solas sobre esto, una dama no puede oír secretos tan vergonzosos.

Lord Hampton miró a su esposa con expresión furtiva.

—Ve querida, hablaré en privado con nuestro hijo y Justin. Ve… habla con nuestra hija, intenta consolarla en estas horas tan tristes, creo que temo que esta boda deberá suspenderse.

—Pero el vestido, la fiesta…

—Eso no tiene ninguna importancia ahora… deja que converse con Justin en privado querida, por favor.

Lady Hampton obedeció como siempre había hecho durante veintiocho años de matrimonio. Y lo único que la reconfortaba ahora era saber que al menos estaba Justin, el antiguo enamorado. ¿Estaría dispuesto a casarse con Angelet si Ravenston resultaba ser un pillo sin escrúpulos ni conciencia?

Oh Justin era tan adorable, tan bueno… No era autoritario y su carácter era tranquilo, encantador y paciente, y además amaba a su hija, adoraba el suelo que pisaba. No había nada más conmovedor y más bello en este mundo que un hombre enamorado. Un hombre bueno y enamorado, porque enamorados podían haber muchos.

Angelet vio salir a su madre y pensó que el asunto era mucho peor de lo que había creído.

—Lord Hampton, lo que tengo que contarle de sir Ravenston es muy delicado y … desagradable. Pero he oído que ese caballero tiene además costumbres muy inmorales. Lo que quiero decir es que frecuenta rameras muy jóvenes, casi niñas en un burdel que… Esto me horroriza porque no creo que exista un hombre más enfermo que ese. Usted no puede entregar la mano de su hija a ese hombre.

Lord Hampton enrojeció, había temido que le dijera que sir Ravenston frecuentaba hombres y era invertido, pero eso que decía Justin era mucho peor. ¿Jovencitas, casi niños? ¿Burdeles de Londres? Ese hombre era un completo depravado, un pervertido lujurioso y un miserable tramposo.

—Por supuesto que no habrá boda, nos ha embaucado a todos. Me siento vilmente engañado, burlado en mi buena fe porque jamás creí que ocultara secretos tan horrorosos y vergonzosos. Jamás lo habría imaginado… Pero debí sospechar, tenía demasiada prisa por adelantar la boda, decía estar muy enamorado de Angelet y hasta dijo que conseguiría una dispensa. Y yo lo acepté, creí en sus patrañas. Y ahora… pero no habrá ninguna boda, no después de saber estos horrores. Es demasiado…

Lord Hampton había estado muy activo y de muy mal carácter esos días luego de hacer algunas pesquisas entres sus allegados, y hasta contratado a un detective para que investigara y corroborara la historia de Justin pero sabía que la investigación podía tardar. La discreción en ese asunto era muy importante y así se lo dijo al joven Justin, debía evitarse el escándalo.

La palabra escándalo puso muy incómodo al lord Hampton.

—Creo que es inevitable el escándalo padre, lo principal es evitar que ese hombre despose a Angelet—intervino su primogénito.

Su padre le dirigió una mirada rápida.

—No es el único pretendiente indeseable que tiene, ¿acaso lo has olvidado? Pensé que serías más inteligente y encontrarías un pretendiente adecuado.

Richard enrojeció.

—¿Y cómo iba a imaginar que tenía una esposa loca escondida? Todos decían que había enviudado.

—Sí, por supuesto. En Londres todos fingen algo que no son, ese caballero fue a Londres a buscar una esposa boba que no sospechara nada. Por eso tenía tanta prisa, ahora lo entiendo. Teme ser descubierto en su maldad y también en sus vicios. Bonito partido le has encontrado a tu hermana. ¿Y decías que lo conocías y era tu amigo en la Cambridge?

—Padre, jamás supe nada de esto, él nunca mencionó a su esposa, ¿crees que le habría presentado a mi hermana de haberlo sospechado?

—Está bien… no es tu culpa lo sé pero… me siento vilmente engañado, estafado por ese hombre. Si todo esto es cierto y temo que lo es…

Cuando Angelet escuchó esas palabras suspiró. Se sentía horrorizada de lo que había oído de Ravenston y comprendió que no habría boda ni vida en Spring Valley. Lo que imaginó una historia de amor se había convertido en algo horrendo, grotesco. El testimonio de Justin fue determinante, él sabía más cosas de Ravenston y quería protegerla pero el pobre no imaginaba el peligro que la acechaba. El plazo que le había dado Praxton acababa de vencerse, ¿qué pasaría entonces, qué haría él? No le había enviado ninguna carta o mensaje…

Y como si leyera sus pensamientos su hermana dijo:

—Bueno, ahora tendrás un nuevo marido Angelet—no dejaba de sonreír como si todo el asunto fuera divertido.

—¿De qué hablas? Calla o te oirán. Ven, debemos irnos de este escondite.

********************

Una semana después recibieron la visita del caballero, un detective de Londres amigo personal de Lord Hampton, un sujeto fornido y de pocas palabras que se reunió con su señoría a puertas cerradas en la biblioteca.

Angelet daba un paseo con Justin por la pradera cuando vio el carruaje acercarse. Su corazón palpitó pensando que sería sir Praxton, ese carruaje, había visto antes ese escudo.

—Angelet, ¿qué tienes? Te has puesto pálida.

Ella señaló a la distancia.

—Ese carruaje es… es él, sir Praxton.

—¿Sir Praxton? ¿Te refieres a los Praxton de Dartmoor?

—Sí…

—¿Y por qué le temes a ese hombre?

No quiso decirle, estaba temblando, de un tiempo a esta parte su vida se había puesto de cabeza, sir Ravenston no era quién decía ser pues la había defraudado y Praxton… La había amenazado con matar a su hermano si se negaba a casarse con él.

—Angelet… no temas, tranquila—Justin se acercó y tomó su mano y ella lloró ante ese tierno gesto y de pronto se encontró entre sus brazos.

Se abrazaron en silencio sin decir nada hasta que la crisis pasó y Angelet dejó de temblar. Sabía que no era correcto estar tan cerca de un joven que no era más que el amigo de su hermano peor le hizo tanto bien sentir su calor, su amor… porque sabía que la amaba, la amaba desde hacía años sin esperar nada, sin ser como esos bribones que buscaban una ocasión para robarle un beso en los jardines. Sin embargo sabía que no debía alentarle, su madre la había educado para que fuera recatada y fría, que no sucumbiera a la pasión como otras jóvenes de su edad. Y tal vez por ello nunca se había enamorado.

Pero había cosas más importantes en la vida, su madre siempre lo decía y a pesar de ello en esos momentos notó que Justin quería besarla y eso la hizo temblar porque deseaba que lo hiciera.

—Creo que debemos regresar, Justin.

—Aguarda… Angelet—le pidió él—Quiero que sepas que lamento mucho todo esto, siento haber sido quién tuviera que desenmascarar a ese hombre pero creo que debías saber la verdad sobre sir Ravenston.

—Está bien… te lo agradezco Justin… estoy algo asustada con todo esto y te aseguro que jamás lo habría imaginado pero… Creo que habría sido peor si me hubiera casado con él aunque mi padre espera la llegada del detective para tomar una decisión.

—Pero… ¿acaso tiene dudas?—Justin parecía sorprendido.

—No… pero dijo que quería estar seguro porque en ocasiones las personas murmuran y…

—Bueno, entiendo que todo esto ha sido terrible pero… Angelet, todo es verdad.

—Sí, lo sé, pero mi padre ha dicho que necesita pruebas y que teme haberse apresurado porque sir Ravenston es un caballero de honor.

La expresión de Justin cambió.

—Pero es inadmisible que diga eso ahora ¿acaso cree que le he mentido?

—Oh por supuesto que no pero… no aceptaré a Ravenston, no lo haré… tal vez esté utilizando artilugios para convencer a mi padre. Puede haber escondido a su esposa en otro lugar que no sea Spring Valley.

Angelet no quería casarse con ese hombre, ni siquiera verle y no comprendía la repentina obstinación de su padre de aguardar a tener pruebas sobre la acusación que Justin había hecho. Tuvo la sensación de que algo había conversado con su hermano en privado.

—Ángel ese hombre no te merece, no es para ti y además… no pueden obligarte a que le aceptes.

—Sí pueden Justin… en realidad esta boda no fue decidida por mí.

—Pues no permitiré que te hagan esto. Es tan injusto.

Sí, lo era pero ¿qué podía hacer ella?

En su familia había secretos, reuniones entre sus padres en las que sólo participaba su hermano Richard, en ocasiones su hermana Clarise había espiado pero ambas seguían permaneciendo apartadas. Y ahora Angelet se preguntó si por alguna de esas reuniones no habrían decidido que la casarían con Ravenston a pesar de «esos rumores». Sentía terror de que eso pasara, que por evitar el escándalo decidieran casarla sabiendo que su prometido tenía una esposa loca encerrada en alguna parte.

Regresaron en silencio a Forest Manor preguntándose con angustia qué pasaría ahora. Justin debía marcharse en unos días y no volvería a verle y tenía la sensación de que él deseaba prolongar un poco más su estadía y tal vez… ¿Querría pedir su mano como la vez que se vio obligado a viajar a la India con su familia?

Él la amaba, podía sentirlo y tal vez siempre la había amado y sabía que sería un esposo bueno y amoroso porque el amor lo guiaba y no el interés de encontrar una esposa adecuada para su linaje, lo sabía bien. Justin también era muy tímido, podía notarlo y ella mucho más. Jamás lo alentaría a pedir su mano a menos que la situación fuera muy desesperada.

Y sin embargo ese día casi había estado a punto de decirle algo importante, lo vio en sus ojos cuando se indignó al saber que su compromiso con Ravenston no sería roto por el momento hasta que su padre tuviera las pruebas que necesitaba y tuvo la sensación de que quería pedirle matrimonio como aquella vez antes de irse de viaje, pero entonces no se había atrevido y tal vez tampoco lo hiciera ahora.

Al entrar en la mansión Angelet recordó que había visto el carruaje y quiso saber quién era el ilustre visitante y para ello se acercó con sigilo a la biblioteca con la esperanza de oír algo.

Clarise la interceptó cuando llegaba al ala este de la mansión.

—Oh al fin apareces Angelet. Está aquí… El detective que contrató nuestro padre y … hace más de una hora que está encerrado con él.

—¿De veras? Pero ¿qué ha dicho, has podido escuchar algo?—le preguntó.

Su hermana miró a su alrededor con aire conspirador.

—Angelet, Justin tenía razón: el detective ha descubierto a la esposa de Ravenston internada en una clínica de enfermos mentales en Londres. No puede casarse contigo y el escándalo será terrible. Nuestro padre está consternado, no da crédito a la historia. Al parecer la dama está allí porque intentó matar a Ravenston y como se trata de una mujer de alta alcurnia pues no pueden meterla presa.

—¡Oh, qué horrible! ¿Entonces todo era verdad?

—Al parecer sí, Justin no mentía como insinuó mamá, pobre… Bueno es que ella pensó que lo hacía para poder casarse contigo como siempre soñó.

—Clarise calla…pueden oírte—se quejó Angelet.

Los ojos de Clarise bailaban.

—Siempre está espiándote—dijo de repente.

—¿De qué hablas?

—Hablo de Justin, tu enamorado eterno. Nuestra madre dice que es una buena opción para ti ahora que se quedará en Inglaterra. Sabes que no lo habría considerado de otra manera.

Angelet se sonrojó al pensar en Justin. Sin saber por qué la idea de casarse con su viejo amigo le provocaba espanto.

—Exageras… una boda no puede tramarse de esa forma Clarise. Dices tonterías—dijo molesta.

—Pues ya lo verás…

Entonces las peores sospechas se habían confirmado, la horrible historia que contara Justin se hacía realidad. La esposa escondida en un manicomio porque había intentado matar a su esposo y él seguramente quiso casarse de nuevo por alguna razón. Soledad, herederos, el amor…

Pero tal vez no había querido engañar a nadie, se vio forzado a ello. De todas maneras lo había hecho.

Su padre se lo dijo a media tarde en la biblioteca.

—Angelet, no son buenas noticias hija… Lo que debo deciros es muy delicado y…

Siempre era muy delicado para su padre como si ella fuera una niña de seis años. Pues ya no era una chiquilla, los últimos sucesos la habían hecho crecer deprisa.

—Esta mañana me ha visitado el señor Charleton. El detective que contraté para averiguar la verdad sobre sir Ravenston—declaró con cierto embarazo.

No le contó los detalles se veía profundamente avergonzado y apenado y tal vez furioso porque de pronto lo vio enrojecer y decir: —¡Jamás lo habría pensado! Este caballero se ha burlado de nuestra buena fe. Pretendía llevarnos al engaño y tal vez robarnos el dinero. Y pensar que ese hombre os fue presentado como honorable. Es increíble con qué facilidad se dejan engañar esas damas remilgadas de Londres. Sospecho que por eso escogió ese lugar para buscar esposa el muy cretino. Y por esa la premura… una boda con prisas jamás ha resultado buena cosa pero…

Angelet asintió y no supo qué decir. En realidad sentía un gran alivio de que ese hombre fuera desenmascarado pero…

—¿Y qué pasará ahora padre? Falta solo una semana para la boda y…

—Bueno, ese no es nuestro único problema ahora hija… Creí que todo acabaría pero no…

Su padre sudaba profusamente y no dejaba de dar rodeos hasta que dijo:— Porque ese malnacido de Dartmoor me ha enviado a sus abogados reclamando un dinero que él asegura, le pertenece. Una herencia que perdió porque su tío, un viejo amigo, un hombre honorable que nada tiene que ver con este mequetrefe… Pues me reclama por un negocio que no resultó, como si uno pudiera responsabilizarse por las cosas que no salen como esperábamos… Los negocios parecen ser muy prometedores pero…

—¿Te refieres a sir Praxton papá?—preguntó con un hilo de voz.

—¿Sí, qué otro demonio de Dertmoor conoces? Ese maldito ha venido hace un momento con sus abogados para darme un ultimátum, si no hago lo que me pide llevará este asunto a juicio y eso será nuestra ruina Angelet.

—¿Nuestra ruina?

—Sí, así como oyes. Y esos tunantes de bien vestir, tan educados me han enseñado el documento que deseen que firme para evitar la ruina de esta familia porque dice tener pruebas en mi contra.

—¿Pruebas?

—Sí, pruebas contundentes de algo que es un disparate inventado, una cruel infamia de ese resentido libertino del demonio, por supuesto.

Cuando su padre se enojaba decía esas cosas, no escatimaba en epítetos y lograba combinarles con cierta gracia.

—Padre, tal vez si le entregas el dinero que reclama…—terció Angelet.

Los ojos de su padre se abrieron con gesto de estupor.

—Pues me encantaría que fuera así de sencillo. No lo es, por desgracia. Praxton no quiere dinero quiere hundirnos a todos hija, ¿es que no entiendes? Praxton nos odia y tú tienes la culpa en parte.

—¿Yo? No comprendo padre. —Angelet movió las manos inquieta.

—Esa amistad inocente de Londres, las miradas… el cortejo descarado de ese sinvergüenza y sus cartas de amor.

—¿Cortejo, cartas de amor?¿Cuáles cartas?

—Pues las que él os envió de forma anónima durante todo este tiempo. Vuestro enamorado secreto. Y las flores, los bombones… todo lo habéis conservado como una ardilla. Os prohibí que hablaras con ese hombre y que si recibías de nuevo una carta… me avisaras. No lo hiciste.

—¿Pero qué dice padre? Praxton jamás me ha escrito una carta.

—¿Ah no? Digame señorita Angelet ¿qué son estas cartas, estas poesías tan bellas que encontré en su habitación escondida bajo tu colchón en una amorosa caja de madera labrada?

Su padre sacó un paquete de cartas cuidadosamente anudado y se lo acercó con el ceño fruncido.

—¿Reconoce estas cartas señorita Hampton?—dijo entonces.

Ella no respondió pero vio que eran las de su enamorado misterioso. ¿Cómo las encontró y por qué le decía que había sido Praxton? No podía ser.

—Las habéis guardado todas. Vuestra madre os prohibió que lo hicierais, os prohibimos pero has desobedecido—continuó.

Su padre estaba muy alterado.

—Lo lamento mucho, es que jamás imaginé que eso pudiera hacer daño… no son cartas de amor sino poesías, padre y jamás pensé que fueran de sir Praxton.

—¡Al demonio señorita Hampton! Deje decir tonterías, por favor. Esas cartas se las envió Praxton junto a las rosas y los demás presentes.

—Pero eso no puede ser…

La joven sintió un dolor espantoso en el corazón, como si esa revelación le hiciera mucho daño. Una broma macabra, una burla… Y ella había creído que había un magnífico poeta, un alma delicada y sensible que la amaba en soledad y le dedicaba esos versos.

—Pues sí es el caballero Praxton, no tenemos dudas de eso. Tu hermano lo encontró espiando en la pradera como un zorro, siguiendo vuestros pasos con malvadas intenciones. Entonces lo pilló y descubrió que tenía una carta que esperaba dejar en el buzón de la entrada para usted señorita Hampton. Él lo confesó además, es un hombre atrevido que no le teme a nada y Richard… El muy imbécil lo retó a duelo por su osadía.

—¿Y por qué hizo eso? ¿Por qué se burló de mí? ¿Por qué lo hizo?

—Porque nos odia hija, me acusa de haber provocado el suicidio de su tío, de llevarle a la ruina y quiso conquistarte porque tramaba una cruel venganza.

Angelet se alejó mareada, incapaz de decir palabra no respondió se sintió tan aturdida y herida que no habría sabido qué decir. Vaya, qué tonta había sido, creyendo esas cartas, aguardando con impaciencia la siguiente y luego de su cita en Stonehill las cartas habían dejado de llegar.

—Le advertí a ese malnacido que te dejara en paz, lo hice pero no me ha escuchado y ahora… Me exige que te entregue a él como parte de pago, que seas su esposa. Porque si me niego dice que no descansará hasta meterme en la cárcel.

Cuando su padre comenzó a hablarle de ese acuerdo tembló, no podía ser verdad. ¿Casarse con el hombre que se había reído de ella escribiéndole cartas de amor que ahora sabía, eran falsas?

—Es lo que me ha pedido a cambio de su perdón y de su silencio y si me niego a consentir esa horrible unión, esa nefasta boda… si lo hago, sus abogados llevarán este asunto a los tribunales y eso sería una deshonra para toda nuestra familia, el escándalo me enterrará vivo, hija—su padre estaba exhausto como si ese asunto le hubiera quitado la rabia y todo lo que había sentido momentos después. Se dejó caer en la silla con desgano.

—Padre, vuestros abogados pueden ayudaros, manejarían este asunto y… Debe haber alguna forma.

Su padre no respondió y ella tomó las cartas con cuidado sin saber qué haría luego, ¿las arrojaría al fuego como deseaba en esos momentos o volvería a guardarlas? El misterio se había resuelto de forma inesperada, su enamorado secreto no existía, era un demente que había planeado una cruel venganza contra su familia. Ese había sido el origen… No podía ser…

—Angelet… lo lamento pero creo que no hay otra alternativa—dijo entonces su padre.

Ella guardó las cartas con un movimiento involuntario y lo miró.

—Temo que deberás casarte con Praxton… Pero escucha, no será un verdadero matrimonio. Él quiere casarse enseguida, en menos de un mes, está loco por supuesto porque ninguna iglesia lo casará en tan poco tiempo pero su premura me dio una idea.

—Padre, ¿entonces realmente tendré que casarme con ese hombre?

—Me temo que sí hija, pero no será un matrimonio de verdad, sólo será un tiempo. Luego podrás pedir la anulación, te lo prometo. Buscaré la forma de deshacer esa nefasta unión. Lo haré.

Ella lo negó, no habría tal boda, nunca se casaría con Praxton, no, no lo haría, su padre no podía exigirle ese sacrificio.

—Quise evitarlo… pero Ravenston me ha traicionado y engañado, no puedo confiar en él. Si no tuvo la anulación del matrimonio como solicitó y dijo a todos que era viudo confiando en que podría casarse sin más… Esa boda no sería legítima porque su esposa está viva y al parecer goza de muy buena salud a pesar de que está loca. Y si alguno de sus familiares se entera sería una calamidad.

Su padre estaba disgustado sí pero ella estaba desesperada, no podía pedirle que hiciera ese sacrificio por su familia.

—Tu madre ya lo sabe Angelet, ella te ayudará a sobrellevar esta prueba con la dignidad y fortaleza que nos caracteriza. Y no temas que haré que me firme un contrato prematrimonial en el cual deberá tratarte con respeto y que si rompe alguna cláusula tendré derecho a pedir la anulación del matrimonio.

Angelet no dijo nada, no fue capaz de prometer que lo haría, su pensamiento era escapar, buscar la manera de abandonar Forest Manor enseguida. Se sintió mareada y enferma, atrapada en un lugar en el que no deseaba estar ni quedarse.

—Padre, no puedes pedirme eso—dijo al fin. Sus ojos brillaban de rabia.

Su padre no respondió.

—Debe haber alguna forma… Ese documento… Padre, tenéis los mejores abogados, no puede haceros ese chantaje.

—Pues lo he intentado, he hecho todo por alejarte de ese hombre, hace meses que vino aquí a pedirte en matrimonio y me opuse y le rogué a tu hermano que encontrara un candidato aceptable y lo hiciera con celeridad. Ravenston era quién podía ayudarte a escapar, al comienzo lo creímos, era el pretendiente ideal, soltero, con una sólida herencia en Cumbria pero ahora no puedo contar con él por razones que ya conoces. Temo que no hay más que pueda hacer por ti, hija. Lo lamento. Esta boda me causa tanto disgusto como a ti pero no veo otra manera de solucionar este infame chantaje del que he sido víctima desde hace meses.

Entonces no había nada más que hablar ni decir, su padre aceptaba su derrota y lo hacía inmolando a su hija, entregándola al demonio como un antiguo sacrificio. No, no podía ser, debía haber otra salida…

Angelet tomó las cartas y se marchó la biblioteca sintiendo que todo se derrumbaba a su alrededor. Entonces él había pedido su mano hacía tiempo, había querido tenerla a cambio del dinero que le debía su padre. Como si fuera una mercancía, un mueble del que podía disponer a placer. Era un trato infame digno de un canalla. Porque Praxton era un completo canalla, no tenía dudas.

************

Su madre intentó a convencerla al día siguiente, luego del desayuno, mientras daba un paseo por la pradera. Necesitaba alejarse y gastar energías, realmente estaba furiosa y sabía que solo la visión del campo le daría algo de sosiego a su alma atormentada.

Entonces vio a su madre llamarla a la distancia, agitando su mano con un ademán de impaciencia.

La joven se detuvo y la esperó.

Sophie tuvo que alzar sus faldas y correr para alcanzarla.

—Angelet… Caminas demasiado, Dios santo, me has dejado con lengua fuera—se quejó su madre jadeando—Aguarda, tengo que hablar contigo.

Sí, lo imaginaba. Su madre se veía triste y como si se sintiera culpable, algo muy raro en ella.

Le habló de Praxton por supuesto como si quisiera prepararla para lo que vendría. Su boda con sir Ravenston ya no podría ser.

—La modista ha traído el vestido Angelet… pero creo que deberás usarlo en tu boda con Praxton. Él ha venido a verte, tiene cierta prisa y tú… te ruego que lo trates bien, que no seas impulsiva ni…

—¿Dices que ha venido hasta la mansión? ¿Cómo se atrevió?

—Sí, está aquí, por desgracia… Lo hizo porque tu padre dijo que te casarías con él sin demora, con una dispensa si es necesario. Por favor hija no cometas ninguna imprudencia, sé cuánto os disgusta esa boda pero… Haz un esfuerzo.

No, su madre no lo imaginaba. Porque ese hombre no sólo la había asustado diciendo que mataría a su hermano en un duelo también se había burlado de ella al enviarle esas cartas. Y todavía no lograba entender por qué lo había hecho.

De pronto miró a su madre y no pudo evitar llorar.

—No pueden entregarme a ese hombre, no pueden hacerme esto—protestó furiosa.

Su madre pestañeó contrariada.

—Oh Angie, te juro que quisimos evitarlo, lo intentamos querida pero ahora… Es que no vemos otra salida, ese hombre tiene amenazado a vuestro padre. Lo ha hecho y no se detendrá hasta arruinarle, pero si tú… Él se convertirá en tu esposo y no creo que sea buena idea que le rechacéis ni…

—¿Y qué esperáis que haga, madre? —exclamó la joven fuera de sí, con los ojos llenos de lágrimas y furiosa con todo sentía deseos de correr, de gritar. Mientras que su madre se mostraba muy calmada y en su vano intento de consolarla quiso abrazarla pero la joven la rechazó de plano.

—Sé que es muy difícil para ti Angelet, lo entiendo pero debes comprender que es necesario que hagas este sacrificio por tu familia. Y si algo no sale como todos esperábamos, si ese caballero no os trata con respeto pediremos la anulación. Te lo prometo hija. Sólo tienes que evitar que… la consumación.

La palabra consumación era muy turbadora.

—Ahora por favor ve a hablar con él, trátale bien…—insistió su madre—Que no sospeche cuánto os disgusta esta unión, no hieras su vanidad porque si cambia de parecer… Oh hija, vuestro padre irá a prisión y no lo soportará, un caballero como él… Por favor, pon tu mejor sonrisa, resiste, aprieta los dientes antes de decir algo indebido como yo os he enseñado.

Sin saber ni cómo logró aplacarla y convencerla de que regresara  a la casa y se reuniera con su prometido.

O eso pensó su madre que la vio regresar a la casa con paso ligero.

Sin embargo no era así. Nada más entrar a la casa y enfrentarse cara a cara con sir Elliot Praxton una mezcla de rabia y  miedo se apoderaron de su alma. En cambio él parecía muy tranquilo…

—Buenos días, señorita Hampton. ¿Cómo está usted?—besó su mano muy atento pero en su mirada había una expresión casi triunfal que la irritó bastante.

«Contrólate hija por favor, no le digas nada a ese hombre, no lo hagas, no te enfrentes a él…» le había rogado su madre con desesperación. ¿Y por qué le habría dicho eso? Angelet lo ignoraba.

—Buenos días, sir Praxton. Ha venido a visitarme—respondió ella sin poder disimular los nervios que la recorrían como una corriente de electricidad.

—Sí… he venido a saber si aceptará casarse conmigo. Disculpe la franqueza pero el tiempo que le di a su padre para convencerla ha excedido el límite soportable… Para un novio tan enamorado como yo, el tiempo es oro—puso énfasis en las últimas palabras.

¿Es que el descaro de ese hombre no tenía límites? ¿Cómo podía hablarle con una franqueza tan brutal? ¿Tiempo? ¿Entonces Praxton le había dado un tiempo a su padre para que la convenciera?

—Bueno, ¿es que no va a decir una palabra, señorita Angelet?—insistió él impaciente.

—Mi padre me ha hablado de su proposición y también que es el autor de las misteriosas cartas que he estado recibiendo hace tiempo.

Su mirada cambió.

—¿Cartas? No sé de qué me habla… Vamos, deje de dar rodeos. ¿Se casará conmigo o deberé iniciar un juicio contra su padre? Escuche, no estoy jugando. He traído mis abogados porque si algo no sale como esperaba, deberé viajar a Londres de inmediato.

Ella no se esperaba esa respuesta, quería que le dijera por qué le había escrito esas misteriosas misivas, haciéndole creer que tenía un enamorado secreto que le escribía poesía, ¿por qué lo había hecho? ¿Acaso era parte de su venganza? ¡Diablos! Se sintió tan herida, tan burlada, que en esos momentos sintió que odiaba a ese hombre por haberla engañado, estafado rompiendo esa ilusión, el misterio de saber que tenía un enamorado secreto, porque de pronto comprendía que había significado algo importante para ella, aunque sólo fuera una fantasía romántica.

Ajeno por completo a su rabia y desdén, vio a su padre hacer un gesto de impaciencia y decir:

—¿Y bien señorita, Hampton? ¿Es que no va a responderme?

Esperaba que se rindiera, que dijera que sí de buenas a primeras, tal vez podría hasta llorar, ponerse histérica, suplicar… Como si disfrutara su miedo, desconcierto y también la rabia que sentía en esos momentos.

—¿Puedo preguntarle algo, sir Hampton?—le preguntó a su vez.

Él asintió con un gesto.

—¿Por qué desea casarse conmigo? Usted odia a mi familia y no… logro entender por qué lo hace. ¿Acaso cree que el matrimonio puede tomarse con tanta ligereza?—Estaba decidida a no mostrarle miedo ni tampoco que podría domeñarle a su antojo como a una debutante ñoña de temporada.

Sus palabras le provocaron cierto desconcierto mostrando a las claras que no se esperaba esa respuesta.

—Bueno, usted ya lo sabe… Su hermano arruinó mi reputación y ninguna dama decente me querrá por esposo así que… Pensé que usted me vendría de perlas.

—Eso no es verdad.

—Oh sí, todo es verdad señorita Hampton. En nada le he mentido.

Se hizo un incómodo silencio en el cual quedaron enfrentados, sus ojos echaban chispas y estaba conteniéndose para no llorar.

—Usted pidió mi mano hace tiempo, mucho antes de pelear con mi hermano.

Él sonrió.

—Sí, es verdad… ¿qué importa eso? ¿Por qué le interesa saberlo señorita?

Angelet suspiró y se contuvo de nuevo.

Él sonrió levemente y dio unos pasos hacia ella con un ademán casi rapaz.

—¿Acaso cree que lo hago para vengarme, para humillarla y castigar así a su padre? Pues no es verdad, no lo hago por eso. Así que pude estar tranquila, lo hago porque necesito una esposa bella y distinguida como usted. ¿Entonces su respuesta es que sí va a casarse conmigo?

No estaba segura sí esas palabras eran tan tranquilizadoras para ella, tuvo la sensación de que no le decía la verdad.

—Está bien… Me casaré con usted sir Praxton, lo haré pero… déjeme advertirle que mi padre tiene buenos abogados y que si no me trata con el debido respeto, si descubro que me engaña o me hace daño de alguna manera… Le aseguro que pediré la anulación.

Él sonrió y miró sus labios.

—Eso no ocurrirá señorita, ¿cree que soy un maleante del West End? Soy un caballero y jamás haría daño a una dama, ¿es que no recuerda que la tuve en mi mansión y no osé siquiera robarle un beso?

La jovencita enrojeció al recordar el episodio del duelo que había evitado… vaya ironía, su hermano, su padre y su familia entera estaría a salvo excepto ella por supuesto. Era extraño pero ese hombre la desconcertaba, si no había pedido su mano por una vieja deuda de su padre, ¿entonces por qué lo había hecho? Quería saberlo, iba a casarse con él, compartir su vida, formarían una familia y… No, su madre le había dicho que no debía consumar su matrimonio. Debía negarse a su apasionado abrazo si quería tener la anulación. Se lo había dicho hacía un momento.

La joven se sonrojó al sentir la mirada del vizconde.

—Temo que esto no sea una buena idea , sir Praxton—dijo al fin con la mirada baja. De pronto vio en un rincón a Clarise espiando y la miró furiosa. Su hermana se escondió de nuevo.

El caballero no lo notó, no dejaba de mirarla de una forma intensa.

—¿Eso piensa, señorita? ¿Y por qué no habría de serlo según usted?

—Pues porque es muy inesperado, precipitado y…

—No… se equivoca señorita, ha sido todo lo demás menos precipitado. Hace un año que espero este momento, bueno, casi un año. Y he tenido tiempo de conocerla para saber que ha sido una elección acertada. Pero déjeme advertirle algo señorita Hampton, comprendo su recelo y reserva por esta boda, oh sí, créame que lo entiendo… Sin embargo no toleraré caprichos ni rebeldías en una esposa ni que invente cualquier excusa para pedir la anulación.

Angelet sostuvo su mirada desafiante. ¿Acaso ese hombre la consideraba una joven malcriada y sin modales?

—No soy caprichosa ni tampoco una joven que invente pleitos para tener el divorcio—protestó ella.

—Pues me complace mucho oír eso señorita Hampton. Ahora acompáñeme, he traído a mi abogado porque es menester firmar un acuerdo nupcial.

¿Un acuerdo? ¿Desde cuándo una joven necesitaba firmar un acuerdo antes del matrimonio?

Al notar su desconcierto el vizconde agregó:

—Bueno, es que ha sido la condición que ha puesto su padre para autorizar la boda señorita, no se sorprenda, fue idea de él. Por favor, acompáñeme.

¡Cuánta frialdad! No podía creer que ese hombre fuera a ser su marido, la forma en que fue leído el documento por su abogado sobre la dote y otras formalidades.

Siguió al caballero a la sala contigua donde vio con estupor a su padre y a dos caballeros de pintoresco bigote y traje a rayas. Debían ser sus abogados londinenses seguramente.

Los saludó con fría cortesía y se sentó y allí se quedó inmóvil, con las manos cruzadas en su falda y la mirada baja.

Su padre en cambio parecía impaciente y muy disgustado mientras que Praxton se veía muy calmo y controlado pero la tensión casi cortaba el aire mientras uno de los abogados leía en voz alta el acuerdo nupcial.

Nadie objetó nada, su padre no lo hizo ni ella tampoco.  Sólo entendió lo referido a la dote y poco más.

Cuando el abogado terminó la lectura se hizo un embarazoso silencio dónde la jovencita podía sentir la tensión que cortaba el aire, las miradas airadas de su padre a Praxton que este ignoró pues sus ojos iban de los abogados a ella.

Hasta que habló: —Firma aquí querida—y le extendió la pluma.

Angelet miró a su padre desesperada y este asintió. Debía firmar, debía hacerlo, no había alternativa. Así que estampó su firma sin vacilar preguntándose qué le depararía el futuro, esa boda, ese hombre. No, no quería casarse, sólo quería escapar. ¿Cómo pudo su padre hacer tratos con ese sujeto y obligarla a participar de ese asunto?

Praxton asintió muy satisfecho.

—Gracias, señorita Hampton. Nos veremos el sábado… en nuestra boda. Sí, con mucho pesar, debo irme ahora.

La joven quedó perpleja, ¿acaso bromeaba? No podían casarse en cuatro días. ¿Quién querría casarlos tan pronto?

Abandonó la sala sintiendo que las piernas le pesaban. Atrapada y ahorcada, así se sentía entonces y nada de lo que dijera su padre en esos momentos podría consolarla. Tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para no llorar, para no salir corriendo de la habitación y escapar, huir muy lejos.

Esa noche durante la cena reinaba un clima sombrío, en vano su madre intentó llenar los vacíos hablando de su último visita a la mansión de Justin para conversar con su madre Rosie. Nadie le prestó demasiada atención.

Angelet apenas probó bocado, su cabeza era un completo embrollo. No dejaba de pensar en ese hombre y en las cartas que le había escrito para hacerle creer que tenía un enamorado secreto. Había sido una tonta, debió imaginar que era Praxton… ese maldito flirt que tuvieron hace más de un año en Londres y que terminó de forma abrupta cuando se prometió a sir Ravenston. Sin embargo jamás pensó que para él tuviera un significado especial pues al sentirse ignorado se había alejado y no había vuelto a saber de él hasta que supo que había retado a duelo a su hermano.

—¿Entonces vais a casaros con Praxton?—le preguntó su hermana.

Angelet la miró ceñuda sin responderle.

***************

Al día siguiente, lady Hampton tuvo que hablar con el vicario y rogarle que casara a su hija con sir Praxton cuanto antes. ¿Sería posible prescindir de las formalidades sólo una vez?

El vicario Thomas un hombre grandote y de expresión serena se mostró muy sorprendido con la petición, pues él iba a casar a la joven con sir Ravenston. ¿O acaso había oído mal?

—Pero lady Hampton, temo que se ha equivocado, ¿dijo Elliot Praxton? ¿No era Ravenston el prometido de su hija? Él estuvo aquí hace dos semanas si mal no recuerdo y me comentó eso mismo, que deseaba adelantar la boda… Y yo le respondí que sir Ravenston necesitaba una licencia especial para que pueda casarle antes.

—No, no… No es Ravenston. Hemos descubierto algo muy grave sobre ese caballero reverendo Thomas que hace imposible la boda…

Al oír la escabrosa historia el hombre de la iglesia palideció.

—Oh, qué asunto tan terrible lady Hampton, ahora entiendo su prisa por supuesto.

—Nuestra hija nunca quiso esa boda—respondió lady Hampton. Esta vez no mentía—Y por eso… Praxton… Él la ama tanto reverendo y nos ha rogado que … Quiere casarse lo antes posible con nuestra  hija, el sábado….

—¿Praxton desea casarse?—el reverendo vaciló. Nada de lo que le decía esa dama se oía creíble pero…

—Comprendo sí… —dijo al fin—pero me temo que sin una dispensa no podré casarles, es necesario cumplir con ciertos requisitos. Amonestaciones, un permiso especial de la parroquia. No vivimos en el Medioevo lady Hampton, hoy día las bodas no se celebran con tanta prisa a menos que… su hija esté en estado.

La cara redonda de lady Hampton se puso de todos los colores.

—Por supuesto que no reverendo, mi hija es una señorita decente. Es él que tiene prisa.

—Oh, le ruego que me disculpe no he querido ofenderla lady Hampton, pero ha pasado antes que he tenido que casar a jovencitas para salvar su reputación mancillada y hasta hace poco vino una que estaba por dar a luz. En ese caso sí podría hacerse una excepción por supuesto pero…

La dama estaba desesperada, por supuesto que esperaba una respuesta como esa pero….

—¿Y qué puedo hacer? Una dispensa tardará días, tal vez más de una semana—se quejó.

—Bueno, si los enamorados tienen mucha prisa es mejor que se casen por supuesto… No se desanime por favor, creo que hay una posibilidad, se trata de «Gretna Green» dónde se casan todos los jóvenes rebeldes pues no necesitan autorización de sus padres. Queda en Escocia, al sur. Tal vez haya oído hablar de él.

—Sí por supuesto pero las bodas que se celebran en ese lugar, son legales?

El reverendo asintió.

—¿En Escocia? Pero eso está muy lejos, reverendo Thomas.

—Es verdad pero piense se trata de una opción válida y rápida, lady Hampton. Pueden casarse rápido, se anotan y creo que el mismo día reciben el certificado matrimonial. Lo importante es que el matrimonio en Escocia es tan legal como el nuestro.

¿Su hija casada en una tierra extraña? ¿Sin fiesta, sin flores de azahar, con prisas? A lady Hampton la idea le pareció horrorosa.

—Pero no podemos viajar todos a Escocia para esa boda—balbuceó—sería un viaje en caravana como hacen los gitanos, qué espanto.

—Bueno, pueden ir los padres y los más allegados. Los testigos, necesitarán testigos también. ¿Tiene algún familiar en Escocia?

La dama vaciló.

—Mi esposo tiene un primo en Edimburgo pero…

—Muy bien, entonces creo que no habrá dificultades.

Lady Hampton abandonó la vicaría angustiada, ¿qué pasaría ahora? ¿Vencía el plazo que les había dado ese hombre para la boda y qué diría él de celebrar el matrimonio en Escocia?

Cuando llegó a Forest Manor lady Hampton estaba hecha un saco de nervios.

Su marido aguardaba en la sala principal bebiendo un refrigerio con mucha calma mientras conversaba con su hijo mayor.

Al ver llegar a su esposa con esa cara de tragedia pensó que las cosas no habían ido tan bien como esperaba.

—¿Gretna Green? Caramba… Querida, has tenido una idea brillante.

—¿Qué has dicho John?—preguntó su esposa mirándole aturdida mientras se quitaba el sombrero y se dejaba caer en una poltrona del comedor.

—Sí, es verdad en realidad no creo que sea tan mala idea. El viaje será largo, incómodo pero valdrá la pena.

—¿Estupenda dices?—lady Hampton seguía muy aturdida, no entendía el repentino júbilo de su marido.

—Me refiero a que en Escocia existe el divorcio. Es decir que luego de que pase un tiempo, Angelet podrá divorciarse… Pues buscaremos la forma de liberar a nuestra hija de las garras de ese loco.

—Oh John… pero el matrimonio es sagrado—protestó su esposa.

—Por supuesto… El matrimonio es sagrado querida, pero nuestro yerno es Belcebú y está más loco que una cabra, no es lo mismo una boda con un hombre respetable que una boda celebrada a la fuerza por un sucio chantaje.

—Sí, por supuesto pero…

—Calma querida, todo saldrá perfectamente según lo planeado. Cumpliré mi parte, habrá una boda pero… el matrimonio es mucho más que un acuerdo y este será celebrado sin mi aprobación. Y los resultados, bueno, creo que no serán los mejores. Ahora le escribiré a Praxton porque no deseo ir a Dartmoor. Enviaré a mi fiel criado Ed con una carta y listo. Imagino que no pondrá pues a fin de cuentas acabo de aceptar que se case con mi hija. ¿Qué más desea?

En la sala de estar el clan Hampton se asemejaba a los Borgia intrigando y tramando bodas y divorcios para Angelet. El primogénito de los Hampton era el menos convencido con el asunto.

—Pues yo creo que deberíamos evitar ese casamiento, padre no puedes permitir que ese sujeto se salga con la suya—opinó.

—Temo que ahora debo dejar que se case con tu hermana—le respondió lord Hampton con mucha calma.

—¿Sacrificarás a Angelet? ¿Y crees que luego él acepte el divorcio?

—Pues no veo cómo lo evitará. Una vez que tenga el pagaré…

—¿Y qué crees que hará ese hombre con Angelet, padre? No es un caballero y es nuestro enemigo.

—No le hará daño, sólo espero que no la deje embarazada.

—¿Y crees que podrás evitarlo?

Lady Hampton enrojeció cuando su marido le recordó la anterior conversación.

—Ese hombre no podrá consumar su matrimonio Richard, vuestra madre hablará con Angelet cuando llegue el momento apropiado.

—Pues yo sigo pensando que todo esto es una locura, deja que sea Justin, es un buen hombre… él la cuidará, siempre ha amado a mi hermana.

—Pero una boda no puede celebrarse con prisas, además…

Unas voces airadas interrumpieron la reunión familiar.

—¿Qué fue eso?—preguntó el lord inquieto.

Lady Hampton palideció al ver aparecer a sir Ravenston el antiguo pretendiente con esa carta infame que su marido le había enviado días atrás acusándole de bígamo, ladino y mentiroso y avisándole que no entregaría a su hija en matrimonio.

El caballero estaba fuera de sí y exigía una explicación.

Pero de nada le sirvió mostrarse airado ni decir que amaba a Angelet pues lord Hampton le dijo con mucha calma que su esposa aún estaba viva.

—Y temo que no puedo pasar por alto ese hecho.

El caballero enrojeció.

—Eso es una vil calumnia. Jamás pensé que fuera capaz de un acto tan ruin, sir Hampton. Me ha apuñalado inventando algo muy deshonesto y cruel. Mi esposa está muerta, mire, aquí tengo un documento que lo prueba.

Lo tenía. Una partida de defunción que debía ser falsa por supuesto y algo más: una dispensa para poder casarse en dos semanas con Angelet. Pero esto ya no tenía importancia, no podría usarla, su prometida se casaría con otro.

—Pues no le creo, usted nos ha engañado a todos sir Ravenston. Sé que su esposa vive y está en un hospicio para locos en Londres, un lugar muy triste llamado Bethlem. Allí la confinó, mi sirviente estuvo en el lugar y sobornó a los guardias. Melania Ravenston está allí y goza de muy buena salud. Así que no sé quién le otorgó ese certificado pero es tan falso como usted sir Ravenston. Deje de burlarse de mí.

El caballero palideció, había ido con un propósito: responder a la infame carta que le había dejado el caballero Hampton pero ahora no supo qué decir. Todos sus anhelos se esfumaban como en un sueño, la pesadilla regresaba, el infierno de estar atado a esa loca lo perseguiría por el resto de su vida. No, pues no lo permitiría.

—Este certificado es válido sir Hampton, puedo casarme con su hija, he conseguido la dispensa.

—Excepto que no aceptaré semejante trato, esa boda no sería legal, usted no puede casarse hasta que su esposa muera.

—Pero mi esposa murió y aquí tengo el certificado de defunción. Temo que alguien le ha informado mal lord Hampton, además tenemos un acuerdo, ¿lo olvida usted?

Lord Hampton miró el certificado incrédulo, debía ser falso por supuesto, sabía de buena fuente que la esposa loca estaba internada en un hospital mental.

—Lo lamento mucho sir Ravenston pero luego de que un amigo me dijera que conocía a la familia de su esposa decidí investigar. Por supuesto que me negaba a creer la historia pero… he tenido pruebas fidedignas de que su esposa está viva. Y no puedo permitir la boda bajo esas circunstancias. Nuestras leyes son muy claras al respecto, sólo en el caso de viudez  usted podría casarse nuevamente.

—Soy viudo, nadie podrá demostrar lo contrario.

—Pero han visto a su esposa en un psiquiátrico, no está muerta como dice aquí—insistió con mucha calma el lord.

Sir Ravenston perdió la paciencia.

—Es una vil infamia, ¿cómo puede creer rumores malintencionados? ¿Quién le ha hablado a usted de ese asunto? ¿Cómo diablos sabe de la clínica? Mi esposa estuvo allí un tiempo pero luego murió.

No pudo convencerle, Sir Hampton se mantuvo firme pero se mostró furioso cuando sir Ravenston insinuó que él tenía secretos que ocultar, negocios que no habían llegado a buen puerto.

—Tengo pruebas que lo acusan de usar el dinero de sus amigos, sus ahorros en negocios que no prosperaron porque jamás fueron llevados a cabo. Una estafa diría yo—los ojos grises del pretendiente rechazado brillaron con malicia pero no sonreía. Esperaba convencer a lord Hampton, conmoverle o asustarle, lo que fuera para conseguir sus propósitos.

—¿Qué pretende con esto?—lo increpó sir Hampton furibundo.

—Sólo tener lo que me prometió: la mano de su hija. Mi esposa está loca, morirá en cualquier momento, legamente está muerta además, no le he mentido. ¿Cree que es justo que esté atado a una demente el resto de mi vida?

Sir Hampton lo dejó desahogarse nada conmovido por su historia.

—Escogió mal… ¿por qué se casó con una joven que sufría esos trastornos?

—¡Me engañaron! Fui engañado por su familia, todos me ocultaron que estaba enferma—protestó Ravenston.

—Bueno, eso no es de mi incumbencia, debió pelear este asunto en tribunales y tener la anulación.

—¿Y cree que no lo intenté? La reina es inconmovible, siempre se ha opuesto al divorcio, jamás lo concede y si lo hace…

—Es separación de cuerpos, no divorcio, por eso no puede volver a casarse y fraguó ese certificado ¿no es así? Tal vez lo hizo antes para poder tener la dispensa. No me engaña señor Ravenston. Ya no. Y le ruego que se retire ahora de mi casa, no tengo ningún trato que hacer con usted.

Ravenston lo amenazó, dijo que hablaría y que eso no sería bueno para nadie pero sir Hampton no se inmutó.

—Usted tiene demasiados secretos que ocultar sir Charles. Por favor, modere su genio, no puede venir aquí a amenazarme.

Angelet, que había estado escuchando parte de la conversación se alejó espantada. No podía creer que Ravenston hubiera ido a reclamar furioso, como si no tuvieran suficientes problemas ahora. Pero su padre lo había manejado de forma admirable y tuvo la sensación de que ese caballero había perdido la batalla.

Se alejó a su habitación con paso sigiloso para no ser descubierta, estaba temblando de repente su vida se había convertido en un laberinto del que deseaba escapar pero no sabía cómo lo haría.

**********

Cuando Justin se enteró de lo que estaba pasando en Forest Manor se horrorizó y se enojó con todo el clan Hampton y con su amigo Richard en primer lugar. Necesitaba hablar con él esa mañana y lo invitó a recorrer la pradera a caballo.

—¿Es que vais a dejar que vuestra hermana sea sacrificada a ese hombre? Vamos, tú conoces a esa familia, su padre era un hombre muy malvado que bebía y malgastó su fortuna en los clubes de Londres. ¿Qué futuro tendría Angeleta su lado forzada de esa forma?

Richard dijo que él no podía hacer nada.

—Intenté evitar esto hace meses, amigo y hasta quise retar a duelo a ese malnacido para que se alejara pero… quiere a Angelet, hace tiempo que sigue sus pasos pero jamás pensé que llegara tan lejos. Además tiene en sus manos pruebas contra mi padre por un negocio que no fue lo que todos esperaban. Y no hay otra manera de evitar el escándalo porque una demanda de ese hombre nos arruinaría por completo.

—¿Y cederéis a esa horrible extorsión? No puedo creerlo.

Richard detuvo su caballo y lo miró.

—Es que no tenemos otra alternativa amigo, y juro que lo intenté, que hice todo por alejar a ese malnacido de mi hermana pero… esperó y esperó paciente como un zorro hasta que al ser rechazado por mi padre tramó un chantaje, algo que lo obligara a ceder.

Justin guardó silencio mientras su amigo le contaba el resto de la historia.

—Está obsesionado con Angelet, hace más de un año que sigue sus pasos, la espía y dijo estar enamorado. Tal vez sea verdad pero… cuánto durará su capricho? Es lo que me pregunto. Sospecho que para alguien como Praxton el amor no tiene un significado tan romántico. Sólo es deseo, lujuria y mi padre cree que si no es correspondido se cansará y no será difícil tener el divorcio para mi hermana.

—Pues esto no debió pasar. Debí pedirle que fuera mi esposa hace tiempo pero no me atreví, temía ser rechazado… sabes que siempre he amado a tu hermana y esperaba una señal pero sé que Angeletsiempre me ha querido como un amigo.

—Ella te aprecia Justin y te aseguro que nada me complacería más que fueras su esposo, eres un hombre bueno, íntegro pero no puedes pedirle matrimonio ahora y no sé si tendrás esperanzas en el futuro. Praxton es un hombre malvado, siniestro y este asunto no me agrada pero si hago algo esta vez toda mi familia se vería inmersa en el lodo. No puedo intervenir Justin y te ruego que no lo hagas, aléjate de mi hermana aunque eso te pese, nadie puede ayudarla ahora. Ni tú.

Justin no podía creer lo que estaba escuchando, ¿qué había hecho lord Hampton para estar en manos de ese villano de Dartmoor?  ¿Y cómo podían entregar a Angeleta ese hombre en matrimonio? Tembló de imaginar lo que ese malvado haría sufrir a la joven que amaba, Angeletera delicada y tan inocente, era un ángel no merecía ser sacrificada para pagar un error que había cometido su padre en el pasado.

—¿Y tú me pides que no intervenga que no haga nada para evitar que Angeletsea entregada a ese malvado?

—No puedes hacer nada ni quiero que lo hagas. Hace tiempo que ese hombre chantajea a mi padre pero creímos que no tenía pruebas y tal vez no las tenía, pero movió cielo y tierra para encontrar esos documentos. Mi padre trabajó en un proyecto para trazar nuevas vías de tren y también ha invertido en negocios en el extranjero y fue estafado como el tío de Praxton, afortunadamente pudo recuperar una parte del dinero que perdió pero al ser socio del pariente de ese hombre…

Justin no creyó que esa historia fuera del todo cierta pues Hampton se había enriquecido los últimos años a raíz de negocios en el extranjero y las malas lenguas decían que había estafado a varios de sus socios. Ignoraba cómo lo había hecho pero sabía que un primo lejano se había suicidado al invertir un legado en un negocio que había resultado ser un fraude. Imaginaba que lo mismo le habría ocurrido al tío de Praxton. No era un santo y detrás de esa imagen de respetabilidad y orgullo se escondían secretos. Secretos que algunos lugareños del condado conocían.

Emprendieron el camino de regreso en silencio hasta que de pronto Richard le rogó a su amigo que no interviniera en ese asunto.

—No puedes evitar la boda ahora, nadie puede hacerlo.

Justin no dijo nada, estaba muy disgustado y pensó que no era justo que Angelettuviera que pagar por un error cometido por su padre y que ese hombre se valiera de un chantaje para tener la mano de la jovencita.

Y al verla caminar en la pradera en compañía de su hermana menor tembló de pena y rabia. Tan hermosa, tan delicada… no podía permitir que ese demonio se la llevara a Dartmoor para saciar su horrible lujuria. Porque no había ningún sentimiento noble en un hombre que actuaba con tanta maldad.

Entonces su amigo habló haciendo llamando su atención.

—Prométeme que no harás nada para impedir la boda Justin, eres mi amigo, no puedes intervenir. Quiero que lo prometas.

Richard se veía ansioso, desesperado, tal vez temía que su amigo hiciera una locura y se fugara con su hermana. Justin sostuvo su mirada con expresión desafiante.

—Cómo puedes forzarme a semejante promesa amigo? Y cómo puedes dejar que tu hermana se case forzada con ese hombre? Qué crees que hará cuando la tenga a su merced? Y me pides que no haga nada?

Su amigo enrojeció profundamente avergonzado.

—Sólo será un tiempo, la boda será anulada mi padre lo ha prometido. Se casarán en Escocia y eso es una ventaja pues en ese país existe el divorcio.

Los ojos de Justin echaban chispas, no podía creer que su amigo fuera tan insensible, que le importara tan poco la suerte de su hermana.

—¿Y crees que para ella será un viaje a Escocia? ¿Y ahora me obligas a hacer una promesa que no deseo hacer? Diablos amigo, me siento muy desilusionado de ti, que permitas esa maldad. Es tu hermana, ¿acaso su suerte te resulta tan indiferente?

Richard sabía que su amigo tenía razón, pero ¿qué podía hacer él? Había luchado durante meses para alejar a Praxton de Angelet, arriesgó su vida retándolo a duelo pero un secreto salió a la luz entonces: su padre era culpable de haber estafado a un grupo de caballeros de Devon en un proyecto para la creación de una nueva red ferroviaria que conectara Londres con todo el país. En vano Lord Hampton se defendió diciendo que fue su socio el responsable de la estafa su nombre estaba implicado pero a falta de pruebas no fue llevado a prisión. Luego estaba ese turbio negocio de prestar dinero que realizaba él y ese socio de forma secreta a través de apoderados.

Recordó la expresión furiosa de su padre cuando tuvo que defenderse de Praxton mientras le decía: «estábamos al borde de la ruina hija, íbamos a perderlo todo y tuve que invertir lo que quedaba en algunos negocios y fue gracias a eso que logramos salir adelante».

Pero ¿cómo explicarle eso a su viejo amigo? En realidad a él solo le importaba Angelet y lo acusaba de no amarla, de permitir una boda forzada con ese sujeto a cambio de una deuda.

—Ese matrimonio no debe celebrarse… la voluntad de los contrayentes, tú lo sabes estudiabas leyes conmigo en Oxford, lo recordarás bien.

—Sí pero si hago algo para evitar esa boda mi padre jamás me lo perdonaría y podríamos perderlo todo. Todo Justin. ¿Es que no entiendes? Escucha…—suspiró cansado, harto de todo ese asunto—lamento que Angelet tenga que casarse con ese hombre, me complacería que fueras tú pero no debes intervenir, te ruego que dejes este asunto en paz.

Justin no dijo nada pero nada más lejos de sus sentimientos dejar ese asunto en paz. No se rendiría. Si a la familia Hampton no le importaba la suerte de Angele, pues a él sí lo afectaba. Buscaría la forma de convencerla de que fuera su esposa. No permitiría que ese descarado libertino se saliera con la suya, su proceder era deplorable. ¿Qué hombre hacía eso para cobrar una vieja deuda? Un loco.

Dejó su caballo en el establo y entró en la mansión, sus días en Forest estaban contados pero antes… antes de irse buscaría la manera de hablar con Angelet.

**************

Enterado del percance en la vicaría, sir Praxton envió una carta breve diciendo que no tenía inconveniente en viajar a Escocia pero que esa boda no era lo que su familia esperaría de él. La aceptaba porque no quería esperar una dispensa ni perder el tiempo viajando a Londres. Pero que ese matrimonio sería legalizado en Inglaterra y hablaría con sus abogados para ello.

Cuando Lord Hampton leyó ese mensaje a media mañana en su biblioteca, palideció.

Su esposa aguardaba a su lado, temblando como una hoja, ansiosa de conocer el contenido de esa misiva.

—Y hay más querida… lee esto último porque yo me siento incapaz de decirlo en voz alta.

Lady Hampton tomó la carta y leyó con voz clara: «Con este cambio de planes iré a buscar a su hija el jueves y la llevaré a Escocia. Espero que habléis con ella sobre sus deberes pues no toleraré una esposa asustadiza ni gazmoña. Que vuestra esposa la prepare para cumplir sus obligaciones y…»

Lady Hampton enrojeció hasta las orejas porque su obligación era decirle a su hija que no consumara su matrimonio, que fingiera tener la regla, que buscara cualquier excusa para que ese hombre no pudiera tocarla. Y si tenía la desgracia de que pasara, si ese desgraciado metía su horroroso miembro en su cuerpo la salida era introducir una esponja con vinagre. Un método anticonceptivo secreto que sólo usaban algunas mujeres de mala vida, lo sabía, pero demonios debía evitar que en el peor de los casos su hija quedara preñada.        

—Imagino que habrás hablado con nuestra hija, Sophie—dijo entonces lord Hampton mirando a su esposa con fijeza.

Ella lo negó con un gesto.

—Todavía no, pensé que habría tiempo—respondió mientras doblaba esa horrible carta.

—Pero John… es que lo que me pides es demasiado, debo hablar con Angelet temas tan horribles y vergonzosos… me niego a hacerlo, es… ¡Vergonzoso! Además este caballero acaba de lanzar una velada amenaza ¿es que no lo ves? Dice que debo instruir a mi hija sobre sus futuras obligaciones de esposa y que espera que lo haga porque no desea una esposa asustada o gazmoña.

Su marido sonrió.

—Me encantaría que ese matrimonio naufragara querida, porque aceptamos su infame trato: la boda a cambio del pagaré y nada más, no podemos garantizar el éxito de esta locura. Ahora ve y habla con Angelet, eres su madre. Encuentra una manera delicada de explicarle que no debe permitir que ese salvaje la toque. Que invente algo. Que pida un tiempo para estar segura… y si ese desgraciado se sale con la suya, pues que no vaya a quedarse preñada porque ese sería un error imperdonable.

—Joh, por favor… ¿y tú crees que ese demonio se detendrá y soportará la indiferencia de nuestra hija sin hacer nada? Será su esposa y tú sabes que no puede negarse a sus brazos—lady Hampton enrojeció incómoda y airada.

—Ese matrimonio no debe funcionar, Angelet debe tener lealtad a nosotros y que no lo olvide. Fue forzada a esta boda y todos nosotros también hemos sido obligados a aceptarla. No será un verdadero matrimonio y espero poder liberarla a tiempo pero para eso necesitamos su ayuda. Su cooperación. Es un nuevo plan en el que he estado pensando y creo que si Angeletcolabora en menos de seis meses tendrá la anulación, pues en cuanto tenga el documento maldito de Praxton en mis manos… debe dármelo luego de la boda por eso habla con la señora Stuart que vaya preparando el equipaje. Viajaremos a Escocia para la boda de nuestra hija.

Lady Hampton pensó que ella llevaría la peor parte: la de tener que contarle a su hija los vergonzosos secretos de la anticoncepción y lo que ocurriría la noche de bodas que no era poco decir…

Todo debía hacerlo sola. Temas tan poco delicados de los cuales una verdadera dama jamás hablaba y por si fuera poco también debía aconsejarle que no permitiera que su marido la tocara.

¿Cómo rayos iba a decirle eso? No tendría coraje ni tampoco creía que fuera una buena idea pero…

Lady Hampton apuró el paso y tocó la puerta. Al no tener respuesta la dama giró el picaporte y se encontró una habitación silenciosa y vacía. ¡Demonios!

Su hija mayor brillaba por su ausencia, la habitación estaba completamente vacía. ¡Qué extraño!

Exasperada fue a buscarla interrogando a la doncella Maude que recorría la sala principal.

La jovencita la miró espantada.

—Es que la señorita Hampton estaba en su habitación recién. ¿Habrá salido a dar un paseo como lo hace todas las mañanas, lady Hampton?—dijo.

—Tal vez… por favor ve a buscarla, necesito hablar con ella ahora.

—Iré lady Hampton—la mucama hizo una reverencia y se alejó con paso rápido.

Lejos de la mansión, Angelet caminaba por la pradera como todas las mañanas para despejarse y sentirse más tranquila. Le encantaba caminar y además ese día una horrible angustia parecía seguirla como una sombra. De solo pensar que se iría a esa oscura mansión de Stonehill a vivir el resto de su vida, la deprimía terriblemente. Sus padres no podían haber tramado algo tan tétrico para ella ni esperar que luego consiguiera el divorcio.

Sus ojos claros se perdieron a la distancia.

Casi habría deseado casarse con Ravenston aunque tuviera una esposa loca encerrada en un centro psiquiátrico, cualquier otro hombre que la salvara de Praxton, pensó y ese pensamiento la llevó a Justin. Sabía que siempre la había amado y era un buen hombre y allí estaba acercándose con su caballo.

—Angelet… necesito hablar contigo—dijo él. Parecía preocupado, inquieto. Disgustado.

Imaginó que estaría muy al tanto de lo que estaba pasando y no se equivocaba.

—No pueden hacer algo tan horrible Angelet, no puedo entender cómo…

Ella tampoco lo entendía y desesperada dijo que quería huir muy lejos o morirse antes de aceptar casarse con un hombre al que temía y aborrecía por completo.

Sus palabras lo asustaron.

—Angelet… por favor no hables así—dijo tomando su mano.

—Es que tú no sabes, no imaginas… ese hombre retó a duelo a mi hermano hace tiempo y luego… odia a nuestra familia porque cree que mi padre estafó a un tío suyo. Pero eso no es verdad.

Justin besó sus manos y la miró.

—No es justo Angelet, no es justo que tu familia acepte esa boda como pago de una deuda, que vuestro padre…—calló para no decir lo que pensaba. Luchaba por no dejarse llevar por sus sentimientos, por dominarse.

—Pero es que debo casarme con Praxton, si no lo hago mi familia quedará en la ruina. Quisiera escapar, desearía hacerlo Justin. Desearía tener coraje para escapar y solo pienso que este matrimonio será un error, un tormento para mí. Me dejará encerrada y tal vez hasta planee su venganza humillándome, maltratándome. Y cuando pienso en lo que me espera siento deseos de morirme porque nunca he podido soportar el dolor ni tampoco las burlas y sé que ese caballero planea algo muy perverso para vengarse de mi familia.

Los ojos de Justin echaban chispas.

—Pues yo no lo permitiré, no dejaré que te obliguen a aceptar a ese hombre. Déjame salvarte de esto, por favor. No haré nada si no lo deseas pero yo podría ayudarte a escapar, te llevaré conmigo muy lejos dónde ese malnacido no pueda encontrarte. Huye conmigo, Angelet… no puedo permitir esto, no puedo dejar que tu familia te obligue a ese matrimonio. Por favor…

—Oh Justin, pero tú…

Sabía que se lo pediría y sabía que él la amaba como nunca antes la habían amado sin esperar nada, sin exigir nada a cambio. Le ofrecía su ayuda y tenía un plan para escapar de Praxton y esa oscura venganza.

Ella estaba tan desesperada que aceptó y de pronto lloró aliviada al pensar que Justin la salvaría de esa boda.

—Nadie debe saber nada de esto, disimula que no nos vean conversar… vuestros padres no deben sospechar.

El plan era osado, peligroso, debían escapar a la mañana siguiente antes de que los criados despertaran y luego reunirse en su mansión para continuar el viaje hasta Londres. Pero no irían a la India sino a Francia donde la familia de Justin tenía propiedades en el sur.

Mientras conversaban vieron aparecer a lady Hampton y guardaron silencio.

—Será mejor que no nos vean Justin, por favor…—dijo Angelet.

Justin obedeció y se alejó mientras la joven enfrentaba a su madre.

—Angelet, ¿qué tienes? ¿Has estado llorando? —preguntó y al ver que Justin se alejaba tras dirigirle un frío saludo quiso saber de qué hablaban.

—Nada importante, mamá—fue la respuesta de la joven.

Los ojos de lady Hampton se movieron de un sitio a otro inquietos mientras buscaba las palabras adecuadas para comenzar esa difícil conversación.

—Angelet, tenemos que hablar ven… Es necesario estar solas y que nadie escuche esto—dijo al fin.

La jovencita obedeció y fueron hasta unos bancos del parque para sentarse y contemplar ese paisaje campestre que siempre le daba tanta paz excepto ese día que su cabeza era un auténtico embrollo.

—Angelet, vas a casarte con Praxton y en unos días viajarás a Escocia, es inevitable. Estaba boda debe celebrarse pero… tu padre dice que si cumples con lo planeado tendrás la anulación en poco tiempo. Que lamenta mucho esto pero… La boda no puede evitarse pero sí puede anularse si haces todo lo que te digo.

Los ojos de Angelet se abrieron al oír el nuevo plan de su padre. Al parecer su matrimonio no debía ser consumado, ella no debía dejar que él la tocara. Debía negarse a su apasionado abrazo, eso dijo su madre.

Y si por insistencia él lograba su objetivo, lo que debía hacer era introducir en su cuerpo una esponja mojada en vinagre. ¡Dios santísimo! Si el olor del vinagre le provocaba náuseas y sabía que era una sustancia fuerte… ¿En qué pensaba su madre? ¿Cómo se atrevía a sugerir algo tan horrible?

Además ella no era tan pacata, sabía lo que debía saber gracias a su avispada hermana menor que siempre se enteraba de todo mucho antes y que le contó lo que ocurría en la luna de miel mucho antes de convertirse en la debutante más solicitada de la temporada.

Tampoco fue algo que la espantara,  porque criada en el campo había visto a los perros y a otros animales copular a la intemperie. Los bebés humanos se hacían de otra forma y lo único que debía hacer una jovencita sensata era guardarse hasta el matrimonio para que su marido la amara y respetara y no la devolviera por impura. «Nada de besos, caricias ni palabras románticas porque esos seductores buscarán cualquier excusa para tentarte, para tener lo que desean y luego abandonarte» le había dicho su madre antes de enviarla a Londres a buscar un marido.

Y ahora le decía que si evitaba que su marido la tocara había esperanzas de tener el divorcio, que sus padres no la dejarían en Dartmoor prisionera de ese demente.

Angelet no podía creerlo.

—Entonces ¿por qué debo casarme con Praxton? ¿Por qué me obligan a aceptarle sabiendo cuánto temo y detesto a ese hombre?—preguntó exasperada.

No tenía sentido. Que su madre le dijera que evitara a su marido si quería tener el divorcio.

—Es que tú no entiendes, Angelet—dijo ella—esta boda no es lo que soñábamos para ti, no lo es. La aceptamos porque no podemos hacer lo contrario pero luego que tu padre tenga ese documento en su poder él te ayudará a salir de esto, lo promete. Si sigues nuestros consejos…

La jovencita pensó que era demasiado. Estaba furiosa y luchaba por dominarse no podía creer que su madre le dijera esas cosas ni que su padre le exigiera primero que se casara con Praxton y que luego se negara a la consumación. ¿Acaso quería que ese caballero la dejara encerrada o le diera una paliza? ¿Qué haría con ella luego de que aceptara casarse con él? Estaría a su merced. No quería ni pensarlo.

Y mientras regresaba a la casa en compañía de su madre pensó en la proposición de Justin. Dijo que la ayudaría, huirían a Francia y tal vez allí podrían casarse y comenzar una nueva vida, lejos de las intrigas de su familia. Parecía un sueño pero… No estaba segura de querer aceptar. Viajar a otro país con su antiguo enamorado la espantaba, esa era la verdad. Le parecía muy descabellado. Un país extraño, un idioma distinto y…

¿Y acaso era mejor que casarse con Praxton y mudarse a su siniestra morada de Dartmoor?

La joven miró a su alrededor aturdida, su madre le decía con voz decidida que fuera a lavarse las manos para el almuerzo porque tenían visitas.

El resto del día se sintió igualmente así ausente, angustiada y se movió de un sitio a otro como una muñeca sin vida sintiéndose profundamente desgraciada por su futuro pues de pronto comprendió que no podía escapar con Justin para evitar esa boda y menos aún: casarse con ese hombre porque sus padres así lo habían decidido.

Entonces recordó las palabras de su madre «por favor Angelet, debes casarte con Praxton para salvarnos de la ruina, debes hacerlo».

—Vamos Angelet, anímate… tendrás un marido muy guapo. Me encantaría estar en tu lugar—le dijo entonces su hermana durante el almuerzo guiñándole un ojo.

Estaba loca, no sabía lo que decía. Su desesperación por encontrar marido estaba afectando su sano juicio. Al parecer su último viaje a Londres no había dado resultados.

—Sí, y ojalá yo pudiera ponerte en mi lugar, Clarise—le respondió—así me librarías de ese hombre.

—Pues él no aceptaría, sólo tiene ojos para ti, como los demás.

Su madre miró a ambas para que dejaran de murmurar. Ella miró su plato y se sintió incapaz de probar bocado. ¿Qué debía hacer?

No quería ni la boda ni la fuga con Justin, sólo quería alejarse y desaparecer. Sólo eso…

*************

«Angelet, despierta, Angelet…»

La joven abrió los ojos sobresaltada sin saber dónde estaba o qué día era. Los recuerdos confusos del día anterior se agolparon en su mente uno tras otro y un nudo de angustia la sobresaltó.

Con gran esfuerzo se incorporó y vio a su hermana menor y a dos criadas listas para ayudarla con el aseo.

—Levántate boba, el diablo ha venido por ti. Creo que no ha dormido montando guardia en Forest Manor luego de enterarse de tu travesura.

Angelet pensó que su hermana era una bruja, ¿cómo diablos supo que había intentado fugarse con Justin el día anterior a media tarde? En realidad no le importaba tanto que lo supiera sino que alguien más se enterara…

—¡Cállate tonta!—se quejó molesta mientras saltaba de la cama con rapidez.

—Vamos, Praxton te espera para llevarte a Escocia creo que alguien le habló de Justin. Menos mal que tu hermano te vio alejarte ayer… ¿Acaso no piensas más que en ti? Todos nos arruinaremos por tu culpa Angelet, debes hacer lo que te han pedido nuestros padres y ser una buena esposa, ese hombre es el diablo sí pero creo que te ama. Al menos te ha escrito cartas muy bonitas…

Angelet obedeció, se bañó y usó su vestido color beige y luego como una muñeca la sentaron para que desayunara.

—Señorita Hampton su madre me ha pedido que se alimente bien porque hará un largo viaje y puede marearse en el camino.

Ella miró la bandeja con huevos, pan y un generoso trozo de queso sintiendo que no podría probar bocado sin embargo no lloró porque eso había hecho el día anterior cuando su inseguridad y tontería habían arruinado todas las posibilidades de escapar a su destino. Ahora tendría que casarse con Praxton, no tenía otra alternativa.

Mientras se esforzaba por masticar un trozo de queso y bebía leche fresca pensaba en los anteriores sucesos, Justin le había rogado que huyera con él, se había desesperado, dijo que no podía soportar que su familia la condenara a esa boda. Y casi la convenció de escapar pero tuvo miedo. Fue el miedo lo que frenó sus pasos no el temor a Praxton. Luego llegó Richard y los vio conversar y sospechó que algo pasaba.

Riñeron y Justin se marchó de Forest junto con la única posibilidad de escapar que había tenido. ¡Fue tan débil! ¿Por qué no escapó?

Cuando las doncellas se marcharon diciendo que la dejarían desayunar Clarise se acercó inquieta.

—¿Por qué no huiste con Justin? ¿Qué te detuvo?—quiso saber y en un descuido le robó un trozo de queso, pero a su hermana no le importó le habría dado el desayuno entero.

Angelet no respondió, estaba harta de que Clarise siempre se entrometiera en sus asuntos.

—Bueno, fue mejor así de haberse enterado tu prometido que te habías fugado con otro… no olvides que ese hombre nunca ha sido herido en un duelo—insistió su hermanita.

Sí, lo sabía diablos.

—Cállate, deja de asustarme—se quejó Angelet molesta, bastantes nervios tenía para que Clarise la fastidiara.

—Está bien, perdóname… estoy furiosa porque no van a llevarme a Escocia, no estaré presente el día de tu boda Angelet, no es justo… soy tu hermana—se quejó.

A Angelet en cambio esa noticia le pareció estupenda no tendría a su hermana menor diciéndole tonterías todo el tiempo, qué alivio.

Una doncella entró entonces para secar y peinar su cabello todavía húmedo.

Angelet con expresión estoica se sentó frente al espejo sabiendo que tendría para un buen rato. No tenía prisa en realidad, cualquier excusa era buena para demorarse, hasta que apareció su madre impaciente y nerviosa reclamándole tanta pérdida de tiempo.

—Pero mi doncella está peinándome, mamá—protestó la joven.

—Pues date prisa Maud por favor, el prometido de mi hija está impaciente, debemos tomar un tren a Escocia, ¿acaso lo olvidas?

La doncella miró a lady Hampton con cara de espanto y terminó su peinado con movimientos lentos para enrular un poco el cabello y sujetarlo con cintas.

—Pues deberías hacerle un moño, es más rápido y práctico para un viaje tan largo—la reprendió la dama acercándose al espejo.

—Es que a la señorita no le agrada el moño, lady Hampton—respondió Maude.

—¿Así? Pues ya lo lamentarás Angelet, cuando llegues a Escocia tu cabello será un caos.

Angelet no la escuchó, sus ojos se llenaron de lágrimas pues ¿qué le importaba su cabello en esos momentos? Su vida sería un infierno junto a ese hombre.

—¿Qué haces? Angelet, no llores ahora o Praxton lo notará, no le demuestres miedo o estarás perdida. No le des ese placer—lady Hampton reprendió a su hija y esta obedeció porque sabía que su madre tenía razón. No debía mostrar debilidad.

Qué sencillo era decirlo, qué fácil era para su madre darle consejos cuando luego estaría sola a merced del enemigo de su familia.

Cuando llegó al comedor Angelet saludó a Praxton y notó su mirada inquisitiva.

—Vaya, os habéis hecho esperar preciosa, llevo más de media hora aquí plantado. Deseo que eso cambie luego de la boda, la espera me pone de muy mal humor—dijo.

Angelet sostuvo su mirada sin responderle, ¿qué podía decirle? Tuvo la sensación de que ese matrimonio sería el más corto que hubiera celebrado un miembro de su familia. Su madre le susurró al oído que recordara su promesa mientras subían al carruaje. ¿De qué hablaba?

Enrojeció al recordar. Debía evitar la consumación del matrimonio para que luego su padre pudiera pedir la anulación.

—Siéntate a mi lado, Angelet—dijo Praxton al notar que vacilaba.

Miró a sus padres y luego de que su padre asintiera dando su aprobación se alejó y se sentó al lado de su futuro esposo y este que había notado su vacilación sonrió sin decir nada.

De pronto observó que Praxton no había ido solo sino que un grupo de hombres lo acompañaban y a juzgar por sus modales rudos debían ser criados, uno de ellos estaba en el carruaje y los demás acompañaron al cochero mientras que otros subieron a sus caballos.

Como una procesión, como si temiera que lord Hampton no cumpliera su parte del trato. Angelet observó que su padre parecía disgustado y su madre muy nerviosa, tensa. No había podido llevarse a su doncella Maude ni a su nana, ningún criado de Forest Manor sería aceptado así lo había dicho Praxton.

La futura novia sintió deseos de llorar cuando vio la mansión de Forest alejarse hasta desaparecer como si nunca hubiera existido. Su hogar, el lugar dónde siempre había vivido feliz y se había sentido segura, a salvo parecía abandonarla. Una lágrima rodó por su mejilla y luego otra, y otra, no pudo detenerlas se sentía tan triste y desesperada. ¿Por qué era castigada de esa forma? Siempre había sido una buena hija y había hecho el bien y sin embargo allí estaba: lista para ser entregada a cambio de una deuda por sus padres.

Sus ojos permanecieron fijos en la ventanilla del carruaje, pero veía sin ver, el camino ondulante atravesó la campiña de Devon hasta que el traqueteo constante le dio sueño y se durmió poco después en brazos de Praxton.

**********

El viaje a Escocia fue una perfecta odisea. No podía creer que los enamorados rebeldes escogieran ese lugar para casarse en secreto sin que sus padres supieran. Era un páramo desolado que debieron recorrer soportando las inclemencias del frío y la soledad que mantuvo muy tenso a Praxton y propició una pelea fuerte con su padre.

—¡Fue su culpa lord Hampton! Todo esto lo es. De haber aceptado el trato podríamos tener una boda inglesa y no esta boda escocesa. Sospecho que lo ha  hecho adrede.

—¿Adrede? Hombre, es que se ha vuelto loco, ¿de qué me acusa ahora?

—No lo acuso, sé que hizo esto por una razón. Una razón que ambos conocemos pero no lo diré ahora.

—¿Es que no se atreve?

—¿Que no me atrevo?

Un sirviente de lord Hampton intervino para calmar las aguas.

—Ahora deberemos esperar hasta la mañana, por su culpa lord Hampton.

Tenía razón pero esa riña no resolvería nada.

La jovencita miró a su alrededor deprimida pues estaban en un lugar desolado sin saber dónde pasarían la noche, ¿acaso a la intemperie?

Su mirada se encontró con la de Praxton. Ese hombre era realmente antipático, no había hecho más que reñir todo el viaje con su padre y ahora parecía querer reñir con ella también.

—Regresa al carruaje, preciosa, ve con tu madre ahora. No es un lugar seguro para las mujeres.

Ella lo enfrentó molesta.

—¿Y por qué tengo que esconderme? ¿De qué debería esconderme, señor Praxton?

Él sostuvo su mirada.

—Obedezca señorita Hampton, es por su propio bien. Regrese al carruaje ahora.

Angelet no se movió hasta que su padre intervino.

—Obedece hija, no es prudente que te vean aquí, puede haber bandidos en estos parajes—dijo.

Entonces obedeció y entró en la diligencia que habían alquilado.

Su madre estaba temblando nerviosa y de pronto la oyó decir:

—No me agrada nada este lugar, no hay un alma. Es tan desolado.

Praxton llegó poco después y se sentó a su lado de mal talante, lord Hampton lo siguió.

Irían en busca de un refugio, un hostal dijo su padre pues los caminos no eran seguros, alguien había dicho en la estación que había un grupo de malhechores asolando la región circundante.

—Oh John, ¿de veras?—dijo su madre espantada.

Ella no dijo nada, estaba cansada y malhumorada, nerviosa por toda la situación y se preguntó si no podría fugarse en algún descuido y luego… ¿Luego qué haría? Estaba atrapada, si intentaba algo caería en manos de esos bandidos y sabía bien lo que hacían a las jovencitas solas no era tan tonta y luego se quedaría deshonrada y sin  marido.

El viaje siguió sin contratiempos hasta que la diligencia se detuvo en una posada que parecía una casa abandonada. Allí fueron con las maletas tiritando pues el clima se había vuelto hostil, nubarrones y un viento huracanado que no vaticinaba nada bueno.

—Aquí estaremos a salvo, ven hija—le dijo su padre.

Pero Praxton intervino.

—Angelet se quedará conmigo Lord Hampton, es mi prometida y pronto será mi esposa, ¿lo olvida?

Lord John Hampton se opuso pero no pudo hacer nada pues su hija decidió alejarse con Praxton para evitar una nueva riña.

Cuando entraron en la habitación y notó que había una sola cama grande para los dos miró a su prometido contrariada pues no había otra cama, ni más mobiliario que una mesa dos sillas y una alfombra raída que parecía hecha añicos. En un rincón había algo parecido a un lavabo pero… ¡Oh, qué habitación tan pobre y horrenda!

Y como si él leyera sus pensamientos dijo sin dejar de sonreír: —Lo siento preciosa, pero no hay otro hotel a la redonda y temo que deberemos compartir la cama.

Al ver su expresión de espanto él cerró la puerta con llave y sonrió. Momentos después llegó una bandeja con la cena y él miró a su prometida invitándola a acercarse.

—Vamos, no voy a comerte. ¿Acaso me tienes miedo, preciosa?

Angelet pensó que odiaba que la llamara así.

—Señor Praxton, ¿acaso ha olvidado mi nombre?—dijo molesta.

—Por supuesto que no, Angelet. Una rosa roja que aún es un capullo—le respondió él mirándola de forma extraña, como si quisiera besarla y no se atreviera.

—Acércate preciosa, la cena está lista.

La joven obedeció pero no comió demasiado, se sentía rara, incómoda y de haber podido habría escapado pero ya era tarde y lo sabía.

—Señor Hampton, ¿por qué quiere casarse con una joven que apenas conoce?—le preguntó ella.

—Es una larga historia, señorita Hampton. Larga pero no tan original como se imagina—respondió el vizconde mientras se llevaba a los labios una copa de vino.

—¿Se refiere a la deuda que mi padre tenía con su tío?

Su expresión cambió.

—No, no me refería a esa deuda por cierto, la deuda nada tiene que ver con la decisión de casarme con usted, señorita Praxton.

—¿De veras?—la joven estaba sorprendida— Y sin embargo luego de la boda entregará usted ese documento a mi padre.

Él no desmintió eso y la joven rompió ese incómodo silencio diciendo: —Creo que comete un grave error, señor Praxton.

—Por favor llámeme Elliot, pronto seremos marido y mujer y formaremos una familia.

—Esto no es justo, yo no quiero ser su esposa, usted ha sido tan cruel… enviándome esas cartas, burlándose de mí, haciéndome creer que tenía un admirador secreto que me escribía poesía.

Sus ojos oscuros mostraron sorpresa.

—Es que no entiendo por qué se ofende usted tanto por eso, Angelet.  No soy un hombre cruel y no me odie por esto, la culpa fue de su padre y de su hermano por arruinar nuestra amistad y también… su padre provocó la ruina y el suicidio de mi tío, ¿no cree que debe pagar por ello?

Angelet se sonrojó, no sabía qué pensar. No podía creer que su padre fuera capaz de una acción como esa.

—Pero quiero que sepa que no es mi intención enviarlo a la cárcel, comprendo que fue un mal negocio y que en todo negocio hay riesgos.

—Está mintiendo, usted odia a toda mi familia y también a mí y luego de la boda… quiero decirle que no soportaré sus maldades sir Praxton. Usted está lleno de odio hacia mi familia y eso…

—¿Maldades? Dios mío, ¿qué le ha contado su padre sobre mí? No soy un villano, señorita Hampton. Sólo soy un hombre enamorado. Es cierto que tengo mala reputación y que en realidad el matrimonio nunca fue una prioridad para mí pero no seré un esposo cruel ni tampoco le haré las maldades que dice. Luego de la boda seré su marido y usted será mi esposa, mi compañera, mi familia. Y quiero que sepa que estoy preparado, sé que su padre trama algo en mi contra, le conozco bien pero si usted le ayuda…

—Mi padre no trama nada al contrario, aceptó entregarme a usted como pago de su deuda—su voz se quebró, estaba más furiosa que triste.

—Preciosa, sé por qué lord Hampton aceptó mi chantaje y puedo imaginar lo que planea hacer luego, por eso… pero no hablemos de negocios. La escogí por otras razones y lo hice mucho antes de saber quién era su padre, señorita Hampton. Lo recuerda, ¿no es así?

Ella se estremeció al sentir la intensidad de su mirada.

—¿Si recuerdo qué, sir Praxton?

El vizconde hizo una pausa antes de responderle.

—Nuestro idilio en Londres, o si quiere llamarle «nuestro alegre y triste flirt».

¿Alegre y triste flirt?

Sí que lo recordaba, el rubor de sus mejillas la delataban.

—¿Y por qué hizo todo esto sir Praxton? Iba a batirse a duelo con mi hermano luego sometió a mi padre a chantaje y después…

—Oh no se preocupe por eso, lo sabrá todo a su tiempo, preciosa. Perdón, Angelet. Ahora descanse, mañana nos espera un día largo.

De nuevo el misterio, el silencio, volvía a poner esa barrera haciéndola sentir una extraña para él, alguien en quién no debía confiar y pronto sería su esposa.

Observó la cama con aprensión, tuvo la sensación de que ese lecho no se encontraba en buenas condiciones de higiene pero al menos el colchón de plumas se sentía firme. Lo tocó despacio y luego miró a su futuro marido que se había alejado dándole la espalda tal vez con la peregrina ilusión de que se desnudara y se metiera sin más en esa horrible cama. ¿Desnudarse ahora? Jamás. Pero no podía dormirse con ese vestido.

—Necesito una doncella que me ayude a…—comenzó.

Él se volvió y sonrió.

—No hay doncellas aquí, preciosa, sólo yo—le respondió—puedo ayudar con el vestido si desea.

La joven enrojeció como un tomate, pues claro que no permitiría que ese hombre la desnudara.

—¿Puede llamar a una criada entonces, por favor? —le pidió.

—Esta posada no tiene criadas señorita Hampton, pero yo la ayudaré con esto, sé cómo desvestir damas, lo he hecho durante mucho tiempo y casi conozco los secretos de todos los vestidos femeninos—declaró él y sin esperar a ser invitado desabrochó los minúsculos botones que sujetaban el corsé, más botones escondidos, dos cremalleras y antes de que pudiera protestar le había quitado el vestido y este caía al suelo con mucha gracia hasta convertirse en un armazón cubierto de faldas color crema.

Afortunadamente para ella tenía otro vestido ligero que la cubría pero era una prenda íntima que marcaba en exceso las curvas de sus caderas y también sus pechos redondos y altos sujetos y envueltos en un sostén. Con el vestido parecía delgada pero en realidad no lo era y por ello no le gustaba demasiado verse en el espejo ni tampoco que él la viera antes de la boda, no era decente. Sus ojos reflejaban su confusión y terror de que la tomara esa noche y luego la abandonara para completar la venganza, la miraba de una forma como si disfrutara su turbación y también como si le gustara ver lo que reflejaba ese vestido liso pegado a su cuerpo.

Pues no la tendría hasta que le pusiera un anillo en el dedo.

Y como si adivinara sus pensamientos Praxton sonrió y tomó su mano sujetándola antes de que pudiera escapar.

—¡No! —protestó pero su voz quedó ahogada con un beso apasionado y robado.

En un instante todo su cuerpo se vio envuelto en un arrebato de pasión, sus besos, sus manos atraparon su cintura sin piedad y mientras luchaba cayó sobre la cama mirándole muda del susto. Estaba sobre ella y nunca, nunca había estado en una situación tan íntima con un hombre. Temblaba como una hoja mientras sentía sus besos en su cuello.

—No grites preciosa, no… No voy  a hacerte daño, lo prometo. Eres tan hermosa, tan dulce… sois una tentación—le dijo.

Pero no parecía dispuesto a dejarla en paz, el peso de su cuerpo la inmovilizaba y sus brazos rodeaban su cintura entrelazados ejerciendo presión sobre ella.

—Déjeme en paz o gritaré, usted no es mi marido—le recordó Angelet.

—Es verdad pero pronto lo seré preciosa y entonces no podréis negaros a mí porque si lo hacéis, si me rechazáis pondré a vuestro padre en una oscura celda de Marshalsea. ¿Sabéis que es Marchalsea? Seguramente no. Pues os informo que es una prisión para deudores y estafadores, allí irá no sólo su padre sino su madre y también sus hermanos si me niega lo que mañana deberé tener por derecho.

Ella se estremeció al oír sus amenazas y las tomó al pie de la letra pensando que ese hombre era realmente perverso. ¿Una prisión de deudores y estafadores para su familia? Eso era tan horrible que sin poder evitarlo lloró al pensar que pronto se uniría a un hombre tan cruel y malvado que convertiría su vida en un infierno.

Dejó de luchar y resistirse, estaba atrapada y si ese «caballero» decidía tomarla esa noche nada se lo impediría, ni ella podría con la fuerza que emanaba de su cuerpo. Tirano y villano que de caballero no tenía nada, sus ojos la miraban con creciente lujuria mientras le susurraba que no llorara. Angelet no le respondió, si antes tenía miedo a la noche de bodas ahora estaba convencida de que sería mucho peor de lo que temía.

—Descansa ahora, deja de temblar, no voy a tocarte—le susurró él—Aunque os confieso que me muero de ganas.

Ella quería que se alejara, no soportaba tenerle tan cerca ni tampoco que… estuviera en esa posición tan atrevida, encimado como si fuera a hacerle el amor en cualquier momento. Pero estaba exhausta y no tardó en rendirse. No podía hacer otra cosa.