Capítulo 3
A pesar del cansancio de las últimas horas, del nerviosismo y la agitación, Gaby no lograba dormir. Angustiada, daba vueltas en la cama preguntándose por qué J.D. se demoraba tanto. ¿Dónde podría haber ido? ¿A hacer qué? ¿Encontrarse con quién?
Preguntas que no tendrían respuestas ni siquiera cual el volviera, suspiraba, nerviosa. Celoso de su propia intimidad, J.D. no confiaba en nadie y jamás le revelaría los detalles del rescate de Martina. Seguramente, la consideraba una atolondrada, aún medio adolescente, incapaz de guardar un secreto serio…
Se mordió el labio con rabia por ese pensamiento, y el recuerdo del beso de James la calentó de repente. No, el no besaría con tanto ardor a una chiquilla inmadura, meditó. Era demasiado experimentado para correr el riesgo de llevar tras de sí una chica enamorada, llorona e insistente, implorando matrimonio. O, tal vez, prefería esa consecuencia a perder al radioaficionado que tanto necesitaba…
Se removió en la cama. Furiosa. ¡Con que, era eso! James sólo quería confundirla con aquellos besos, con aquella conversación de atracción irresistible. Si la conquistaba, ella no lo abandonaría por miedo al peligro. Pero estaba muy equivocado, decidió rebelde. Ella no se enredaría con ningún hombre a cambio de favores. Trataría aquel caso con la misma eficiencia con que trabajaba en el despacho. Cuando Martina estuviera a salvo, estaba segura de que J.D. le pediría que olvidara aquellos ataques de pasión…
Aún irritada, Gaby solo logró dormir cuando él regresó, a altas horas de la madrugada. Oyó sus pasos en la sala, después del ruido de la puerta al abrir y cerrarse en la otra habitación, en seguida llegó el silencio. Entonces, se arropó mejor con la colcha y cayó en un profundo sueño.
Se despertó asustada, con los rayos del sol penetrando a través de una rendija de las pesadas cortinas azules. Saltó de la cama y se alegró al consultar el reloj de pulsera que estaba sobre la mesita de noche. Apenas había dormido cuatro horas pero se sentía descansada y repuesta. Tomó un baño rápido y se vistió, en seguida pidió por el interfono un desayuno leve.
Le extrañó la ausencia de J.D. en la suite. La puerta de su habitación estaba entreabierta y las sábanas de la cama tenían la apariencia de haber dado cobijo a un cuerpo hasta poco tiempo antes. Gaby tomó café en la sala y apenas había despachado al empleado con la bandeja cuando James llegó. Traía dos pasajes para México y le pidió a Gaby que se apresurara, ya que el avión saldría de allí en unas horas.
Sin perder el tiempo haciendo preguntas, hizo las maletas y lo acompañó al aeropuerto. Apenas habían conversado durante el trayecto y el embarque e, incluso aún después del inicio del viaje, James continuaba taciturno y mudo. Gaby fingía leer un libro con gran interés, aunque no lograba captar el sentido de las palabras impresas. Si intentara conversar correría el riesgo de volverse inconveniente.
—Estoy haciendo que corras de un lado a otro —comentó él de repente.
—No hay problema. Lo has hecho desde hace dos años y nunca reclamé… Sólo dime una cosa: ¿vamos a quedarnos en la ciudad de México?
—Creo que no. Habrá una persona esperándonos en el aeropuerto de allá. Necesitamos ultimar con ella algunos detalles y no sé cuánto tiempo nos llevará eso… —Tomándole la mano, añadió con gentileza: —Siento mucho implicarte en toda esta confusión. Espero que no estés muy asustada.
—¡Qué va! ¡Los rescates son mi deporte favorito! Lo practico todos los días…
J.D. le brindó una sonrisa seductora. Era gracioso como había cambiado el modo de tratarla durante las últimas horas, Gaby pensó sarcástica. Siempre había sido atento y cortés con ella en el despacho y en los viajes de rutina, pero nunca había derrochado tanto encanto, ni la había mirado de forma tan insinuante, mucho menos le había sujetado las manos con tanta sensualidad. ¡Seguramente, su hermana debería valer realmente cualquier sacrificio!
Ella le retribuyó la sonrisa e intentó halar la mano.
—Nunca voy a poder pagarte por estar ayudándome en un momento tan difícil, mi ángel…
En vez, de soltarle la mano, James se la presionó un poco más, aumentando el leve erotismo de su toque. Irritada consigo misma por sentir tanto placer, Gaby fingió un asombro exagerado.
—¡Pero yo no sabía que podía haber rechazar esta invitación!...
—¡Gaby, no seas infantil!
—Usted, es quien debería dejarse de juegos, señor Brettman. No me gusta que me sujeten la mano cuando tengo cosas más interesantes que hacer con ella.
—Si me cuentas de que se trata, tal vez yo también pueda interesarme…
—¡Magnifico, me encanta que me lean! Es una excelente manera de relajarse, ¿lo sabías?
Con una sonrisa inocente, Gaby retiró la mano de las de James, tomó el libro y se lo colocó en su regazo, deleitándose con su expresión decepcionada.
Se recostó en el asiento y aguardó.
—No estás facilitando mucho la situación, Gaby. Tenemos que parecer enamorados de verdad, ¿entiendes? Nunca te has relacionado con el tipo de hombres con quien te vas a encontrar de aquí en adelante…
—Que yo sepa, estamos en medio de gente muy civilizada. No hay razón para que iniciemos nuestra pequeña farsa desde ahora.
—Pero sería bueno que te acostumbraras a tenerme cerca todo el tiempo. Para todos los efectos, seremos pareja. Por lo tanto, no podremos estar lejos el uno del otro ni siquiera un minuto. Por eso, no te asombres si tenemos que repetir escenas como la de anoche, en el Foro…
—¡Ah, sí, hicimos un bello ensayo en Roma! ¡Déjalo, aprendí muy bien la lección!
J.D. sonrió, malicioso, observándole los labios con atención.
—Tú también me enseñaste muchas cosas. Y no me mires con esa expresión incrédula, estoy siendo muy sincero.
—¡Ya sé: Papá Noel, la Cigüeña y el Conejo de Pascua existen de verdad!
—¿Por qué no me tomas en serio, Gaby? Crees que es tan imposible que tu y yo podamos tener una…relación?
Imposible no era, muy por el contrario, pensó ella, desanimada. En especial si James seguía insistiendo en rodearla de miradas y sonrisas descaradamente insinuantes, como ahora. Descubrió en sí misma a una actriz digna de un Oscar al sonreírle con tranquila indiferencia.
—Para serte franca, creo que sería muy difícil —afirmó con tamaña seguridad que casi se convenció a sí misma. Nunca había pensado en ti como hombre, ¿entiendes?
—¿Pensabas en mí cómo qué, entonces? ¿Uno de los archivos del despacho?
—Siempre vi en ti a mi jefe, un ser impersonal, sin sexo.
—¡Ah claro, has logrado halagarme!
Gaby, rió.
—¡Oye, James, no te ofendas! ¡Apuesto que tú también siempre me viste como un computador con faldas!
—¿Ah, no, estas muy equivocada! Desde los primeros días, tú llenabas la oficina de rayos de sol cuando entrabas por la puerta todas las mañanas. Me ponía a pensar la manera de decírtelo sin parecer un conquistador de quinta categoría.
—¡Pues claro que deberías habérmelo dicho! Si hubiera sabido cuanto economizabas en energía eléctrica, habría pedido un gran aumento de sueldo! ¡Imagínate, un sol particular debe costar una fortuna!
J.D. la observó por un momento, ceñudo. Tal vez se había excedido en la broma, pensó ella, ya arrepentida. ¿Y si él estuviera diciendo la verdad? No era justo pisotear de aquella forma los sentimientos ajenos, aunque solo fuera deseo físico.
—No me trates así —le pidió, en un murmullo. —Te quiero decir tantas cosas, hace tanto tiempo…
—James…
Pero él ya se aproximaba, robándole la voluntad de reaccionar contra la fascinación innegable existente entre los dos… En ese momento, la voz impersonal del altavoz les avisó para que se abrocharan los cinturones de seguridad, disipando así el aura de mágica sensualidad. Reacio, J.D. se apartó sin esconder su frustración.
—La próxima vez, gritaré más alto que todos los altavoces del mundo —prometió, irritado.
Gaby no respondió. ¡Ya le bastaba su propia confusión de sentimientos, rabia, alivio, frustración y… deseo! Era inútil mentirse a sí misma; James la atraía, y mucho. ¿Pero qué estaba ocurriendo entre ellos?, se preguntó asombrada. Dos días antes, mantenían una relación de camaradería y apoyo mutuo como correspondía a toda secretaria con su jefe. Ahora, se perdían en juramentos velados, miradas cálidas, sueños prohibidos… Y, para colmo, cada vez era más difícil no alimentar esperanzas. ¿Hasta cuándo lograría resistirse al asedio sensual de J.D.?
—No te protejas tanto de mí, mi ángel —le pidió, como si adivinara sus pensamientos. —No quiero lastimarte de ninguna manera créeme.
—Me pongo a pensar por qué no descubriste antes ese interés por mí.
—Entiendo que estés perpleja con todo esto. ¿Piensas que yo también no lo estoy? No esperaba que besarte fuera una experiencia tan especial.
¡Experiencia! Aquella palabra la hacía sentirse como un ratón de laboratorio.
—¡No soy un tubo de ensayo para ser examinada! —afirmó, enfadada. —Y aquel beso no tuvo nada de especial, teniendo en cuenta las circunstancias. Nosotros dos apenas nos dejamos llevar por las emociones del momento.
—Pero el hecho de que tengamos ese tipo de emoción debe significar algo, ¿no es así?
—Claro que significa algo: que somos humanos. Nos sentíamos vulnerables y aprensivos, buscábamos apoyo el uno en el otro y, tal vez, hayamos exagerado un poco, sólo eso. No hay razón para hacer tanto alboroto en torno a ese asunto. Creo que tenemos cosas más importantes por lo que preocuparnos.
—Tienes razón… Y hasta cierto punto es bueno que seas indiferente de esa manera. Vas a necesitar mucho de ese razonamiento tuyo en los próximos días.
J.D. se ajustó el cinturón de seguridad, malhumorado como un niño. Seguramente, preferiría que ella se perdiera en sueños sentimentales a causa de un simple beso, pensó Gaby, con ironía. Sería más fácil maniobrar una chiquilla romántica e ingenua. Pero él tendría que contentarse con su frialdad y eficiencia profesional.
El avión inició las maniobras de aterrizaje de ahí a unos pocos segundos. J.D. continuaba en un obstinado mutismo y Gaby reabrió el libro para distraerse. Pero una angustia creciente la dominaba, robándole la concentración. Debía ser la perspectiva a lo desconocido, la vida de Martina peligraría si fallaban, se justificaba a sí misma. Entonces, ¿por qué la presencia, la proximidad de James la amenazaba más que el propio rescate?
Seguramente porque ella era una chiquilla romántica e ingenua, concluyó, desolada. Pero James no necesitaba saber eso. Evitaría al máximo que él percibiera cuanto la perturbaban aquellas miradas, sonrisas y toques sutiles, insinuantes. Sería una dura tarea, pues de ahí en adelante necesitaban fingir una relación íntima. Pero después del rescate de Martina, volverían a Chicago y al antiguo trato jefe-empleada… por lo menos ella se esforzaría mucho en ello.
Sólo conversaron lo mínimo posible durante el resto del aterrizaje y en el desembarque. J.D. se mostraba preocupado mientras caminaban hacia el lobby del aeropuerto. Su amigo debía haberse retrasado, y unos pocos minutos de espera se transformaban en una eternidad para la aprensión de ambos.
Gaby soltó un suspiro de alivio cuando vio lo sonreír hacia un hombre alto, moreno, de cabellos oscuros. Vestía un traje claro y botas de cuero, un contraste exótico y, aún así, muy elegante. Además, él era enteramente elegante y, aunque no poseía ninguna semejanza física con James, Gaby los encontró un poco parecidos. Tal vez fuera su aspecto jovial, un cierto aire de misterio peligrosamente seductor.
—Laremos, ¿cómo estás? —J,D. saludó al recién llegado con un caluroso apretón de manos, hablando en español.
—No tan bien como tú, Archer. Tu aspecto es envidiable…aunque, no sólo tu apariencia. —El hombre sonrió, dando un guiño malicioso hacia Gaby, —Archer era su apellido años atrás, durante nuestra… sociedad. Tú eres Gaby Darwin, ¿no es así?
—Sí, es un placer conocerlo señor Laremos.
—Diego Laremos, a sus órdenes… Ella es fenomenal, Archer
J.D. sonrió y la atrajo más cerca de él.
—Yo también lo creo así… ¿Dutch se comunicó contigo?
La sonrisa de Laremos desapareció y su expresión se tornó dura, impenetrable.
—Sí, Drago, Samson y Apollo ya están aquí. Listos para actuar.
—¿Y el equipo?
Ducth le envió todo a Apollo. Una UZI y una AK-47 nueva.
J.D. hizo un gesto de aprobación con la cabeza.
—Vamos a necesitar también unos RPG —afirmó, después de reflexionar por unos instantes.
—Ya tenemos dos preparados, además de ocho mecanismos C-4, proyectiles para los RPG, equipo de camuflaje y todo lo demás. La frontera es un punto estratégico de estratégico de las guerrillas ahora, estilo campo neutral. Allí consigues lo que quieras con un poco de dinero y los contactos correctos.
—Dutch dijo que Marchal conoce gente de confianza por esos lados. Como responsable de la seguridad de tu hacienda, creo que no tendremos problemas. Fue una providencia muy inteligente.
—Cuestión de sobrevivencia, amigo mío. La hacienda vecina fue destruida hace apenas un mes y el dueño… —Diego se interrumpió, mirando a Gaby. —Disculpe, señorita. Esta conversación normalmente no le agrada mucho a las mujeres.
Ella se encogió de hombros.
—Las mujeres también se ven envueltas en guerrillas. Además, voy a necesitar manejar algunas de sus armas, por lo menos como medida de seguridad. Sería bueno ir acostumbrándome desde ya con los nombres. Y, si lo desean, pueden hablar de balas, en vez de proyectiles. Es mucho más corto y a mí no me importa en absoluto…
Laremos giró la cara hacia J.D. sin disimular su asombro ante el tono de Gaby. Él soltó una carcajada, acercándola hacia sí con cariño.
—¡No te imaginas como has acertado al calificarla de fenomenal, Laremos! A veces. Me sorprende hasta a mí… No fue por casualidad que la traje para acá.
—De ninguna forma sería por casualidad.
La sonrisa de J.D. casi desapareció al notar que el otro hombre miraba fijamente a Gaby de manera insinuante. Se apresuró en regresar con el tema de los preparativos del rescate.
—¿Conseguiste el avión? —quiso saber con cierta sequedad.
—Sí, pero tendremos que pasar por la aduana.
—No he traído nada comprometedor conmigo. Si bien, contigo cerca, dudo que me impidan el paso. ¡A menos que tuviera una UZI colgada al cuello!
Laremos rió.
—Sí, pero no confíes demasiado en mis conocidos de la aduana. Ni siquiera yo confío en ellos ciegamente. Y ahora, creo que es mejor irnos de aquí.
Mientras los seguía, Gaby recordó de repente en dónde había escuchado hablar de aquella arma.
—James, ¿puedo preguntarse algo? —indagó aproximándose bien a él.
—Claro, mi ángel.
—¿UZI no es esa ametralladora automática fabricada en Israel?
Los dos se miraron con tanto asombro que ella se rió.
—¡Disimulen! ¿Qué van a pensar las personas de mí con ustedes dos mirándome de esa manera? Y entonces, James, ¿lo es o no?
—Sí, lo es. Pero, ¿por qué quieres saberlo?
—¡Oye, por nada! Simple curiosidad.
J.D. la estrechó contra él y la besó en la boca como si obedeciera a un impulso irresistible.
—Gaby, me dejas atontado… en todos los sentidos —le susurró al oído. —Eres una sorpresa a cada instante. Después tendrás que contarme dónde has escuchado tanto sobre armas.
—¡No te contaré nada! También tengo mis secretos.
James soltó una carcajada, encantado con ese aire pícaro en el rostro de ella. Unos instantes más tarde, los tres entraban en el avión de Laremos, un confortable bimotor. Laremos se sentó delante de ellos dos, mientras un joven bajo y moreno les servía café.
—Le conté a varias personas que tú y tu novia vendrían a visitarme —dijo Laremos con malicia mientras el avión despegaba. —Un mensajito sencillo, que sólo los interesados tienen que entender… Al mismo tiempo, eso te ahorrará la incomodidad de pasar la frontera ilegalmente. Algunos amigos míos en altos cargos del gobierno podrán ayudarnos en caso de emergencia. Es gracioso, hace algunas semanas los secuestradores de tu hermana intentaron llevarme. Pero Marchal estaba cerca y armado.
—¡Marchal no pierde el tiempo!
—Menos mal, ¿no es así? Las cosas han cambiado mucho, amigo mío. En otro tiempo, eso casi nunca ocurría, ¿recuerdas?
—¿Cuántos hombres componen el grupo que secuestró a Martina, Laremos? Me refiero a la gente de peso, no de aficionados.
—En total, unos veinte, pero sólo doce son veteranos… Entre los cuales se encuentra quien estás pensando. Los contactos de él en Italia descubrieron un medio rápido de matar dos pájaros de un solo tiro: hacerse de un buen dinero y… recordar viejos tiempos. ¡Ahora entiendo porque tomaron esa hacienda hace un mes!
—¡Pobre Robert! Está desesperado por conseguir el dinero, y despistar a las autoridades…
Laremos lo miró fijamente, preocupado.
—Entonces, él no sabe nada… de nada ¿no es así?
—¡Puse mucho cuidado en ello, hombre!
—Pero aún lo echas de menos, ¿eh?
J.D. suspiró, lanzándole una mirada indecisa a Gaby.
—Algunas veces, pero no mucho. Tengo otros intereses ahora. Además de eso, me estoy poniendo viejo y demasiado cansado para esas cosas. Soy abogado y actúo en el área criminal. Eso ayuda a ahogar la nostalgia porque insisto en no quedarme sólo sentado detrás de una mesa. ¡A veces, me enfrento a algunos tipos de situación que ni te imaginas!
—¡Cómo no! ¡Conozco tu estilo! Yo también me he vuelto un ciudadano pacífico, y por razones muy semejantes a las tuyas. De vez en cuando me pregunto cómo sería si continuáramos juntos… Éramos verdaderos amigos, Archer, nunca me olvido de ello.
—¡Y un equipo de primera! Espero que aún lo seamos, vamos a necesitar actuar como en otros tiempos.
—No te preocupes, hombre, eso es como manejar bicicleta, nunca se olvida… ¿Y qué es lo que esa hermosa joven sabrá mientras actuamos?
—Además de joven y hermosa, es una excelente radioaficionada. Va a vigilar la radio para nosotros.
—Pensé que iba a coger una UZI, también. Por lo mucho que sabe del asunto, no sería mala idea.
—¡Ni pienses en ello! Ella se quedará contigo en la hacienda, la quiero lejos de cualquier peligro.
Laremos meneó la cabeza, con una expresión perversa.
—No sé si el mayor peligro estará fuera o dentro de la hacienda… —bromeó. —¡Si yo fuera tú, no confiaría ni en un santo!
—Disculpen, caballeros, ¿están hablando de mí o de alguna joya?
Los dos se quedaron callados, asustados. Hasta entonces, había estado tan ajena en la lectura de su libro que casi los había hecho olvidar su presencia. Ahora, alzaba la barbilla, con graciosa arrogancia.
—¿Y no es lo mismo, señorita? —preguntó Laremos, galante.
—Lo siento mucho, señor, pero no, no lo es. Las joyas no pueden ser confiadas a alguien, porque corren el riesgo de ser robadas, manipuladas y hasta destruidas por otras personas. Después de todo, ellas no poseen brazos, ni piernas, ni mente y, por lo tanto, no pueden defenderse solas. Gracias a Dios, no soy ninguna joya y aprendería en un instante a usar una UZI si me viera amenazada por alguien… —Y, con una sonrisa cálida, añadió: —Aunque fuera por un santo.
Laremos bajó la cabeza, desconcertado.
—Siento mucho la broma, señorita, está claro que tiene toda la razón. Le pido perdón por la grosería de dejarla fuera de la conversación todo este tiempo. Pero usted estaba tan distraída en la lectura…
—Vamos, no se incomode —lo interrumpió con la sonrisa más inocente del mundo. —No me interesan mucho los asuntos masculinos… a no ser, claro está, que yo sea uno de ellos.
Retomó la lectura, mientras Laremos miraba fijamente a J.D., sorprendido.
—Está es la mujer correcta para ti, Archer —acabó diciendo.
—¡No te imaginas lo que me he tardado en descubrirlo!... Pero, volviendo a lo del rescate, no has previsto ninguna bomba, ¿verdad?
Laremos señaló a Gaby con un gesto, lanzando a J.D. una mirada interrogadora.
—No se preocupe, señor —ella lo tranquilizó sin siquiera levantar la cabeza. —Ya le dije que no me interesan los asuntos masculinos.
—Entonces, ¿para qué querías conocer a un mercenario? —quiso saber J.D., intrigado.
—Nada, ¡oye! Sólo curiosidad.
—¿También le interesan esas… actividades? —indagó Laremos, sin poder disimular su asombro.
—Nada muy especial, señor. Sólo quería saber cómo vive una persona que tiene que dormir sabiendo que su vida pende de un hilo. Pero, pensándolo bien, todos nosotros tenemos que hacerlo. Como me dijo James una vez, cualquier ciudadano pacífico puede morir de repente, atropellado en la calle, ¿no es así? Creo que los mercenarios están privilegiados en ese sentido.
—¿Y podría explicarme por qué, señorita?
—Por lo menos, ellos escogen el modo en que quieren morir… —Y, volviéndose hacia J.D., le preguntó: —¿Cuánto tiempo nos quedaremos en Guatemala?
—Si todo sale bien, creo que en unos tres días. Necesitaremos de algún tiempo para inspeccionar el terreno y preparar un plan de acción.
—Mientras esté en la hacienda, quiero que se sienta como en su casa, señorita.
—Imposible, señor. En mi casa, nadie me trata de señorita.
Laremos soltó una carcajada, encantado con la observación.
—Está bien, Gaby. ¡Qué maravilloso será tener a alguien tan hermoso y divertido cerca, en una situación como esta! Quién sabe si ustedes dos puedan quedarse unos días más después de que toda esta pesadilla haya terminado. Podría llevarte a conocer algunas ruinas Mayas. ¿Qué opinas, Archer?
—¡Me encantaría! —se adelantó Gaby, entusiasmada.
—Ella es una entusiasta de las antigüedades —explicó J.D.
—¡Claro, en caso contrario no estaría contigo! —Laremos se encogió de hombros, cínico.
—¡Muy agradecido por el halago! ¡Si con treinta y seis años ya estoy acabado, que será de mí a los cincuenta!
—¡No te sientas avergonzado! —lo consoló Gaby, riendo. —Cuando llegues a los cincuenta, sentirás nostalgia de cómo estás de acabado ahora. Y, ahora, pueden conversar a gusto. Esas historias de bombas y secuestradores no me atraen para nada. Prefiero la Historia Antigua…
Se ajustó las gafas y pasó el resto del viaje entretenida en su romance, mientras J.D. y Laremos discutían estrategias militares. Sinceramente, le gustaría poder distraerse en verdad con el libro, pero no lograba concentrarse. Había descubierto hace poco a un nuevo hombre en James, cuya vida se asemejaba a un enorme rompecabezas.
Intrigada, Gaby tenía ante sí varias piezas, sólo que no sabía aún cómo encajarlas.
¿Y quién era James, en realidad? ¿Qué lugar ocupaban esos extraños amigos en su vida? ¿Qué pasado era ese, del cual se ocultaba con tanto misterio? ¿Quiénes eran los secuestradores de Martina? Por lo que había entendido ella apenas era un cebo para atraer a James… ¿pero, por qué?
Esas preguntas bailaban sin respuesta, en su mente. Y, estaba segura, de que continuarían así. Si dependiera de aquel enigma, si realmente quería conocerlo un poco mejor… y ayudarlo realmente.