Capítulo 15

Los ojos verdes de Glory perdieron el brillo y se tornaron fríos. Miró a su ex marido con tanta intensidad que el agente de la DEA Maxwell tuvo que aclararse la garganta para llamar su atención. —Maxwell, ¿verdad? —preguntó ella, tratando de recomponerse—. ¿Qué puedo hacer por usted?

—Usted lleva uno de nuestros casos en el juzgado —contestó él—. El señor Ramírez es el agente federal que efectúa las detenciones. Nos gustaría que hablara con él. Va a estar fuera del país durante el juicio y su testimonio sería crucial para el caso.

Glory no quería hablar con Rodrigo. Evitaba mirarlo. A su lado, sintió cómo Kilraven le estrechaba la mano con fuerza. Lo miró y sonrió. A veces casi pensaba que podía leerle el pensamiento.

—¿El caso? —preguntó Rodrigo.

No le gustaba que aquel hombre tocara a Glory.

Glory se volvió hacia él y borró la sonrisa de su cara.

—¿Qué caso es? —preguntó ella.

—El acusado es un hombre llamado Vernon Redding —contestó Maxwell.

Obviamente estaba desconcertado por aquellas miradas. No sabía nada de la relación que había entre ellos.

—El caso Redding —musitó Glory—. Oh, sí. Cargos por tráfico. Reg Barton es el que se encarga —dijo aliviada—. Come tarde, así que probablemente puedan encontrarlo en nuestra otra oficina en el juzgado anexo.

—Genial. Entonces iremos allí. Muchas gracias. Me alegro de volver a verla, señorita Barnes.

—Sí. Lo mismo digo. —No miró a Rodrigo, ni le soltó la mano a Kilraven.

Rodrigo quería decir algo más. Aún estaba acostumbrándose a la idea de que su modesta ex mujer fuera aquella abogada elegante y sofisticada. Había ocultado aquella faceta de su vida ante él. No era simple ni estúpida. Obviamente tenía una carrera. Tenía formación e iba vestida de

manera que cualquier hombre querría dejarse ver con ella. Era muy atractiva con el pelo cortado así. Pero lo odiaba y no le importaba expresarlo con su mirada.

—Me alegro de volver a verte —dijo él.

—¿De verdad? Es una pena que no pueda corresponderte —dijo ella secamente—.

Esperaba no volver a verte en lo que me quedara de vida.

Rodrigo vaciló un instante. Después, tras encogerse de hombros y mirar de soslayo a Kilraven, se dio la vuelta y salió de la sala acompañado de Maxwell.

Glory se sentó rápidamente. El corazón le latía muy deprisa y tuvo que hacer un esfuerzo por respirar.

—Ve a buscar a Haynes —susurró.

Kilraven se dio la vuelta y salió apresuradamente por la puerta lateral. Pero no tuvo que ir a buscar a Haynes, porque ella corría hacia él.

—¡No se ha tomado la medicación esta mañana! —exclamó sin aliento.

—Lo sé.

Se dieron la vuelta y corrieron de nuevo hacia la sala. Rodrigo se había detenido y había regresado nada más ver a Kilraven salir corriendo de la sala. Observó cómo Haynes le daba unas pastillas a Glory mientras Kilraven le servía un baso de agua.

Rodrigo frunció el ceño. Glory no debería realizar aquel trabajo. Acabaría matándola. Sintió un intenso dolor al darse cuenta lo lejos que había ido en su desesperación por escapar de ella. Si hubiera cuidado de ella, si hubiese sido amable, tal vez el bebé hubiese sobrevivido y ella no lo miraría con ese desprecio.

Kilraven levantó la vista y lo miró con frialdad. Rodrigo no se achantaba ante las amenazas Pero no era el momento para buscar más problemas. Obviamente Glory ya había tenido suficiente durante un día.

Regresó con Maxwell. Iría a ver a Glory antes de marcharse de la ciudad. Tal vez existiese la posibilidad, por pequeña que fuera, de redimirse antes de abandonar el país. No quería marcharse sabiendo que ella lo odiaba.

Había planeado ir a verla a su apartamento aquella tarde, pero Jason Pendleton le había invitado a una fiesta e insistió en que asistiera. Eran conocidos. Sentía curiosidad por la insistencia de Jason, pero no le parecía bien negarse. Jason le había ayudado con la operación de Fuentes al darle la administración de la granja. De modo que se puso la chaqueta de gala y los gemelos de diamantes y condujo en su Mercedes hacia la mansión de la familia.

Todo estaba gloriosamente iluminado. Había aparcacoches, de modo que le entregó las llaves al chico y subió hacia la puerta por las escaleras semicirculares que bordeaban la fuente. Había un Jaguar XKE de color verde aparcado en la puerta. Recordó haber visto ese coche antes, en su apartamento, meses atrás. Pero no le dio importancia. Debía de haber docenas de coches así en Texas.

Jason y Gracie lo saludaron en la entrada y luego caminó por el pasillo hacia el salón de baile. Era noche de gala. Se acercaba Acción de Gracias y la casa estaba decorada con colores navideños. Jason murmuró que Gracie pondría el árbol de Navidad en agosto si pudiera; le encantaban las fiestas. Él insistía en que esperase hasta Acción de Gracias para el árbol, pero Gracie ya había decorado el salón de baile con flores y guirnaldas verdes, doradas y rojas. Jason odiaba las aglomeraciones, pero estaba trabajando en la absorción de una compañía informática y aquélla era su manera de hacer negocios. Solía encandilar a su presa presentándole a estrellas de Hollywood y deportistas en reuniones como ésa. Era un negocio seguro.

Rodrigo aceptó un whisky con hielo y lo balanceó suavemente mientras caminaba. Se encontró con una joven estrella de cine que había sido su cita para el estreno de su segunda película en Londres. Aquella noche iba acompañada de un piloto de carreras, pero igualmente le dirigió una sonrisa brillante. Había intentado todo lo posible para llevárselo a la cama, pero por entonces Rodrigo aún estaba obsesionado intentando que Sarina se casara con él. Era evidente que la estrella se sentía atraída por su guapo acompañante, pero aún así le hacía ojitos a Rodrigo. Él levantó el vaso y brindó en la distancia antes de darse la vuelta.

Al hacerlo, se dio de bruces con Kilraven, que también iba con chaqueta de gala, y que encajaba a la perfección entre los famosos.

Frunció el ceño. Había algo familiar en aquel hombre. No parecía el típico agente que trabajara como patrullero para un departamento de policía. Observó que llevaba ropa cara y un vaso con lo que parecía ser té helado.

—¿No bebes whisky? —le preguntó Rodrigo.

—No bebo.

Entonces se acordó. La aversión de aquel hombre al alcohol era casi una manía, y todo el mundo hablaba de él debido a eso.

—Estuviste con nosotros en Perú hace cinco años —recordó con una sonrisa.

Kilraven arqueó las cejas.

—¿Nosotros?

—No en la DEA —aclaró Rodrigo.

Kilraven frunció el ceño. Se quedó mirando a Rodrigo durante varios segundos y dijo:

—Laremos. Tú estabas con Laremos.

Rodrigo asintió.

—Tú estabas en la unidad paramilitar.

—Si lo haces público —dijo Kilraven en voz baja—, a medianoche estarás muerto.

—No te atreverías —contestó Rodrigo.

—¿Por qué no?

—Porque tu jefe y yo jugamos al ajedrez todas las semanas .Y le dejo ganar.

Kilraven sonrió.

—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó Rodrigo—. ¿Conoces a los Pendleton?

—No. Conozco a su hermanastra.

—Deben de tenerla guardada en un armario —murmuró Rodrigo antes de dar un trago al whisky—. Nunca la he visto.

—Estaba fuera hace unos minutos, asegurándose de que su coche siguiera ahí. Creo que Gracie se lo había pedido prestado, y Gracie conduce como si bajara escalones.

—¿Con los pies primero? —preguntó Rodrigo.

—Exacto.

—Ese coche no sería un Jaguar verde descapotable, ¿verdad?

—De hecho, sí. El verde eléctrico es mi color favorito —dijo una voz femenina detrás él.

Se dio la vuelta y vio a Glory, con un precioso vestido negro de tirantes. Estaba guapísima, con el escote a la altura perfecta para resultar modesto y sugerente a la vez. Tenía un brandy en la mano, y la melena rizada hacia delante, lo que le daba un aspecto de duendecillo.

—Hola, Rodrigo —dijo ella—. Qué curioso verte aquí.

—Iba a decir lo mismo. No me habías dicho que estuvieras emparentada con los Pendleton —respondió él.

—¿Desde cuándo mi vida privada es asunto tuyo?

—La vida privada es como una religión para ti, ¿verdad? —respondió él—. ¡Ni siquiera te molestaste en decirle a tu marido que estabas embarazada!

—Lo intenté, pero entonces comenzaste a enumerar las habilidades de tu nueva novia en la cama —contestó ella—. Claro, que ella ya tampoco está, ¿verdad? ¡Sigues deseando a tu antigua compañera! ¿Me recuerdas? ¿La cocinera simple, tullida y estúpida de la que te avergonzabas ante tus compañeros?

Rodrigo había dicho eso. No podía negarlo. Pero le molestaba que sacara el tema.

—¡Nunca te dije eso!

—Lo dijiste a mis espaldas —dijo ella—. ¡No tuviste las agallas de decírmelo a la cara!

—Contrólate —contestó él—. Nadie me habla de ese modo. Y menos una fiscal provocadora como tú. ¡No estoy en el juzgado!

—Suerte para ti —dijo ella apretando los puños—. ¡Te haría picadillo y te lanzaría contra la cara del abogado defensor!

—Me encantaría ver cómo lo intentas.

A su alrededor la gente comenzaba a arremolinarse. La fiesta se había convertido en una obra de teatro con unos actores muy atractivos. Incluso la estrella de cine estaba escuchando atentamente. Probablemente para captar ideas para su próximo personaje, pensó Glory.

—¿Por qué no vuelves a Houston, donde deberías estar? —preguntó Glory—. ¡Estoy segura de que Conchita está deseando prepararte otra paella!

—¡Al menos ella no tiene la lengua de una arpía y el comportamiento de un asesino!

—Y lo dice el famoso mercenario.

—Yo trabajo para el gobierno —dijo él.

—¿Cómo asesino?

—Por favor, señorita y caballero —murmuró Kilraven colocándose entre ambos—. Y utilizo los términos a la ligera. Si no dejan de pelear, uno de los dos acabará esposado.

—¡Cállate! —exclamaron los dos al unísono.

Kilraven se quedó con la boca abierta. Lo ignoraron y continuaron discutiendo.

—Me mentiste desde el minuto que entraste por la puerta —dijo Rodrigo.

—Fue muy fácil —contestó ella—. ¡Te creías cualquier cosa!

—¡Sentía pena por ti!

—Sí, te daba pena, ¿verdad? La pobre y tullida Glory… que no podía… que… —se detuvo.

Tenía la cara ardiendo.

Apenas podía respirar.

—¡Oh, Dios! —susurró Rodrigo. Se acercó y la tomó en brazos antes de que cayera al suelo—. ¡Busquen un médico! —exclamó, y su expresión pasó de furia a terror en cuestión de segundos.

—Traedla aquí —dijo Gracie, abriendo camino—. Iré a por su medicina. Nunca se acuerda de tomársela. Se pondrá bien —le dijo a Rodrigo, que la sujetaba en sus brazos como si temiera que fuera a morir allí—. Tiene episodios de angina, pero no son graves. Lo dijo el cardiólogo. Le despejaron la obstrucción con la angioplastia de balón, y está tomando anticoagulantes. Quédate con ella.

Gracie salió corriendo y habló con la multitud que se había reunido en torno a la puerta del estudio.

—Se pondrá bien. Por favor, déjennosla a nosotros. Cuidaremos de ella. —También estaba hablando para Kilraven, que se quedó fuera de la habitación cuando cerraron la puerta.

Rodrigo tumbó a Glory en el sofá y le levantó los pies con uno de los cojines. Se sentó a su lado, sintiéndose impotente y odiándose a sí mismo por haberle provocado aquel episodio. No le había hecho más que daño. Era una mujer frágil y amable, de buen corazón. Lo había amado y él se había mostrado cruel con ella. Si moría, se quedaría solo para siempre. Ni siquiera Sarina y Bernadette serían suficientes para compensar la pérdida de Glory.

Las lágrimas resbalaban por el rostro de Glory. Se las secó con un pañuelo y sintió la culpa como una losa en el corazón.

Glory abrió los ojos y lo miró furiosa.

—Ya hemos dicho suficiente —dijo él poniéndole el dedo en los labios—. Lo siento. Lo siento por todo. Sobre todo por lo de nuestro bebé. No tenía derecho a echártelo en cara.

—Creen que… pudieron ser los anticoagulantes —dijo ella—. Tenía que tomármelos. Ya había tenido un ataque al corazón. Temían que… —Las lágrimas volvieron a brotar de sus ojos—. Yo quería a ese bebé.

—Cariño —susurró él—. Cariño, perdóname. Yo también lo quería. Mi pobre bebé. — Comenzó a darle besos en los ojos, en la nariz, en la boca. Con aquellos besos recordó las sensaciones que había tenido en la cama con ella, amándola—. Perdóname.

Glory le habría perdonado. Ya estaba levantando los brazos para rodearle el cuello con ellos, pero la puerta se abrió en aquel instante y Gracie entró como un torbellino seguida de Jason. Rodrigo se puso en pie y trató de recuperar la compostura.

—Toma —dijo Gracie mientras le entregaba a Glory la pastilla, la cápsula y el vaso de agua.

Glory se las tragó.

—Lo siento —susurró—. He tenido un mal día en el juzgado. Bailey y yo estuvimos discutiendo durante casi tres horas hasta que hicimos un receso para comer. Se me olvidó tomar las medicinas por la mañana. Y luego, por la tarde, también.

—Descuidada —dijo Jason con cariño.

—Muy descuidada —convino ella—. Siento haberte avergonzado.

—Nada me avergüenza —dijo Jason.

—Y mucho menos una enfermedad que no puedes controlar, cielo —dijo Gracie antes de darle un beso en la mejilla—. Quédate aquí tumbada durante unos minutos. Nosotros entretendremos a los invitados. Yo leeré el futuro y Jason puede hacer piruetas futbolísticas.

—Ni lo sueñes —murmuró Jason.

Gracie lo miró y luego se dirigió a Rodrigo.

—Deja que se quede —dijo Glory inesperadamente—.Tenemos que hablar.

Los otros dos intercambiaron una mirada de preocupación. Rodrigo se acercó más.

—No volveré a disgustarla —dijo en voz baja—. Me marcho del país mañana. No volveré en mucho tiempo.

—De acuerdo —dijo Jason, y contempló la tristeza visible en el rostro de Glory—. Si nos necesitas, silba.

—Lo haré. Gracias.

Los Pendleton abandonaron la habitación y cerraron la puerta tras ellos.

Rodrigo se situó frente a ella y la miró con arrepentimiento.

—No sabíamos nada el uno del otro —dijo—. Mentimos y fingimos. No se puede construir una relación sobre una ficción.

—Lo sé —contestó Glory—. No podía contarte nada. No te conocía. Al principio tenía miedo de que estuvieras implicado en el narcotráfico, y luego, como Cash y Márquez no me decían lo que estaba pasando, comencé a pensar que tú eras el asesino que Fuentes había enviado a matarme.

Rodrigo pareció sorprendido ante aquella confesión.

—¿Pensabas que podía matarte?

Ella sonrió y dijo:

—Hace dos meses procesé a un adolescente por golpear a su abuela hasta la muerte. Estaba puesto de ácido y no sabía lo que hacía. Le han caído quince años. Ni siquiera recuerda haberlo hecho. Tengo muy mala opinión de la humanidad. Es a causa del trabajo.

Rodrigo se sentó a su lado de nuevo y se inclinó sobre ella.

—Trabajé como mercenario durante varios años —le dijo—. También he visto cosas horribles.

—No eres lo que aparentas —respondió ella—. Oí lo de tu hermana. Lo siento. ¿Tus padres siguen vivos?

Él negó con la cabeza.

—Mi padre gobernaba yates. Desapareció en una tormenta. Mi madre se murió de pena seis meses después. Sólo quedamos los dos, mi hermana y yo, y una finca comparable al producto interior bruto de un pequeño país tercermundista. No tengo que trabajar si no quiero —dijo con cinismo—. Podría hacer viajes en yate o ir a esquiar a Aspen. No me gusta ese estilo de vida, así que lo evito. He pasado gran parte de mi vida en el lado seguro y tranquilo. Nunca he querido tener eso.

—No es cierto —contestó ella—. Querías tenerlo con Sarina.

—Sí. Con Sarina sí, pero ella nunca quiso. No podía amarme.

—Algún día encontrarás a alguien —dijo ella con tono neutral—. Alguien que pueda llevar una vida excitante e ir contigo de aventuras.

Rodrigo no comprendía lo que estaba diciendo.

Ella se carcajeó.

—Sé lo que es amar un trabajo —mintió ella. ¿Qué podría hacer él con una mujer como ella?—. Toda mi vida gira en torno a mi trabajo. Es todo lo que deseo. —No se atrevió a mirarlo a los ojos. Fue una pena.

Rodrigo se puso en pie y se apartó. Se detuvo al otro extremo del sofá.

—¿Te pondrás bien? —preguntó.

—Sí. Es sólo la emoción —contestó Glory. La medicina ya estaba haciendo efecto. Se sentía mucho mejor y se incorporó—. Ya me quitaron la obstrucción. Estoy todo lo bien que podré estar. Bueno, siempre tendré que tomar medicación, y a veces cojeo cuando fuerzo demasiado la cadera. Pero, para ser una tullida, me las arreglo bastante bien.

Rodrigo se volvió con expresión severa.

—No eres una tullida —dijo.

—Seguro —contestó ella riéndose.

—Glory...

—Kilraven estará echándome de menos —añadió ella antes de que pudiera continuar, y se puso en pie—. Cuida muy bien de mí. No le importan mis… defectos.

—¡Dios, no hables así! No lo dije en serio, Glory —le dijo él, desesperado por corregir aquel error—. No era yo mismo.

Ella lo miró con su cara de juzgado, la cara que los abogados defensores habían subestimado con frecuencia.

—No hace falta que te fustigues por el pasado, Rodrigo. Soy feliz con la vida que tengo ahora. Estoy segura de que tú también lo eres. Conchita es muy guapa —añadió, tratando de aparentar que no le importaba—. Espero que esté loca por ti.

Estaba cerrándole puertas en la cara. Rodrigo estaba cara a cara con su mayor miedo; perder su corazón de nuevo y sufrir la misma agonía que había sentido cuando Sarina volvió con Colby Lane. Al principio no había pensado que Glory pudiera vivir con él y llevar su estilo de vida. Pero ahora sabía que se equivocaba, estaba seguro de que tenían un futuro. Pero ella no volvería a intentarlo. Le había hecho daño. Había imaginado que deseaba a una mujer joven, fuerte y sana, y que ella estaba en otra liga. No estaba dispuesta a arriesgar su corazón después de haber sido rechazada.

—La fastidié, ¿verdad? —preguntó él.

Contempló su cara, que había estado radiante sólo para él, aquellos ojos que lo habían amado tanto, aquellos brazos que se habían aferrado a él en la oscuridad. Lo había tenido todo, y lo había dejado escapar.

—No seas melodramático —dijo ella, aunque no lo miró a los ojos—. Sabes que eres más feliz sin ataduras. Vete a vivir tu vida, Rodrigo. Espero que seas feliz.

—¿Y tú? —preguntó él amargamente—. ¿Tú serás feliz?

—Ya lo soy. Kilraven me malcría en todos los sentidos.

—¡Maldita seas! —exclamó él—. ¡Y maldito sea Kilraven!

Se dio la vuelta y salió de la habitación. Dejó a Glory inquieta y sorprendida. Cuando ella salió del estudio, él ya se había ido a casa. Sus últimas palabras habían estado cargadas de furia. No podía imaginar por qué.

Antes de que Rodrigo pudiera salir por la puerta, repitiendo una y otra vez en su cabeza las palabras de rechazo de Glory, Jason Pendleton se acercó. Parecía serio.

—Ven un momento —le dijo, señalando hacia el salón, que estaba vacío.

—Tengo prisa…

—No tardaré mucho.

Rodrigo se recompuso con visible esfuerzo y siguió a Jason al salón.

Jason cerró la puerta. Nunca le había visto con un aspecto tan amenazador.

—¿Qué sabes sobre Glory?

—Nada, aparentemente —contestó.

—Tal vez sea el momento de que sepas algunas cosas —dijo Jason—. Siéntate.

Para cuando Jason terminó de contarle los detalles de la vida de Glory, Rodrigo estaba pálido y más triste de lo que se había sentido desde la muerte de su hermana. Antes estaba al corriente de la cadera de Glory, pero nada más. Teniendo en cuenta su infancia, era sorprendente que hubiera podido responder en la cama. Era una prueba más que demostraba lo mucho que lo había amado.

Se inclinó hacia delante y apoyó los antebrazos en las rodillas. Se llevó las manos a la cabeza.

—Nunca me había contado nada de eso.

—Es muy orgullosa —respondió Jason—. La hemos protegido todo lo que hemos podido. Yo no quería que fuera a Jacobsville, pero el fiscal me convenció de que, si se quedaba aquí, acabaría muerta. No comprendo por qué no la dejaste en paz y le permitiste hacer su trabajo. Nunca te había considerado una persona cruel.

—Yo nunca me había considerado como tal —contestó Rodrigo—. La deseaba. Tenía una compasión que jamás había visto en una mujer, aparte de en mi compañera, Sarina. Me obsesioné.

—El hijo que perdió era tuyo, ¿verdad?

Él asintió.

—Yo no supe nada hasta que intenté que le entregaran los papeles del divorcio.

—Sí. El matrimonio —añadió Jason—. Eso fue una sorpresa.

—Para mí también. Hasta el divorcio no me di cuenta de lo que había perdido. Gracie y tú fuisteis al hospital a ver a Glory, ¿verdad? Yo nunca había visto a vuestra misteriosa hermanastra. Nunca os relacioné.

—Nos costó mucho ganarnos su confianza. La queremos mucho. Ningún niño debería pasar jamás por lo que ella pasó.

—¿Qué hay de esos dos chicos que la agredieron? —preguntó Rodrigo.

Jason apretó los labios.

—Alguien dio un soplo sobre ellos, diciendo que habían participado en una venta de droga. No sé quién pudo ser. Había cintas y fotos también. Les cayeron quince años a cada uno.

—No es suficiente, pero es un comienzo —murmuró Rodrigo.

—Eso no es todo. No sé cómo, pero en la cárcel se extendió la noticia de que habían sodomizado a una niña pequeña en el hogar de acogida. Lo último que supe es que tuvieron que vivir confinados por su propia seguridad.

—Se me rompe el corazón —contestó Rodrigo sarcásticamente.

—Al final todo el mundo recibe lo que se merece.

—Yo he recibido mi merecido —dijo Rodrigo con pena—. Pasaré el resto de mi vida lamentándome por lo que perdí. Glory nunca me perdonará. Ni siquiera puedo culparla.

—Estás enamorado de ella —dijo Jason entornando los ojos.

Rodrigo lo miró y se puso en pie.

—Mañana me marcho del país para reunirme con mi primo al otro lado de la frontera. Me llamó y me dijo que tiene información sobre una operación inminente llevada a cabo por algunos ex federales y un par de miembros de una banda de El Salvador. Son ellos los que ayudaron a tender una trampa a Walt Monroe, uno de nuestros agentes de incógnito, para que otro hombre pudiera matarlo. Queremos atraparlos como sea.

Jason frunció el ceño.

—¿Tu primo te llama a menudo para informarte de esas cosas?

Rodrigo se encogió de hombros.

—Antes no, pero éste es un caso especial. Le pedí que tuviera los ojos abiertos cuando oí que algunos de los miembros de bandas a los que estamos investigando iban a participar en la compra.

—Uno de mis vicepresidentes fue secuestrado cuando cruzó la frontera para hablar con unos empresarios sobre unas inversiones en petróleo. El gobierno no negocia con secuestradores, pero nosotros tuvimos que hacerlo. Lo liberamos gracias a una donación considerable, pero nunca volverá a ser el mismo. Hoy en día ayudan a financiar las operaciones con rescates. Tú serías un rehén muy jugoso, sobre todo si averiguan que participaste en la última redada.

—Llevo mucho tiempo trabajando en esto —contestó Rodrigo—. Sé cuidar de mí mismo.

—Nuestro rehén nos contó que tienen un topo en la DEA.

—Lo tenían. Un tipo llamado Kennedy, pero está en prisión.

—Kennedy no —contestó Jason—. Otro. Hay mucho dinero en juego. Compran información. No le cuentes tus planes a nadie de tu organización.

Rodrigo frunció el ceño. Era una noticia inquietante.

—Lo investigaré —dijo tras un minuto. Luego se rió—. Si me secuestran, probablemente Cobb les dé la enhorabuena. Se puso furioso al saber que yo estaba de incógnito en una de sus operaciones y que él no lo sabía. Fue su oficina la que saqueé cuando mi hermana murió. No nos fiamos el uno del otro.

—Glory me ha contado algunas de tus proezas —dijo Jason—. Eras lo único de lo que hablaba cuando regresó de Jacobsville.

Aquello sólo hizo que el dolor aumentara.

—Cuando esté mejor, dile que siento haberle provocado éste ataque. Parece que se siente atraída por Kilraven últimamente. Eso no me gusta.

Jason comenzó a ver la luz.

—Le cae bien —le dijo a Rodrigo—. Pero sólo eso.

Había muchas implicaciones en aquellas pocas palabras.

—Cuando vuelva, me lanzaré al ataque —dijo Rodrigo—. Rosas, bombones, serenatas de mariachis, todo. Frente al juzgado, si es lo que hace falta.

—¿Puedo decírselo? —preguntó Jason con una sonrisa.

—Mejor no. El elemento sorpresa puede obrar maravillas. —Rodrigo le devolvió la sonrisa y le estrechó la mano—. Gracias por todo.

—No deberías haber firmado esos papeles de divorcio.

—A mí me lo vas a decir —contestó él con un suspiro.

Glory regresó a su rutina, se obligó a tomar la medicación más regularmente y comenzó a disfrutar de nuevo de la vida, aunque tuviera menos luz tras la partida de Rodrigo. Por las noches, cuando cerraba los ojos, aún podía sentir sus labios besándole las lágrimas, diciéndole «cariño» al oído. El único consuelo que le quedaba era la furia de Rodrigo hacia Kilraven. Si aquello no eran celos, ella era un puerco espín.

Sabía que Rodrigo se había ido al extranjero. No sabía dónde ni por qué. Esperaba que no estuviera arriesgando su vida en otra misión. Se preguntaba dónde estaría. Lo averiguó inesperadamente una semana después, poco después de Acción de Gracias.

Márquez fue a verla a la oficina para contárselo en persona. Se mostró solemne e inquieto. —¿Y bien? —preguntó ella.

—Se trata de Ramírez.

El corazón le dio un vuelco.

—¿Va a casarse con la mujer de la paella? —preguntó.

—No. Ha sido secuestrado —contestó Márquez—. Fue a México siguiendo la pista de un informador y fue secuestrado por el hermano de Fuentes.

—A cambio de un rescate —dijo ella lentamente.

—En parte —contestó su amigo—. Pero sobre todo por venganza. ¡Glory! Márquez la sentó en una silla antes de que se desmayase.

—No debería habértelo dicho así. Lo siento. ¿Qué puedo hacer por ti?

—Tráeme algo frío y con burbujas de la máquina del pasillo —contestó ella—. Pero nada de cafeína.

—De acuerdo. Enseguida vuelvo.

Glory se sentía muy mal. Rodrigo había sido secuestrado. Su vida había acabado. Tal vez pidieran rescate, pero estaba segura de que lo matarían de todos modos. Era culpa suya. Si le hubiese pedido que se quedara, tal vez lo hubiese hecho. Sin embargo, se había dejado llevar por el orgullo y la indignación y prácticamente lo había expulsado de su vida. Tendría una muerte horrible. Nunca más volvería a verlo. ¡Ella sería su asesina…!

¡No! No, no iba a quedarse sentada allí y a renunciar a él sin luchar. Se incorporó y se secó las lágrimas. No era el momento para ponerse histérica y echarse la culpa. Eso no ayudaría. Rodrigo estaba en apuros y ella tenía que salvarlo. El gobierno no negociaría, eso lo sabía. La agencia de Rodrigo no podría hacer nada por él. Si alguien iba a rescatarlo, tendría que ser ella. No iba a quedarse de brazos cruzados. Esos asesinos no matarían a Rodrigo.

Descolgó el teléfono y marcó el número de Jason.

—Jason, Rodrigo ha sido secuestrado. Sé a quiénes mandar a buscarlo. Necesito dinero.

No pueden trabajar gratis.

—Tienes un cheque en blanco —contestó Jason—. Y cualquier cosa que necesites. —Gracias.

—Él también es de la familia —fue la respuesta.

Colgó el teléfono y miró a Márquez, que acababa de entrar con una lata de soda. Se la entregó y Glory dio un trago antes de hablar.

—Necesito que vengas a Jacobsville conmigo. Voy a contratar a algunos hombres buenos para rescatar a mi ex marido.

—¿Y hay alguna razón en particular para eso?

—Sí —contestó Glory poniéndose en pie. Descolgó el bolso y el abrigo del perchero y lo miró—. Nos dijimos adiós en mitad de una pelea que no terminamos. Rodrigo no va a ganar la pelea sólo por no presentarse.

Salió por la puerta y dejó tras de sí a un Márquez sorprendido.