6
Pasaron las semanas. El día de Acción de Gracias pasó, y enseguida llegó Navidad. Millie se paró delante de un escaparate al bajar del autobús. Estaba bellamente decorado, al estilo antiguo, pero con nieve artificial, arbolitos y montañas, y el clásico tren de juguete que avanzaba a través del paisaje. A Millie siempre le habían gustado los trenes eléctricos. Un día, si podía permitirse mudarse a un apartamento más grande, había jurado que se compraría uno y lo pondría en marcha cada Navidad.
Hacía frío, incluso en San Antonio, así que se cerró el abrigo un poco más. Era nuevo, una extravagancia para ella; pero no había sido capaz de ponerse el viejo, ni siquiera después de limpiarle las manchas de sangre. Lo había regalado a una tienda de ropa de segunda mano.
Se preguntó qué tal le iría a Frank en Dallas, donde ya se había mudado. Él la había llamado; decía que le gustaban sus compañeros de trabajo, y que estaba seguro de que el trabajo en sí le iba a encantar. Pero también le había dicho que echaba de menos San Antonio.
Dallas era una ciudad moderna, cosmopolita, con una arquitectura futurista. San Antonio conservaba aún ese encanto histórico; y también era más pequeña. Pero lo que él había querido decirle en realidad era que la echaba de menos. Qué pena no quererlo como él la quería a ella; a Millie le pesaba mucho.
A pesar de su comportamiento, Tony seguía siendo el dueño de su corazón. Tony… Se abrochó el botón del cuello del abrigo y continuó avanzando por la acera hacia su casa. Imaginó que estaría en uno de esos lugares exóticos, con una bella mujer entre sus brazos, pasándoselo en grande. Modernamente, había muchas mujeres que adoptaban ese estilo de vida, que pasaban de un amante a otro sin remordimiento ni obligación de permanecer con él. Las películas así lo reflejaban; y también la televisión y los libros. Pero Millie era una romántica.
Vivía en el pasado, donde tanto los hombres como las mujeres guardaban celibato antes del matrimonio, donde la familia importaba, donde dos personas se conocían como individuos antes de intimar. En ese mundo vivía Millie. Devoraba novelas rosa, donde las protagonistas compartían sus mismas ideas tradicionales sobre la vida y la sociedad. Qué más daba que todo fuera ficción. Las relaciones carnales en la vida real estaban vacías si no había amor y matrimonio; tan vacías como la vida de Tony.
Por muchas aventuras que viviera, jamás sentiría la alegría de sostener un bebé entre sus brazos, ni de leerle a su hijo un cuento antes de dormir; no podría verlo crecer, ni reír con él. Millie deseaba tanto tener hijos que casi le dolía ver a los niños con sus padres en las tiendas, sabiendo que ella nunca experimentaría ese singular placer. Pensaba a menudo en la noche en el hotel con Tony, preguntándose qué habría pasado de haberlo dejado seguir. A lo mejor se habría quedado embarazada; y ella podría haberlo tenido en secreto sin que él se enterara nunca.
A Millie le gustaba su trabajo. Por lo menos podía leerles cuentos a los niños de vez en cuando. En Nochebuena abrirían la biblioteca para hacer unos talleres de cuentacuentos para los niños de un orfanato. Iría también un grupo de voluntarios para disfrazarse y darles unos regalos a los niños.
Era un proyecto que la biblioteca acababa de iniciar, y esperaban que fuera un éxito. Millie estaba deseosa de que llegara el día señalado para ponerse su gorro rojo de Papá Noel y su vestido rojo, y para hacer de madre una tarde. En su caso, era la única manera, pensaba con nostalgia, de serlo.
Se presentó un reportero de un periódico con una cámara y una agenda electrónica a grabar el evento. Varias personas más hacían fotos con la cámara del móvil y otras cámaras, seguramente para colgarlas después en la red. Millie estaba disfrutando muchísimo con las dos niñas que tenía sentadas en sus rodillas. Estaba leyéndoles The Littlest Ángel, que de pequeña había sido su cuento favorito. A juzgar por la carita que ponían, también les estaba gustando mucho a ellas.
Tan distraída estaba, que no se percató del movimiento a la entrada de la sala. Un hombre vestido con traje y abrigo de cachemir contemplaba la escena con interés.
Mirándola, Tony pensó en una idea que llevaba rondándole un tiempo: que Millie sería una madre maravillosa.
—¿No pasa nada si me quedo aquí? —le preguntó a una señora que estaba a su lado y que tenía una chapa con su nombre.
La mujer levantó la vista, se fijó sus ojos negros, en su cabello ondulado y recogido con una cola de caballo, y sonrió.
—Por supuesto que no pasa nada —respondió—. ¿Conoce a alguno de los niños?
Él negó con la cabeza.
—Conozco a la señorita que les está leyendo —corrigió —. Hace años que somos amigos.
—Se refiere a la señorita Evans —asintió la mujer con una sonrisa de pesar—. En estos últimos años lo ha pasado mal, sobre todo cuando ese hombre quiso matarla. Pero ya está mucho mejor.
—Sí.
—Puede pasar si quiere —añadió—. Hemos invitado al público para que participe. Nos gustaría que los niños pudieran establecer vínculos con los adultos para beneficiarse de ello. Los voluntarios siempre son bienvenidos; y tal vez alguien quiera hacer una adopción.
Frunció el ceño.
—Espero que hayan escaneado a los hombres.
Ella hizo una mueca.
—Sé a lo que se refiere —dijo en voz baja—. Me temo que eso no habría sido posible, pero hay dos policías secretos de paisano allí —añadió con una sonrisa—. Así que si viene alguien con malas intenciones, se va a llevar una buena sorpresa.
Tony sonrió de oreja a oreja.
—¡Bien pensado!
Ella se echó a reír, pensando que era un hombre muy agradable.
—¿Por qué no se acerca a hablar con la señorita Evans? Lleva un par de semanas muy triste. Un día cuando terminé mi turno me la encontré llorando en el lavabo de señoras, a los pocos días de volver ella al trabajo. Ya sabe, después del tiroteo. Dijo que había estado muy asustada, y que había fallado a alguien cercano —lo miró con curiosidad al ver la cara que ponía—. No sería usted, ¿verdad?
Tony respiró hondo.
—Fui yo quien le fallé —respondió en voz baja.
—La vida es perdonar —dijo la señora también en voz baja—. Vaya a hacer las paces.
Tony sonrió.
—Porque usted no estará buscando marido, ¿verdad? — bromeó él.
Ella se echó a reír con ganas. Tenía por lo menos setenta años. Su pelo blanco resplandecía bajo la luz del techo.
—Salga de aquí, alimaña.
—Sí, señora.
Tony llegó a donde estaba Millie justo cuando ésta acababa de terminar de leer el cuento y les estaba dando dos besos a las niñas.
—Id a por un pedazo de tarta y un batido —les dijo mientras se ponían de pie.
Las niñas la besaron, muy contentas, antes de darse la mano y corretear hasta una mesa donde estaban la tarta y los refrescos.
Millie se quedó mirándolas con una sonrisa en los labios. Entonces notó que alguien se acercaba, pero cuando levantó la vista y vio a Tony se quedó sin respiración.
Tony se arrodilló delante de su silla.
—A mí me pasa lo mismo… —dijo en tono grave, mirándola a los ojos tras los cristales de las gafas—. Eso es lo que siento cuando te veo. Me falta el aire.
A Millie no le dio tiempo a disimular. Estaba tan contenta de verlo que sólo era capaz de sonreír.
—No sabía que fueras a venir —le dijo.
—¿No? —la miró con gesto risueño—. He estado fuera estas semanas para darte tiempo a que se te pasara lo que hice.
—Me salvaste la vida —protestó ella—. Y yo ni siquiera le di las gracias como debería haberlo hecho.
—Olvídalo. Se nota que estás muy a gusto con los niños —dijo él en voz baja—. Lo haces con mucha naturalidad.
—Me gustan los niños.
—Y a mí.
Millie no sabía qué decir.
—¿Cómo es que estás aquí? —le preguntó, sin poderlo remediar.
—Porque estás tú; y es Nochebuena —respondió él.
Millie estaba confusa.
—¿Y cómo sabías que estaría aquí?
—Últimamente me dedicó al trabajo de oficina —respondió Tony, apresuradamente—. No tengo que utilizar la pistola. Esa noche… —empezó con expresión atormentaba—. Esa noche no tuve elección, Millie —concluyó.
Ella le tapó la boca con la mano.
—¡Lo siento, Tony! —Dijo en tono ronco—. Lo siento muchísimo. No quería que te sintieras culpable por lo que hiciste. De no ser por ti, yo no estaría aquí hablando contigo.
Él la agarró por la muñeca y la besó en la palma de la mano con veneración. El fuego de sus labios dejó a Millie sin respiración.
A Tony le cautivó el ardor que vio en su mirada, mientras se miraban a los ojos, ajenos a las miradas y los comentarios de los que estaban alrededor.
—¿Puedes salir un momento y sentarte conmigo en el coche? —le preguntó, aclarándose la voz.
—Creo que sí…
Se levantó y tiró de ella suavemente. Millie fue a ponerse el abrigo, y después cruzó unas palabras con la señora de pelo blanco con la que Tony había estado hablando. Cuando Millie se dio la vuelta, la mujer le hizo el signo de la victoria a Tony, y él se echó a reír.
—¿Qué ha pasado? —le preguntó Millie cuando salían por la puerta principal.
—Estoy pensando en tener una aventura con esa señora con quien estabas hablando —dijo con una sonrisa—. Es muy divertida.
—¿Te refieres a la señora Mims? —Millie se echó a reír—. Sí, es una persona muy divertida. Es la presidenta de los Amigos de la Biblioteca. Antes de jubilarse, era periodista de investigación.
—¡Vaya! —Dijo con curiosidad—. ¿Y a qué se dedica ahora?
—Escribe novelas de misterio —dijo Millie—. Tiene mucho éxito.
—Entonces tengo que hablar con ella. Yo conozco muchos misterios —frunció el ceño—. Bueno, la mayoría de ellos son información secreta. Pero podría darle algunas ideas.
—Eso le encantaría.
Tony abrió la puerta del coche de alquiler de lujo y ayudó a Millie a sentarse. Al momento, él se sentaba a su lado.
—Desde luego, viajas a todo tren —comentó ella al ver el cochazo que tenía.
—Puedo permitírmelo —Tony encendió la luz del techo y se echó la mano al bolsillo—. He estado reflexionando mucho sobre mi vida —se volvió para mirarla de frente—. Llevo muchos años solo, y no puedo decir que no haya disfrutado de la soledad. He tenido relaciones breves, y también las he disfrutado. Pero me estoy haciendo mayor, y ya estoy harto de vivir solo.
Ella lo miraba a los ojos fijamente, conteniendo sin darse cuenta la respiración.
Tony se adelantó y le acarició los labios, feliz al verle cerrar los ojos, al oír su suspiro de anhelo.
—Ay, maldita sea, el resto puede esperar. ¡Ven aquí!
Tiró de ella y la abrazó y besó con tanta pasión que instantes después la tenía gimiendo de deseo.
Él también lo sintió y empezó a besarla con la lengua, deleitándose con la suavidad de sus labios y el ardor de sus caricias.
Momentos después, se apartó de ella de mala gana, y la empujó suavemente para que se acomodara otra vez en su asiento. Su deseo era tan intenso que casi temblaba. Y ella estaba también tan afectada que tuvo que apoyarse sobre la puerta, con los ojos entrecerrados y los labios hinchados y suaves.
—Mi madre adoptiva era como tú —consiguió decir—. Era muy tradicional y tenía unos valores que parecían chocar con el mundo moderno en que vivía. Pero a mí me gustaba —se metió la mano en el bolsillo con nerviosismo y MCÓ un estuche gris, que le puso a Millie en la mano—. Ábrelo.
En el interior del estuche había dos anillos: un solitario i mi una esmeralda rodeada de diminutos diamantes y una alianza de boda.
—Son preciosos —susurró ella.
Tal vez estuviera soñando; seguramente sería así. Se pellizco en el brazo para asegurarse.
—No estás soñando —dijo él con humor—. Aunque te puedo decir que desde lo del hotel, yo sí que he soñado —dijo—. Si tú no hubieras empezado a protestar, no habría podido parar. Jamás he perdido el control así en toda mi vida, ni siquiera cuando era adolescente.
Millie se quedó con lo último.
—¿De verdad?
—De verdad. Eres una mujer muy deseable.
—¿Yo? —dijo ella, sorprendida—. Pero si yo no sé nada.
Él sonrió despacio.
—Sí, eso es lo que más me excita.
Millie se ruborizó, y al verla Tony se echó a reír; era tan poco común que a alguien se le subieran los colores… Aparte de eso, Tony no había podido olvidar lo que había sentido con ella aquella noche en el hotel. Sólo de pensarlo, se ponía a cien.
—He hecho cosas horribles en mi vida —dijo él en tono solemne—. Quiero pensar que las hice para servir a mi país, para proteger nuestro estilo de vida. Fue un trabajo emocionante, que me aportó muchos beneficios económicos. Pero he ahorrado mucho, y también he apaciguado mi sed de aventuras —vaciló un instante, intentando escoger las palabras adecuadas para expresar lo que quería decir—. Lo que intento decir es que… quiero decir, lo que quiero pedirte…
—Me casaría contigo aunque tuviéramos que vivir en una choza de barro en un pantano lleno de mosquitos —lo interrumpió Millie.
Él se quedó sin respiración.
—¡Millie!
La abrazó de nuevo y empezó a besarla con tanto ardor que se empañaron los cristales de las ventanillas. Claro que eso resultó conveniente cuando momentos después alguien tocó en el cristal; porque, sinceramente, no estaban en condiciones de ser vistos.
Se separaron de inmediato y se estiraron un poco la ropa, tratando de fingir normalidad.
Tony abrió la ventanilla, aparentando una serenidad que no sentía; para colmo, tenía los labios un poco manchados de carmín, la corbata suelta y la camisa medio desabrochada.
—¿Sí? —preguntó con cortesía.
La mujer de pelo blanco lo miró y se echó a reír.
Él frunció el ceño, intentando recomponerse.
—Sólo quería deciros que… —la mujer no podía hablar, riéndose a carcajadas como estaba— que vamos a abrir los regalos… ¡ay, que me muero de risa! Ah, y que las niñas quieren que Millie los abra con ellas.
—Ahora mismo entramos. Estamos sacando los anillos del estuche y todo eso —dijo él, un poco nervioso.
La mujer se dio la vuelta y murmuró algo en voz baja que ninguno de los dos oyó.
Entonces Tony le puso a Millie el anillo de compromiso y la besó.
—Me parece que ya no vas a poder darles una sorpresa a tus compañeros —dijo—. Imagino que la señorita Perry Masón se lo habrá contado a todo el mundo cuando entremos.
—A mí no me importa —dijo Millie.
Él se perdió en su sonrisa.
—Ni a mí —respondió.
Entonces volvió a besarla sin poder contenerse. Pero finalmente entraron en la biblioteca antes de que se abrieran rodos los regalos, provocando un coro de risas que sólo los adultos fueron capaces de comprender.
Pasaron el día de Navidad juntos, planeando su futuro entre besos y caricias. Tony le ofreció una boda por la iglesia, pero los dos decidieron que esperarían un poco para tener más amigos a los que poder invitar. Mientras tanto, la H oficina del juez del distrito fue suficiente.
no quiso hacer nada antes de la boda; quería que Millie viviera esa experiencia a su gusto, le explicó. Esperarían. Pero nada más abrir la puerta del apartamento de Millie empezaron a desnudarse, incluso antes de llegar al dormitorio. Millie tuvo su primera experiencia en el suelo del salón, y no notó las rozaduras de la alfombra hasta que Tony y ella no se abrazaron después.
—Caramba… —susurró él.
—Ah, sí —susurró también ella, con el corazón desbocado.
—Bueno, yo quería llegar al dormitorio; al menos lo he intentado —añadió él, riéndose. —A mí no me importa —respondió ella, llena de satisfacción—. Ya sea en el suelo, en el
baño, de pie, en la cama… Nunca pensé que me gustaría tanto.
Él se tumbó encima de ella, para poder mirarla a los ojos.
—Te dolió, al principio, ¿verdad?
—¿Ah, sí? —dijo ella—. Yo ni lo he notado.
—Te has puesto un poco tensa —reflexionó mientras la besaba en los labios—. Pero yo
sabía lo que hacía.
Millie se ruborizó de nuevo al pensar en todo lo que le había hecho Tony.
Continuó besando su piel, ardiente y sedosa.
—Aún estoy temblando —susurró él—. Creo que he visto fuegos artificiales. —Sí —ella estiró los brazos y tiró de él, deleitándose con su pecho musculoso y velludo
rozándole los pechos.
El contacto la hizo estremecerse, arqueó la espalda y lo abrazó con las piernas, tirando de él con ganas.
—A lo mejor te duele —dijo Tony.
—Y a lo mejor, no —respondió ella, tocándolo con timidez, pero con deseo.
Él gimió de placer. Después, ya no estaba en condiciones de protestar.
Ella tuvo que sentarse con mucho cuidado. Tony se dio cuenta y frunció la boca, aunque también sonrió, recordándole que él había intentado evitarlo.
—Tú insististe —le recordó.
Ella hizo una mueca.
—Sí, pero ahora ya sé lo que es —de todos modos le sonrió—. Ha valido la pena. Él se echó a reír.
—Sí, es cierto. ¿Tienes hambre?
Millie arqueó las cejas.
—Sí.
Tony fue a la cocina y empezó a mirar por los armarios y la nevera.
—Veo que te gusta la cocina italiana.
—Me encanta. Pero tú no eres italiano.
—Sólo tengo el apellido, desde que mi madre se casó con ese diablo —frunció el ceño—. Debería habérmelo cambiado, supongo —se encogió de hombros—. Pero la gente que cree que me conoce se queda confusa… —la miró— y me gusta confundir a la gente.
Millie se levantó y se acercó a él. Lo abrazó por la cintura.
—Te quiero tanto —apoyó la mejilla en su pecho—. Creí que me moriría de tanto quererte.
Él la abrazó y la besó en la cabeza.
—No te lo he dicho aún, pero debes saber que siento lo mismo que tú. Estas semanas que he pasado sin ti han sido un infierno —se inclinó y la besó en los labios—. ¡Dios, cuánto te amo!
A Millie se le llenaron los ojos de lágrimas. Permanecieron abrazados un rato, acunándose, saboreando el momento.
—Han pasado unos días, pero acabo de acordarme de que no te he regalado nada por Navidad —dijo él de pronto.
—Sí que me has regalado algo —Millie lo miró con un brillo de pura felicidad en los ojos—. Me has regalado tu amor —sonrió y lo besó en la barbilla—. Tú eres el mejor regalo que he recibido jamás —se abrazó a él con fuerza—. Mi agente de la CÍA particular. Aunque prometo no contárselo a nadie.
Él se echó a reír mientras la abrazaba, suspirando de felicidad.
—Tú también eres el mejor regalo de Navidad de mi vida. Feliz Navidad, cariño.
—Feliz Navidad, amor mío —susurró.
Millie cerró los ojos. En el silencio percibió los latidos de su corazón. Recordó el preciso instante en que lo había mirado a los ojos el día de Nochebuena, y la dicha que había sentido. A partir de ese momento, todo había ido sobre ruedas. Ésa era sin duda la mejor Navidad de su vida, porque en sus manos estaba la felicidad.