I
—¡Son las ocho de la mañana! —canturreó suavemente la Dulce Voz del Amanecer—. Las ocho de la mañana del día 5 de junio del año 2128. La temperatura ambiente es de veintiún grados, y el sol luce espléndidamente en un cielo sin nubes. Es preciso levantarse ya, señor. Hay mucho que hacer. Sí. Hay muuuuucho que hacer.
Alberto Duchein se desperezó. La Dulce Voz del Amanecer seguía canturreando, cada minuto, su estribillo. Duchein se apoyó sobre un costado y pulsó el botón que desconectaba el altavoz. Después, volvió a desperezarse.
Con la llegada de la Dulce Voz del Amanecer, todo el apartamento había entrado en actividad. El termostato de la cama se había desconectado, y el vibrador relax también. En la otra habitación, las cien mil escobillas vibrátiles de limpieza iban recogiendo todo el polvo acumulado el día anterior, mientras en la cocina una eficiente cocinera mecánica invisible freía con esmero un par de huevos con jamón. Un suave zumbido, apenas perceptible para todos aquellos que ya estaban acostumbrados a él, inundaba el aire, rebotaba en las paredes, atravesaba los muebles, las ventanas. En millones de casas, en todas las ciudades, en todos los pueblos del mundo, con escaso intervalo de horas, de minutos en algunos casos, se producía el mismo fenómeno. La Dulce Voz del Amanecer despertaba a los moradores de las mismas, y como si aquello fuera una señal, toda la casa empezaba a vibrar, a zumbar, en un incesante movimiento invisible, imperceptible casi, de desenfrenada actividad.
Alberto Duchein se levantó y se calzó las zapatillas. Pulsó un nuevo botón y la cama se replegó sobre sí misma, desapareciendo en la pared para volver a aparecer, cuando se la solicitara, limpia y tersa, dispuesta a ser usada de nuevo.
Duchein se dirigió al cuarto de baño. La bañera estaba ya llena, y la mezcla de agua, colonia desodorante, aséptico, y cicatrizante, a una temperatura uniforme de treinta grados, le entonó. Se puso la ropa limpia, arrojando la sucia al vertedero del lavador automático, y pasó al comedor al tiempo que el desayuno caía suavemente sobre la mesa, listo para ser consumido.
Pulsó el botón de la TV mural, y fue desayunando mientras contemplaba el tape del noticiario de la noche anterior. Terminaba ya cuando el avisador del video empezó a zumbar, notificándole una llamada. Cerró el fono de la TV mural y acudió al aparato.
La pantalla inferior del video señalaba el origen de la llamada: el Coordinador Jefe del Departamento, desde su despacho. Oprimió el pulsador de comunicación.
—¿Duchein? —preguntó la voz del otro hombre; y luego, cuando la imagen se estabilizó—: Ah, sí, es usted. Necesito verle inmediatamente. ¿Se ocupa en algún asunto actualmente?
—No —dijo Duchein.
—Mejor. Entonces venga inmediatamente. Tengo un trabajo especial para usted.
—Estaba terminando de desayunar en estos momentos —dijo Duchein—. ¿Qué ha sido?
—Un asesinato —informó su interlocutor—: el representante de Asia Sudoriental en la Confederación de Naciones. —Duchein frunció el ceño—. Pero eso no es lo peor del caso. No lo ha matado ningún hombre: ha sido asesinado por un robot.
Duchein quedó pensativo unos instantes. El caso parecía serio.
—Está bien —dijo—. Vendré apenas termine de engullir el último trozo de jamón. Hasta ahora.
Un aerotaxi le llevó hasta la terraza del gran edificio de Coordinación, y un ascensor ultrarrápido le descendió hasta el piso cuarenta, donde estaba situado su Departamento. Poco después se encontraba en el despacho del Coordinador Jefe, después de haberse dado a conocer en la máquina identificadora.
—El asunto es serio —le dijo el Coordinador Jefe—. El representante del Asia Sudoriental se encontraba aquí para gestionar la instalación de un Centro Coordinador de Energía en el seno de su Confederación. Naturalmente, se hallaba en visita oficial.
—¿Cómo se ha descubierto el crimen? —preguntó Duchein.
—Esta mañana —dijo el Coordinador Jefe— el control automático de energía del hotel donde se alojaba señaló que el enlace con la Dulce Voz del Amanecer no había sido desconectado, y acudieron a ver qué sucedía. Hallaron al hombre muerto.
—¿Cómo saben que lo hizo un robot?
El Coordinador Jefe le tendió unas fotografías.
—Obsérvelo usted mismo —dijo—. Verá que no sólo lo mataron, sino que se ensañaron con él, con su cadáver mejor dicho. Además, el forense ha identificado el objeto con que fue golpeado como un guantelete metálico recubierto de piel plástica, de la que quedaron algunas partículas adheridas a su cuerpo. No cabe ninguna duda.
Duchein observó las fotografías. Realmente, se dijo, había sido un trabajo macabro. La ropa del hombre aparecía completamente destrozada, y su cuerpo no era más que una pulpa sanguinolenta, con vaga forma humana. Además, toda la habitación presentaba intensas señales de lucha: huellas de sangre por las paredes, los muebles volcados... Se necesitaba una fuerza algo más que humana para llevar a cabo aquel trabajo.
—¿Y nadie oyó el menor ruido?
—Por supuesto que no. Las habitaciones del hotel están perfectamente insonorizadas. Ni que hubiera estallado una bomba lo hubiera podido oír nadie fuera del cuarto.
—A juzgar por las huellas —dijo Duchein—, casi parece que haya sucedido precisamente esto. ¿Hay otros detalles?
—Sí. Es indudable que quien manejó el robot le dio instrucciones concretas. Todas las huellas de lucha no son reales, sino que obedecen a un vandalismo puro. El representante (su nombre es Shai-Ken-Mehal) murió instantáneamente; todas las demás heridas le fueron infligidas después.
—¿Por qué motivos?
El Coordinador Jefe se encogió levemente de hombros.
—Escuche, Duchein —dijo—. Por lo que hemos llegado a saber hasta ahora, no se trata de un crimen vulgar. El robot (probablemente se trata de un WD-38, aún está por confirmar) actuó con un plan preconcebido. Primero mató a Shai-Ken-Mehal, y luego desconectó del bloque de control de la entrada todos los aparatos electrónicos para que no pudiera producirse ningún cortocircuito. Entonces, obedeciendo unas instrucciones bien específicas, empezó una sistemática destrucción del cuarto y del propio cuerpo del representante. Lo arrojó contra las paredes, contra los muebles, lo golpeó, lo pateó... Después, cuando hubo terminado su trabajo, fue al baño y se limpió (hay huellas de ello) las manchas de sangre de su cuerpo. Volvió a conectar los aparatos electrónicos, y se fue.
Duchein asintió con la cabeza.
—Entiendo —murmuró—. Un robot enfermo jamás podría hacer esto.
—Exacto. Aquí hubo alguien que preparó al robot, liberándolo de su circuito inhibitorio y dándole órdenes concretas. A usted le corresponde averiguar quién fue.
—Lo que no comprendo —observó Duchein— es ese ensañamiento. Fue algo totalmente innecesario.
El Coordinador Jefe dudó unos momentos.
—Bueno, extraoficialmente, y de una manera totalmente oficiosa, creo que puedo darle alguna orientación. Shai-Ken-Mehal era uno de los grandes defensores de la automatización progresiva en el Oriente. Sin duda sabrá que era el autor del vasto Plan de Automatización del Asia Sudoriental, que ahora empezaba a llevarse a cabo. Como tal, puede haberse granjeado la antipatía de un determinado sector de gente, que haya creído que así podía llamar la atención del mundo hacia el problema de los robots.
Duchein frunció el entrecejo.
—¿Quiere decir que se trata de una maniobra de los grupos contrarios a la automatización? Creo que es un poco fuerte.
—Le repito que esto se lo digo de una manera totalmente oficiosa, pero no le veo otra explicación lógica. Este vandalismo, ese inútil ensañamiento por parte de una máquina, no es un capricho, sino que obedece a un fin preconcebido. Últimamente la Sociedad de los Hombres ha dado mucho que hablar, con sus campañas en contra de la automatización progresiva. ¿Quién le dice que esto no es más que otra maniobra suya?
Duchein no contestó inmediatamente. Le parecía que, de todos modos, las palabras del Coordinador Jefe eran un poco aventuradas. Una persona podía estar o no de acuerdo con la progresiva mecanización del mundo, pero no tanto como para usar un asesinato vandálico cometido por una máquina (que por otra parte había sido guiada por una mente humana) para demostrar sus teorías.
—Bueno —dijo el Coordinador Jefe—, de todos modos, usted es quien tiene que buscar la verdad en este asunto. Desde este mismo momento se dedicará exclusivamente a él, por encima de todo otro trabajo que se le encomiende. Quiero hacerle notar que en principio deberá utilizar la máxima discreción. El propio Coordinador General se ha interesado en este asunto. Naturalmente, no sería correcto ahora difundir lo ocurrido a la prensa y a la TV mural. Es preciso esperar a conocer antes los motivos del crimen. Quizá, de otro modo, podría producirse algún conflicto internacional.
—Entiendo —dijo Duchein—. Por el momento, cuidado y discreción.
—Exacto. Lo más importante primero es hallar el robot. Luego, éste nos conducirá hacia la persona que lo utilizó, y ésta nos revelará los móviles. Usted obtuvo muy buenos resultados en el asunto del asesinato de Percival Hundread; recordará que fue un caso muy similar a éste. ¿Cree que podrá resolverlo?
Duchein no vaciló. Recordaba el caso de Percival Hundread, un loco que intentó demostrar que las máquinas actuaban contra los hombres utilizando un robot androide para realizar una serie de crímenes sin móvil y sin justificación. Asintió con la cabeza.
—Hubiera preferido aceptar unas vacaciones, pero si no hay opción tomaré el asunto en mis manos. ¿En qué condiciones?
—Disponiendo de toda la ayuda que necesite y dándole todas las facilidades... siempre que pueda justificarlo, claro. Los robots androides están afortunadamente bien controlados, y me parece que no le va a ser difícil encontrar al WD-38 causante del asesinato. En fin, lo dejo todo en sus manos. Estoy seguro de que tendrá el éxito que esperamos.
Duchein miró una vez más las fotos, y movió la cabeza dubitativamente.
—Sí —murmuró—. Espero que sí.