CAPÍTULO SIETE

Anakin se precipitó a través de las tuberías. La arena le empujaba y le achuchaba.

No podía parar. No podía frenarse. Soltó la bolsa con el bláster de iones y su rayotaladro, y se deslizó lo mejor que pudo, agarrándose a su bastón de luz.

Los ghostlings, Pala, Dorn, y Kitster iban por delante más rápido que él. Anakin los perdió de vista. No tenía ni idea de lo rápido que estaba yendo, o lo lejos.

El torrente le barrió durante quizás mil metros, pasando apertura tras apertura, tuberías que podían llevar a cualquier parte.

De repente la tubería se abrió, y la inundación le escupió en una sima. Voló de cabeza hacia una duna.

Logró agarrarse a su bastón de luz. En las pilas abajo, vio su bolsa con el bláster de iones jawa y los otros suministros en ella. ¡Estaba hundiéndose! Pero sus pulmones le dolían. El polvo le estaba ahogando.

Dejó la bolsa, se levantó en busca de aire fresco, y tosió hasta que sus pulmones se despejaron. Volvió a ponerse la máscara de arena y se hundió de nuevo.

Frenéticamente, buscó la bolsa. Las corrientes de arena empujaban la bolsa más profundo, como para atraerle más lejos de sus amigos.

Subió a la superficie para coger aliento y vio algo: el rastro de un monstruo.

Tan pronto vio el rastro la criatura apareció.

¡Un wart de las rocas!

Una pata naranja se envolvió alrededor de su brazo, y otra se extendió hacia el bastón de luz.

Estaba tratando de apartar el bastón de luz tirando de él.

Anakin luchó con el monstruo, deseando tener un arma. Pero todas sus herramientas estaban al fondo de la duna.

Consiguió tirar de la máscara de arena de su boca con su mano libre. Un pie con garras surgió a la vista.

Anakin mordió la garra con toda su fuerza.

El monstruo aulló. De repente el wart de las rocas dejó de luchar para robarle su bastón de luz y empezó a luchar por escapar.

Anakin mordió de nuevo más fuerte. El wart se escabulló.

Anakin se agachó bajo la arena y agarró su bolsa de herramientas. Entonces se alzó y levantó su bastón de luz para coger sus pertenencias.

Los niños habían vadeado hasta una gran cámara, quizás de ochenta metros de largo y cuarenta metros de ancho. El bajo techo estaba tallado en la piedra.

Docenas de tuberías se abrían hacia la cámara. Parecía servir como algún tipo de cuenca de recogida, donde los grandes objetos podían sacarse del drenaje.

En la arena a su alrededor, Anakin podía ver a los niños ghostling. El pequeño chico al que Anakin había estado siguiendo tosió. Alzó su cabeza débilmente y dejó que la arena le cubriera.

Anakin agarró al niño por atrás, y trató de tirar de él para ponerlo a salvo.

—¡Por aquí! —gritó Pala. En la esquina había un saliente, un punto sólido donde todo el mundo podía sentarse.

—¡Salid de la arena! —Advirtió Anakin—. ¡Hay algo aquí abajo con nosotros!

Se sacudió, tratando de arrastrar al pequeño chico con él.

El niño luchó, cortando en la arena, hasta que alcanzó el saliente. Se lanzaron hacia él y se sentaron, tosiendo, mientras estudiaban la superficie de la arena.

Anakin llevó al niño a salvo.

—¿Hay un monstruo aquí dentro? —preguntó la Princesa Arawynne. Algunos de los niños ghostling empezaron a llorar.

—Sí —dijo Anakin—. Y sabe fatal.

—¿Qué hacemos si viene detrás de nosotros? —preguntó uno de los niños ghostling. No podía ocultar el terror en su voz.

—Yo lo mordí con fuerza —dijo Anakin—. Eso le asustó… al menos por ahora. Todos podéis darle un mordisco, si vuelve.

Anakin empujó al niño hacia el saliente. El chico no podía parar de toser.

Oh no, pensó Anakin. Está herido, y no sé cómo salir de aquí. Estamos en grandes problemas.