9Sobre la ley del color universal
PERO, AL MISMO tiempo, las artes intelectuales sufrían una decadencia acelerada. El arte de la identificación visual, al no ser ya necesario, no se practicaba; y los estudios de geometría, estadística, cinética y otros temas emparentados no tardaron en llegar a considerarse superfluos, y a caer en el desprestigio y a desdeñarse hasta en la propia universidad. El arte inferior de tocar experimentó rápidamente el mismo destino en nuestras escuelas elementales. Luego, las clases isósceles, asegurando que los especímenes no se utilizaban ya ni se necesitaban, y negándose a pagar al servicio de educación el tributo acostumbrado de las clases delincuentes, fueron haciéndose más numerosas e insolentes cada día, al quedar eximidas de la vieja carga que había ejercido anteriormente el saludable y doble efecto de domeñar su carácter brutal y de reducir al mismo tiempo su excesivo número.
Los soldados y los artesanos empezaron a afirmar cada vez con más vehemencia (y con mayor veracidad) que no había ninguna diferencia importante entre ellos y la clase más alta de todos los polígonos, porque habían ascendido ya hasta una condición igual a la suya y eran capaces de afrontar todas las dificultades y resolver todos los problemas de la vida, tanto estáticos como cinéticos, por el simple proceso del reconocimiento cromático. No dándose por satisfechos con el abandono natural en que estaba cayendo el reconocimiento visual, empezaron además a exigir descaradamente la prohibición legal de todas las «artes monopolizadoras y aristocráticas» y la abolición consiguiente de todas las dotaciones para los estudios de reconocimiento visual, matemáticas y tocamiento. Y pronto pasaron a sostener que, dado que el color, que era una segunda naturaleza, había hecho ya innecesarias las diferenciaciones aristocráticas, la ley debería seguir el mismo camino y, por tanto, todos los individuos y todas las clases deberían ser consideradas absolutamente iguales y titulares de los mismos derechos.
Los caudillos de la revolución, al hallar a los órdenes superiores titubeantes e indecisos, fueron aún más allá en sus exigencias, hasta pedir finalmente que todas las clases por igual, mujeres y sacerdotes incluidos, debían rendir homenaje al color sometiéndose al pintado. Cuando se objetó que sacerdotes y mujeres no tenían lados, replicaron que la naturaleza y la conveniencia concurrían en decretar que la mitad frontal de todo ser humano (es decir, la mitad que contiene su ojo y su boca) debía resultar diferenciable de su mitad trasera. Presentaron por tanto ante una asamblea general y extraordinaria de todos los estados de Planilandia un proyecto de ley que proponía que la mitad de la mujer que contiene el ojo y la boca tendría que estar pintada de rojo y la otra mitad de verde. Los sacerdotes debían ir pintados del mismo modo, aplicándose el rojo al semicírculo del que el ojo y la boca constituían el punto medio; mientras el otro semicírculo, el trasero, debía pintarse de verde.
Había no poco ingenio en esta propuesta, que emanaba en realidad no de un isósceles (pues ningún ser tan degradado habría tenido angularidad suficiente para apreciar, y aún menos idear, un modelo tal de arte de gobierno), sino de un círculo irregular al que, en vez de destruirlo en la infancia, se le dejó con vida por una necia indulgencia para que llevara la desolación a su país y la destrucción a miríadas de sus seguidores.
La propuesta estaba calculada, por un lado, para poner a las mujeres de todas las clases a favor de la innovación cromática. Asignando a las mujeres los mismos dos colores que se asignaban a los sacerdotes, los revolucionarios aseguraban, por otro lado, que, en ciertas posiciones, toda mujer pareciese un sacerdote y se la tratase con el respeto y la deferencia correspondientes. Perspectiva que no podía por menos que atraer a todo el sexo femenino en masa.
Pero tal vez algunos de mis lectores no lleguen a hacerse cargo del todo de esa posibilidad de que sacerdotes y mujeres tuviesen con la nueva legislación una apariencia idéntica; por si es así, voy a explicarlo en dos palabras para que quede claro.
Imaginad una mujer debidamente decorada, de acuerdo con el nuevo código; con la mitad frontal (i.e. la del ojo y la boca) roja y con la mitad posterior verde. Miradla desde un lado. Evidentemente veréis una línea recta, mitad roja, mitad verde.
Imaginad ahora a un sacerdote, cuya boca es M y cuyo semicírculo frontal (AMB) está consecuentemente pintado de rojo, mientras que el semicírculo posterior es verde; de manera que el diámetro AB divide el verde del rojo. Si contempláis al «gran hombre» de manera que situéis el ojo en la misma línea recta que su diámetro divisor (AB), lo que veréis será una linea recta (CBD), de la que una mitad (CB) será roja y la otra (BD) verde. La línea completa (CD) será bastante más corta, quizás, que la de una mujer adulta, y se difuminará más rápidamente hacia sus extremos; pero la identidad de los colores os dará una impresión inmediata de identidad de clase, haciéndoos desdeñar los otros detalles. Tened presente la decadencia de la identificación visual de que fue víctima la sociedad en el período de la revolución cromática; añadid además que es seguro que las mujeres aprenderían enseguida a difuminar sus extremos para imitar a los círculos; comprenderéis ya claramente, mis queridos lectores, que el proyecto de ley cromática nos hacía correr el grave peligro de confundir a un sacerdote con una joven.
Es fácil imaginar lo atractiva que debía de resultar tal perspectiva para el sexo débil. Debían de recrearse por anticipado pensando, encantadas, en la confusión que esto crearía. En casa podrían escuchar secretos políticos y eclesiásticos no dirigidos a ellas sino a sus hermanos y maridos, y podrían incluso dar órdenes en nombre de un círculo sacerdotal; fuera de su casa, la llamativa combinación de rojo y verde, sin el añadido de ningún otro color, llevaría sin duda a la gente vulgar a incurrir en infinitos errores y las mujeres ganarían lo que los círculos perdiesen, en cuanto al respeto de los transeúntes. Y por lo que respecta al desprestigio que caería sobre la clase circular si la conducta frívola e impropia de las mujeres se imputase a sus miembros, y a la subversión consiguiente de la constitución, no podía esperarse que el sexo femenino dedicase un solo pensamiento a semejantes consideraciones. Las mujeres estaban todas a favor del proyecto de ley cromática universal hasta en los hogares de los círculos.
El segundo objetivo que se planteaba el proyecto de ley era la desmoralización gradual de los propios círculos. En la decadencia intelectual generalizada ellos conservaban aún su claridad prístina y el vigor de su pensamiento. Familiarizados desde la más temprana infancia en sus hogares circulares con la ausencia total de color, eran los únicos que conservaban el arte sagrado de la identificación visual, con todas las ventajas que se derivan de ese admirable adiestramiento de la inteligencia. De ahí que, hasta la fecha de la presentación del proyecto de ley del color universal, los círculos no sólo se habían mantenido firmes en su posición sino que habían incrementado incluso su jefatura de las otras clases al abstenerse de la moda popular.
Así que el taimado irregular que he descrito antes como el autor de este diabólico proyecto de ley decidió rebajar de un golpe el estatus de la jerarquía obligándoles a someterse a la contaminación del color, y destruir al mismo tiempo sus posibilidades domésticas de adiestramiento en el arte de la identificación visual, para debilitar así sus intelectos privándoles de sus hogares incoloros y puros. Una vez sometidos los círculos a la contaminación cromática, padres e hijos se desmoralizarían mutuamente. Sólo al diferenciar entre el padre y la madre tendría problemas el niño circular para ejercitar su inteligencia… problemas que era probable que estuviesen demasiado a menudo viciados por imposturas maternas, con el resultado de debilitar la fe del niño en todas las conclusiones lógicas. Así, el lustre intelectual del orden sacerdotal se iría apagando gradualmente y quedaría abierto el camino para una destrucción completa de todo el cuerpo legislativo aristocrático y para el derrocamiento de nuestras clases privilegiadas.