Once
Mis padres me recordaban una y otra vez que la gente suele llegar tarde a las fiestas. Y que podía haber mucho tráfico, sobre todo para quienes viajaban desde Milwaukee.
Pero cuando dieron las siete y cuarto en el reloj, me invadió una sensación de angustia. No es que hubiera esperado que todo el mundo hiciera cola frente a la puerta desde antes de las siete, pero contaba con que alguien se hubiera presentado desde entonces.
—Todo irá bien —trató de convencerme Diane, aunque luego empezó a enroscarse el pelo, señal de que ella misma lo dudaba—. Estás acostumbrada a que la gente se presente a tiempo para nuestras reuniones normales. Van a llegar unos minutos tarde.
—Supongo que sí —continué mirando los coches que pasaban de largo del centro de recreo, deseando que uno de ellos se detuviera.
—Es como esperar a que hierva el agua —intervino Kara—. Ya sabes, si te quedas mirando, nunca hierve.
Me alejé de la puerta con la intención de quedarme de espaldas a ella. Resistí el impulso de girarme cada vez que oía pasar un coche. Aunque vi que los ojos de las socias del club también se precipitaban hacia la entrada. Sabía que no sería mi culpa si nadie se presentaba, o si la noche acababa siendo un desastre total; pero me sentía responsable por el club. Yo era la razón de que estuvieran allí. Yo era la razón por la que cuarenta chicas (con un poco de suerte) pasarían con nosotras el día de San Valentín. No quería fallarles.
Mi padre se acercó y me rodeó con el brazo; estaba claro que se daba cuenta de que yo necesitaba una charla de motivación.
—¿Te he dicho últimamente lo orgullosos que estamos de ti, pequeña? —Me abrazó con fuerza—. Mira esta fiesta, es increíble, en serio. No me puedo creer el éxito que está teniendo tu club de los Beatles.
—No es un club de los Beatles —le recordé por lo que parecía la enésima vez.
Alargó las manos hacia delante.
—Lo sé, ya lo sé. Aun así, estamos orgullosos. Imagínate si fuera un club de los Beatles.
En ese momento, oí el ruido de la puerta al abrirse. Me giré y vi a Diane recibiendo a tres chicas.
—Hola —saludó una de ellas con cautela—. Me he estado escribiendo e-mails con Penny Lane. Soy Danielle.
—¡Sí! —No pude contener mi entusiasmo—. Hola, Danielle, soy Penny.
Se puso nerviosa.
—Ay, madre mía, ¡eres tú!
—Sí —no estaba segura de lo que la gente esperaba al conocerme—. Vamos, pasad.
Diane y Kara les entregaron las etiquetas de identificación que Tracy había diseñado para la fiesta. Una vez que firmaron el registro de entrada, las llevé hasta un grupo de compañeras del club que se esforzaban por no clavar la vista en nuestras primeras invitadas.
Danielle me presentó a sus dos amigas, Kim y Macallan.
Miré a la chica pelirroja.
—¿Macallan? Qué nombre tan curioso.
Ella me sonrió.
—Sí, mi padre es un fan de… en fin, es una larga historia.
—Ah, créeme, entiendo lo que es tener que explicar tu nombre —señalé con un gesto mi etiqueta de identificación: «PENNY LANE». En condiciones normales, habría pedido que pusieran solo «Penny», pero mis padres se disgustaban mucho cuando no utilizaba mi nombre «correcto». Y dado que estaban pasando San Valentín con nosotras, quería satisfacerles lo más posible.
Erin, Hilary y Amy se acercaron a charlar con las recién llegadas y me excusé para ir a recibir a cuatro chicas que acababan de entrar con una madre.
La madre miró alrededor con desconfianza.
—Eh, perdona, pero ¿hay adultos presentes? Como te puedes imaginar, me preocupaba un poco que quisieran asistir a una fiesta que habían visto en Internet.
La madre de Diane se acercó a la mesa. Le habían asignado el papel de acompañante de los padres. Con un solo vistazo a la madre de Diane, sabías de quién había heredado su hija el aspecto físico, aunque no la estatura. La madre de Diane era por lo menos quince centímetros más alta que ella, pero todo lo demás era igual: ojos azul pálido, pelo rubio (su madre llevaba melena corta y lisa) y una calidez que le salía por los poros.
—Soy Maggie Monroe. Me alegro mucho de que hayas podido venir —estrechó la mano de la otra madre—. ¿Por qué no entras, te presento y te cuento lo maravilloso que ha sido este club para las chicas?
Al poco rato, un reguero continuo de invitadas fue llegando a la puerta. Yo estaba tan ocupada yendo de un lado a otro y haciendo todo lo posible por conocer a todo el mundo que ni siquiera me di cuenta cuando llegó Nicole, la desafortunada acompañante de Todd aquella noche, en la pizzería.
—¡Has venido! —La saludé con un abrazo.
—Pues claro, y he traído a varias amigas —nos presentó, y agradecí mucho que mis padres nos hubieran dado la idea de las tarjetas de identificación. Era imposible recordar los nombres de todo el mundo.
Las chicas empezaron a comentar las ideas que tenían para su propio Club de los Corazones Solitarios. Era emocionante ver cómo el entusiasmo se iba extendiendo por la estancia. Estaba escuchando con atención cuando vi que Ryan y Bruce se apresuraban hasta la puerta de entrada.
Era Todd. Con Missy.
Me excusé y me dirigí a la puerta a toda prisa, procurando que nuestras invitadas no se dieran cuenta de que teníamos un problema. Cuando llegué, Ryan estaba sujetando a Todd del brazo.
—Ni se te ocurra —le advirtió.
—Lo siento… creí que era una fiesta. ¿Me estás diciendo que no se me permite la entrada? —Iba subiendo la voz con cada palabra que pronunciaba. Tracy estaba justo detrás de mí, tratando de evitar que las invitadas vieran la escena que Todd estaba dispuesto a montar.
—Sí, y no estás invitado —siseé con desprecio—. Deberíamos haber colgado un cartel con: «Prohibida la entrada a los cretinos» —crucé los brazos, dejando claro que tendría que pasar por encima de mí para dar otro paso hacia el interior.
Todd se echó a reír.
—En ese caso, ¿qué haces tú aquí?
—Vamos fuera —Ryan tiró a Todd del brazo—. Venga, colega, no montes un número. ¿Por qué quieres arruinarle la fiesta? Es una ocurrencia estúpida, totalmente.
—¿Qué pasa? —preguntó una de las invitadas, desconcertada por la escena que estaba presenciando.
«Bah, nada —estuve a punto de decir—. Todd está montando su espectáculo de horror habitual».
Ryan contestó la pregunta:
—Todd ha pasado por aquí a saludar, pero ya se va. ¿A que sí, Todd? —Diane se llevó a la invitada mientras Ryan, de pie y erguido, se enfrentaba al que supuestamente era su mejor amigo. Le clavó las pupilas, retándole prácticamente a que se negara.
Bruce, unos centímetros más alto que ambos, estaba parado al lado de Ryan. Bajó la vista a Todd.
—Será mejor que te largues, tío.
Todd subió la vista hacia Bruce y se rio en su cara.
—¡Guau! ¡También te han captado a ti! —Dio un paso atrás, seguramente percibiendo que no iba a ganar la batalla—. Sí, claro. Supongo que este es tu sitio, Bauer, ya que tu pequeña novia te ha arrancado las pelotas. Menudo payaso.
Di un paso adelante, pero noté la mano de Tracy en mi muñeca.
—Deja que se vaya —me susurró—. No podemos montar un pollo —yo lo sabía, pero me molestaba que Ryan y Bruce, o quien fuera, tuvieran que librar mis batallas por mí.
Dio la impresión de que Todd se marchaba, pero luego miró la pila de tarjetas de identificación sobre la mesa, junto a la entrada, y las arrojó al aire mientras gritaba:
—¡A DIVERTIRSE, BOLLERAS PATÉTICAS!
Ryan agarró a Todd por el cuello de la cazadora y lo lanzó al exterior de un empujón. Me quedé inmóvil mientras observaba cómo Ryan se enfrentaba a Todd. Solo distinguí unas cuantas palabras a través de la puerta de cristal. Eran bastante fuertes.
Oí una voz a mi lado y vi que Missy seguía allí.
—Una fiesta divertida —comentó con una sonrisa arrogante en los labios.
—¿Sabes, Missy? Te crees superguay, pero fíjate adónde te ha traído Todd por San Valentín —le recordé—. Aquí. A portarse como un cretino. Y, por si no te has dado cuenta, ha salido con la mitad de las chicas del club, y todas prefieren estar aquí antes que salir con él. ¿Qué te dice eso, exactamente? Pero, claro, supongo que sois tal para cual. Y ahora, si me perdonas, tengo un grupo de sesenta chicas increíbles que no necesitan seguir a un tío a ciegas para sentirse mejor consigo mismas. La próxima vez que quieras llamar patética a alguna persona, mírate al espejo.
Me giré y caí en la cuenta de que todo el mundo nos había estado mirando. Y yo que no quería montar una escena. Miré hacia atrás rápidamente, y me alivió ver que Missy se había marchado y Ryan volvía a estar dentro.
Tracy sonreía de oreja a oreja.
—Me mata de risa que Todd pensara que nos podía hacer daño. En realidad, solo ha hecho hincapié en la razón de ser del club: los tíos inútiles.
—Lo siento mucho, en serio —Ryan se me acercó con cautela, seguido de Bruce—. No sé en qué estaba pensando Todd. No permitas que te arruine la fiesta.
—¿Estás bien? —le pregunté—. ¿Qué ha pasado? ¿Te ha hecho daño? —Examiné a Ryan en busca de arañazos o moratones. No es que fuera incapaz de cuidarse él solo: Todd le superaba únicamente en cuanto al peso. Ryan le superaba a él en cuanto a clase, inteligencia y físico. Básicamente, le daba mil vueltas en todo.
—Todd ha montado su numerito de costumbre. No quiero volver a verlo —estaba fuera de sí—. No había ningún motivo para que se presentara, excepto para hacer el gilipollas.
—¿Estáis bien, chicas? —preguntó Bruce con los ojos clavados en Tracy.
Ella asintió.
—Sí, porque no salgo con Todd. Eso me convierte en supermegaguay.
Intenté aligerar el ambiente.
—Qué lenguaje más colorido —le dije a Ryan en plan de broma.
Ryan se mostró horrorizado.
—Ay, Dios, ¿lo has oído? Espero que tu padre no. Estaba tan furioso…
—Tranquilo —le interrumpí—. Gracias por ayudarme. Te lo agradezco de veras.
Nos miramos a los ojos y lo que quise hacer, allí y entonces, fue darle el beso más grande, más largo, de la historia de los besos. Pero probablemente no era la mejor idea en mitad de una tumultuosa reunión de alistamiento del Club de los Corazones Solitarios.
Ryan se aclaró la garganta.
—Bueno, será mejor que me vaya —hizo señas a Bruce para que le acompañara al exterior.
Tracy echó un vistazo a su reloj.
—Bueno, deberíamos prepararnos para hablar.
Yo había estado tan preocupada por conocer a todo el mundo que se me había olvidado que aún faltaban nuestros discursos.
—Supongo que sí —los nervios que se habían esfumado cuando todo el mundo empezó a llegar a la fiesta habían vuelto a atacarme el estómago.
Rodeamos a Diane y nos encaminamos hacia el rincón donde estaba instalado el micrófono. Tracy apagó la música. Oíamos los murmullos de incontables conversaciones que tenían lugar por toda la sala.
—Eh… perdón —dije por el micrófono—. ¿Nos podéis atender un momento? —La sala empezó a sumirse en el silencio—. Muchas gracias por venir. Creo que ya conozco a todo el mundo. Soy Penny Lane Bloom —se oyeron vítores y oí un silbido lejano que, estaba segura, procedía de mi padre—. Bueno, Diane, Tracy y yo queremos deciros unas palabras sobre el Club de los Corazones Solitarios. Sin más preámbulos, Tracy Larson.
Tracy hizo una profunda reverencia mientras sonaban los aplausos.
—Gracias a todos —respiró hondo con gesto teatral—. Hola, me llamo Tracy Larson y era adicta a los chicos.
Varios miembros del público respondieron con un «¡Hola, Tracy!».
—Resulta un poco bochornoso admitirlo, pero todos los veranos solía escribir una Lista de Novios. Era exactamente lo que parece: una lista de chicos con los que quería salir, por orden de atractivo, como es evidente. Al comienzo de cada curso escolar, tenía la esperanza de que aquel sería mi año y que saldría con alguien de la lista. Invariablemente, los chicos estaban saliendo con otra persona o no se interesaban por mí. A ver, ¿os lo imagináis? —Tracy hizo una pose con descaro y se oyeron algunos gritos.
»Pero en vez de pensar «bueno, no pasa nada», me disgustaba mucho. Porque no lo veía como si el chico quisiera salir con otra persona. Me lo tomaba como si yo no fuera lo bastante buena —inesperadamente, la voz se le quebró. Hizo una pausa para recobrar la calma—. Lo único que hacía era castigarme por ello. No era lo bastante guapa, o lo bastante inteligente, o lo bastante delgada. Resulta del todo bochornoso admitirlo, pero nunca me han pedido salir. Nunca me han besado. Y eso no hacía más que llenarme de tristeza. Estaba claro que tenía que tener algo malo, ¿verdad? —Muchas de las personas presentes asentían a las palabras de Tracy, sabiendo lo terrible que ese sentimiento podía llegar a ser.
»Estaba obsesionada por conseguir pareja. ¿Por qué? Para poder salir con un chico un par de meses en el instituto y que luego me plantara, o mudarme a la universidad y tratar de mantener la relación a distancia. Por eso estoy tan agradecida a este club. Porque nada de eso importa en el Club de los Corazones Solitarios. Tenemos amigas, somos una hermandad, y no tiene nada que ver con que un tío te vaya a invitar a un baile estúpido. Importamos como personas. Nos tenemos unas a otras, y todos los días me despierto dando gracias porque a Pen, aquí presente, le pisotearan el corazón. Por mucho que para ella fuera un espanto, al resto de nosotras nos solucionó los problemas. En un primer momento me resistí a entrar en el club, pero ahora no sé qué haría sin él. Probablemente, intentar salir con un tío que no se lo merece. De eso nada, muchas gracias.
Se oyeron algunas risas procedentes del público mientras Tracy le pasaba el micrófono a Diane. Me fijé en que a Diane le temblaban las manos ligeramente. Estaba acostumbrada a hablar en público (antigua capitana de las animadoras, presidenta del Consejo de Alumnos), por lo que me costaba creer que le provocara nerviosismo.
—Hola a todos. Gracias por venir —su voz, por lo general entusiasta, resultaba ahora comedida—. Soy Diane y antes era aquella chica. Ya la conocéis. Podrías haber sido tú, o quizá fuera tu mejor amiga, pero os garantizo que tenéis a una persona en vuestro grupo de amigas que es así. Yo abandonaba a mis amigas cuando tenía novio. Y, para ser más concreta, abandoné a Penny —clavó los ojos en el suelo. Era una historia que yo conocía bien, pero no me di cuenta de lo duro que era para ella admitir la verdad delante de todo el mundo.
Traté de inspeccionar la sala con aire despreocupado para ver si Ryan estaba escuchando. Pero no vi a ninguno de los chicos, ni a los padres. Sabían que necesitábamos un poco de intimidad en ese momento. Las pocas personas que habían grabado el comienzo de los discursos habían bajado sus cámaras. Ya habíamos quedado en que íbamos a subir a Internet algunas fotos y discursos de la fiesta para la gente que no había podido acudir, pero estaba claro que el discurso de Diane se quedaría entre las presentes en la sala.
Diane continuó:
—Tenía una mejor amiga genial, ¿y qué hice en el minuto mismo que tuve novio? Ignorarla. O hacíamos planes y yo los cancelaba. Todo mi interés, mi concentración, estaba en mi novio. Era lo único que en realidad me importaba, llegué hasta el punto de no querer hacer ningún plan por si Ry… por si él llamaba —Diane hizo una mueca cuando el nombre de Ryan casi se le escapó.
»Bueno, creo que no tengo que contaros lo que acabó pasando al final. Rompimos. Aunque la ruptura fue amistosa, el daño a mis amistades ya estaba hecho. Habían pasado más de cuatro años desde la última vez que había hablado con Penny como era debido. Volver a estar juntas no fue un camino de rosas para nosotras, pero el Club de los Corazones Solitarios no solo salvó nuestra amistad, sino que me hizo darme cuenta de unas cuantas cosas acerca de mí misma. Por lo general actuaba para los demás. Dedicaba todo mi tiempo a ejercer de animadora para otros, de modo que el año pasado decidí darme de baja y unirme al equipo de baloncesto, porque era lo que quería hacer. Me imaginé que ya era hora de empezar a pensar en mí. Y todavía me queda mucho por hacer pero, por primera vez en meses, puedo mirarme al espejo y ser feliz con la persona que me devuelve la mirada.
En la sala reinaba el silencio. Cualquiera que pasara junto a Diane por la calle envidiaría su aspecto físico, pero ella hablaba de algo más profundo, de la persona en la que se estaba convirtiendo.
Estaba yo tan ocupada reflexionando sobre todo lo que había dicho y sobre lo valiente que era, que no me di cuenta de que trataba de pasarme el micrófono. Por fin, lo agarré con una mano y metí la otra en el bolsillo posterior para sacar mis tarjetas. Pero cuando bajé la vista a mis anotaciones, no me pareció bien. Tenía planeado hablar del club en general, de lo que hacíamos los sábados por la noche, de los eventos solidarios que habíamos organizado y demás.
Tracy y Diane habían hablado desde el corazón. Sentí que todas las presentes se merecían que fuera sincera. Volví a meter las tarjetas en el bolsillo.
—Muchas gracias por contarnos vuestras historias, Tracy y Diane —las miré, agradecida—. No debería sorprender a nadie que todo esto empezara por un chico. Aunque más bien era un niñato —hice una pausa para las risas, pues no estaba preparada en lo más mínimo para lo que tenía que hacer a continuación.
Abrir viejas heridas.
—Había un chico que conocía desde que nací. Nuestros padres eran íntimos amigos. Pasábamos juntos los veranos. Yo creía sinceramente que estaba enamorada de él. Me decía todo lo que quería oír, y hacía todo lo que yo pensaba que un chico debía hacer, pero no era suficiente para él. Quería más. Y yo sentía que si no cedía ante él, lo iba a apartar de mí. Así que… —Me sobresalté al notar el intenso picor bajo mis párpados. Habían pasado varios meses, y yo había superado del todo lo de Nate, pero me seguía doliendo.
»De modo que bajé a nuestro sótano para darle una sorpresa. Iba a… ya sabéis —paseé la vista por la estancia, confiando en no tener que humillarme todavía más y dar detalles de aquel momento íntimo—. Bueno, por lo que parecía, aquel cretino no podía esperar más. Lo encontré con otra chica en una posición muy comprometedora, y desnudos —esperé a ver hasta qué punto aquello me disgustaría pero, en vez de eso, me sentía prácticamente vacía por dentro. Era como si hubiera ocurrido en otra vida.
»Así que estaba dolida, estaba disgustada, y empecé a pensar en toda la basura que mis amigas y yo habíamos tenido que aguantar por culpa de los chicos. O los extremos a los que llegábamos para que ni siquiera nos miraran a la cara. No quería soportarlo más, ¿qué sentido tenía? Y al ser hija de unos fanáticos de los Beatles, me vino a la cabeza el Club de los Corazones Solitarios. En un primer momento pensé que estaría yo sola, pero entonces se lo conté a Diane y, de alguna manera, la cosa empezó a despegar. Supongo que al decir eso me quedo corta, dado que estoy aquí arriba hablándoos a todas vosotras.
»Y aunque, al principio, el objetivo del club consistía en no volver a salir con chicos, ahora se ha convertido en algo mucho más importante, en una comunidad de mujeres increíbles que se apoyan entre sí. Tenemos grupos de estudio, colaboramos en actos para recaudar fondos, incluso estamos contemplando la idea de financiar una beca. Aunque, en efecto, ahora las socias pueden tener pareja, si es que el chico o la chica se lo merecen, el sentido del club siempre ha sido, y siempre será, estar ahí las unas para las otras. El Club de los Corazones Solitarios ya ha sobrepasado mis expectativas más optimistas. Y si puede ir más allá del instituto McKinley… en fin… creo que sería impresionante.
»Bueno, eh… vamos a pasar el reglamento que hemos elaborado, aunque vuestros clubs pueden redactar el suyo propio. Y algunas otras socias van a hablar un poco del club y de las cosas que hacemos.
A toda prisa pasé el micrófono a Teresa para que ella, Kara y Jen nos reemplazaran. Una vez alejada de los focos, solté un suspiro de alivio.
Después de que las tres repasaran el reglamento y respondieran algunas preguntas, volvimos a poner la música.
Tan pronto como Kelly Clarkson sonó a todo volumen por los altavoces, noté un toque en el hombro.
—Penny Lane —mi madre se mostraba preocupada—. Tengo que hablar contigo. A solas.
—¿Qué pasa? —Miré a mi alrededor, esperando ver un incendio, o un motín, por la expresión de su cara.
—Creo que tenemos que hablar de Nate.
«Mierda».
Lo había oído todo.