Capítulo 9

EN cuanto había cerrado la puerta, Ángela se había derrumbado literalmente. Estaba sentada sobre sus pies con las bolsas de la compra esparcidas a su alrededor. Se abrazaba a sí misma con la cabeza hundida en las rodillas mientras temblaba por tratar de no llorar.

Así qué era eso, pensó. Eduardo había venido a conocer a su hijo. Le había visto muy resentido con ella. No entendía su actitud, pero así le había parecido. ¿Y si decidía quitarle la custodia para fastidiarla? Dios mío, no sería tan cruel ¿verdad? Tenía mucho dinero y con el dinero se compraban muchas cosas, entre otras, abogados. Abogados manipuladores y sin escrúpulos que no les importa separar a una madre de su hijo. El Eduardo que creyó conocer jamás le haría una cosa así, pero a este Eduardo no le conocía, no estaba segura de qué sería capaz de hacer.

─¿Qué te pasa mamá? ─Edu había corrido hasta pararse frente a su madre.

─Nada cariño. Tropecé y me hice un poco de daño en el pie. ¿Me ayudas a levantarme?

─¿Por eso llorabas, porque te duele el pie?

─Sí cariño, pero ya se me pasó. No te preocupes.

El niño cogió la mano de su madre y tiró con todas sus fuerzas para levantarla. Ángela se puso de rodillas y luego apoyó un pie y el otro hasta ponerse completamente erguida. Edu contento de haber ayudado a su madre echó a correr hasta su habitación donde seguiría con sus juegos al menos tres minutos más, pensó con una sonrisa.

─A Edu puedes engañarlo, pero a mí no ─comentó su padre claramente preocupado. Hacía mucho que no veía a su hija derrumbarse de esa forma. Y recordaba perfectamente la última vez que le pasó. Solo esperaba que lo que hubiera provocado ese estado en su hija no fuera tan grave y pudiese reponerse pronto. Había amanecido diferente, como más cansada, más triste.

─Solo ha sido un bajón papá. Ya estoy bien.

─¿Y qué ha provocado ese bajón o debería decir quién?

─A veces me pasa así, sin más. Ya lo sabes.

─No como hoy.

─Papá...

─No te he visto en este estado desde... desde... ─De pronto Paco perdió todo el color de sus mejillas─. No me digas que ha vuelto. ─Sus peores sospechas se veían confirmadas en los ojos de Ángela.

─Sí.

─¡Ese sinvergüenza se ha atrevido a volver!

─Este es un país libre, puede ir donde quiera.

─¿Y te ha pedido perdón? Porque si es así, no creo que debas perdonarle. Si te abandonó una vez, volverá a hacerlo. No es un hombre de confianza.

─No me ha pedido perdón. De hecho, no creo que quiera volver conmigo.

─ Pues mejor, de eso que te libras. ¿A qué ha venido entonces? ¿Qué te ha dicho?

─No estoy segura. Creo que quiere conocer a Edu.

─Ni pensarlo, no se lo merece. Además, no me fio de él.

─Aun así tiene derecho. Es su padre y si se empeña en verle no podré impedírselo.

─Perdió todos sus derechos el día que os abandonó. ¿Acaso te llamó alguna vez? ¿Se preocupó por si todo había salido bien? ¿Te ha mandado algo de dinero para mantener a Edu?

─No importa papá. Si me lo pide, no se lo voy a negar. Creo que Edu también tiene derecho a conocer a su padre y además... ─Ángela estuvo a punto de contarle sus miedos, que Eduardo podría querer quitarle la custodia. Pero no deseaba preocuparle más y tampoco había motivos, al menos todavía.

─Además qué.

─Nada. ─Empezó a caminar hacia la cocina─. Voy a ver qué preparo para comer.

Paco hizo un gesto de negación con la cabeza y pasó las manos por su rostro. Esta situación no le gustaba, no le gustaba nada. Su hija seguía enamorada de ese desgraciado y podía convencerla de volver con él. Porque dijera Ángela lo que dijese, estaba seguro que Eduardo trataría de envolverla de nuevo y volvería a hacerla sufrir. Estaba seguro, y esta vez un niño estaba de por medio. Si Edu derramaba una sola lágrima por culpa de su «padre», iría a por él y se las haría pagar. Nadie hace daño a su familia dos veces y sale impune.

* * *

Había dejado el coche aparcado frente al restaurante, como hizo la noche anterior. No había podido dejar de pensar en ella en todo el día. Esta mañana estaba deslumbrante. Le hacía la competencia al mismísimo sol. Con solo una mirada, Ángela había conseguido iluminar todos sus años de oscuridad. Era un poder que solamente ella tenía sobre él. Ninguna mujer había logrado jamás que sufriese esos mismos efectos.

Ahora mismo se sentía confuso. El odio y el amor se mezclaban y no sabía qué hacer. De una cosa estaba seguro, y es que tenía que hablar con ella de nuevo. No sabía exactamente qué saldría de aquella conversación. Tenía ganas de gritarle y de abrazarla a la vez, y no estaba seguro de cuál de las dos cosas haría al verla. Quizá le gritara primero y la abrazara después o viceversa.

Llevaba hora y media esperando dentro del coche cuando al fin la vio. Salía del restaurante riendo. Dios mío, su sonrisa brillaba más que las estrellas, pensó. Justo detrás de ella apareció el responsable de esa sonrisa, Fernando. Eduardo apretó los dientes y los puños. Su amigo iba detrás de ella, el muy traidor. Pues claro, ya le había comentado que le gustaba Ángela, recordó con irritación. ¿Pero es que no podía esperar a que él se fuera? No, claro que no. Fer tenía que darse prisa ahora que él estaba aquí. Un ex novio siempre era un peligro. Aunque en su caso, Fer podía quedarse tranquilo, no tenía ninguna intención de volver con ella. En cuanto se marchara tendría vía libre. Era lo menos que debía haber hecho Fer si se consideraba amigo suyo.

¡Maldito sea! ¡Le está poniendo la mano en el hombro! No tenía ningún derecho a tocarla, Ángela era su... Estuvo a punto de decir novia. Se dio cuenta de que su mente se contradecía continuamente. Seguía confuso y esa confusión lo estaba volviendo loco.

Una intensa rabia se apoderó de su cuerpo y sintió el impulso de salir del coche como una fiera y lanzarse sobre el que se suponía era su amigo. Él todavía no había decidido qué pensaba hacer respecto a Ángela. Su historia había sido demasiado importante y Fer debería respetar eso y mantenerse al margen.

No, esto no se iba a quedar así. Miró de nuevo hacia ellos. Ahora la mano de Fernando se había deslizado más hacia abajo, de forma que todo su brazo pasaba por sus hombros y la mano colgaba cerca de su pecho. Y además, la tenía más pegada a su cuerpo. Eso era la gota que colmaba el vaso. No lo iba a permitir. Fernando bien podría ser su amigo y ella su ex, pero verles juntos era superior a él. Quizá estaba siendo injusto con ambos, pero no le importaba.

Tenía ganas de romper algo, como la nariz de Fer por ejemplo.

Eduardo salió del coche de forma violenta y caminó a grandes zancadas tras ellos. Ya habían doblado la esquina así que tuvo que acelerar más el paso. Justo antes de girar la esquina se paró en seco al escuchar sus voces.

─Tengo que regresar a mi casa, estoy cansada.

─Vamos Ángela, solo una copa ─insistió Fernando de forma tan dulce que a Eduardo le dieron ganas de vomitar.

─No, de verdad. Mi padre me estará esperando despierto.

─Solo serán unos minutos más. Hay un pub aquí cerca.

─Te lo agradezco de verdad, pero estoy muy cansada.

─Te devolveré en cuanto...

Fer no pudo acabar su frase porque Eduardo no soportó más los ruegos de su supuesto amigo. Ángela le estaba dando largas y él no se daba por aludido. ¿Acaso pensaba arrastrarse?

─Vaya, qué casualidad ─interrumpió Eduardo de forma despreocupada.

─Sí, una autentica casualidad ─dijo Fer irónicamente. Estaba completamente seguro que no lo era para nada.

─Hola. ─Fue todo lo que Ángela pudo decir. La penetrante mirada de su antiguo novio le cortaba la respiración.

─Trataba de convencer a Ángela para que viniese a tomar una copa. ¿Te vienes?

─Quizá Ángela no quiere que vaya.

─Oh yo... estoy cansada y... pensaba irme a casa.

Eduardo no estaba dispuesto a dejar que se fuera a casa. Antes necesitaba hablar con ella. Sin darle opción a que se resistiese y cogiéndola de la mano tiró de Ángela.

─Fer ─llamó él─ dónde para ese pub.

─En la siguiente calle ─respondió resignado.

─Sé caminar sola ─protestó Ángela sin conseguir nada. Eduardo casi la arrastraba por la acera.

En pocos minutos, como había dicho Fernando, los tres estaban sentados dentro del pub. Estaba oscuro y la música demasiado fuerte para poder entablar una conversación decente. Habían pedido sus bebidas sin apenas dirigirse la palabra entre ellos.

Ángela miró a Eduardo. Éste estaba sentado frente a ella muy erguido en su silla y con los brazos cruzados. Clavaba su mirada en Fernando. Ella miró a Fer, que estaba a su lado y descubrió que también fulminaba a su amigo con la mirada. En ese momento Fer hizo un fuerte resoplido y Eduardo le contestó con un gruñido. Parecían dos hombres de Cromañón debatiéndose por un trozo de carne. Y tenía la sospecha que ese trozo de carne era ella. ¡Esto era el colmo! No iba a permitirlo.

─¡Qué diablos te pasa! ─le gritó a su ex novio.

Él la miró y frunció el entrecejo.

─¡No tienes ningún derecho! ─prosiguió ella.

Eduardo siguió sin decir una palabra.

─Me voy. ─Se giró hacia Fernando─. Gracias por la copa, ya nos veremos.

Dicho esto, Ángela se apresuró a coger su chaqueta, que colgaba de la silla, y salir del pub. En cuanto ella les dio la espalda, Eduardo se inclinó hacia Fer.

─¿Qué pretendes?

─Ya sabes lo que pretendo, te hablé de ello ayer.

─Pensé que ibas a esperar a que yo decidiera si...

─Si qué.

─No lo sé. ─Eduardo no tenía ni idea de qué era lo que quería, sin embargo, tenía muy claro que no quería ver a Ángela cerca de Fernando─. Pensé que esperarías a que yo me marchara.

─¿Y cuando piensas largarte?

─Todavía no lo sé.

─Así que eres como el Perro del Hortelano.

Eduardo no contestó nada a ese comentario y comenzó a levantarse.

─Mientras te aclaras ─continuó Fer─ voy a alcanzar a Ángela para acompañarla a casa. ─Ya se había dado la vuelta para ir tras ella, cuando Eduardo le puso una mano en el hombro.

─No amigo, iré yo.

Fernando volvió a sentarse con frustración y observó como Eduardo casi corría para alcanzarla. Había decidido conquistar a esa chica, pero ya no estaba seguro. Lo que había sucedido entre esos dos hacía cuatro años, todavía no había acabado. Quizá debía quitarse de en medio y dejarles aclarar sus sentimientos. O quizá debía declararse a Ángela y decirle lo que sentía por ella. Así le daría la posibilidad de elegir. No tenía por qué aguantar a un Eduardo malhumorado y grosero. Sí, haría eso. Estaba decidido, buscaría el mejor momento para hablarle de sus sentimientos y le ofrecería todo su apoyo.

Una calle más allá del pub, Eduardo la alcanzó.

─¡Espera! ─le gritó al tiempo que la cogía del brazo para detenerla.

─¡Déjame! ─Ella intentó zafarse de él.

─Solo quiero que me contestes una cosa y te dejaré en paz.

Ante esas palabras, Ángela dejó de pelear con él y le miró directamente a los ojos. Brillaban con una indignación que los hacía verse más oscuros que la misma noche. Dios mío qué bellos eran, pensó. Por momentos sintió que sus piernas no la sujetaban, sintió que caería de bruces sobre la acera si no se sujetaba a él. Haciendo un gran esfuerzo, enderezó su cuerpo y trató de no tocarle.

─Está bien, adelante. ¿Qué quieres saber?

─¿Estás enamorada de él?

─¿Qué? ─No estaba segura qué pregunta iba a formularle, pero la que menos había esperado era esa.

─¿Qué si estás enamorada de Fernando? Creo que mi pregunta es clara.

─Y a ti qué te importa.

─Fer es uno de mis mejores amigos. Si vas a hacerle lo que me hiciste a mí, me gustaría advertirle.

─Yo no te hice nada. Fuiste tú.

Eduardo ignoró esa acusación.

─Todavía no me has contestado.

─Es un buen amigo y un buen hombre. Mucho mejor que tú.

─Sigues sin contestarme.

─No tengo por qué darte explicaciones. ─Ya no soportó más aquella humillación y dándose la vuelta siguió su camino rápidamente.

Eduardo no pensaba dejarla marchar así y fue tras ella para seguir importunándola.

─No creo que debas meterte con mi amigo.

Ella no contestó y siguió caminando.

─Es muy confiado e ingenuo y no quiero que te aproveches de él.

Ángela respiró hondo y trató de contener el nudo que se le estaba formando en la garganta.

─No permitiré que le hagas daño ─prosiguió con su acoso.

Permanecieron en silencio hasta llegar a su casa donde Eduardo concluyó con truculencia en su empeño por molestarla.

─No eres buena mujer para Fernando, no te lo mereces.

Ángela no pudo contener sus lágrimas que cayeron por sus mejillas y casi se cristalizaban por el frío de la noche. ¿Qué pretendía Eduardo? ¿Por qué quería hacerle daño? Ella se había mostrado amable con él desde que apareció. No había hecho nada más que darle su amor. No entendía su conducta cruel. Él no era así. ¿Por qué había cambiado tanto? ¿Por qué la emprendía contra ella?

Antes de que alcanzase la puerta, Eduardo la tomó nuevamente del brazo y la giró para mirarla de frente. Fue entonces que vio sus mejillas húmedas y sus ojos enrojecidos.

─¿Qué quieres de mí? ─preguntó sollozando.

Eduardo no pudo contestar. Se la veía destrozada de dolor. No había esperado que ella reaccionara de ese modo y no había esperado que a él le afectara tanto. Era consciente de que había sido el causante de ese dolor. La había provocado hasta dejarla en ese estado. Se lo merecía, se dijo a sí mismo. Pero rápidamente desechó ese pensamiento. Lo que pasó, pasó. Ya nada podía cambiarlo y quizá ella estaba arrepentida. Quizá él también tuvo su parte de culpa al dejarla sola unos días. Ángela ya le había dicho que estaba asustada. No debió marcharse.

─No lo sé mi chiquita. Yo...

Al escuchar el apelativo cariñoso con el que Eduardo la llamaba cuando eran más jóvenes, cuando creían que todo sería posible, Ángela lloró más fuerte. En ese momento su destrozado corazón comenzó a latir fuertemente en el interior de su pecho. Eduardo la abrazó impulsivamente y ella se quedó inerte en sus brazos. Le permitió que la consolara. Humedeció su camisa con sus lágrimas.

─No llores por favor. Todo se arreglará mi chiquita, no sé cómo pero...

Eduardo no pudo acabar la frase porque Paco salió precipitadamente de la casa y arrancó a Ángela de sus brazos.

─Entra en casa ─ordenó.

Ella se tapó la cara con las manos y corrió al interior de su hogar.

Eduardo consiguió dominar sus propias lágrimas. Y su espíritu quebrado pronto fue remplazado por uno furioso. Se irguió en toda su estatura y le plantó cara a Paco. Éste se cruzó de brazos, alzó el mentón y no se dejó intimidar aunque Eduardo fuera al menos quince centímetros más alto, más joven y más fuerte.

─¿No le has hecho ya suficiente daño a mi hija? Tú y esa bruja de tu madre...

─Tenga cuidado con lo que dice.

─Tu madre es una bruja y tú un sinvergüenza.

─Y me lo dice usted, un hombre que no sabe lo que son los escrúpulos. Un hombre sin moral que ayuda a su hija a matar niños.

Aquella acusación dejó perplejo a Paco. Abrió la boca para contestar, pero no supo qué decir. ¿Qué estaba pasando aquí? ¿Qué estaba queriendo decir?

─Veo que se quedó sin palabras para defenderse. Tanto su hija como usted son unos asesinos. Yo podría estar ahora mismo disfrutando de ese niño, ¡pero me lo arrebatasteis! ─Esto último lo dijo cargado de ira. Una ira que lo había carcomido durante años impidiéndole la felicidad.

─¿De qué diablos estás hablando? ─Paco sintió que se había perdido en mitad de la discusión.

─No se haga el despistado. Sabe perfectamente de lo que hablo. De hace cuatro años, de lo que pasó cuando me fui a Madrid.

─¿Qué fue lo que pasó según tú? Porque que yo recuerde, no estabas aquí. ─Un extraño nudo se le estaba formando en el estómago y no estaba seguro de lo que escucharía de boca de Eduardo. Un mal presentimiento anidó en su corazón.

─Me fui a Madrid a buscar una casa para Ángela y para mí. Para criar a nuestro hijo juntos. Pero cuando regresé... cuando regresé... ─Apenas podía contar esa parte de la historia, solo con recordarla se le destrozaba el alma de nuevo─. Te la habías llevado a una clínica para que se deshiciese... del bebé.

A Paco casi le da un síncope al escuchar aquella monstruosa acusación.

─¿Dios mío, de dónde sacas eso? ─Ahora el mal presentimiento que había sentido cuando Eduardo le llamó asesinó, se hizo realidad. Alguien había intrigado contra Ángela y su novio. Alguien le contó a ese muchacho una horrible mentira.

─Mi madre... me lo contó todo.

─Tu madre. ─Paco soltó una amarga carcajada─. Tu madre le ofreció dinero para que mi hija perdiera a ese niño, sin embargo ella rehusó.

─No me vas a convencer que Ángela ahora es una santa. Ese bebé... yo lo quería y ella lo mató ─espetó al borde del llanto.

Paco se dio cuenta de que Eduardo no entraba en razones. Es más, pensaba que su hijo estaba muerto, que Ángela abortó voluntariamente. Esa bruja de su madre debió convencerlo de alguna manera. Debió suponer algo así cuando Ángela le aseguró que Eduardo nunca la abandonaría. Estaba tan convencida. Tan segura de su amor. Ahora se arrepentía de no haber seguido buscando a Eduardo. De haber desistido.

Llenándose los pulmones de aire, Paco agarró a Eduardo por los hombros.

─Eduardo...

─No la defienda más, ella...

Paco lo sacudió con fuerza para que se callara y le permitiera hablar. Era preciso contarle todo.

─Eduardo escucha. Ángela nunca abortó a ese bebé. De hecho el niño cumplirá cuatro años la próxima primavera.