4. Ponme a prueba

 

Valentine

– ¡Te digo que vengas! - me repite mi madre, riendo de mi actitud dudosa.

– ¡Si me llevas a un estudio de cambio de imagen o una de esas estupideces, mejor ni lo intentes!

– No había pensado en eso - ríe divertida. - Pero la idea no es tan mala, ahora que lo dices...

– Olvida esa idea de inmediato - gruño siguiéndola a través de una enésima puerta. - Jamás me pondré extensiones ni tintes, ¡No me gustan las sustancias que dan comezón y mi cabello se quedará eternamente corto!

Florence pone los ojos en blanco y estrecha con un poco más de firmeza mi mano. Últimamente, ella ha logrado recuperarse un poco. Y aun cuando ver su sonrisa me hace mucho bien, no me fío mucho de sus intenciones. Cuando se tiene la maravillosa idea de despertarme un sábado por la madrugada para arrastrarme a un cobertizo miserable, no puedo tener mucha confianza. Ni amabilidad (tengo que admitirlo).

– ¿Dónde está Nils cuando realmente lo necesito? - suspiro.

– Aquí estoy. No se preocupe, señorita Cox.

Me volteo y miro a Bob, mi nueva sombra. Alto. Moreno. Fuerte. Tan educado y cortés que se vuelve molesto. Lo encontré en mi entrada esta mañana, derecho como un soldado y con los ojos clavados en la puerta. Sin jamás dejar de vigilar el perímetro, como si estuviéramos en zona de guerra, me explicó que estaba remplazando a su jefe, el « Sr. Eriksen », por algunas horas. Y fui a beber mi café refunfuñando sobre mi madre.

Esa misma persona (supuestamente frágil) que me destroza el puño para que acelere y me hace tropezar en el pasillo mal iluminado.

– Valentine, ¡¿estás bien?! - se preocupa de repente mi verdugo salvándome de la caída.

– ¿Algún problema, señorita Cox? ¿Necesita que la lleve?

– Es Laine-Cox - refunfuño contra el pobre bodyguard. ¿Y por llevarme se refiere en una grúa?!

– Hmm, - vacila con miedo de responderme. Llevarla... ¿hasta su destino?

¡Nils, regresa!

El único crimen del pobre Bob fue no ser mi bello noruego con cabellos de oro. Con ojos seductores. Y un ingenio sagaz.

Esta extraña persecución se termina por fin cuando mi madre abre una última puerta y descubro una inmensa pieza iluminada por grandes ventanales, cuyo suelo está cubierto por finos colchones multicolores como los que se utilizan en un gimnasio. En el centro de todo ese circo: mi Vikingo, con los brazos cruzados sobre el torso, vestido de negro de los pies a la cabeza (con pantalones deportivos amplios y camiseta más bien ceñida). Él me dirige una rápida sonrisa y se voltea hacia su remplazo:

– El interior del edificio está asegurado, puedes ir a cuidar la entrada, Bob.

– OK, jefe.

Aunque no haya sido lo más amable con mi nuevo amigo, le hago una señal con la mano para agradecerle y lo miro alejarse (tan derecho y alerta como siempre, listo para atacar).

– Mamá, ¿qué estamos haciendo aquí?

– Es la tercera vez que vengo aquí esta semana, con Nils. Hasta ahora, hemos logrado que fuera durante tus reuniones - sonríe quitándose las sandalias de tacón.

– Eso no explica mucho...

– Auto defensa - resuena de pronto la voz grave de mi guardaespaldas.

Me volteo hacia él y lo observo, incrédula. Se ve como un salvaje, vestido así, pero su voz y su seguridad son más bien como las de los tipos que detienen a los malos y siempre salvan el mundo.

– Florence quería aprender. Me pareció muy pertinente - agrega él.

Mis ojos se pierden en los músculos de sus brazos, suben por un instante para clavarse en su mirada gris (intensa, decidida, brillante) y luego regresan a mi madre.

– Creo que a ti también te sería útil... - dice poniéndose los tenis.

– ¿Por qué aquí? ¿Y por qué todos esos secretos?

– Porque es a menos de dos kilómetros de la torre Cox - responde Nils. Si hubiera tenido que intervenir de urgencia, habría podido. Tu seguridad sigue siendo mi prioridad.

Y mi estúpido corazón acelerándose en cuanto toma la palabra.

– ¡Y yo mantuve el secreto para sorprenderte! - chilla mi madre quitándose el jersey que esconde una camiseta al rojo vivo sobre la cual está escrito « Never Again ».

« Nunca más. »

– Nunca más un hombre me pondrá una mano encima. Ni a mi hija - afirma comenzando a saltar sobre la punta de los pies.

Con ese atuendo, llena de esa vitalidad y de ese entusiasmo, mi madre parece fácilmente diez años más joven. Y me dejo seducir por esa Florence que me lanza un par de tenis (con dibujos de cerezas) de forma autoritaria, como si no me fuera a dejar decidir si me los pongo o no. Mientras que Nils le muestra los primeros calentamientos, me pongo los famosos zapatos (más femeninos no podían ser) y me aparto un poco para poder observarlos. Su graciosa danza dura unos diez minutos, luego comienzan con los movimientos que mi madre parece dominar ya. Bueno, a medias por lo menos.

– ¿Cuál es su objetivo? - la interroga el Vikingo esquivando una patada mal colocada.

– ¡Desarrollar mis reflejos! - responde Million Dollar Mummy jugando con los puños.

– ¿Y? - sonríe la bestia frente a ella.

– Y dominar la serie de movimientos para reproducirlos en caso de agresión.

– Perfecto. Entonces hagámoslo...

Frente a mis ojos impresionados, mi madre aprende a esquivar el ataque de un asaltante, a mantener la distancia, a liberarse si la aprisionan, a ser más fuerte. Ella encadena las técnicas de llaves de brazo, de extracción, de codazos y de rodillazos; y a menudo lo logra, a pesar del tamaño y la experiencia de su adversario. No sé qué tanto es que ella sea talentosa y qué tanto que la deja ganar. Es algo tonto, pero ver esta escena me conmueve. Nils tiene una paciencia increíble con ella, es preciso, rápido y siempre mantiene un perfecto autocontrol. Su inmenso cuerpo se mueve, con toda la sutileza, alrededor de la frágil silueta de Florence. Sin llegar a subestimarla, le demuestra mucha dulzura. Y después de una nueva serie exitosa, mi madre salta en todos los sentidos apretando los puños, como un saltamontes feminista bajo el ácido.

Río a carcajadas, luego pasan a la técnica siguiente y el altercado con Pascal me viene a la mente. Si Nils no hubiera estado allí, mi madre hubiera tenido nuevamente un ojo morado. Y yo más noches sin poder dormir. Él nos evitó eso a ambas, sin jamás perder el control de sí mismo. Sigo a nuestro ángel guardián con la mirada. Analizo su cuerpo en movimiento, como hipnotizada por sus curvas, sus líneas. No es realmente violento, sólo fuerte. Sus intervenciones jamás son gratuitas, maliciosas, brutales. Sus músculos solo le sirven para proteger. Y darme cuenta de esto solo me hace perder un poco más la cabeza por él…

– ¿Entonces, princesa? - me asusta su voz que me transporta. ¿Disfrutamos de la vida mientras que los demás trabajan?

Él parece fresco como si nada, mientras que mi madre está sin aliento, escarlata, doblada en dos, con las manos puestas sobre los muslos buscando un poco de aire.

– Necesito tomar agua... Tiempo fuera... Ya no tengo veinte años... - intenta articular yendo a sentarse pesadamente cerca de su bolso.

– Sólo quedamos nosotros dos, Señorita Cox... - sonríe el gigante.

– Laine-Cox - lo corrijo.

– Demasiado fácil...

Ignoro sus burlas y me estiro en algunos segundos, solo lo básico. Lista para jugar a los codazos, me acerco al fin a He-Man.

– Más - dice, con el rostro impasible.

– ¿Más qué?

– Calienta más.

– No, ya estoy lista.

– Las lesiones no forman parte de la orden del día - insiste en voz baja. A menos que se trate de dar palmadas en una parte más abombada... Eso sí que me interesaría. Cuando quieras.

Su sonrisa se estira, sus ojos golosos se fijan en mis nalgas (marcadas en unos leggings negros), y de inmediato mis muslos se despiertan. Le echo un vistazo a mi madre, quien vacía su botella de agua sin prestarle atención a nada y, con toda la seguridad del mundo, le saco la lengua a mi bodyguard. Caliento un poco más frente a sus ojos, comenzando por la nuca para descender hasta las rodillas (ondulando un poco exageradamente).

– Tobillos - me regaña Nils cuando creo haber terminado ya.

– ¿Perdiste la capacidad de formular frases enteras?

– Tobillos.

Suspiro pero lo hago. Le doy vuelta a mis tobillos en un sentido, luego en el otro, hasta que dos inmensas manos se apoderan bruscamente de mi cintura y me voltean. Ni siquiera tengo tiempo de gritar. En menos de un segundo, me encuentro recostada sobre el piso, bajo el pesado cuerpo del titán.

– Ouch… Creo que ya entendí el mensaje.

– Un ataque nunca avisa, Valentine - murmura. - Son tus reflejos los que harán toda la diferencia...

La espalda me arde. Aunque tal vez sólo sea de deseo. Sus labios están a menos de un centímetro de los míos y su perfume se me sube a la cabeza ya. La tensión entre nosotros es... aplastante.

– Enséñame - le pido de repente.

Él levanta una ceja y luego gruñe en voz baja:

– ¿Serás capaz de escucharme?

– Sí.

– ¿De seguir mis reglas?

– Sí.

– ¿De no renunciar?

– Sí.

– ¿De dar todo de ti?

– Sí.

– Nunca me habías dicho tantos « sí », princesa - sonríe el coloso, orgulloso de sí.

– ¿Seguimos hablando de autodefensa? - le susurro al oído.

Un escalofrío lo recorre, puedo ver sus finos vellos rubios erizándose en su cuello. Luego su mirada me atraviesa. Nuestros ojos se encuentran nuevamente imbricados y soy incapaz de salir de esta repentina fusión tan inesperada. Su gris me hipnotiza. Mi boca está seca. Quisiera que me besara...

– Hmm… me asusta mi madre. Lamento interrumpir pero ya es tarde y me están esperando para desayunar...

Su mirada estupefacta pasa del cuerpo de Nils al mío (situado justo abajo) y luego me interroga. Mientras hago un gesto para levantarme, el Vikingo se levanta con una comodidad desconcertante.

– Nos vamos en cinco minutos - declara calmadamente después de hacerse tronar el cuello.

Luego se aleja para ir por sus cosas. Creo que la sesión de entrenamiento se acaba de terminar un poco antes de lo previsto.

– Tranquila, tus pequeños secretos te pertenecen - sonríe mi madre ofreciéndome una mano para ayudarme a levantar. Pero aquí estaré cuando quieras hablar de ello...

Le doy un beso en la mejilla y me quito sus tenis abigarrados.

– Quédatelos, querida. Creo que los vas a seguir necesitando...

***

 

En solo cuatro días, Nils y yo retomamos las clases tres veces. Y si bien la tensión sexual ha aumentado un poco más con cada entrenamiento, mis músculos, por su parte, no parecen apreciar este crescendo. Con cada paso, mis pantorrillas de cartón me hacen sufrir. Al darle un archivo a mi vecina de la derecha, siento como si se me estuviera desgarrando algo. En cuanto a mis nalgas, basta con mirar dos frutas en una licuadora para imaginar su estado.

– ¿Estos sillones siempre estuvieron tan duros? - pienso en voz alta, mientras que Darren se dispone a darle la palabra a Lana.

– ¿Podemos comenzar con la reunión o quieres que te traiga una mecedora? - me manda al diablo secamente el director general. ¿O un sillón de masaje?

– Bueno, ¿puedo comenzar? - se impacienta su mujer de la vida galante.

Darren nos fusila a amabas con la mirada antes de asentir. Me guardo para mí todas las groserías que se me vienen a la mente y luego deslizo mi chaleco bajo mis nalgas. Media hora más tarde, ya no puedo sentirlos, mis músculos están inflamados y el sueño me acecha peligrosamente. Una vibración me sacude, saco mi teléfono y vuelvo a sonreír. La ventaja de tener una mejor amiga adicta a los mensajes de texto, es que la vida se vuelve mucho más divertida, incluso en medio de una reunión de lo más soporífera.

[¿Cuándo me vendrás a ver a NY?]

[Cuando mis músculos estén relajados... Digamos en ocho meses.]

[OK, ya me picaste la curiosidad. Soy toda oídos.]

[Tiene que ver con cierto Vikingo...]

[¡Detalles!]

[Le encanta ponerme las manos encima... Por todas partes... Sobre todo donde me duele...]

[¿Su relación se está volviendo masoquista? No estoy segura de querer escuchar lo que sigue...]

Río imaginándola haciendo muecas y escribo mi respuesta bajo la mesa, con la mayor discreción posible.

[Santurrona…]

[Valentine, esto es grave. Ya no te reconozco.]

Me contengo de reír y escribo sin esperar ni un segundo:

[Nada que ver con el masoquismo. ¡Clases de autodefensa! ¡Me duele todo!]

[Mi nivel de interés acaba de descender dramáticamente. Está a punto de llegar a cero.]

[Dos palabras: promiscuidad y sudor.]

[OK. ¡Acaba de volver a subir!]

[Creo que ya es hora de que actives de nuevo tu vida sexual, querida.]

[No, es demasiado caro. Estoy viviendo de mi tarjeta de crédito.]

[Encuéntrate un banquero.]

[Sí. Imagino que todos los bodyguards ya están tomados... Suspiro.]

[Que una horda de ninfómanas intente acercarse al mío para ver... ¡Ya domino la técnica del puñetazo!]

[¿Al « tuyo »?]

[Sí, bueno, ya sabes lo que quiero decir...]

[No realmente. Dime más para ver...]

[¡Estoy entrando a un túnel! ¡Adiós!]

Guardo mi iPhone en mi bolso y logro permanecer despierta durante el resto de la reunión. En cuanto a concentrarme, esa es otra historia. Lana es muy trabajadora, su presentación es sin duda irreprochable, pero estoy en otro planeta. Con alguien más. Las imágenes de sus manos sobre mi piel me vienen a la mente. Su aliento cálido sobre mi cuello. Su mirada de ángel bajo su apariencia de bad boy. Sus labios carnosos pronunciando palabras que no comprendo. Me duele todo el cuerpo. Solo tengo unas ganas furiosas de regresar a todo eso. Incluso a más que solo eso.

Cuando llega la hora del desayuno, la pecera se queda sin todos sus peces, excepto por el gran tiburón blanco y su hija.

– Tu teléfono parecía interesarte más que los nuevos presupuestos, Valentine.

– « Siempre capaz de hacer varias cosas a la vez »: fuiste tú quien me lo enseñaste, Darren.

Alzo los hombros y él me mira, a la vez irritado e indiferente. Como siempre, nuestras conversaciones están llenas de una especie de agresividad contenida, disfrazada, silenciosa. A pesar de todos mis esfuerzos, tengo bastante miedo de no llegar jamás a amar a este hombre. Y creo que es algo recíproco.

– ¿Imagino que tu madre está aquí por ti? - pregunta de pronto, mirando por la ventana detrás de mí.

Con un pequeño vestido de flores, lentes de sol y piernas interminables, ella me hace señas al otro lado. A dos pasos de ella, Nils. Con pantalón de mezclilla y camisa beige. Mis ojos no se cansan de verlo, mi corazón se enloquece. Les hago una señal de que voy para allá, Darren suspira y se levanta de su asiento.

– Ten cuidado con quién te involucras, hija... - murmura él pasando a mí lado.

– ¿Perdón? - pregunto, impactada por su arrogancia. ¿Puedes repetir eso?

– Eriksen se siente demasiado cómodo con esta familia, me parece que te cuida las espaldas demasiado de cerca. No olvides quién es él. Tu empleado. Tu perro guardián. Lo único que se le pide, es que reciba los golpes en tu lugar. Una bala si es necesario. Punto final.

– Te recuerdo que lo contrataste. lo metiste en nuestras vidas. En la mía.

– Por tu seguridad. No para que se aprovechara de tu inexperiencia y tu ingenuidad.

Ganas. De. Gritar.

– No se oye tan mal « Valentine Eriksen » - sonrío falsamente. - ¿No crees?

– No juegues con fuego - gruñe mi progenitor.

– Uno: te estás inventando cosas. Dos: puede ser que controles mi vida profesional, pero nada más - silbo desafiándolo con la mirada. - No te recomendaría meterte con mi vida privada, Darren.

– Que Eriksen se quede en su lugar - insiste abriendo secamente la puerta. - No lo repetiré.

¿No querrás una pequeña demostración de Krav- Maga justo ahora?

No tengo tiempo de derrumbarlo sobre la moqueta inmaculada de la sala de reuniones. Apenas si pone un pie afuera de la pecera antes que mi madre se lance sobre él para darle un beso digno de las más grandes películas de Hollywood. Y para mi gran sorpresa, a Darren no parece disgustarle. Su encuentro dura varios segundos, durante los cuales Nils y yo intercambiamos miradas... incómodas. Finalmente, el beso llega a su fin y Florence lo suelta, mirando a su alrededor:

– ¿Lana no está por aquí? ¡Lástima! Querida, ¿vamos a desayunar?

Su risa franca y contagiosa me contamina y la sigo, pasando frente a mi padre, justificadamente asombrado por esta invasión femenina.

– Lo sabía - me susurra mi madre. - La pasión sigue estando allí…

Hmm. Ligeras náuseas.

En el ascensor, mientras que Florence se pone bella frente al espejo (hay que decir que su labial ya está muy gastado...), Nils y yo nos lanzamos en un juego de miradas que dice bastante.

La mía: Esa camiseta pegada es un insulto a la moral...

La suya: Deja mi camiseta. ¿Recuerdas esa parte abultada de la que te hablé?

La mía: ¿Sí...?

La suya: Cada vez tengo más ganas de darle una palmada...

***

 

Ignoro si se imagina algo, pero Florence no se enoja cuando aplazo esa comida (un dolor de estómago abrupto y de origen desconocido...). Le sonrío tímidamente mientras que ella sube al ascensor para ir a ver a Darren a su oficina. Nils se prepara para llevarme a casa. Solo que una vez en el tanque, le doy otro destino distinto:

– ¡Nos dirigimos al hangar, coach!

El Vikingo sonríe con todos sus dientes blancos y pisa el acelerador a fondo hasta llegar frente a nuestra sala de entrenamiento. Casi corriendo, atravesamos los largos pasillos mal iluminados y entramos al fin en nuestra pieza secreta. Aparte de nuestras respiraciones entrecortadas, el silencio es total. No hay ni un alma alrededor. Solo él y yo. Y esa camiseta demasiado cerca de su cuerpo...

– Tenemos un problema - murmuro comiéndome a mi entrenador con la mirada. No tenemos nuestra ropa de ejercicio...

– Tenías todo bien calculado - me dice entrecerrando los ojos.

Esa voz ronca. Esa mirada transparente. Ese cuerpo magistral. En él todo es vivo, intenso, viril. Y todo me llama.

– Esa camiseta debe desaparecer - le digo nerviosamente.

– No estoy seguro de que hayas entendido bien - me dice acercándose amenazante. Yo soy tu coach. Me debes obediencia y sumisión...

Finalmente, Aïna tenía razón: el sadomasoquismo no puede estar muy lejos.

– Entonces pruébame - lo desafío con una mirada.

– No me lo tienes que decir dos veces - gruñe aplacándome súbitamente contra sí.

Sus labios chocan contra los míos, yo gimo y él gruñe. Nuestro beso es de un poder tal, que me da mareo. Luego sus manos me levantan y sus piernas nos llevan hasta la pared más cercana. Nils me aplasta brutalmente contra la superficie fría arrancándome un grito y lo beso apasionadamente. Llevo una eternidad soñando con este encuentro salvaje, animal.

Todo mi cuerpo tiembla cuando una de sus manos sube por mi muslo. Se sobresalta cuando esta desabrocha secamente mi botón. Y suspira cuando desaparece bajo mi pantalón.

– ¿Así es como me enseñas a defenderme? - me estremezco mientras que su palma suave y traviesa se coloca sobre mi intimidad.

– Mierda... - resopla contra mi oído. ¿No traes bragas, princesa? ¿Quieres matarme?

– Eso parece más bien gustarte, ¿no?

Mi sonrisa burlona se borra tan rápido como apareció. Tiemblo intensamente cuando su pulgar roza mi clítoris. Mientras me toca, Nils me besa de nuevo, acariciando sensualmente mi lengua con la suya. A menudo sus besos tienen cierta urgencia, pero no esta vez. Con una mano en mi pantalón y otra en mi cabello, el Vikingo se toma su tiempo. Me degusta, me saborea. Mi piel es tan receptiva a esta languidez que arde instantáneamente. Gimo entre sus labios, él se enardece y hunde un dedo en mí.

– Hmmm… Adoro la defensa personal - murmuro con una voz ronca.

– No es sólo técnica, también es feeling - me recuerda mi coach mordiéndose el labio.

Su dedo... Sigue en mí... Quiere volverme loca.

– Muéstrame - gimo. Creo que no lo recuerdo todo bien.

– Y sin embargo, lo haces bastante bien - sonríe insolentemente el coloso pellizcando mi clítoris.

Una descarga eléctrica me recorre, de los pies a la cabeza. Suelto un grito, me hundo en su rostro y le muerdo la boca.

– ¡Eso fue trampa! - gruño mientras él me obliga a retroceder.

– ¿Quién dijo que seguía las reglas? ¿Creíste que era inocente y bueno?

Con la mano todavía entre mis muslos, se pasa la lengua por el lugar donde lo mordí y muero de ganas por volver a hacerlo.

– Olvidaba que no eres más que un bárbaro - lo provoco.

Nils entrecierra los ojos e inclina la cabeza hacia mí. Su aroma viril y a madera me invade y los escalofríos vuelven a comenzar.

– Durante los próximos sesenta minutos, ya nada está prohibido - me susurra al oído penetrándome con un segundo dedo. - Ahora cállate si no quieres que me detenga...

Ni una palabra inteligible más sale de mi boca. Aplacada contra la pared fría del hangar que hasta ahora nos servía de sala de entrenamiento, me arqueo para ofrecerme más a sus caricias. Mis gruñidos resuenan en toda la pieza, Nils despierta todas las células de mi cuerpo, una tras otra. Su insolencia, su brusquedad, su suavidad, el bulto que siento crecer entre sus piernas: todo en él me excita. Siento el placer aumentando, clavo mis uñas en sus musculosos hombros para no perder el equilibrio. Intento arrancarle la camisa, subirla sobre su torso pero no logro nada, el Vikingo no coopera.

Entonces me conformo con deslizar mis manos bajo la tela y rozar sus abdominales con la punta de mis dedos. Su piel es suave, al contrario de mis caricias que son cada vez más intensas. Jadeo, con el sexo en llamas y él suelta algunas groserías comentando lo mojada que estoy.

Es tu culpa, Vikingo.

Nuestras bocas podrían tocarse por lo cercanas que están, nuestros alientos se mezclan, pero Nils no me besa. No intento nada, demasiado ofuscada por el embriagante calor que crece en mí. La escena pasa como en cámara lenta en mi mente por lo bien que se siente, pero mi corazón late a mil por hora. Me aferro con todas mis fuerzas a su cuerpo y me froto contra él.

– El placer te vuelve... animal - le resoplo a mi amante. No me esperaba eso.

– Aun no has visto nada, Nils... - respondo perdiéndome en su mirada chispeante.

Por un instante, su seguridad vacila. Pagaría lo que fuera por ver las imágenes que pasan por su mente, adivinar los sentimientos que le inundan. Pero un guerrero vikingo no se deja descifrar tan fácil. Cuando sus dedos encuentran de nuevo su camino y un largo gemido se escapa de mi garganta, su pasión renace. Bruscamente, su mano libre rodea mi cuello, sus dedos rozan la línea de mi mandíbula y luego acarician mi boca.

Más sensual no se puede.

– Pocas personas me intrigan, Valentine - suelta su voz ronca, casi como una confesión. - Pero tú...

– ¿Yo?

– Tu cuerpo... Es como si hubiera estado hecho para mí. Para que lo toque. Que lo posea.

– Nadie sabe volverme loca como tú - gimo cuando su mano vuelve a salir de mi pantalón.

Sus gestos son vivos, precisos, casi militares. Su pantalón, sus bóxers y sus zapatos siguen el movimiento inverso para desaparecer, frente a mis ojos fascinados. Devoro con la mirada su sexo erguido, imaginándolo ya en mí. Luego sus grandes manos atacan mi camisa, mi sostén color carne, con una destreza que me perturba.

– A veces me pregunto a cuántas mujeres has desvestido para ser tan eficaz - comento con ironía.

– Es un don innato... - gruñe el Neandertal apoderándose de mis senos.

– ¿Y mi pantalón? ¿Qué le piensas hacer?

– Le tengo cariño...

Nils pone sus manos en mi cintura y luego las desliza bajo la tela negra. Mientras que lo beso con ardor, él masajea mis nalgas produciendo toda especie de sonidos bestiales.

– Maldito trasero perfecto... - gruñe mientras me sigue manoseando.

Esta vez, soy yo quien lo empuja contra la pared. Me las arreglo para deshacerme de mi pantalón y de mis tacones lo más rápido posible. Nils sonríe mirándome hacerlo. Pasa la mano por mi cabello despeinado, observando mi cuerpo con insistencia.

Este hombre haría sonrojar hasta a la más impúdica de todas...

Me acerco lentamente a él, deseando grabar en mi memoria esta imagen suntuosa. Las líneas, las curvas de su cuerpo. Su torso musculoso, volteado hacia mí, que se infla un poco más con cada respiración. Esa mirada tensa, concentrada, siempre alerta. El color transparente de sus pupilas, tan fascinantes. Y ese sexo orgullosamente erguido, listo para usarse.

Sin pensarlo, caigo de rodillas. Sin darle tiempo de pensar, lo tomo con mi boca. Sin pronunciar una sola palabra, él exhala, se tensa. Su rostro con belleza bruta me parece aturdido, casi pasmado, no esperaba eso de mi parte. Succiono lentamente la extremidad hinchada de su glande y lo hago estremecer. Rodeo su erección con mi mano y le imprimo un ligero vaivén. Un grito sordo se escapa de su garganta.

– Valentine… - murmura. Tu boca... Tu lengua... Es...

Manteniéndolo entre mis labios, levanto los ojos y me clavo en su mirada. Es tan apuesto que creo que voy a morir. De él emana esa increíble mezcla de acero glacial y de lava ardiente. La fuerza, la animalidad que se desprenden de todo su ser me hacen gemir por mi parte. Me enardezco, voy más lejos, más fuerte, a pesar de su imponente tamaño. Lo introduzco hasta el fondo de mi garganta, él desliza sus dedos en mi cabello y los jala suavemente. Gruñe y yo acelero. Su placer me excita tanto que siento mi propio sexo palpitar.

Mi cabeza va y viene al ritmo de su deseo, mi mano se agita a lo largo de su sexo. Nils hace algunos movimientos sensuales con la pelvis, pero adivino que no se atreve a soltarse totalmente, a tomar el control, como lo haría tal vez con cualquier otra. Aprecio eso en él: que no siempre crea que tiene todo ganado. Y que domarme le importa más que poseerme.

Paso mi lengua por todas partes, inclino mi cabeza para descubrirlo mejor. Su virilidad se endurece más, se infla, se estira. Las rodillas me arden pero no les pongo mucha atención: me aferro a sus muslos de cemento y me esmero en darle todo el placer del que sea capaz. Él me mira de nuevo, sus pupilas azul cielo se han ennegrecido repentinamente con el deseo. Sin dejar jamás de acariciarlo y cosquillearlo con la punta de la lengua, lo provoco con la mirada. Sólo porque es demasiado tentador.

– Te diviertes, ¿verdad? - silba entre dos respiraciones caóticas.

– No tienes ni idea. La vista es tan bella desde aquí abajo...

– Tampoco será mala desde atrás - gruñe de repente levantándome del piso.

No tengo el gusto de ver sus músculos marcándose bajo su piel. Nils me pone de pie y me voltea en menos tiempo de lo que puedo decirlo. Pegado a mí, a mis espaldas, siento su sexo impaciente golpear contra mi entrepierna. Sus manos se pasean sobre mi piel, para probar su temperatura. Me estremezco cuando toma mis senos. Gimo cuando toca mi clítoris. Suelto un grito cuando clava un dedo en mí para verificar que esté... lista.

Y lo estoy. Como nunca.

Cuando me penetra, colocado detrás de mí, el Vikingo se muestra brusco e impaciente. Exactamente como quiero. No se pone preservativo. Exactamente como lo deseo. Como lo decidimos. La quemazón de su sexo me arranca un grito ahogado, no se detiene. Sus gestos son directos, desprovistos de toda delicadeza. Y eso me gusta infinitamente. Me arqueo, separo un poco más las piernas para recibirlo profundamente, él rodea mi vientre con su brazo y luego desciende hacia mi clítoris para estimularlo con la mano derecha.

Me. Estoy. Volviendo. Loca.

– ¡Sí, Nils! ¡Tómame! - grito, escuchando el eco de mi voz en el hangar.

Ya no siento nada que no sea su virilidad colmándome. Aplaco las manos contra la pared, para mantener el equilibrio. Sus puñaladas se encadenan con una determinación salvaje. Detrás de mí, el bárbaro acaba conmigo. Gruñe, suspira, me mordisquea el hombro, me jala el cabello, me da una nalgada. Está por todas partes, sobre mi piel, en mi piel, incrustado en lo más profundo. Gimo, le pido más, inundada por un deseo por él como jamás había sentido.

– Princesa rebelde... - repite varias veces a mi oído.

El golpeteo rítmico de su piel contra la mía y su embriagante letanía atizan más mi excitación. Mi feminidad se contrae, se aprieta alrededor de él. De pronto, tomo sus manos y las pongo sobre mis senos. Él me penetra un poco más fuerte pellizcando mis pezones, pierdo la cabeza. Ondulo contra él, me agito, marco mi propio ritmo moviendo las caderas y él aplaca sus manos sobre mis nalgas para obligarme a esperar.

Es el Vikingo quien manda.

Algunos suspiros más tarde, el momento ha llegado. Jadeante, deslizo mi mano entre mis muslos mientras que él me sigue llenando. Las sensaciones me invaden por todas partes, me sumergen, sin jamás dejarme recobrar el aliento ni la calma. Mis músculos se tensan, sus gruñidos viriles me impulsan al infinito. La ola me sumerge con todo su poder, el orgasmo me lleva. Este es de una intensidad casi irreal, me cuesta trabajo permanecer de pie. Me aferro al muro y no intento contener mis gritos. Nils me toma las caderas con suavidad, esta vez, y me da una última puñalada. Lo siento temblar en mi espalda, luego sus labios se pierden en mi nuca, sus manos me rodean, me aprietan, me llenan de escalofríos. Me doy cuenta de que durante este encuentro éramos libres.

Y que todo está prohibido de nuevo...