CAPÍTULO 14

Y PARÍS NO ERA UNA FIESTA

La Antología de la poesía mexicana moderna aparece en mayo de 1928 en la editorial Cvltvra. Es rigurosa y precisa. Cuesta no hizo una sola concesión. Manuel Maples Arce, que encabeza a los Estridentistas: «Publican un libro donde se incluyen ellos mismos como los máximos representantes de la poesía moderna, eso no es una antología».

Jorge informa a su padre: «Aún me falta la tesis para concluir la carrera pero la pospondré porque quiero casarme con Guadalupe Marín, quien fue esposa de Diego Rivera».

Cunde el espanto. Néstor Cuesta y Natalia Porte-Petit se preguntan: «¿Habrá perdido la razón? ¿Cómo es posible que nos salga con esto?». La Nena, su hermana, llora sin parar y atiza la rabia de sus padres: «Es divorciada, le lleva siete años a mi hermano, tiene dos hijas, nadie en la capital la quiere; es interesada, egoísta, ventajosa, ambiciosa, solo viajó a la Ciudad de México para caerle a Diego Rivera. En Guadalajara hablan mal de ella. Su pésima reputación la condena».

«Esa mujer está separada de su legítimo esposo, eso es un pecado del que no puedes hacerte cómplice, lo tuyo es un sacrilegio contra la Iglesia en la que fuiste bautizado», protesta doña Natalia.

Es una aberración. El hijo en el que don Néstor y Natalia han fincado sus esperanzas no puede haber olvidado todo lo que han hecho por él. ¿Tendrá conciencia de lo que ya han sufrido con el alcoholismo de su hermano Víctor?

—Es una loca trepadora, una precipitada, una de las que traen mala suerte —asegura doña Natalia, adicta a la güija, los polvos mágicos, los remedios caseros. A partir de ese momento, confecciona una muñequita de trapo a la que estrangula con un collar de espinas y le clava alfileres en los ojos, el sexo y el corazón.

Para escándalo de doña Natalia, Jorge confirma: «Voy a casarme con Lupe por lo civil. Por la Iglesia ya se casó con Diego».

Apasionado, bombardea de cartas a Lupe y le asegura que a sus hijas no les faltará nada: «Con mi trabajo en Salubridad y lo que me dan por mis artículos puedo sostenerlas mientras consigo otra cosa».

Antes de consumar su «pésimo matrimonio», su padre lo convence de viajar a Francia.

«No desaproveches esta oportunidad —aconseja Novo—. Francia ha sido el faro de tu adolescencia, es la patria de tus autores, la cuna de la cultura del mundo. A tu regreso tendrás una visión clara de lo que es la verdadera poesía».

El 26 de mayo de 1928 Jorge Cuesta zarpa de Veracruz rumbo a Europa en un barco de la Compagnie Générale Transatlantique y sus padres dan gracias al cielo: «Allá se le pasará», se consuela doña Natalia, quien recibe carta de su hijo fechada el 10 de junio de 1928:

Querida mamá: Mañana estaré ya en Londres, por fortuna. Aunque ni una vez me sentí mareado, a pesar de que hubo mal tiempo los últimos días, el barco me ha sido insufrible. La comida, odiosa: pura carne conservada. Tengo una horrible sed de fruta; llegando me harto de la primera que encuentre. Y la gente muy aburrida. Toda mi compañía fue una chamaquita de cuatro años, monísima. Y muy triste todos los días, sintiéndome solo y desesperado de acordarme de los plátanos rellenos y de los tamales y de las papayas y de todo.

Pasé angustias terribles, pero ahora, con la excitación de llegar, ya casi me siento contento y espero tranquilizarme pronto, apenas me establezca en el cambio y pueda trabajar como quiero, estudiando mucho.

Fue mejor que hubiera traído un poco más de dinero, porque si no, quizá no me hubiera alcanzado para llegar a París.

El dolor de cabeza me duró todavía dos días después de que salí de La Habana. Ya me desesperaba, pero afortunadamente no me volvió más y si no fuera por la comida, por la gente tan fastidiosa y por la tensión nerviosa en que venía, el viaje solo me hubiera hecho más bien del que siento que me hizo y me sentiría ya con un humor perfecto. En París espero reponerme completamente. Te habrá contado mi mamá Cornelia [su abuela] que me acompañaron hasta el barco y que apenas tuve tiempo para nada; solo un momento estuvo el barco quieto y con la neuralgia ni humor de escribir tenía. No pude buscar al doctor García tampoco. Le escribiré a mi papá desde Londres. Le volveré a escribir y a ti también, desde París. Ya les escribo a mis hermanos, pero por si no me contestan dime tú cómo ha seguido Víctor y lo del empleo de Néstor.

Besa a la Nena y al Nene, saluda a las muchachas y a todos. Te quiere tu hijo. Jorge.

P.S. Mándame dos retratos que dejé en la alacena de los libros y recógeme una carta del correo y mándamela. Y chile y conservas (mole-salsas).

En Londres, Octavio Barreda —esposo de Carmen Marín, hermana de Lupe— y Carlos Luquín lo invitan a comer y Jorge solo insiste en su decepción.

—Creí que estaba yo mucho más hecho para Europa de lo que estoy porque me siento mal vestido, fuera de lugar. Casi no he visto a nadie. Quisiera comprarme un Burberry pero no me alcanza el dinero, me siento ridículo.

—¡Ah, qué mexicanos tan provincianos! —comenta el diplomático Barreda.

El 18 de junio de 1928 llega al Hotel de Suez en París, en el número 31 del Boulevard Saint Michel. Nada es como Cuesta imaginó, la lengua de Valéry es su enemiga y ningún francés tiene algo que ver con Monsieur Teste. «No entiendo una sola palabra de nada». Intimidado, apenas se atreve a pedir mesa en el restaurante. Para su alivio, el pintor Agustín Lazo lo reconforta:

—No te atormentes, todo es cuestión de práctica, después de unos meses hablarás francés como Torres Bodet.

El calor es insoportable, y si antes Carlos Pellicer se quejó de la timidez del sol francés y de los deplorables parisinos que se la pasan en el café, ahora pretende salir a la calle con el torso desnudo.

Samuel Ramos, su amigo del café América y de la redacción de Contemporáneos, apoyaría a Cuesta si no asistiera al curso que da Bergson en el Collège de France, pero ahora cada vez que Jorge lo busca responde: «Estoy saliendo a la Sorbona al curso de Gurvitch sobre sociología de la ley, que me atrae porque creo que puede aplicarse a México…». «Estoy metido a fondo en el seminario de Bergson», vuelve a excusarse ocho días más tarde.

El cubano Alejo Carpentier lo acompaña al 42 de la rue Fontaine a casa de Breton, pero Cuesta no se atreve a pronunciar palabra frente a ese león de pelo alborotado que habla en imperativo categórico e impide, con un gesto de la mano, que lo interrumpan. Cuesta le pide que repita lo que acaba de decir y sigue sin entenderlo. Su bochorno es tan grande como la mugre en el departamento de Breton, del que huye después de la primera visita.

En la sede de Gallimard pregunta por André Gide y una secretaria malhumorada con aliento a queso Port Salut le responde:

Il est à la campagne.

También los directores de La Nouvelle Revue Française y Mercure de France han salido de vacaciones.

¿Cómo es posible que Diego Rivera conquistara París?, se compara Jorge con su rival: «¿Seré inferior a ese charlatán? Diego sabía menos francés que yo y sin embargo dejó huella entre los intelectuales».

Angustiado, le escribe a Lupe:

Te pido que me consideres por encima de cualquier pensamiento, de cualquier cálculo contra ti y de que sientas que es contra mí lo que no es a favor […]. Mi cable quería decirte que Gilberto tenía cartas para ti y que yo era el que regresaba enseguida. […] Es muy duro para mí que solo consideres posible darme la amistad que no merezco. Pero es sincero mi deseo de sentirte libre. Mi amistad, mi estimación para ti no es algo voluntario y que dependa de cualquier clase de condiciones; es algo de lo que dependo yo y que me impone condiciones a mí, y más duras que las que tú me fijas, menos pueriles […]. Pero si te sirve más despreciarme, en despreciarme yo soy el primero y con más encono que tú. Jorge.

Cuando recibe la carta, Lupe responde:

Siento horrible de haber inconscientemente querido quitarte tu libertad. Que me salve el que no me tomes en serio. El tiempo te mostrará mi idiotez del momento atrevido en que lo pensé. Soy más humilde que nadie pero tengo curiosidad de verte un momento, tú resuélvelo a tu conciencia. También perdí el domicilio de Carpentier, ¿lo tienes? Hoy me hablas demasiado de estimación. Hoy todo el mundo excepto una gente me encuentra detestable.

—¿Qué diablos viniste a hacer a Europa si solo piensas en Lupe Marín? —ironiza Samuel Ramos.

Una carta de Villaurrutia lo insta a enfrentar las críticas de Revista de Revistas de Excélsior a su Antología. Cuesta se encierra a responderlas. Tanto Manuel Maples Arce y los Estridentistas como Ermilo Abreu Gómez tachan a los Contemporáneos de traidores a la patria.

La cólera se añade al calor asfixiante que invade la habitación en la que Cuesta escribe desnudo:

Encuentro que tanto Amado Nervo y Rafael López, que figuran en la Antología, como Manuel Gutiérrez Nájera y José de J. Núñez y Domínguez, que no figuran en ella, me parecen detestables poetas.

El 14 de julio escribe a su mamá:

Querida mamá: Yo me había propuesto escribir periódicamente y continuamente a todos, a ti y a mi papá sobre todo, y no pude evadirme del marasmo en que caí y donde no solo la voluntad sino la conciencia de las cosas he perdido […]. No pude prever el choque que sería sentirme tan solo y tan lejos. He pasado horas de verdadero miedo, irrazonable y tonto y ridículo.

He conocido gente de París, de la que, para mí, es más interesante y cuyo trato me dará muchísimo provecho, pero me lo llegará a dar con el tiempo. Mi francés defectuoso y mi condición de salvaje mexicano no me dejan sentirme cómodo entre ellos sino impaciente y molesto. He visto los lugares interesantes, solo para descubrir que era muy poca mi curiosidad por ellos. Llegué, además, en el peor tiempo, en pleno verano, cuando la gente emigra a las playas y los teatros y otros lugares se cierran. Hace en París un calor insoportable. Me he pasado estos días metido en mi cuarto, desnudo y casi llorando del calor que se siente.

Te escribí en Londres y no he tenido carta tuya, de La Habana también te puse una tarjeta. De Londres también puse tarjetas a mis hermanos y quisiera que ya me hubieran escrito. Preguntaba por Víctor, si ya se restableció por completo o si todavía no se cura con constancia.

Podré examinarme en París; apenas mi francés me bastará para eso, pero tendría que esperar más de seis meses, y ya no quiero esperarme nada. Mañana le pondré un cable a mi papá pidiéndole que me aumente la mesada que me había girado ya, con lo que se necesita para completar para el regreso. Es inútil y ya es insoportable que me quede más tiempo aquí. Besa a la Nena y al Nene. Con mi papá, recibe el cariño de tu hijo. Jorge.

El alcoholismo de su hermano Víctor lo angustia. A los dos meses de un París opaco que le resulta cruel, Cuesta le anuncia a Agustín Lazo: «Regreso a México».

—¡Qué bueno! —le responde Lazo, rencoroso porque Jorge dejó caer, despectivo, cuando le mostró su último cuadro:

—Lo que me enseñas es superficial.

El 17 de agosto de 1928 regresa a México en el vapor holandés Spaarndam. En el muelle lo esperan su padre, al que los cordobeses llaman el Apóstol de la Agricultura; Natalia, su madre; sus hermanos Víctor, Néstor, Juan y la Nena, cada día más hermosa con sus pesadas trenzas rubias. Para ellos Jorge, además de científico y poeta, es una inteligencia superior, el único que puede salvarlos.

—Cuéntanos, cuéntanos —insiste Víctor.

Solo Jorge sabe lo que para él significó su viaje a Francia: una verdadera temporada en el infierno.

Don Néstor retiene a su hijo mayor en Córdoba. Ahora Jorge ve su tierra con ojos distintos. Lo acoge y lo arropa con sus grillos y su olor a vainilla: «Tienes que ayudarme». Los problemas de la hacienda lo obligan a escribirle, desesperado, a Manuel Gómez Morín, consejero general del Banco de México, a quien Jorge conoció en la acera de la calle 5 de Mayo y con quien planeó una revista y la creación de una editorial. Por esa confianza, le pide financiamiento para cultivar un terreno en Córdoba libre de gravámenes. «Pero no tengo dinero suficiente», alega. Por lo tanto, el 1 de octubre de 1928 lo consulta acerca de «la posibilidad de obtener un préstamo del Banco Agrícola». Al final de la carta, anota su dirección: «Calle 3, número 83. Córdoba, Veracruz».

Es difícil soportar los continuos reproches de su padre: «Ya deja a esa mujer, olvida la poesía, métete en la realidad, sienta cabeza, tienes una responsabilidad con Córdoba y con nosotros, cultiva ese terreno como sea… Voy a buscar al gobernador electo de Veracruz, Adalberto Tejeda, y seguro va a recibirnos…».

Cuando por fin Gómez Morín confirma el préstamo del Banco Agrícola, Jorge regresa al Distrito Federal.

—Esa arpía lo tiene embrujado —se desespera Natalia Porte-Petit.

El sortilegio que ejerce Lupe sobre Jorge crece hasta abarcar su vida entera. La ama, se aman, las dos niñas, Pico y Chapo, dependen de él. Él, Jorge, va a salvarlas a las tres.

Pero ¿cómo?

Cuando su padre le ofrece administrar el ingenio Potrero, que pertenece a Erich Koenig —uno de los orgullos de Córdoba porque produce la mayor cantidad de azúcar del estado—, a Jorge se le quita un peso de encima. ¡Casa y trabajo! ¡Ya nadie impedirá su amor por Lupe y sus dos hijas!

—Lupe, te aseguro que viviremos bien en Potrero. El puerto de Veracruz es una maravilla. En los portales, en el Café de la Parroquia, se conoce a mucha gente. Iremos a la playa, las niñas van a aprender a nadar. Salgo a Córdoba, arreglo todo en Potrero y las espero.

Lupe no dudó. Hacía tiempo que había tomado la decisión de unirse a Cuesta. En abril de 1928, rencorosa, le escribía a DiegoRivera:

Le dije a tu hermana María que se llevara tus cosas y no quiso porque no tenía dónde ponerlas. Pablo [O’Higgins] no quiso tampoco. Nadie, nadie quiere llevarse tus cosas. Tal vez las acepten en la Legación de la Unión Soviética; es necesario que tú lo arregles. Tengo dos hijas y no puedo estar cuidando otras cosas. Quiero mudarme el 15 de abril y si no hay alguien que se haga cargo de tus cosas, he pensado dar las pinturas a Ramón Martínez; en cuanto a lo demás, lo voy a tirar…

Es probable que para entonces me haya casado con Jorge Cuesta por lo civil… En medio de toda esta gente que me ha tratado de lo más canalla, él es el único de quien he recibido consideraciones. Aun cuando me parece muy inteligente y tal vez demasiado joven, es probable que yo acepte. No sé si te gustará vernos juntos; por lo que a mí toca, no me importa nada que vivas con otra.

Creo que si llegas a volver a México sabrás el ambiente de que gozas aquí. Porque todo mundo dice que eres un canalla y sinvergüenza, poco hombre, etc. Sin embargo, quienes lo dicen me parecen peores, y es necesario que sepas cómo piensan de ti antes de que vuelvas a hablarles. Guadalupe Marín.

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